SANTA TERESA DE JESÚS DE LOS ANDES
1920 d.C.
12 de abril
Teresa de Jesús de
Los Andes (Juanita Fernández Solar) es la primera chilena y la primera
carmelita americana que ha alcanzado el honor de los altares. Nació
en Santiago de Chile el 13 de julio de 1900, en el seno de una familia acomodada,
muy cristiana.
Desde los 6 años asistía con su madre casi a diario
a la santa misa y suspiraba por la comunión, que recibió por
primera vez el 1 de septiembre de 1910. Desde entonces procuraba comulgar
diariamente y pasar largo rato en diálogo amistoso con Jesús.
También desde su niñez vivió una intensa
vida mariana, que fue uno de los grandes cimientos de su vida espiritual.
El conocimiento y amor de la Madre de Dios vivificó y sostuvo todos
los momentos de su camino en el seguimiento de Cristo.
Hizo sus estudios en el colegio del Sagrado Corazón.
Profundamente afectiva, se creía incapaz de vivir separada de los
suyos. Sin embargo, asumió generosamente la prueba de estudiar en
régimen de internado los tres últimos cursos, como entrenamiento
para la separación definitiva, que se consumaría el 7 de mayo
de 1919, ingresando en las Carmelitas Descalzas de Los Andes.
Se había sentido llamada al Carmelo a los 14 años.
Y, mediante la lectura de los santos carmelitas y la frecuente correspondencia
con la priora de Los Andes, fue preparándose, de suerte que es admirable
la clarividencia con que, desde sus 17 años, expone el ideal de la
carmelita y el ardor con que defiende su vida contemplativa. Ella la abrazó
ilusionada por verdadero amor al mundo; para serle más útil
como testigo de la dimensión espiritual del hombre, y para contribuir
con su sacrificio a que la sangre de Cristo se derrame sobre la humanidad
y la purifique.
No alcanzando a vivir ni un año entero en el convento,
murió el 12 de abril de 1920. Las religiosas aseguraban que al entrar
ya era santa. De modo que, en tan corto tiempo, pudo consumar la carrera
a la santidad que había iniciado muy en serio mucho antes de su primera
comunión: “Cristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca”, decía.
Estaba siempre dispuesta a servir y a sacrificarse por los demás,
sobre todo para que reinaran la alegría y la felicidad, para hacer
amable y atractiva la virtud. Su vida fue enteramente normal y equilibrada.
Alcanzó una envidiable madurez integrando en la más
armoniosa síntesis lo divino y lo humano: oración, estudios,
deberes hogareños... y deporte -al que era muy aficionada- destacando
en natación y equitación.
Su santuario, visitado por más de cien mil peregrinos
cada mes, se ha convertido en uno de los centros espirituales más
concurridos de Chile.
Fue beatificada por el Papa Juan Pablo 11 en Santiago de Chile
el 3 de abril de 1987, y canonizada en la basílica de San Pedro el
domingo 21 de marzo de 1993.