SEXTO MANDAMIENTO: NO FORNICARAS
    NOVENO MANDADIENTO: NO DESEARAS LA MUJER DE TU PROJIMO
    
         
   EL PLAN DE DIOS
     
       Para el cristianismo, la diferencia de sexos está 
incluida  en el  plan de Dios desde el momento mismo de la creación 
del hombre:  “Y creó Dios al hombre a imagen suya,... y los creó 
varón  y hembra” (Gen. 1, 26-28). 
    
     
       Ya desde ese momento inicial dio Dios a nuestros primeros
 padres  el precepto  de poblar la tierra: sed fecundos y multiplicaos, y
henchid la tierra (Id.).
     
       Entre los dos sexos hay, pues, mutua correlación, 
el  sentido de una  tarea y una responsabilidad para la transmisión 
de  la vida en el pleno  cumplimiento del amor.
     
       El fin de la sexualidad, por expreso querer divino, se ve
 como  la superación  de la simple esfera individual, pues tiende
a  la propagación  de la  especie, a comunicar el gran don de la vida.
 De aquí que el  sentido  cristiano de la sexualidad se entienda como
 una donación -al otro cónyuge y a la nueva vida-, que trasciende
 los órdenes  biológico y psicológico, afectando al
núcleo  íntimo  de la persona  humana (cfr. Exh. Ap. Familiaris
Consortio,  n. 11).
     
       Para facilitar el cumplimiento de esta obligación,
 Dios  asoció  un placer al acto generativo. De otra suerte podría
  haber peligrado  la propagación de la especie humana sobre la tierra.
     
       El pecado original, con las heridas que produjo en la naturaleza
  humana,  altera el orden natural: ese apetito o placer se desordena, y
la   razón  no domina del todo la rectitud de las pasiones.
     
       La vida cristiana es una lucha: porque nuestras facultades 
 inferiores se  inclinan con fuerza hacia el placer, mientras que las superiores 
 tienden  hacia el bien honesto. Pero entre ambos suele haber conflicto: lo
 que nos  agrada, lo que es o nos parece ser útil, no es siempre bueno
 moralmente.  Ser necesario que la razón, para imponer el orden, reprima
 las tendencias   contrarias y las venza: ésta es la lucha del espíritu
 contra   la carne, de la voluntad contra la pasión.
     
       Dios ha puesto dos mandamientos para ayudarnos a orientar
 el  instinto sexual:  el sexto -`no cometerás actos impuros", -que
 engloba  todos los pecados  externos en esta materia, y el noveno `no consentirás
  pensamientos  ni deseos impuros"-, que abarca todo pecado interno de impureza.
     
       En virtud del precepto divino, y por razón del fin
 propio  de las  cosas, el uso natural de la sexualidad est reservado exclusivamente
  al matrimonio:  “¿no habéis leído que al principio
el  Creador los hizo  varón y hembra?, y dijo: por esto dejar el hombre
  al padre y a la madre y se unir a su mujer, y serán los dos una
sola   carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt. 19,
4-6). Por  lo tanto: el hacer  uso de ese poder generativo fuera de los cauces
por El  marcados el matrimonio  es un pecado contra alguno de estos mandamientos.
     
     LA VIRTUD DE LA SANTA PUREZA
     
       Dios dio a nuestros primeros padres, y en ellos a los demás
  hombres,  el precepto de multiplicarse y poblar la tierra. Como hemos dicho,
  para facilitar  el cumplimiento de esta obligación, asoció
 un placer al acto  generativo.
     
       Por lo anterior, buscar el placer por sí mismo, olvidando
  el papel  providencial que Dios confía al hombre, o buscarlo fuera
  de las condiciones  establecidas por El, es ir contra el plan divino, es
 ofender a Dios, es un  pecado grave: El placer sexual es moralmente desordenado
 cuando es buscado  por sí mismo, separado de las finalidades de procreación
  y de unión (Catecismo, n. 2351).
     
       La pureza es, precisamente, la virtud que nos hace respetar
  el orden establecido  por Dios en el uso del placer que acompaña
a  la propagación  de la vida. O bien, si se quiere una definición
  formal, es la virtud  moral que regula rectamente toda voluntaria expresión
  de placer sexual  dentro del matrimonio, y la excluye totalmente fuera
del   estado matrimonial.
     
       Conviene detenerse a pensar en esta última definición:
  con  la recta comprensión de los conceptos que encierra se solucionan 
  y  explican todos los cuestionamientos sobre el tema.
     
        RAZONES PARA VIVIR LA PUREZA
     
       Son muchas las razones que pueden darse por las que todo 
hombre  ha de vivir  la castidad:
     
       A. Razones naturales
     
       El placer venéreo es sólo estímulo
y  aliciente  para  el acto de la generación, dada su necesidad imprescindible
 para  la  propagación del género humano; de otra suerte, sería 
   difícil la conservación de la especie.
     
       Es por tanto un placer cuya única y exclusiva razón
  de ser  es el bien de la especie, no del individuo, y utilizarlo en provecho
  propio  es subvertir el orden natural de las cosas.
     
       El Catecismo de la Iglesia Católica explica que la
 virtud  de la pureza  o castidad significa la integración de la sexualidad
  en la persona,  invitando así a evitar una visión mutilada
 de la persona humana  a su sola sexualidad.
     
       La sexualidad rectamente entendida no pertenece sólo
  al mundo corporal  y biológico, sino que es inseparable de la persona
  toda. Otra forma  de actuar manifestaría un reduccionismo de la
persona,   considerándola  como “objeto de uso”. Cuando no se entiende
a la persona  como un todo en sí misma, sino que se le reduce a alguno
de sus aspectos  (en este caso su cuerpo, en el sentido del posible placer
sexual que reporte),  se produce una visión utilitarista de la persona,
incompatible con  su dignidad.
     
       B. Razones de la revelación
     
       Esa ley natural ha sido incontables veces positivamente
prescrita   por Dios:  Ex. 20, 14; Prov. 6, 32; Mt. 5, 28; 19,10ss.; Col.
3, 5; Gal.  5, 19; I Tes.  4, 3-4; Ef. 5, 5; I Cor. 6, 9-10; Heb. 13, 4;
etc.
     
