SAN SIRICIO
384-398 d.C.
Esclarecido en doctrina,
piedad y celo por la Religión; el cual condenó a varios herejes
con muy saludables constituciones restableció la disciplina eclesiástica.
Sucedió al Papa San Dámaso en diciembre del 384.
Gobernó la Iglesia con suma prudencia después
del cisma tercero, y brilló con todas las virtudes apostólicas.
Escribió cartas instructivas a varios obispos sobre puntos de disciplina,
y es célebre sobre todas la que dirigió al metropolitano de
Tarragona, llamado Himerio, carta considerada por los críticos como
la primera epístola decretal que debe recococerse por verdadera. Ordenó
los intersticios del tiempo para las órdenes y persiguió a
los Maniqueos.
Bajo su pontificado se produjeron acontecimientos importantes.
En 391 el Papa dio a San Agustín el obispado de Hipona.
En agosto de 390, después del asesinato del comandante
militar de Tesalónica, un godo, el emperador Teodosio, ordenó
una tremenda represalia. Más de siete mil personas fueron muertas
en las calles de la ciudad. Esta crueldad de un príncipe cristiano
produjo escándalo. El obispo de Milán, Ambrosio, excomulgó
al emperador. En la noche de Navidad de 390, el emperador más poderoso
de la tierra se presentó en la plaza de Milán vestido de mendigo
y proclamó su culpa y su arrepentimiento.
Siricio hizo todo lo posible para dar caracter de obligatoriedad
a las decisiones de la sede romana. Hizo reconstruir la Basílica
de San Pablo en la Via Ostiense, al oeste de Roma, donde todavía
se conserva una inscripción con su nombre y su mayor cualidad en
la vida: tota mente devotus.