BEATO SALVIO HUIX MIRALPEIX
1936 d.C.
5 de agosto
Nació en la casa solariega
de “Huix”, en Santa Margarita de Vellors (Gerona, España). Ingresó
en el seminario de Vic, y el 19 de septiembre de 1903 fue ordenado sacerdote.
Ejerció como vicario de las parroquias de Coll y de San Vicente de
Castellet.
Pero su afán apostólico no se satisface con la
tranquila vida de una parroquia, y –después de un tiempo de discernimiento-
descubre su vocación oratoriana. Con treinta años, en 1907,
llama a las puertas del Oratorio de San Felipe Neri de Vich, donde llegará
a vivir veinte años entregado a las obras apostólicas de la
Congregación, y especialmente a la confesión. Otra de las facetas
de su ministerio sacerdotal era la visita a los enfermos, entre los que practicaba
la caridad de forma abnegada y sin relumbrón. Y ese mismo amor a los
pobres fue indudablemente el que le facilitó las maravillosas conversiones
que consiguió, algunas verdaderamente impresionantes. Profesor de
Ascética y Mística en el Seminario, pronto la mayoría
de sus discípulos lo escogieron como confesor o director espiritual.
Su constante amabilidad y caridad para con todos, no significa
ni mucho menos que no tuviera su propio carácter, incluso quizá
violento. Pero como otros santos, a fuerza de vencimientos propios había
adquirido el dominio de sus impulsos temperamentales.
A los diez años de estar en el Oratorio fue nombrado
director de las Congregaciones Marianas de Vic. Organizó magistralmente
las secciones de Beneficencia y de Propaganda, llevó a término
la magna Asamblea de Congregaciones Marianas de Cataluña, en 1921,
y organizó los actos de la coronación canónica de la
Virgen de la Gleva, Patrona de la «Plana de Vic», en 1923.
Obispo de Ibiza en 1927, tras 70 años de estar esta diócesis
sin obispo, entonces dio la medida de lo que sentía su corazón
de apóstol, preocupándose del seminario, de los sacerdotes
-en especial de los ancianos y enfermos-, de la Acción Católica,
de las escuelas religiosas y la educación de la niñez y la
juventud, formación de padres de familia, Ejercicios Espirituales;
y de propagar más si cabe sus grandes devociones: al Sagrado Corazón
de Jesús, al Santísimo Sacramento, a la Madre de Dios en su
advocación ibicenca de Nuestra Señora de las Nieves... dio
un fuerte impulso a la restauración católica en la isla.
En 1935 fue trasladado a la diócesis de Lérida.
se encontró con una diócesis distinta, mucho más grande
y con otros numerosos problemas. Pero a todos hizo frente con ánimo
esforzado: sus ansias apostólicas en favor de la juventud; de los
niños en edad escolar; sus desvelos hacia los sacerdotes ancianos;
hacia los pobres transeúntes sin hogar, para los que tenía
en construcción un comedor para socorrerlos. Se esforzó en
hermanar la Acción Católica y la «Federación de
Jóvenes Cristianos de Cataluña». Comenzó sus desplazamientos
hacia los más apartados pueblos pirenaicos en visita pastoral. Impulsó
los certámenes catequísticos y favoreció la labor de
la célebre Academia Mariana de Lérida.
Al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, mientras las turbas
asaltaban su casa episcopal, se refugia en casa de unos amigos en la misma
ciudad, pero comprendiendo el peligro que para sus protectores representaba
su presencia allí, se marchó. Cuando caminaba por la calle
se presentó a un control de gente armada –entre la que vio a algunos
guardias civiles- con estas palabras: “Soy el obispo de la diócesis
y me entrego a la caballerosidad de ustedes”; pasada la primera gran sorpresa
de aquellos hombres, los obreros propusieron su ejecución inmediata
pero los guardias les convencieron que sobre aquel “pez gordo” se tenía
que consultar con la Generalidad. Le trasladaron a la cárcel y le
alojaron en una sala de la planta baja, donde había medio centenar
de cristianos que acogieron al obispo con grandes muestras de simpatía.
Su estancia en la prisión fue un rayo de luz y optimismo sobrenatural
para los que allí permanecían temiendo lo peor. Un sacerdote
consiguió burlar los cacheos y pudo entrar un copón de Sagradas
Formas que llevaba; así, los presos pudieron comulgar y en la madrugada
del 5 de agosto, los detenidos se confesaron con el obispo y recibieron la
Comunión.
Los dos Comités antifascistas de la ciudad se disputaban
tan valiosa presa, y esperaban jugar buenas bazas con su posesión.
Así, cuando de las autoridades de Barcelona vino telefónicamente
una orden de traslado de algunos presos significativos para ser juzgados
en la ciudad condal, hallaron la manera de burlar la buena intención
de algunos componentes del Gobierno de la Generalitat, escudándose
en la falta de una orden escrita. Se organizó la marcha de veinte
presos seglares y el obispo. Salieron de Lérida en plena noche y cuando
pasaban por delante del cementerio a las tres y media de la madrugada, fueron
detenidos por unos milicianos que les dieron el alto y les exigieron la orden
por escrito. Este ardid era empleado para conseguir lo que tanto deseaban:
poder derramar la sangre de nuevas víctimas.
Monseñor Huix no perdió la serenidad ni en aquellos
trágicos momentos: campechanamente comentó con los suyos, con
una frase popular catalana que designa el próximo fin de un viaje:
“Ja som a Sants!”. Allí mismo fueron fusilados los veintiuno. Por
petición propia, el beato fue el último ejecutado, tras haber
dado la absolución a sus compañeros que la precedían
en el martirio. Era la hora antes del alba del día 5 de agosto de
1936, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza,
un pequeño detalle de la Reina del Cielo para aquel siervo suyo, fiel
y valiente, cabeza de los 270 sacerdotes diocesanos de Lérida inmolados
por Cristo. Beatificado el 13 de octubre de 2013 en Tarragona, durante el
pontificado de SS Francisco.