SAN BUENAVENTURA
Textos Varios
CUESTIONES DISPUTADAS ACERCA DE LA CIENCIA DE CRISTO
CUESTIÓN I.
Si la ciencia de Cristo en cuanto es el Verbo, se extiende en acto a infinitas
cosas
Se pregunta si la ciencia de Cristo, en cuanto es el Verbo, se extiende en
acto a infinitas cosas.
Argumentos a favor
1. La autoridad de Agustín, La Ciudad de Dios, XII, 18: "La infinitud
del número, aunque no hay ningún número que exprese
el número infinito, no es incomprensible para aquel cuya inteligencia
no tiene número".
2. El mismo, La Ciudad de Dios, XI, 10, hablando de la sabiduría de
Dios, dice así: "No hay muchas, sino una sola Sabiduría, y
en ella hay infinitas cosas y tesoros infinitos de cosas inteligibles, que
para ella son finitos" , etc.
3. La razón. Cuanto más simple es una sustancia tanto más
capaz es de conocer más cosas; luego la sustancia que es infinitamente
más simple que cualquier sustancia creada, conoce infinitamente más
cosas que cualquier criatura; luego, etc.
4. Dios comprende en acto no sólo su propia esencia, sino también
su propio poder; pero Dios puede infinitas cosas; por consiguiente, si conoce
en acto todo su poder, comprende en acto infinitas cosas; en consecuencia,
etc.
5. Es señal de nobleza en la criatura conocer muchas cosas, y de mayor
nobleza saber todavía más cosas; luego la ciencia que es de
infinita nobleza se extiende a infinitas cosas; luego, etc.
6. Dios conoce más cosas que puede, pues conoce los males de la culpa,
que no puede hacer; mas puede infinitas cosas; por tanto conoce infinitas
cosas y más. El que conoce el punto según su sustancia y virtualidad,
lo conoce no sólo en sí, sino también lo que puede salir
de él. Ahora bien, de un punto pueden salir infinitas líneas;
luego, si en cada línea hay infinitos puntos, y de cada punto pueden
salir infinitas líneas, de la misma forma Dios comprende el poder
de toda criatura; luego, no sólo sabe infinitas cosas, sino también
infinitas cosas multiplicadas por infinitas.
7. Todo lo que el entendimiento humano entiende en potencia o tiene en potencia,
el entendimiento divino lo tiene en acto y más, porque el ser creado
no se puede igualar al ser increado ni en acto ni en potencia.
8. Es así que el entendimiento posible humano está abierto
a infinitas cosas, porque nunca sabe tantas cosas que no pueda saber más;
luego, si el entendimiento divino está abierto en acto a más
cosas que el entendimiento humano, se extiende en acto a más que infinitas
cosas.
9. Por reducción a lo imposible, porque, si Dios sólo conociera
cosas finitas, se podría pensar algo mayor que la ciencia divina,
puesto que se puede pensar algo mayor que todo ser finito. Pero esto no puede
ser; por consiguiente, etc.
10. Si Dios supiera cosas finitas, podría saber más cosas o
no. Si no, su ciencia sería limitada; si sí, el que puede saber
algo que no sabe, puede aprender; y eso es impío decirlo de Dios;
luego, etc.
11. Si supiera solamente las cosas que existen, y no las cosas que pueden
hacerse, como el artífice creado conoce muchas cosas que puede hacer
y no hará nunca, el hombre sabía algo que se ocultaría
a Dios. Mas esto es falso e imposible; por tanto, etc.
Argumentos en contra
1. Todo lo que se conoce es verdadero, todo lo verdadero es un ente; luego,
si las cosas que se conocen son infinitas, los entes son infinitos. Pero
la consecuencia es imposible; por consiguiente, también lo es el antecedente.
2. Dios juzga todas las cosas que conoce. Pero todas las cosas que juzga
son tales y tantas como Él juzga; y todas las cosas que juzga las
toma como finitas; por consiguiente, todas las cosas que conoce son finitas.
Si tú dices que no es consecuente [afirmar]: porque es finito para
Dios, es finito, contesto: cada cosa es en sí tal cual es en el juicio
de la verdad; luego, si algo es finito para Dios, es necesario que sea finito
absolutamente
3. Todo ser infinito es irrebasable tanto por el ser infinito como por el
ser finito, porque cualquiera que lo rebasara le pondría límite,
y entonces sería finito. Mas el entendimiento divino comprende y rebasa
todo lo que conoce; por tanto, si el ser infinito es irrebasable, el ser
infinito no puede ser conocido.
4. Todas las cosas que Dios conoce, las conoce distintamente. Ahora bien,
todo lo que conoce distintamente lo cuenta; y todo lo que es contado, es
medido, y todo lo que es así es finito; luego todo lo que conoce Dios
es finito.
5. Todo número es par o es impar; luego todo lo que es contado por
Dios es contado con número par o con número impar. Pero, todo
número par es divisible en dos iguales, y de la misma manera es divisible
todo número impar si le restamos uno; y todo número así
es finito; por consiguiente, si Dios cuenta todo lo que sabe, es necesario
que lo cuente con número finito; en consecuencia, las cosas [que Dios
sabe] son finitas; luego, etc.
6. Todas las cosas que conoce Dios, las conoce ordenadamente. Ahora bien,
dondequiera que hay orden, hay razón de un primero y de un último,
que es razón de finito; luego, si dondequiera que hay razón
de orden hay razón de finitud y Dios no conoce nada sin orden, porque
no conoce nada desordenadamente, es imposible que Dios conozca infinitas
cosas .
7. Si Dios sabe infinitas cosas, éstas son infinitas para Él
o para nosotros o en sí mismas. Si son infinitas para nosotros, no
es decir ninguna gran cosa, porque son finitas en sentido absoluto. ¿Y
si son infinitas para Él? Todas las cosas que son infinitas para alguien
no son conocibles por él ni él las comprende; luego, si Dios
sabe infinitas cosas, no las comprende. ¿Y si son infinitas en sí
mismas? Una cosa distinta de Dios, por el mismo hecho de ser distinta, es
criatura, y por el mismo hecho de ser criatura, es limitada; luego saber
cosas infinitas distintas de Dios, es lo mismo que saber cosas infinitas
finitas, lo cual es falso e ininteligible, porque implica contradicción.
8. Si Dios sabe infinitas cosas, o son infinitas en su causa o en su género
propio. Si son infinitas en su causa, todo lo que es en su causa, es uno;
luego todas las cosas que conoce como en su causa las conoce como una sola;
no como infinitas. Si son infinitas en acto y en su género propio,
ser infinitas en acto y en su género propio es falso e imposible;
por tanto, es falso e imposible que Dios conozca infinitas cosas.
9. Llamemos A a todo lo que puede ser conocido por Dios. Entonces pregunto:
A o es Dios o algo distinto de Dios. Si es Dios, lo sabido por Dios es Dios;
luego un asno es Dios. Si es algo distinto de Dios, todo lo que es así
es finito en acto; luego A es finito en acto, y A nombra todas las cosas
que se pueden conocer; por consiguiente, todas las cosas que se pueden saber
son finitas; luego, etc.
10. A o es igual que Dios o es menor o es mayor. Si es menor que Dios, es
finita. Si es igual o mayor, es Dios. Mas, si Dios sabe infinitas cosas,
Dios no conoce sino a Dios, y si no conoce sino a Dios, no sabe infinitas
cosas; por tanto, si conoce infinitas cosas, no conoce infinitas cosas.
11. Como en Dios hay poder de hacer y poder de conocer, y ambos son infinitos,
y el poder de hacer siempre hace cosas finitas, parece que el poder de conocer
siempre conoce cosas finitas en acto; y si no ¿por qué no?
Esto es preguntar: Si hay en Dios querer, saber y hacer, y el querer y el
hacer no se extienden a infinitas cosas, ¿cómo el saber se
podrá extender a infinitas cosas, siendo así que el medio no
sobrepasa los extremos? .
Conclusión
Dios con la ciencia de simple inteligencia sabe y comprende infinitas cosas
Respondo:
Para entender lo dicho anteriormente hay que notar que, según los
doctores antiguos, nos vemos forzados a admitir que Dios conoce infinitas
cosas, puesto que el profeta David dice en el Salmo [146,5]: “Grande es nuestro
Señor y grande su poder y su sabiduría no tiene número”.
Y Agustín no sólo afirma esto, sino que también lo prueba
en La Ciudad de Dios, XII 18, donde dice: "Por tanto en lo que dicen algunos,
a saber los filósofos, que ni la ciencia de Dios puede comprender
infinitas cosas, les falta atreverse a decir y hundirse en este remolino
de impiedad, que Dios no conoce todos los números. Pues es certísimo
que son infinitos, ya que en cualquier número que pienses poner fin,
éste mismo no digo que puede ser aumentado añadiéndole
una unidad, sino también que, por grande que sea y por enorme cantidad
que contenga, por la misma razón y ciencia de los números puede
no sólo duplicarse, sino también multiplicarse. Y de tal manera
está cada número determinado por sus propiedades que ninguno
puede ser igual a ningún otro. En consecuencia son desiguales y diversos
entre sí, y cada uno en particular es finito y todos juntos son infinitos.
De esta manera ¿acaso no conoce Dios todos los números a causa
de su infinitud y la ciencia de Dios llega hasta cierta suma de números
e ignora los demás? ¿Quién diría esto por loco
que estuviera?"
Y poco más abajo: "Así, pues, aunque no hay ningún número
que exprese infinitos números, sin embargo la infinitud del número
no es incomprensible para aquel cuya «inteligencia no tiene número”
[Sal 146,5]. Por lo cual, si todo lo que es comprendido por la ciencia es
delimitado por la comprensión del que lo conoce, ciertamente también
toda infinitud es de un modo inefable finita para Dios, ya que no es incomprensible
para su ciencia. Por lo cual si la infinitud de los números no puede
ser infinita para la ciencia de Dios, la cual la abarca, ¿quiénes
en fin somos nosotros, hombrecillos, para que presumamos fijar límite
a su ciencia?"
En consecuencia éstos [los números], como testigos segurísimos,
nos fuerzan a decir o admitir que Dios conoce infinitas cosas.
Y el sentido de esta tesis es señalado por los doctores más
recientes, que han afirmado que hay tres clases de conocimiento divino, no
por la diversidad de la ciencia divina en sí, sino en la connotación.
En efecto, hay en Dios conocimiento de aprobación, de visión
y de inteligencia.
El conocimiento de aprobación es sólo de las cosas buenas y
finitas. El conocimiento de visión es de las cosas malas y buenas,
pero finitas, porque concierne al tiempo, pues se refiere solamente a las
cosas que han sido, son o van a ser. Y el conocimiento de inteligencia es
de las cosas infinitas, porque Dios entiende no sólo las cosas que
van a ser, sino también las posibles, y las posibles para Dios no
son finitas, sino infinitas.
Y la razón de esta tesis, es decir, de que admitamos que Dios conoce
infinitas cosas y o quiere o dispone no hacerlas, es que el saber de Dios
en su tercera acepción es un acto intrínseco de Dios. Y lo
llamo intrínseco no sólo porque es intrínseco en su
origen, sino también porque es intrínseco en su finalidad e
intrínseco en su medio e intrínseco en su modo.
Digo que es intrínseco en su finalidad, porque la mirada de Dios al
conocer no salta fuera de sí, sino que conoce toda verdad mirándose
a sí mismo como verdad. Intrínseco en su medio, porque Dios
conoce todo lo que conoce por las razones eternas que son idénticas
a Él. Intrínseco en su modo, porque el saber de Dios prescinde
no sólo de la razón de causa actual, sino también de
la razón de causa en absoluto, Pues conoce las cosas malas, de las
cuales no es causa; conoce también las cosas futuras, que no está
haciendo todavía; conoce también las cosas posibles, que no
hará nunca.
Y por eso, porque el mismo saber de Dios no mezcla ni connota algo actual
externo, por eso significa un acto a manera de hábito, un acto, digo,
igualado a la potencia misma—pues Dios sabe todo que puede saber—; significa
también un acto no limitado en nada ni en cuanto a sí ni en
cuanto a lo que connota, y, por I o mismo, universal en cuanto a los lugares,
en cuanto a los tiempos y en cuanto a los objetos. Pues lo que supo en un
sitio, lo conoce en todas partes; y lo que sabe una vez, lo sabe siempre;
y lo mismo que conoce una cosa, conoce también todas las cosas que
se pueden saber. De ahí que, puesto que las cosas que se pueden conocer
no son tan sólo los seres en acto, sino también los seres en
potencia, no siendo inconveniente admitir infinitas cosas en potencia, tampoco
es inconveniente admitir infinitas cosas que Dios conoce en acto.- Y por
esto está clara la respuesta a la cuestión y a las objeciones.
Solución de las objeciones
1. A la objeción: Todo lo que se conoce es verdadero, etc., hay que
decir que hay dos clases de ciencia, la que causa las cosas y la que es causada
por las cosas. Lo sabido por la ciencia causada por las cosas es verdadero
en sí y en su efecto; en cambio, lo sabido por la ciencia que causa
las cosas es verdadero en causa y en potencia, y esta verdad no lleva consigo
un ente en acto, sino un ente en la potencia de la causa; y por eso de esto
no se sigue que, si Dios sabe infinitas cosas, los entes son infinitos, sino
que para Dios son posibles infinitas cosas.
2. A la objeción: Dios juzga todas las cosas que conoce, etc., hay
que decir que Dios, al conocer infinitas cosas, juzga que estas cosas son
infinitas absolutamente, pero finitas para Él, y esto no es ilógico.
Pues de la misma manera que no se sigue que, si algo es infinito para un
ser finito, es infinito absolutamente, así tampoco se sigue que, si
algo es finito para el ser infinito, es finito absolutamente; y esto es lo
que dice Agustín en el texto citado.
3. A la objeción: Todo ser infinito es irrebasable, etc., hay que
decir que rebasable se puede decir en dos sentidos: primero, de un modo discursivo
que va de un extremo al otro, y en este sentido la objeción es verdadera,
y así la entiende el Filósofo en el libro VI de la Física;
segundo, por una mirada de conjunto universal y plena de lo que es conocido
por la inteligencia; y de esta manera el ser infinito, al no ser incomprensible
para el ser infinito, no es irrebasable para él, sino sólo
para un ser finito.
4. A la objeción: Todas las cosas que sabe y conoce Dios las conoce
distintamente, etc., hay que decir que esa consecuencia falla en: todas las
cosas que distingue las cuenta, porque distinguir es más que contar.-
O di que todas las cosas que distingue las cuenta con número finito
o infinito; pero entonces no se sigue que las mide, porque la medida se refiere
sólo al número finito.
5. A la objeción: Si Dios cuenta, cuenta con número par o con
número impar, etc., hay que decir que esa consecuencia es falsa, porque
el número infinito abarca el número par y el impar. De ahí
que, lo mismo que es falsa la siguiente consecuencia: El hombre y el asno
son animales, luego los dos son racionales o irracionales, así también
es falsa la consecuencia anterior.
A la objeción: Todas las cosas que conoce Dios, las conoce ordenadamente,
etc., hay que decir que el conocimiento de Dios dice relación al sujeto
que conoce y al objeto conocido. En relación con el sujeto que conoce,
todo lo que conoce lo conoce simultáneamente, lo mismo que dice simultáneamente
y una sola vez todo lo que dice; en cambio, en relación con el objeto
conocido digo que conoce ordenadamente; pero lo mismo que el objeto conocido
por Dios no es sólo presente, sino también futuro y posible,
así también aquel orden no es sólo orden actual, sino
también potencial, porque no conoce las cosas ordenadamente sólo
en el orden que Él ha hecho, sino también en el orden que Él
puede hacer.- Por consiguiente lo que dice [la objeción] que todo
orden tiene primero y último, es verdad del orden actual, no del orden
potencial, como se ve claro en los números, que son infinitos, y sin
embargo son ordenados; pues tienen el orden posible y también infinitud.
7. A la objeción: O sabe infinitas cosas para nosotros, etc., hay
que decir que sabe infinitas cosas en sí, no ciertamente infinitas
en acto, pero sí en potencia; mas las cosas que existen en potencia
son conocidas por Dios en acto. De aquí que la infinitud potencial
en las cosas conocidas es suficiente para la infinitud actual de la comprensión
divina; por tanto, lo mismo que la infinitud en potencia no repugna a la
finitud en acto de la criatura, así tampoco la infinitud en acto del
conocimiento divino repugna a la finitud de la criatura.
8. A la objeción: O sabe infinitas cosas en su causa, etc., hay que
decir que [lo son] de las dos maneras.- Y si objetas que en causa son una
sola cosa, no vale, porque, aunque el arte y la potencia sean una sola, sin
embargo son muchas las razones de las cosas que se deben conocer. Si objetas
que las cosas son finitas en su género propio, eso es verdad con relación
al ser que tienen; pero sin embargo, con relación al ser que pueden
tener son infinitas al menos en potencia y, de esa manera, son conocidas
por Dios como infinitas, porque, como hemos dicho muchas veces, las cosas
que existen en potencia son conocidas por Dios en acto.
