SANTA BRÍGIDA DE SUECIA
1373 d.C.
23 de julio
SANTA BRIGIDA era hija de Birgerio,
gobernador de Uplandia, la principal provincia de Suecia. La madre de Brígida,
Ingerborg; era hija del gobernador de Gotlandia oriental. Ingerborg murió
hacia 1315 y dejó varios hijos. Brígida, que tenía entonces
doce años aproximadamente, fue educada por una tía suya en
Aspenas. A los tres años, hablaba con perfecta claridad, como si fuese
una persona mayor, y su bondad y devoción fueron tan precoces como
su lenguaje. Sin embargo, la santa confesaba que de joven había sido
inclinada al orgullo y la presunción.
A los siete años tuvo una visión de la Reina
de los cielos. A los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión
de Cristo que la impresionó mucho, soñó que veía
al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en qué
estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?",
preguntó la niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian
y se burlan de mi amor." Esa visión dejó una huella imborrable
en Brígida y, desde entonces, la Pasión del Señor se
convirtió en el centro de su vida espiritual.
Antes de cumplir catorce años, la joven contrajo matrimonio
con Ulf Gudmarsson, quien era cuatro años mayor que ella. Dios les
concedió veintiocho años de felicidad matrimonial. Tuvieron
cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre de
Santa Catalina de Suecia. Durante algunos años, Brígida llevó
la vida de la época, como una señora feudal, en las posesiones
de su esposo en Ulfassa, con la diferencia de que cultivaba la amistad de
los hombres sabios y virtuosos.
Hacia el año 1335, la santa fue llamada a la corte del
joven rey Magno II para ser la principal dama de honor de la reina Blanca
de Namur. Pronto comprendió Brígida que sus responsabilidades
en la corte no se limitaban al estricto cumplimiento de su oficio. Magno era
un hombre débil que se dejaba fácilmente arrastrar al vicio;
Blanca tenía buena voluntad, pero era irreflexiva y amante del lujo.
La santa hizo cuanto pudo por cultivar las cualidades de la reina y por rodear
a ambos soberanos de buenas influencias. Pero, aunque Santa Brígida
se ganó el cariño de los reyes, no consiguió mejorar
su conducta, pues no la tomaban en serio.
La santa empezó tener por entonces las visiones que
habían de hacerla famosa. Estas versaban sobre las más diversas
materias, desde la necesidad de lavarse, hasta los términos del tratado
de paz entre Francia e Inglaterra. "Si el rey de Inglaterra no firma la paz
-decía-- no tendrá éxito en ninguna de sus empresas
y acabará por salir del reino y dejar a sus hijos en la tribulación
y la angustia." Pero tales visiones no impresionaban a los cortesanos suecos,
quienes solían preguntar con ironía: "¿Qué soñó
Doña Brígida anoche?"
Por otra parte, la santa tenía dificultades con su propia
familia. Su hija mayor se había casado con un noble muy revoltoso,
a quien Brígida llamaba "el Bandolero" y, hacia 1340, murió
Gudmaro, su hijo menor. Por esa pérdida la santa hizo una peregrinación
al santuario de San Olaf de Noruega, en Trondhjem. A su regreso, fortalecida
por las oraciones, intentó con más ahinco que nunca volver al
buen camino a sus soberanos. Como no lo lograse, les pidió permiso
de ausentarse de la corte e hizo una peregrinación a Compostela con
su esposo. A la vuelta del viaje, Ulf cayó gravemente enfermo en Arras
y recibió los últimos sacramentos ya que la muerte parecía
inminente. Pero Santa Brígida, que oraba fervorosamente por el restablecimiento
de su esposo, tuvo un sueño en el que San Dionisio le reveló
que no moriría. A raíz de la curación de Ulf, ambos esposos
prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Según parece, Ulf murió en 1344 en el monasterio
cisterciense de Alvastra, antes de poner por obra su propósito. Santa
Brígida se quedó en Alvastra cuatro años apartada del
mundo y dedicada a la penitencia. Desde entonces, abandonó los vestidos
lujosos, solo usaba lino para el velo y vestía una burda túnica
ceñida con una cuerda anudada. Las visiones y revelaciones se hicieron
tan insistentes, que la santa se alarmó, temiendo ser víctima
de ilusiones del demonio o de su propia imaginación. Pero en una visión
que se repitió tres veces, se le ordenó que se pusiese bajo
la dirección del maestre Matías, un canónigo muy sabio
y experimentado de Linkoping, quien le declaró que sus visiones procedían
de Dios. Desde entonces hasta su muerte, Santa Brígida comunicó
todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro, quien las consignó
por escrito en latín. Ese período culminó con una visión
en la que el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para
amenazar al rey Magno con el juicio divino; así lo hizo Brígida,
sin excluir de las amenazas a la reina y a los nobles. Magno se enmendó
algún tiempo y dotó liberalmente el monasterio que la santa
había fundado en Vadstena, impulsada por otra visión.
