SAN GUILLERMO DE BOURGES
Siglo XIII d.C.
10 de enero
Guillermo de Donjeon, que
pertenecía a una ilustre familia de Nevers, nació en Nevers,
Francia. Fue educado por su tío Pedro, archidiácono de Soissons.
Muy joven fue hecho canónigo, primero dé Soissons y luego de
París. Pero pronto decidió abandonar totalmente el mundo, y
se retiró a la soledad en la abadía de Grandmont. Allí
vivió con gran regularidad la vida de esa austera orden, hasta que
una disputa entre los monjes de coro y los otros turbó la paz.
Guillermo pasó entonces a la orden cisterciense, que
se distinguía por su fama de santidad. Tomó el hábito
en la abadía de Pontigny. Poco después fue elegido abad, primero
de Fontaine-Jean, en la diócesis de Sens, y después, del monasterio
de Chalis, mucho más importante, que había sido construido
por Luis el Gordo, en 1136. San Guillermo se consideró siempre como
el último de los monjes. La mansedumbre de su palabra daba testimonio
del gozo y la paz de su alma. La virtud era atractiva en él, a pesar
de sus crueles austeridades.
A la muerte de Enrique de Sully, arzobispo de Bourges, el clero
de la ciudad pidió a Eudo, obispo de París, que le ayudase
a elegir un pastor. Como todos querían a un abad del Cister, depositaron
sobre el altar el nombre de tres abades. Esta elección por sorteo
hubiera sido una superstición, si los electores hubieran esperado
un milagro. En realidad era muy razonable, ya que todas las personas propuestas
para el cargo parecían igualmente dotadas, y se encomendaba la elección
a Dios, poniendo toda la confianza en su Providencia ordinaria. Después
de haber orado, Eudo leyó el nombre de Guillermo, a quien, por otra
parte, habían favorecido casi todos los votos de los presentes. Era
el 23 de noviembre del año 1200. La noticia abrumó a Guillermo,
quien jamás hubiera aceptado el cargo, si el papa Inocencio III y
el abad de Citeaux, no se lo hubieran mandado. Guillermo abandonó
la soledad con lágrimas en los ojos, y fue consagrado obispo poco
después.
El primer cuidado de san Guillermo fue elevar su vida interior
y exterior a la altura de su dignidad, pues estaba persuadido de que el primer
deber de un hombre es honrar a Dios en su corazón. Redobló,
pues sus penitencias, diciendo que su cargo le obligaba a sacrificarse por
los otros tanto o más, que por sí mismo. Bajo el hábito
religioso llevaba una áspera camisa, y ni en el invierno, ni en el
verano, cambiaba de manera de vestir. Jamás comía carne, aunque
sus huéspedes encontraban buena mesa en su casa. No menos digna de
encomio era su solicitud por su rebaño. Se preocupaba especialmente
por los pobres, a quienes prestaba socorro espiritual y material, pues decía
que Dios le había enviado sobre todo para ellos. Era muy indulgente
con los pecadores arrepentidos; en cambio se mostraba inflexible con los
impenitentes, aunque nunca invocó contra ellos el poder civil, como
se acostumbraba entonces. Tal actitud le ganó más de una conversión.
Algunos nobles, abusando de su bondad, usurparon los derechos
de su iglesia; pero Guillermo no se amilanó ante la amenaza de confiscación
de bienes y llevó el caso ante el rey. Su humildad y paciencia triunfaron
en varias ocasiones de la oposición de su capítulo y su clero.
Guillermo convirtió a muchos albigenses, y su última enfermedad
le sorprendió cuando estaba preparando una misión para esos
herejes. A pesar de su padecimiento, decidió predicar un sermón
de despedida. Esto hizo que la fiebre aumentara y que Guillermo tuviese que
posponer su viaje. La noche siguiente, previendo que se acercaba el fin,
Guillermo insistió en adelantar el canto de los nocturnos, que tiene
lugar a medianoche; pero, habiendo trazado sobre sus labios la señal
de la cruz, sólo pudo pronunciar las dos primeras palabras. Entonces
dio la señal a los presentes de que le colocaran sobre un lecho de
ceniza, y murió al amancer del 10 de enero de 1209. Su cuerpo fue
sepultado en la catedral de Bourges. En 1217, después de numerosos
milagros, sus restos fueron depositados en un relicario. El papa Honorio
III le canonizó al año siguiente.