9. A la objeción: A o es Dios o algo distinto de Dios, hay que decir
que lo conocido por Dios unas veces significa la misma razón de conocer,
otras el objeto externo conocido. En el primer sentido es Dios, porque, como
dice Anselmo en el Monologio, "la criatura en el Creador es la esencia creadora".
En el segundo sentido es algo distinto de Dios, pero entonces no se sigue
que sea infinito en acto, porque, para que las cosas conocidas por Dios en
acto sean infinitas, no es necesario que sean infinitas en acto, sino que
basta que sean infinitas en potencia en su género propio.
10. A la objeción: O A es igual a Dios, etc., hay que decir según
la distinción antes dicha que en el primer sentido es lo mismo que
Dios; en el segundo sentido es algo distinto de Dios, porque, aunque tiene
la infinitud en potencia, sin embargo no la tiene en acto, y Dios la tiene
en acto.
11. A la última objeción, sobre el poder de hacer y de saber,
y sobre el querer y el hacer, queda clara la respuesta a partir de la solución
principal.
CUESTIÓN II.
Si Dios conoce las cosas por sus semejanzas o por sus esencias
Una vez admitido que Dios conoce infinitas cosas, pregunto si conoce las
cosas que conoce por sus semejanzas o por su esencia. Parece que las conoce
por sus semejanzas:
Argumentos a favor
1. En primer lugar por la autoridad de la Escritura. Juan 1, [3-4]: Lo que
fue hecho en Él era vida; luego todas las cosas que fueron hechas,
antes existían en el conocimiento de Dios; luego existían en
Él o por semejanza 'o por verdad . Mas no existían por verdad,
puesto que todavía no existía nada; por tanto existían
por semejanza .
2. Agustín, en el libro VI de La Trinidad, dice que "el Hijo es el
arte plena de todas las razones vivas inmutables". Es así que las
razones en el arte no son otra cosa que las semejanzas de las cosas llevadas
a cabo y conocidas por el artífice; luego se sigue la misma conclusión
que en el número anterior.
3. Agustín en el libro IX de La Trinidad, capítulo 11, dice:
"Todo conocimiento a través de una imagen es semejante a la cosa que
él conoce". Pero el conocimiento divino, al no ser por privación,
es a través de una imagen; por consiguiente, es necesario que sea
semejante a la cosa que él conoce. Mas no sería semejante si
no tuviera la semejanza de la cosa x; por tanto, etc.
4. El Filósofo dice "que el entendimiento en cierto modo es todas
las cosas" Es así que esto no es sino porque el que entiende, por
lo mismo que entiende se asemeja a la cosa entendida; luego, si esto se puede
decir del entender e general, si Dios entiende y conoce algo, es necesario
que tenga las semejanza de las cosas que conoce; luego, etc.
5. Para conocer una cosa perfectamente es necesario que haya adecuación
del entendimiento con lo inteligible. Pero la cosa creada no puede adecuarse
al entendimiento creador por su propia naturaleza, porque éste es
simple y ella es compuesta; por consiguiente es necesario que se le adecue
por alguna semejanza simple y separada de toda materia; en consecuencia,
etc.
6. Dios conoce las cosas después que han sido hechas de la misma manera
que las conocía antes de que fueran hechas, porque el conocimiento
divino no cambia. Mas antes de que fueran hechas no podía conocerlas
por sus propia esencias; y las conocía o por sus semejanzas o por
sus esencias. Pero si no la conocía por sus esencias, por tanto las
conocía por sus semejanzas , y ahora las conoce de la misma manera
que entonces; en consecuencia, etc.
7. Dios actúa según un plano. Ahora bien, todo el que actúa
según un plan se hace primero una idea de lo que va a hacer; y todo
el que se hace una idea de algo, lo posee de alguna manera o en su verdad
o en su semejanza; luego, antes de que fueran hechas las cosas no las poseía
Dios en cuanto a sus esencia es que las poseía en cuanto a sus semejanzas.
8. Dios es la causa ejemplar verdadera y propiamente, lo mismo que es verdadera
y propiamente causa eficiente y final . Es así que no es causa ejemplar
verdadera y propiamente sino el que tiene las semejanzas de las cosas ejempladas,
y por medio de dichas semejanzas las conoce y las hace; luego lo mismo que
pertenece a Dios la razón de ejemplaridad, así también
le pertenece la razón de semejanza .
Dios es verdaderamente el espejo eterno que conduce al conocimiento de toda
otra cosa conocible. Mas el espejo no lleva al conocimiento de otra cosa
si no tiene su semejanza; por tanto se sigue lo mismo que en el número
anterior
10. Dios es verdadera y propiamente verbo. Pero el verbo es semejanza de
lo que se dice; por consiguiente, si el Hijo de Dios es el Verbo con el cual
se dicen todas las cosas , es necesario que en él estén las
semejanzas de todas las cosas que se han dicho.
11. A la perfección del conocimiento concurren dos cosas, la luz y
la semejanza. Ahora bien, la razón de la luz perfectísima se
da enteramente en el conocimiento divino ; luego también se da la
razón de la semejanza expresiva.
Argumentos en contra
1. Anselmo en el Monologio, capítulo 31, dice: "Es evidente que en
el Verbo, por medio del cual fueron hechas todas las cosas, no está
la semejanza de ellas, sino la verdadera y simple esencia" ; luego, si Dios
no conoce por medio de algo que esté fuera de Él, no conoce
por la semejanza, sino más bien por la esencia.
2. Dondequiera que hay semejanza, allí hay concordancia; y dondequiera
que hay concordancia, hay participación de una cosa por parte de varios.
Es así que Dios y la criatura no participan de nada en común,
porque entonces ese algo sería más simple que el Creador; luego
es imposible que haya alguna semejanza en el Creador respecto a la criatura,
o viceversa.
3. La semejanza es relación de equivalencia. Pero entre el Creador
y la criatura no puede haber ninguna relación de equivalencia; por
consiguiente tampoco puede haber semejanza.
4. Lo mismo que la igualdad se produce por la unidad en la cantidad, así
la semejanza se produce por la unidad en la cualidad. Mas entre el Creador
y la criatura de ninguna manera se encuentra igualdad ni en sentido propio
ni en sentido figurado; por tanto tampoco se encuentra semejanza por la misma
razón; o si se encuentra en ellos semejanza y no igualdad, hay que
preguntar por qué es así.
5. Si hay alguna semejanza entre el Creador y la criatura, ésta es
mínima; luego si la semejanza es la razón de conocer, hablando
con propiedad, donde haya mayor semejanza, allí habrá mayor
razón de conocer, y donde mínima, mínima; luego, si
Dios conoce las cosas por las semejanzas, se sigue de aquí que tendrá
un conocimiento mínimo de las cosas. Y decir esto es decir blasfemias.
6. Una criatura se asemeja a Dios más que otra; p.e., la que existe,
vive y siente, se asemeja más que la que solamente existe; luego,
si la mayor semejanza es mayor razón de conocer, Dios conoce a una
criatura más que a otra.
7. Si nuestro entendimiento estuviera totalmente en acto, no necesitaría
la semejanza; luego, como el entendimiento divino está totalmente
en acto, y es luz respecto a todo lo conocible , parece que para que Dios
conozca no se requiere ninguna razón de semejanza.
8. La semejanza es la razón que conduce a otra cosa, a saber, a la
cosa de la cual es semejanza. Ahora bien, donde hay tal conducción
allí hay deducción y comparación de la razón,
y esto no va de ninguna manera con el conocimiento divino; luego tampoco
la razón de semejanza.
9. La verdad es la razón de conocer; consecuentemente, en el mejor
conocimiento se da de la mejor manera la búsqueda de la verdad. Pero
la verdad se da mejor en la misma cosa que en su semejanza; por consiguiente,
si el conocimiento divino es el más noble, no conoce las cosas por
sus semejanzas, sino por sus esencias.
10. Dice el Filósofo en el libro III Sobre el alma: "En los seres
inmateriales es la misma cosa lo que se entiende y el medio con el que se
entiende". Ahora bien, Dios es totalmente inmaterial; luego lo que Dios conoce
y el medio con que conoce es lo mismo. Mas Dios conoce cosas exteriores a
Él; por tanto las conoce por sus esencias, no por algunas semejanzas.
11. Dondequiera que hay unión inmediata e indivisa entre el que conoce
y lo conocible, no hay necesidad de semejanza. Es así que Dios está
en lo más íntimo de cualquier criatura; luego para conocerla
no necesita ninguna semejanza
12. El conocimiento por esencia es más noble que el conocimiento por
semejanza, y esto es evidente, porque este modo de conocer pertenece al tercer
cielo, como dice Agustín en el Comentario literal al Génesis,
XII; luego, si hay que atribuir a Dios las cosas más nobles, parece
que es más conveniente admitir que Dios conozca por las esencias que
no por las semejanzas.
13. Cuanto más noble es el conocimiento tanto más inmediata
es la conjunción y la unión del que conoce con lo conocible.
Es así que el conocimiento divino tiene la nobleza absoluta ; luego
tiene también la unión más perfecta. Pero la conjunción
y la unión es más inmediata cuando el que conoce se une al
conocible en cuanto a su esencia que cuando se une en cuanto a su semejanza;
por consiguiente, etc.
Conclusión
Dios conoce las cosas por medio de las razones eternas, que son las semejanzas
ejemplares de las cosas, y las representan y expresan de la manera más
perfecta, y son esencialmente lo mismo que es el mismo Dios
Respondo:
Hay que decir que, según dicen Dionisio y Agustín en muchos
lugares, Dios conoce las cosas por medio de las razones eternas. En efecto,
dice Dionisio, Los nombres de Dios, V: "Decimos que las ideas ejemplares
son las razones que dan el ser a la realidad existente en Dios, razones que
preexisten singularmente en Él y que la teología llama predefiniciones
y voluntades divinas y buenas que determinan y hacen las cosas que existen,
según las cuales la existencia sobresustancial ha predeterminado y
producido todas las cosas" .
Asimismo Agustín, cerca del principio de las Confesiones, I, hablando
a Dios, dice así: "Eres Dios y Señor de todo lo que has creado,
y en ti están estables las causas de todas las cosas inestables, y
permanecen inmutables los orígenes de todas las cosas mudables, y
viven sempiternas las razones de todos los seres irracionales y temporales".-
Y en La Ciudad de Dios, XI, 10, dice lo mismo: "No hay muchas sino una sola
Sabiduría, y en ella hay infinitas cosas y tesoros finitos para ella
de las cosas inteligibles, en los cuales están todas las razones invisibles
e inmutables de las cosas, incluso de las cosas visibles y mudables, que
han sido hechas por ella, porque Dios no ha hecho nada sin saberlo...
Mas estas razones eternas no son las verdaderas esencias y las naturalezas
esenciales de las cosas, ya que no son algo distinto del Creador, y la criatura
y el Creador tienen necesariamente esencias diferentes. Por tanto es necesario
que sean las formas ejemplares y, consiguientemente, las semejanzas representativas
de las propias cosas; y por eso son las razones del conocer, porque el conocimiento,
por el mismo hecho de ser conocimiento, dice asimilación y expresión
entre el que conoce y el conocible. Y por tanto hay que admitir, según
lo que dicen los Santos y demuestran los argumentos de razón, que
Dios conoce las cosas por medio de las semejanzas de ellas.
Para entender esta cuestión y sus objeciones hay que tener en cuenta
que semejanza se dice en dos sentidos: primero, por la concordancia de dos
cosas con una tercera, y en este sentido se dice que "semejanza es la misma
cualidad de cosas diferentes". Segundo, se dice semejanza porque una cosa
es semejanza de otra, y esto es de dos maneras: una es la semejanza por imitación,
y así la criatura es semejanza del Creador; y otra es la semejanza
ejemplar, y así en el Creador la idea ejemplar es semejanza de la
criatura. Mas de las dos maneras dicha semejanza, la imitativa y la ejemplar,
es exprimente y expresiva, y esta es la semejanza que se requiere para tener
un conocimiento de las cosas
Pero hay un conocimiento que causa las cosas, y otro que es causado por las
cosas. Para el conocimiento causado por las cosas se requiere la semejanza
imitativa, y esta semejanza viene del exterior, y por eso supone en el entendimiento
que conoce alguna composición y adición, y de ahí es
que sea señal de imperfección.
Mas para el conocimiento que causa las cosas se requiere semejanza ejemplar,
y ésta no viene del exterior ni implica alguna composición
ni atestigua alguna imperfección, sino absoluta perfección.
En efecto, como el propio entendimiento divino es la luz suma y la verdad
plena y el acto puro ; lo mismo que el poder divino al causar las cosas es
suficiente por sí mismo para producirlas todas, así la luz
y la verdad divina lo son para expresarlas todas; y porque el expresar es
un acto intrínseco, por eso es eterno; y porque la expresión
es una especie de asimilación, por eso el entendimiento divino, al
expresar eternalmente todas las cosas con su suma verdad, tiene eternalmente
las semejanzas ejemplares de todas las cosas, que no son algo distinto de
él, sino lo que él es esencialmente.
Además, porque el entendimiento divino expresa en cuanto es la luz
suma y el acto puro, por eso expresa de la forma más clara, precisa
y perfecta, y por ello de forma adecuada y conforme a la intencionalidad
propia de una plena semejanza. De ahí es que conoce todas las cosas
con la máxima perfección, distinción e integridad.
Visto esto, es fácil responder a las objeciones.
Solución de las objeciones
1. A la objeción basada en Anselmo hay que decir que él habla
allí de la semejanza que es causada por la verdad de la cosa. Por
tanto toma allí semejanza con el significado de imitación,
más bien que de ejemplaridad. Y en este sentido la semejanza se pone
en la cosa producida respecto al que la produce y no al revés, como
dice después. En el otro sentido nada impide que se ponga en el que
la produce respecto de la cosa producida.
2. A la objeción: Dondequiera que hay semejanza, allí hay concordancia...,
hay que decir que la semejanza que es concordancia de dos en un tercero,
no se admite en Dios respecto de la criatura. Pero la semejanza por la cual
se dice que una cosa es imitación de otra sí está bien
ponerla en la criatura respecto del Creador, y la semejanza por la cual se
dice que una cosa es causa ejemplar de otra, también está bien
ponerla en el Creador respecto a la criatura. Pues para esta semejanza no
se requiere concordancia por la participación de algo común,
sino que basta la concordancia de orden según la razón de causante
y causado, del que expresa y lo expresado.
A la objeción: La semejanza es relación de equivalencia, etc.,
hay que decir que es verdad si se habla de la semejanza que es causada por
la concordancia de un tercer elemento participado. Y aquí no la empleamos
en este sentido. Y por esto está clara la respuesta a la objeción
acerca de la igualdad.
Sin embargo a la pregunta por qué la igualdad no es en alguna manera
como la semejanza, hay que decir que la igualdad implica conmensuración,
que no puede existir de ninguna manera entre el ser finito y el infinito;
la semejanza, en cambio, dice expresión, y ésta sí puede
existir entre el Creador y la criatura. De ahí que como no hay consecuencia
al decir: Esto no es igual que aquello, luego no lo imita o no lo tiene por
modelo; así tampoco hay consecuencia en la objeción.
A la objeción: Si hay alguna semejanza entre el Creador y la criatura,
ésta es mínima, etc., está clara la respuesta: La semejanza
por participación no sólo es mínima, sino que no existe.
Mas la semejanza por imitación es mayor o menor en la criatura según
que ella se acerque más o menos a la bondad de Dios. Y la semejanza
ejemplar y expresiva es suma en el Creador respecto a toda criatura, porque
la misma verdad, por ser la luz suma, expresa en grado sumo todas las cosas.
Y por eso no se sigue que Dios conozca a una criatura más que a otra.
A la objeción: Una criatura se asemeja a Dios más que otra,
está igualmente clara la respuesta. En efecto, esto es verdad si hablamos
de la semejanza imitativa por parte de la criatura; pero ésta no es
la razón del conocimiento de Dios, sino la semejanza ejemplar, la
cual expresa en grado sumo e igualmente todas las cosas.
A la objeción: Si nuestro entendimiento estuviera totalmente en acto,
no necesitaría la semejanza, etc., hay que decir que es verdad que
no necesitaría semejanza tomada o recibida del exterior, pero sin
embargo él se emplearía a sí mismo como semejanza para
conocer las otras cosas. Y de esta manera y no de otra decimos que hay semejanza
en el conocimiento divino.
8. A la objeción: La semejanza es la razón que conduce a otra
cosa, hay que decir que es verdad acerca de la semejanza que depende de la
realidad exterior; acerca de [loa] la otra semejanza no es verdad que obre
a manera de deducción y camino, sino sólo a manera de luz que
expresa perfectamente y aquieta al mismo que conoce.
9. A la objeción: La verdad es la razón de conocer, etc., hay
que decir que verdad se dice en dos sentidos. Primero, la verdad es lo mismo
que la entidad de la cosa, según lo que dice Agustín en los
Soliloquios, que "lo que es la verdad" . Segundo, la verdad es la luz expresiva
en el conocimiento intelectual, según lo que dice Anselmo en el libro
De la verdad, que "la verdad es una rectitud que se puede percibir sólo
con la mente". En el primer sentido la verdad es la razón del conocer,
pero remota; en el segundo es la razón próxima e inmediata
del conocer. Por consiguiente, cuando se dice que la verdad se da mejor en
la misma entidad de la cosa que en su semejanza, es verdad si se trata de
la verdad en el primer sentido, pero no en el segundo. Pero la verdad que
es razón próxima e inmediata del conocer, ésa se da
mejor en la semejanza que hay en el entendimiento, sobre todo y principalmente
en aquella semejanza que es ejemplar de las cosas; pues la semejanza ejemplar
expresa la cosa más perfectamente que la propia cosa causada se expresa
a sí misma y por eso Dios conoce las cosas por aquellas semejanzas
más perfectamente que las conocería por sus propias esencias.
