SAN MELQUIADES
310-314 d.C.
Después de la muerte
del Pontífice San Eusebio, la cual acaeció a los 26 días
de septiembre del año 308, vacó la silla mucho tiempo hasta
que la ocupó San Melquiades, que según buena cuenta fue el
3 de octubre del 310, imperando Majencio. San Melquiades, que según
algunos nació en Madrid, fue varón santísimo, y padeció
grandes trabajos y fatigas por la gloria del Señor. Ordenó
que no ayunasen los cristianos en los domingos ni de cuaresma ni fuera de
ella, ni aún en los jueves, por no imitar a los paganos que ayunaban
en tales días, y tenían aquel ayuno por sagrado, aunque después
cesando la causa de ayunar los jueves, se quitó aquella prohibición.
Había en Roma muchos herejes maniqueos, y Melquiades
procuró reprimirlos y reducirlos al camino de la verdad. Escribió
una carta a los obispos de España, en que enseña que todos
los Apóstoles reconocieron la preeminencia y superioridad que tuvo
San Pedro; y que el sacramento del bautismo es de mayor necesidad que el
de la confirmación porque sin él ninguno se puede salvar: pero
el de la confirmación por parte del ministro es de mayor dignidad,
que no lo puede conferir sino el obispo. Después pone los efectos
de uno y otro sacramento; y adelante trata de los efectos que el Espíritu
Santo obró con su venida a los apóstoles, y los que reciben
los cristianos en el bautismo y confirmación.
En su Pontificado el Emperador Constantino venció
al tirano Majencio el 28 de octubre del 312, y poco después publicó
sus edictos para que los cristianos tuviesen el libre uso de su religión
y la libertad de erigir Iglesias. Para apaciguar a los gentiles que andaban
inquietos con esta concesión, cuando llegó a Milán
el año 313, por un segundo edicto concedió a todas las sectas,
menos a los herejes, la libertad de conciencia. Entre las primeras leyes
que estableció en favor de los cristianos eximió en una al
clero de toda carga de tributos y oficios concejiles.
Obligó Constantino a todos sus soldados a rezar
los domingos una oración dirigida a un sólo Dios, y no hubo
idólatra que escrupulizase en hacerlo. Abolió las festividades
gentilicias y los misterios en que tenían parte las rameras públicas.
Como la impureza contranatural estaba entre los romanos casi sin freno,
y la lujuria y el abandono se hizo tan general entre ellos, principiaron
a huir del matrimonio, para seguir con más libertad el ímpetu
de sus pasiones. Por esta causa Augusto se vio en la precisión de
animarles a aquel estado por las leyes, y mandar a todos los hombres que
se casasen, imponiendo multas y cargas a los desobedientes.
Contenidos un tanto los abusos con la religión cristiana,
y con mucha más eficacia de lo que pudieran las leyes humanas, Constantino
repitió la ley popaea contra el celibato; y también hizo otra
ley castigando el adulterio con pena de muerte. Regocijábase el
buen Papa al ver la prosperidad de la casa de Dios, y con su celo extendió
grandemente sus límites; pero tuvo también la pena de ver
su grey afligida y trastornada con una división intestina, en el cisma
donatista que corrió con tanta furia por el Africa. Acusado falsamente
Mensurio, obispo de Cártago, de que había entegado los sagrados
libros a los perseguidores, Donato obispo de Casanigra en Numidia, se separó
injustamente de su comunión, y continuó su cisma aún
después que Ceciliano sucedió a Mensurio en la silla de Cártago,
juntándose varios enemigos de aquel buen prelado, especialmente una
señora muy poderosa llamada Lucilla.
Los cismáticos apelaron a Constantino, que estaba
entonces en las Galias, y le suplicaron enviase al Africa tres obispos
de aquel país a quienes ellos nombraron determinadamente para que
juzgasen su causa contra Ceciliano. El emperador les concedió los
jueces que le pedían; pero mandó por medio de una carta que
los tales obispos pasasen a Roma, juntamente con los que de la Galia enviaba
aquel Príncipe con otra en que se publicaba al Papa Melquiades examinase
aquella controversia, y la decidiese conforme a justicia y equidad. El emperador
dejó a los obispos la decisión de este negocio, porque era
peculiar de los obispos.
El Papa Melquiades abrió un sínodo en el
palacio Lateranense el 2 de octubre del 313, a que se hallaron presente
Donato y Ceciliano, en el que éste último fue pronunciado
inocente por el Papa y por el Concilio, de cuantos cargos le habían
hecho. Donato fue el único que le condenó aquella ocasión:
a los demás obispos que habían adherido a éste se le
permitió conservar sus sillas con tal que renunciasen al cisma. San
Agustín, hablando de la moderación que usó el Papa,
le llama hombre excelente, verdadero hijo de paz, y padre de los cristianos.
No obstante los donatistas después de su muerte
recurrieron a sus comunes y acostumbradas armas de la calumnia para manchar
la pureza de su carácter, y pretendieron también imputarle
que había entregado las Escrituras Santas a los perseguidores: cuya
mentira llama San Agustín: maliciosa e infundada calumnia. San Melquiades
dio una vez órdenes por el mes de diciembre, y ordenó a 6
presbíteros, 5 diáconos y 11 obispos. Después de haber
vivido en pontificado 2 años, dos meses y 7 días, murió
santamente en el Señor el 10 de diciembre del año 313. Fue
sepultado su cuerpo en el Cementerio de Calixto en la Via Apia, y su sagrada
cabeza está en Roma en la Iglesia de la casa de la Compañía
de Jesús. Los Martirologios antiguos le llaman Mártir por
lo mucho que padeció y como tal le celebra la Iglesia.