SAN RAFAEL GUIZAR Y VALENCIA
1938 d.C.
6 de junio

San Rafael Guizar y Valencia

   El niño Rafael Guízar Valencia vino al mundo el 26 de abril de 1878, en casa de sus padres, con domicilio en la calle de Colón N° 4, en Cotija, Michoacán, perteneciente a la Diócesis de Zamora.

   Sus cristianos padres, don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia de Guízar, formaban una de las familias pudientes de la localidad, eran propietarios de la hacienda "San Diego", en Michoacán, y brindaron a sus hijos, además de una sólida educación, un clarísimo testimonio de su vida cristiana. Al día siguiente fue bautizado.

   Rafael fue el cuarto de una familia de once hijos, entre ellos: Antonio, llegó a ser Arzobispo de Chihuahua en 1958; María y María de Jesús que profesaron como religiosas teresianas.

   Aprendió sus primeras letras en la Escuela Parroquial de su tierra natal y más tarde en un colegio que fundaron los Padres Jesuitas en la Hacienda de San Simón en los alrededores de Cotija; luego, en Zamora, Michoacán. A los 9 años de edad perdió a su madre, y así empezó el dolor a fraguar el ánimo de quien sería más tarde, un verdadero padre para tantos huérfanos espirituales.

   El año de 1890, inició Rafael sus estudios en el colegio de San Estanislao, dirigido por los padres jesuitas. Allí empezó a destacar la personalidad del que llegaría ser un notable hombre de acción aunque, a pesar de que sólo contaba 12 años de edad, ya tenía una buena disposición al amor de Dios en grado heroico, una pureza de costumbres a toda prueba, fruto, sin duda, de su esmerada educación materna, y una notable reciedumbre de carácter, digna de su padre y de su ambiente michoacano, de donde surgió la magnífica planta de su vocación sacerdotal, que pronto habría de transformarse en un robusto árbol de santidad y celo por la salvación de los hombres.

   Tenía facilidad para la música y aprendió a tocar piano, acordeón, guitarra, mandolina y violín. Encontró su vocación religiosa en medio de una tormenta, según contó él mismo: "Mi hermano Prudencio me pidió que le ayudara a reunir de las diversas estancias, las vacas que estaban recién paridas, serían unas doscientas, para repartirlas después en las ordeñadas diseminadas por aquellos inmensos campos. Íbamos a caballo, el sombrero ancho, las reatas de lazar, acompañados de un buen número de mozos. En eso se soltó una tempestad furiosa que nos obligó a refugiarnos en unos acantilados. Como el agua no cesaba y los víveres se nos habían agotado desde hacía veinticuatro horas, Prudencio me mandó con dos mozos a conseguir alimentos, mientras él se quedaba cuidando el ganado. Horas después regresaron los dos mozos con suficiente comida". -"¿Dónde está Rafael? -preguntó Prudencio". "Yo me había ido camino a Cotija. Al pasar por el barrio que está a una legua de mi pueblo, oí las campanas del santuario donde se venera una imagen de Nuestra Señora de San Juan, que había pertenecido a una familia de negros, hacía finales del Virreinato".

   Al pasar por el santuario de Nuestra Señora de San Juan del Barrio se detuvo un momento. Tuvo un estremecimiento del alma. Nadie sabe lo que pasó entre Dios y él en aquel santuario... Después de esa visita a la Imagen de María, Rafael ya no volvió a la hacienda de San Diego a encontrar a su hermano Prudencio.

   Al llegar a su casa le dijo a su hermana Lola que acababa de decidir ser sacerdote y le pidió que se lo informara a su padre pues no quería que él pensara que estaba negándose a trabajar en la hacienda; ella se asesoró con el Cura de Cotija, Alejo Carranza, quien habló con su padre y consiguió el permiso. Rafael inició sus estudios eclesiásticos en el Seminario Auxiliar de Cotija, en 1891; los interrumpió un año para dedicarse a las labores del campo y los continuó con más decisión, en el Seminario Mayor de Zamora, en el año de 1896. Poco después falleció su padre.

   Recibió la Ordenación Sacerdotal en la iglesia de San Francisco, en Zamora, el 1° de junio de 1901, cuando contaba con 23 años de edad. El día 6, en la Festividad de Corpus Christi, celebró su primera Misa en la parroquia de su tierra natal.

   "Mi familia alquiló un tren especial para que vinieran de Zamora mis compañeros de Seminario y todos los invitados. Una banda de músicos recorrió el pueblo desde muy de mañana anunciando la buena nueva. No pude contener las lágrimas cuando en el sermón, el Padre Alejandro Silva, recordó las virtudes de mis padres. Sí, ellos estuvieron ahí".