Y los ángeles conocen las cosas en el Verbo más perfectamente
que en su género propio. Por lo cual también Agustín
dice frecuentemente que el conocimiento en el Verbo se asemeja a la luz del
día. en cambio el conocimiento en el género propio se asemeja
al oscurecer, porque toda criatura es tiniebla respecto de la luz divina.
10. A la objeción: En los seres inmateriales no se diferencia...,
hay que decir que esta afirmación no se refiere sólo a los
seres inmateriales inteligentes, sino también a los inteligibles,
puesto que cuando un ser inmaterial conoce a otro ser inmaterial, entonces
será el mismo el que conoce y el medio con el que se conoce; y esto
no siempre, sino cuando el entendimiento reflexiona sobre sí mismo.
Y esto tiene lugar cuando Dios se conoce a sí mismo ; mas no cuando
conoce a la criatura, porque, aunque Dios es inmaterial, no son inmateriales
las cosas conocidas.
11. A la objeción: Donde existe unión inmediata entre el que
conoce y el conocible..., hay que decir que la unión entre el que
conoce y el conocible puede ser de dos maneras: o por razón del ser
y del conservar y del causar, o por razón del conocer y la unión
por razón del causar es inmediata cuando la causa produce y causa
y obtiene el efecto inmediatamente; en cambio, la unión por razón
del conocer es inmediata cuando el que conoce al ser conocible o por la esencia
del mismo que conoce o por la esencia del ser conocido; y entonces no hay
necesidad de semejanza intermedia, diferente de los dos extremos. No obstante,
la misma esencia, en cuanto es razón del conocer, tiene razón
de semejanza, y en este sentido admitimos la semejanza en el conocimiento
divino, el cual no es otra cosa que la misma esencia del que conoce .
12. A la objeción: El conocimiento por esencia es más noble
que el conocimiento por semejanza, hay que decir que es verdad si se trata
de la semejanza abstracta y causada por la misma esencia de la cosa, y una
tal semejanza se requiere para el conocimiento causado. Pero no es verdad
si se trata de la semejanza que es lo mismo que la esencia del que conoce.
Pues el conocimiento en el cual el que conoce hace uso de sí mismo
como semejanza para conocer alguna cosa es más perfecto que el conocimiento
en el cual el que conoce recibe algo de parte de la cosa conocida.
13. A la objeción: Cuanto más noble es el conocimiento tanto
más inmediata es la conjunción y la unión entre el que
conoce y lo conocible, ya está clara la respuesta: porque la semejanza,
que no es otra cosa que el mismo sujeto que conoce, no establece distancia
alguna irreal ni tampoco de razón, porque el sujeto que conoce en
cuanto conoce dice razón de semejanza; y por eso la semejanza que
es la razón del conocer, no sale en absoluto fuera de la razón
del sujeto que conoce y del objeto conocible.
CUESTIÓN III.
Si Dios conoce las cosas por semejanzas realmente diferentes
Admitido que Dios conoce las cosas por semejanzas ejemplares, se plantea
la cuestión si las conoce por semejanzas realmente diferentes. Y parece
que sí:
Argumentos a favor
1. Por la autoridad. Agustín, ochenta y tres cuestiones diversas,
en la cuestión sobre las ideas: "Si no puede decirse o creerse rectamente
que Dios ha creado todas las cosas irracionalmente, hay que decir que todas
las cosas han sido creadas con una razón, y el hombre no con la misma
razón que el caballo, pues es absurdo pensar esto; por consiguiente,
cada cosa ha sido creada con su propia razón".
2. En el mismo pasaje: "Las ideas son formas inmutables, que están
contenidas en la inteligencia divina". Es así que toda forma es una
realidad; luego, si hay muchas formas, hay muchas realidades; por tanto,
si hay muchas ideas, es necesario que sean realmente diferentes.
3. Dionisio en Los nombres de Dios, V: "Decimos que las ideas ejemplares
son en Dios las razones que dan el ser a las cosas que existen, y que tales
razones preexisten singularmente, y la Teología las llama predeterminaciones".
Mas las razones que dan el ser a las diversas cosas son también diversas;
por tanto, al ser diversas realmente las cosas creadas, es necesario que
las razones que les dan el ser sean realmente distintas.
4. El Filósofo en el libro VII de la Metafísica: "Todo el que
obra por medio de un modelo, al final de la operación es forma de
la cosa hecha". Pero Dios obra según un modelo; por consiguiente,
si las formas que llevan a efecto las cosas creadas tienen diferencia real,
es necesario que las razones ejemplares tengan diversidad real.
5. Esto mismo parece por la razón. Dios obra según un plan.
Ahora bien, el que obra según un plan no produce las cosas si no las
tiene en sí; luego, si produce diversidad de cosas, es necesario que
las tenga en sí bajo razón de diversidad. Es así que
no las tiene sino por medio de las razones de ellas; luego es necesario que
las razones de las cosas sean realmente diversas.
6. Todo lo que tienen las cosas lo reciben de Dios; luego, como tienen diversidad
entre sí, la reciben de aquel nobilísimo arte; por tanto, si
la reciben de Él, es necesario que se encuentre en Él. Pero
no está en Él si no es en las razones ejemplares; por consiguiente
es necesario que éstas se distingan realmente.
7. Los efectos opuestos tienen causas próximas opuestas y que los
producen inmediata y uniformemente. Mas las razones ejemplares de las cosas
son sus causas próximas y que las producen inmediata y uniformemente;
por tanto, como son causas de cosas no sólo diversas, sino también
opuestas, es necesario que no sólo se distingan realmente, sino también
que se opongan entre sí.
8. Como dice Boecio: "El número fue el principal modelo en la mente
del Creador"; y Agustín dice en el libro II de El libre albedrío
que número y sabiduría son la misma cosa; y es opinión
común que no se encuentra en Dios el número ejemplar sino en
relación a las razones ejemplares. Luego, si el número establece
verdadera pluralidad y en esas razones ejemplares hay verdadera y propiamente
razón de número, se sigue que en ellas hay verdadera y propiamente
diversidad real.
9. A la perfección del conocimiento pertenece conocer distintamente;
luego el conocimiento más perfecto conoce con la máxima distinción.
Ahora bien, Dios no conoce las cosas sino del modo como las tiene en sí;
por consiguiente, es necesario que las tenga en sí con la máxima
distinción. Mas no las tiene sino por medio de sus razones; por tanto
es necesario que esas razones sean distintísimas; en consecuencia,
tienen en Él no sólo distinción de razón, sino
también distinción real.
10. Dios no conoce de distinta manera las cosas que hay dentro Él
y las que hay fuera de Él; al contrario, las conoce uniformemente.
Pero las cosas exteriores las conoce con distinción real; por consiguiente
también las que hay dentro de Él. Es así que conoce
estas cosas de la misma manera que las tiene; luego las tiene en su mente
como realmente distintas.
11. Lo semejante se conoce por medio de su semejante. Esto es verdad por
sí mismo, pues dice Agustín, La Trinidad, IX "Todo conocimiento
por medio de una imagen es semejante a la cosa que se conoce". Luego, argumentando
a la inversa, lo desemejante se conoce por medio de su desemejante. Mas las
cosas desemejantes son conocidas realmente; por tanto las razones de conocerlas
son también realmente desemejantes; en consecuencia también
realmente diferentes.
12. Lo que es semejante a uno de los opuestos en cuanto tal es desemejante
a su opuesto; luego, si la idea de blanco es semejante a una cosa blanca,
es desemejante a una cosa negra, y por la misma razón la idea de negro
es desemejante a una cosa blanca; en consecuencia, es necesario que las ideas
de blanco y de negro sean desemejantes entre si; por tanto también
realmente diferentes.
13. La idea es semejanza; por tanto o es semejanza total o es semejanza parcial.
Si es semejanza parcial, se sigue que por medio de ella la cosa no es nunca
conocida totalmente. Si es semejanza total, las cosas que son totalmente
semejantes a otra, no son desemejantes en nada; luego, si en la realidad
fuera una la semejanza de las criaturas, sería imposible que fueran
realmente diferentes. Pero consta que son realmente diferentes; por consiguiente,
es necesario que les corresponda diferencia real de las semejanzas ejemplares.
14. La razón ejemplar es semejanza de la cosa conocida; por tanto
es semejanza común o propia. Si es común, se sigue que por
medio de ella no se conocen las propiedades de las cosas. Si es propia, las
semejanzas propias se multiplican según la pluralidad de las cosas;
por consiguiente, si las cosas creadas son realmente diversas, es necesario
que sus semejanzas sean también realmente diferentes entre sí.
15. Llámese A la razón con fue hecho el hombre; B la razón
con que fue hecho el asno. Es evidente que A no es B. Luego, si en Dios aquellas
cosas, de las cuales la una no se predica de la otra, se distinguen con distinción
real y no sólo con distinción de razón, parece que son
realmente diversas. La menor es evidente, porque aunque la bondad, la sabiduría
y el poder sean diferentes con distinción de razón, sin embargo
se predican mutuamente la una de la otra.
16. A no es la semejanza del asno, ni B la semejanza del hombre; luego A
en alguna manera se acerca más al hombre que al asno. Pero esto no
sena así si no estuviera en cierto modo más acorde con el hombre
que B, y esto no sería posible, si de alguna forma A no tuviera diferencia
real con B; por consiguiente, etc.
17. Si estas razones ideales son múltiples con distinción de
razón, o responde algo a esa razón o no responde nada. Si no
responde nada, es que es vana. Si responde algo, entonces es necesario en
alguna manera que en estas razones haya diferencia real.
18. Estas razones o se diferencian por razón de lo que connotan o
por razón de sí mismas. Si se diferencian por razón
de lo que connotan, se sigue que, siendo esto temporal, lo temporal será
causa de lo eterno. Si se diferencian por razón de sí mismas,
las cosas que se distinguen por sí mismas, son realmente diferentes;
luego estas razones son realmente diferentes.
19. Si estas razones se diferencian por razón de la cosa que connotan,
luego, como el Verbo connota el efecto más que lo connota la razón
o la idea, porque, como se dice en las ochenta y tres cuestiones diversas,
"el Verbo dice potencia operativa", parece que, si éste fuera la causa,
se diría que en Dios hay muchos Verbos. Ahora bien, consta que esto
es falso; por tanto, para que se diga que hay muchas razones no es suficiente
la diferencia de las cosas connotadas.
20. Las cosas han sido causadas por las razones ejemplares y no a la inversa;
luego la pluralidad de las razones es anterior a la pluralidad de las cosas
connotadas; por consiguiente, si se multiplican las razones, esto no lo hace
la diferencia de las cosas connotadas; por lo tanto, es necesario que se
distingan realmente por sí mismas.
21. La pluralidad de Personas en Dios es más importante que la pluralidad
de las ideas o razones. Mas la diferencia real de las Personas no repugna
a la simplicidad de Dios; por tanto, tampoco la pluralidad real de las razones
ideales; en consecuencia, si los Santos dicen que éstas son muchas,
parece que hay que confesar que éstas son realmente diferentes.
Argumentos en contra
1. Dionisio en el capítulo V de Los nombres de Dios, hablando de Dios
dice así: "[Dios] tiene en sí previamente todas las cosas según
la excelencia única de su simplicidad, rechazando toda duplicidad".
Ahora bien, si Dios tiene en sí previamente las cosas por las razones
de las cosas, también ellas rehúyen toda duplicidad; luego
no tienen diversidad real.
2. Y en el mismo pasaje: "Un solo sol contiene previamente en sí mismo
uniformemente las causas de las muchas cosas que participan de él;
con mucha mayor razón hay que conceder que en la causa del sol y de
todas las cosas preexisten las ideas ejemplares de todo lo que existe a manera
de una unión supersustancial". Pero esto no sería así
si esas razones fueran realmente distintas; por consiguiente, no tienen diversidad
real.
3. Agustín en el libro VI de La Trinidad, capítulo 10: "El
Hijo es el arte del omnipotente que contiene todas las razones de los seres
vivos, y todas las cosas son en él una sola cosa". Mas esto no sería
así, si esas razones fueran realmente diversas; por tanto necesariamente
son realmente indistintas.
4. Esto mismo demuestra Dionisio en el capítulo V de Los nombres de
Dios, con el siguiente razonamiento: Todas las líneas están
originalmente en el punto y todos los números en la unidad. Y sin
embargo por esto no se pone en el punto y en la unidad la diversidad real
de las criaturas; luego tampoco en la causa suprema.
5. No hay estabilidad sino en la unidad. Pero en cualquier género
de causa es necesario tener estabilidad; por consiguiente, Si Dios es la
causa ejemplar en la cual está la estabilidad de todas las causas
formales, es necesario que [la causa ejemplar] tenga una absoluta unidad
real.
6. Hay que atribuir a Dios lo que es más perfecto. Es así que
es más perfecto conocer muchas cosas con un solo medio que conocer
muchas con muchos medios; luego...
7. El conocimiento divino es infinito; por tanto no está restringido
ni limitado en modo alguno; por consiguiente tampoco la razón del
conocer está en Dios limitada de ningún modo. Es así
que, si para conocer muchas cosas se necesitaran muchas razones realmente
diferentes, entonces el conocimiento de Dios estaría de algún
modo limitado y restringido; luego, si es imposible admitir esto, es imposible
que esas razones sean realmente diversas.
8. La razón de conocer en Dios indica algo esencial, porque es común
a las tres Personas. Mas las cosas esenciales en Dios no son en modo alguno
múltiples realmente, porque, si fueran realmente múltiples,
habría en Dios muchas esencias, y esto es imposible; por tanto es
imposible que las razones ejemplares sean realmente diferentes.
9. Todas las cosas que se distinguen realmente se distinguen o por su origen
o por su cualidad, como dice Ricardo. Pero las razones ejemplares no pueden
distinguirse por su cualidad, porque tal distinción no cabe en Dios;
ni por su origen, porque no procede una de otra; por consiguiente es imposible
que sean realmente distintas.
10. Las razones eternas producen las cosas; ahora bien, o son solamente productoras
o productoras y producidas. Si son productoras y producidas, como el que
produce y lo producido se distinguen realmente, esas razones se distinguirían
realmente de Dios, porque es imposible admitir otro que las produzca; luego
no serían el mismo Dios, ni Dios conocerla las cosas por sí
mismo; lo cual es imposible. Si son solamente productoras, entonces tienen
razón de único principio. Mas tal principio es el primer principio,
y el primer principio no es sino únicamente uno, por tanto es imposible
que las razones eternas se distingan realmente.
11. La razón ejemplar designa aquello por lo cual una cosa es conocida.
Es así que aquello por lo cual una cosa es conocida no es sino la
forma; luego, si Dios conociera las cosas por razones ejemplares realmente
diferentes, sería necesario que el mismo ser divino fuera multiforme.
Pero esto es totalmente imposible; por consiguiente, lo primero también.
12. Supongamos que [las razones ejemplares] se distinguen realmente. Como
hay cosas que tenemos que disfrutar, y las cosas que tenemos que disfrutar
nos hacen bienaventurados, nadie sería bienaventurado si no conociera
todas las razones ejemplares, de la misma manera que no es bienaventurado
nadie que no tenga conocimiento de alguna de las tres Personas. Mas esto
es falso y absurdo; por tanto, también lo primero.
13. La razón ideal en Dios no designa algo inherente, sino más
bien alguna sustancia estable por si misma, como es el Verbo; luego, si hubiera
en Dios muchas razones realmente diferentes, habría en Él tantas
sustancias estables por sí mismas como razones; por consiguiente,
habría tantas personas divinas o esencias como ideas. Mas esto es
falso y contrario a la fe; por tanto, es erróneo decir que las razones
ideales son realmente diferentes.
14. Si [las razones ejemplares] son realmente diferentes, o lo son como cosas
absolutas o como relaciones. Pero no lo son como relaciones, porque ninguna
relación recibe el nombre de aquello a lo que se refiere, sobre todo
en la relación que implica superioridad, sino que la razón
ejemplar del hombre es el propio hombre; por consiguiente la razón
ideal en Dios no está impuesta por una relación real. Por tanto,
si son muchas realmente, lo son como formas absolutas; en consecuencia, si
esto es imposible, es imposible que esas razones sean realmente diferentes.
15. Si [las razones ejemplares] se distinguen realmente como relaciones reales
diversas, puesto que en una relación real los términos relativos
son simultáneos por naturaleza, serían simultáneos por
naturaleza la idea y lo ideado; luego también el Creador y la criatura.
Es así que esto es totalmente absurdo; luego es imposible que las
razones ejemplares sean diversas como relaciones reales diversas; ni tampoco
como cosas absolutas diversas, como es evidente; por consiguiente, no tienen
ninguna diversidad real.
