SAN GREGORIO III
731-741 d.C.



   Fue sirio de nación, criado por Juan, su padre, en la fe, y educado en Roma en toda clase de literatura, era hábil en laslenguas orientales y en la latina, versado en las Sagradas Escrituras. Promovido Gregorio a los órdenes sagrados, era el ornamento de todo el clero de Roma. Vacó la silla apostólica por muerte de Gregorio II, que sucedió en el mes de enero del año 731, por aclamación común de todo el clero y pueblo de Roma se hizo la elección en él, el 22 de febrero del mismo año, día de la cátedra de San Pedro.

   Las primeras atenciones del Papa se dirigieron a conservar la pureza de la fe católica, a socorrer las necesidades de la Iglesia, a la reforma del clero, a desterrar los abusos, y a hacer que floreciese la justificación de las costumbres de su pueblo, se empeñó en la instrucción de los fieles, mostró amor a la pobreza, amaba también a los cautivos y prisioneros, satisfaciendo el rescate de aquellos y las deudas de estos con una caridad inmensa, mirando siempre con una compasión tierna a las viudas, a los pupilos y a los huérfanos.

   Lo que lo hizo famoso en todo el orbe cristiano, fue el valeroso tesón con que empeñó toda su autoridad y toda su reputación para tranquilizar las inquietudes que perturbaban la paz de la Iglesia, se aplicó a sofocar todas las perniciosas novedades que se susciaron en el Oriente.

   León el isáurico ocupó el trono de Oriente por los años 717, y sostenía el error de los herejes iconoclatas que negaban el culto a las imágenes, destruyendo a fuego muchas pinturas y libros de la antiguedad. Gregorio supo de esta barbaridad, trató de remediar el daño, y le escribió la siguiente carta: "¿Quién os obliga serenísimo Emperador, a volver atrás después de haber marchado con tan justos pasos en los primeros años de vuestro reinado? Decís ahora que es una idolatría honrar a las imágenes: habéis mandado arruinar su culto sin temor del juicio de Dios, que castigará algún día a los autores de tal escándalo".

   En relación a Constantinopla siguió las huellas de su predecesor: convocó en S. Pedro un concilio en el que se condenó la iconoclastia. Envió también dos cartas al emperador León III Isáurico con las que notificaba la condena, e ilustraba sus ideas acerca de las relaciones entre Iglesia e Imperio, que debían ser de recíproca autonomía, así como había formulado el Papa Gregorio II.

Es más, el papa gozaba de una posición de supremacía respecto al emperador. Tuvo que luchar contra los Lombardos por cuestiones de territorio. Liutprando se sintió defraudado por la política de expansión de Gregorio, por lo cual, olvidándose del acto de sumisión y de las promesas hechas en el pasado, empezó a invadir y a arremeter contra los territorios del Ducado.

El papa acudió entonces a Carlos Martel, rey de los Francos. Este, que tenía vínculos familiares con los Lombardos y por otras razones políticas, no recogió la invitación del papa a actuar contra ellos, limitándose a conceder su apoyo en otros campos, sobre todo en el religioso.

Efectivamente dio un salvoconducto y amplias facilitaciones al monje Bonifacio, que se había entregado a la obra de evangelización de los germanos.

A Gregorio hay que reconocerle de todas maneras el mérito y la intuición de haber detectado a un pueblo, los Francos, que poco tiempo más tarde habría enlazado su destino y su historia con las de la Iglesia.

A él se debe la institución de una especie de fondo de la caridad: solicitó a los cristianos de casi todas las naciones europeas a enviar ofrendas a Roma para las obras de caridad y de beneficencia. Era una suerte de impuesto, sin duda libre, pero que obligaba moralmente.

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(Samuel Miranda)