BEATO SEGUNDO DE SANTA TERESA
1936 d.C.
31 de julio



   Segundo García Cabezas  (1891-1936). Nació en Los Barrios de Nistoso (diócesis de Astorga y provincia de León). A temprana edad sintió la vocación religiosa, prefiriendo la Orden Trinitaria. Ingresó en el convento de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), donde vistió el hábito en 1906; la profesión simple la realizó en el mismo convento en 1907. Siendo notable por su inteligencia y aplicación en los estudios, los superiores lo enviaron al convento de San Carlino de las Cuatro Fuentes, en Roma. Cursó brillantemente la Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana entre 1907-1910, alcanzando el doctorado con la máxima calificación. Durante tres años estudió Teología en la misma Universidad, no pudiendo acabar por haber enfermado. En 1910 hizo su profesión solemne en San Carlino. Como queda dicho, una enfermedad hizo que tuviera que interrumpir sus estudios teológicos, cuando ya estaban en la recta final. Vuelto a España, recibió la ordenación sacerdotal en Madrid, en 1914.

   Fue destinado a la fundación de Dalmacio-Vélez (Córdoba), primera casa de los trinitarios en Argentina, para ser profesor de primeras letras en la escuela de niños. El P. Segundo quedó como director de la escuela hasta 1919. En Argentina se prodigó con celo apostólico, no sólo en la enseñanza, sino también en la parroquia de Dalmacio- Vélez y en muchas poblaciones de la Pampa. En 1919 volvió a España, siendo nombrado profesor de Teología del convento de La Rambla (Córdoba), donde permaneció hasta 1922. Entre 1922 y 1923 fue vicario de la incipiente comunidad de Barcelona, dedicándose a la enseñanza en un colegio de primaria que abrieron los religiosos. Entre 1923 y 1928 fue profesor en el aspirantado de Algorta (Vizcaya). Profesor de filosofía en Villanueva del Arzobispo, entre 1928 y 1931, se destacó por su ferviente devoción hacia la Virgen de la Fuensanta, empujando con entusiasmo el proyecto de su coronación canónica, que no llegó a ejecutarse; tuvo en mente escribir y publicar una historia del Santuario, que finalmente no pudo llevar a cabo. En 1931 fue nombrado profesor de Filosofía para el Santuario de la Virgen de la Cabeza, donde quedó definitivamente como conventual.

   El P. Segundo fue articulista asiduo de la revista «El Santo Trisagio». Sus colaboraciones rezuman profunda cultura filosófica y teológica, buen conocimiento de las circunstancias sociales. Se advierte en estos artículos una especial sensibilidad hacia los sufrimientos de los pobres. Fue buen músico, y se dedicó con maestría a la interpretación musical en el órgano del Real Santuario de la Cabeza. Fue, ante todo, un hombre sencillo, servicial como pocos. Fue buen predicador, y sus homilías marianas. A propósito de oratoria, tradujo del italiano al español un libro sobre el arte de la predicación para uso de los estudiantes trinitarios. Fue así mismo muy caritativo.

   Cuando los frailes fueron expulsados del Santuario, en las circunstancias que quedan descritas, al decir los milicianos que la República no admitía religiosos, el P. Segundo contestó: «¿Qué va a ser de esta sociedad, de un régimen que no admite religiosos? ¿No sabéis que los religiosos han sido los más grandes bienechores de la humanidad en todos sus ramos y los más amigos de los pobres y trabajadores?». En el domicilio particular en que fueron acogidos los padres beato Prudencio de la Cruz y Segundo, éstos no dejaron de rezar y prepararse a la muerte, que veían segura. A un conocido suyo, el P. Segundo le entregó una máquina fotográfica de su uso «para que, si le mataban, la conservase y entregase al convento». Cuando el día 31 de julio fue sacado del domicilio particular en que se encontraba alojado con el P. Prudencio, saludó con amabilidad a los milicianos, diciéndoles que estaba a su disposición; fumador empedernido, repartió un cigarrillo a cada uno de aquellos mismos que lo asesinarían breves instantes después. Cuando reconocieron su cadáver, además de dos cajetillas de tabaco, con la petaca y unas gafas, llevaba «un libro de piedad y un rosario».

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(Samuel Miranda)