16. Toda diversidad real hace que haya dos esencias distintas o dos personas
distintas o dos cualidades distintas. Mas ninguna de estas tres cosas se
puede decir de las razones eternas, porque no hay no hay en ellas diversidad
esencial ni personal ni accidental; por tanto no hay en modo alguno distinción
o diferencia real.
Conclusión
Dios conoce las cosas en sí mismo por medio de una semejanza que expresa
todas las cosas, de manera que las razones ideales no se multiplican en Dios
realmente, sino sólo como entes de razón
Respondo:
Para entender lo anterior hay que tener en cuenta que Dios conoce sin duda
alguna las cosas, y que las conoce en sí mismo, y que las conoce en
sí mismo como por medio de una semejanza, y que esa semejanza en que
las conoce no es una semejanza recibida del exterior ni una semejanza por
concordancia con alguna tercera naturaleza, sino que esa semejanza no es
otra cosa que la misma verdad expresiva, como quedó demostrado en
la cuestión anterior. Por tanto, decir que Dios conoce las cosas por
sí mismo como por medio de una semejanza es lo mismo que decir que
Dios conoce las cosas por sí mismo como verdad o como luz suprema
que expresa las demás cosas. Y como la verdad divina es poderosísima
para expresar todas las cosas totalmente, de la misma manera que el poder
divino [es poderosísimo] para crear todas las cosas totalmente, por
eso Dios conoce por sf mismo como verdad que expresa totalmente toda la variedad
de las cosas. y la verdad divina tiene poder, aunque sea una sola, para expresar
todas las cosas a manera de semejanza ejemplar, porque ella está absolutamente
fuera del género y no está limitada en nada; ella es también
acto puro, en cambio las demás cosas con relación a ella son
materiales y posibles. Por tanto, como lo que es uno en cuanto a la forma
puede asemejarse a muchas cosas en cuanto a la materia, como queda patente
en la blancura en el hombre y en la piedra; como la misma Verdad se relaciona
sin diferencia con todas las cosas, y las demás cosas son para ella
materiales, ella como acto puro puede ser semejanza que expresa todas las
cosas.
Mas en esta expresión se deben entender tres cosas: la misma verdad,
la misma expresión y la misma cosa expresada. La verdad que expresa
[las cosas] es una sola real y conceptualmente; las cosas que son expresadas
son multiformes actual o posiblemente, y la expresión considerada
en sí misma no es sino la misma verdad; mas considerada en relación
a su finalidad, está relacionada con las cosas que son expresadas.
De aquí que la expresión de varias cosas en la verdad divina
o por la verdad divina, si la consideramos en sí misma, no son varias
cosas; pero, si la consideramos en relación a su finalidad, decimos
que es múltiple, porque expresar a un hombre no es expresar a un asno,
como predestinar a Pedro no es predestinar a Pablo, ni crear a un hombre
es crear a un ángel, aunque el acto divino sea uno solo. Por tanto,
como las razones ideales designan las mismas expresiones de la verdad divina
con relación a las cosas, por eso se dice que son múltiples
no según lo que significan, sino según lo que connotan; no
según lo que son, sino según aquello para lo que son o con
lo que se comparan. y como [dichas razones] no se relacionan con las cosas
según una relación real que hay en Dios, porque Dios no se
relaciona realmente con nada exterior, sino sólo según nuestra
manera de entender, a la cual corresponde una relación real en acto
o en potencia de parte de las cosas, por eso hay que decir que las razones
ideales se multiplican en Dios no realmente, sino según razón,
y esta razón no es sólo de parte del que entiende, sino también
de parte de la cosa entendida.
Totalmente semejante a esto no se encuentra nada en la creación; pero,
si se pensara por un imposible que la luz es idéntica a su iluminación
e irradiación, podríamos decir que una misma luz y antorcha
tendría muchas irradiaciones, porque irradiación quiere decir
dirección diametral u ortogonal de la misma antorcha; por lo cual
se diría que diversos cuerpos iluminados reciben muchos rayos luminosos,
pero en una sola luz y en una sola antorcha.
Así también en el tema propuesto hay que entender que la misma
verdad divina es la luz, y sus expresiones son respecto a las criaturas como
rayos luminosos, aunque intrínsecos, que llevan y dirigen de manera
determinada a aquello que expresan.
Y esto es lo que dice Dionisio en el capítulo VII de Los nombres de
Dios: "El entendimiento divino no conoce las cosas expresándolas a
partir de las cosas, sino que a partir de sí mismo y en sí
mismo, en cuanto es causa de todas las cosas, tiene previamente y concibe
previamente la noticia y la ciencia y la sustancia de las mismas, no porque
se meta en cada cosa por medio de la idea, es decir, no por medio de ideas
realmente diferentes, sino porque conoce y contiene todas las cosas como
su única excelencia causal; de la misma manera que la luz en cuanto
causa ha recibido de antemano en sí misma conocimiento. Las tinieblas,
no conociendo las tinieblas por otro hecho que por la falta de luz. Por consiguiente,
la divina sabiduría, al conocerse a sí misma, conoce todas
las cosas materiales de manera inmaterial, y las divisibles de manera indivisible,
y las múltiples de manera singular, conociendo y produciendo todas
las cosas en su misma unidad".
En esto muestra claramente Dionisio que en la razón del conocimiento
divino no es posible la pluralidad real, porque esto disminuiría la
perfección del conocimiento divino. Y esto mismo lo demuestra más
perfectamente en el capítulo 5, como he citado más arriba,
y por eso se deben admitir los argumentos que se han expuesto a favor de
esta solución.
Solución de las objeciones
1. Por tanto, a la primera objeción tomada de Agustín: El hombre
ha sido creado con una razón y el caballo con otra, etc., hay que
decir que la otreidad aquí no significa diferencia real, sino solamente
diferencia de razón.
2. A la objeción: La idea es forma y realidad, etc., hay que decir
que la idea significa realidad y significa modo de la realidad, pues significa
forma comparada a lo que ella expresa, y que no se multiplica en cuanto significa
realidad, sino en cuanto significa modo de la realidad; y por eso cuando
la objeción pasa de la pluralidad de las ideas a la pluralidad de
las cosas en Dios, pasa de la pluralidad del modo a la pluralidad de la realidad;
y por eso yerra en cuanto a un elemento accidental o en cuanto al modo de
expresarse.
A la objeción: Según Dionisio las ideas ejemplares son principios
que dan el ser, hay que decir que se dice que dan el ser o porque subsisten
en sí mismas o porque producen las sustancias de las cosas o porque
expresan las sustancias de las cosas, no porque sean las sustancias o esencias
de las mismas cosas. Y aunque las esencias de las mismas cosas se multipliquen
en las cosas porque son intrínsecas a las mismas cosas, sin embargo
no se sigue que sean múltiples sus razones ejemplares, porque no entran
en la constitución de las cosas.
4. A la objeción: El que obra según un modelo es forma de la
cosa hecha, hay que decir que eso se entiende del que obra según un
modelo y que es dirigido y regulado por el mismo modelo, como es el agente
creado; y ni siquiera se entiende propiamente que él sea en verdad
forma de la cosa producida, sino que él tiene en si algo que tiene
la semejanza de la cosa que ha de producir, como el médico que cuando
cura tiene antes en su mente y en su arte la curación que después
realiza. Así la argumentación falla por dos lados.
5. A la objeción: El que obra según un plan no produce las
cosas, si no las tiene en sí, hay que decir que no es necesario que
las tenga realmente, sino en semejanza, y esta semejanza no es necesario
que sea en todo conforme a las cosas de las que es semejanza. Así
es evidente que la razón o idea de las cosas materiales es inmaterial,
la de las cosas corruptibles es incorruptible, y por eso la idea de muchas
cosas puede ser uniforme y la de las cosas diferentes ser única. Por
eso no se sigue que, si la pluralidad es representada por las mismas ideas
ejemplares, ellas tengan que ser muchas en realidad, como no se sigue que
las ideas ejemplares de los seres materiales sean materiales.
6. A la objeción: Todo lo que tienen las cosas lo reciben de Dios,
hay que decir que lo reciben de Él como del que puede hacer algo de
la nada, no en el sentido de que reciban algo de su sustancia. Por eso, si
la criatura tiene algo en su género propio, no se sigue que sea necesario
que ello se encuentre en acto en el que se lo da; sino que basta que se encuentre
solamente según el poder eficiente o la ejemplaridad representativa.
7. A la objeción: Los efectos opuestos tienen causas próximas
opuestas, etc., hay que decir que es verdad en las causas limitadas que no
producen efectos múltiples sino por principios múltiples; y
por lo mismo no producen efectos opuestos sino por principios opuestos. Pero
no es verdad en la causa de las causas, la cual no tiene ninguna restricción
o limitación, sino libertad absoluta respecto a los efectos que ha
de producir, por diferentes que sean.
8. A la objeción: El número fue el principal modelo en la mente
del Creador, hay que decir que esto se dice no porque en Dios haya propiamente
número, ya que el número resulta de la suma de las diversas
unidades, sino porque el propio Dios conoce el número, según
el cual son reguladas todas las proporciones de las cosas que ha de crear.
O si se dice en alguna parte que en Dios hay un número de ideas, este
número se aparta del concepto de número propiamente dicho,
como el número de las tres Personas, que no resulta de la pluralidad
de unidades, sino del desdoblamiento de la misma unidad en las diversas hipóstasis.
De la misma manera el número de ideas o razones no significa pluralidad
de unidades eternas, ya que la unidad eterna es una solamente, sino comparación
de ella con las múltiples cosas que ha de expresar.
9. A la objeción: A la perfección del conocimiento pertenece
conocer distintamente, etc., hay que decir que el acto de conocer mira al
mismo sujeto que conoce y al mismo objeto conocido. De ahí que conocer
distintamente puede tomarse en dos sentidos: ya por parte del sujeto que
conoce ya por parte del objeto conocido. Y aunque el conocer distintamente
por parte de la cosa conocida pertenezca a la perfección del conocimiento,
no es así por parte del sujeto que conoce, porque es más perfecto
conocer muchas cosas por medio de un solo principio que por medio de muchos.
También se puede decir que conocer distintamente puede entenderse
de dos maneras: o de manera que quiera decir distinción en cuanto
a la diversidad esencial, o de manera que quiera decir expresión ejemplar
o cognoscitiva. En el primer sentido contribuye a la perfección del
conocimiento por parte del objeto conocido. En el segundo, por parte del
sujeto que conoce. Y en este sentido Dios conoce con suma distinción,
porque la verdad eterna, aunque es una, expresa con la máxima distinción
las diversas cosas, sin que se encuentre en ella por eso ninguna distinción.
10. A la objeción: Dios conoce de la misma forma las cosas que hay
en El y las que están fuera de Él, etc., hay que decir que,
si se entiende en el sentido de que Dios no tiene conocimiento de las cosas
desde fuera de Él, sino sólo desde dentro, el discurso es verdadero.
Pero si se entiende que Dios conoce que las cosas existen de la misma manera
dentro y fuera de Él, es falso; porque dentro de Él las tiene
bajo una absoluta indistinción real, y sabe que ellas existen así;
fuera de Él, en cambio, sabe que existen bajo múltiples formas.
11. A la objeción: Lo semejante se conoce por medio de su semejante,
hay que decir que esa ilación es lógica en la semejanza restringida
que hay dentro de un género; y por ello no tiene lugar aquí.
o también, que esta no es una semejanza de concordancia, sino sólo
de expresión ejemplar, y esta semejanza o desemejanza no establece
diferencia de razón a razón o de semejanza a semejanza, sino
diferencia entre lo que connota y expresa fuera de sí misma.
12. A la objeción: Lo semejante a un opuesto es desemejante a su opuesto,
hay que decir que eso tiene lugar en la semejanza que nace de la participación
de una naturaleza común o de una expresión limitada, como la
que ha sido recibida de un objeto exterior.
13. A la objeción: Esa semejanza o es total o es parcial, hay que
decir que es total, porque se dice semejanza en cuanto es expresiva y expresa
totalidad.- Y si se objeta que las cosas diversas no pueden asemejarse a
una tercera en su totalidad, hay que decir que eso es verdad de la semejanza
que nace de la comunicación, no de la que nace de la expresión.-Y
si pregunta cómo puede entenderse eso, hay que decir, como se ha dicho
arriba, que esto es así porque esa semejanza está fuera del
género y es un acto puro, y las demás cosas son materiales
respecto a ella.
14. A la objeción: [La razón ejemplar] o es semejanza común
o es propia, hay que decir que a Dios hay que atribuirle toda la perfección
que hay en la criatura; y por lo tanto en cierto modo es semejanza común,
porque expresa todas las cosas en común, y en cierto modo propia,
porque expresa cada cosa perfecta e íntegramente.
15. A la objeción: A no es B, hay que decir que en Dios, para que
una cosa niegue de otra con verdad, no es necesario que haya distinción
real de lo que son las dos cosas, sino de lo que las dos connotan. Por ejemplo,
está claro que la predestinación no es la reprobación,
y esto porque, aunque el significa de las dos sea el mismo, es decir, la
esencia o la voluntad divina, sin embargo lo connotado es distinto, es decir,
la gloria y la pena.
16. A la objeción: La semejanza del hombre no es la semejanza del
asno, etc., es clara la respuesta: pues esto no es por razón de la
verdad divina, que expresa igual al hombre que al asno, sino por razón
de lo connotado, así como decimos que crear al hombre no es crear
al ángel.
17. A la objeción: Si allí [en las razones ideales] hay pluralidad
de razón, a ella responde algo en la realidad o no, hay que decir
que responde algo. Y si se pregunta qué es lo que responde, digo que
del lado de la verdad divina no responde sino la unidad, la cual, sin embargo,
es más poderosa al representar muchas cosas que ninguna multiformidad
creada, porque, aunque la verdad divina sea simple, a pesar de ello es infinita.
En cambio, del lado de las cosas significadas por connotación responde
la pluralidad, sea actual sea potencial. En efecto, muchas cosas posibles
son muchas cosas conocidas en acto, aunque no estén en acto en su
naturaleza propia.
A la objeción: Si las razones eternas son diferentes por razón
de lo connotado entonces lo temporal es causa de lo eterno, hay que decir
que de lo connotado se puede hablar en dos sentidos: en cuanto a su ser propio
o en cuanto connotado. En cuanto a su ser propio es verdad que es temporal,
pero si embargo es connotado desde toda la eternidad, porque lo que es temporal
su ser propio es conocido por Dios desde toda la eternidad.
19. A la objeción: Si las razones son múltiples por razón
de la cosa que connota entonces también debe ser múltiple el
Verbo, hay que decir que no hay paridad, porque el Verbo significa el mismo
poder operativo o expresivo de Dios, cual en la realidad y según nuestro
modo de entender se refiere sobre todo a Dios. En cambio, la idea o razón
significa la expresión o semejanza, la cual, aunque en la realidad
se refiere sobre todo a Dios que conoce, sin embargo, según nuestro
modo de entender se refiere más bien a la cosa conocida. Y p eso,
aunque las razones [ejemplares] tengan unidad real, de manera que muchas
ideas pueden llamarse una sola Verdad y un solo Verbo, sin embargo no parece
tener unidad de razón, de manera que muchas ideas o razones puedan
llamarse una sola idea o una sola razón ejemplar.
20. A la objeción: Las cosas han sido causadas por las razones ejemplares,
luego también la pluralidad, etc., hay que decir que la pluralidad
de las cosas en su género propio procede de la pluralidad de las razones
ejemplares, pero la pluralidad de las razones [ejemplares] no es otra cosa
que las mismas cosas en cuanto existen en su causa. De aquí que, aunque
la pluralidad de las ideas o razones de alguna manera tenga su correspondiente
pluralidad de las cosas, sin embargo no es causada por ella, porque Dios
no sabe más cosas o la verdad divina expresa más cosas por
el hecho de que van a existir más cosas, sino al contrario: porque
Dios sabe más cosas, por eso se hacen más cosas, como dice
Agustín en el capítulo XI de La ciudad de Dios: "Este mundo
no podría sernos conocido si no existiera; mas no podría existir
si no fuera conocido por Dios".
21. A la objeción: La pluralidad de Personas en Dios es más
importante que la pluralidad de las ideas, hay que decir que no hay paridad
de lo uno a lo otro; porque la pluralidad de las Personas es por su origen
y por la relación mutua e intrínseca de Persona a Persona;
mas las ideas o razones ejemplares no nacen una de la otra, ni tienen relación
mutua e intrínseca, ni pueden tener relación real con algo
exterior, porque tener relación con algo exterior lleva consigo de
alguna manera dependencia y no permite que el ser del que se afirma esa relación
sea sumamente simple y absoluto. Por eso la pluralidad real de las ideas
no conviene en modo alguno al ser de Dios, que es el más simple y
absoluto. Por tanto, si se pone en El la pluralidad, hay que ponerla según
nuestra manera de entender, como se ha dicho antes y lo creyeron comúnmente
los doctores antiguos.
Y con esto queda clara la solución de las objeciones.
CUESTIÓN IV.
Si todo lo que conocemos con certeza, lo conocemos en las mismas razones
eternas
Admitido que las razones eternas son realmente indistintas en el arte o conocimiento
divino, pregunto si son ellas las razones del conocer en todo conocimiento
cierto; esto es, si todo lo que conocemos con certeza, lo conocemos en las
mismas razones eternas.