   Apenas ordenado sacerdote, comenzó a acompañar en las Visitas Pastorales al Excmo. Sr. Obispo de Zamora don José Ma. Cázares. De este virtuosísimo Prelado, aprendió sin duda alguna, a convertir en Misión cada Visita Pastoral. Posteriormente, durante la enfermedad del Excmo. Sr. Cázares, acompañó al Sr. Obispo Auxiliar don José de Jesús Fernández en las mismas tareas apostólicas.

   Tuvo la encomienda de ser el Director Espiritual del Seminario de Zamora donde impartió la cátedra de Teología Dogmática. También fue nombrado Canónigo de la Catedral. Con estos cargos, pudo desarrollar una amplia actividad misionera, en la que involucraba a los alumnos del Seminario y les enseñaba a la vez "el arte del apostolado".

   Pronto fue nombrado misionero apostólico por su Santidad León XIII. El amor a Dios y la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía así como la devoción a la Santísima Virgen María, eran las notas distintivas de sus misiones.

   A todos los pueblos que llegaba, siempre predicaba la Doctrina Cristiana, inspirado en un sencillo Catecismo que él mismo compuso y escribió, adaptado sobre todo para los sencillos de corazón. Muchas generaciones aprendieron la Doctrina Cristiana con su Catecismo, el cual perdura hasta nuestros días como una forma de instrucción de fe.

   Para el Padre Rafael Guízar, "ganar almas para Dios", era el gran reto de su vida. Esto lo lograba mediante las misiones predicadas tanto en el territorio mexicano, como en los lugares fuera de México: Cuba, Guatemala, Colombia y el Sur de los Estados Unidos.

   Su experiencia en las misiones lo llevó a fundar una Congregación Religiosa puesta bajo el cuidado de Nuestra Señora de la Esperanza. Esta advocación mariana se venera en Jacona, Michoacán, por ser taumaturga desde que se la conoció, ya que unos labradores la encontraron casi formada en su totalidad, en la raíz de un árbol, por lo que durante mucho tiempo se la nombró "Nuestra Señora de la Raíz".

   Fue coronada esta imagen, a nombre del Papa León XIII, por el Arzobispo de México don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos en 1886. Desgraciadamente esta obra tuvo poco tiempo de existencia, debido sobre todo a las circunstancias que se vivían en los inicios del presente siglo en nuestra patria.

   Pero además, durante los conflictos bélicos, existentes en México por la revolución de 1910, el Padre Guízar pudo prodigar la caridad y derramar la Gracia de Dios en los enfermos y moribundos por el movimiento armado. En 1913, lo encontramos misionando entre los soldados, en México, D. F., Puebla y Morelos. Auxilió a los heridos del ejército de Carranza e incluso logró filtrarse como capellán en el ejército de Zapata.

   Disfrazado de vendedor de baratijas, en medio de la lluvia de balas, se acercaba a los que agonizaban y les ofrecía la reconciliación con Dios, les impartía la Absolución Sacramental y muchas veces, les daba también el Sagrado Viático, que llevaba consigo de manera oculta para que no lo descubrieran como sacerdote.

   Son numerosos los episodios en los que narran las intervenciones heroicas del Padre Guízar para salvar almas y encaminarlas al cielo.

   Cuentan que en cierta ocasión fue delatado y los oficiales ordenaron su ejecución. Antes de morir quiso regalar al pelotón un reloj de oro, lo lanzó al aire, y mientras los soldados se peleaban por ganarlo, él se fugó.

   La burla no fue perdonada. Volvieron a buscarlo y lo encontraron, pero en esta ocasión sus conocimientos de música lo salvaron:

   -"¿Qué tocas?" -"Cualquier instrumento, piano, guitarra, mandolina, violín, clarinete, saxofón, lo que guste, y también sé cantar". -"A ver si es cierto, jálale para la otra calle". "Pasamos frente a la agencia de música Otto y Arzos, el jefe de la escolta se metió a la tienda, sustrajo un acordeón y me lo entregó". -"Ahora, sóplale". "Le bastó oír la primera pieza, quedó encantado. Entonces discurrió irse de parranda por lugares no muy santos y que yo amenizara la función. Hasta las cuatro de la mañana estuve tocando y cantando canciones rancheras... El oficial se me acercó". -"Tu qué cura ni qué canónigo has de ser. Eres un buen músico, toma esos veinticinco pesos por tu trabajo y llévate el acordeón para que tengas con qué comer".
Pronto se inició la persecución contra el clero católico y el Padre Guízar tuvo que salir desterrado a Estados Unidos, Guatemala y la isla de Cuba. En todas partes dejó una estela de admiración, por sus virtudes nada comunes y por su inquebrantable celo apostólico Monseñor Enrique Pérez Serrantes, Obispo de Camaguey, en Cuba, decía:

   "La gloria de Dios lo absorbía todo entero a la salvación de las almas, dedicaba todo el tiempo disponible; con el ejemplo y con la palabra, iba encendiendo en estos amores a los sacerdotes de ambos cleros a quienes encontraba a su paso".
En julio de 1919, se encontraba en La Habana, Cuba, cuando el Padre Hilario Chaurrondo le comunicó que había recibido un cablegrama de la Delegación Apostólica de Washington pidiéndole que se pusiera en contacto con el Delegado Apostólico para Cuba y las Antillas, Monseñor Tito Trochi, quien le comunicó que el Papa Benedicto XV lo nombraba 5° Obispo de Veracruz.

