SAN SIMEÓN BERNEUX Y COMPAÑEROS
1866 d.C.
7 de marzo
Simeón Berneux nació
en Château-du-Loir (Sarthe, Francia) el 14 de mayo de 1814 Fue ordenado
sacerdote diocesano en 1837 y luego se formó en las Misiones Extranjeras
de París en 1839. El padre Berneux parte hacia el lejano oriente el
13 de enero de 1840. En Manila se entrevista con Monseñor Retord,
vicario apostólico de la región de Tonkín (Vietnam).
Los dos misioneros simpatizan desde el primer momento y ambos sienten la
misma fogosidad por la salvación de las almas.
El 17 de enero de 1841, Monseñor Retord y los padres
Berneux, Galy y Taillandier llegan a Tonkín. Tras algunas peripecias,
los misioneros se dispersan. El padre Berneux se asienta en Yen-Moi, cerca
de un pequeño convento de religiosas "Amantes de la Cruz", donde estudia
la lengua vietnamita. «A pesar de no poder dar más de seis pasos,
de no recibir la luz del sol más que por una pequeña abertura
a quince centímetros del suelo, y de tenerme que tumbar cuan largo
soy sobre mi estera para escribir, soy el más feliz de los hombres»,
escribe. Sin embargo, el peligro se cierne sobre el joven misionero, que
deberá pasar enseguida de un escondrijo a otro. Esto conmueve a Monseñor
Retord, quien pide a los padres Berneux y Galy que se reúnan con el
padre Masson en la provincia de Nghe An.
Había sido muy prudente por parte del obispo poner relativamente
a salvo a sus jóvenes misioneros, pero era demasiado tarde, puesto
que su presencia había sido ya denunciada en Nam Dinh, residencia
del mandarín. Durante la noche del Sábado Santo, un destacamento
de quinientos soldados rodea los retiros de ambos misioneros. Durante la
noche, el padre Berneux había escuchado algunas confesiones: «Eran,
nos dice, las primicias de mi apostolado en tierras vietnamitas, y fueron
también el final. Los designios de Dios son inescrutables, pero siempre
dignos de ser adorados».
Al despuntar el día de Pascua, celebra la misa como de
costumbre. Apenas ha terminado cuando los soldados penetran en la cabaña
y se apoderan de él. Lo conducen inmediatamente junto al padre Galy,
que también había sido capturado. Encerrados en jaulas, y cargados
con la tradicional cadena, son llevados hasta Nam Dinh, contentos de expresar
su fe en Jesucristo. Los paganos les dicen: «Aquí, cuando llevamos
las cadenas estamos tristes, pero vosotros, ¿por qué parecéis
tan contentos?» Y el padre Berneux responde: «Porque los que
seguimos la verdadera Religión, que es la de Jesús, poseemos
un secreto que vosotros no conocéis. Ese secreto transforma la pena
en gozo. Y venimos a decíroslo porque os amamos». Ese "secreto"
evocado por el misionero es la luz de la fe, fuente de esperanza y de gozo.
Muy pronto empiezan los interrogatorios. El mandarín
espera obtener denuncias, pero el padre Berneux no traiciona a nadie de los
que le han escondido. Hacen entrar a tres jóvenes vietnamitas cristianos
encarcelados y completamente magullados por los golpes: «Estos hombres
van a morir. Si les aconseja que abandonen su religión durante un
mes, podrán después practicarla de nuevo y los tres serán
sanos y salvos. - Mandarín, responde el padre Berneux, a ningún
padre se le induce a inmolar a sus hijos, ¿y pretende que un sacerdote
de la religión de Jesús aconseje la apostasía a sus
cristianos?». Y volviéndose hacia sus queridos neófitos
les dijo: «Amigos, sólo os doy un consejo. Pensad que vuestros
sufrimientos tocan a su fin, mientras que la felicidad que os espera en el
Cielo es eterna. Sed dignos de ella mediante vuestra constancia. - Sí,
padre, prometen ellos. - ¿De qué otra vida les habla?, pregunta
riendo socarronamente el mandarín. ¿Acaso todos los cristianos
tienen alma? - Sin duda alguna, y los paganos también tienen. Y usted
también tiene una, mandarín».
El 9 de mayo de 1841. El padre Berneux es trasladado a la prisión
de Hué, capital de Annam (Vietnam). Al tener las piernas aprisionadas
por unos cepos, sobrevive tumbado en la desnuda tierra. Se reanudan los interrogatorios:
"¡Pisotee esa cruz!"
"Cuando llegue el momento de morir presentaré mi cabeza al verdugo,
exclama. Pero si me manda que reniegue de mi Dios, siempre resistiré".
"Haré que le golpeen hasta la muerte", amenaza el mandarín.
"¡Hacedlo si queréis!"
El 13 de junio, el mandarín aprueba la ejecución: "¡Qué
alegría poder sufrir por nuestro Dios!", dirá el padre Berneux.
El 8 de octubre, los padres Berneux y Galy se enteran con alegría
de que son condenados a muerte. El 3 de diciembre de 1842, la firma real
sanciona la sentencia del tribunal. De repente, se produce un cambio imprevisto:
el 7 de marzo de 1843, al enterarse un comandante de corbeta francés
que cinco de sus compatriotas se pudren desde hace dos años en los
calabozos de Hué, reclama su liberación. El 12 de marzo, quiebran
sus cadenas y son entregados al comandante. Aquella libertad les priva del
martirio que ya saboreaban, así como de la esperanza de regresar a
Annam, por respeto a la palabra que sobre aquel punto había dado el
oficial francés.
