SAN SANTIAGO DE LA MARCA
1476 d.C.
28 de noviembre
Había nacido en Monteprandone,
en Las Marcas de Ancona y se llamaba Domenico Gangale. Trabajaba como pastor,
cuando se apareció un lobo y huyó a Offida, a la casa de un
sacerdote, pariente suyo, que le enseñó a leer y a escribir,
y después lo llevó a la escuela en Áscoli Piceno. Estudió
jurisprudencia en Perugia y se doctoró en leyes; ejerció como
notario en la secretaría del Ayuntamiento de Florencia, y después
como juez en Bibbiena (Arezzo). Un día sintió una gran repulsa
por la corrupción del mundo y decidió hacerse cartujo en Florencia.
Pasando por Asís, llamó a la Porciúncula,
donde, a los 23 años se hizo franciscano y recibió el hábito
de manos de san Bernardino de Siena. Hizo el noviciado en Las Cárceles.
Estudió Teología en Florencia, y fue ordenado sacerdote en
1420 Como san Bernardino -su maestro- se dedicó a la predicación,
con gran éxito en Italia.
Como ya ocurriera con san Bernardino de Siena, Jaime llenaba
de gente las plazas con sus predicaciones populares, en lengua vulgar. Entre
sus primeras experiencias destacan la de Cuaresma en Áscoli, en 1421,
la de San Miniato de Florencia el 27 de diciembre de 1422, y la de Venecia
en la fiesta de san Juan Bautista. Lo requerían desde muchas ciudades
de Úmbria y de las Marcas. Sus temas tocaban las verdades fundamentales
de la fe cristiana: Dios, Jesucristo, los misterios de su pasión,
muerte y resurrección, los sacramentos, la oración, la gracia,
la palabra de Dios, vida eterna, paraíso, infierno, pecado, vicios
capitales, el homicidio, la blasfemia, el perdón, la reconciliación
y la paz. Los ideales de justicia y equidad y la defensa de los pobres que
practicó cuando era juez, se reflejaban ahora en sus predicaciones.
De manera especial combatió con energía las creencias erróneas
de los grupos sectarios, en especial de los "fraticelli", que atentaron varias
veces contra su vida.
Su palabra y el testimonio de su vida era tan fuertes que penetraban
en los corazones de los oyentes y los convertía al Señor. Él
mismo confesaba: «He visto durante el sermón algunos soldados
sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y
me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una
lágrima».
En 1431, el papa Eugenio IV le envió a combatir a los herejes en Bosnia,
ejerciendo como “visitador, vicario y comisario”.
Durante el invierno de 1432 recorrió muchas ciudades de la
península balcánica en Dalmacia, Croacia, Bosnia y Eslovenia,
en los confines con Austria. El 1 de abril, el ministro general de la orden
lo nombraba comisario, visitador y vicario de Bosnia, con plenos poderes
para intervenir en la vida y disciplina de los frailes que habían
perdido el verdadero significado de su vocación. Además de
predicador y reformador, Santiago ejerció también de mediador
entre el rey de Bosnia Esteban Turko, y un pariente suyo, Radivoj, que se
había proclamado rey legítimo de Bosnia con el apoyo de los
turcos, en su afán por extenderse hacia el centro de Europa. Situación
difícil, en la que el santo tuvo que desplegar toda su diplomacia,
para no molestar a ninguno de los soberanos.
En 1433, por designación papal, Santiago regresó
a Italia como predicador oficial del Capítulo general de los hermanos
menores, reunido en Bolonia. Al año siguiente regresó a Bosnia,
donde en algunas zonas había que predicar el Evangelio partiendo desde
cero, pues había lugares donde se rendía culto a personas e
incluso a animales. Será por este tiempo cuando compondrá su
obra: “Tratado contra los herejes de Bosnia”.
En 1436 ejerció varios encargos diplomáticos,
y ejerció como inquisidor en Hungría, Austria y Praga, donde
pronunció el discurso oficial en la coronación del emperador
Segismundo. En Austria, a petición de Segismundo, procuró la
paz entre Hungría y Bohemia, sin necesidad de intervención
militar, mediante acuerdos que favorecían a ambas partes. El 27 de
agosto, el emperador, acompañado por Santiago, entraba triunfalmente
en Praga.
En 1439 regresa a Italia, y se dedica a recorrer las principales
ciudades del centro y norte de la península, llamando a la paz y a
las buenas costumbres. El interés por oírle era tal, que muchos
acudían con varias horas de antelación a coger sitio. En su
predicación invitaba a todos a invocar el poderoso nombre de Jesús
en los momentos de necesidad o peligro, y contaba los favores obtenidos por
su invocación. En sus predicaciones exhortaba a no blasfemar, diciendo:
La lengua es un miembro tan magnífico y útil, y un don de Dios
tan excelente, con el que puedes manifestar tus necesidades a toda criatura,
con el que debes alabar siempre a Dios, y no blasfemarlo". Y luego se extendía
en contar numerosos ejemplos de desgracias acaecidas a los blasfemos. Después
de sus predicaciones, muchos municipios incluyeron en su legislación
medidas disciplinares contra la blasfemia. También denunciaba el vicio
del juego, que podía llevar a la mentira, el robo e incluso al homicidio.
Estuvo siempre sembrando la paz, junto a san Juan de Capistrano,
san Bernardino de Siena y beato Alberto de Sarteano, que fueron las columnas
de la reforma franciscana, en lo que se ha dado en llamar “Observancia franciscana”.
Escribió: 12 Artículos para la concordia entre
Conventuales y Observantes. Era tan perfectamente obediente que se cuenta,
que estaba comiendo cuando recibió la orden del Papa para marcharse
a Hungría, en ese instante se levantó, sin terminar de beber,
y se puso en viaje. Predicó contra los que practicaban la usura e
ideó, como otros franciscanos (los beatos Ángel Chivasso y
Bernardino de Feltre), los Montes de Piedad. Sufrió terribles cólicos
y, solamente temía una cosa, que el dolor le distrajese de la oración.
Tuvo como discípulo al beato Pedro Corradino de Mogliano. Murió
en Nápoles y está enterrado en la iglesia de Santa María
Nova de esta ciudad. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.