En Vadstena había sesenta religiosas. En un edificio
contiguo habitaban trece sacerdotes (en honor de los doce apóstoles
y de San Pablo), cuatro diáconos (que representaban a los doctores
de la Iglesia) y ocho hermanos legos. En conjunto había ochenta y cinco
personas. Santa Brígida redactó las constituciones; según
se dice, se las dictó el Salvador en una visión. Pero ni Bonifacio
IX con la bula de canonización, ni Martín V, que ratificó
los privilegios de la abadía de Sión y confirmó la canonización,
mencionan ese hecho y sólo hablan de la aprobación de la regla
por la Santa Sede, sin hacer referencia a ninguna revelación privada.
En la fundación de Santa Brígida, lo mismo que
en la orden de Fontevrault, los hombres estaban sujetos a la abadesa en lo
temporal, pero en lo espiritual, las mujeres estaban sujetas al superior de
los monjes. La razón de ello es que la orden había sido fundada
principalmente para las mujeres y los hombres sólo eran admitidos en
ella para asegurar los ministerios espirituales. Los conventos de hombres
y mujeres estaban separados por una clausura inviolable; tanto unos como las
otras, asistían a los oficios en la misma iglesia, pero las religiosas
se hallaban en una galería superior, de suerte que ni siquiera podían
verse unos a otros.
El monasterio de Vadstena fue el principal centro literario
de Suecia en el siglo XV. A raíz de una visión; Santa Brígida
escribió una carta muy enérgica a Clemente VI, urgiéndole
a partir de Aviñón a Roma y establecer la paz entre Eduardo
III de Inglaterra y Felipe IV de Francia. El Papa se negó a partir
de Aviñón pero, en cambio envió a Hemming, obispo de
Abo, a la corte del rey Felipe, aunque la misión no tuvo éxito.
Entre tanto, el rey Magno, que apreciaba más las oraciones que los
consejos de Santa Brígida, trató de hacerla intervenir en una
cruzada contra los paganos letones y estonios. Pero en realidad se trataba
de una expedición de pillaje. La santa no se dejó engañar
y trató de disuadir al monarca. Con ello perdió el favor de
la corte, pero no le faltó el amor del pueblo, por cuyo bienestar se
preocupaba sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia.
Había todavía en el país muchos paganos,
y Sarta Brígida ilustraba con milagros la predicación de sus
capellanes. En 1349, a pesar de que la "muerte negra" hacía estragos
en toda Europa, Brígida decidió ir a Roma con motivo del jubileo
de 1350. Acompañada de su confesor, Pedro de Skeninge y otros, se embarcó
en Stralsund, en medio de las lágrimas del pueblo, que no había
de volver a verla. En efecto, la santa se estableció en Roma, donde
se ocupó de los pobres de la ciudad, en la espera de la vuelta del
Pontífice a la Ciudad Eterna. Asistía diariamente a misa a
las cinco de la mañana, se confesaba todos los días y comulgaba
varias veces por semana (según era permitido en aquella época).
