SAN BERNARDO CALVÓ
1243 d.C.
25 de octubre
Ya entrada la segunda mitad del siglo XII,
después de la reconquista de Tortosa de manos de los árabes,
uno de los caballeros repobladores del campo de Tarragona, de aquellos que
contribuyeron en la obra de la Reconquista, recibe una masía (manso)
no lejos de Reus, conocida aún hoy con el nombre de Calvó, que
perpetúa el de la familia de un santo. En esa masía, e hijo
del caballero Calvó y de su mujer Beatriz, nacía en 1180 un
tercer hijo varón, Bernardo. Eso ocurre bajo el reinado de Alfonso
II el Casto, hijo de los que han vinculado Aragón y Cataluña,
Ramón Berenguer IV el Santo y Petronila, Tiene tres hermanos y una
hermana, y la situación familiar de abolengo de caballeros ha permitido
a Bernardo estudiar Leyes, posiblemente en la Universidad de Bolonia, muy
frecuentada por estudiantes catalanes. Su compatricio y contemporáneo
Raimundo de Peñafort verificará allá sus estudios de
Derecho. Con ello reconocemos en él, hecho ya un mozo, ese doble carácter,
el de caballero, que heredó de su padre, y el de jurista. No es extraño,
pues, que lo encontremos ejerciendo funciones jurídicas y administrativas
en la curia del arzobispo de Tarragona, junto a su baile y acompañado
también de su escudero. Eso refleja el alerta constante con que vive
un hombre de las condiciones de Bernardo, y más aún en ese territorio
tarraconense, cercano al peligro amenazador de los árabes. La victoria
de las Navas de Tolosa (1212) viene a atenuar la tensión de ese alerta,
cerrando el paso a los almohades y cambiando la faz de la dominación
árabe en España. Bregado en el quehacer jurídico se
ve en Bernardo a un hombre que entra a menudo en litigio con otras personas
y que deja entrever la conciencia poco lúcida en su ajetreo administrativo.
En él se descubre al hombre de pocos escrúpulos. Sin embargo,
un acontecimiento va a señalarle a ese mozo, que ha cumplido ya los
treinta y dos años, una nueva senda en su vida. Pedro II de Aragón
acababa de morir en la batalla de Muret (12 de septiembre de 1213), cuando
Bernardo caía, a fines del mismo año, gravemente enfermo. El
frente a frente con la muerte, que atestigua una disposición testamentaria
de Bernardo, cambió el rumbo de su vida. Ha descubierto los planes
del Señor y' ha visto en el claustro cisterciense de Santes Creus (Tarragona)
el nuevo hogar para su alma. Allí entró el 30 de marzo de 1214,
festiividad de Pascua de Resurrección. Su madre, Beatriz, presencia
esa transformación de su Bernardo, pero su padre ha muerto ya. En
ese momento de su retiro al claustro Francisco de Asís pasa por las
veredas del campo de Vich y del Vallés como peregrino, camino de Santiago
de Compostela. La capilla de Sant-Francese Salmuniá (popularizada con
la expresión s'hi moría, es decir, "allá moría")
recuerda aún hoy, en el llano de Vich, uno de los éxtasis que
experimentó el poverello de Asís.
Pasa Bernardo un año de noviciado bajo la regla de los
cistercienses y en ella bebe aún el frescor del nuevo espíritu
reformador que ha dejado la obra de San Bernardo de Claraval entre esos benedictinos
blancos. Con un nuevo testamento fechado el 21 de junio de 1215 atestigua
el desprendimiento definitivo de sus bienes y propiedades, entregado de lleno
al espíritu de pobreza de la regla cisterciense. Con ese despojo de
sí y de los suyos va a ir al encuentro y en pos de Jesús, el
Maestro. En la soledad y en el silencio transcurre la vida monástica
de Bernardo en Santes Creus. La lectura del abad de Claraval, San Bernardo,
puede forjar su alma cisterciense. La teología dc la caridad, que San
Bernardo crea, se centra en la explicación del capítulo séptimo
de la regla de San Benito. Para San Bernardo la ley del Señor es la
caridad, aquella caridad que "mantiene el lazo de unión substancial
en la Trinidad de las Personas divinas", y en él puede leer el monje
Calvó, ahora que cala hondo por doquier el espíritu de reforma
del Cister, estas consideraciones sobre el amor: "Cuando Dios ama no quiere
más que una cosa, ser amado, y sólo ama para ser amado, sabiendo
que el amor hará dichosos a cuantos le amen" (In Cant. I, 11). Unos
doce años de vida austera en el claustro vienen a imponer la figura
del monje Bernardo, por su rectitud y ejemplaridad, como futuro abad del monasterio
de Santes Creus.
