SAN RODRIGO AGUILAR ALEMÁN
1927 d.C.
28 de octubre
Nació en Sayula, Jalisco
el 13 de febrero de 1875. Ingresó al seminario auxiliar de Zapotlán
el Grande, en 1888, donde cultivó el estudio del idioma castellano,
aplicando sus cualidades literarias en el ministerio de la palabra.
Ordenado presbítero el 4 de enero de 1903, desempeñó
su ministerio con celo y dedicación.
Desde 1925 párroco de Unión de Tula, Jalisco,
a partir de la suspensión del culto público fue objeto de persecución:
debido al acoso sufrido desde enero de 1927 buscó refugio fuera de
los límites de su parroquia, en Ejutla, Jalisco, perteneciente a la
diócesis de Colima, donde seguía atendiendo las necesidades
espirituales de sus feligreses.
Durante lo más álgido de la persecución
religiosa llegó a decir: “Los soldados nos podrán quitar la
vida, pero la fe nunca”. El 27 de octubre de 1927 el general Juan B. Izaguirre
llegó a Ejutla, capitaneando un nutrido contingente de militares. El
padre Aguilar, nombrado examinador sinodal de un grupo de seminaristas, refugiados
como él por la persecución, se disponía a cumplir con
su oficio; alertados, todos huyeron, menos el padre, enfermo de sus pies.
Al ser descubierto, los soldados le pidieron identificarse: “Soy sacerdote”,
respondió, a sabiendas que eso significaba afrentas e injurias como
sucedió.
Pocas horas más tarde, a la una de la mañana del día
siguiente, el general Izaguirre, cediendo a las peticiones de Donato Aréchiga,
ordenó que el sacerdote fuera ahorcado en la plaza central de Ejutla.
Suspendida la soga en la rama de un robusto mango, el padre Aguilar bendijo
el instrumento de su martirio, perdonó a sus verdugos, y a uno de ellos
le obsequió su rosario. A cambio de salvar la vida, le propusieron
abjurara de sus convicciones con un ¡Viva el Supremo Gobierno!; por
esa razón un soldado le espetó: ¿Quién vive? ¡Cristo
Rey y Santa María de Guadalupe!, fue la inmediata respuesta. Tiraron
de la soga y mantuvieron a su víctima en el aire algunos momentos.
Lo hicieron bajar para cuestionarlo de nuevo: ¿Quién vive? Sin
titubear, dijo: ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe! Repitieron
una tercera vez la operación: ¿Quién vive? Arrastrando
las palabras el mártir aún pudo decir: ¡Cristo Rey y
Santa María de Guadalupe!, dicho lo cual lo ahorcaron. Sus restos se
conservan en la parroquia de Unión de Tula, Jalisco.