SAN DAMASO I
366-384 d.C.
San Dámaso era español de
nacimiento; nació en el año 304. Habiéndose establecido
en Roma su padre, llamado Antonio, llevó consigo su familia, que
consistía en dos hijos pequeños; Dámaso el uno, la
otra Irene, más pequeña. Habiendo su padre enviudado, se
hizo clérigo, se ordenó de lector, fue hecho diácono,
y finalmente presbítero de la Iglesia romana, agregado a una de las
parroquias de la ciudad, que tenía el título de San Lorenzo.
Gustaba Dámaso del estudio. Fue admitido en el
clero, servía en la misma Iglesia de su padre. Era diácono
de la Iglesia Romana, cuando el Papa Liberio fue arrojado de su silla por
el emperador Constancio por la defensa de la fe y de la inocencia de San
Atanasio el año 355. Por poderosos que fueran los arrianos, y por
más arriesgado que fuese el declararse por el Papa, el día
mismo que le cogieron para llevarle al lugar de su destierro Dámaso
se obligó con juramento solemne ante el pueblo, con todo lo restante
del clero, a no recibir jamás otro Papa mientras viviese Liberio.
Tuvo valor también para acompañarle en su destierro, y permanceió
algún tiempo con él en Berea de Tracia, donde le sirvió
de mucho consuelo. Habiendo vuelto a Roma, tuvo mucho que sufrir de los
arrianos, que tenían un partido muy pujante; y a pesar de sus amenazas
y de sus solicitaciones, permaneció siempre fielmente unido a la
comunión de Liberio. Habiendo vuelto este Papa del lugar de su destierro,
se sirvió de los consejos y de la habilidad de nuestro santo en todos
los negocios espinosos de la Iglesia.
Habiendo muerto el Papa Liberio el año 366, no
se encontró sujeto más digno que Dámaso para ocupar
la Santa Sede. Fue elegido por la mayor y más sana parte del clero
romano a los 62 años de su edad, y sin embargo de su resistencia,
fue consagrado solemnemente en la Basílica de Lucina. Algunos del
pueblo y del clero, cuyas costumbres estaban tan corrompidas como su espíritu,
no se acomodaron a esta elección. Uno de los principales diáconos
de la Iglesia romana, llamado Ursicino, lleno de una ambición desmedida,
no pudiendo sufrir que se le hubiese preferido a Dámaso, agavilló
una tropa de sediciosos y de gentes despreciables en una Iglesia de Roma,
y habiendo sobornado a Pablo, obispo de Tivoli, hombre grosero e ignorante,
le obligó a que le ordenara obispo de Roma.
Por más irregular e indigna que fuese esta acción,
no dejó el antipapa de formarse un poderoso partido, el que en
poco tiempo vino a parar en una sedición y tumulto, en que hubo
137 personas muertas, sin que el Papa tuviese en ello la menor parte,
ofreciéndose de todo corazón a renunciar al pontificado,
si era necesario para aplacar estas turbaciones. Pero Juvenco, prefecto
de Roma, envió desterrado a Ursicino y a los diáconos Amancio
y Lupo, sus principales favorecedores; con lo que San Dámaso quedó
tranquilo en su silla. Más no duró mucho la calma. Los del
partido del antipapa no cesaban de importunar a el emperador Valentiniano,
para que mandara que se levantase el destierro a aquel cismático.
El emperador, demasiado fácil, consintió en ello; pero no
bien había llegado a Roma Ursicino, cuando comenzó a alborotar
más que antes; lo que obligó al emperador a desterrarle dos
meses después a las Galias con todos sus adherentes; y con su destierro
quedaron en paz la Iglesia y el Estado.
Aunque la serveridad de la disciplina eclesiástica
que el Papa hacía guardar en la Iglesia hubiese dado ocasión
al cisma, el Papa no aflojó en nada de su justa rigidez, especialmente
tocante a la prohibición que se había intimado a todos los
eclesiásticos y religiosos de meterse en las casas de las viudas
y en las de las dondellas huérfanas, y de recibir algún don
de las mujeres que dirigían. El emperador había autorizado
esta prohibición con un edicto, y el Papa tenía un gran cuidado
de hacerle observar sin dispensa.
En el año 370, juntó Dámaso en Roma
un Concilio de muchos obispos, para ver cómo se había de socorrer
a los que habían caído en el arrianismo tanto en oriente
como en occidente. Ursacio de Singuidon, y Valente de Mursa, dos obispos
de llírico, herejes declarados, fueron condenados en el Concilio.
El Papa dio noticia de esta determinación a San Atanasio, que era
el azote de los arrianos y el blanco de su odio y de sus inquietudes. El
Santo Patriarca juntó un Concilio de 90 obispos en Alejandría,
y en nombre de todos dio gracias al Papa por su celo y solicitud pastoral;
añadiéndole que esperaban trataría a Aujencio, obispo
arriano, e intruso en la silla de Milán, como había tratado
a Valente y a Ursacio. No se engañó en su esperanza, porque
habiendo juntado San Dámaso en Roma un segundo Concilio de 93 obispos
de diferentes países el año 373, Aujencio y todos sus adherentes
fueron condenados y excomulgados: se confirmó en él la de
Nicea, y todo lo que se había hecho en perjuicio de ella en la asamblea
de Rimini se declaró por nulo.