Cuando, pues, allá por 1225, la muerte del abad Ramón
deja huérfana la comunidad de Santes Creus, Bernardo es elegido para
dirigir e impulsar con el espíritu del abad de Claraval aquella comunidad
monástica cisterciense. Ese espíritu se revela en su obra de
cofundador y director espiritual de las monjas cistercienses de Valldonzella,
en Barcelona. Su labor profunda y paternal contribuye a que aquella comunidad
de religiosas conozca un florecimiento de vida y de vocaciones. Esa fecha
de 1225, que marca un punto de avance para la expansión en Cataluña
de las tres Ordenes mendicantes, dominicos, franciscanos y mercedarios, es
la de la fundación de las bernardas cistercienses de Vallvidrera, que
dará origen al monasterio de Valldonzella. Llevaba Bernardo apenas
tres años de abad en Santes Creus cuando en 1228 tuvo una entrevista
larga y tendida con los señores Montcada, que partían para la
conquista de Mallorca y serán dos figuras célebres en aquella
empresa contra los árabes y muy estimados de Jaime I el Conquistador.
Fue un adiós al benamat ("muy amado") abad, con el que se entretuvieron
varias horas en coloquio íntimo para dejar en paz su conciencia antes
de emprender la campaña. De ese encuentro con Bernardo salieron los
Montcada con "el rostro pálido y el corazón conmovido", después
de haber recibido de él un abrazo 'efusivo". Uno de los Montcada, Guillermo,
iba a dirigir el primer navío de las fuerzas de Jaime I que zarpó
de Salou para Mallorca. Desembarcados ya en la isla llevan los Montcada el
combate contra la sierra del puerto de Portopí, y allá encuentran
la muerte. Cuando a Jaime I le llega la noticia de que los Montcada han muerto
"derrama abundantes lágrimas", según atestigua su misma Crónica,
ante el cadáver de los dos héroes. El abad Bernardo recibirá
los restos de los Montcada para darles sepultura en la tumba que tenían
ya preparada bajo la bóveda acogedora del monasterio de Santes Creus.
La sobriedad, disciplina y el silencio cisterciense no reinan
en todos los monasterios. El espíritu de reforma de San Bernardo sigue
vitalizando la observancia en el claustro, y el abad Calvó, que lo
convive, viene encargado de aportar e infundir ese espíritu en la comunidad
de la abadía cisterciense de Ager (Lérida). La observancia estricta
de la regla y de la clausura para guardar la castidad y el silencio en el
alma, morada de la gracia, viene propugnado por Bernardo, y por eso afirma
que, "siendo como es el silencio la salvaguardia de la vida de un religioso,
lo exhortamos y lo mandamos en el Señor". En noviembre de 1230 el
abad Bernardo viene a formar parte del grupo de varones "buenos" que deben
escoger con el arzobispo de Tarragona al obispo de la sede de Mallorca, recién
conquistada. Rasgos de caridad paternal se van recogiendo al observar el
cuidado que reserva a las viudas y a los hijos de aquellos caballeros que
van cayendo en las campañas de la Reconquista. Además, su caridad
se refleja en el gobierno del convento que él rige, por el cuidado
esmerado que prodiga a los enfermos. Mientras el abad de Santes Creus despliega
esa caridad pastoral queda vacante la sede episcopal de Vich. El Cabildo
de aquella sede ha visto en el abad Bernardo "al varón prudente y
discreto, tanto en los asuntos espirituales como en los temporales, a quien
la madurez de edad, la honestidad de su conducta, una formación teológica
competente y su exquisito trato le hacen idóneo con creces para asumir
tan santa dignidad", a saber, la de obispo y pastor de la grey vicense. El
abad se resiste a aceptar la nueva carga, ya que el retiro del claustro enmarca
su afán de mantener viva la conversación con Dios. Sin embargo,
al reconocer que era voluntad del Señor deja el claustro por el báculo
de obispo y pastor. Antes de tomar ese báculo podía recordar
el abad las advertencias y recomendaciones que San Bernardo dirigía
a su discípulo, el papa Eugenio III, en un tratado que le había
dedicado: "Vas a presidir para velar, para atender, para cuidar, para servir...
Además no dejes de considerar que tú debes ser la figura de
la rectitud, el que afirma la verdad, el defensor de la fe, el guía
de los cristianos, el pastor de la grey, el maestro de los ignorantes, el
refugio de los oprimidos, el vicario de Cristo" (De considerat., 1.4 c.7).
El espíritu benedictino comunitario que Bernardo vivía
en Santes Creus dejó huella profunda en su vida. Aquel ambiente cisterciense
le acompaña en su palacio episcopal de Vich. Junto al obispo Bernardo
vive una pequeña comunidad de unos cuatro monjes cistercienses de Santes
Creus, que permanece a su lado hasta su muerte. Aquellos monjes le acompañan
en sus tareas pastorales por la diócesis y en las funciones litúrgicas,
siendo testimonio del espíritu monacal y apostólico de Bernardo.
En ello reflejaba el cumplimiento de aquella recomendación de San
Bernardo cuando decía al obispo de Roma: "No te entregues siempre
a la actividad, sino que debes reservarte tiempo para la consideración
de aquello que toca a tu interés espiritual" (De considerat., 1.1
c.7). Por eso, llevado por un elevado sentido de la vida sobrenatural, jerarquiza
sus funciones episcopales: primero y sobre todo la misión espiritual
y pastoral, y luego la función de administrador temporal en lo que
concierne al uso de sus prerrogativas feudales. Tanto en lo espiritual como
en lo temporal aquellos monjes son los testigos de sus virtudes y de su caridad.
