SAN LAMBERTO DE ZARAGOZA
Siglo VIII d.C.
19 de junio
En la noche del 13 al 14 de
agosto de 1808 volaba, con horrísono estruendo, la fábrica secular
del monasterio de Santa Engracia, de Zaragoza. Los franceses dejaban ese
triste recuerdo al tener que levantar el sitio. Conservamos una descripción
contemporánea, en la que se nos narra la pena de los zaragozanos cuando,
al día siguiente, contemplaron aquel espectáculo de desolación
y de horror. La voladura había arrastrado consigo la destrucción
de valiosísimos elementos arqueológicos y de un archivo que
nos podría ilustrar sobre muchos aspectos de la historia de la gloriosa
sede cesaraugustana.
No obstante, aunque, como consecuencia de tan triste acontecimiento,
la actual cripta de la parroquia de Santa Engracia no presente prácticamente
nada de su primitiva planta ni casi de sus primeros materiales, sabemos que
se trata de uno de los templos más antiguos y venerables de la cristiandad.
Se construyó la cripta en época constantiniana, para recoger
en ella los restos de los mártires zaragozanos. Un sarcófago
del siglo IV, en el que arqueólogos y teólogos quieren ver la
primera representación iconográfica del misterio de la Asunción
de Nuestra Señora, es testimonio de la gran antigüedad de la cripta.
En ella se conservaban, y se conservan, las cenizas de los mártires
de Zaragoza, las "santas masas", junto a las de Santa Engracia y a las de
San Lamberto.
De todos estos mártires hace mención el 16 de
abril el martirologio romano. No obstante, la fiesta de San Lamberto se celebra
en la diócesis de Zaragoza y en algunas otras de Aragón el día
19 de junio, impedida como está la fecha del 16 de abril por la fiesta
misma de Santa Engracia. Por otra parte, en este mismo día 19 se encontraba
su fiesta en alguno de los antiguos martirológios, incluido el romano,
en sus primeras ediciones.
Esta coincidencia en una misma fecha de la conmemoración
de los mártires de Zaragoza y de San Lamberto dio pie a una antigua
leyenda, que, según los Bolandos. y según el unánime
criterio de todos los historiadores modernos, en manera alguna puede sostenerse,
falta por completo del más mínimo apoyo documental o arqueológico.
Según ella San Lamberto, por los mismos días de Daciano, había
sido decapitado por odio a su religión cristiana. Tomando entonces
su cabeza entre las manos, había marchado al lugar en que estaban las
cenizas de los mártires, y su cuerpo se había unido a ellas,
conservándose únicamente la cabeza. Ni el nombre de Lamberto,
de clara estirpe nórdica y desusado, por tanto, en la España
romana, ni el corte de la narración, claramente inspirada en una errónea
interpretación de la costumbre medieval de presentar a los mártires
decapitados con su cabeza entre las manos, ni la debilidad del fundamento
de dar algún martirologio su nombre el mismo día que el de los
otros mártires, permiten tomar esta leyenda en serio.
Nos queda, pues, bien poca cosa. La existencia de un mártir
llamado Lamberto. La época probable de su martirio, muy verosimilmente
cuando Zaragoza gemía bajo la dominación de los moros. El dato
de que ese martirio ocurrió en Zaragoza. Y la tradición, que
parece tener cierto fundamento, de que se trataba de un labrador. Esto es
todo.
El caso de San Lamberto no es único, ni mucho menos,
en el martirologio. Son legión los mártires de los que sólo
nos ha quedado la mención escueta de sus nombres. Y aun algunos ni
eso nos han dejado. Santos hay, como los cuatro coronados, que han pasado
incluso al mismo culto litúrgico universal sin que sepamos cómo
se llamaban. Fenómeno este que se presta a muy provechosas reflexiones.
Limitar la santidad únicamente a los santos de los que
se ha tenido pormenorizada noticia y cuyo martirio o heroicas virtudes constan
de forma plena y con todos los trámites jurídicos, sería
hacer grande injuria a la verdad que todos los días presenciamos. En
el siglo XX nos consta la existencia de martirios, tras el telón de
acero por ejemplo, de los que nunca llegará a saberse con exactitud
qué es lo que ocurrió. Dígase lo mismo de las virtudes
heroicas. ¡En cuántas diócesis y en cuántas casas
religiosas se conserva viva la memoria del olor de santidad que tras sí
dejaron sacerdotes, seglares o religiosos, que luego, por circunstancias a
veces de orden político, en ocasiones de tipo económico, en
otras ocasiones de simple descuido humano, no se llegó a recoger y
plasmar jurídicamente! La Iglesia recuerda a todos ellos en la fiesta
de Todos los Santos. Y conserva con cariño la mención que la
Historia le ha legado de algunos desconocidos, como San Lamberto, en su universal
martirologio.
Los modernos hagiógrafos nos explican lo sucedido en
estos casos. Lamberto era un labrador santo que dio su sangre por Cristo.
A los primeros destinatarios del martirologio que recogió su nombre
no hacía falta decirles más. Unos le recordarían personalmente:
otros habrían oído hablar de él a sus padres o amigos.