       C. Razones sobrenaturales
     
       Al haber sido elevado a la dignidad de hijo de Dios, el
hombre   participa  -en su cuerpo y en su alma- de los bienes divinos.
     
       Gracias al bautismo, nuestro cuerpo es “templo del Espíritu
  Santo,  que está en nosotros y hemos recibido de Dios” (I Cor. 6,
 19). Como  templo de Dios, debe servir para darle culto a El y no a la carne.
 Ha sido  injertado en el Cuerpo Místico de Cristo y destinado a resucitar 
  con  El. Por eso, los pecados contra la castidad no son sólo pecados 
  contra  el propio cuerpo, sino también contra “los miembros de Cristo”, 
  y tienen el carácter de una horrible profanación. “¿No 
  sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a
 tomar yo los miembros de Cristo, para hacerlos miembros de una meretriz? 
¨O no sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Espíritu 
Santo?”(I Cor. 6, 15-20).
     
        VIRTUD POSITIVA
     
       Es importante considerar que la pureza es eminentemente
positiva:   no supone  un cúmulo de negaciones (“no veas”, “no pienses”,
“no hagas”),  sino  una verdadera afirmación del amor, que es explicable
desde dos  órdenes:
     
       a) en el plano natural, la castidad consiste en realzar el valor de
 la  persona  frente a los valores del sexo. Por ello, no es una virtud negativa 
  (una serie  de “no”), sino al contrario: un rotundo “sí” ( -“yo te
  veo a ti como  persona, como ser espiritual”- ) al que, inseparablemente, 
  vienen unidos los “no” (“no quiero verte como cosa, como objeto para obtener 
  placer”). El desarrollo insuficiente de la castidad se manifiesta en una 
 tardanza en afirmar el valor de la persona, dejando la supremacía 
a los valores del sexo que, al apoderarse de la voluntad, deforman la actitud 
 respecto a la persona del sexo opuesto.
     
       Ello exige un esfuerzo interior y espiritual considerable
 porque  la afirmación  del valor de la persona no puede ser más
 que  fruto del espíritu.  Lejos de ser negativo y destructor, este
 esfuerzo  es positivo y creador: no se trata de destruir los valores del
cuerpo y del  sexo, sino de realizar una integración duradera y permanente;
 los valores del cuerpo y del sexo como inseparables del valor de la persona.
     
       Por eso, la castidad verdadera no conduce al menosprecio 
del  cuerpo ni a  la minusvaloración del matrimonio y de la vida sexual.
  Considerarla  como una virtud negativa es el resultado de una falsa concepción 
  originada,  precisamente, de la impureza. Pues la falta de dominio de la 
 concupiscencia  -el lujurioso que todo lo sacrifica a su pasión- no
 puede ya sino verla como algo que la coarta y limita su irrefrenable deseo
 de placer;
     
       b) en el plano sobrenatural, es la afirmación del hombre que
 se  sabe  llamado a participar del mismo amor de Dios, y que su corazón 
  no se  sacia sino con la posesión de ese bien infinito. Si en ese 
 esfuerzo  pone sus mejores energías, la pureza le resultar fácilmente 
   asequible; de otro modo, al permitir que el amor propio y las satisfacciones 
   egoístas invadan ámbitos de su corazón, hallar que 
 éste  no se satisface, despertándose en él un deseo 
cada vez mayor  de los bienes finitos, dentro de los cuales con particular 
fuerza se presentar  n los relativos al placer sexual.
     
       Por ello, el mandamiento de amar a Dios sobre todas las
cosas   supone el  primero y más fundamental apoyo en la práctica
de  esta virtud.
     
        UNIVERSALIDAD Y EXCELENCIA DE LA VIRTUD
     
       Todos estamos llamados a vivir la castidad o pureza:
     
       “Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta
 según  su  estado de vida particular. En el momento de su Bautismo,
 el cristiano  se compromete a dirigir su afectividad en la castidad” (Catecismo,
 n. 2348).
     
       Ahora bien, “las personas casadas son llamadas a vivir la
 castidad  conyugal;  las otras practican la castidad en la continencia”
(Id.,  2349).
       
       Por ello, todo aquel que no est‚ unido en legítimo
 matrimonio,  debe  vivir estos mandamientos con la abstención de
todo  placer sexual.  Esto vale también para los novios: “los novios
están  llamados  a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba
han de ver  un descubrimiento   del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad
y de  la esperanza de recibirse   el uno y el otro de Dios. Reservarán
para  el tiempo del matrimonio   las manifestaciones de ternura específicas
 del amor conyugal. Deben   ayudarse mutuamente a crecer en la castidad”
(Id.,  2350).
     
       Nuestro Señor Jesucristo confirma y perfecciona la
 obligación   de la castidad externa e interna en el Sermón
de la Montaña   (Mt. 5, 31ss.), y señala la virginidad como
superior al estado matrimonial   (Mt. 19, 10-12).
     
       La Iglesia definió como verdad de fe que la virginidad
  es superior  al matrimonio (Concilio de Trento; cfr. Dz. 980). Permaneciendo
  en el celibato,  el hombre puede donar a Dios un corazón indiviso,
  según el modelo de su Hijo, Jesucristo, que le dio a su Padre el
amor  exclusivo y total de su corazón. Es entonces cuando el hombre
conquista  la cumbre suprema, el vértice del testimonio cristiano:
“Haciendo libre de modo especial el corazón del hombre... la virginidad
testimonia  que el reino de Dios y su justicia son la perla preciosa que
se debe preferir  a cualquier otro valor” (Juan Pablo II, Enc. Familiaris
consortio, n. 16).
     
        MEDIOS PARA CONSERVARLA
     
       Para conseguir ese dominio que Dios nos pide sobre las tendencias
  desordenadas,  hay necesidad de poner los medios: unos, los más
importantes,   sobrenaturales,  y otros naturales.
     
       A. Los medios sobrenaturales
     
       a) Confesión y comunión frecuentes: purifican el alma
 y  la  fortalecen contra las tentaciones al infundir o aumentar la gracia
 santificante,   y la castidad es “un don de Dios, una gracia” (Catecismo,
 n. 2345).
     
