SAN MARCELO I
307-308 d.C.

 San Marcelo I  307-308 d.C.

   San Marcelo, hijo de Benedicto, nació en Roma en la Vía Lata, y educado en la religión cristiana desde niño, resplandeció en su juventud por su virtud y sabiduría, por lo que, viéndole el Papa San Marcelino muy inclinado a la Iglesia, le ordenó de presbítero.  Fue como el brazo derecho de aquel Santo Papa en los terribles años de persecución que movieron los emperadores Diocleciano y Maximino Hercúleo, cuando San Marcelino fue llevado al martirio, saliendo Marcelo a consolarle; deseoso de morir con él, el Papa le hizo retirar, encargándole que velase por el bien de la Iglesia y exhortase a los fieles que en lo tocante a la religión no obedeciesen a Diocleciano.

   Muerto el Papa San Marcelino, el rigor de la persecución impidió el nombrarle un sucesor durante ocho meses y veinte y cinco días, no siete años, como algunos escriben erradamente; más calmando aquella con la abdicación del Imperio hecha por Diocleciano y su colega, San Marcelo fue electo Papa por aclamación universal en el año 307, siendo el primero de los Papas de ese nombre.

   La muerte de Constancio Cloro, padre del gran Constantino, acaecía en York, Inglaterra, el que con Galerio debía subir al trono imperial, hizo que Majencio, que se hallaba en Roma, se proclamase emperador por ser hijo de Maximiano, y como los cristianos eran muchos y muy poderosos en el Imperio, para atrearles a su partido afectó hacerse cristiano, y mandó cesar la persecución. Aprovechó San Marcelo este intervalo de paz para desplegar su celo en la reparación de los daños que había sufrido la Iglesia; recogió los cuerpos de muchos mártires, los que fueron sepultados en un cementerio que, a instancias suyas, compró y reparó la noble matrona Santa Priscila; persuadió a Lucina que, con sus bienes cooperase a la reparación de los templos y al socorro de los pobres: distribuyó la ciudad de Roma en veinte y cinco barrios, destinando un sacerdote de los más sabios y virtuosos a cada barrio, los que fueron llamados presbíteros cardinales, para bautizar a los que se convirtiesen a la fe, que fueron muchísimos, y recibiesen a penitencia a los pecadores y a los que por temor habían apostatado durante la fiera persecución; y procuró con ardor restiruir la disciplina eclesiástica a todo su esplendor y rigidez.

   Más Majencio, que había dejado en paz a los cristianos usurpó el Imperio, creyéndose seguro en él después de la derrota de su competidor Severo, cambió en odio contra ellos su fingida protección, y prendiendo al Santo Papa, probó con promesas y amenzas a que dejase el Pontificado y adorase a los ídolos; a lo que resistiéndose horrorizado y valeroso el Santo, lo condenó, después de azotado duramente, a cuidar de las bestias en las caballerizas públicas, en cuya humilde y penosa ocupación estuvo Marcelo 9 meses, orando, ayunando y comulgando desde tan vil lugar de la Iglesia, hasta que libertado por los fieles y conducido a la casa de Santa Lucina, que él convirtió en Iglesia, pudo otra vez consolar y predicar a los cristianos y celebrar los Divinos Misterios.

   Irritado Majencio al saber la evasión de Marcelo, mandó llevar las bestias a la nueva Iglesia, y obligó al Santo a cuidarlas bajo custodia, y allí atormentado por el hambre, desnudez, hediondez del lugar y por los más duros tratamientos, fue sepultado en el Cementerio de Santa Priscila en la Via Salaria. Ordenó a dos diáconos, 25 presbíteros y 21 obispos. Escribió una carta a los obispos de Antioquía y otra al tirano Majencio.


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(Samuel Miranda)