El brillo de su virtud contrastaba con la corrupción de costumbres
que reinaba entonces en Roma: el robo y la violencia hacían estragos,
el vicio era cosa normal, las iglesias estaban en ruinas y lo único
que interesaba al pueblo era escapar de sus opresores. La austeridad de la
santa, su devoción a los santuarios, su severidad consigo misma, su
bondad con el prójimo, su entrega total al cuidado de los pobres y
los enfermos, le ganaron el cariño de muchos. Santa Brígida
atendía con particular esmero a sus compatriotas y cada día
daba de comer a los peregrinos suecos en su casa que estaba situada en las
cercanías de San Lorenzo in Damaso.
Pero su ministerio apostólico no se reducía a
la práctica de las buenas obras ni a exhortar a los pobres y a los
humildes. En cierta ocasión, fue al gran monasterio de Farfa para reprender
al abad, "un hombre mundano que no se preocupaba absolutamente por las almas".
Hay que decir que, probablemente, la reprensión de la santa no produjo
efecto. Más éxito tuvo su celo por la reforma de otro convento
de Bolonia. Allí se hallaba Brígida cuando fue a reunirse con
ella su hija, Santa Catalina, quien se quedó a su lado y, fue su fiel
colaboradora hasta el fin de su vida. Dos de las iglesias romanas más
relacionadas con nuestra santa son la de San Pablo extramuros y la de San
Francisco de Ripa. En la primera se conserva todavía el bellísimo
crucifijo, obra de Cavallini, ante el que Brígida acostumbraba orar
y que le respondió más de una vez; en la segunda iglesia se
le apareció San Francisco y le dijo: "Ven a beber conmigo en mi celda".
La santa interpretó aquellas palabras como una invitación para
ir a Asís. Visitó la ciudad y de allí partió
en peregrinación por los principales santuarios de Italia, durante
dos años.
Las profecías y revelaciones Santa Brígida se
referían a las cuestiones mas candentes de su época. Predijo,
por ejemplo, que el Papa y el emperador se reunirían amistosamente
en Roma. Al poco tiempo así lo hicieron (El Papa Beato Urbano V y Carlos
IV, en 1368). La profecía de que los partidos en que estaba dividida
la Ciudad Eterna recibirían el castigo que merecían por sus
crímenes, disminuyeron un tanto la popularidad de la santa y aun le
atrajeron persecuciones. Brígida fue arrojada de su casa y tuvo que
ir con su hija a pedir limosna al convento de las Clarisas.Por otra parte,
ni siquiera el Papa escapaba a sus severas admoniciones proféticas.
El gozo que experimentó la santa con la llegada de Urbano
a Roma fue de corta duración, pues el Pontífice se retiró
poco después a Viterbo, luego a Montesfiascone y aun se rumoró
que se disponía a volver a Aviñón.
Al regresar de una peregrinación, a Amalfi, Brígida
tuvo una visión en la que Nuestro Señor la envió a avisar
al Papa que se acercaba la hora de su muerte, a fin de que diese su aprobación
a la regla del convento de Vadstena. Brígida había ya sometido
la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma, pero el Pontífice
no había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió
a Montefiascone montada en su mula blanca. Urbano aprobó, en general,
la fundación y la regla de Santa Brígida, que completó
con la regla de San Agustín. Cuatro meses más tarde, murió
el Pontífice. Santa Brígida escribió tres veces a su
sucesor, Gregorio XI, que estaba en Aviñón, conminándole
a trasladase a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro años
después de la muerte de la santa.
