San Efrén alcanzó
gran fama como maestro, orador, poeta, comentarista y defensor de la fe. Es
el único de los Padres sirios a quien se honra como Doctor de la Iglesia
Universal, desde 1920. En Siria, tanto los católicos como los separados
de la Iglesia lo llaman "Arpa del Espíritu Santo" y todos han enriquecido
sus liturgias respectivas con sus homilías y sus himnos. A pesar de
que no era un hombre de mucho estudio formal, estaba empapado en las Sagradas
Escrituras y tenía gran conocimiento de los misterios de la fe.
San Basilio le describe como "un interlocutor que conoce todo
lo que es verdad" ; San Jerónimo, al recopilar los nombres de los grandes
escritores cristianos, le menciona con estos términos: "Efrén,
diácono de la iglesia de Edessa, escribió muchas obras en sirio
y llegó a tener tanta fama, que en algunas iglesias se leen en público
sus escritos, después de las Sagradas Escrituras. Yo leí en
la lengua griega un libro suyo sobre el Espíritu Santo; a pesar de
que sólo era una traducción, reconocí en la obra el genio
sublime del hombre". (Edessa, hoy llamada Urfa o Sanliurfa, está en
Turquía)
San Efrén narra que en un sueño vio que de su
lengua nacía una mata de uvas, la cual se extendía por muchas
regiones, llevando a todas sus racimos. Este sueño llegó a ser
profético por la gran propagación de sus obras.
A San Efrén debemos, en gran parte, la introducción
de los cánticos sagrados en los oficios y servicios públicos
de la Iglesia, como una importante característica del culto y un medio
de instrucción.
Efrén nació alrededor del año 306, en
la población de Nísibis (hoy llamada Nusaybin, en Turquía),
región dominada por Roma. No se sabe por cierto si sus padres eran
Cristianos. El reconoce que de joven no le daba mucha importancia a la religión
hasta que llegaron las pruebas. A la edad de dieciocho años recibió
el bautismo y, permaneció junto al famoso obispo de Nisibis, San Jacobo,
con quien, se afirma, asistió al Concilio de Nicea, en 325. Tras la
muerte de San Jacobo, Efrén mantuvo estrechas relaciones con los tres
jerarcas que le sucedieron.
Efrén se hallaba en Nisibis las tres veces en que los
persas pusieron sitio a la ciudad, puesto que en algunos de los himnos que
escribió, hay descripciones sobre los peligros de la población,
las defensas de la ciudad y la derrota final del enemigo en el año
350. Si bien los persas no pudieron tomar a Nisibis por los ataques directos,
consiguieron entrar sin lucha a la ciudad trece años después,
cuando Nisibis se les entregó como parte del precio de la paz que pagó
el emperador Joviano, después de la derrota y la muerte de Juliano.
La entrada de los persas hizo huir a los cristianos, y Efrén se refugió
en una caverna abierta entre las rocas de un alto acantilado que dominaba
la ciudad de Edessa. Ahí vivió con absoluta austeridad, sin
más alimento que un poco de pan de centeno y algunas legumbres; y
fue en aquella soledad inviolable donde escribió la mayor parte de
sus obras espirituales. Era un asceta y se le notaba en su apariencia. Según
dicen las crónicas era de corta estatura, medio calvo y lampiño,
tenía la piel apergaminada, dura, seca y morena como el barro cocido;
vestía con andrajos remendados, y todos los parches habían
llegado a ser del mismo color de tierra; lloraba mucho y jamás reía.
Si bien la solitaria cueva era su morada y su centro de operaciones,
no vivía recluido en ella y con frecuencia bajaba a la ciudad para
ocuparse de todos los asuntos que afectaban a la Iglesia. A Edessa la llamaba
"la ciudad bendita" y en ella ejerció gran influencia. Predicaba a
menudo y, al referirse al tema de la segunda venida de Cristo y el juicio
final, usaba una elocuencia tan vigorosa, que los gemidos y lamentos de su
auditorio ahogaban sus palabras.
Algunos biógrafos nos dan una idea muy poco inspiradora
de San Efrén, como si rechazara la alegría y a la amabilidad.
El obispo lo nombró director de la escuela de canto religioso de su
ciudad, y allí formó muchos maestros de canto para que fueran
a darle solemnidad a las fiestas religiosas de diversas parroquias. Allí
estuvo por 13 años (del 350 al 363).