   El 30 de noviembre de 1919, recibió en La Habana, Cuba, la consagración episcopal, por el Delegado Apostólico, Mons. Tito Trochi. El día 1º de Enero de 1920, partió rumbo a Veracruz en el navío llamado "La Esperanza". A su arribo al Puerto, Monseñor Guízar fue notificado del desastre ocurrido:

   "El día 3 de enero, como a las 9:30 de la noche, un terremoto había sacudido gran parte de la Diócesis de Veracruz. La misma Sede de su Obispado, la ciudad de Xalapa, había sufrido derrumbes y había víctimas".
El nuevo prelado empezó a recaudar fondos, personalmente, entre la gente del Puerto. El 6 de enero de 1920, salió en tren rumbo a Xalapa, donde el cabildo catedralicio lo esperaba, pero la toma de posesión de su Diócesis se efectuó el día 9 de enero. El Señor Obispo Guízar y Valencia pidió que el dinero reservado para su recibimiento se destinara a los damnificados, y abrió una cuenta bancaria para recibir los donativos. Después, se dio la incansable tarea de ayudar a quienes lo necesitaban y a visitar personalmente las regiones más afectadas, llevando la Palabra del Señor y víveres para asistir a todos los dañados por el sismo.

   Monseñor Rafael Guízar y Valencia, no sólo fue un misionero infatigable, sino que también fue un buen pastor que siempre estaba dispuesto a dar la vida por sus ovejas y fue además, un Padre solícito y Bienhechor de los pobres y desamparados.

   Su labor pastoral fue obstaculizada por el ambiente anticlerical del gobierno oficial; a pesar de todo, no solamente atendió espiritual y materialmente a los feligreses de su nueva Diócesis, sino que se dedicó a la evangelización y a la formación de sacerdotes y seminaristas.

   Reconstruyó el Seminario Diocesano, estableciéndolo en Xalapa, para trasladarlo después a México, D. F., cuando las tropas sectarias se apoderaban de los inmuebles de la Iglesia. Al estallar nuevamente la persecución religiosa, bajo el gobierno del Presidente Plutarco Elías Calles, tuvo que viajar a la Ciudad de México con muchos de sus seminaristas, sin embargo pidió a los sacerdotes de Veracruz continuar con sus servicios desde el anonimato.

   Monseñor Guízar y Valencia logró mantener activo el Seminario; las autoridades lo buscaron y para salvar la vida abandonó nuevamente el país; pasó de los Estados Unidos a Cuba, Guatemala y Colombia.

   El 7 de mayo de 1929, el Presidente Portes Gil declaró su buena voluntad de diálogo con los Obispos. Al oír esta noticia, Monseñor Guízar y Valencia decide regresar a su Patria, a su Diócesis y a su Seminario. El 24 del mismo mes de mayo escribe a todos sus fieles una carta pidiéndoles oraciones para que se llegue pronto a un arreglo pacífico entre Iglesia y el Estado. El arreglo, aunque provisional, se hizo público el 22 de junio de 1929.

   Al iniciar su visita pastoral a la Diócesis, tan duramente probada, el Gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda, con su intransigencia y su espíritu jacobino, pretendió, de hecho, convertir toda la Diócesis en un departamento religioso de su gobierno. El 18 de junio de 1931 promulgó la Ley número 197 en la que se limitaba el número de sacerdotes a uno por cada cien mil habitantes, eso significaba trece sacerdotes para todo el Estado de Veracruz.

   Monseñor Guízar y Valencia no podía transigir con aquellas ingerencias del poder civil; pero su apelación no tuvo resultado. Se desató entonces una nueva ola de violencia por toda la Diócesis de Veracruz, por lo que los cultos se volvieron a suspender; su Pastor volvió a salir desterrado por tercera vez, para dirigirla, en medio de mil penalidades, desde las ciudades de Puebla y México.