Y parece que sí por numerosas autoridades.
Argumentos a favor
1. Agustín en El Maestro: «Acerca de todas las cosas que entendemos
no consultamos al que habla fuera, sino a la verdad que gobierna interiormente
la misma mente. Y el que consultamos nos enseña, el que hemos dicho
que habita en el interior del hombre, Cristo, poder inmutable de Dios y Sabiduría
eterna, a quien consulta toda alma racional».
2. El mismo en La verdadera religión: «Está claro que
por encima de nuestra mente hay una ley que se llama verdad; y no se puede
ya dudar que esa naturaleza inmutable, que está por encima de la mente
humana, es Dios. Pues ésta es aquella verdad inmutable que es llamada
con acierto ley de todas las artes y arte del artífice omnipotente».
3. Agustín en el libro II Del libre albedrío: «Aquella
hermosura de la sabiduría y de la verdad ni se acaba con el tiempo,
ni emigra de un lugar a otro, ni la interrumpe la noche, ni la intercepta
la sombra, ni está bajo los sentidos corporales. A los que del mundo
entero están vueltos a ella, los cuales la aman, a todos está
próxima, para todos es eterna, no está en ningún lugar,
no falta en ninguna parte, amonesta desde fuera, enseña interiormente.
Nadie la juzga, nadie juzga bien sin ella; y por esto queda claro que ella
es sin duda mejor que nuestras mentes, las cuales todas y cada una son hechas
sabias por ella sola y no juzgan de ella, sino de las demás cosas
por ella”.
Si tú dices que de esto no se sigue que veamos en la verdad o en las
razones [eternas], sino a través de dichas razones, Agustín
dice en contra en el libro XII de las Confesiones: “Si los dos vemos que
es verdad lo que tú dices, y los dos vemos que es verdad lo que yo
digo, ¿dónde lo vemos, por favor? Ni yo en ti, ni tú
en mí, sino los dos en la misma inmutable verdad, que está
por encima de nuestras mentes” 4.
4. En La ciudad de Dios, libro VIII, hablando de los filósofos dice:
«Éstos, que con razón anteponemos a todos, dijeron que
la luz de las mentes para que lo aprendamos todo es el mismo Dios, que lo
hizo todo».
5. En La Trinidad, libro VIII, capítulo 3: «Cuando nuestro espíritu
nos agrada de manera que lo prefiramos a toda luz corporal, no nos agrada
en sí mismo, sino en aquel arte por el que ha sido creado. Pues la
razón de que aprobemos su creación es que vemos que debió
ser creado. Esta es la verdad y el bien puro».
6. En La Trinidad, libro IX, capítulo 6: «Reglas completamente
distintas, que permanecen inmutablemente por encima de nuestra mente, nos
convencen a que aprobemos o desaprobemos cuando aprobamos o desaprobamos
algo con razón»
8. Si dices que Agustín se retractó, mira lo que dice en el
libro I de Las Retractaciones: «Es de creer que de algunas disciplinas
contestan bien incluso los que las desconocen, cuando pueden captar la luz
eterna de la razón, en la cual luz ven estas verdades inmutables,
no porque primero las supieron y después las olvidaron, como creyó
Platón». Asimismo: «La naturaleza intelectual no conecta
sólo con las cosas inteligibles, sino también con las inmutables,
pues ha sido hecha de manera que, cuando se mueve hacia las cosas con las
que está conectada o hacia sí misma, puede contestar la verdad
sobre ellas en tanto en cuanto las ve».
De estos textos de Agustín queda manifiestamente patente que sabemos
todas las cosas en las razones eternas.
9. Y Ambrosio: «Por mí mismo no veo sino cosas vacías,
escurridizas y caducas»; luego, si veo algo con certeza, lo veo por
medio de algo que está por encima de mí.
10. Y Gregorio, comentando el texto del capítulo 14 de Juan: Él
os lo enseñará todo, dice: «Si el mismo Espíritu
no está en el corazón del oyente, ociosa es la palabra del
doctor; nadie, pues, atribuya al hombre que enseña lo que entiende
de la boca del que enseña, porque, si no está en su interior
el que enseña, la lengua del doctor trabaja en vano en el exterior».
11. Y el mismo en el mismo pasaje: «Fijaos que todos oís igualmente
la misma palabra del que habla; sin embargo todos no sopesáis igualmente
el sentido de la palabra oída. Entonces, si la palabra no es distinta,
¿por qué es distinta la comprensión de la palabra en
vuestros corazones, sino porque, a través de lo que avisa la palabra
del que habla en común, es el maestro interior quien enseña
especialmente a algunos sobre la comprensión de la palabra?».
Es así que, si nuestro entendimiento se bastara para entender por
medio de la luz de la verdad creada, no necesitaría del maestro celestial;
luego, como lo necesita, queda patente, etc.
Y Anselmo en el Prosiogio, capítulo 14: «¡Cuán
grande es la luz de la cual resplandece toda verdad que brilla para el alma
racional! ¡Qué grande es esta verdad, en la cual está
todo lo que es verdad, y fuera de la cual no hay sino nada y falsedad!»;
luego, si la verdad no se ve sino donde está, no se ve ninguna verdad
sino en la verdad eterna.
13. Y orígenes: «La naturaleza humana, aunque no hubiera pecado,
no podría brillar por sus propias fuerzas». Mas entender es
una especie de brillar; por tanto, aunque no hubiera pecado, no podría
entender por sus propias fuerzas; en consecuencia, necesita un agente superior.
14. Y sobre aquello del Salmo: Tus manos me hicieron y me formaron, dame
inteligencia, dice la Glosa: «Dios solo da la inteligencia; en efecto,
Dios, que es la luz, alumbra por sí mismo las almas piadosas».
15. E Isaac, comentando aquello del Salmo: En tu luz veremos la luz, dice:
«Lo mismo que del sol sale la luz con la cual puede verse el sol, y
sin embargo esa luz, que nos muestra al sol, no abandona al sol, de la misma
manera en Dios la luz que sale de Dios ilumina la mente para que primero
vea el propio resplandor, sin el cual no vena, y en él vea las demás
cosas»; luego, según esto, todas las cosas las vemos en la luz
divina.
10. Y el Filósofo, en el libro VI, capítulo 3 de la Ética,
según la nueva versión: "Todos conjeturamos que lo que por
ciencia sabemos no puede ser de distinta manera [de la que es]. En cambio
las cosas contingentes, cuando se producen fuera de nuestra observación,
se nos oculta si son o no son de distinta manera. Luego lo que se puede saber
es necesariamente eterno; pues los seres que son absolutamente son todos
eternos; y los seres atennos son increados e incorruptibles". En consecuencia,
no puede haber de ningún modo conocimiento cierto sin que intervenga
la razón de la verdad eterna. Y esto no sucede sino en las razones
eternas; por tanto, etc.
Esto se demuestra también con argumentos de razón, y en primer
lugar con argumentos tomados de las palabras de Agustín, y en segundo
lugar con otros argumentos. En efecto, Agustín en el libro II Del
libre albedrío y en el De la verdadera religión y en el de
El Maestro, y en el VI sobre La música y en el VIII de La Trinidad
sugiere argumentos de esta índole.
17. Toda realidad inmutable es superior a la realidad mutable; mas aquello
mediante lo cual conocemos con certeza es inmutable, porque es una verdad
necesaria. Pero nuestra mente es mutable; por consiguiente, aquello mediante
lo cual conocemos está por encima de nuestras mentes. Ahora bien,
lo que está por encima de nuestras mentes no es sino Dios y la verdad
eterna; luego, aquello por lo que tenemos conocimiento es la verdad divina
y la razón eterna.
18. Todo lo que no se puede juzgar es superior a lo que se puede juzgar.
Es así que la ley con la que juzgamos no se puede juzgar, y nuestra
mente sí se puede juzgar; luego aquello por lo que conocemos y juzgamos
es superior a nuestras mentes. Mas esto no es sino la verdad y la razón
eterna; por tanto, etc.
19. Todo lo infalible es superior a lo falible. Pero la luz y la verdad mediante
la cual conocemos con certeza es infalible; nuestra mente, en cambio, puede
engañarse; por consiguiente, aquella luz y verdad es superior a nuestra
mente. Ahora bien, ésta es la luz y la verdad eterna; luego, etc.
20. Toda luz de certeza es ilimitable, porque se revela a todos y les muestra
el objeto del conocimiento con la misma certeza. Es así que la luz
ilimitable necesariamente no es una luz creada, sino increada, porque todo
ser creado es limitado y finito y se multiplica en objetos diversos; luego
es necesario que esta luz sea increada. Mas conocemos con certeza mediante
esta luz; por tanto, etc.
21. Todo lo necesario es interminable, porque no puede ni podrá de
ningún modo ser de otra manera. Ahora bien, aquello por lo que sabemos
con certeza es verdad necesaria; en consecuencia es interminable. Pero todo
lo que así está por encima de todo ser creado, ya que toda
criatura empieza en la nada, y en cuanto depende de ella puede terminar en
la nada; por consiguiente, aquello por lo que conocemos transciende toda
verdad creada; luego es la verdad increada.
22. Todo ser creado, en cuanto depende de sí mismo, es comprensible.
Es así que las leyes de los números, de las figuras y de las
demostraciones, creciendo hasta el infinito, según el Filósofo
son incomprensibles para el entendimiento humano; luego estas leyes, cuando
son vistas por el entendimiento humano, es necesario que sean vistas en algo
que trasciende toda realidad creada. Y esto que trasciende el ser creado
no es sino Dios y la razón eterna; luego, etc.
23. Cuando un impío conoce la justicia, o la conoce porque ella está
presente en él, o por medio de una semejanza recibida del exterior,
o por medio de algo superior a él. Mas no la conoce por presencia,
ya que ella no está en él; ni por una imagen recibida del exterior,
porque la justicia no tiene una imagen que pueda ser abstraída por
los sentidos; por tanto es necesario que la conozca por medio de alguna otra
cosa que esté por encima de su entendimiento. Y de la misma manera
todas las demás cosas espirituales que se pueden conocer y él
conoce; luego, si el impío conoce en las razones eternas, mucho más
los otros. - Si dices que la conoce por sus efectos, contra esto respondo:
No se pueden saber los efectos de algo que no se conoce en absoluto. Pues,
si no sé qué es el hombre, nunca sabré qué hace
el hombre. Pero, si no se tiene primero conocimiento de la justicia, nunca
se sabrá que la justicia produzca este o aquel efecto; por consiguiente,
sólo queda que sea conocida en la razón eterna.
De la misma manera puede argumentarse acerca de cualquier forma sustancial
inteligible, y, por tanto, acerca de todo conocimiento cierto.
24. Lo mismo que Dios es la causa de la existencia, así también
es la razón del entender y la norma del vivir 33. Ahora bien, Dios
es la causa del existir, de manera que nada puede ser hecho por ninguna causa
sin que Él mueva por sí mismo y con su poder eterno al que
obra 34; por tanto, nada puede ser entendido sin que Él ilumine inmediatamente
35 con su verdad eterna al que entiende.
25. Ningún ser imperfecto, en cuanto depende de él, es conocido
sino por el ser perfecto, Es así que toda verdad creada, en cuanto
depende de ella, es tiniebla e imperfección; luego, en nuestro entendimiento
no entra nada sino a través de aquella suma verdad.
26. Ninguna cosa es conocida bien y con certeza sino aplicándole una
regla que no puede torcerse en modo alguno. Mas esta regla no es otra que
la que es por esencia la misma rectitud, y ésta no es otra que la
verdad y la razón eterna; por tanto, no se conoce nada con certeza
si no se le aplica la regla eterna.
27. Siendo dos las partes del alma, la superior y la inferior, la razón
inferior procede de la superior, y no a la inversa. Pero se llama razón
superior en cuanto se vuelve a las leyes eternas, e inferior en cuanto se
ocupa de las cosas temporales; por consiguiente, el alma tiene por naturaleza
el conocimiento de las cosas eternas antes que de las temporales; en consecuencia,
es imposible que el alma conozca algo con certeza si no es ayudada por esas
razones eternas. Todos estos argumentos de razón están sacados
de las palabras de Agustín en diversas obras suyas.
Esto mismo parece también por otros argumentos de razón.
28. Diversas personas no pueden tener simultánea y conjuntamente conocimiento
del mismo objeto sensible si no es por medio de algo común, y lo mismo
sucede con el conocimiento de una realidad inteligible. Pero una sola verdad
puede ser entendida por diversas personas y también enunciada sin
ser multiplicada de ninguna manera; por consiguiente es necesario que sea
entendida por medio de alguna realidad única no multiplicada de ninguna
manera. Ahora bien, la realidad única no multiplicada de ninguna manera
en las diversas personas no puede ser sino Dios; en consecuencia, la razón
de entender cada cosa es la misma verdad, que es Dios.
29. Lo mismo que el amor dice relación al bien, así el entendimiento
dice relación a la verdad. Y lo mismo que todo bien viene de la suma
bondad, así toda verdad viene de la suma verdad. Mas si es imposible
que nuestro amor se dirija directamente al bien sin que alcance de alguna
manera la suma bondad; por lo mismo es imposible que nuestro entendimiento
conozca con certeza alguna verdad sin que alcance de alguna manera la suma
verdad.
Lo verdadero no se conoce sino por medio de la verdad, y no por medio de
cualquier verdad, sino por medio de la verdad conocida, y sobre todo por
medio de la verdad que es perfectamente conocida. Es así que esta
verdad es la que no se puede pensar que no exista, y ésta no es la
verdad creada, sino la increada; luego, todo lo que se conoce con certeza
se sabe en la verdad y razón eterna.
31. El alma está formada por naturaleza para entregarse a las cosas
inteligibles que hay fuera de ella, a las cosas inteligibles que hay dentro
de ella y a las cosas inteligibles que hay por encima de ella. Su entrega
a las cosas inteligibles que hay fuera de ella es la menos simple; su entrega
a las cosas inteligibles que hay dentro de ella es más simple; su
entrega a las cosas inteligibles que hay por encima de ella es la más
simple, porque son para ella más íntimas que ella misma. Ahora
bien, cuanto más simple es una cosa tanto más antigua es en
el tiempo; luego, la entrega del alma a la misma verdad que está en
lo más profundo de ella es por naturaleza anterior a su entrega a
las verdades que están por encima de ella o a las verdades exteriores
a ella; por tanto es imposible que conozca algo sin haber conocido antes
aquella suma verdad.
32. Todo ser en potencia es puesto en acto por algo que existe en acto y
pertenece a su mismo género. Mas nuestro entendimiento está
en potencia, como el entendimiento del niño; por tanto, para que se
haga inteligente en acto, es necesario que lo haga el que sabe en acto todas
las cosas. Y éste es sólo la sabiduría eterna; luego,
etc.
Si tú dices que éste es el entendimiento agente del hombre,
entonces pregunto: El entendimiento agente ¿entendía ya en
acto lo que ese hombre aprende, o no? Si no lo entendía, entonces
el hombre no podía hacerse inteligente en acto por medio de él.
Si lo entendía, o ese hombre que aprende entiende e ignora al mismo
tiempo entiende e ignora al mismo tiempo la misma cosa, o el entendimiento
agente no es algo del alma, sino algo superior a ella. Queda, por consiguiente,
sólo la posibilidad de que, todo lo que capta el alma inteligente,
lo capte por medio de algo que es superior a ella. Pero superior al alma
sólo es Dios; por consiguiente, etc.
Si dices que el entendimiento agente no se llama agente porque entiende en
acto, sino porque hace entender 52, te contesto: Todo ser inteligente es
superior y mejor que el ser no inteligente. Es así que, si el entendimiento
agente no es inteligente, nunca hará inteligente en acto a sí
mismo o a otro, ya que no puede hacer cosa alguna mejor que él o superior
a él; luego, si se hace inteligente en acto, es necesario que sea
hecho por alguien superior a él. Y admitir esto no es otra cosa que
admitir la razón y la verdad eterna; en consecuencia, etc.
33. Si se destruyen todas las criaturas y queda sola el alma racional, queda
en ella el conocimiento de las disciplinas, por ejemplo, el de los números
y figuras geométricas. Mas esto no es porque existan verdaderamente
en ella misma ni en el universo; por tanto, es necesario que sea porque existen
en el supremo artífice.
34. Según todos los Santos, Dios se dice que es el Maestro de toda
ciencia, ya porque coopera en general con todo entendimiento, como con todas
las criaturas, ya porque infunde el don de la gracia, ya porque el entendimiento
lo alcanza en el acto de conocer. Si es porque coopera en general: entonces
se diría que Dios enseña a los sentidos de la misma manera
que al entendimiento, lo cual es absurdo. Si es porque infunde el don de
la gracia, entonces todo conocimiento será gratuito e infuso, y por
tanto ninguno será adquirido o innato, lo cual es sumamente absurdo.
Queda, pues, que esto se dice porque nuestro entendimiento alcanza a Dios
como luz de las almas y razón de conocer toda verdad.
Argumentos en contra
Contra esto se argumenta primero con argumentos de autoridad, después
con argumentos de razón.
Argumentos de autoridad.