No hay en sus obras el influjo de las controversias trinitarias
de la época. Esto posiblemente se debe a que no conocía el griego.
Mas bien se dedicó a defender la doctrina antigua por medio de la
poesía. Bardesanes y otros utilizaban las canciones y la música
populares para propagar falsas doctrinas. Efrén comprendió la
importancia de estos medios y valoró mucho los cánticos sagrados
como un complemento del culto público. Se propuso imitar las tácticas
del enemigo y, sin duda, gracias a su prestigio personal, pero sobre todo
el mérito grande de sus propias composiciones, las que hizo cantar
en las iglesias por un coro de voces femeninas, consiguió suplantar
los himnos gnósticos por sus propios himnos.
No llegó a ser diácono sino a edad avanzada. Su humildad
le obligaba a rehusar la ordenación y, el hecho de que a veces se le
designe como a San Efrén el Diácono, apoya la afirmación
de algunos de sus biógrafos en el sentido de que nunca obtuvo una dignidad
eclesiástica más alta. Por otra parte, en sus escritos hay
pasajes que parecen indicar que era sacerdote.
Alrededor del año 370, emprendió un viaje desde
Edessa a Cesarea, en la Capadocia, con el propósito de visitar a San
Basilio, de quien tanto y tan bien había oído hablar. San Efrén
menciona aquella entrevista, lo mismo que San Gregorio de Nissa, el hermano
de San Basilio, quien escribió un encomio del venerable sirio. Una
de las crónicas declara que San Efrén extendió su viaje
y que visitó Egipto, donde permaneció varios años, pero
semejante declaración no está apoyada por alguna autoridad y
no concuerda con los datos cronológicos de su vida, ampliamente reconocidos.
La última vez que tomó parte en los asuntos públicos
fue en el invierno, entre los años 372 y 373, poco antes de su muerte.
Había hambre en toda la comarca y San Efrén se hallaba profundamente
apenado por los sufrimientos de los pobres. Los ricos de la ciudad se negaban
a abrir sus graneros y sus bolsas, porque consideraban que no se podía
confiar en nadie para hacer una justa distribución de los alimentos
y las limosnas; entonces, el santo ofreció sus servicios y fueron aceptados.
Para satisfacción de todos, administró considerables cantidades
de dinero y de abastecimientos que le fueron confiadas, además de
organizar un eficaz servicio de socorro que incluía la provisión
de 300 camillas para transportar a los enfermos. Supo escuchar así
la voz del Señor: "Estuve enfermo y me fuiste a visitar: tuve hambre
y me diste de comer. Ven al banquete preparado desde el comienzo de los siglos".
(Mt. 25, 40). Terminada su misión en Edessa, regresó a su cueva
y sólo vivió treinta días más. Las "Crónicas"
de Edessa y las máximas autoridades en la materia, señalan el
año de 373 como el de su muerte, pero algunos autores afirman que vivió
hasta el 378 o el 379.
Entre las obras suyas que han llegado hasta nosotros, algunas
están escritas en el sirio original y otras son traducciones al griego,
al latín y al armenio. Se las puede agrupar como obras de exégesis,
de polémica, de doctrina y de poesía, pero todas, a excepción
de los comentarios, están en verso. Sozomeno afirma que San Efrén
escribió treinta millares de lineas. Sus poemas más interesantes
son los "Himnos Nisibianos" (carmina Nisibena), de los que se conservan setenta
y dos de un total de setenta y siete, así como los cánticos
para las estaciones, que todavía se entonan en las iglesias sirias.
Sus comentarios comprenden todo el Antiguo Testamento y muchas partes del
Nuevo. Sobre los Evangelios no utilizó más que la única
versión que circulaba por entonces en Siria, la llamada Diatessaron,
la que, en la actualidad no existe más que en su traducción
al armenio.
A pesar de que es poquísimo lo que sabemos sobre la
vida de San Efrén, no poco es lo que nos ayudan sus escritos a formarnos
una idea sobre el hombre que fue. Lo que más impresiona al lector es
el espíritu realista y cordialmente humano con que discurre sobre los
grandes misterios de la Redención. Se diría que se anticipa
a esa actitud de emocionada devoción ante los sufrimientos físicos
del Salvador, que no llegó a manifestarse en el occidente antes de
la época de San Francisco de Asís.
