DEFINICION DE TEOLOGIA
MORAL
La Teología Moral o simplemente Moral, es aquella
parte de la Teología que estudia los actos humanos, considerándolos
en orden a su fin sobrenatural.
La Teología Moral ayuda al hombre a guiar sus actos
y es, por tanto, una ciencia eminentemente práctica. En su vida terrena,
que es un caminar hacia el cielo, el hombre necesita de esa orientación,
con el fin de que su conducta se adecúe a una norma objetiva que
le indique lo que debe hacer y lo que debe evitar para alcanzar el fin
al que ha sido destinado.
Analizando la definición de Teología Moral,
encontramos los siguientes elementos:
a) Es parte de la Teología porque, como explica Santo Tomás
de Aquino (cfr. S.Th., I, q. 2, prol.), se ocupa del movimiento de la
criatura racional hacia Dios, siendo precisamente la Teología la
ciencia que se dedica al estudio y conocimiento de Dios.
b) Que trata de los actos humanos, es decir, de aquellos actos que
el hombre ejecuta con conocimiento y con libre voluntad y, por tanto, son
los únicos a los que puede darse una valoración moral. De
esta manera se excluyen otro tipo de actos:
Los que, aunque hechos por el hombre, son puramente naturales
y en los que no se da control voluntario alguno: p. ej., la digestión
o la respiración.
Los que se realizan sin pleno conocimiento: p. ej., aquellos
realizados por un demente, o la omisión de algo por un olvido inculpable.
Los que se realizan sin plena voluntad: p. ej., una acción
realizada bajo el influjo de una violencia irresistible.
c) En orden al fin sobrenatural. Esos actos humanos no son considerados
en su mera esencia o constitutivo interno (lo que es propio de la psicología),
ni en orden a una moralidad puramente humana o natural (lo que corresponde
a la ética o filosofía moral), sino en orden a su moralidad
sobrenatural: es decir, en cuanto acercan o alejan al hombre de la consecución
del fin sobrenatural eterno.
De acuerdo con esto, podemos encontrar en la Moral cuatro
elementos, que de alguna manera la constituyen:
1) El fundamento en que descansa, es decir, el motivo en el cual se
apoya para prohibir o prescribir las acciones humanas. Se trata de un fundamento
inmutable: la Voluntad santa de Dios, guiada por su Sabiduría.
2) El fin que se propone con un mandato o con una prohibición:
encaminar al hombre a la posesión eterna del bien infinito.
3) La obligación que impone, que es el vínculo moral
que liga a la voluntad estrictamente, para que actúe conforme al
mandato divino.
4) La sanción con que remunera: el premio eterno que merece
quien cumple la Voluntad de Dios, o el castigo también eterno a
que se hace acreedor quien la quebranta.
LA MORAL COMO CIENCIA DE LA FELICIDAD
La Teología Moral se presenta como la ciencia de
la felicidad porque muestra los caminos que a ella conducen. Los preceptos
que enseña tienen sentido precisamente por la promesa de la bienaventuranza
eterna que Dios ha hecho a quienes los cumplen.
Todos los razonamientos sobre la conducta no son sino
una respuesta a la pregunta sobre la felicidad del hombre: El hombre no
tiene otra razón para filosofar m s que su deseo de ser feliz,
escribió San Agustín en la Ciudad de Dios (1. XIX, c. 1).
Felicidad terrena y orientación al fin último
son cuestiones paralelas: quien se encuentra orientado en la dirección
correcta va teniendo ya aquí iniciada la felicidad que poseer luego
en plenitud: La felicidad en el cielo es para los que saben ser felices
en la tierra (J. Escrivá de B., Forja, 1005).
Y ya que el conocimiento y la práctica de las normas
morales resulta la más importante realidad en la vida del hombre,
no se limitó Dios a imprimir en la naturaleza humana esa ley moral,
sino que adem s la ha revelado explícitamente para que sea conocida
por todos, de modo fácil, con firme certeza, y sin mezcla de error
alguno (Catecismo, n. 38).
A los auxilios extrínsecos de la Revelación,
Dios añade la ayuda de la gracia divina luz en la inteligencia y
fuerza en la voluntad para la mejor comprensión y ejercicio de la
vida moral.
Esta múltiple acción divina deja ver que
la ciencia de la moral ha de ser rectora de todos los actos humanos, para
que est‚n siempre conformes con su fin sobrenatural eterno.
De lo anterior se deduce la importancia y la necesidad
de conocer, del modo m s completo y perfecto posible, los postulados, desarrollos
y conclusiones de la ciencia moral.
FUENTES DE TEOLOGIA MORAL
Las fuentes de la moral son todas las realidades en las
que se basa esta ciencia, y de las que obtiene su fundamento. Tal fundamento
es, como dijimos, la Inteligencia y la Voluntad divinas, manifestadas en:
LA SAGRADA ESCRITURA
Que por ser la misma Palabra de Dios, es la primera y
principal fuente de la moral cristiana.
Como dice San Agustín (In Ps. 90; PL 37, 1159),
la Sagrada Escritura no es otra cosa que una serie de cartas enviadas por
Dios a los hombres para exhortarnos a vivir sanamente.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios
estableció prescripciones de orden moral, para que el hombre conociera
con certeza y sin error las normas de su conducta.
No conviene olvidar, sin embargo, que muchos preceptos
del Antiguo Testamento, meramente ceremoniales y jurídicos, fueron
abrogados en el Nuevo Testamento, permaneciendo, en cambio, los preceptos
morales que tienen su fundamento en la misma naturaleza humana.
Incluso en el Nuevo Testamento hay también algunas
prescripciones que tuvieron una finalidad puramente circunstancial y temporal,
y que no obligan ya: p. ej., la abstención de comer carne de animales
ahogados (cfr. Hechos 15, 29).
De lo anterior se sigue que la recta interpretación
de la Sagrada Escritura no ha de dejarse como quieren los protestantes a
la libre subjetividad de cada uno, sino que exige el concurso de las demás
fuentes, de modo especial del juicio infalible del Magisterio de la Iglesia.
LA TRADICION CRISTIANA
Fuente complementaria de la Sagrada Escritura. Como es
sabido, no todas las verdades reveladas por Dios están contenidas
en la Biblia. Muchas de ellas fueron reveladas oralmente por el mismo Cristo
o por medio de los Apóstoles, inspirados por el Espíritu
Santo, y han llegado hasta nosotros transmitidas por la Tradición.
La Tradición se manifiesta de modos distintos,
y es infalible sólo cuando est reconocida y sancionada por el Magisterio
de la Iglesia. Los principales cauces a través de los cuales nos
llega la Tradición son:
Los Santos Padres: conjunto de escritores de los primeros
siglos de la Iglesia, que por su antigüedad, su doctrina, la santidad
de la vida y la aprobación de la Iglesia merecen ser considerados
como auténticos testigos de la Revelación de Cristo.
En materia de fe y costumbres, no es lícito rechazar
la enseñanza moralmente un nime de los Padres sobre una verdad.
Entre ellos destacan los llamados cuatro Padres orientales:
S. Atanasio, S. Basilio, S. Gregorio Nacianzeno y S. Juan Crisóstomo;
y los cuatro Padres latinos: S. Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín
y S. Gregorio Magno.
Los Teólogos: autores posteriores a la época
patrística que se dedican al estudio científico y sistemático
de las verdades relacionadas con la fe y las costumbres. Sobre todos ellos
destaca Santo Tomás de Aquino (1225-1274), declarado Doctor común
y universal, y cuya doctrina la Iglesia ha hecho propia, prescribiéndola
como base para la enseñanza de la filosofía y de la teología
(cfr. Dz. 2191-2192).
La misma vida de la Iglesia, desde sus inicios, a través
de la liturgia y del sentir del pueblo cristiano.
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Que por expresa disposición de Cristo custodia
e interpreta legítimamente la Revelación divina, y tiene
plena autoridad para imponer leyes a los hombres, con la misma fuerza
que si vinieran directamente de Dios.
