TEODORO I

642-649 d.C.

   El 24 de noviembre del 642 tenían ya los romanos un nuevo Papa: Teodoro I. Era hijo de un obispo, había nacido en Jerusalén y era griego: no se podía haber elegido mejor. Había crecido en un ambiente familiarizado con las sutilezas de la teología bizantina. Se hallaba, pues, dotado intelectualmente para proseguir la lucha de sus dos predecesores, Severino y Juan IV, contra el monotelismo y reparar los errores de Honorio.

   No dudó en hacer frente al emperador y en acoger en Roma a los monjes orientales opuestos a la política religiosa de Heraclio. Tuvo incluso la audacia de excomulgar al patriarca de Constantinopla, Pablo II, que se había declarado formalmente en favor del monotelismo. Mandó a Palestina como legado pontificio al obispo Esteban de Dor con la misión de confortar a los cristianos tan duramente puestos a prueba por las querellas dogmáticas y por la invasión de los musulmanes.

   El sucesor de Heraclio, Constante II, prohibió por decreto nuevas polémicas sobre el monotelismo. Teodoro I convocó entonces en Letrán un concilio con la finalidad de fijar definitivamente la doctrina de la Iglesia sobre la cuestión debatida, pero no pudo asistir a él: la muerte le sorprendió el 14 de mayo del año 649, seis meses antes de la apertura del concilio.

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(Samuel Miranda)