En 1371, a raíz de otra visión, Santa Brígida
emprendió una peregrinación a los Santos Lugares, acompañada
de su hija Catalina, de sus hijos Carlos y Bingerio, de Alfonso de Vadaterra
y otros personajes. Ese fue el último de sus viajes. La expedición
comenzó mal, ya que en Nápoles, Carlos se enamoró de
la reina Juana I, cuya reputación era muy dudosa. Aunque la esposa
de Carlos vivía aún en Suecia y el marido de Juana estaba en
España; ésta quería contraer matrimonio con él
y la perspectiva no desagradaba a Carlos. Su madre, horrorizada ante tal posibilidad,
intensificó sus oraciones. Dios resolvió la dificultad del
modo más inesperado y trágico, pues Carlos enfermó de
una fiebre maligna y murió dos semanas después en brazos de
su madre. Santa Brígida prosiguió su viaje a Palestina embargada
por la más profunda pena. En Jaffa estuvo a punto de perecer ahogada
durante un naufragio Sin embargo durante, la accidentada peregrinación
la santa disfrutó de grandes consolaciones espirituales y de visiones
sobre la vida del Señor.
A su vuelta de Tierra Santa, en el otoño de 1372, se
detuvo en Chipre, donde clamó contra la corrupción de la familia
real y de los habitantes de Famagusta quienes se habían burlado de
ella cuando se dirigía a Palestina. Después pasó a Nápoles,
donde el clero de la ciudad leyó desde el púlpito las profecías
de Santa Brígida, aunque no produjeron mayor efecto entre el pueblo.
La comitiva llegó a Roma en marzo de 1373. Brígida,
que estaba enferma desde hacía algún tiempo, empezó a
debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año,
después de recibir los últimos sacramentos de manos de su fiel
amigo, el Padre Pedro de Alvastra. Tenía entonces setenta y un años.
Su cuerpo fue sepultado provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in
Panisperna. Cuatro meses después, Santa Catalina y Pedro de Alvastra
condujeron triunfalmente las reliquias a Vadstena, pasando por Dalmacia,
Austria, Polonia y el puerto de Danzig.
Santa Brígida, cuyas reliquias reposan todavía
en la abadía por ella fundada, fue canonizada en 1391 y es la patrona
de Suecia.
Uno de los aspectos más conocidos en la vida de Santa
Brígida, es el de las múltiples visiones con que la favoreció
el Señor, especialmente las que se refieren a los sufrimientos de la
Pasión y a ciertos acontecimientos de su época. Por orden del
Concilio de Basilea, el Juan de Torquemada, quien fue más tarde cardenal,
examinó el libro de las revelaciones de la santa y declaró que
podía ser muy útil para la instrucción de los fieles;
pero tal aprobación encontró muchos opositores. Por lo demás;
la declaración de Torquemada significa únicamente que la doctrina
del libro es ortodoxa y que las revelaciones no carecen de probabilidad histórica.
El Papa Bcnedicto XIV, entre otros, se refirió a las revelaciones de
Santa Brígida en los siguientes términos: "Aunque muchas de
esas revelaciones han sido aprobadas, no se les debe el asentimiento de fe
divina; el crédito que merecen es puramente humano, sujeto al juicio
de la prudencia, que es la que debe dictarnos el grado de probabilidad de
que gozan para que crearnos píamente en ellas."
Santa Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió
siempre sus revelaciones a las autoridades eclesiásticas y, lejos de
gloriarse por gozar de gracias tan extraordinarias, las aprovechó como
una ocasión para manifestar su obediencia y crecer en amor y humildad.
Si sus revelaciones la han hecho famosa, ello se debe en gran parte a su
virtud heroica, consagrada por el juicio de la Iglesia.
El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492.
Las brigidinas tienen unas lecciones de maitines tomadas de
sus revelaciones sobre las glorias de María, conocidas con el nombre
de "Sermo Angelicus", en recuerdo de las palabras del Señor a la santa:
"Mi ángel te comunicará las lecciones que las religiosas de
tus monasterios deben leer en maitines, y tú las escribirás
tal como él te las dicte".