Muestra de las obras de San Efrén:
Títulos de la Vírgen Santísima Fue un gran amante de
la Virgen María y en sus escritos vemos la profunda veneración
que ya se le tenía en el siglo IV. San Efrén compuso, ya en
el año 333, una lista en verso de los más bellos títulos
que los cristianos otorgaban a la Stma. Virgen:
"Señora Nuestra Santísima, Madre de Dios, llena
de gracia: Tú eres la gloria de nuestra naturaleza humana, por donde
nos llegan los regalos de Dios. Eres el ser más poderoso que existe,
después de la Santísima Trinidad; la Mediadora de todos nosotros
ante el mediador que es Cristo; Tú eres el puente misterioso que une
la tierra con el cielo, eres la llave que nos abre las puertas del Paraíso;
nuestra Abogada, nuestra Intercesora. Tú eres la Madre de Aquel que
es el ser más misericordioso y más bueno. Haz que nuestra alma
llegue a ser digna de estar un día a la derecha de tu Único
Hijo, Jesucristo. Amén!!"
Sobre el aposento donde tuvo lugar la Ultima Cena.
¡Oh tú, lugar bendito, estrecho aposento en el
que cupo el mundo! Lo que tú contuviste, no obstante estar cercado
por límites estrechos, llegó a colmar el universo. ¡Bendito
sea el mísero lugar en que con mano santa el pan fue roto! ¡Dentro
de ti, las uvas que maduraron en la viña de María, fueron exprimidas
en el cáliz de la salvación! ¡Oh, lugar santo! Ningún
hombre ha visto ni verá jamás las cosas que tú viste.
En ti, el Señor se hizo verdadero altar, sacerdote, pan y cáliz
de salvación. Sólo El bastaba para todo y, sin embargo, nadie
era bastante para El. El Altar y cordero fue, víctima y sacrificador,
sacerdote y alimento...
Descripción de Jesucristo siendo azotado.
Tras el vehemente vocerío contra
Pilatos, el Todopoderoso fue azotado como el más vil de los criminales.
¡Qué gran conmoción y cuanto horror hubo a la vista del
tormento! Los cielos y la tierra enmudecieron de asombro al contemplar Su
cuerpo surcado por el látigo de fuego, ¡El mismo desgarrado por
los azotes! Al contemplarlo a El, que había tendido sobre la tierra
el velo de los cielos, que había afirmado el fundamento de los montes,
que había levantado a la tierra fuera de las aguas, que lanzaba desde
las nubes el rayo cegador y fulminante, al contemplarlo ahora golpeado por
infames verdugos, con las manos atadas a un pilar de piedra que Su palabra
había creado. ¡Y ellos, todavía, desgarraban sus miembros
y le ultrajaban con burlas! ¡Un hombre, al que El había formado,
levantaba el látigo! ¡El, que sustenta a todas las criaturas
con su poder, sometió su espalda a los azotes; El, que es el brazo
derecho del Padre, consintió en extender sus brazos en torno al pilar.
El pilar de ignominia fue abrazado por El, que sostiene los cielos y la tierra
con todo su esplendor. Los perros salvajes ladraron al Señor que con
su trueno sacude las montañas y mostraron los agudos dientes al Hijo
de la Gloria.
El "Testamento de San Efrén"
Este documento nos revela el carácter del santo escritor.
A pesar de que, posiblemente, haya sufrido alteraciones y agregados en fechas
posteriores, no hay duda de que en gran parte, como afirma Rubens Duval, considerado
como una autoridad en la materia, es auténtico, sobre todo los pasajes
que reproducimos aquí. San Efrén hace un llamado a sus amigos
y discípulos, en tono emocionado y de profunda humildad:
No me embalsaméis con aromáticas especies, porque
no son honras para mí. Tampoco uséis incienso ni perfumes; el
honor no me corresponde a mí. Quemad el incienso ante el altar santo:
A mí, dadme sólo el murmullo de las preces. Dad vuestro incienso
a Dios, y a mí cantadme himnos. En vez de perfumes y de especias, dadme
un recuerdo en vuestras oraciones . . . Mi fin ha sido decretado y no puedo
quedarme. Dadme provisiones para mi larga jornada: vuestras plegarias, vuestros
salmos y sacrificios. Contad hasta completar los treinta días y entonces,
hermanos haced recuerdo de mí, ya que, en verdad, no hay más
auxilio para el muerto sino el de los sacrificios que le ofrecen los vivos.
Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia.