Félix Peretti pertenecía
a una humilde familia de Montalfo, en la región de las Marcas. A los
nueve años entró en la Orden de los franciscanos. Hizo carrera
rápidamente: participó en el Concilio de Trento, gozó
de mucha fama como predicador, Pío V le nombró cardenal en
1570. Gregorio XIII no le encargó ninguna misión, y durante
su pontificado Fray Félix tuvo que vivir apartado del Vaticano. Gregorio
no simpatizaba con el fraile franciscano desde el tiempo en que éste
había acompañado a Madrid al Cardenal Buoncompagni; mientras
que el cardenal odiaba al Papa, que no había castigado al asesino
de su sobrino, esposo de Victoria Accoromboni, cuya trágica historia
contó Luis Rieck en su novela.
Elegido por unanimidad, Sixto V procedió en seguida a
la reorganización de sus estados. Su milicia acabó rápidamente
con los bandidos, mientras los tesoros del Vaticano aumentaban paulatinamente.
Con este dinero el Papa apoyó a los príncipes cristianos, y
sobre todo a Felipe II en su guerra contra Isabel. A pesar de la antipatía
que caracterizaba las relaciones entre el Papa y el rey de España,
los dos soberanos tuvieron que entenderse, ya que los intereses de la Iglesia
coincidían con los de Felipe. Los conflictos entre las dos cortes
eran explicables, porque Felipe II pensaba apoyarse en la Iglesia para mejor
gobernar su vasto Imperio, mientras el Papa pensaba en la independencia absoluta
de la Iglesia ante el poder temporal.
En el momento en que Felipe II empezó a organizar su
Armada Invencible, con el fin de invadir Inglaterra y de destruir la herejía,
el Papa le otorgó una ayuda de 800,000 escudos al año. La flota
española fue vencida en el canal de la Mancha, en el verano de 1588,
más bien por la furia del mar que por los barcos ingleses. Esta inesperada
derrota puso fin a las esperanzas del Papa de hacer volver a Inglaterra al
camino de la verdadera fe. La desilución de Sixto V fue grande, como
también la de Felipe, que empezó a preocuparse por la situación
creada en Francia, con el fin de conseguir la corona de este país.
Los protestantes reconocían como jefe supremo a Enrique, rey de Navarra,
futuro Enrique IV de Francia; Enrique de Guisa dirigía la Liga, partido
de resonancia popular, mientras el partido católico se había
concentrado sin entusiasmo alrededor del rey Enrique III, persona sin talento
político y sin autoridad.
Los partidarios del duque de Guisa se aliaron con España.
Católicos y herejes combatieron en tierra francesa, apoyados unos
por Inglaterra y otros por España. El verdadero amo del país
era el duque de Guisa, al que el rey hizo asesinar. El Papa excomulgó
al rey, que fue a su vez asesinado por un dominico fanático, Jacques
Clément, en 1589. Dos candidatos se presentaron: el de la Liga, en
la persona del cardenal Carlos de Borbón, y el de los hugonotes, el
hábil Enrique de Navarra. Para conseguir el apoyo del Papa, Enrique
envió un emisario a Roma para prometer su regreso a la ortodoxia.
Prudente, Sixto V no tomó partido ni por el candidato español
ni por Enrique. La muerte le impidió tomar parte en la apasionante
contienda que finalizó con la victoria del rey de Navarra.
Sixto V no fue sólo un político y un organizador,
considerado como uno de los Papas más enérgicos y constructores
del siglo XVI, sino también como un amigo de las artes y un sabio
reformador. Fijó en 70 el número de los cardenales, organizó
el número de las antiguas congregaciones y creó algunas nuevas.
personalidades eminentes, de gran solvencia moral, fueron creadas cardenales,
lo que dio a la Iglesia un aspecto concorde con el Concilio de Trento y con
las ideas de la contrarreforma. Apoyó a los jesuitas menos que sus
predesores y hasta puso en el Index la obra Disputationes, del futuro cardenal
y Santo Roberto Bellarmino.
Como político, como organizador de la flota vaticana,
del tesoro y del ejército; como hombre duro y recto, santo y humilde,
Sixto V fue divinizado por el pueblo de Roma. Su nombre pertenece a la leyenda.
El poeta Torcuato Tasso, autor de la epopeya Jerusalén libertada,
fue uno de los protegidos del Papa. Construyó el acueducto llamado
"Acqua Felice", que lleva a Roma agua desde los montes cercanos. Las columnas
de Trajano y de Marco Aurelio fueron dedicadas a los Apóstoles Pedro
y Pablo. Trazó una nueva calle en Roma, llamada desde entonces calle
Sixtina, y levantó ante la Basílica de San Pedro el antiguo
obelisco que Calígula había traído de Heliópolis
y que yacía desde hacía siglos cerca del Vaticano.
El erigir el obelisco fue una atrevida obra de ingeniería,
realizada por Domingo Fontana, arquitecto principal de la corte, que recibió
el título de "Caballero del Obelisco". Tasso cantó el magno
acontecimiento. En la base del obelisco se pueden leer las siguientes palabras:
Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat", a las que el Papa ponía
en directa relación con los acontecimientos a los que obelisco había
asistido en Roma: la persecución de los cristianos, el martirio de
los primeros Papas y el triunfo final de Cristo y de su Iglesia, de los que
el obelisco también testimoniaba. Otros obeliscos egipcios fueron
erigidos en la Piazza del Popolo, delante de Letrán, de Santa María
Mayor y de la iglesia de la Santa Cruz. Todos aquellos obeliscos, que hoy
adornan las plazas de Roma, habían sido traídos desde Egipto
por los emperadores, y durante siglos habían dormido bajo el barro
y el olvido, porque ningún ingeniero había sido capaz de calcular
el movimiento de su erección ni las máquinas capaces de realizarla.