       La confesión frecuente es una ocasión para 
vencer  la soberbia,  además de que otorga las gracias sacramentales 
que nos  ayudan en la  lucha.
     
       El contacto de nuestro cuerpo con el Santísimo Cuerpo
  de Nuestro  Señor, es una magnífica ayuda para aplacar la
concupiscencia.
     
       b) Oración frecuente: sin el auxilio divino el hombre no puede
  con  sus propias fuerzas resistir a los embates del demonio; “desde que
comprendí   -decía el sabio Salomón- que no podría
ser casto si  Dios no me lo otorgaba, acudí a El y se lo supliqué,
y pedí   desde el fondo de mi corazón” (Sab. 8, 21).
     
       Cristo Nuestro Señor hablando de la impureza dice:
 esta  casta de  demonios no se lanza sino mediante la oración y el
 ayuno  (Mt. 17, 21); y en otro pasaje del Evangelio leemos: “velad y orad
 para que  no caigáis  en la tentación” (Mt. 26, 41).
     
       Lo recuerda también aquel punto de Camino: La santa 
 pureza la da  Dios cuando se pide con humildad (n. 118); o aquel otro: “`Domine"
  ¡Señor!-,  `si vis, potes me mundare" -si quieres, puedes
  curarme-. ¡Qué  hermosa oración para que la digas
  muchas veces con la fe del leprosito  cuando te acontezca lo que Dios y
tú  y yo sabemos!- No tardarás  en sentir la respuesta del
Maestro: `volo,  mundare!" -quiero, ¡sé  limpio!” (Camino, n.
142).
     
       c) Devoción a la Santísima Virgen, que es Madre nuestra
  y  modelo inmaculado de esta virtud; a Ella, Mater pulchrae dilectiónis
   -la Madre del amor hermoso- hemos de acudir llenos de confianza.
     
       “Ama a la Señora. Y ella te obtendrá gracia
 abundante  para  vencer en esta lucha cotidiana. -Y no servirán de
 nada al maldito  esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro
 de ti, hasta querer  anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales,
 los mandatos sublimes   que Cristo mismo ha puesto en tu corazón.-
 `Serviam"!” (Camino, n.   493).
     
       d) Mortificación, con la que procuramos avalar las peticiones 
 que   le hacemos a Dios.
     
       Mortificación corporal y de los sentidos.  “Di a
tu  cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo” (ibid., n. 214).
     
       B. Los medios naturales ayudan a vivir la pureza, pues ésta
     
       “implica un aprendizaje del dominio de sí... la alternativa
  es clara:  o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja
 dominar por  ellas y se hace un desgraciado” (Catecismo, n. 2339).
     
       Esos medios son:
     
       a) guarda de la vista, pues los pensamientos se nutren de lo que se
 ha  visto;  los ojos son las ventanas del alma. Por tanto, hacia todo aquello 
  que es directamente excitativo del placer carnal escenas pornográficas, 
  desnudos eróticos, etc., existe la obligación de retirar la
  vista por la ocasión próxima voluntaria de pecado mortal.
     
       Aquel a quien una imagen no directamente obscena por ejemplo,
  contemplar  una joven que va por la calle, le produce excitación,
 tiene también  el deber de guardar la vista, pues en ese caso es
igualmente   ocasión  de pecado;
     
       b) sobriedad en la comida y en la bebida: “La gula es la vanguardia
 de  la  impureza” (Camino, n. 126);
     
       c) cuidado del pudor, que puede definirse diciendo que es la aplicación 
   de la virtud de la prudencia a las cosas que se refieren a la intimidad 
 o,  en otras palabras, la prudencia de la castidad. Es el hábito que
 “advierte  el peligro inminente, impide exponerse a él e impone la
 fuga en determinadas  ocasiones. El pudor no gusta de palabras torpes y
vulgares,  y detesta toda  conducta inmodesta, aun la más leve; evita
con todo  cuidado la familiaridad  sospechosa con personas de otro sexo,
porque llena  plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo que
es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo” (PIO XII, Enc. Sacra
Virginitas,  n. 28);
     
       d) evitar la ociosidad, llamada con justa razón la madre de 
todos    los vicios; siempre ha de haber algo en qué ocupar el espíritu 
   o ejercitar el cuerpo;
     
       e) huir de las ocasiones: “No tengas la cobardía de ser `valiente": 
   ¡huye!” (Camino, n. 132);
     
       f) dirección espiritual llena de sinceridad; siempre es necesaria 
   la ayuda de un prudente director de conciencia, pero m s aún en 
las   épocas de especial dificultad;
     
       g) deporte, que forma virtudes especialmente aptas para resistir al
 capricho;
     
       h) modestia en el vestir, en el aseo diario, etc.
     
        LA LUCHA CONTRA LA TENTACION
     
       Los pensamientos involuntarios contra la pureza no son pecado
  de suyo, sino  tentaciones o incentivos del pecado. Proceden de nuestras
 malas inclinaciones,  de la sugestión del demonio, que intenta a
toda  costa alejarnos de  Dios, o del ambiente que nos rodea, que frecuentemente
 es un incentivo de  la concupiscencia.
     
        Enseña Santo Tomás (S. Th., I, q. 114, a. 
3)  que no todas  las tentaciones que vienen sobre nosotros son obra del demonio:
 basta con  nuestra concupiscencia, excitada por hábitos pasados y
por imprudencias  presentes, para dar razón de muchas de ellas. Así
 pues, no debe sorprendernos que vengan tentaciones, pero hay que ser fuertes
 para rechazarlas prontamente. Si resistimos a la tentación, crecemos
 en amor a Dios y en la virtud de la fortaleza. Si no luchamos por rechazar
 esos pensamientos -acudiendo a Dios, pensando en otras cosas, etc.- sino
que nos entretenemos con ellos, son pecado mortal.
     
       Además sabemos que la fuerza para vencerlas nos viene
  de Dios, que  siempre nos da su gracia.
     
       Cuando tengamos duda de si una cosa es pecado de impureza
 o  no es, hay que  preguntar a las personas competentes.
     
        LAS OFENSAS A LA CASTIDAD
     
        DEFINICIONES Y VALORACIONES MORALES
     
       Empleando como referencia los números 2351 a 2356 
del  Catecismo de  la Iglesia Católica, definimos a continuación
  lo que se entiende  por lujuria, masturbación, fornicación,
  pornografía,  prostitución y violación, señalando
  el porqué  de su ilicitud moral.
     
       La lujuria es un deseo o goce desordenado del placer venéreo.
  El  placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí
   mismo,  separado de las finalidades de procreación y de unión
  (n. 2351).
     
       Por masturbación se ha de entender la excitación
  voluntaria  de los órganos genitales a fin de obtener un placer
venéreo.    Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una
tradición constante,   como el sentido moral de los fieles, han afirmado
sin ninguna duda que la   masturbación es un acto intrínseca
y gravemente desordenado   (n. 2352).
     
       Una práctica deliberada de la masturbación 
es  indicio de falta  de dominio de sí, básicamente en la educación 
  del amor:  una vida centrada en el egoísmo no raramente desemboca 
 en este hábito  desordenado. El remedio se encuentra al margen de 
los casos patológicos  en la causa que lo origina: al ser la masturbación 
  el replegarse sobre  sí mismo, su solución ha de buscarse 
en  la apertura a los otros;  a Dios, al mundo y a los propios deberes.
     
       “La fornicación es la unión carnal entre un
 hombre  y una mujer  fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la
dignidad  de las personas  y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada
al bien  de los esposos, así como a la generación y educación
 de los hijos.
     
       Además, es un escándalo grave cuando hay de
 por  medio corrupción  de menores (n. 2353).
     
       La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales
  reales o  simulados, puesto que quedan fuera de la intimidad de los protagonistas,
  exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada.
     
       Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del 
acto  sexual. Atenta  gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella 
(actores,  comerciantes,  público), pues cada uno viene a ser para 
otro objeto  de placer rudimentario  y de una ganancia ilícita. Introduce 
a unos  y a otros en la ilusión  de un mundo ficticio. Es una falta 
grave.  Las autoridades civiles deben impedir  la producción y la distribución
 de material pornográfico”  (n. 2354).
     
       “La prostitución atenta contra la dignidad de la
persona   que se prostituye,  puesto que queda reducida al placer venéreo
que   se saca de ella. El  que paga peca gravemente contra sí mismo:
quebranta   la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha
su cuerpo,   templo del Espíritu  Santo (cfr. I Cor. 6, 15 a 20).
     
       Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución,
  pero  la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar
 la imputabilidad  de la falta (n. 2355).
     
       “La violación es forzar o agredir con violencia la
 intimidad  sexual  de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad.
     
       La violación lesiona profundamente el derecho de
cada   uno al respeto,  a la libertad, a la integridad física o moral.
Produce   un daño  grave que puede marcar a la víctima para
toda la vida.  Es siempre un acto intrínsecamente malo” (n. 2356).
     
        GRAVEDAD DE LOS PECADOS CONTRA LA CASTIDAD
     
       El principio fundamental es que el placer sexual directamente
  buscado fuera  del legítimo matrimonio, es siempre pecado mortal
y  no admite parvedad  de materia.
     
       No admite parvedad de materia (incluso la lujuria no consumada
  interna,  como p. ej., un mal pensamiento: cfr. Mt. 5, 28) quiere decir
que,  por insignificante  que sea el acto desordenado, es siempre materia
grave.  Sólo puede darse el pecado venial por falta de suficiente
advertencia  o de pleno consentimiento.
     
       Los textos de la Sagrada Escritura que así lo muestran
  son muy numerosos:
     
       Ex. 20, 14: “No adulterarás”;
     
       Mt. 5, 8: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos
 verán   a Dios”;
     
       I Cor. 6, 9-10: “No os engañéis: ni los fornicarios, 
ni  los  idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas... poseerán 
   el reino de Dios”;
     
       Mt. 5, 28: “Todo aquel que mira a una mujer deseándola, ya
adulteró    con ella en su corazón”.
     
       Otros textos: I Tes. 4, 3; Rom. 12, 1-2; I Cor. 5, 1; 6, 
20;  Apoc. 21, 8.
     
       Es muy clara la razón por la cual no existe materia 
 leve en las faltas  de impureza: el poder de procrear es el más sagrado
  de los dones físicos  dados al hombre, aquel más directamente
  ligado con Dios. Este carácter  sagrado hace que su transgresión
  tenga mayor malicia: Dios se empeña  en que su plan para la creación 
  de nuevas vidas humanas no se degrade  a instrumento de placer y excitación 
  perversos. La única ocasión  en la que un pecado contra la 
 castidad puede ser pecado venial es cuando falta plena deliberación 
 o pleno consentimiento.
     
       La materia nunca es necesario analizarla, porque ya hemos
 dicho  que es siempre  grave;  en cambio, lo que sí puede cambiar
 son  la advertencia  y el consentimiento. Si se comete un acto impuro mientras
  se duerme, o en  un estado de semiconciencia, no puede haber pecado mortal,
  porque falta la  plena advertencia. Si nos asalta un pensamiento impuro,
 en contra de nuestros  deseos, -y por tanto luchamos por rechazarlo- no
puede   haber pecado mortal,  porque falta el perfecto consentimiento. Por
el contrario,   un simple pensamiento  que, luego de advertido, se mantiene
voluntariamente,   es pecado mortal.
     
       Por tanto, cada vez que se incurra en un acto o venga un 
pensamiento  impuro,  tenemos sólo que preguntarnos: ¿lo hice 
con plena advertencia?  Sí o no. ¿Hubo perfecto consentimiento? 
Sí o no. Si resulta afirmativo en ambos casos, hay pecado mortal; si
se luchó   eficazmente por evitar la tentación, no hay falta 
grave.
     
        SUS CAUSAS
     
       Las causas del pecado pueden ser interiores y exteriores.
 Entre  las causas  interiores están:
     
       1) la falta de moderación en el comer y en el beber, y en general 
   toda falta de mortificación; el aburguesamiento, que debilita la 
 voluntad;
     
       2) la ociosidad, que es fuente y origen de muchos vicios;
     
       3) el orgullo, que lleva a buscar egoístamente las propias
satisfacciones;
     
       4) la falta de oración y de trato con Dios.
     
       Entre las causas exteriores pueden enumerarse las siguientes:
  asistencia  a espectáculos cine, TV, teatro obscenos o que despiertan
  la concupiscencia,  malas compañías, bailes impropios, asistencia
  a ciertas playas  o piscinas, modas, familiaridades indebidas con personas
  del otro sexo, etc.
     
       Estas causas exteriores se llaman también ocasiones 
 de pecado, y  si habitualmente conducen a la comisión de una falta 
 grave, por sí  mismas constituyen pecado grave. Es obligación, 
 como ya se ha dicho  (cfr. 5.8), tener la valentía de huir de dichas 
 ocasiones.
     
       Hay pues obligación grave de evitar todo aquello
que   en sí  mismo o por debilidad nuestra resulta directa y gravemente
 provocativo: ciertos  programas de TV, películas con escenas eróticas,
 etc. Es necesario  percatarse que los productores de esas imágenes
 buscan precisamente  excitar con ellas el placer del público, como
 medio añadido  para aumentar sus ingresos.
     
       Transcribimos a continuación algunos párrafos
  de un moralista  contem-poráneo, que pueden ser orientativos, en
lo  relativo a este  precepto en relación con el noviazgo. Se trata
del  tema de los besos  y abrazos:
     
       “a) Constituyen pecado mortal cuando se intenta con ellos excitar
directamente    el deleite venéreo...;
     
       b) Pueden ser pecados mortales, con mucha facilidad, los besos pasionales 
   entre novios -aunque no se intente el placer deshonesto-, sobre todo si 
 son  en la boca y se prolongan por algún tiempo; pues es casi imposible 
   que no representen un peligro próximo y notable de movimientos carnales
   en sí mismo o en la otra persona. Cuando menos, constituyen una
falta   grandísima de caridad para con la otra persona, por el gran
peligro   de pecar a que se le expone. Es increíble que estas cosas
puedan hacerse  en nombre del amor. Hasta tal punto les ciega la pasión, 
que no les  deja ver que ese acto de pasión sensual, lejos de constituir 
 un acto  verdadero y auténtico amor -que consiste en desear o hacer 
 el bien  a quienes se quiere-, constituye en realidad un acto de egoísmo 
 grandísimo,  puesto que no vacila en satisfacer la propia sensualidad 
 aun a costa de causarle  un gran daño moral al otro.
     
       Dígase de igual manera lo mismo de los tocamientos, 
 miradas, etc.
     
       c) Un beso rápido, suave y cariñoso dado a otra persona
  en  testimonio de afecto, con buena intención, sin escándalo
  para  nadie, sin peligro o muy remoto de excitar la propia o ajena sensualidad, 
   no puede prohibirse en nombre de la moral cristiana.
     
       d) Lo que acabamos de decir puede aplicarse, en la debida proporción, 
   a los abrazos y otras manifestaciones de afecto (A. Royo Marín, 
Teología   Moral para Seglares, p. 458). V‚ase lo que añade 
el P. Prümmer   al respecto: Oscula vero indecentia, que scil. fiunt 
in partes minus honestas   aut inhonestas, aut cum insertione linguae in os
alterius (osculum columbinum),   sunt ordinarie graviter illicita propter 
periculum illicitae delectationes   venereae (Manual Theologiae Moralis, II,
p. 535).
     
        SUS CONSECUENCIAS
     
       Las consecuencias que se derivan de no vivir la virtud de
 la  pureza son  muchas: nosotros, siguiendo a Santo Tomás (S. Th.,
 II-II,  q. 153, a. 5), enumeraremos algunas:
     
       1) Enemistad con Dios y, consecuentemente, peligro serio para la salvación 
   del alma. Por eso señala San Alfonso María de Ligorio que 
 “la  impureza es la puerta más ancha del infierno. De cien condenados 
 adultos,  noventa y nueve caen en él por este vicio, o al menos con 
 él”.
     
       Bien manifiestas son las obras de la carne, las cuales son 
 fornicación,   impureza, lascivia..., de las cuales os prevengo, como
 ya os tengo dicho,   que los que tales cosas hacen no conseguir n el reino
 de Dios (Gal. 5, 19ss.).
     
       2) Ciega y entorpece el entendimiento para lo espiritual porque, como
  señala  San Pablo, el hombre animal no puede percibir las cosas
que   son del Espíritu  de Dios (I Cor. 2, 14).
     
       “La lujuria -enseña santo Tomás de Aquino- 
nos  impide pensar  en lo eterno; torna pesada la piedad y la lleva al hastío
  de Dios:  quien no reprime los placeres carnales no se preocupa por adquirir
  los espirituales,  sino que siente fastidio por ellos” (S. Th., II-II,
q.   153, a. 5, c.).
     
       3) Produce un tedio profundo por la vida, al ver que los deleites
en  los   que se cifró la felicidad acaban por defraudar y torturan.
     
       4) Arrastra a toda clase de pecados y desgracias, ya que el lujurioso
  todo  lo sacrifica a la pasión, incluso al grado de arruinar la
familia   y poner en peligro la estabilidad de los hijos.
     
       5) Ocasiona desgaste mental y físico, pudiendo acarrear graves
  y  vergonzosas enfermedades.
     
       6) Produce una falta de carácter y personalidad, intranquilidad 
  y  falta de alegría.
     
       “...precisamente entre los castos se cuentan los hombres 
m  s íntegros,  por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan
  los tímidos,  egoístas, falsarios y crueles, que son características
  de poca  virilidad” (Camino, n. 124).
     
       Por el contrario, la pureza nos lleva a un amor de Dios
cada   vez más  profundo, humanamente templa el carácter, y
hace crecer  la reciedumbre,  la paz interior y la alegría sobrenatural.
     
        ALGO MAS SOBRE EL NOVENO MANDAMIENTO
     
       El noveno mandamiento ordena vivir la pureza en el interior
  del corazón,  y prohíbe todo pecado interno contra esta virtud:
  pensamientos y deseos  impuros. El enunciado del Decálogo (cfr.
Ex.   20, 17) lo prescribe diciendo: “no desearás la mujer de tu prójimo”.
     
       La pureza interior que se nos manda con este precepto va 
más  allá  de lo puramente sexual, ya que prescribe también 
el orden  en los afectos  del corazón, y puede faltarse a este mandamiento
 si  no se tiene el  cuidado de evitar apegamientos a cosas o personas enamoramientos 
  que no resultan  conformes a la recta razón.
     
       Es importante considerar que el amor verdadero viene con 
el  sacrificio y  la entrega, después de mucho tiempo de haberse probado,
  y es el que  busca el bien de la persona amada.
     
       El amor repentino -los enamoramientos juveniles- no son
de  ordinario sino  amores egoístas: se quiere a una persona, es verdad, 
 pero sólo   por los beneficios -reales o imaginativos- que se piensa 
 se recibirán   de ella: presencia agradable, comprensión, sentirse
 amado, compañía   y consuelo, etc.
     
       Se precisa, por tanto, una educación de la afectividad,
  que lleve  a una verdadera madurez en los afectos, y que se base en:
     
       1) poner sobre todo el amor en Dios y en las cosas que a El se refieren,
     
       2) ejercitarnos en la humildad, buscando no lo que halaga a la vanidad 
  sino  lo que resulta provechoso en servicio de los demás, empezando 
  por la propia familia,
     
       3) buscar la ayuda de la dirección espiritual, siendo muy sinceros 
   al manifestar la presencia de afectos desordenados.
     
       Citamos a continuación las ideas que un moralista 
contemporáneo    expresa sobre la forma en que se concreta el noveno 
mandamiento:
     
       “No te enamorarás de quien no debes”.
     
       “No te enamorarás de tal modo y con tal falta de control, que 
 ese   amor te lleve a ofender a Dios, porque te obceque y te impida reaccionar 
  como cristiano (como cristiana)”.
     
       “No te enamorarás de ningún hombre (de ninguna mujer)
 si  el  Señor te ha pedido el corazón entero”.
     
       “No te enamorarás de quien todavía es joven o tiene
más    belleza, cuando quien Dios ha puesto a tu lado en el matrimonio
ha dejado    atrás la lozanía de la mocedad o se ha marchitado”.
     
       “No te enamorarás sólo de la apariencia, porque el hombre
   (o la mujer) no son sólo cuerpo”.
     
       “No te enamorarás de los frutos de tu fantasía”.
     
       “No te enamorarás del protagonista de la última película 
   que has visto, de la última novela que has leído, del último 
   serial radiofónico que has escuchado”.
     
       “No te enamorarás de la primera persona que te trate con educación, 
   comprensión y delicadeza”.
     
       “No coquetearás con los maridos de tus amigas (no serás
  un  dechado de galantería con las amigas de tu mujer, y un erizo
con  ella)”.
     
       “Probarás la calidad de tu amor con la piedra de toque del
sacrificio;    no olvidar s que el amor está en dar y no en recibir”.
     
       “Por último, tendrás siempre presente que el cariño 
   bueno ensancha el corazón, acerca a Dios, se extiende a todos; si
  algún cariño no hace eso, es malo” (Soria, J.L, El noveno 
mandamiento,  MiNos, Máxico).
     
      ALGUNAS CUESTIONES CONCRETAS
     
       Entre los documentos recientes del Magisterio de la Iglesia
  sobre la persona  humana y la sexualidad, destaca la Declaración
de  la Sagrada Congregación  para la Doctrina de la Fe sobre algunos
aspectos  de Etica Sexual (llamada  también Declaración Persona
Humana),  del 29 de diciembre de  1975. En ella no se pretende tratar de
forma integral  el extenso tema de la ética sexual, aunque sí
recuerda sus principios fundamentales  y habla de algunas cuestiones más
controvertidas hoy en día.  A continuación trataremos algunas
de ellas.
     
        RELACIONES PREMATRIMONIALES
     
       Un principio base de la ética es que el uso de la 
función   sexual logra su verdadero sentido y su rectitud moral sólo 
en el matrimonio  legítimo. Esto basta para dejar clara la inmoralidad 
de las relaciones  sexuales fuera del matrimonio, es decir, son siempre grave
 pecado mortal,  inexcusable bajo ninguna circunstancia.
     
       Sin embargo, no faltan hoy en día quienes consideran
  que es distinto  el caso de las relaciones sexuales entre quienes piensan
  seriamente unirse  luego para toda la vida en matrimonio.
     
       Las razones que se dan para justificar ese comportamiento
 pueden  ser diversas:  obstáculos insuperables para el matrimonio
a largo o corto plazo, necesidad de conservar el amor, deseo de conocerse
mejor, también en el aspecto físico, etc.
     
       La Iglesia nos hace ver que esa opinión se opone
a  la  doctrina cristiana  que mantiene en el cuadro del matrimonio todo
acto  genital  humano.
     
       “La unión carnal no puede ser legítima sino
 cuando  se ha establecido  una definitiva comunidad de vida entre un hombre
 y una  mujer... Las relaciones  sexuales prematrimoniales excluyen las más
  de las veces la prole, y lo que se presenta como un amor conyugal no podrá 
  desplegarse, como  debería indefectiblemente, en un amor maternal 
 y paternal o, si eventualmente  se despliega, lo hará con detrimento 
  de los hijos, que se verán  privados de la convivencia estable en 
 la que puedan desarrollarse como conviene  y encontrar el camino y los medios 
  necesarios para integrarse en la sociedad”  (cfr. n. 7 de la citada Declaración 
  de la Santa Sede).
     
       Además, son múltiples y de sentido común
  las razones  humanas que desaconsejan este modo de actuar. Piénsese,
  por ejemplo,  en el alto porcentaje de madres solteras en los países
  subdesarrollados,  en los abortos provocados que se siguen de este tipo
de  relaciones, en la  dificultad de la mujer para lograr un buen matrimonio
 luego de perdida la  integridad, etc.
     
        HOMOSEXUALIDAD
     
       También este punto de la Declaración recoge
 algunos  de los  argumentos más o menos difundidos que, amparándose
 en observaciones  psicológicas sobre todo, intentan excusar las relaciones
  entre personas  del mismo sexo. 
    
     
       Distingue el documento citado entre la homosexualidad que
 proviene  de una  educación falsa, de la falta de una normal evolución
  sexual,  de un hábito contraído, de malos ejemplos, etc.,
que  es una  homosexualidad transitoria y no incurable, y la homosexualidad
que  se tiene  por una especie de instinto innato o constitución patológica, 
   que ordinariamente se tiene por incurable.
     
       La Declaración se refiere casi exclusivamente a estos
  casos de homosexualidad  innata, generalmente muy raros; y al negar su
justificación   moral rechaza, con mayor razón, la homosexualidad
adquirida.
     
       “Indudablemente esas personas homosexuales deben ser acogidas
  en la acción  pastoral con comprensión, y deben ser sostenidas
  en la esperanza de  superar sus dificultades personales y su inadaptación
  social. También  su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia.
Pero  no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca
una  justificación moral a estos actos, por considerarlos conformes
a la  condición de esas personas. Según el orden moral objetivo,
 las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable”
  (n. 8).
     
       Por lo anterior, estos tipos de relaciones son siempre pecado
  grave.
     
       No obstante la claridad de esta enseñanza, en los 
últimos   años se han acrecentado las tentativas de justificación 
de  la homosexualidad. Por esta razón, la S.C. para la Doctrina de 
la Fe ha visto conveniente enviar a los obispos con fecha 1-X-1986 una Carta
 sobre los cuidados pastorales de las personas homosexuales, recordando la
 doctrina de la Declaración de 1975.
     
       Entre otros aspectos, se manifiesta en la carta la preocupación 
  por  ayudar espiritualmente a esas personas, pero recordando que quienes 
 se comportan  homosexualmente actúan inmoralmente y, por tanto, nunca 
  se pueden legitimar sus actos: su esfuerzo, iluminado y sostenido por la 
 gracia de Dios, les permitir evitar la actividad homosexual (...) Las personas 
 homosexuales están llamadas, como los otros cristianos, a vivir la 
 castidad (n. 11).
     
       Por otra parte, la idea de la inevitabilidad de la condición
  homosexual  aparece hoy en día como carente de fundamento. Al contrario,
  van surgiendo  nuevas e interesantes perspectivas sobre la posibilidad
de   una completa curación.  En el caso de los católicos, además, 
  el recurso a los sacramentos,  especialmente la Confesión, ofrece 
 una ayuda especial (cfr. p. ej.,  el libro publicado por Gerard J. M. van 
 der Aardweg, uno de los más  calificados expertos de la materia a 
nivel científico: On the origins  and treatment of homosexuality: a
psichoanalytic reinterpretation, New York,  1986).
     
        ANTICONCEPCION
     
       Por ser un pecado que atenta tanto contra el 6o. como contra
  el 5o. mandamientos  -se opone al fin natural del matrimonio y es atentatorio
  a la trasmisión  de la vida- se incluyó en el capítulo
  precedente: ver inciso  11.2.1.D.
     
        LA EDUCACION SEXUAL
     
        NECESIDAD DE IMPARTIR LA EDUCACION SEXUAL
     
       El materialismo práctico de la sociedad moderna defiende
  una especie  de culto al sexo, que incita a los jóvenes a `realizarse",
  dando rienda  suelta al instinto sexual en manifestaciones individuales
o  con pareja, reduciendo  la sexualidad -que es donación, apertura
a  la vida- a la esfera del  placer egoísta.
    
     Esta degradación radical de algo sagrado -pues la
 sexualidad  es participación  del poder creador de Dios- ha sido
tema  constante  en la enseñanza de S.S. Juan Pablo II, al indicar
que la  cultura moderna  banaliza en gran parte la sexualidad humana, porque
la interpreta  y la vive  de manera reductiva y empobrecida, relacionándola
únicamente   con el cuerpo y el placer egoísta (Exh. Ap. Familiaris
consortio,  n. 37).
        Esta degradación radical de algo sagrado -pues la
 sexualidad  es participación  del poder creador de Dios- ha sido
tema  constante  en la enseñanza de S.S. Juan Pablo II, al indicar
que la  cultura moderna  banaliza en gran parte la sexualidad humana, porque
la interpreta  y la vive  de manera reductiva y empobrecida, relacionándola
únicamente   con el cuerpo y el placer egoísta (Exh. Ap. Familiaris
consortio,  n. 37).
     
       Dicha forma de entender el sexo la difunden con frecuencia 
 medios de comunicación,  profesores, intelectuales, etc., que usan 
 un lenguaje destinado única-mente  a estimular el instinto, innovando 
 manifestaciones sexuales desconectadas  con el sentimiento y el espíritu, 
 con el don de sí, con la apertura a los otros, a la vida y a Dios.
     
       Por eso es preciso oponer a esa acción -verdaderamente
  deformadora  y corruptora del hombre en su totalidad- una verdadera educación 
  centrada  en el concepto cristiano de la sexualidad.
     
        DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
     
       Las ideas que vamos a exponer son las que repetidamente
ha  puesto de manifiesto  el Magisterio de la Iglesia, principalmente en
el Concilio  Vaticano II (Declaración  Gravissimum educationis y la
Const. Ap. Gaudium et spes), la Declaración  Persona Humana (29-XII-1975), 
la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Familiaris consortio
 (22-XI-1981) y el reciente documento de la Sagrada Congregación para
 la Educación Católica Orientaciones  educativas sobre el amor
 humano (1-XI-1983).
     
