SAN LIBORIO DE MANS
23 de julio
 Siglo IV d.C.



   Nació San Liborio, según se deduce de lo que del Santo escribieron los Obispos que le sucedieron  en el obispado, en la ciudad Cenomacence de Francia, no lejos de la de Turon, de donde San Martín fue Obispo y contemporáneo suyo. Su linaje fue ilustre, y su nacimiento por los años de 300, esto es, a principios de aquel siglo, aunque no se sabe exactamente el año ni el día; y según el cómp  uto del tiempo, fue en el del emperador Teodosio; y alcanzando el de sus dos hijos Arcadio y Honorio , los cuales reinaban a la sazon que murió gobernando su obispado, como diremos después.

   De su infancia y juventud  hablan los autores de su vida con tan encarecidas palabras, que no parece pudieran decir más  de cualquiera de los mayores Santos de la Iglesia; porque, lo primero afirman que no se vio en sus costumbres acción pueril ni cosa qu no fuese digna de hombre de razón : fue humilde como la tierra, y obediente y rendido a la voluntad de sus padres y maestro , sin tener  otro querer o no querer más que el suyo: nunca resistió a cosa que le mandaron, ni tuvo riñas  o discordias con  sus iguales: se mostraba afable a todos, y en aquella edad sufrido y piadoso con los pobres y necesitados, quitándose el pan de la boca para dárselo. Fue siempre pacífico y manso, y tan  quieto y temeroso de Dios, que se puede afirmar sin riesgo de encarecimiento que se verificó en él lo que afirma Isaías del var ón justo y escogido de Dios, que se derramó en su alma la gracia del Espíritu Santo con la abundancia de sus dones, previniéndole con ellos desde luego para prelado y pastor de sus ovejas, y para maestro de su Iglesia.

   Uno de los dones divinos que resplandecieron en este grande Santo desde su infancia, fue el de entendimiento  y sabiduría más que humana; porque ostentó desde luego un vivo y despierto ingenio para las letras, escogida habilidad para el estudio, la cual, junta con su mucha virtud y aplicaión, en poco tiempo le hizo campear entre todos sus condiscípulos. Tuvo grande presteza en aprender, mucha energía en argüir, igual destreza en responder, claridad y prontitud en declararse y enseñar lo que sabía, y el Espíritu Divino parece que le asistía en cuanto obraba y hablaba, porque de todos era aplaudido y alabado sin envidia, que no es pequeño don en los estudios, en donde al paso que alguno se adelanta y sobresale entre los otros, es más envidiado que alabado de los condiscípulos; pero la virtud y modestia de nuestro Santo fue tan grande que refrenó a los díscolos, y prendó las voluntades de todos los buenos; de manera que le amaron y estimaron, reconociendo en sus acciones el don divino comunicado del Espíritu Santo, que le había escogido para vaso de elección y sabiduría en su Iglesia, y como tal le miraban y veneraban todos con igual estima, respeto y amor; y viéndole tan aprovechado en las letras, mereció pasar de discípulo a maestro, y enseñar lo que había aprendido, con la eminencia y acierto que Dios le dio, a sus discípulos, a los cuales leyó cátedra no menos de virtudes que de letras, enseñándoles con la filosofía humana la divina del temor santo de Dios , la piedad para con los prójimos , el estudio de aprovechar en la perfección, el celo de la gloria divina y de la salvación de las almas, en primer lugar de las propias, que son los prójimos más próximos, por quienes debemos mirar con mayor cuidado, porque sería grande yerro olvidarse  de sí mismo por cuidar de la salvación ajena.

   Estas y otras muchas virtudes enseñaba el Siervo del Altísimo más con el ejemplo de su vida que con el ruido de las palabras, que es el más eficaz, el mejor y más útil modo  de enseñar, ostentándose en su juventud anciano, y en la flor de sus años árbol fructífero no sólo de flores sino de sazonados frutos de virtudes.

    Llegando el Siervo de Dios a la edad competente de tomar estado, lo primero que hizo fue cerrar los ojos a la carne y sangre; y después de mucha oración y consulta con Dios, y con las personas espirituales y doctas que le podían dar consej o, y atendiendo a la mayor gloria  divina, se resolvió dar de mano a todas las pompas del mundo y a cuanto estima y adora, y dedicarse todo a Dios, y a su culto y servicio, cerrando sus oídos a los halagos del mundo y a las delicias y gustos que le ofrecía, así por su riqueza como por su nobleza, y por la alta estimación en que se hallaba, no sólo de sus parientes sino de toda la ciudad, y pisándolo todo con varonil resolución, se sacrificó a Dios con voto de perpetua castidad para servirle en su Iglesia todos los días de su vida; y después de larga y fervorosa preparación con oración retirada, penitencias, mortificaciones y ayunos, recibió los sagrados órdenes de subdiácono, diácono y sacerdocio, con igual gozo de su alma y júbilo de toda la ciudad, mirándole como a Ángel del cielo que se ponía en el altar ; porque su modestia y humildad y el ejemplo de su vida más eran de Ángel de la gloria que de hombre mortal.

   Aquí faltan palabras, y sobran obras para decir las que el Santo hizo en el nuevo estado de sacerdote, y las veras y el fervor con que se entregó todo al culto divino, al servicio del altar, al bien de los prójimos y a todas las acciones de perfección. Si hasta aquí había sido Ángel, después se ostentó querubín y serafín: querubin en la ciencia, y serfain en el amor, así para con Dios como par a con sus prójimos.

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(Samuel Miranda)