1. En la primera Carta a Timoteo, capítulo último, se dice
de Dios: "Él solo tiene la inmortalidad y habita en una luz inaccesible;
a Él ningún hambre lo ha visto ni o puede ver”. Ahora bien,
todo aquello por medio de lo cual o en lo cual conocemos es accesible al
que lo conoce; luego aquello por medio de lo cual o en lo cual conocemos
no puede ser la luz de la razón o de la verdad eterna.
2. Agustín en el libro I de La Trinidad: "La débil agudeza
de la mente humana no se fija en luz tan excelente si no es purificada por
medio de la justicia de la fe". Pero, si la luz de la verdad eterna fuera
la razón de conocer todas las verdades, sólo las almas purificadas
y santas conocerían la verdad. Mas esto es falso; por tanto, también
aquello de lo cual se deduce.
3. Y en el libro IX: "Por tanto la misma mente, igual que adquiere el conocimiento
de las cosas corpóreas por medio de los sentidos corporales, así
también adquiere el de las cosas incorpóreas por sí
misma"; luego parece que en el acto de conocer no es necesario que el entendimiento
conozca todo lo que conoce por medio de las razones eternas.
4. Y en el libro XII: "Hay que admitir que la naturaleza del alma racional
ha sido creada de tal manera que, orientada a las cosas inteligibles según
el orden natural por disposición del Creador, las ve en una especie
de luz incorpórea de su propio género, de la misma manera que
el ojo de la carne ve las cosas que están a su alrededor en esta luz
corporal"; luego parece que, lo mismo que para conocer las cosas sensibles
basta la luz creada de naturaleza corpórea, de manera semejante para
conocer las cosas inteligibles debe bastar la luz espiritual creada del mismo
género de la potencia cognoscitiva.
5. Gregorio en sus Morales: "Cuando la mente queda suspensa en la contemplación,
todo lo que ve perfectamente no es Dios". Ahora bien, la razón del
conocer se ve perfectamente en el conocimiento cierto; por tanto esta razón
no es Dios ni algo que esté en Dios, en consecuencia., etc.
6. Ahora bien, la razón del conocer se ve perfectamente en el conocimiento
cierto; por tanto esta razón no es Dios ni algo que esté en
Dios; en consecuencia, etc.
7. El Filósofo en el libro III sobre El alma dice que "nuestro entender
está unido con el espacio y el tiempo". Es así que las razones
eternas están totalmente por encima del tiempo; luego nuestro entendimiento
en el acto de entender no alcanza en absoluto aquellas razones.
8. Y en el mismo libro dice: "Lo mismo que en toda naturaleza hay algo con
lo cual es posible hacerlo todo y algo con lo cual es posible que todo sea
hecho, así también al tratarse del entendimiento es necesario
entender que hay un entendimiento agente y un entendimiento posible". Mas
esto basta para el conocimiento perfecto; por tanto, no es necesaria la ayuda
de la razón eterna.
9. La experiencia enseña que "de muchas sensaciones se forma un recuerdo;
de muchos recuerdos, una experiencia; de muchas experiencias, un universal,
el cual es principio del arte y del saber", porque, si perdemos un sentido,
perdemos el saber de aquellas cosas que se relacionan con ese sentido. Pero
el conocimiento cierto en el estado de viador viene de abajo; en cambio el
conocimiento en las razones eternas viene de arriba; por consiguiente, mientras
estamos en estado de viadores no nos pertenece el conocimiento por medio
de la luz de las razones eternas.
10. El conocimiento imaginativo no necesita una luz superior; al contrario,
la sola fuerza de la imaginación basta para imaginarnos cualquier
cosa. Luego, si el entendimiento es más poderoso que la imaginación,
bastará por sí mismo con mucha más razón para
conocer algo con certeza sin una luz superior.
11. Puede haber conocimiento cierto en la sensación sin la certeza
de la razón eterna. Luego, si el entendimiento es más poderoso
que la sensación, podrá con mucha más razón conocer
y entender con certeza sin aquella luz.
12. Para el conocimiento completo no se requiere más que un sujeto
que conoce, un objeto abstracto conocible y la conversión de aquél
hacia éste. Es así que todo esto puede darse por la fuerza
de nuestro entendimiento sin necesidad de la razón eterna; luego,
etc.
13. Para todo lo que puede libremente una facultad, no necesita ayuda ajena.
Pero “entendemos cuando queremos”; por consiguiente para conocer algo con
certeza no necesitamos la luz de la razones eternas.
14. Los principios del ser y del conocer son idénticos Ahora bien,
si los principios del ser propios e intrínsecos de las mismas criaturas
no son sino creados, todo lo que conocemos, lo sabemos por razones creadas.
en consecuencia, no lo conocemos por medio de razones y luces eternas
15. A cada objeto conocible corresponde su propia razón de conocerlo
para poder tener de el un conocimiento cierto. Mas las razones [eternas]
del conocer no las percibe distintamente ningún entendimiento viador;
por tanto, por medio de ellas no es posible conocer nada de un modo propio
y determinado
16. Supongamos que todo lo que se conoce con certeza, se conoce en la razón
eterna. Es así que «el que hace que una cosa exista, él
existe con más razón». Luego también las razones
eternas nos son conocidas con más razón; lo cual es manifiestamente
falso, ya que nos son desconocidísimas
17. Es imposible ver algo en un espejo sin ver el propio espejo. Luego, si
todo lo que se conoce con certeza, lo vemos en esas razones eternas, es necesario
que primero veamos la luz y la razón eterna. Mas esto es falso y absurdo.
por tanto también lo primero.
18. Supongamos que se conoce en aquellas razones eternas todo lo que se conoce
con certeza. Entonces aquellas razones son tan ciertas respecto a las cosas
contingentes como respecto a las necesarias, y respecto a las futuras como
respecto a las presentes. Luego tendríamos conocimiento cierto de
las cosas contingentes como lo tenemos de las necesarias, de las futuras
como lo tenemos de las presentes. Lo cual es falso; luego también
lo primero
19. Supongamos que conocemos en las razones eternas. Pero las razones eternas
son las causas supremas, y la sabiduría es el conocimiento de las
causas supremas; por consiguiente, cualquiera que conoce algo con certeza
es sabio. Pero esto es falso; en consecuencia, etc.
20. El conocimiento en la patria celestial es conocimiento por medio de las
razones eternas, en las cuales los bienaventurados ven todo lo que ven. Entonces
si todo conocimiento cierto fuera por medio de esas razones eternas, todos
los que conocen con certeza serían bienaventurados, y sólo
los bienaventurados conocerían con certeza; pero esto es falso.
21. Si todo lo que se conoce, se ve en las razones eternas, como el espejo
de las razones eternas es voluntario, y lo que se conoce en un espejo voluntario
se conoce por revelación, se sigue que todo lo que se conoce con certeza
se conoce a manera de profecía o por revelación.
22. Si todo lo que se conoce, se conoce en las razones eternas, se conocerá
veladamente o sin velo. Si se conoce veladamente, entonces no se conoce nada
claramente. Si se conoce sin velo, entonces todos ven a Dios y al ejemplar
eterno sin ninguna oscuridad. Mas eso es falso en el estado de viador; por
tanto, etc.
Contra los argumentos de razón tomados de Agustín pongo las
siguientes objeciones:
23. Si toda verdad inmutable está por encima de nuestra alma y por
ello es eterna y es Dios, siendo así que toda verdad de un principio
demostrativo es inmutable 8O, toda verdad de esta índole sena Dios;
luego no se sabría nada, sino Dios.
24. Si toda verdad inmutable es verdad del arte eterna, y ésta es
una sola, toda verdad inmutable no sena más que una. Es así
que sobre cualquier ente es posible encontrar alguna verdad inmutable (como
está a la vista; en efecto esta es una verdad inmutable: Si Sócrates
corre, Sócrates se mueve); luego según esto todos los entes
serían uno.
25. Si todo lo que es Dios debe ser adorado con culto de latría, y
toda verdad de un principio inmutable es Dios, entonces toda verdad de esa
índole debe ser adorada; en consecuencia la verdad de esta proposición:
Dos y tres son cinco, debe ser adorada.
26. Si toda verdad inmutable es Dios, entonces cualquiera que ve claramente
alguna verdad inmutable, ve claramente a Dios. Mas los demonios y los condenados
ven claramente algunas verdades inmutables; por tanto, ven claramente a Dios.
Pero esto es ser bienaventurados; en consecuencia los condenados son bienaventurados.
Es así que no hay nada más absurdo que esto; luego no hay nada
más absurdo que sostener que todo lo que conocemos, lo conocemos en
las razones eternas, si lo conocemos con certeza.
Conclusión
Para que el entendimiento tenga conocimiento cierto se requiere, hasta en
el viador, que de alguna manera se alcance la razón eterna como razón
reguladora y motiva, pero no sola y en su claridad, sino juntamente con la
propia razón creada y conocida como en un espejo y enigma
Respondo:
Para comprender lo dicho hasta aquí hay que tener en cuenta que, cuando
se dice que todo lo que se conoce con certeza se conoce a la luz de las razones
eternas, esto se puede entender de tres maneras.
Primera: Que la evidencia de la luz eterna concurre a la certeza del conocimiento
como razón total y única del conocer.
Y esta manera de entenderlo no es recta, porque según esto no se daría
ningún conocimiento de las cosas sino en el Verbo; y entonces no se
diferenciaría el conocimiento de los viadores del conocimiento de
los bienaventurados, ni el conocimiento en el Verbo del conocimiento en el
género propio, ni el conocimiento de la ciencia del conocimiento de
la sabiduría, ni el conocimiento de la naturaleza del conocimiento
de la gracia, ni el conocimiento de la razón del conocimiento de la
revelación y como todo esto es falso, no se debe en modo alguno seguir
este camino.
Pues de esta tesis, que sostuvieron algunos, como los primeros Académicos,
que no se puede conocer nada sino en el mundo arquetípico e inteligible,
nació el error, como dice Agustín en el libro II Contra los
Académicos, de que no es posible saber nada en absoluto, como sostuvieron
los nuevos Académicos, porque ese mundo inteligible está oculto
a las mentes humanas. Y por eso, queriendo mantener la primera opinión
y su propia tesis, cayeron en error manifiesto, porque "un pequeño
error en el principio se hace grande al final".
Segunda: Que la razón eterna concurre necesariamente al conocimiento
cierto influyendo en él, de manera que el que conoce, en el acto de
conocer no alcanza la misma razón eterna, sino sólo su influencia.
Y esta manera de expresarse es insuficiente según palabras de san
Agustín, que demuestra con palabras expresas y con argumentos que
la mente en el conocimiento cierto se debe regir por reglas inmutables y
eternas, no como por un hábito de la propia mente, sino como por reglas
que están por encima de ella en la verdad eterna. Y por eso, decir
que nuestra mente al conocer no se extiende más allá de la
influencia de la luz increada es decir que Agustín se equivocó,
ya que al exponer sus textos no es fácil traerlos a este sentido.
Y es enteramente absurdo decir esto de un Padre y Doctor tan grande, el más
auténtico entre todos los comentaristas de la Sagrada Escritura.
Además, esa influencia de la luz eterna o es general, en cuanto que
Dios influye en todas las criaturas, o es especial, como Dios influye por
la gracia. Si es general, entonces no se debe decir que Dios es más
dador de la sabiduría que fecundador de la tierra, ni se podría
decir que la ciencia viene de Él más que el dinero. Si es especial,
cual lo es en la gracia, entonces, según esto, todo conocimiento es
infuso, y ninguno es adquirido o innato. Todo lo cual es absurdo.
Y por esto hay una tercera manera de entenderlo, como siguiendo un camino
entre los dos anteriores, a saber, que para el conocimiento cierto se requiere
necesariamente la razón eterna como reguladora y razón motriz,
no ciertamente como sola y en su absoluta claridad, sino junto con la razón
creada y como contuida en parte por nosotros según nuestro estado
de viadores.
Y esto nos lo insinúa Agustín en el libro XIV, capítulo
15 de La Trinidad: "Se acuerda el impío de volverse al Señor
como a aquella luz por la cual era tocado en cierto modo cuando se alejaba
de él. Pues de aquí viene que hasta los impíos piensan
en la eternidad, - y reprenden muchas cosas acertadamente, y acertadamente
las alaban en la presente, y acertadamente las alaban en la conducta humana".
Donde añade también que esto lo hacen por las reglas que "están
escritas en el libro de aquella luz que se llama verdad".
Y que nuestra mente en el conocimiento cierto alcance en alguna manera aquellas
reglas y razones inmutables, lo requiere necesariamente la nobleza del conocimiento
y la dignidad del que conoce.
La nobleza del conocimiento, digo, porque no puede haber conocimiento cierto
si no hay por parte del objeto conocible inmutabilidad, e infalibilidad por
parte del sujeto que conoce. Mas la verdad creada no es inmutable de manera
absoluta sino de manera condicional. De igual manera la luz de la criatura
no es totalmente infalible por su propia fuerza, ya que la una y la otra
son creadas y han pasado no ser al ser. Por tanto, si para el conocimiento
pleno se recurre a la verdad totalmente inmutable y estable y a la luz totalmente
infalible, es necesario que este conocimiento se recurra al arte de Dios
como a luz y verdad; luz, digo, que da infalibilidad al sujeto que conoce,
y verdad que da inmutabilidad al objeto conocible.
De aquí que, existiendo las cosas en la mente humana y en su género
propio en el arte eterna, no basta a la misma alma para el conocimiento cierto
la verdad de las cosas según existen en ella misma o según
existen en su género propio, porque en ambos casos son mudables, si
no las alcanza de alguna manera según existen en el arte eterna.
Esto mismo lo requiere también la dignidad del que sabe. Pues, teniendo
el alma racional una porción superior y otra inferior, lo mismo que
para que haya pleno juicio deliberativo de razón en el orden práctico
no basta la porción inferior sin la superior, así tampoco basta
para que haya pleno juicio de razón en orden especulativo. Y esta
porción superior es en donde está la imagen de Dios, y no sólo
se adhiere a las reglas eternas, sino también por medio de ellas juzga
y define con certeza todo lo que define, y esto es competencia suya en cuanto
imagen de Dios.
Pues la criatura se refiere a Dios como vestigio, imagen y semejanza. En
cuanto vestigio se refiere a Dios como a su principio; en cuanto imagen se
refiere a Dios como a su objeto; pero en cuanto semejanza se refiere a Dios
como a un don infuso. Y por eso toda criatura en la que procede de Dios es
su vestigio; toda criatura que conoce a Dios es su imagen; es su semejanza
toda y sola la criatura en la que habita Dios. Y según estos tres
grados de referencia a Dios son los tres grados de cooperación divina
"'.
En la obra que procede de la criatura como vestigio, coopera Dios como principio
creador; en la obra que procede de la criatura como semejanza, por ejemplo
en la obra meritoria y agradable a Dios, coopera Dios como don infuso; y
en la obra que procede de la criatura como imagen, coopera Dios como razón
que mueve y tal es la obra del conocimiento cierto, que ciertamente no procede
de la razón inferior sin la ayuda de la superior.
Por consiguiente, como el conocimiento cierto es propio del espíritu
racional en cuanto es imagen de Dios, por eso en este conocimiento alcanza
las razones eternas. Pero como en el estado de viador no es todavía
plenamente deiforme por eso no las alcanza clara y plena y distintamente,
sino que, según se acerca más o menos a la deiformidad, así
las alcanza más o menos, pero siempre las alcanza de alguna manera,
porque no puede nunca separarse de él el carácter de imagen.
De aquí que, como en el estado de inocencia era imagen de Dios sin
la deformidad de la culpa, pero no tenía todavía la deiformidad
plena de la gloria, por eso las alcanzaba en parte, pero no en enigma. En
el estado de naturaleza caída carece de deiformidad y tiene la deformidad,
por eso las alcanza en parte y en enigma. Y en el estado de gloria carece
de toda deformidad y tiene la deiformidad plena; por eso las alcanza plena
y claramente.
Por otro lado, como el alma no es de por sí imagen entera de Dios,
por eso alcanza, junto con las razones eternas, las semejanzas abstraídas
de la imagen sensible como razones propias y distintas del conocer lió,
sin las cuales la luz de la razón eterna no le basta para conocer
mientras está en estado de viador, a no ser que casualmente transcienda
este estado por revelación especial, como sucede en los que son arrebatados
y en las revelaciones de los que son arrebatados y en las revelaciones de
algunos profetas.
Por consiguiente hay que admitir, como demuestran los argumentos de razón
y afirman expresamente los textos de Agustín, que en todo conocimiento
cierto son alcanzadas por el que conoce aquellas razones de conocer, aunque
de una manera por el viador y de otra por el bienaventurado, de una manera
por el científico otra por el sabio, de una manera por el profeta
y de otra por el que entiende de una manera corriente, como ya quedó
claro y quedará en las soluciones de las objecio
Solución de las objeciones
1. Por tanto, a la objeción: Dios habita en una luz inaccesible [1Tim
6,16] hay que decir que [san Pablo] habla del acceso a aquella luz en la
plenitud y fulgor de su claridad, pues en ese caso no se accede a ella por
el poder de la criatura sino por la deiformidad de la gloria.