La simple mención de su martirio, el día de su natalicio para
el cielo, bastaba. Pero los años pasaron; las circunstancias, que antes
eran tan conocidas, se fueron borrando de la memoria de los hombres, y la
hermosa y edificante historia del santo labrador quedó reducida a
sólo su nombre en el martirologio. Es decir, no a eso sólo,
porque Lamberto gozaba ya en el cielo del premio a su heroísmo e interponía
su mediación en favor de quienes, corno los labradores de las tierras
de Teruel, se refugiaban bajo su glorioso patrocinio.
Para el cristiano, su nombre, como el de tantos otros a quienes
pudiéramos llamar "santos sin historia”, es fuente de gran consuelo.
Lo que al tender a la santificación buscamos no es una gloria humana,
efímera y frágil, como lo demuestra el caso de estos hombres
que un día hicieron actos heroicos que hoy desconocemos por completo,
sino una gloria mil veces más firme y duradera. Lo que hoy no sabemos
lo supo y lo sigue sabiendo Dios, que es quien se lo premia. Nuestras acciones
buenas, aun las mal interpretadas por los hombres que nos rodean, son bien
conocidas por Dios, nuestro supremo y último Juez. Y este su definitivo
juicio, y no el contingente de la Historia, es el que verdaderamente nos interesa.
Nada sabe la Historia hoy de San Lamberto. Pero él goza de la visión
de Dios, que con sus desconocidas acciones mereció en sus tiempos.
Nos quedan, en cambio, sus reliquias. Perdida la memoria de
la existencia misma de la cripta de Santa Engracia, el 12 de marzo de 1389,
al realizar unas obras, apareció de nuevo, y se reavivó con
esta ocasión el culto de los mártires. Pero todavía recibió
mayor impulso con motivo del paso del papa Adriano VI por Zaragoza. Sabido
es que este papa fue elegido encontrándose en Vitoria y que desde
esta ciudad emprendió su viaje hasta Tortosa, donde embarcó
para ir a Roma. Forzoso le era, siguiendo el curso del Ebro, pasar por Zaragoza,
y así lo hizo, visitando entonces la iglesia de las Santas Masas, o
de Santa Engracia. Mostró con esta ocasión particular devoción
a Lamberto, glorioso homónimo de otros santos de ese mismo nombre,
muy venerados en su tierra natal de Flandes. Y tanta fue su devoción,
que mandó el Papa abrir el sepulcro para tomar de él alguna
reliquia Y ocurrió que, al separar una quijada del santo cuerpo, salió
tanta copia de sangre, según nos cuenta el célebre historiador
padre Risco, que fue necesario recibirla en una fuente de plata, y hoy se
conserva una buena porción de ella en un relicario de cristal.
La devoción mostrada por Adriano VI y el suceso prodigioso
de salir sangre fresca del cuerpo santo, acrecentó la devoción
de Zaragoza hacia San Lamberto. Por eso se determinó edificar en el
sitio en que San Lamberto fue martirizado un convento de la Orden de la Santísima
Trinidad. Se comenzó éste el año 1522, concurriendo los
zaragozanos con copiosas limosnas, Para estimularles en esta tarea expidió
el Papa el 22 de junio del mismo año un breve, en el que expresa con
gran ternura su devoción hacia este santo. Cuenta Adriano VI cómo
se había dirigido a él el padre Juan Ferrer, de la Orden de
la Santísima Trinidad, exponiéndole el propósito que
tenían de edificar el convento en el sitio en que se había verificado
el martirio, y en el que aún se conservaba una mata plantada por el
mismo Santo. "Nos, considerando el grandísimo afecto de devoción
que ya desde hace tiempo teníamos a ese Santo, y continuamos teniéndole...,
concedemos las indulgencias solicitadas."
Concluido el convento, se trasladó a él una canilla
del brazo de San Lamberto con parte de la sangre de que se ha hecho memoria.
En los tiempos siguientes se mejoró todavía más su fábrica,
llegando a ser, cuando el padre Risco escribe, "un convento suntuoso, que
mantiene un buen número de religiosos, cuya virtud y observancia hacen
resplandecer el espiritual edificio”.
Desaparecido el convento con los tristes avatares de la desamortización,
la devoción a San Lamberto se refugió únicamente en la
cripta de la iglesia de Santa Engracia. La voladura del monasterio, ocurrida
en 1808, respetó las reliquias de los santos. Llevadas a la Seo, pasaron
después a la sacristía del Pilar y a una de las parroquias de
Zaragoza, hasta que, restaurada la cripta entre los años 1813 a julio
de 1819, pudieron volver a ella. La cripta no tiene ya el carácter
vetusto y primitivo que un día debió de tener. No obstante,
los zaragozanos, a cuya diócesis se incorporó recientemente
la parroquia de Santa Engracia, que durante siglos perteneció a la
de Huesca, continúan siendo fieles a la devoción a sus gloriosos
mártires, a los que el 26 de abril de 1480 tomaron por patronos de
la ciudad. El Concejo de ésta ejerce, a su vez, patronato sobre la
misma cripta.