Pero el padre Berneux no se detendrá por el camino,
preparándose a partir hacia otros horizontes. En octubre de 1843,
el padre Berneux es enviado a Manchuria, provincia del norte de la China,
donde trabaja durante diez años, a pesar de severas contrariedades
de salud (fiebres tifoideas y cólera). El 5 de agosto de 1854, Pío
IX le nombra obispo de Corea. "¡Corea, escribe el nuevo obispo, esa
tierra de mártires, cómo negarse a entrar!". El 4 de enero
de 1856, acompañado de dos sacerdotes misioneros, Monseñor
Berneux se embarca en Shanghai en un junco chino. Hasta el 4 de marzo, se
ven obligados a vivir escondidos en una estrecha bodega. Llegan por fin a
una pequeña isla, donde esperan durante seis días la barca
de los cristianos. Prosiguen entonces su navegación y, después
de una semana, llegan por fin, de noche, a una residencia secreta que se
encuentra a unos pocos kilómetros de la capital, satisfechos de haber
burlado la vigilancia de los guardacostas. Efectivamente, pues los extranjeros
tienen prohibido entrar en Corea bajo pena de muerte.
El obispo se pone enseguida manos a la obra, aprendiendo en
primer lugar la lengua coreana. A continuación visita a los cristianos,
tanto en Seúl como en el campo y en la montaña, y luego emprende
la creación de un seminario, la apertura de escuelas para muchachos,
la instalación de una imprenta, etc.
Monseñor Berneux atiende igualmente el futuro de la misión,
eligiendo como sucesor suyo, con el acuerdo de la Santa Sede, a Monseñor
Daveluy, que es ordenado obispo en Seúl el 25 de marzo de 1857. A
pesar de unas condiciones de apostolado durísimas (clandestinidad,
extrema pobreza, persecuciones locales periódicas...), bajo el gobierno
de Monseñor Berneux, el número de bautizados, que era de 16.700
en 1859, alcanza la cifra de 25.000 en 1862. La predicación del obispo
misionero estaba dando sus frutos.
Pero, en 1864, una revolución palaciega y la amenaza
de un ataque ruso a Corea (enero de 1866), interrumpen la labor apostólica
de los misioneros y despiertan el odio contra los cristianos. El 23 de febrero
de 1866, una tropa cerca la casa del obispo, penetrando en ella cinco hombres.
El obispo los recibe:
"¿Es usted europeo?", pregunta el jefe.
"Sí, pero ¿a qué han venido?"
"Por orden del rey, venimos a arrestar al europeo"
"¡Que así sea!".
Y se lo llevan sin atarlo. El día 27, Monseñor Berneux comparece
ante el ministro del reino y dos magistrados. Le preguntan cómo entró
en Corea, en qué lugar y con quién.
"No le pregunten eso a un obispo" responde Monseñor Berneux.
"Si no respondes, podemos según la ley infligirte grandes tormentos".
"Hagan lo que quieran, que no tengo miedo".
Entre el 3 y el 7 de marzo, Monseñor Berneux soporta cada día
un interrogatorio en el patio de la Prisión de los Nobles. Lo tienen
atado a una elevada silla de madera, en el centro de ese patio. El "Diario
del Tribunal" menciona que a cada interrogatorio se le inflige al obispo
el "suplicio del tormento"; para él, «la tortura se detuvo bien
al décimo o al undécimo golpe», lo que significa que
unas diez u once veces se le asestan con todas las fuerzas golpes en las
piernas por medio de un bastón de sección triangular del grosor
de la pata de una mesa. El obispo permanece en silencio, lanzando solamente
tras cada golpe un largo suspiro. Al no poder moverse solo, deben llevarlo
a la celda, donde, como único remedio, le cubren las piernas descarnadas
con un papel empapado en aceite.
Mientras tanto, han sido arrestados los padres Justo Ranfer
de Breteniéres, Pedro Enrique Dorie y Luis Beaulieu, siendo sometidos
los tres a los interrogatorios y a las torturas. El 7 de marzo, el "Diario
del Tribunal" publica: "En lo referente a los cuatro individuos europeos,
que sean entregados a la autoridad militar para ser decapitados, mediante
suspensión de la cabeza, para que sirva de lección a la multitud".
La ejecución tiene lugar el 8 de marzo. Al salir de la
prisión, el obispo exclama: "Así que moriremos en Corea: ¡perfecto!".
Al ver aquella muchedumbre reunida, suspira: "Dios mío, ¡cuánta
compasión merecen estas pobres gentes!".
El obispo aprovecha cada alto para hablar del Cielo a sus compañeros
de suplicio. El lugar elegido para el martirio es una extensa playa de arena,
a lo largo del río Han. Unos cuatrocientos soldados forman círculo
y plantan un mástil en el centro. El mandarín da la orden de
que los condenados sean llevados a su presencia para que los preparen. Se
les desgarra la ropa; las orejas, dobladas en dos, son perforadas por una
flecha; el rostro es rociado con agua y luego con cal viva, impidiéndoles
ver. Después de aquello, se les introduce bajo los hombros, entre
los brazos atados y el torso, unos bastones cuyas extremidades reposan en
los hombros de un soldado.
La llamada marcha del Hpal-Pang comienza alrededor del ruedo:
en cabeza va el obispo, seguido por los tres misioneros, que no profieren
palabra alguna. Al dar la señal, seis verdugos se precipitan gritando
sobre los condenados: "¡Vamos, matemos a estos miserables, exterminémoslos!".
Atan a los cabellos del obispo una cuerda sólida, de manera que su
cabeza quede inclinada hacia adelante. El verdugo golpea al obispo, pero
la cabeza no cae hasta el segundo golpe de sable. Todo el cielo está
de fiesta para recibir en la infinita felicidad de Dios el alma de aquel
mártir. Según dijeron los testigos, el obispo sonreía
en el momento de la ejecución, conservando aquella sonrisa después
de muerto.