2. A la objeción: "La débil agudeza de la mente humana no se
fija en luz tan excelente...", hay que decir que para que conozca por medio
de las razones eternas no es necesario que se fije en ellas, a no ser en
el conocimiento sapiencial. Pues de una manera alcanza aquellas razones el
sabio y de otra el científico: el científico las alcanza como
razones que mueven, el sabio como razones que aquietan; y a esta sabiduría
no llega nadie "si antes no queda limpio por la justicia de la fe" ".
A la objeción: La mente tiene conocimiento de las cosas incorpóreas
por sí misma, hay que decir que lo mismo que en las obras de la criatura
no se excluye la cooperación del Creador. Así en la razón
creada del conocer no se excluye la razón increada del conocer, sino
más bien se incluye en la misma.
4. A la objeción: La mente ve las cosas en una luz de su propio género,
se puede decir que en sentido lato se dice luz de su propio género
toda luz incorpórea sea creada o sea increada; o que si se entiende
de la luz creada, por ello se excluye la luz increada; ni se sigue que no
conozcamos en la verdad eterna sino que no conocemos en ella sola, sino también
en la luz de la verdad creada y esto es verdad y no se opone a la tesis que
hemos dicho.
5. A las objeciones tomadas de Gregorio y Dionisio hay que decir que ninguno
de los dos dice que no sea alcanzada por nuestras mentes aquella luz de la
verdad que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, sino que en esta
vida no es vista todavía plenamente.
7.8.9. A las objeciones tomadas del Filósofo, de que conocemos condicionados
al espacio y al tiempo, y que tenemos entendimiento posible y entendimiento
agente, y que el conocimiento humano supone la experiencia, hay que decir
que afirma que en nuestro conocimiento intelectivo concurren la luz y la
razón de la verdad creada. Pero, sin embargo, como ya se ha dicho,
no se excluye la luz y la razón de la verdad eterna, ya que es posible
que el alma con su porción inferior alcance las cosas de abajo, mientras
que su porción superior alcanza las cosas de arriba.
10. A la objeción acerca del conocimiento imaginativo hay que decir
que no hay paridad, porque ese conocimiento no da certeza, y por eso no recurre
a lo inmutable.
11. A la objeción acerca del conocimiento sensible hay que decir que
no hay paridad entre la certeza de la sensación y la del entendimiento.
Pues la certeza de la sensación viene de la dependencia de la potencia
que actúa en virtud de una determinación natural hacia su objeto.
En cambio la certeza del entendimiento no puede venir de esta determinación,
ya que es una potencia libre para entender todas las cosas, y por eso es
necesario que venga por medio de algo que no implique dependencia, sino libertad,
sin los defectos de la mutabilidad y la falibilidad. Y tal es la luz y la
razón de la verdad eterna, y por eso se recurre a ella como a fuente
de toda certeza.
12. A la objeción: Para conocer no se requiere nada más que
un sujeto que conoce, un objeto conocible y la conversión de aquél
hacia éste, hay que decir que esta conversión incluye un juicio,
y que un juicio no llega a ser cierto sino en virtud de una ley cierta e
injuzgable, según dice Agustín en sus libros de La verdadera
religión y El libre albedrío: "Nadie juzga de la verdad, y
sin la verdad nadie juzga bien", Por eso se incluye aquí la razón
y la verdad eterna.
13. A la objeción: Entendemos cuando queremos, luego no necesitamos
ayuda exterior, hay que decir que la ayuda exterior puede ser de dos clases:
una que siempre está presente, otra que está ausente y distante.
La objeción no es concluyente respecto a la primera, sino respecto
a la segunda, como es evidente. Porque, si la luz corporal estuviera siempre
presente en el ojo como la luz espiritual está siempre presente en
la mente, veríamos cuando quisiéramos, como entendemos cuando
queremos.
14. A la objeción: Los principios del ser y del conocer son idénticos,
hay que decir que lo mismo que los principios idénticos, hay que decir
que lo mismo que los principios intrínsecos del ser no bastan para
dar el ser sin la ayuda del primer principio extrínseco, es decir,
Dios, así tampoco bastan para el conocimiento pleno. De aquí
que, aunque aquellos principios sean de alguna manera razón de conocer,
no por ello excluyen de nuestro conocimiento aquella razón primera
del conocimiento, lo mismo que no la excluyen de la creación en el
acto del ser
A la objeción: A cada objeto conocible corresponde su propia razón
de conocerlo, hay que decir que, como no vemos con total distinción
las razones eternas en sí mismas, por eso no son la razón total
de conocer, sino que se requiere junto con ellas la luz creada de los principios
y las semejanzas de las cosas conocidas, de las cuales se obtiene la razón
propia del conocer con relación a cualquier objeto conocido.
A la objeción: "El que hace que una cosa exista, él existe
con más razón", hay que decir que, como ya queda patente, la
razón eterna no mueve a conocer sola, sino junto con la verdad de
los principios, no de la manera especial que le es propia, sino de una manera
general mientras el hombre está en estado de viador. Y por eso no
se sigue que ella nos sea conocida en sí misma, sino como resplandece
en sus principios y en su generalidad, y de esta manera es en cierto modo
la cosa más cierta para nosotros, porque nuestro entendimiento no
puede pensar en modo alguno que ella no exista; lo cual no puede decirse
de ninguna verdad creada.
17. A la objeción del espejo hay que decir que es verdad si hablamos
del espejo que tiene capacidad de representación propia y distintamente,
y que con la capacidad de representar tiene capacidad de objeto último,
como está claro en el espejo material, que representa distinta y propiamente
la imagen visible y es objeto último del acto de ver. Mas estas condiciones
se cumplen en el espejo eterno con relación a los bienaventurados,
como queda claro de lo dicho anteriormente.
18. A la objeción: Las razones eternas son tan ciertas con relación
a las cosas contingentes como con relación a las necesarias, hay que
decir que esta objeción sería concluyente si las razones eternas
fueran la razón total del conocer, y si en ellas conociéramos
plenamente. Pero ahora no es así en el estado de la vida presente,
ya que junto con las razones eternas necesitamos de las representaciones
propias y de los principios de las cosas, recibidos de forma determinada;
y esto no se encuentra en los seres contingentes, sino sólo en los
necesarios.
A la objeción: Si conocemos en las razones eternas, todo el que conoce
es sabio, hay que decir que no es lógica esa conclusión, ya
que alcanzar esas razones no hace al sabio, a no ser que uno descanse en
ellas y sepa que las alcanza, lo cual sí es propio del sabio. Pues
tales razones son alcanzadas por los entendimientos de los científicos
como conductoras; mas por los entendimientos de los sabios como reductoras
al primer principio y aquietadoras. Y porque son pocos los que las alcanzan
de esta manera, por eso son pocos los sabios, aunque muchos los científicos.
Son ciertamente pocos los que saben que alcanzan esas razones; y lo que es
más, son pocos los que quieren creer esto, porque parece difícil
al entendimiento no elevado todavía a la contemplación de las
cosas eternas el hecho de tener a Dios tan presente y cercano, a pesar de
decir Pablo en Hechos 17 [27]: a que no está lejos de cada uno de
nosotros».
A la objeción que hace referencia al conocimiento en la patria celestial
ya queda clara la respuesta, puesto que es grande la diferencia entre el
conocimiento parcial y en enigma y el conocimiento perfecto y distinto, como
arriba queda dicho.
21. A la objeción: El espejo de las razones eternas es voluntario,
etc., hay que decir que, como dice el Apóstol, Rom 1 [19]: «lo
que de Dios es conocido es manifiesto entre ellos»: aunque Dios es
simple y uniforme, sin embargo aquella luz eterna y aquel ejemplar reproducen
algunas cosas exterior y abiertamente, y otras más profunda y ocultamente.
Las primeras son las que se hacen según la ordenación necesaria
del arte divino; las segundas son las que se hacen según la disposición
de su voluntad oculta. Y el hecho de llamarse espejo voluntario no hace relación
a las cosas creadas de la primera manera, sino de la segunda. Y por eso en
las razones eternas las cosas naturales son conocidas por la facultad natural
de juzgar de la razón; en cambio, las sobrenaturales y futuras, sólo
[son conocidas] con el don de la revelación de lo alto. Por eso esta
objeción no prueba nada contra la tesis propuesta.
22. A la objeción: Todo lo que se conoce en las razones eternas, se
conoce veladamente o sin velo..., hay que decir que en el estado de viador
no se conoce en las razones eternas sin velo y sin enigma a causa del oscurecimiento
de la imagen de Dios. De esto no se sigue, sin embargo, que no conozcamos
nada con certeza y claridad, puesto que los principios creados, que de algún
modo son medios de conocer, pueden ser vistos por nuestra mente claramente
y sin velo, aunque no sin la ayuda de aquellas razones.
Sin embargo, si se dijera que en esta vida no conocemos nada plenamente,
no seria un gran inconveniente.
23. 24. 25. 26. A las objeciones contra los argumentos de razón tomados
de Agustín, o sea, que si la verdad inmutable es Dios, entonces la
verdad del principio demostrativo sería Dios, y que todas las verdades
serian una sola, y que deberían ser adoradas, y que los demonios verían
a Dios, hay que decir que verdad inmutable tiene dos sentidos, absoluto y
relativo. Cuando se dice que la verdad inmutable es superior a nuestra alma
y es Dios, se entiende de la verdad inmutable en sentido absoluto. Pero cuando
se dice que la verdad del principio demostrativo es inmutable, si esta verdad
nombra algo creado, está claro que no es inmutable en sentido absoluto,
sino en sentido relativo, ya que toda criatura empieza en la nada y puede
terminar en la nada.
Y si se objeta que esta verdad es «per se» cierta en sentido
absoluto para nuestra alma, hay que decir que, aunque el principio demostrativo,
en cuanto dice algo complejo, sea creado, no obstante la verdad expresada
por él puede ser significada de las siguientes maneras: según
está en la materia, o según está en el alma, o según
está en el arte divino, o ciertamente de todas estas maneras a la
vez. Pues la verdad en una señal externa es señal de la verdad
que está en el alma, ya que "las palabras son señales de los
afectos que hay en el alma". Mas el alma en su porción superior mira
a las cosas de arriba, de igual manera que en su porción inferior
mira a estas cosas de abajo, pues está entre las cosas creadas y Dios;
y por eso la verdad que hay en el alma mira a aquellas dos verdades como
medio entre dos extremos, de manera que de la verdad de aquí abajo
recibe certeza relativa, y de la verdad de arriba recibe certeza absoluta.
Y por eso este género de 127a] verdad como inmutable en sentido absoluto
es superior al alma, como demuestran los argumentos de razón tomados
de Agustín. Las objeciones, por el contrario, parten del concepto
de verdad inmutable en sentido relativo, que es la que tiene en cuenta propiamente
el arguyente, y que se multiplica en las diversas cosas, y no es adorable,
y puede ser vista por los demonios las diversas cosas, y no es adorable,
y puede ser vista por los demonios y los condenados. Pues aquella verdad
inmutable en sentido absoluto no pueden verla sino los que pueden entrar
en el silencio intimo del alma, al cual no llega ningún pecador, sino
aquel solo que está completamente enamorado de la eternidad.
CUESTIÓN V.
Si tuvo el alma de Cristo sólo la sabiduría increada, o tuvo
también la sabiduría creada junto con la increada
Después de haber tratado de la sabiduría de Cristo en cuanto
Verbo de Dios, se plantea la cuestión sobre la sabiduría del
alma de Cristo. Y en primer lugar se inquiere si tuvo sólo la sabiduría
increada, o tuvo también la sabiduría creada junto con la increada.
Y parece que tuvo solamente la sabiduría increada.
Argumentos a favor
1. Eclesiástico, 1 [1]: Toda sabiduría viene del Señor
Dios y con Él estuvo siempre y existe antes del tiempo. Mas todo lo
que existe antes del tiempo es eterno; por tanto toda sabiduría es
eterna; en consecuencia, si el alma de Cristo fue sabia con una sola sabiduría,
fue sabia con sola la sabiduría eterna.
Si dices que la sabiduría se dice que estuvo con Dios como en su causa,
con la misma razón se puede decir de cualquier criatura, y esto no
hace a la misma sabiduría especialmente digna de alabanza.
Si dices que toda sabiduría quiere decir la sabiduría perfecta,
con esto no está de acuerdo lo que sigue en el texto, ya que habla
de aquella sabiduría a cuya adquisición invita, como se colige
claramente de lo que sigue.
2. Agustín, El libre albedrío, 11: "Con la verdad y la sabiduría
que es común a todos, todos se hacen sabios adhiriéndose a
ella; en cambio, con la bienaventuranza de uno no se hace bienaventurado
otro, ni con la justicia de uno se hace justo el otro, sino ajustando el
alma a aquellas reglas inmutables y luces de virtudes, que viven inmutablemente
en la misma verdad y sabiduría común". Por consiguiente, si
la sabiduría de todos los sabios es una sola y no es una sola la bienaventuranza
de todos los bienaventurados, como, hablando causalmente, en ambos casos
se trata de buscar la unidad, es necesario admitir que formal y propiamente
la sabiduría es una y con ella todos son sabios. Y ésta no
puede ser la sabiduría creada, luego, si el alma de Cristo es sabia,
es sabia con la sabiduría increada.
3. Agustín en su libro ochenta y tres cuestiones, en la cuestión
acerca de las maneras de tener: "La sabiduría, cuando se acerca al
hombre, no cambia ella, sino que cambia al hombre, y lo hace de necio sabio".
Es así que, si la sabiduría significara un hábito creado,
entonces ciertamente cambiaría, porque pasaría [en el hombre]
del no ser al ser; luego significa sólo algo increado; en consecuencia
se sigue lo mismo que en el número anterior.
4. Hugo en su tratado Sobre la sabiduría del alma de Cristo: "Una
sola es la sabiduría con que todos son sabios, y sin embargo no son
todos sabios de la misma manera; mucho más sabia fue con esta sabiduría
aquella alma que estuvo unida a la Sabiduría misma, la cual no floreció
por participar en ella, sino que tuvo la plenitud por el privilegio de la
unidad". Luego, si la plenitud de la sabiduría no es sino la sabiduría
increada, parece, etc.
5. Hugo argumenta de esta manera: Si la sabiduría es un accidente,
como la sabiduría es lo que hace bienaventurados a los sabios, nuestra
bienaventuranza consistirá en un accidente. Mas los accidentes son
mudables; por tanto nuestra bienaventuranza será mudable en sumo grado.
6. El que da algo a alguien, lo tiene él de alguna manera. Es así
que la sabiduría da el saber al sabio; luego la sabiduría es
sabia Pero si es sabia no es por otro sino por sí misma; por consiguiente
toda sabiduría con laque el sabia es sabio, es sabiduría que
es sabia por sí misma. Mas una tal sabiduría no es sino la
sabiduría increada; por tanto, si el alma de Cristo es sabia con tal
sabiduría, es evidente que, etc.
7. La perfección es más noble que lo que se puede perfeccionar,
y el sabio más noble que el no sabio, y el inteligente más
noble que el no inteligente. Luego, como la sabiduría es la perfección
del sabio, y el sabio es sabio e inteligente con la sabiduría, es
necesario que la sabiduría sea sabia e inteligente. Pero no puede
ser sabia sino por sí misma y tal sabiduría es la sabiduría
increada; por consiguiente, etc.
Con estos argumentos de razón y de autoridad se demuestra que el alma
de Cristo es sabia sólo con la sabiduría increada, y no sólo
ella, sino también cualquier otra alma que tenga sabiduría.
Pero se demuestra más especialmente acerca del alma de Cristo de la
siguiente manera.
8. La sabiduría hace sabio a aquel a quien se une. Es así que
la sabiduría increada se une al alma de Cristo; luego el alma de Cristo
se hace sabia con la sabiduría increada.
Si dices que se une mediante la sabiduría creada que dispone a la
misma alma para la unión, te contesto: La disposición intermedia
es anterior y más inmediata y más esencial que aquello para
lo que es dispuesta, porque tiene la función de medio que introduce.
Mas el alma de Cristo está ordenada a la unión hipostática
antes y más inmediata y esencialmente que a algún accidente
que hay en ella; por tanto, si el Verbo eterno y la Sabiduría de Dios
es hipóstasis y persona con relación a la naturaleza divina
y humana, el alma de Cristo tiene una relación anterior y más
inmediata y más esencial con la sabiduría increada que con
la sabiduría creada; en consecuencia, etc.
9. Cuanto mayor es la sabiduría, tanto más conocible es y tanto
más capaz de hacer conocer. Pero la sabiduría creada es menor
que la sabiduría increada y tiene capacidad de hacer que conozca el
alma en la que está presente; por consiguiente con mucha más
razón la sabiduría increada. Es así que esta sabiduría
estaba muy presente en el alma de Cristo; luego, etc.
10. Para que haya conocimiento no se requiere nada más que el sujeto
que conoce y el objeto conocible y la razón de conocer. Mas todo esto
se daba en aquella alma en cuanto estaba unida al Verbo eterno; por tanto
era sabia con la sabiduría increada, excluida toda sabiduría
creada.
11. "Lo mismo que el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida
del alma" y de manera mucho más excelente. Pero el alma puede dar
vida al cuerpo por sí misma; por consiguiente, con mucha más
razón el mismo Dios dará vida por sí mismo al alma,
y sobre todo a aquella a la que está unida en el más alto grado.
