SAN GREGORIO NACIANCENO
390 d.C.
2 de enero
San Gregorio Nacianceno o Nazianzo,
arzobispo de Constantinopla y doctor de la Iglesia, llamado "el Teólogo"
por los orientales, murió en torno al año 390. Se retiró
a la vida monástica y murió el año 374 en Arianzo, hoy
Némisi, Turquía. Fue sepultado en su pueblo natal, en las cercanías
de Nacianzo (Capadocia, en la actualidad Turquía), donde se había
retirado para dedicarse a la vida contemplativa. Posteriormente, sus restos
mortales fueron llevados y venerados en Constantinopla. El traslado de las
reliquias a Roma está íntimamente vinculado a la historia del
monasterio de las benedictinas de Santa María en el campo de Marte
y del anexo oratorio de San Gregorio "de Nacianzo".
Según la tradición, las veneradas reliquias fueron
traídas a Roma por algunas monjas bizantinas de Santa Anastasia en
Constantinopla, para evitar las persecuciones iconoclastas de los emperadores
León III y Constantino V en el siglo VIII. Desde la iglesia de Santa
María en el campo de Marte las reliquias fueron trasladadas, muy probablemente
en la época del Papa León III (795-816), al cercano oratorio,
que por ello fue denominado "San Gregorio". En un documento de junio del año
986 se halla el nombre de la abadesa Ana del monasterio de Santa María
y de San Gregorio Nacianceno, "qui ponitur in Campo Martio". Durante todo
el Medievo, las reliquias del santo Doctor se veneraron en este monasterio.
El Papa Gregorio XIII (1572-1585), cuando en la nueva basílica
vaticana se completó la primera capilla y se abrió al público,
la inauguró el 12 de febrero de 1578, primer domingo de Cuaresma, colocando
en ella la imagen de la "Virgen del Perpetuo Socorro", ya venerada en la
antigua basílica. El mismo Papa, deseando enriquecer el mayor templo
de la cristiandad con reliquias de santos insignes de la Iglesia, pidió
a las monjas de Santa María en el campo de Marte poder transportar
los valiosos restos de san Gregorio Nacianceno, hacia el que sentía
una profunda devoción y admiración, a la basílica vaticana
que se estaba erigiendo. Para favorecer la cesión por parte de las
monjas, el Papa les dejó una reliquia perteneciente al brazo del santo.