SAN AVITO DE ORLEANS
530 d.C.
17 de junio
La lejana historia de Avito
la conoce plenamente sólo Dios; los documentos que tenemos hoy muestran
el núcleo histórico de su existencia santa, pero a falta de
otros datos, los relatos posteriores hablan de él con los adornos añadidos
por la fábula y la devoción popular menos exigente con la verdad
histórica y más condescendiente con los efluvios de la piedad.
Se dice de él que nació en la zona de Orleáns,
teniendo por padres a unos cristianos pobres y que, cuando era pequeño
conoció a los monjes de la abadía de Micy que está próxima
a la ciudad; llevado de la curiosidad propia de los niños, les preguntó,
quienes eran, qué hacían, por qué vivían lejos
de la gente y para qué servían. Esas preguntas, contestadas
con simpatía y desparpajo por alguno de aquellos frailes que tenía
gracejo y estaba lleno de sentido sobrenatural, dichas al alcance de una cabecita
pequeña dieron fruto con el paso de los años. Un buen día,
aquella curiosidad se convirtió en deseo de imitarlos, pero con tal
gana y empeño que el joven Avito ruega al abad Maximino o Mesmino
que le admita en el monasterio y que si no puede ser como monje, que lo admita
como criado. Está dispuesto a no dejar la puerta del convento y a
morir de frío y de hambre hasta conseguir lo que pide.
Cuentan de él que la primera época de fraile
la vivió tan amable, servicial y obediente que su sencillez y deseos
de agradar a la comunidad a veces fue considerado por algunos como una actitud
que rayaba con lo estúpido.
De todos modos, el abad experimentado descubre el regalo que
les ha llegado del cielo; el abad le encomienda muy pronto el oficio de ecónomo
y pasa a ser el responsable de preparar las cosas que atañen en el
convento al alimento de los frailes; debe cuidar de que no les falte el alimento
necesario, ha de disponer el orden de las comidas, cuidar del pobre almacén,
reponer alimentos y reservar una parte para los pobres cosa en la que siempre
se mostró lleno de generosidad. Que lo hiciera bien o mal en preparar
la intendencia sólo Dios lo sabe, pero el resultado fue la continua
crítica y murmuración que provocó en los compañeros
de salmos.
La situación de aparente fracaso le llevó a replantearse
con mayor seriedad sus deseos de soledad. Resuelve el asunto, después
de haberlo rezado y pensando Dios le pedía un cambio; organiza una
trama nocturna consistente en introducirse en la celda del abad, esperar a
que lo rinda el sueño y meter bajo su almohada las llaves de ecónomo,
simbolizando con ello su renuncia al cargo. Se marcha del monasterio. Ahora
sí que podrá en el bosque cercano dedicarse a la oración
y penitencia a sus anchas sin necesidad de escuchar las protestas de sus hermanos
y dando cuenta al abad de su vida de vez en cuando. Intentará imitar
a los ermitaños comiendo la yerba, raíces y frutas que encuentre
por el campo.
Hizo falta el ruego de los frailes y la intervención
del obispo de Orleáns para sacarlo del retiro de Solaña y conseguir
que aceptara el gobierno de la abadía, en el año 520, después
de la muerte de Maximiano. El nuevo abad hace más con humildad y ejemplo
que con mandatos; pero por su medio se restablece la primera disciplina y
se eleva el tono sobrenatural del monasterio. Las cosas marchan bien, pero
a él le sigue hormigueando en el alma el run-run de la soledad.
Ahora será Percha, más distante y menos accesible
el nuevo lugar donde plantará su residencia entre cuevas o chozas de
ramas de árboles. Allí no será fácil que le encuentren
los monjes en caso de que le busquen; ha llevado con él a otro fraile
que también tenía las mismas ansias de soledad. Vivirán
como en la primera época en la contemplación y penitencia,
metidos en el alejamiento y el silencio. Sólo que no pudo ser por
mucho tiempo porque lo descubrió el milagro de Avito: un porquero
mudo desde niño, por mandato del santo ha comenzado a hablar, y ya
es imposible hacerlo callar. Y la gente se entera ¡Adiós soledad!
La noticia del hecho se transmite y la gente acude a ver y a tocar; él
catequiza, enseña, reza y hace rezar. Vienen discípulos y,
sin quererlo, no hay más remedio que fundar el monasterio que con el
tiempo llevará su nombre.
Dicen que a ruegos de Avito, llegaron a soltar en Orleáns
a los presos de la cárcel. Y además hablan del ciego curado
milagrosamente; y el mismo Lubin, el obispo de Chartres, relata la resurrección
de un monje. Y con el rey Clodomiro, el hijo de Clodoveo y Clotilde, tiene
palabras de paz intercediendo por el preso rey de Borgoña, Segismundo
y su familia.
Después de muerto, refieren de él muchos milagros
y le atribuyen bastantes victorias guerreras logradas por su intercesión.
Avito terminó sus días el 17 de junio del año
530. Chateaudrum y Orleáns se distribuirán posteriormente sus
preciosas reliquias.