SANTA ANA
Siglo I a.C.
26 de julio

Santa Ana

   No se puede formar concepto más elevado ni más cabal del mérito, de las heroicas virtudes y de la sublime santidad de Santa Ana, que diciendo fue madre de la Madre de Dios . Esta augusta cualidad comprende todos los honores, excede todos los elogios; y así como el Espíritu Santo no pudo decir cosa mayor de María, que decir que de ella nació Jesús, así también no es posible elogio más glorioso de Santa Ana, que afirmar que de ella nació María.

   Santa Ana, pues  , a quien los Santos Padres apellidan el consuelo de los hijos de Dios, que suspiran por la venida del Mesías, nació en Belén, de la tribu de Judá, a dos leguas de Jerusalén, llamada en el Evangelio "Ciudad de David", por haber nacido en ella este Reey. Tuvo por padre a Matan, sacerdote de Belén, de la tribu de Leví y de la familia de Aarón, que entre los judíos era la familia sacerdotal . Su madre se llamó María, de la tribu de Judá, ambos muy recomendables por su nacimiento y por su ejemplar virtud. Tuvieron tres hijas, la primera que se llamó María como su madre, casó con Cleofás, y fue madre de Santiago el Menor, de San Judas, de San Simeón, sucesor de Santiago, Obispo de Jerusalén, y de San José, por sobrenombre Barsabas ó el Justo. Estos son aquellos discípulos del Salvador, a quienes el Evangelio llama hermanos suyos, según el estilo de los judíos; pero no eran más que primos, como hijos de una tía de la Santísima Virgen. La segunda hermana de Santa Ana fue Sobé, madre de Santa Isabel, la cual por consiguiente era prima hermana de la misma Señora. En fin, la tercera hija de María y de Matan fue Santa Ana, destinada por el Señor  para dar al mundo aquella de quien había de nacer el Salvador.

   Lueg o que Ana nació se reconocieron en ella aquellas especiales gracias que anuncian y forman los grandes Santos, siendo todas las delicias de sus padres, cuyo especial amor  a esta hija sobre las demás pareció tan justo, que nunca causó emulación en las otras dos hermanas. Descubrióse en ella un fondo de juicio, de prudencia, de modestia y de virtud, con cierto carácter de capacidad y madurez, que la hizo amable y admirable. Hechizado el mundo de sus prendas, se dio priesa a ganarla para sí; pero ella miró siempre con desvío todas las cosas del mundo. Su mayor gusto era el retiro, y nunca se halló aún en aquellas inocentes diversiones  que son más naturales y comunes en las niñas de su edad. Entregada a la oración, comenzó a gustar de Dios desde sus primeros años, no pensando en otra cosa que en servirle y agradarle. Pretendiéronla por mujer los más nobles de toda la nación, y sus padres escogieron entre todos a Joaquín, que vivía en la ciudad de Nazareth, y era de la real casa de David, con cuyo enlace se unió la familia sacerdotal  con la real, circunstancia indispensable para que la Madre del Mesías pudiese nacer de este matrimonio.

   Las virtudes que habían resplandecido en Santa Ana siendo soltera, brillaron en ella cuando se vió esposa del hombre más Santo que a la sazón se conocía en el mundo. No hubo matrimonio más feliz: en ambos esposos reinaban las mismas inclinaciones, el mismo amor a la virtud, la misma inocencia y la misma pureza de costumbres; porque la misma mano que habían formado aquellos dos corazones, los unió el dulce vínculo del más casto y del más perfecto amor. Joaquín en el monte, dice San  Epifanio, ofrecía incesantes oraciones y sacrificios al cielo para acelerar la redención de Israel; y Ana en el retiro de su casa se sacrificaba continuamente al Señor en el fervor de su oración. Cuando se dejaba ver en público, edificaba a todos; su compostura, su modestia, sus palabras inspiraban admiración de su virtud y respeto a su persona. Por su gran caridad consideraba a los pobres como a hijos suyos; y cuando se acordaba de que era estéril, se consolaba con que tenía tantos hijos como pobres. No correspondían los bienes temporales a la nobleza de su calidad ni de su sangre; pero suplía la caridad a la medianía de su fortuna.

   Parece que el Espíritu Santo hizo el retrato de Santa Ana  en el que formó la mujer fuerte y perfecta que no tiene precio. Lo que no admite duda es, que esta gran Santa nos dejó un modelo perfecto de la vida interior, y un compendio de las más raras virtudes.

   Había más de cuarenta años que estaba casada Santa Ana sin haber tenido sucesión, esterilidad que entre los judíos se reputaba por cierta especie de oprobio, con alguna nota de infamia; porque asegurados de que el Mesías había de nacer de una mujer de la nación, consideraban en las infecundas uno como linaje de reprobación de la familia. Vivía Santa Ana  en esta triste humillación, sin esperanza de salir de ella a causa de su avanzada edad. Llevaba con paciencia las amarguras de su estado por su rendimiento a la voluntad de Dios; más no por eso dejaba de mirar con una santa envidia a aquellas mujeres que algún día habían de tener afinidad con el Mesías.

Oraciones a Santa Ana

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(Samuel Miranda)