SANTA PAULA FRASSINETTI
1882 d.C.
11 de junio
Paula Frassinetti es hija de
Dios desde el día de su nacimiento, el 3 de marzo de 1809, recibiendo
el Bautismo este mismo día en la Parroquia de San Esteban de Génova,
su ciudad natal.
Nace después de José y Francisco. Paula crece
serena en la casa paterna, que se verá alegrada después con
el nacimiento de Juan y Rafael. Su madre es el ejemplo más vivo de
virtud y la pequeña se abre delicadamente a la gracia divina que obra
en ella maravillas. Según el plan de Dios, Angela, su buena madre no
tendrá tiempo de ver los proyectos de Dios sobre su hija. Morirá
dejando a Paula, todavía en la edad del juego, al cuidado de la casa.
Son días de desorientación y dolor. Paula tiene 9 años.
No se ahorra fatigas y tiene con su padre, Juan Bautista, y con sus
hermanos atenciones amorosas y delicadas, que le exigen no pocas renuncias
y sacrificios.
Su Primera Comunión y el sacerdocio de su hermano José
son momentos de profunda reflexión para ella, que ya siente en su corazón
la llamada divina.
En la familia aprende a leer y a escribir y recibe la base
de su formación. Su hermano José, avanzado ya en los estudios
de Teología, le habla de las cosas de Dios y Paula escucha y acoge
la palabra de Dios que penetra en su corazón. Percibe la llamada para
seguir más de cerca al Señor y en ella resuenan profundamente
las palabras del Maestro: «Quién ama a su padre y a su madre
más que a mí, no es digno de mí».
Pero... hay un pero. Su padre no está de acuerdo: ¿Qué
hará sin su Paulina? Y Paula se ve obligada a acallar ese deseo, esperando
la hora de Dios. Y llega la ocasión.
A los 19 años experimenta un momento de cansancio dado
el ritmo de vida agobiante al tener que desempeñar el papel de madre
en la familia.
Su hermano Don José, ya Párroco de un pueblecito
de la costa ligur la hospeda durante algún tiempo. El aire puro de
Quinto es un buen remedio para su salud delicada. La vida en la parroquia
es para ella un campo de aprendizaje de obras de bien, y poco a poco, con
su cordial afabilidad atraerá a las jóvenes de aquel lugar.
Todos los domingos van al campo a hablar de Dios. Los encuentros se repiten
con frecuencia y el diálogo se extiende a otras jovencitas. Paula les
revela el secreto de una vida dedicada totalmente al Señor y descubre
sus aptitudes y su vocación de educadora. En torno a ella se forma
un grupo comprometido que vive en comunión de amor. En su mente se
clarifica la idea de un nuevo Instituto: así se lo confía a
su hermano D. José.
Pronto, a pesar de los obstáculos y sufrimientos, el
ideal será realidad. Son seis las compañeras que superan los
primeros momentos, tan difíciles. Paula está decidida. En el
signo de la cruz está el comienzo de su obra, aquella cruz que ella
amará durante toda su vida y que le hará exclamar: «Quien
más se sacrifica, más ama».
Así, el 12 de agosto de 1834, en el Santuario de San
Martino in Albaro, siete jóvenes ofrecen su vida a Dios. La Misa la
celebra su hermano D. José que las había preparado para ese
paso tan importante. Son felices; pocas horas después, pondrían
la primera piedra de su Instituto; comenzarían a vivir en comunidad,
apoyándose en la única riqueza: Jesucristo. En realidad, no
tienen nada, son pobres en la casita de Quinto que han elegido como primera
morada.
Abren una Escuela para las niñas más pobres y
así tienen que trabajar aún de noche, para sobrevivir. No falta
el entusiasmo, y de ahí los primeros éxitos de la Escuela. Pero
los caminos del Señor no son nuestros caminos: los sufrimientos representan
para Paula la prueba de la Voluntad de Dios. El cólera infecta Génova
y sus hijas están en primera fila para llevar ayuda y consuelo.