Esta autoridad la tiene no sólo en el orden privado
e individual, sino también en el público y social, interpretando
el derecho natural y el derecho divino positivo, y dando su juicio definitivo
e infalible en materia de fe y costumbres. Recientemente lo ha recordado
el episcopado latinoamericano, cuando dice que en el Magisterio de la Iglesia
encontramos la instancia de decisión y de interpretación
auténtica y fiel de la doctrina de fe y de la ley moral (III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, n. 374).
La infalibilidad del Magisterio eclesiástico no
se da sólo en cuestión de fe, sino también en cuestiones
de moral y, dentro de ésta, no exclusivamente en los principios
generales, sino que llega hasta las normas particulares y concretas.
Aclaramos lo anterior ante el error de quienes afirman
que las normas concretas de la ley moral natural no pueden ser enseñadas
infaliblemente por el Magisterio de la Iglesia y, por tanto, es posible
disentir de sus enseñanzas cuando hay motivos justos.
Sostienen estos autores que el Magisterio sólo
puede enseñar de modo infalible las normas morales reveladas por
Dios explícitamente como de valor permanente, o las derivadas inmediatamente
de ellas.
El Concilio Vaticano II enseña, por el contrario,
que el objeto posible de la enseñanza infalible de la Iglesia no
es sólo lo que se contiene en la Revelación explícita
o implícitamente, sino también todo lo necesario para custodiar
y exponer fielmente el depósito revelado. Así fue explicado
oficialmente por la Comisión Teológica del Concilio en relación
al n. 25 de la Const. Lumen gentium (cfr. Acta Synodalia Sacr. Oecum. Conc.
Vat. II, II, III, 1, p. 251. También la Decl. Mysterium Ecclesiae
de la S. C. para la Doctrina de la Fe, del 24-VI-1973).
Es indudable que hay algunas normas morales concretas
contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición como permanentes
y universales (especialmente el Decálogo), que el Magisterio de
la Iglesia puede enseñar de modo infalible (cfr. CIC, c. 749).
“Existen normas morales que tienen un preciso contenido, inmutable
e incondicionado (...): por ejemplo, la norma que prohibe la contracepción,
o la que prohibe la supresión directa de la vida de la persona
inocente. Sólo podría negar que existan normas que tienen
tal valor, quien negase que exista una verdad de la persona, una naturaleza
inmutable del hombre, fundada en último término en la Sabiduría
creadora que es la medida de toda realidad” (Juan Pablo II, Discurso al
Congreso Internacional de Teología Moral, 10-IV-1986, n. 4).
La no aceptación práctica de esas normas
o de esa enseñanza por parte de un elevado número de fieles,
no puede aducirse para contradecir el Magisterio moral de la Iglesia (cfr.
Ibid., n. 5).
Cabe, además, recordar que aunque las enseñanzas
del Magisterio acerca de la fe y de las costumbres no sean propuestas
como infalibles, se les debe prestar un asentimiento religioso del entendimiento
y de la voluntad (CIC, c. 752).
OTRAS FUENTES SUBSIDIARIAS
Puede hablarse también de otras fuentes, entre
las que ocupa un lugar preeminente la razón natural, que puede
y debe prestar gran servicio a la Teología Moral, destacando la
maravillosa armonía entre las normas de la moral sobrenatural contenidas
en la divina Revelación, y las que propugna el orden ético
puramente natural.
La Iglesia enseña que la Revelación y la
razón nunca pueden contradecirse y que la razón ha de prestar
valiosa ayuda en la inteligencia de los misterios de la fe (cfr. Catecismo
nn. 156-159; 153.155).
En este quehacer racional destacan los filósofos
paganos (Sócrates, Platón, Aristóteles, Séneca,
etc.) que, careciendo de las luces de la fe, construyeron admirables sistemas
‚ticos que apenas necesitan otra reforma que su traslado y elevación
al orden sobrenatural.