Habiendo muerto el gran Atanasio el año 373, Pedro
su sucesor, echado de su silla por los arrianos, vino a refugiarse a Roma,
donde permaneció casi cinco años cerca del Papa. Habiendo
muerto, en este tiempo el emperador Valentiniano I, los del partido del
antipapa Ursicino renovaron sus turbaciones en Roma. Los luciferianos, otros
cismáticos desterrados de Roma por un rescripto del difunto emperador,
no dejaban de inquietar y de ejercitar el celo de nuestro Santo. Los Donatistas
tenían su partido en Roma.
En ese tiempo fue cuando San Optato, obispo de Milevi,
publicó su grande obra contra todos estos cismáticos; en la
cual, queriendo demostrar la unidad de la Iglesia por la sucesión
continuada de los obispos de Roma, la que es el centro de esta unidad, hace
un catálogo de los Papas, empezando por San Pedro y terminándole
en San Dámaso: "El cual es hoy nuestro hermano, dice, con quien todo
el mundo mantiene comunión, así como nosotros por el comercio
de las epístolas o cartas formadas".
El año 377 tuvo el Papa Dámaso un concilio
en Roma, en que condenó al heresiarca Apolinario y a su discípulo
Timoteo, que portaba como obispo de Alejandría, deponiéndole
a entrambos. Hasta entonces se había gloriado de tener comunión
con el Papa San Dámaso este heresiarca, pero el Papa declaró
públicamente que los había separado a todos de su comunión,
y por consiguiente de la comunión con la Santa Sede.
San Jerónimo se alegró tanto de esta resolución
que le escribió al Papa en estos términos: "Como yo hago
profesión, Santísimo Padre, de no seguir a otro capitán
que a Jesucristo, estoy inviolablemente unido a la comunión de Vuestra
Santidad, que es decir, de la Cátedra de San Pedro. Sé que
la Iglesia ha sido edificada sobre esta piedra; cualquiera que come el cordero
fuera de esta casa, es profano; el que no está dentro del arca de
Noé, perecerá en el diluvio. No pudiendo consultaros a toda
hora, me arrimo a vuestros hermanos como una pequeña barca a los
grandes herejes. No conozco a Vital; desecho a Melecio; no quiero saber quién
es Paulino; cualquiera que no congrega con Vos, esparce y disipa; quiero
decir, al que no está por Jesucristo le pongo en el partido del anticristo.
Os conjuro que me autoricéis con vuestras cartas si debo o no decir
una o tres Hipostases; por sustancia o naturaleza. Os suplico igualmente
que señaléis con quiénes debo comunicar en Antioquía".
El antipapa Ursicino ganó a un judío llamado
Isaac, quien tuvo el atrevimiento de calumniar al Papa ante el emperador;
pero habiéndose decubierto la calumnia, el judío fue severamente
castigado, y desterrado a un paraje en España. Queriendo el emperador
Teodosio que reinara en todo el Imperio la conformidad de la fe que enseñaba
el Papa Dámaso. El Papa tuvo un Concilio en Aquileya el año
381, en que condenó a Paladio y a Secundiano, obispos de llírico.
El Papa se aplicó con el mismo celo a reformar
las costumbres. Habiendo ido a Roma el heresiarca Prisciliano con sus
principales discípulos para justificarse ante él, lejos
de oír sus disculpas, no quiso ni verlos. Con el mismo vigor se
opuso en el Senado al restablecimiento del altar de la Victoria, encargándose
él mismo de la representación de los senadores cristianos
contra los senadores paganos, la que envió a San Asambrosio, y tuvo
todo el efecto que se había deseado.
San Jerónimo le había consultado al Papa
sobre varias cuestiones de la Escritura, y le había ya empeñado
a corregir la versión latina antigua del Nuevo Testamento, para
hacerla conforme al griego, con cuyo motivo hizo una nueva versión
latina de todo el Antiguo sobre el hebreo; y esta es la versión que
la Iglesia latina adoptó después para el uso público,
y que se llama Vulgata.
Dámaso arregló la salmodia, e hizo que en
occidente se cantaran los Salmos del rey David según la corrección
de los setenta, que San Jerónimo había hecho por su orden.
Edificó dos iglesias en Roma, adornó el sitio donde habían
reposado largo tiempo los cuerpos de los bienaventurados apóstoles
San Pedro y San Pablo, cuyo sitio se llama Platonia. Hizo construir un
magnífico baptisterio, y expuso muchos cuerpos de Santos a la veneración
pública.
Después de haber vivido 80 años, y gobernado
la Iglesia 18 años, murió con la muerte de los Santos el día
11 de diciembre del año 384. Su muerte fue seguida de un gran número
de milagros que hicieron ver bastantemente cuán preciosa había
sido delante de Dios. Fue enterrado en una de las iglesias que había
hecho edificar en las catacumbas en el camino de Ardea. San Jerónimo
hace de él un magnífico elogio, le llama amante de la castidad,
doctor vírgen de la Iglesia vírgen, hombre excelente y hábil
en las Santa Escrituras; y Teodoreto nos lo representa como un Pontífice
de una eminente santidad, y uno de los más grandes y más
santos Papas de la Iglesia.