En 1835, un sacerdote de la región de Bérgamo,
D. Lucas Passi, amigo de D. José, conociendo el celo apostólico
de Paula, le propone acoger en su Instituto la Pía Obra de Santa Dorotea,
fundada por él con el fin de acercarse a los jóvenes más
pobres y necesitados en su ambiente de vida y trabajo. Paula percibe en la
originalidad de esa obra su linea educativa y la dimensión apostólica
de su consagración y por eso no duda en integrarla en las actividades
de su Instituto. Sus hijas no se llamaran ya «Hijas de la Santa Fe»
sino Hermanas de Santa Dorotea.
Es un momento importante para la vida de aquella comunidad
que ve concretarse su inspiración original: «estar planamente
disponibles en las manos de Dios para evangelizar a través de la educación,
dando preferencia a los jóvenes y a los más pobres».
Surgen nuevas casas en Génova y después en el
centro de la cristianidad. Apenas siete años después de la fundación,
el 19 de mayo de 1841, Paula se encuentra en Roma, acompañada de dos
novicias. También aquí surgen nuevas dificultades: la primera
casa tiene dos pequeñas habitaciones situadas sobre un establo en
el callejon de los Santos Apóstoles. Paula acepta todo, le espera una
gran recompensa: será recibida por el Papa Gregogio XVI que se complace
en la labor de sus Doroteas. Es feliz: le ha hablado el Señor.
Las incomodidades y los sufrimientos aumentan: pobreza y enfermedades
afligen a aquellas heróicas hermanas que no tienen una moneda para
sus necesidades.
En 1844 el Papa confía a Paula la dirección del
Conservatorio de Santa María del Refugio, en San Onofrio. La madre
con dulzura y caridad da al ambiente un nuevo aspecto y una orientación
decisiva para el futuro de la Institución. Por su presencia en ella,
la casa de San Onofrio será la sede generalicia.
El 1846, un espíritu antirreligioso, más que
un pensamiento político invade Italia. En Génova son perseguidas
también las Doroteas. Las hijas de Paula viven momentos de fuerte persecución.
La tempestad llega también a Roma: Pío IX, sucesor de Gregorio
XVI, se ve obligado a refugiarse en Gaeta. Cardenales, Obispos y Prelados
se alejan de la capital. Paula permanece sóla al frente de una comunidad
numerosa y con fe intrépida supera aquellos momentos dramáticos.
La borrasca se calma. Es el año 1850. Paula obtiene
la tan deseada audiencia con Pío IX, que para ella es como un padre.
Va a Gaeta empujada por el gran amor al Papa y a la Iglesia, recordando así
el gesto de Santa Catalina de Siena.
Comienza la última etapa de la vida de la Fundadora,
que podemos definir como el periodo de la gran expansión, puesto que
el Instituto, además de consolidarse en Liguria y en los Estados Pontificios,
extiende su obra al resto de Italia y del mundo. De hecho surgen en Roma varios
Centros educativos y Paula inicia los trámites para abrir una casa
en Nápoles, un internado en Bolonia y un orfanato en Recanati.
En 1866 marchan las primeras hermanas misioneras a Brasil. En el
mismo año otra meta prometedora: Portugal. Paula anima a sus hijas:
«El Señor os llene de su Espíritu y os convierta en otras
tantas llamas ardientes que donde tocan encienden el fuego del amor de Dios»,
les dice.
Las dificultades no cesan en el camino de los santos. Paula
es una mujer de gran fe «El Señor nos quiere apoyadas sólo
en El y si tuviéramos un poco más de fe, cuanto más tranquilas
estaríamos en medio de las tribulaciones».
Vive el abandono completo a la Voluntad de Dios «única perla
que debemos buscar» - dice ella - y que constituye su paraiso: «Voluntad
de Dios, eres mi paraiso».
En 1878 muere Pío IX, el Papa que en sus numerosos encuentros
con la Fundadora, tuvo siempre palabras de estima y de aliento para su obra
apostólica.
Paula siente que su ajetreada vida terrena va a acabar. Son
las primeras horas del día 11 de junio de 1882. Está serena.
Su muerte es dulce, tranquila y deja entrever los tesoros de su vida. Invoca
a la Santísima Virgen a quien tanto ha amado siempre: «Señora
mia, recuerda que soy tu hija».