SANTA MARÍA EUGENIA DE JESÚS
MILLERET
1898 d.C.
10 de marzo
Nacida en una familia burguesa,
en 1817 en Metz (Francia), tras la derrota definitiva de Napoleón
y la Restauración de la Monarquía, Ana-Eugenia Milleret no
parecía estar destinada a trazar un camino espiritual en la Iglesia
de Francia.
Su padre, liberal y seguidor de las ideas de Voltaire, desarrolla
su actividad como banquero y en la vida política. Ana-Eugenia, dotada
de una gran sensibilidad, recibe de su madre una educación que le
da un carácter fuerte y el sentido del deber. La vida familiar desarrolla
en ella una curiosidad intelectual y el espíritu romántico,
un interés por las cuestiones sociales y una amplitud de mirada.
Esta educación, lejos de la Iglesia, de Cristo, de la
escuela, está marcada por una gran libertad unida a un gran sentido
de la responsabilidad. La bondad, la generosidad, la rectitud y la sencillez
aprendidas junto a su madre, le llevará a decir más tarde que
su educación era más cristiana que la de muchos católicos
piadosos de su tiempo. Según la costumbre, como su contemporánea
George Sand, Ana-Eugenia asistía a la Misa los días de fiesta
y había recibido los sacramentos de la iniciación cristiana
sin comprometerse a nada. Su primera comunión fue, con todo, una gran
experiencia mística para Ana–Eugenia en la que ya se encontraba todo
el secreto del futuro. Solo más tarde, captará el sentido profético
de esta experiencia y reconocerá en ella el fundamento de su camino
hacia una pertenencia total a Cristo y a la Iglesia.
Vivió una juventud feliz, aunque no faltó el sufrimiento.
La muerte de un hermano mayor que ella, la de una hermana pequeña,
una salud frágil y una caída que le dejará sus secuelas,
marcaron su infancia. Ana-Eugenia mostrará una madurez superior a
la de su edad, sabrá esconder sus sentimientos y hacer frente a lo
que va viniendo. Más tarde, tras un periodo de gloria, tendrá
que enfrentarse al fracaso de los bancos de su padre, a la incomprensión
y separación de sus padres, a la pérdida de toda seguridad.
Ana-Eugenia tiene que abandonar la casa de su infancia e ir a París
con su madre, mientras que su hermano Luis, su gran compañero de juegos,
se marchará con su padre.
En París, junto a su madre a la que adoraba, la verá
afectada terriblemente por el cólera que se la llevó en unas
horas, dejando a su hija de 15 años sola en el mundo, en una sociedad
mundana y superficial. En esta situación y a través de una
búsqueda angustiosa y casi desesperada de la verdad, Ana-Eugenia llegará
a su conversión sedienta del Absoluto y abierta a lo transcendente.
A los 19 años, Ana–Eugenia asiste a las Conferencias
cuaresmales en la Catedral de Nuestra Señora, en París, predicadas
por el Padre Lacordaire, joven pero ya conocido por su talento como orador.
Antiguo discípulo de Lamennais —habitado como él por la visión
de una Iglesia renovada jugando un papel nuevo en el mundo— Lacordaire comprende
su tiempo y quiere cambiarlo. Conoce los interrogantes y las aspiraciones
de los jóvenes, su idealismo y su ignorancia sobre Cristo y la Iglesia.
Su palabra llega al corazón de Ana-Eugenia, responde a sus propios
interrogantes y despierta en ella una gran generosidad. Ana Eugenia ve a
Cristo como Liberador universal y su Reino en la tierra a través una
sociedad fraterna y justa. Me sentía realmente convertida, escribe,
y sentía el deseo de entregar todas mis fuerzas, o mas bien toda mi
debilidad, a esta Iglesia que desde entonces me parecía que era la
única que poseía aquí abajo el secreto y el poder del
bien.