FALSAS CONCEPCIONES SOBRE LA MORAL
Buscando la concepción recta de la ciencia moral,
resulta útil señalar desviaciones indicativas de excesos en
sentidos diversos. Sería un error pensar, por ejemplo, que el mensaje
que Cristo nos trajo es el cambio de sentido de la moralidad, haciéndonos
pasar del legalismo de la Ley Antigua a la disposición interior
que es lo importante en la época evangélica. La moralidad
no estaría, por tanto, en un orden moral objetivo, sino en la interior
disposición del hombre ante Dios. De esta concepción errónea
surgen tanto en el orden especulativo como en el práctico las corrientes
conocidas como moral de actitudes, moral de situación, la `nueva
moral", etc.
MORAL DE ACTITUDES
Esta desviación señala que “lo importante
es la actitud que habitualmente el hombre mantiene ante Dios, y no sus
actos aislados”.
Para los autores que la postulan, lo realmente necesario
es que el hombre adopte una opción fundamental de compromiso de fe
y de amor por Dios. “Los actos singulares no tienen relevancia, y no hay
ya distinción entre pecado mortal y pecado venial. El cristianismo
no es una moral, sino una doctrina de salvación”. Por tanto, “si la
opción fundamental es por Cristo, no se ha de dar importancia a las
obras concretas que se realicen”.
Es verdad que Dios quiere ante todo la opción por
El, la intención recta, pero quiere además las buenas obras
(cfr. Sant. 3, 17-18).
El error base de esta doctrina es olvidar que la libertad
del hombre es la libertad limitada de una criatura herida por el pecado
original y que, además, se encuentra inmersa en el tiempo y en el
espacio. Por eso, realmente no se decide por Dios en un sólo acto
y opción como los ángeles, sino a lo largo de toda la vida,
con muchos actos que van enderezando su voluntad hacia el Señor,
de manera que su decisión de amarlo y de servirlo debe ser mantenida
mediante una continua fidelidad. Es, por tanto, posible, que el hombre cometa
pecados mortales no sólo porque directamente se opone a Dios, sino
también por debilidad.
S.S. Juan Pablo II desautoriza expresamente este planteamiento
cuando aclara: se deber evitar reducir el pecado mortal a un acto de opción
fundamental como hoy se suele decir contra Dios, entendiendo con ello
un desprecio explícito y formal de Dios o del prójimo. Se
comete, en efecto, un pecado mortal también, cuando el hombre, sabiendo
y queriendo elige, por cualquier razón, algo gravemente desordenado
(Exh. Ap. Reconciliación y Penitencia, 2-XII-84, n. 17).
MORAL DE SITUACION
“La bondad o malicia de la acción no viene dada
por una ley universal e inmutable, sino que se determina por la situación
en que el individuo se halle”. Del estado anímico o circunstancial
se quiere hacer depender la moralidad de la acción.
Se cae en este error con expresiones como `para ti, ahora,
esto no es pecado", siendo aquello que se pretende justificar un precepto
inmutable de la ley de Dios que no admite dispensa en ninguna circunstancia.
Contra esta desviación, la doctrina católica
enseña desde siempre que la primera razón de la moralidad
viene dada por la acción misma; que hay acciones intrínsecamente
graves e ilícitas, al margen de situaciones límite de cualquier
tipo. Aún más, puede haber circunstancias en las que el hombre
tenga obligación de sacrificarlo todo, incluso la propia vida, por
salvar el alma.
Recordando la enseñanza del Concilio de Trento
(ses. VI, cap. XV) el Papa Juan Pablo II sale al paso de este error: existen
actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las
circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón
de su objeto. Estos actos, si se realizan con el suficiente conocimiento
y libertad, son siempre culpa grave (Id., n. 18).
Así, siendo consecuentes con esta clara doctrina,
diremos que nunca es lícito abortar, perjurar, blasfemar, etc., sean
cuales fueren las circunstancias alrededor del individuo.
LA NUEVA MORAL
Algunos autores consideran que la moral tiene como fin
“la realización del hombre” y parecen olvidar o no tener en cuenta
que tal realización sólo es posible en la plena y libre identificación
de su voluntad, por amor, con la Voluntad divina. Para ellos el hombre sólo
existiría en su desarrollo histórico, esto es, en evolución
continua. Por eso niegan la ley natural -es decir, objetiva-, a la que
califican de moral cerrada, y le contraponen una moral abierta que depende
de la psicología, la sociología, la biología, etc.
