SAN LINO
64-76 d.C
San Lino
fue el primer obispo de Roma inmediatamente después de San Pedro,
a quien sucedió el año 64 de Nuestro Señor, después
de que el Santo Apóstol recibiera la corona del martirio.
Este Santo, de quien hace
mención el Apóstol San Pablo en aquellas palabras de la Carta
a Timoteo: "Te mandan saludos Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los
hermanos" (2 Timoteo 4,21), fue italiano, natural de Volterra en la Tosacana,
de familia noble y distinguida, tanto por su calidad y por sus grandes bienes
de fortuna, como por los primeros cargos que sus ilustres antepasados habían
dignamente ejercido en el país.
Su padre fue un señor
de nombre Herculano, y su madre aquella misma Claudia, cuyo elogio hace
el Apóstol San Pablo escribiendo a Timoteo desde la prisión
nueve o diez meses antes de su muerte; lo que da motivo a creer que toda
aquella ilustre familia había abrazado el cristianismo durante las
apostólicas excursiones que San Pedro y San Pablo habían hecho
por toda Italia.
Desde luego reconoció
San Pedro en San Lino un natural tan bello, una piedad tan pura, tan sólida
y tan sobresaliente, un fondeo de capacidad y de prudencia tan grande, y
un celo tan generoso y tan a prueba de todo, en un tiempo en que la tierna
y recién nacida Iglesia tenía tanta necesidad de buenos y fieles
ministros.
Gozó la Iglesia
de bastante tranquilidad en todo el tiempo del Emperador Claudio, y los
diez primeros años del Imperio de Nerón; y queriendo San
Pedro aprovecharse de aquella calma, para asistir al Concilio de Jerusalén
hacia el año 48 de Cristo, y para hacer muchas excursiones apostólicas
en diferentes provincias, se tiene por cierto que para no dejar sin pastor
a su querido rebaño ordenó obispo a San Lino, y le hizo vicario
suyo en Roma, junto con San Clemente, durante el tiempo de su ausencia.
Reconoció San Pedro
a su vuelta, que no se había equivocado en el concepto del mérito,
del celo y de las grandes virtudes de San Lino, admirando su solicitud pastoral,
su prudencia, su gran caridad y las demás admirables prendas que
le habían hecho dueño de los corazones, y merecido la estimación
de todos los fieles.
San Pedro envió
a San Lino a las Galias para que llevase a ellas la luz de la fe. Lleno
nuestro Santo del mismo espíritu que animaba a los Apóstoles,
atravesó los Alpes, entró en aquellas vasta regiones en que
reinaba la idolatría. Llegó a Bensanzon, ciudad célebre
sobre el río Doux, capital del Franco condado, y de la cual se hace
mención en los comentarios de César.
Como a algunos centenares
de pasos antes de la ciudad encontró San Lino a un oficial llamado
Onosio, que era tribuno. Miró Onosio con atención a aquel
extranjero; y movido de su aire, pero más que todo de su singular
modestia, le preguntó de dónde era, qué religión
profesaba, y a qué fin se dirigía su viaje.
Aprovechando San Lino aquella
ocasión para anunciar a Jesucristo le dijo a Onosio: "Yo adoro al
único y sólo Dios verdadero, Todopoderoso, y eterno Creador
de todas las cosas, a quien ruego que te sea propicio. Este sólo verdadero
Dios tiene un único Hijo, tan Eterno y tan Poderoso como Él;
y éste su único Hijo movido de la ceguedad y miseria de los
hombres, se hizo hombre por la salud de los mismos hombres: se llama Jesucristo,
y quiso morir en una cruz por nuestros pecados. Es verdad que para demostrar
que era también Dios resucitó por su propia virtud al tercer
día después de su muerte. Ahora vive en el cielo, y vivirá
eternamente en él en compañía de los que abrazaren
su religión, guardaren sus mandamientos y murieren en su gracia".
Oyendo esto Onosio, ya
fuese por ligereza o por burla, se echó a reír; pero como
ya antes había oído hablar de Jesucristo crucificado, le
picó la curiosidad, y deseoso de saber a fondo toda la historia,
brindó a San Lino su casa. Aceptó San Lino su hospedaje,
y a pocos días por su modestia, por su dulzura y por su singularísima
santidad se hizo dueño de todo el corazón y de toda la estimación
del Tribuno, logrando San Lino la conversión del mismo.
(Samuel Miranda)