SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL
CARMEN
Tlapujahua, Michoacán
La gran fachada está
construida con piedra de cantera con un muy peculiar tono natural amarillo-naranja,
que hace que al ver al poniente y por las tardes soleadas, luzca esplendorosa
frente a su amplio atrio, como soberbio rostro arquitectónico cincelado
en piedra y oro.
Iconológicamente es un canto a la jerarquía eclesiástica,
con la presencia en los nichos de esculturas de santos curas en el primer
cuerpo, obispos en el segundo y lo pontificio en el tercero, con San Pedro,
Tiara, Llaves de autoridad y Cruz Pontificia mostradas en los medallones
de lo alto. El imafronte, por su parte, afecta el perfil de una mitra y remata
en un San Rafael, símbolo de la salud divina.
Es digno de notarse en esta obra que los frentes de los pedestales
inferiores están ocupados por sirenas y tritones, como alusión
alegórica de que iglesia se impone a vicios y pecados. Pero si la
presencia de sirenas es muy frecuente en toda la geografía del arte
colonial latinoamericano, no lo es tanto la de su versión masculina,
los tritones. De aquí el interés de estos relieves de ascendencia
mitológica.
Sabemos que el interior parroquial estuvo enriquecido por grandes
retablos dorados, sobre todo en los cruceros y presbiterio, erigidos al mediar
el siglo XVIII, por lo que sin duda debieron pertenecer a la modalidad del
churrigueresco o barroco estípite, privilegiando la belleza y esplendor
de esta parroquia como sucedía en tantas otras parroquias e iglesias
de ciudades como Zacatecas, Guanajuato o Taxco; sin embargo, y lamentablemente,
aquí todo se perdió.
Justamente por esto, un tlalpujahuence de nacimiento, artista
de original sensibilidad y ecléctico temperamento, Joaquín
Horta Menchaca, dolido por el despojo y desolación sufridos por el
gran templo de su terruño, emprendió a principios ya de este
siglo, con el apoyo del párroco de entonces y el entusiasmo del pueblo,
la redecoración del templo, de una manera factible dentro de las limitaciones
económicas y técnicas de su momento.
Así, hechó mano de la propia tierra y básicamente
con barro moldeado cocido y policromado, en monumental ensayo de "gusto popular"
ya que se extendió a otros templos y capillas menores de la región
que lo solicitaron, en especial el Santuario Guadalupano de la misma Tlalpujahua.