Encíclica de Gregorio XVI
Sobre Condenación del libro "Paroles d'un croyant"
de Lamennais
Del 24 de junio de 1834
1. Una satisfacción
Un singular gozo nos depararon los ilustres testimonios de
fe, obediencia y piedad que nos llegaban de todos los lugares donde se recibió
nuestra carta encíclica, dada el día 15 de agosto del año
1832, en la que expusimos según la obligación de Nuestro oficio,
a la universal grey católica, la doctrina sana y única que es
lícito seguir en lo referente a los capítulos allí propuestos.
Aumentaron el gozo nuestro las declaraciones publicadas acerca del mismo
por algunos de los que habían aprobado aquellas ideas y opiniones
falsas de las que nos dolíamos, y que incautos se habían manifestado
sus propulsores y defensores. Conocíamos, ciertamente, que todavía
no estaba suprimido aquel mal, que abiertamente se proponían en excitar
contra las cosas sagradas y también las civiles unos imprudentísimos
libelos, dispersos entre el vulgo, y ciertas tenebrosas maquinaciones, que
por lo mismo gravemente reprobamos en la carta enviada en el mes de octubre
a nuestro Venerable Hermano el Obispo de Rennes. Y lo mismo que causaba esta
tristeza fue para nosotros, que estábamos ansiosos y sobremanera solícitos
de este asunto, causa de verdadera satisfacción y gozo al confirmarnos
ampliamente en una declaración que nos envió el día 10
de diciembre del año pasado que seguiría única y absolutamente
la doctrina enseñada en nuestra carta encíclica y que no escribiría
ni apozaría nada ajeno a ella. Abrimos, por lo tanto, las entrañas
de nuestro paternal amor al hijo en quien debíamos confiar de que,
movido por nuestros avisos, publicaría cada vez más elocuentes
testimonios por los que fehacientemente constase que se había sometido
a nuestro juicio no sólo de palabra, sino también por los hechos.
2. Un nuevo dolor.
Pero, lo que apenas parece creíble, aquel a quien habíamos
recibido con tan benigno afecto, olvidando nuestra indulgencia, muy pronto
flaqueó en su propósito y aquélla buena esperanza que
habíamos alentado de percibir algún fruto, quedó frustrada
apenas conocimos el libro escrito en francés, pequeño en volumen
pero grande en maldad, cuyo título es: "Paroles d'un croyant", que
fue entregado por él a la imprenta no hace mucho, ocultando ciertamente
el nombre, pero haciéndolo del dominio público con claras manifestaciones.
3. Su doctrina.
Nos horrorizamos abiertamente, Venerables Hermanos, apenas
conocimos por una primera lectura, la ceguedad del miserable autor y en qué
género de ciencia se explayaba que no es según Dios, sino según
el criterio del mundo. Puesto que, contra la palabra dada solemnemente en
aquélla declaración suya, se propuso atacar y destruir con capciosísimas
envolturas en palabras y ficciones la doctrina católica, que según
la autoridad confiada a nuestra Humildad definimos en nuestra carta arriba
mencionada, tanto acerca de la debida sujeción al poder, como acerca
de la necesidad de apartar de los pueblos el mortal contagio del indiferentismo
y asimismo de la necesidad de poner freno a la licencia que cunde en las
opiniones y en las palabras. Y por último acerca de la condenación
de la omnímoda libertad de conciencia y de la terribilísima
conspiración de las sociedades o de los secuaces de cualquiera
de las falsas religiones, reunidos para la destrucción de la cosa
sagrada y pública.
Rehuye, ciertamente nuestro ánimo, leer aquellas cosas
con las que en esa misma obra el autor se esfuerza por romper cualquier vínculo
de fidelidad y sujeción hacia los Príncipes, paseando por todas
partes la tea de la rebelión con la que se producirá la destrucción
del orden público, el desprecio de los magistrados, la destrucción
de las leyes, arrancando por la fuerza todos los elementos de la potestad
sacra y civil. De aquí con nueva e inicua invención presenta
con portentosa calumnia la potestad de los Príncipes como contraria
a la ley divina, y hasta como obra del pecado y poder de Satanás. Con
las mismas calificaciones torpes como a los príncipes, difama a los
que presiden las cosas sagradas, por medio del pacto de criminales maquinaciones
contra los derechos de los pueblos con que sueña están unidos
entre sí. No contento con un atrevimiento tan grande, propugna todavía
la omnímoda libertad de opiniones, palabras y conciencias, y desea
que todo suceda próspera y felizmente a los soldados de la causa que
habrán de luchar, para libertarla de la tiranía, como él
dice, y convoca con furioso entusiasmo a reuniones y sociedades en todo el
universo, urgiéndoles con vehementes instancias a realizar tan nefastas
determinaciones, de manera que también en este aspecto veamos desacatados
nuestros avisos y prescripciones.
4. Con la verdad, la mentira.
Sería fatigoso reseñar aquí todas las
cosas que se acumulan en este pésimo engendro de impiedad y de audacia
para perturbar todas las cosas divinas y humanas, pero sobre todo excita
la indignación y es absolutamente intolerable para la Religión
que el autor use las divinas prescripciones para defender tamaños
errores y hacerlos aceptables a los incautos y que él mismo, para
desligar a los pueblos de la ley de obediencia, como si fuese enviado e inspirado
por Dios, después que hubiese comenzado en el nombre sacratísimo
de la augusta Trinidad, cite a cada paso las sagradas escrituras y, para
inculcar estos depravados desvaríos, violenta astuta y audazmente
las palabras de las Escrituras, que son las palabras de Dios, de manera que
más confiadamente, como decía San Bernardo: "Difunda en lugar
de luz tinieblas, y en lugar de miel, o mejor, conjuntamente con la miel,
suministre veneno, haciendo un nuevo evangelio para los pueblos, poniendo
otro fundamento fuera de Aquel que ya está puesto".