   Había una orden de arresto en su contra y una sentencia firmada: La muerte. A pesar de ello, Monseñor Guízar y Valencia decidió regresar a Xalapa y presentarse en la oficina del Gobernador Tejeda para decirle:

   "He venido a demostrarle que soy respetuoso de la autoridad. Usted ha ordenado que me fusilen en el lugar que me encuentren. He venido para que usted mismo pueda darse el gusto de hacerlo, y evitar así que ninguno de mis fieles tenga que mancharse sus manos disparando contra su Obispo".
El Gobernador Tejeda no esperaba la visita; quedó admirado de su valentía y retiró los cargos; en 1932, el funcionario dejó el Gobierno del Estado al ser nombrado Embajador de Francia; pero los conflictos siguieron hasta 1937. Durante seis años, el anciano pastor sufrió calladamente la repulsa de propios y extraños por defender, ante los hombres y ante la Iglesia, la dignidad humana pisoteada, y los derechos de las conciencias vilmente escarnecidos por los poderes civiles. Siempre veló por esas conciencias y, de su Seminario, salieron los hombres que atendieron las urgentes necesidades de la Diócesis.

   Quiso la Divina Providencia que aquel nuevo "Atanasio" regresara, en las postrimerías de su vida, en medio de sus feligreses para cerrar, con broche de amor, la profunda entrega característica de su vida. Muy enfermo, organizó nuevas misiones.

   Monseñor Guízar y Valencia padeció los últimos meses de su vida flebitis crónica, sus fuerzas de habían agotado y tuvo momentos de extrema gravedad. Cada vez se debilitaba más a causa de la arritmia cardiaca, sufría espasmos que le hacían perder el conocimiento durante unos segundos, aunque luego se recuperaba. La diabetes le había deformado los pies. La flebitis no le dejaba caminar. Pero ante todos estos malestares, él repetía una y otra vez: "Bendito sea Dios".

   Monseñor Guízar y Valencia fue llamado por el Señor para otorgarle el premio a sus fatigas, el día 6 de Junio de 1938. Murió en una casa contigua al edificio de su Seminario, en la Ciudad de México y auxiliado espiritualmente por su hermano Antonio:

   "Sentado en un sillón recibió el Sagrado Viático... Acabando de comulgar, recibió la Extremaunción, dándose cuenta él de que eran sus últimos momentos de la vida, por eso quiso recibir el Sagrado Viático y la Extremaunción con todo conocimiento y conciencia repitiendo las palabras rituales. Hubo dificultad para acostarlo en la cama, así que lo acostaron en el piso cumpliéndose lo que San Francisco de Asís pidió con humildad, de morir en el suelo".
Su cuerpo fue trasladado a Xalapa, donde fue sepultado en el Panteón Municipal, en medio de grandes manifestaciones del pueblo fiel, que le demostró su amor y gratitud por el inmenso bien que pasó haciendo cuando vivía.

   Transcurridos doce años después de su muerte, el Cabildo de la Diócesis decidió trasladar los restos a la Capilla de Santa Teodora, en la Catedral de Xalapa. Por ello, el 28 de mayo de 1950 se procedió a exhumar su cadáver que fue encontrado incorrupto. El féretro que contenía sus restos fue trasladado al convento de las Madres Adoratrices, donde permaneció hasta el 6 de junio.

   Los restos mortales de Monseñor Rafael Guízar y Valencia fueron depositados en una cripta de la Catedral de Xalapa, el 6 de junio, aniversario de su muerte, en espera del juicio de nuestra madre la Iglesia Católica, sobre la heroicidad de sus virtudes.

   Su fama de santidad se extendió por todo México y por diversos países, particularmente en donde misionó incansablemente: Guatemala, Cuba, Colombia y el Sur de los Estados Unidos. Muchos milagros se han logrado por su valiosa intercesión particularmente curaciones asombrosas y ayudas en situaciones de penuria, especialmente para los necesitados.

   Uno de estos milagros fue reconocido por la Comisión de la Congregación para las Causas de los Santos, en abril de 1994, y este se dio cuando el Siervo de Dios Rafael Guízar y Valencia intercedió ante Dios por la familia Montiel Rivera, a favor del nacimiento de su hijo Sergio, ya que la señora es clínicamente estéril.

   Fue beatificado, el 29 de enero de 1995, por Su Santidad Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro en Roma. El 25 de marzo de 1999, fecha en la que se conmemoró el año 2000 de la Encarnación de Jesús en María y que coincidió con la consagración de la Catedral de Ecatepec, en el Estado de México, debajo del altar mayor, en cuyo mármol, por cierto, ofició misa el Papa Juan Pablo II durante su cuarta visita pastoral a nuestro país, fueron depositadas reliquias del Beato Rafael Guízar y Valencia, junto con de los entonces Beatos, ahora Santos, José María Robles Hurtado y Román Adame Rosales, y las del Padre Agustín Pro.

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(Samuel Miranda)