SAN JEREMÍAS, Profeta
587 a.C.
1 de mayo
San Jeremías, profeta,
en Egipto, el cual murió apedreado por la plebe junto a un sitio
llamado Dafne, y allí lo sepultaron. San Epifanio refiere que acostumbraban
ir los fieles a su sepulcro a hacer oración, y con el polvo que de
él recogían sanaban de mordeduras de aspides.
El Profeta Jeremías, cuyo nombre se interpreta "alteza
del Señor", el segundo de los Profetas mayores, fue hijo del sacerdote
Elcías, natural de Anatot, aldea cerca de Jerusalén. Comenzó
a profetizar a los veinte años en el reinado de Josías, el
año 629 antes de Jesucristo. Sus profecías se dirigieron no
solamente contra los judíos, sino también contra los egipcios,
idumeos, filisteos, ammonitas, moabitas, babilonios, etc.; pero su objeto
principal fue exhortar a su pueblo a la penitencia, anunciando los castigos
que le enviaría el Señor.
No pudiendo sufrir los judíos la santa libertad con que
reprendía sus desórdenes, le echaron en la cárcel. Después
del breve reinado de Jeconías, transportada cautiva a Babilonia, la
mayor parte del pueblo con su rey, no cesó Jeremías, reinando
Sedecías, de exhortar a penitencia a los restos del pueblo judaico
que habían quedado en el país, intimándoles la
destrucción de la ciudad, y asimismo la del templo, en el cual fundaban
sus vanas y necias esperanzas los judíos carnales.
Volviendo de nuevo a predicar Jeremías en Jerusalén,
con motivo del cerco que hacía ya 16 meses que sufría la ciudad,
asieron de él los judíos, y lo echaron en una cisterna llena
de lodo, de la cual mandó sacarle un ministro del rey Sedecías;
aunque quedó encarcelado hasta la toma de la ciudad por Nabucodonosor,
cuya toma había él profetizado, y sido causa de las persecuciones
que había sufrido.
Nabuzardan, general de Nabucodonosor, dio al Profeta libertad
de ir a Babilonia, donde viviría en paz, o de quedarse en Jerusalén,
y Jeremías prefirió lo último, para ser útil
a los pocos judíos que allí permanecían. A poco tiempo
murió asesinado Godolías, gobernador de Judea por el rey de
Babilonia, a manos de Ismael, príncipe de la sangre real de los judíos:
temerosos éstos por esta acción del furor de los babilonios,
determinaron buscar seguridad en Egipto; y aún cuando Jeremías
apuró todos los medios para disuadirles de ello, prometiéndoles
en nombre de Dios la seguridad, si permanecían en Judea, se vió
al fin obligado a seguirles juntamente con su fiel discípulo Baruc.
Allí continuó el Profeta resprendiendo a los judíos
sus vicios, y vaticinó las terribles calamidades con que Dios iba
a castigarles, lo mismo que a los egipcios, dando así ocasión
a que de todos fuese aborrecido; pero aún más especialmente
de los hebreos, los cuales, según constante tradición aceptada
por los expositores sagrados, le mataron a pedradas en Tafne, el aó
590 antes de Jesucristo.
Distinguió a este gran Profeta una tiernísima
caridad con sus prójimos, caridad llena de compasión por sus
males espirituales y temporales, caridad que no le permitía ningún
descanso: de suerte que ni el tumulto de la guerra, ni el desconcierto del
reino, ni el sitio de Jerusalén, ni aún la misma mortandad
del pueblo, le retrajo de trabajar siempre con el mismo ardor en el bien
de sus conciudadanos.
Las Profecías de Jeremías comprenden cincuenta
y dos capítulos; y sus Trenos y Lamentaciones, compuestas de cinco
capítulos, es una insigne obra maestra del dolor y la tristeza. De
sus profecías usa la Iglesia católica en las lecciones de los
Maitines, desde la dominica de Pasión hasta el Sábado Santo,
y en algunas Misas de entre año.