       FORMA EN LA QUE SE HA DE IMPARTIR
     
       Todo lo que sea necesario para que el niño o el joven
  se den cuenta  del valor y del objeto preciso de la sexualidad humana,
desde   el mismo inicio  del uso de razón, ha de ser tema de iniciación
  o revelación,  pero con las siguientes salvedades:
     
       1) Ha de ser paulatina, de forma que, por una parte, d‚ elementos
suficientes    para que el niño o el joven puedan precaverse contra
los asaltos  de  la sexualidad, en función de su edad y de las circunstancias 
concretas    que lo rodean y, por otra, no multiplique ni agrave estos asaltos 
a consecuencia    de un conocimiento prematuro que lleve la natural curiosidad 
más  allá  de lo conveniente; dice al respecto un autor espiritual 
que esa educación ha de darse  a los hijos “de un modo gradual, acomodándose 
 a su mentalidad y a su capacidad de comprender, anticipándose ligeramente 
 a su natural curiosidad” (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 
 n. 100).
     
       2) Ha de ser explicada de modo recto y sobrenatural, evitando rodear 
 de  malicia esta materia, haciendo ver que forma parte del plan providente 
 de  Dios y, por tanto, no sólo es en sí misma buena y noble, 
 sino  que tiene una dignidad altísima pues hace a los padres partícipes
   del poder creador de Dios.
     
       3) Ha de ser explicada por los padres, adelantándose al posible 
  peligro  que supone recibir deformados estos conceptos, a través 
de  personas  perversas o corrompidas (cfr. S.C. para la Educ. Católica: 
  Orientaciones...,  n. 107; Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).
     
       S.S. el Papa Pío XII hace esta explícita recomendación 
   a los padres de familia:
     
       “Las revelaciones sobre las misteriosas y admirables leyes de la vida, 
  recibidas  oportunamente de vuestros labios de padres cristianos, con la 
 debida proporción  y con todas las cautelas obligadas, serán 
 escuchadas con una reverencia  mezclada de gratitud e iluminarán sus
 almas con mucho menor peligro  que si las aprendiesen al azar, en turbias 
 reuniones, en conversaciones clandestinas,  en la escuela de compañeros 
 poco de fiar y ya demasiado versados, o por medio de ocultas lecturas... 
Vuestras palabras, si son ponderadas y discretas, podrán convertirse 
en salvaguardia y aviso frente a las tentaciones...” (Discurso, 26-X-1941, 
n. 10).
     
       Son momentos oportunos para conversar sobre el tema y educar
  gradual y personalmente  a cada hijo, por ejemplo, el desarrollo del niño
  en el seno de la madre, la llegada de un nuevo hijo, la maduración
  del sexo en la pubertad,  la atracción de los adolescentes hacia
amigos  y conocidos de distinto  sexo, el noviazgo de algún hermano,
la boda  de amigos o familiares,  etc.
     
       Estas condiciones las recordó recientemente el Episcopado
  Latinoamericano  diciendo que “la educación sexual debe ser oportuna”,
  de modo que lleve a “descubrir la belleza del amor y el valor humano del
 sexo” (Documento de Puebla, n. 606).
     
       4) Ha de dirigirse no sólo a educar la mente sino también
   a educar la voluntad, de modo que el joven consiga la firmeza de carácter 
   y el dominio sobre las inclinaciones desordenadas de la concupiscencia.
     
        LA INFORMACION SEXUAL INDISCRIMINADA
     
      Ciertas corrientes pedagógicas propugnadoras de una irrestricta 
  educación  sexual, achacan a la Iglesia el supuesto error de mantener 
  a la niñez  y a la juventud en una ignorancia del problema sexual. 
  La Iglesia no prohíbe  la formación -tomando las cautelas 
ya  indicadas-, y señala la falsía de la información 
sexual  impartida indiscriminadamente,  sin consideraciones de edad.
     
       “La Iglesia se opone firmemente a un sistema de información
  sexual  separado de los principios morales y tan frecuentemente difundido,
  el cual  no sería más que una introducción a la experiencia 
  del  placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo 
  el camino al vicio desde los años de la inocencia” (Juan Pablo II, 
  Exh. Ap. Familiaris consortio, n. 37).
     
       Por lo anterior, al educador que vaya a actuar de acuerdo
 con  la familia  en la educación sexual de los hijos se le debe pedir,
 además  de recto juicio, principios morales cristianos, sentido de
 responsabilidad,  competencia profesional y maduración afectiva.
Se  puede afirmar sin  temor a equivocarnos, que las escuelas estatales y
no pocas privadas, son  incapaces de dar una educación sexual que
tenga los requisitos indispensables  para no perjudicar a los alumnos en
su desarrollo  psico-físico. Los  padres, por tanto, deberán
actuar en consecuencia.
     
        UN CASO ESPECIAL: LA TELEVISION
     
       Una responsabilidad igual tienen los padres respecto al
contenido   de los  programas de televisión. Está demostrada
la gran influencia    (“arrolladora” dice el Papa Juan Pablo II) y el poder
de sugestión    que la TV tiene sobre los telespectadores, especialmente
si son menores.   Poder que afecta a todos los campos pero especialmente
al afectivo, con la  consiguiente deformación si el tema del amor
es tratado de manera  simplemente materialista. 
    
     
       La experiencia de cada día puede aportar datos de 
las  muchas ocasiones  que, actualmente, se dan en los programas de televisión
  de tratar asuntos de sexualidad de forma soez e inmoral.
     
       Aunque no excluye en este campo la responsabilidad pública
  y de los  mismos profesionales que no respetan la intimidad del hogar,
serán    los padres quienes deberán defender la salud moral
(y mental) de  sus  hijos por todos los medios posibles.
     
       Está en primer lugar la protesta ante quien corresponda,
  por toda  programación que se juzgue inadecuada. Hay cauces establecidos
  para  ello y podrían abrirse otros nuevos que hicieran más
 eficaz  el control sobre el contenido de lo que se da por la pequeña
 pantalla,  especialmente en horarios con mayor audiencia juvenil e infantil.
     
       También es preciso que los padres preparen a sus
hijos   para saber  usar moderadamente la televisión. Es conveniente
que se  acostumbren  a dedicar su tiempo libre a otros entretenimientos fuera
de la televisión  que siempre resultan más formativos (deportes,
 aficiones, lecturas,  etc.).
     
       Si en una familia se establece el hábito de ver sólo
  aquellos  espacios televisivos que se han previamente seleccionado por
su   calidad, resultar fácil que los hijos incorporen esa norma a
su futura   conducta.