SANTA IVETA DE HUY
1158 d-C.
13 de enero

   Se encuentra en los santorales escasísima información acerca de santa Iutta, a pesar de que existe un extenso y bien conservado relato de su vida hecho por un contemporáneo y pariente suyo, Hugo de Florencia, canónigo premonstratense, quien narró la vida de la santa al año siguiente de su muerte. Lo que sigue es una síntesis de ese escrito.

   Iutta nació hacia el 1158, en una familia de buena posición principal de la ciudad belga de Huy, en lso márgenes del Mosa. Era muy joven, pero ya adornada tanto con belleza corporal como con virtudes, cuando sus padres consideraron coveniente casarla. Tenía trece años cuando la prometieron. Fue inútil que rogara al padre y a la madre que no la diesen en matrimonio, y por obediencia filial tuvo que aceptar. Sin embargo su pensamiento seguía sólo en Dios, y así se encontraba dividida: por un lado sabía que debía entregarse a la vida matrimonial, y al mismo tiempo no podía dejar de sentir la fuerza de su vocación a la contemplación divina. El marido le cobró cierta aversión, por lo que la vida de Iutta se tornó sin consuelo.

   Tenía apenas dieciocho años cuando quedó viuda. Ella resolvió en su corazón permanecer en ese estado de viuda, consagrada al Señor. Sin embargo era muy joven, y los padres no estaban de acuerdo con la resolución, por lo que insistieron por todos los medios, presentándole innumerables candidatos. Viéndola tan reacia a aceptar, acudieron al obispo, para que él mismo la persuadiera y le mostrase que era lo mejor para ella el vivir en el estado matrimonial; pero cuando se entrevistó con el obispo, le adujo ella a él tan fundadas razones de permanecer como viuda al servicio de Cristo, que el obispo no tuvo más que admitir que la joven era sensata y hablaba en ella el Espíritu divino, por lo que finalmente la bendijo y oró al Señor para que completase en ella la obra que había comenzado.

   Comenzó en Iutta un período de entrega completa a la oración, para lo cual salía de noche de su casa para llegar hasta la Iglesia a postrarse. Sin embargo el demonio la tentaba de diversas formas, asustándola en la oscuridad de la noche, adoptando distintas formas visibles, pero Iutta lo rechazaba trazando la señala de la cruz, y seguía su camino. La tentación tomó entonces otro camino: cierto joven pariente, de quien ella no sospechaba en absoluto porque era de su confianza, y se habían criado juntos, le tendió una lasciva trampa, de modo que quedó encerrada con él en la noche. Si huía, su honra quedaría manchada por las habladurías, si quedaba, tendría que ceder a algo que de ninguna manera deseaba; no sabiendo qué hacer, imploró a la Virgen, que se apareció en forma corporal, y el malvado joven quedó tan confundido que huyó él mismo y no volvió a molestar a Iutta. Estos episodios de tentación hicieron que la beata se entregase con mayor fervor aun a la oración, y sobre todo a la limosna. Su gratitud hacia el señor y la Virgen se manifestó cada vez más en la forma de una generosidad sin límites para con los pobres y necesitados; más bien se privaba ella de todo lo que era común para su rango y en el mundo se consideraba necesario, que faltarle a los que carecían de todo.

   Sin embargo aun esto le parecía a Iutta poco, y quiso entregarse al Señor con más radicalidad. Había en los alrededores de su ciudad un leprosario, al que nadie osaba acercarse, no sólo por el miedo a los leprosos, y el aislamiento en que vivían en aquellos tiempos, sino porque de entre los lugares semejantes, era este muy pobre y derruido, de tal modo que habitaban allí los enfermos casi como animales, solo en espera de la muerte. Iutta comenzó a visitar el leprosario y a servir a los allí confinados como un esclavo sirve a su amo: limpiándolos, curándolos, llevándoles comida. De tal modo renunció ya para siempre al mundo, y en su oración sólo pedía al Señor volverse ella misma leprosa, como los enfermos a los que sirvió por once años consecutivos.

   Ya en ese tiempo de su vida, comenzó a manifestarse en ella el espíritu de profecía, y hablaba palabras del Señor, y la gente se guiaba por su consejo y pedía de ella oración e intercesión. Dios le dio la gracia de escuchar las oraciones que hacía por la conversión de su padre, y este llegó a seguir él mismo una vocación monástica. Finalmente Iutta quiso llegar a la más radical entrega al Señor: hizo construir una celda junto a una iglesia, y con la bendición del obispo, se encerró en reclusión perpetua. Allí se entregó ya del todo a la oración y la contemplación, comía apenas lo que le llevaban, a la vez que oraba por las intenciones de los que se acercaban a ella. Brilló por completo su humildad, y por la cantidad de milagros que se obraban por su oración, así como por el espíritu de sabiduría y consejo que la asistía y que le permitía leer en el alma de quienes la visitaban, y desnudar sus más secretas heridas, para curarlas.

  Contando unos setenta años, y precedida de algunos signos milagrosos, entregó su alma al Señor el 13 de enero del año 1228, fue inmediatamente reconocida por todos como santa, y su culto se extendió por toda la región.

   Hasta aquí el relato muy resumido de la larguísima vida escrita por su contemporáneo y pariente, llena de citas escriturísticas, y por momentos de gran elegancia de estilo, y fuerte tensión dramática. Además del ejemplo de la santa, quisiera hacer notar cierta forma simbólica de entender la realidad que ya no cultivamos en nuestra época, pero que podemos ver y admirar en escritos antiguos. Al escritor no le basta con haber mostrado la presencia de Dios en cada momento de la vida de Iutta, sino que concluye su obra con una sugerente reflexión bíblica:

   «Viuda a los dieciocho años, vivió con su marido cinco, y otros cinco como viuda entre los suyos; sirvió luego a los leprosos diez años, para llevar a término la perfección del Decálogo. Después vivió solo para el Señor en su celda unos treinta y seis años, que hacen en total sesenta y nueve años. Y así, en el año setenta de su vida, que es el año de la vuelta del destierro del auténtico Judá desde Babilonia a Jerusalén, liberada ella misma de la corrupción, y trasladada a la visión de la verdadera paz de NS Jesucristo [...] a quien sea la gloria y el honor con el Padre y el Espíritu Santo. Amén »

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(Samuel Miranda)