La presencia del nuevo obispo, Bernardo, aporta en la diócesis
un mensaje de paz efectivo, ya que la aversión que reinaba entre algunas
familias señoriales y la ciudad va extinguiéndose gracias a
su tacto personal, unido al atractivo de su persona. En él aparece
el hombre adoctrinado por la "ciencia" del bien común. En aquella doble
fisonomía religioso-política que tiene el obispo en esa plena
Edad Media aparece como el que vela por el bien de cuantos forman su grey.
Su primer cuidado está dirigido al culto divino y a la administración
de los sacramentos; para ello vela por la buena formación del sacerdote
y por la dignidad de los templos. Al sacerdote le exige la sencillez en el
vestir y la ejemplaridad en su conducta, y para mantener firme ese su carácter
obra paternalmente, pero de un modo enérgico cuando se trata de salvaguardar
la dignidad del sacerdocio. Facilita un complemento de la formación
sacerdotal a quien lo merece, abriendo camino para que algunos la completen
en universidades del extranjero, sobre todo en la de Bolonia. Los numerosos
templos consagrados durante su episcopado atestiguan el fruto de su labor
pastoral. Al lado de eso participa Bernardo, al igual que Raimundo de Peñafort,
del entusiasmo que ha levantado Jaime I en pro de la conquista de Valencia
y acude a las Cortes de Monzón (1236), en que se determina aquella
empresa. Fiel al compromiso allí contraído y a la bula del papa
Gregorio IX (2 de febrero de 1237), que estimulaba a prestar auxilio al rey
"que había ya tomado la cruz contra los infieles de Valencia", estimula
la cruzada en la diócesis y son numerosos los caballeros que toman
parte en ella. El mismo obispo Bernardo parte para Valencia el 31 de mayo
de 1238; actúa allá en su doble misión de consejero
y pastor, y junto al rey, y con otros signatarios, firma el 3 de octubre
de 1238 en el acta de capitulación de Valencia. Con ello ha convivido
dos acontecimientos históricos del reinado de Jaime I: la toma de
Mallorca y la de Valencia.
Como ayer en Santes Creus, una nota singular señala
el pontificado de Bernardo en la sede de Vich: el ejercicio de su caridad.
Lo profesa su testamento, que viene a ser un legado de espíritu de
desprendimiento. En su quehacer cotidiano tuvo en cuenta aquella recomendación
de San Bernardo: "Considera ante todo que tú eres quien debes cuidar
de los pobres, tú eres la esperanza de los que sufren la miseria y
el tutor de los huérfanos" (De considerat., 1.3 c.3). El obispo Bernardo
Calvó "entregó felizmente su alma al Señor" el día
26 de octubre de 1243 y canceló su vida con un testamento propio del
pastor y del padre de los suyos. Bernardo de Claraval (1090-1153), que le
precedió casi un siglo, creó la fisonomía que tomaría
la vida religiosa en muchos monasterios de Europa y la vida de piedad popular
en la segunda mitad de la Edad Media. Bernardo Calvó vino a ser uno
de sus hijos que difundirá aquella fisonomía de la vida monástica
en Cataluña y aquella forma de piedad popular en su diócesis
de Vich, sellándolo todo con el título de apóstol de
la caridad.
Esos trazos que hemos entresacado de los documentos y crónicas
van tejiendo la semblanza de un "hombre justo", bueno y prudente, que en la
rectitud de su vida y en su obra de pastor refleja aquel "hombre santo" aclamado
por el juicio popular de los fieles. No habían transcurrido los seis
meses de su muerte cuando ya estaba creada una comisión de canónigos
destinada a recopilar y examinar los hechos prodigiosos que había
obrado el santo obispo. No han pasado veinticinco años de la muerte
del obispo Bernardo cuando uno de sus sucesores, al dirigirse a los fieles
para restaurar la catedral, pone la obra bajo su advocación, recordando
que en ella "está sepultado el cuerpo del Beato Bernardo, por mediación
del cual el Señor obra muchos milagros", y unos quince años
más tarde el Cabildo catedral recuerda a Bernardo y lo designa como
"varón santo y beato de santa memoria", que fue "columna firme que
cumplió las obras que le eran propias del amor y de la caridad"; por
ello rec]ama que se levante un altar en "honor y reverencia de dicho santo"
y que se celebre su fiesta todos los años el día 26 de octubre.)
No ha pasado el siglo de la muerte de San Bernardo cuando ,
y para que él mismo pueda comprobar la verdad de algunos de esos hechos
milagrosos extrae el abad "un cuaderno papiráceo antiguo" de un libro
de sermones sobre la Virgen y se lo envía. Finalmente, un breve apostólico
de Clemente XI (26 de septiembre de 1710) coloca la festividad de San Bernardo
Calvó entre las fiestas propias del Cister.