SAN ANICETO
155-166 d.C.
San Aniceto, fue originario
de Siria. Nació hacia el fin del primer siglo, y la grande reputación
que ya tenía en la Iglesia hacia la mitad del segundo es testimonio
de la santidad con que pasó los primeros años de su vida.
Fue azote de los herejes y era venerado por uno de los más sabios
y más santos presbíteros de la Iglesia de Roma, cuando habiendo
sido coronado del martirio del Papa Pío I, el año 155, fue
nombrado por sucesor suyo.
Echó Dios bendición al celo y a los trabajos
de Aniceto. En poco tiempo se vio libre el rebaño de las herejías.
Descubiertos y confundidos los Valentinianos, los Marcionistas y todos
los demás herejes por el celo de Aniceto, fueron objeto de la execración
de todos. Instruyó y cultivó a su pueblo con tal feliz suceso,
que Roma, centro de la unidad y de la fe, lo fue igualmente de la santidad,
y teatro de la virtud cristiana: así lo testifica Egesipo, que
vino a Roma en tiempo de San Aniceto.
Habiendo Egesipo tratado en su viaje a muchos obispos
de Occidente, y habiendo observado en Roma así la pureza de la fe
como la santidad de las costumbres de los fieles, admirado de una y de
otra, hizo un magnífico elogio al pastor y del rebaño. Escribió
en 5 libros la Historia eclesiástica, desde la Pasión de Cristo
hasta su tiempo, que se reducía a una sincera colección de
las tradiciones apostólicas; pero que ya no nos han quedado de una
obra tan antigua y tan auténtica más que algunos fragmentos
conservados por Eusebio, en los cuales se ve la sinceridad que San Egesipo,
da testimonio de que hasta su tiempo no había silla episcopal, ni
ciudad cristiana, y sobre todo Roma, donde no se observase lo que manda nuestra
Santa Ley, lo que los Apóstoles habían predicado, y lo que
había enseñado el mismo Jesucristo.
Al principio de su pontificado le vino a visitar San Policarpo,
que lleno de estimación y de singular admiración a Aniceto,
tuvo especial consuelo en pasar a conferir con él algunos puntos
de disciplina eclesiástica en que aún no habían convenido
las Iglesias griega y latina, y todavía no estaban decididos. Presto
se concordaron los dos Santos. Y como era tanto lo que San Policarpo defería
y respetaba al Vicario de Cristo, y era tan singular la estimación
que Aniceto hacía de Policarpo, estrecharon entre sí un
íntima amistad.
San Justino, estableció en Roma, según el
plan que le dio el mismo Aniceto, una escuela de virtud en que daba lecciones
de religión a cuantos querían ser instruidos.
Gobernó la Iglesia San Aniceto, según Eusebio
y Nicéforo, por espacio de cerca de doce años con admirable
celo. Prohibió que los clérigos trajesen el cabello largo,
y mandó que todos anduviesen con corona o tonsura clerical. Afirma
San Gregorio Turonense que el autor de esta corona fue San Pedro; en memoria
de la corona de espinas del Salvador, y así es probable que San
Aniceto estableciese por decreto lo mismo que hasta allí no era
más que una mera y piadosa costumbre. Lo cierto es que antiguamente
sólo se dejaba una especie de cerquillo alrededor de la cabeza,
estando todo lo demás raído a navaja, a la manera que aún
el día de hoy lo observan muchos religiosos.
Aniceto fue coronado del martirio en la persecución
de Marco Aurelio, hacia el año del Señor de 166, y su santo
cuerpo fue enterrado por los cristianos en el Cementerio de Calixto.
El año 1590, Minucio, arzobispo de Munich, y secretario
de Guillelmo, duque de Baviera, llevó a aquella ciudad la cabeza
de nuestro Santo, y la colocó en la Iglesia de los Padres de la
Compañía, donde es reverenciada con singular devoción.
En el 1604, habiendo mandado San Clemente VIII que todos los cuerpos santos
que se hallasen en dicho Cementerio de Calixto fuesen sacados de él,
y trasladados a lugar más decente: Juan, duque de Altemps, pidió
y consiguió del Papa el cuerpo de San Aniceto, y mandado labrar
una magnífica capilla, colocó en ella tan inestimable tesoro
en un suntuoso sepulcro de mármol, donde es reverenciado con la mayor
devoción.