SAN CORNELIO
251-253 d.C.

San Cornelio 251-253 d.C.

   Sucedió San Cornelio a San Fabián el año 251, en tiempo en que la persecución de Decio contra la Iglesia era tan violenta, que se pasaron 16 meses desde el martirio de San Fabián sin poderse juntar los fieles para proceder a la elección de Papa. Pero mitigándose un poco dentro de Roma el fuego de la perseucion después de la revolución de Julio Valente, se congregó el clero romano, compuesto a la sazón de 46 presbíteros, 7 diáconos, 7 subdiáconos, 42 acólitos, y 52 exorcistas, lectores y ostiarios; todos los cuales, con unánime consentimiento, eligieron por Papa a Cornelio, que era presbítero de la Iglesia romana.

   "Despues de haber sido elevado a la dignidad episcopal, dice San Cipriano, sin cohechos, sin artificios y sin violencia, puramente por la voluntad de Dios, a quien únicamente pertenece hacer y elegir obispos; ¡Cuánta fe, cuánta virtud y cuánta resolución mostró en el valor con que se sentó en la cátedra episcopal a tiempo que un tirano, enemigo de los obispos de Dios, sufriría de mejor gana un competidor al trono que un obispo de Roma!. A vista de esto, ¿no nos vemos todos obligados a celebrar igualmente su magnánima resolución que su heróica fe? ¿no debemos contar en el número de los Confesores y de los Mártires al que estuvo sentado tanto tiempo esperando cada día a sus verdugos, y a que viniesen los ministros del tirano a vengar en él con la espada, con las cruces, con el fuego, o con algún otro extraordinario género de suplicio el generoso desprecio que hacía de sus detestables edictos, de sus amenazas y de sus tormentos?. Así pues, aunque la bondad y el poder de Dios protegió al Obispo que el mismo Señor había elegido, bien se puede decir que Cornelio padeció por su celo y por su tesón todo lo que podía padecer, y que venció al tirano con sus virtudes episcopales antes que fuese vencido de él por la fuerza de sus armas".

   Por estas sus grandes virtudes, por el singular mérito, por su eminente sabiduría, de que en muchas ocasiones había dado ilustres pruebas contra los herejes, y por su piedad sobresaliente era ya llamado desde mucho tiempo antes el Santo Presbítero, no menos que por aquella modestia y aquella humildad, único estorbo que fue preciso vencer para que consintiese en su consagración, y en fin, por aquella dulzura y por aquella caridad que le mereció el renombre de padre de los pobres.

   Luego que se vió sublimado a la silla de San Pedro, dio más gloriosas pruebas de su virtud, de su celo y de la intrepidez de su fe. Novato, presbítero africano, insigne facineroso y hombre verdaderamente malvado, que por evitar su condenación en Cártago había venido a refugiarse y a esconderse en Roma, temiendo todo cuanto había que temer así de la firmeza y de la santidad del nuevo Papa, como de su estrecha unión y buena inteligencia con San Cipriano, puso en movimiento todos sus artificios para huir el cuerpo a las censuras y viendo que no le salían como deseaba, maquinó formar un cisma; estrechó amistad con Novaciano, presbítero de la Iglesia de Roma, hombre tan perdido como él, y determinó elevarse al Pontificado en lugar de San Cornelio.

   Comenzó publicando atroces calumnias contra el Papa, y habiendo engañado a tres obispos extranjeros, después de haberles dado un gran convite, los obligó a que consagrasen a Novaciano como obispo de Roma, y este fue el primer cisma de la Iglesia romana. No podía darse consagración más irregular, ni por la forma ni por el sujeto. Los dos cismáticos añadieron a la división del cisma el error de la herejía, defendiendo que no se debía recibir a penitencia al que después de Bautismo cayese en alguna culpa grave. A estos errores sus discípulos agregaron otros, que desde luego se comenzaron a llamar los Novacianos, sosteniendo que los pecadores debían ser rebautizados, y condenando las segundas nupcias.

   Celebró San Cornelio un Concilio en Roma el año 251, en el cual fueron condenados los Novacianos, y proscritos sus errores.

   Habiéndose mitigado la persecución un poco, hacia el fin del Imperio de Decio. Se volvió a encender en tiempo de Galo, su sucesor. Fue arrestado San Cornelio en primer lugar, y confesó su fe en Jesús en medio de los tormentos con tanto valor que espantó a los jueces y cansó a los verdugos. Los ministros del Emperador le condenaron a muerte, y el día 14 de septiembre del año 253, coronó su vida con un glorioso martirio. Muchos creen que le padeció en Civitavecchia, donde al principio había sido desterrado; pero San Jerónimo asegura que lo padeció en Roma.


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(Samuel Miranda)