SAN ALEJANDRO   I
107-115 d.C.

San Alejando I  107-115 d.C.

   San Alejandro I, Papa y mártir, fue natural de Roma, e hijo de un ciudadano romano llamado también Alejandro. Sucedió en la silla pontifical al Sumo Pontífice Evaristo, el año 107. Fue Alejandro en la santidad admirable, y en la fe, constancia y celo muy esclarecido. Era mozo de treinta años cuando comenzó a gobernar la Iglesia; pero su vida y doctrina suplían bien el defecto de su edad.

   Convirtió con su predicación y trato celestial a muchos senadores y gran parte de la nobleza de Roma, y entre ellos a un prefecto llamado Hermes, con toda su casa y familia, que fueron en número de mil doscientas cincuenta personas, por lo cual fue preso por mandato de un gobernador llamado Aureliano; y echado en la cárcel, hizo muchos y grandes milagros entre los cuales fue uno, que estando en ella aherrojado, vino a él de noche un niño con una hacha encendida en sus manos, que le dijo: "Sígueme Alejandro; y habiendo hecho oración, y entendido que era el Ángel del Señor, le siguió, sin que las paredes, ni puertas, ni guardias le impidiesen la salida de la cárcel; y el niño le guió hasta la casa de Quirino, tribuno, en la cual estaba preso Hermes, que deseaba mucho verse con San Alejandro, y había prometido a Quirino que por más que estuviese preso vendría a su casa.

   Cuando se vieron se abrazaron los dos santos mártires, y derramaron muchas lágrimas de consuelo, animándose el uno al otro a padecer por Jesucristo. Esto espantó mucho al tribuno Quirino; el cual había oído algunas razones a Hermes, y el modo con que él se había convertido a la fe de Cristo, y visto que San Alejandro con el tacto de sus cadenas había sanado a una hija suya llamada Balbina, que estaba gravemente enferma de lamparones, se convirtió también él a la fe de Jesucristo con su hija y todos los presos que estaban en la cárcel; y el Santo Pontífice Alejandro mandó a Evencio y a Teódulo, sacerdotes, que habían venido de Oriente, que los bautizasen.

   Vino esto a noticia de Aureliano; enojóse sobre manera, y habiendo mandado atormentar a los que en la cárcel se habían bautizado, mandó traer delante de sí a Alejandro con los dos presbíteros Evencio y Teódulo, y después de haber entre ellos mediado algunas palabras, dijo Aureliano: Dejémonos de pláticas, y tratemos de lo que hace el caso; e hizo que los verdugos desgarrasen a Alejandro, y le extendiesen en el potro, y atormentasen con uñas aceradas sus carnes, y quemasen los costados con hachas encendidas. En este tormento estaba callado; y le preguntó Aureliano: ¿Por qué callas? ¿Por qué no te quejas?; respondió Alejandro: Cuando el cristiano ora, con Dios habla.

   Por el mismo tormento pasaron Evencio y Teódulo. Era Evencio de 81 años, y se había bautizado de 11, y ordenado sacerdote de 20; y como los Santos Mártires con los tormentos creciesen en la fe y amor de Dios, y Aureliano no podía ablandarlos a su voluntad, mandó encender un horno y echar en él a Alejandro y Evencio, y a Teódulo poner a la boca de él, para que viendo como se abrazaban y temiendo semejante castigo, sacrificara a los dioses; pero Teódulo no sólo no se espantó por ver en el fuego a sus santos compañeros, antes encendido del amor divino se dejó caer con ellos, que desde el horno le llamaban, y le decían que allí donde estaban no había dolor ni tormento, sino refrigerio y holganza; y así fue, porque las llamas no los dañaron, antes salieron del horno más resplandecientes, como el oro sale del crisol.

   No se ablandó con este milagro el duro y rebelde corazón del tirano, antes mandó degollar a Evencio y Teódulo, y con unas leznas de acero muy agudas punzar, atravesar por todos los miembros de su cuerpo a Alejandro, para que muriera más cruelmente; y tras este tormento, siendo degollado dio su bendita alma a Dios el día 3 de mayo del año 115, imperando Adriano, el cual por haber sido apoderado de Trajano, se llamó Trajano Adriano, lo que motiva que algunos autores, engañados de la semejanza del nombre, escriban que fuese martirizado en el tiempo de Trajano.

   Los cuerpos de San Alejandro y sus compañeros fueron enterrados fuera de la ciudad en la vía Nomentana, a siete millas de Roma, y después se trasladaron a la Iglesia de Santa Sabina, que es convento de los Padres de Santo Domingo.

   Fue Alejandro celocísimo del culto divino: ordenó que en la Misa se consagrase pan sin levadura, para denotar la puridad del Santísimo Sacramento y por imitar a Cristo Nuestro Señor, que en la institución de este sagrado ministerio, la noche de la cena, así lo hizo. Dió por ley que en la consagración del cáliz se mezclase una poca de agua con el vino, para significar la unión de Cristo con su Iglesia, y representar la Sangre y el agua que salieron de su costado.

   Y cuando decimos que San Alejandro ordenó estas ceremonias sagradas, no queremos dar a entender que él las instituyó de nuevo, porque los Apóstoles las usaron, sino lo que ellos aprendieron de Cristo, y enseñaron a la Iglesia, este Santo Pontífica lo aprobó y estableció con sus cánones.

   Mandó que ningún clérigo pudiese decir más de una Misa cada día. Pronunció excomunión contra los que impidiesen a los legados apostólicos que puedan hacer lo que el Sumo Pontífice les fuere mandado. Celebró tres veces órdenes en el mes de diciembre, y en ellas consagró cinco obispos, seis presbíteros y dos diáconos. Escribió tres epístolas, que se hallan en el primer tomo de los Concilios, de los cuales se sacan los decretos y ordenaciones que hemos referido, y otra muy importante de bendecir el agua con sal, y con las ceremonias que hoy día celebra la Iglesia, y tenerla en los templos, casas y aposentos contra las tentaciones y asechanzas de los demonios, que continuamente nos persiguen e infestan: la cual costumbre ha preservado en la Iglesia Católica desde sus principios, y el Señor ha hecho innumerables milagros de muchas y diversas maneras por medio del agua bendita, sanando todo género de enfermedades, apagando fuegos e incendios, sosegando las tormentas del mar y temblores de la tierra, y tempestades del aire, y rayos del cielo, y librando las almas y cuerpos de los demonios.


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(Samuel Miranda)