BEATA SIBILINA BISCOSSI
1367 d.C.
19 de marzo
Nació la Beata Sibillina
en Pavía (Lombardía, Italia) en 1287. Siendo pequeña
ya se notaba en ella la bondad y la inclinación hacia las cosas de
Dios. Sus padres Huberto Biscossi y Leonor Verio fallecieron cuando
era niña.
A los doce años una enfermedad la dejó ciega,
pero el Espíritu Santo suplió su ceguera material con una inmensa
luz interior. Cuenta la leyenda que un día muy afligida suplicó
al Señor que le diera la vista para poder ganar el pan con su trabajo,
el Señor entonces la arrebató en éxtasis y se le apareció
Santo Domingo mostrándole una luz tan bella y resplandeciente que
le quitó el deseo de recibir más la vista corporal y de ver
las cosas transitorias y perecederas de este mundo. Sibillina deseaba a Dios
y vivía de su luz.
Fue acogida por algunas hermanas de la Orden seglar que la formaron
en la virtud durante tres años. Le enseñaron la fidelidad
a la oración y la iniciaron en la contemplación. La jovencita
fue una aventajada discípula porque Dios actuaba con gran fuerza en
su interior.
A los 15 años tomó el hábito de Terciaria
de Santo Domingo. Hizo construir una pequeña ermita unida al convento
de Santo Tomás y allí se encerró, primero con otra hermana
terciaria seglar dominica que murió a los tres años de estar
recluidas. Y desde entonces sola, vivió en esa pequeña habitación
contigua a la iglesia de los frailes.
No tenía más que una ventana pequeña por
donde hablaba a los que venían a pedirle algún consuelo o consejo
y por donde le daban algún poco de pan para comer.
Hacía trabajos manuales. Allí transcurrió
sesenta y cinco años de su vida en la penitencia, oración y
contemplación de la Pasión y con una gran conciencia de la
presencia del Espíritu Santo.
En los primeros siete años hizo asperísimas penitencias.
Vestía igual en invierno o verano, no tenía fuego (con el frío
de Pavía en invierno) y dormía sobre una tabla.
Después de estos siete años moderó estos
rigores atendiendo más a reformar el espíritu y las pasiones
del alma. Lo que aconsejaba también a aquellos con quienes hablaba,
diciendo que se debía ejercitar más el espíritu que
el cuerpo y usar más obras de caridad con el prójimo que consigo
misma.
Este descubrimiento de lo que a Dios agrada más, marcó
una etapa en su camino de entrega verdadera. Adoraba con devoción
la Eucaristía cuando el sacerdote pasaba cerca para llevar la comunión
a los enfermos, o cuando celebraba para ella misa cerca de la ermita
Tuvo revelaciones celestiales se le aparecía el Niño
Dios. Recibía también singulares dones del Espíritu
Santo todos los años para la solemnidad de Pentecostés.
Recibió el don de celo por la gloria de Dios y la salud
de las almas. Si se daba cuenta que alguien estaba en pecado mortal no reposaba,
intercedía por él ante el Señor con insistencia, hacía
llamar al pecador, le hablaba con tanta bondad y cariño que aquel,
confuso, se arrepentía de los errores.
Era muy modesta, sabía escuchar largo rato y recién
a lo último de la conversación, decía alguna palabra,
muy medida, que fuera de utilidad para la persona con quien dialogaba. Conmovía
los corazones cuando hablaba de Dios.
Tuvo también el don de profecía y de hacer milagros.
Después de recibir los Sacramentos llena de años y méritos
volvió al seno del Padre Dios el viernes 19 de marzo de 1367. Tenía
ochenta años.
Fue sepultada en la iglesia del convento de Santo Tomás
donde su cuerpo se conservó muchos años incorrupto. Recibiendo
el pueblo por su intercesión muchas gracias.
Hoy, no hay ya convento de frailes Dominicos en Pavía
y el cuerpo de Sibillina se venera en la catedral. Su confesor y biógrafo
Tomás de Bossolasco, dice de ella que: “produjo frutos abundantes
de gloria y santidad”, aludiendo a los consuelos y consejos que la ciega
dominica esparció entre sus conciudadanos, que en ella buscaban conocer
la voluntad de Dios. Pío IX confirmó su culto el 17 de agosto
de 1854