SAN FÉLIX DE NICOSIA
1787 d.C.
31 de mayo
Nació en Nicosia (Sicilia,
Italia) el 5 de noviembre de 1715, en una familia pobre, pero muy religiosa.
Fue bautizado ese mismo día con los nombres de Filippo Giacomo. Su
padre, zapatero, murió un mes antes de que él naciera.
Como la mayor parte de los niños pobres sicilianos de
ese tiempo, no fue a la escuela. Ejerció también él desde
niño el oficio de zapatero.
La cercanía de un convento de padres capuchinos le permitió
visitar con frecuencia a la comunidad y conocer a los religiosos. Se sintió
cada vez más atraído por su vida: alegría, austeridad,
pobreza, penitencia, oración, caridad y espíritu misionero.
A los veinte años pidió al superior del convento de
Nicosia que intercediera ante el padre provincial para que fuera aceptado
en la Orden como lego, pues, al ser analfabeto, no podía ser admitido
como clérigo, y sobre todo porque ese estado correspondía más
a su índole sencilla y humilde. No fue aceptado ni entonces ni a lo
largo de ocho años, a pesar de sus repetidas solicitudes. Pero no perdió
la esperanza.
En 1743, cuando supo que el padre provincial de Messina se
encontraba de visita en Nicosia, pidió hablar personalmente con él
para exponerle su deseo. Al fin, el provincial lo admitió en la Orden.
El 10 de octubre de 1743, en el convento de Mistretta, comenzó
su noviciado, tomando el nombre de Félix. Fue para él un año
de ejercicio de las virtudes particularmente intenso. Destacó por su
obediencia, por su sencillez, por su amor a la mortificación y por
su paciencia. Hizo su profesión el 10 de octubre de 1774 y lo mandaron
al convento de Nicosia.
Ejerció el oficio de limosnero. Cada día recorría
las calles del pueblo llamando a las puertas de los ricos, invitándolos
a compartir sus bienes, y a las de los pobres, para ofrecerles ayuda en sus
necesidades. Siempre daba las gracias, tanto cuando le hacían donativos
como cuando lo rechazaban de mala manera, diciendo: "Sea por amor de Dios".
Aunque era analfabeto, conocía bien la sagrada Escritura
y la doctrina cristiana, pues se esforzaba por retener en la memoria los pasajes
bíblicos y los textos de libros edificantes que se leían en
el convento durante la comida; también retenía lo que escuchaba
durante las predicaciones en las iglesias de Nicosia.
Fue muy devoto de Jesús crucificado. Los viernes contemplaba
la pasión y muerte de Jesucristo; todos los viernes de marzo ayunaba
a pan y agua, y pasaba mucho tiempo en el coro con los brazos en cruz, meditando
ante el crucifijo.
Tenía particular devoción a la Eucaristía.
Pasaba horas ante el sagrario, incluso después de llegar muy cansado
de los trabajos del día. Veneraba con ternura a la Madre de Dios.
Aunque se encontrara débil o enfermo a causa de las
duras penitencias y mortificaciones, siempre estaba dispuesto a cualquier
forma de servicio, sobre todo en la enfermería del convento.
Mientras trabajaba en el huerto, le sobrevino una fiebre violenta.
Su superior, por obediencia, lo mandó a la cama. Al médico que
le recetó medicinas le dijo que eran inútiles, pues se trataba
de su última enfermedad. Y así fue. Murió el 31 de mayo
1787. Fue beatificado por el Papa León XIII el 12 de febrero de 1888.