En este momento, conoce a otro predicador, también antiguo
discípulo de Lammenais, el Padre Combalot, que escogerá como
confesor. El Padre Combalot se da cuenta que tiene ante a él a un
alma privilegiada y designa a Ana-Eugenia como fundadora de la Congregación
que él soñaba desde hacía tiempo. Insistiendo en que
esta fundación es la voluntad de Dios y que Dios la había escogido
para realizar esta obra, el Padre Combalot convence a Ana-Eugenia para que
asuma este proyecto: una obra de educación. El P. Combalot está
convencido de que solamente a través de la educación, se podrá
evangelizar las inteligencias, hacer que las familias sean verdaderamente
cristianas y así transformar la sociedad de su tiempo. Ana-Eugenia
acepta este proyecto como un deseo de Dios y se deja guiar por el P. Combalot.
A los 22 años, María Eugenia se convierte en Fundadora
de las Religiosas de la Asunción, entregadas a consagrar toda su vida
y todas sus fuerzas para extender el Reino de Cristo en el mundo. En 1839,
con otras dos jóvenes, Ana-Eugenia Milleret empieza una vida comunitaria
de oración y de estudio en un apartamento de la calle Férou,
muy cerca de la Iglesia de San Sulpicio en París. En 1841, abren la
primera escuela con el apoyo de Mme de Chateaubriand, Lacordaire, Montalembert
y sus amigos. Años más tarde la comunidad contará con
16 hermanas de cuatro nacionalidades.
Maria Eugenia y las primeras hermanas de la Asunción
quisieron unir lo antiguo y lo nuevo: unir los antiguos tesoros de la espiritualidad
y de la sabiduría de la Iglesia con una nueva forma de vida religiosa
y de educación que respondieran a las necesidades de las mentalidades
modernas. Se trata de asumir los valores de su tiempo, y a la vez, transmitir
valores evangélicos a la cultura naciente de una nueva era industrial
y científica. La Congregación desarrollará una espiritualidad
centrada en Cristo y en el misterio de la Encarnación, a la vez profundamente
contemplativa y profundamente apostólica. Será una vida vivida
en la búsqueda de Dios y en un fuerte compromiso apostólico.
La vida de María Eugenia de Jesús fue larga, una
vida que atravesó casi todo el siglo XIX. Amaba profundamente su tiempo
y quería participar activamente en su historia. Progresivamente todas
sus energías se fueron unificando, de una u otra manera, en el desarrollo
y la extensión de la Congregación, la obra de su vida. Dios
le iba enviando hermanas y amigos. Una de las primeras fue una irlandesa,
mística y amiga íntima a la que María Eugenia, al final
de su vida, la llama “la mitad de mi ser”. Kate O’Neill, en religión
Madre Thérèse Emmanuel, se considera como co-fundadora. El
P. Emmanuel d’Alzon, que llegó a ser el director espiritual de María
Eugenia poco después de la fundación, será para ella
padre, hermano, amigo según las etapas de la vida. En 1845, el P.
d’Alzon fundó los Agustinos de la Asunción y los dos fundadores
se ayudaron mutuamente a lo largo de 40 años. Los dos tenía
un don para la amistad y trabajaron en la Iglesia con numerosos laicos. Juntos,
en seguimiento de Jesús, religiosas, religiosos y laicos han trazado
el camino de la Asunción y forman parte de la inmensa nube de testigos.
En los últimos años de su vida, M. María
Eugenia de Jesús experimentará poco a poco el debilitamiento
físico, vivido en la humildad y en el silencio, en una vida totalmente
centrada en Jesucristo. El 9 de marzo de 1898 recibe por última vez
la comunión y en la noche del 10 de marzo se duerme dulcemente en
el Señor. Fue beatificada por Pablo VI, en Roma, el 9 de febrero de
1975 y canonizada por Benedicto XVI el 3 de junio del 2007.
La rama laica –Asunción Juntos– formada por Amigos de
la Asunción y Comunidades o Fraternidades de la Asunción, es
numerosa: unos miles de Amigos y algunos centenares de Laicos comprometidos
según el Camino de Vida.