Por consiguiente, esta nueva moral ha de fabricar sus normas concretas según
las circunstancias de lugar y de tiempo: si un precepto impide, en un caso
concreto, la felicidad del hombre, y su incumplimiento no produce daño
a nadie, prescindir de esa norma no sólo no ser pecado, sino un
acto virtuoso. Esto sucedería, p. ej., con algunos pecados contra
el sexto y noveno mandamientos; en concreto, es ésta la argumentación
que aducen los defensores de la homosexualidad.
Este tipo de planteamientos niegan en su raíz la
naturaleza humana, pues no son capaces de encontrarle una esencia inmutable,
creada por Dios con características propias desde el primer hombre
hasta el último. Por eso afirman que la ley natural es variable,
porque la naturaleza del hombre es histórica y, en consecuencia,
mudable.
Al error anterior se añade otro: la consideración
de las normas morales como obstáculos que impiden al hombre el
ejercicio de la libertad, cuando en realidad sucede lo contrario: esas
normas son los medios que el Creador ha dado para que fácilmente
y sin error alcance el hombre el fin para el que fue creado, y por eso
son una manifestación más del inmenso amor de Dios.
MORAL CONSECUENCIALISTA
Es una postura moral que afirma que: “la bondad o maldad
de los actos depende de las consecuencias que de ellos se sigan”. En esta
concepción del obrar ‚tico no se asigna valor a la acción
en sí misma, sino a sus resultados. Si la derivación final
de una o muchas acciones ilícitas es buena, tal bondad final justifica,
para los consecuencialistas, toda la posible ilicitud anterior. La moral
consecuencialista no considera la realidad de actos intrínsecamente
malos, es decir, aquellos que por sí y en sí, independientemente
de sus efectos posteriores, son contrarios al desarrollo en plenitud de
la naturaleza humana. En definitiva, defiende el falso principio de que “el
fin justifica los medios”. Esta postura se ha dado en llamar “moral o ética
del mercado”, ya que sus principales planteamientos se centran en lograr
los mayores beneficios en la economía del mercado. Por ejemplo, si
una publicidad inmoral alcanza enormes niveles de incidencia en el público
consumidor, no habría nada que objetarle, ya que los beneficios que
reporta son óptimos.
Veamos las razones por las cuales es inaceptable el consecuencialismo
ético.
PRIMERA: El hombre ha de saber que actúa bien o mal al comienzo
de su acción, y no al final, cuando ésta ya fue realizada
y es irremediable. Las consecuencias se dan al término de la acción
y, en el mejor de los casos, podemos saber a posteriori, a partir de ellas,
si la acción fue buena o no. Pero este conocimiento se da cuando
menos interesa saberlo: ser útil sólo como experiencia para
una actuación futura, pero no para el momento en que se emite el
juicio.
SEGUNDA: La bondad o maldad de una acción basada sólo
en sus futuras consecuencias no puede constituirse en criterio de moralidad
ya que en toda acción voluntaria y libre las consecuencias no ocurren
infaliblemente: se suponen como meras hipótesis que pueden darse
o no. Una ciencia de la moral no puede sustentarse en solas posibilidades.
TERCERA: Las consecuencias que resultan de una acción están
necesariamente integradas dentro de la totalidad de ocurrencias del universo
entero. Una consecuencia ser a su vez causa de una nueva consecuencia,
y ésta a su vez de otra, y así sucesivamente. El hombre cargaría
sobre sí la responsabilidad de todo el universo; no sólo
de su ámbito económico y político, sino del universo
entero, lo cual no puede hacer válidamente, ya que no es Dios. Para
que el hombre se aventurase a cargar con tal peso requeriría al menos
dos condiciones: que el número de consecuencias fuese finito, y que
todas las consecuencias fuesen conocidas. Cualquier hombre sabe que ello
es imposible, y que quien lo ha intentado se ha visto conducido al fracaso,
p. ej., en la pretendida ilusión de gobernar todo a base de un totalitarismo
centralista.
(Samuel Miranda)