Pero Aquel que nos puso de vigía en Israel para que
demos aviso de los errores a aquellos que Jesús, autor y consumador
de la fe, encomendó a nuestro cuidado, nos prohíbe pasar en
silencio la gran ruina que trae consigo esta doctrina.
5. Reprobación y condenación.
Por lo cual, después de haber oído a algunos
Venerables Hermanos Nuestros, cardenales de la Santa Romana Iglesia, por
nuestra propia determinación, de ciencia cierta y con la plenitud
de la potestad apostólica reprobamos, condenamos y queremos y decretamos
que por reprobado y condenado se tenga perpetuamente el mencionado libro
cuyo título es: "Paroles d'un croyant", por el cual, abusando impíamente
de la palabra de Dios, son corrompidos los pueblos para que disuelvan los
vínculos de todo orden público, quebranten ambas autoridades,
susciten, pronuncien y fortalezcan las sediciones, tumultos y rebeliones
en los imperios, libro que contiene por lo tanto proposiciones respectivamente
falsas, calumniosas, temerarias, inducentes a la anarquía, contrarias
a la palabra de Dios, impías, escandalosas, erróneas y ya condenadas
por la Iglesia sobre todo contra los valdenses, wiclefitas, husitas, y otros
géneros similares de herejes.
Será, pues, ahora propio de vosotros, Venerables Hermanos,
secundar con todo el esfuerzo que reclame urgentemente la salud e incolumnidad
de la cosa sagrada y civil, para que no sea tanto más pernicioso este
escrito, engendrado en el anonimato para el mal, cuanto más se halague
el insensato apetito de novedad; y ocultamente, como un cáncer, se
desliza adentrándose en los pueblos. Sea preocupación vuestra
la de urgir la sana doctrina en tan importante asunto y descubrir la astucia
de los innovadores, vigilando muy atentamente en la custodia de la ley cristiana,
para que florezcan y prosperen felizmente el amor a la religión, la
piedad en las obras y la paz pública. Esperamos confiadamente de vuestra
fe y de vuestra intensa soliciitud por el bien común, que con la ayuda
de Aquel que es el Padre de las luces nos podamos regocijar (para usar las
palabras de San Cipriano) de que haya sido entendido y reprimido el error,
y que por haber sido conocido y descubierto haya quedado vencido.
Por otra parte, ¡es digno de lágrimas adónde
vayan a parar los desvaríos de la humana razón apenas alguien
se prende de las novedades y se empeñe, contra el aviso del Apóstol,
en gustarlas más de lo que conviene gustar y, confiando demasiado en
sí mismo, piense buscar la verdad fuera de la Iglesia Católica,
en la cual se encuentra limpia aún del más leve polvo de error,
y la cual por lo mismo se llama y es la columna y el fundamento de la verdad!
Bien entendéis, Venerables Hermanos, que Nosotros también hablamos
aquí de aquel falaz sistema filosófico enteramente reprochable
y no introducido al principio como tal, en el cual, por el vil y desenfrenado
afán de novedades, la verdad no se busca donde ciertamente está,
y, menospreciando las santas y apostólicas tradiciones, se aprenden
otras doctrinas vacías, fútiles, inciertas y no aprobadas por
la Iglesia en las cuales piensan falsamente hombres vanísimos que se
apoya y sustenta la verdad.
6. Exhortación final.
Mientras, pues, según el cuidado y la solicitud que
Nos fueron impuestas por Dios de conocer, discernir y custodiar la santa
doctrina, os escribimos estas cosas, lloramos la muy dolorosa herida que
fuera infligida a nuestro corazón por el error de nuestro hijo, y
en la gran aflicción que, por eso mismo, nos entristece, no nos queda
ninguna esperanza de consuelo, mientras no vuelva al camino de la justicia.
Elevemos pues juntos los ojos y las manos a Aquel que es guía de la
sabiduría y enmendador de los sabios, y roguémosle con abundantes
preces, para que dándole un corazón dócil y un ánimo
esforzado mediante los cuales oiga la voz del Padre amantísimo y afligidísimo
y haga volver cuanto antes a la causa de él, la alegría a la
Iglesia, a vuestro orden episcopal, a la Santa Sede y a Nuestra Humildad.
Nosotros ciertamente tendremos por fausto y feliz en día en que Nos
sea posible estrechar contra Nuestro pecho paternal a este hijo vuelto en
sí, con cuyo ejemplo grandemente esperamos que se arrepientan los
demás que, siguiéndolo, fueran inducidos en el error, de manera
que sea uno solo en todos el común sentir en la doctrina, uno solo
el razonamiento en las determinaciones, una sola la concordia de las acciones
y aficiones, una la incolumnidad de la cosa pública y sagrada. Requerimos
y esperamos de vuestra pastoral solicitud, que pidáis a Dios un tan
gran bien con piadosas súplicas. Impetrando el divino auxilio sobre
esta empresa, os impartimos a vosotros y a vuestra grey la Bendición
Apostólica, prenda de su protección.
Dado en Roma, junto a San Pedro el 24 de Junio del año
1834, de Nuestro Pontificado el año cuarto. Gregorio XVI.