Mas así estaba el alma de Cristo; por tanto, etc.
12. Si Dios conociera por medio de alguna cosa distinta de Él, se
rebajaría su conocimiento, porque la razón de su conocimiento
serla o más noble o menos noble, y de cualquiera de estas dos maneras
quedaría rebajado el conocimiento divino. Luego, si el alma de Cristo
conoce por medio de alguna cosa creada distinta de ella, se rebaja su conocimiento,
porque o esa cosa es menos noble y así es perfeccionada por una cosa
menos noble, o es más noble, y entonces el alma de Cristo no es la
más noble de todas las criaturas. Por tanto, si es la más noble
dentro de los límites de toda la nobleza creada, es imposible que
conozca algo si no es por sí misma o por medio de la sabiduría
increada.
13. Cuanto más inmediatamente se acerca un entendimiento a la fuente
de la sabiduría, tanto más sabio es '9. Es así que el
alma de Cristo es la más sabia; luego se acerca a la sabiduría
increada de la manera más inmediata; en consecuencia, excluida toda
otra sabiduría, es sabia con aquella sabiduría eterna.
14. El alma de Cristo está unida a la divina majestad de tal manera
que debe ser honrada con el mismo honor con que es honrada la divina majestad,
Luego por la misma razón está tan unida a la luz eterna que
es sabia con la misma sabiduría que la luz eterna. Mas ésta
es únicamente la sabiduría increada; por tanto el alma de Cristo
es sabia únicamente con la sabiduría increada.
15. Donde está la plenitud de la sabiduría está de más
poner la sabiduría parcial. Pero en Cristo está la plenitud
de la sabiduría, porque plago al Padre que habitara en él toda
plenitud, Col 1 [19]; por consiguiente, si toda sabiduría creada es
parcial, está de más poner en Cristo o en su alma la sabiduría
creada.
16. La naturaleza no emplea muchos medios para hacer una cosa que puede hacer
con pocos, y esto redunda en alabanza de la naturaleza creada; luego, si
la alabanza que se atribuye a la naturaleza creada puede atribuirse a la
naturaleza increada, ya que la sabiduría increada es por sí
misma suficientísima, porque es del todo completa y plena; luego parece
que la sabiduría creada está de más en Cristo. Mas en
Cristo no hay que poner nada superfluo; por tanto, etc.
17. Siempre que varias luces materiales convergen en el mismo medio, de manera
que una sea mayor que la otra, una oscurece la otra, no porque sea contraria,
sino porque es más intensa. Ahora bien, si la sabiduría increada
aventaja a la creada mucho más que alguna luz material supera a otra
por pequeña que sea, la sabiduría increada oscurecerá
a la otra. Pero no hay que poner en Cristo ninguna sabiduría oscurecida;
por consiguiente, etc.
18. Más dista el conocimiento creado del increado que la opinión
de la ciencia, o la fe de la visión clara y descubierta. Es así
que en el mismo sujeto no puede haber a la vez opinión y ciencia,
ni fe y visión clara y descubierta; luego tampoco sabiduría
creada con sabiduría increada.
Argumentos en contra
1. Jesús crecía en sabiduría y en edad y en gracia delante
de Dios y de los hombres [Lc 2,52]. Mas esto no podía ser por la sabiduría
increada; por tanto, además de esa tema la sabiduría creada.
2. Dice el Damasceno que en Cristo a causa de sus dos naturalezas es necesario
admitir que hubo dos voluntades. Luego por igual razón dos conocimientos,
por tanto dos ciencias, y por tanto dos sabidurías.
3. Nadie es bueno si no lo informa la bondad; por tanto nadie es sabio si
no lo informa la sabiduría. Pero la sabiduría increada no puede
ser forma de ninguna criatura, sino sólo ejemplar; por consiguiente,
si el alma de Cristo es sabia con alguna sabiduría que la informe,
es necesario que, además de la sabiduría increada, tenga también
la sabiduría creada que la informe.
4. La sabiduría es accidental al sabio creado, el cual no es sabio
por sí mismo. Es así que la sabiduría increada, como
es Dios, no puede ser accidental para nadie; luego es necesario que, además
de la sabiduría increada, admitamos en el alma de Cristo alguna sabiduría
creada, ya que la sabiduría no es para ella esencial, sino accidental.
5. La perfección consiste en ser y ser bien. Mas Dios no es forma
perfectiva de ninguna criatura en cuanto al ser; por tanto tampoco en cuanto
al ser bien.
Pero la sabiduría es forma perfectiva de la misma alma de Cristo sabio
en cuanto al ser bien; por consiguiente esta sabiduría no puede ser
la sabiduría increada; luego, etc.
6. El alma de Cristo no es sabia por esencia, ya que es sabia por algo distinto
de ella. Luego, si es sabia, es sabia por participación. Es así
que no participa de la sabiduría eterna según su esencia, ya
que ésta es simple; luego es necesario que participe de ella según
su influencia. Mas tal influencia es creada; por tanto es necesario que el
alma de Cristo sea sabia por la sabiduría creada.
7. El alma de Cristo es de la misma naturaleza que las otras almas. Pero
ninguna alma alcanza plenamente la fuente de la sabiduría eterna si
no es deiforme; y deiforme no puede ser sino por algún don dado a
ella que le dé forma y la haga conforme a Dios; y tal don es la gracia
y la sabiduría creada; por consiguiente es necesario que el alma de
Cristo sea sabia por la sabiduría creada.
8. Dios, siendo luz y sabiduría, es conocido de diversas maneras por
diversas almas, y por el alma de Cristo es conocido de manera más
excelente que por otras. Por tanto, esto es o por razón del mismo
Dios conocido, o por razón de la capacidad cognoscitiva, o por razón
de algo que la dispone a conocer. No es por razón del mismo Dios,
ya que Él no tiene en sí ninguna variación; ni sólo
por razón de la potencia cognoscitiva, porque entonces, los que tuvieran
mejores dotes naturales, serien más sabios y mejores, lo cual es falso
38; luego será por razón de algún hábito intermedio
que la dispone. Pero este hábito no es sino la sabiduría creada;
por consiguiente, etc.
9. La sabiduría increada de Dios por su esencia está presente
en el mayor grado posible en todos los entendimientos. Luego, si hiciera
sabios con sola su presencia, cualquier entendimiento seria sabio. Y como
esto es manifiestamente falso, se sigue que además de su presencia
se requiere su influencia. Luego, si el alma de Cristo es sabia, es evidente,
etc.
10. El Verbo de Dios, que es la Sabiduría, está unido a los
oíos de Cristo, y sin embargo los ojos no son sabios. Luego para que
el alma de Cristo sea sabia no le basta la unión hipostática.
En consecuencia es necesario que se una como el sujeto que conoce se une
al objeto conocible. Y toda unión de esta índole se hace por
asimilación. Es así que toda asimilación se hace según
alguna cualidad; luego es necesario que al alma de Cristo se le conceda una
cualidad espiritual creada, por medio de la cual sea idónea para conocer.
Mas a ésta la llamamos sabiduría creada; por tanto, etc.
Conclusión
El alma de Cristo, por ser criatura, estuvo dotada de la sabiduría
creada y la sabiduría increada
Respondo:
Para entender lo dicho hasta aquí hay que tener en cuenta que, como
queda claro en la cuestión anterior, para el conocimiento cierto no
basta la influencia de la luz eterna sin su presencia, ya que ninguna cosa
creada puede dar estabilidad al alma con la certeza perfecta hasta el extremo
de que llegue a la verdad inmutable y a la luz infalible. De la misma manera
hay que entender que para el conocimiento sapiencial no basta la presencia
de esa luz eterna sin su influencia, no por defecto suyo, sino por defecto
nuestro, ya que la inteligencia creada no llega a aquella sabiduría
fontal. Si no ha sido hecha deiforme, y por ello elevada y habilitada: elevada
sobre sí misma y habilitada en sí misma. Por eso es necesario
que se le dé algún don de arriba, el cual, sin embargo, le
sea proporcional y se le adhiera. Y esto es lo que llamamos influencia de
la luz eterna, y porque habilita al alma para la sabiduría, la llamamos
sabiduría creada. Sin embargo, porque esta misma influencia no habilita
ni eleva si no está unida a la luz eterna como a principio que mueve
y razón que dirige y fin que aquieta, por eso no obtiene la razón
de sabiduría por sí misma, sino por razón de aquella
de quien mana, según la cual dirige y a quien conduce, y esta es la
sabiduría increada.
Y por eso según aquellos sabios a quienes fue dado ascender sobre
si mismos, el nombre de sabiduría se da principal y propiamente sólo
a la sabiduría fontal e increada. Pero según los que hablan
y entienden comúnmente se da ese nombre no sólo a ésta,
sino también a su influencia, que habilita al alma humana para el
conocimiento perfecto. Y según esto hay que conceder que el alma de
Cristo, por ser criatura, tuvo la sabiduría creada y la sabiduría
increada: la increada como principio que mueve principalmente el alma y la
dispone y aquieta; la creada como principio que informa, habilita y eleva
el alma para que pueda llegar plenamente a la increada.
Y está claro que concurren las dos a la vez por aquello que dice Agustín,
La Trinidad, IX, 7: "En aquella eterna Verdad, por la cual han sido hechas
todas las cosas temporales, vemos con la vista del alma el modelo según
el cual somos y según el cual hacemos algo con razón verdadera
y recta, sea en nuestro interior sea en los objetos materiales, y el verdadero
conocimiento de las cosas, que hemos concebido gracias a ella, lo tenemos
en nosotros como palabra, y diciéndola la engendramos en nuestro interior,
y no se separa de nosotros al nacer".
De lo cual queda claro que en la sabiduría concurren la Verdad eterna
y el conocimiento de la verdad concebido en nosotros, el cual informa a nuestra
propia alma.
Solución de las objeciones
1. A la primera objeción: Toda sabiduría viene del Señor
Dios, hay que decir que sabiduría aquí no se toma en el sentido
de hábito que informa al alma del sabio y la habilita para conocer,
sino en el sentido de razón inmutable del conocer. Y toda razón
de esta índole está en el arte de Dios, porque es eterna, y
sin ella no puede existir la sabiduría creada, como queda demostrado
arriba. De aquí que de ese texto no se puede concluir que no debe
admitirse [en Cristo] la sabiduría creada.
2.3. A las objeciones tomadas de los dos textos de Agustín hay que
decir que los dos hay que entenderlos de la sabiduría increada, la
cual sin embargo no excluye la sabiduría creada, como resulta claro
de lo dicho anteriormente. Pero sin embargo, Agustín, hablando de
la sabiduría, siempre o la mayoría de las veces piensa en la
sabiduría increada, porque en comparación de ella no considera
la sabiduría creada digna del nombre de sabiduría; o porque
[la sabiduría creada] depende totalmente de ella a modo de influencia,
por lo cual más que un ente es una propiedad de un ente, y, más
que sabiduría debe ser llamada efecto e irradiación de la sabiduría.
Y si tú preguntas por qué no se puede decir lo mismo de la
bienaventuranza, siendo así que ella dimana totalmente de la bienaventuranza
eterna, hay que decir que la bienaventuranza eterna significa afecto que
se mantiene unido al sumo Bien; la sabiduría, en cambio, significa
conocimiento que contempla el sumo Bien. Y el afecto significa algo que sale
del alma; en cambio, el conocimiento significa algo que entra en el alma
s, Y porque los diversos afectos tienen diversos orígenes, por eso
se admiten formal y originalmente diversas bienaventuranzas. Pero en la sabiduría
no es así, la cual, por sí misma, mira a un solo origen, es
decir, a la luz eterna, de la cual y conforme a la cual viene todo conocimiento
cierto.
4.5. A la objeción tomada de Hugo hay que decir que las palabras de
Hugo concuerdan con las palabras de Agustín, porque él, como
hombre extático y sabio, pone su pensamiento sobre todo en la misma
fuente de la sabiduría.
De ahí que la objeción de que nuestra bienaventuranza no puede
estar en cosas accidentales, no quiere decir que no seamos dispuestos a la
bienaventuranza por alguna cosa accidental, sino que todo lo que es accidente
tiene más bien razón de camino que conduce a otro que de algo
que aquieta y consuma y de esta manera ponemos la sabiduría creada
en el alma de Cristo y en cualquier otra alma no como el elemento en que
descansa aquella bienaventurada alma, sino como el elemento que la reconduce
y la dispone a la sabiduría increada, la cual la hace bienaventurada
principal y esencialmente.
6.7. A las objeciones de que la sabiduría da el saber y que la sabiduría
es más noble que el sabio, hay que decir que no se dice propiamente
que la sabiduría creada nos dé el saber, sino más bien
que la sabiduría increada nos da el saber en ella misma, disponiéndonos
por medio de la sabiduría creada. Y por eso no se sigue que la sabiduría
creada sea sabia o tenga el saber en acto, puesto que no tiene razón
de ente completo, sino más bien razón de camino y de medio
que dispone, como se ve claro de lo dicho anteriormente.
8. A la objeción: La sabiduría hace sabio a aquel a quien se
une, hay que decir que la sabiduría puede unirse a alguien de muchas
maneras, ya como la hipóstasis se une a la naturaleza sustantificada
en ella, ya como la razón y la luz de conocer se une al que conoce
iluminado por ella. De la primera manera no hace sabio, ya que en ese caso
el cuerpo de Cristo, por estar unido a la sabiduría, sería
sabio; sino de la segunda manera. Y de esta forma no se une al alma de Cristo
sino mediante el don de la sabiduría creada, que es como la luz informativa
de la misma alma, que la hace deiforme y hábil para contemplar la
luz de la sabiduría increada.
9. A la objeción: Cuanto mayor es la sabiduría, tanto más
conocible es y tanto más capaz de hacer conocer, hay que decir que
esto es verdad de la sabiduría como principio influyente, pero no
es verdad de la sabiduría como principio informante a no ser que la
sabiduría sea tal que sea capaz por naturaleza de informar y de perfeccionar
y de unirse a otro como forma. Pero la sabiduría increada no es así,
sino la creada, y por eso no es concluyente aquella objeción.
10. A la objeción: Para que haya conocimiento no se requiere nada
más que el sujeto que conoce y el objeto conocible y la razón
de conocer, hay que decir que el sujeto que conoce puede entenderse como
la facultad de conocer sola o la facultad de conocer junto con su hábito.
Si se trata de la facultad con su hábito la objeción es verdadera,
y entonces se incluye en ella la ciencia creada, la cual habilita al alma
[para conocer la sabiduría increada]. Si se trata de la facultad sola,
entonces la objeción es falsa, y hay que responder por eliminación.
11. A la objeción: Dios es la vida del alma, como el alma es la vida
del cuerpo, hay que decir que el alma se dice vida del cuerpo en dos sentidos,
a saber, a modo de principio que da forma, o a modo de principio que influye,
porque el alma se relaciona con el cuerpo de dos maneras, a saber, como principio
que lo perfecciona o como principio que lo mueve 66. Por tanto cuando la
objeción demuestra que el alma al dar la vida al cuerpo se asemeja
a Dios, hay que decir que se entiende del alma en cuanto mueve el cuerpo,
no en cuanto lo perfecciona. Mas el alma mueve el cuerpo mediante su poder
y mediante su disposición que hace al cuerpo idóneo para recibir
la influencia del alma, y de esta manera la luz y el amor divinos mueven
al alma y le dan vida mediante la gracia y la sabiduría que le infunden.
12. A la objeción: Si Dios conoce por medio de alguna cosa distinta
de Él, se rebajará su conocimiento, hay que decir que no hay
paridad. Porque siendo Dios el ser más noble, no puede tener nada
más noble que Él, ni absoluta ni relativamente, ni en cuanto
al ser ni en cuanto al ser bien, porque el mismo ser es para Él el
ser bien. En cambio el alma de Cristo, aunque es más noble que las
demás criaturas por razón de la gracia de unión, a pesar
de ello, difieren en ella el ser y el ser bien, la sustancia y la disposición
accidental. Y como por medio de esa disposición recibe alguna plenitud,
por eso no es contrario a su nobleza como criatura que tenga algo más
noble que ella al menos en sentido relativo: pues la plenitud y perfección
última, en la cual se encierra el apetito de esta alma, es la sabiduría
increada, y a ella se dispone por medio de la influencia creada, como queda
claro de lo que se ha dicho.
13. A la objeción sobre el entendimiento que se acerca a la fuente
de la sabiduría de forma inmediata, hay que decir que hay un medio
que dispone y un medio que acompaña. El primero es intrínseco;
el segundo, extrínseco; el primero hace acercarse más; el segundo,
hace quedarse a distancia. Y la objeción es verdadera en cuanto al
medio que conduce. Mas la sabiduría creada, que se admite en Cristo,
tiene razón de medio que lo dispone a que saque perfecta e inmediatamente
de la fuente de la sabiduría eterna. Y como es evidente, el razonamiento
no procede.
14. A la objeción de que el alma de Cristo es adorada con culto de
latría por causa de la unión con la divina majestad..., hay
que decir que no se trata de lo mismo, porque la adoración es un acto
que se debe a la misma naturaleza por razón de la persona. Pues el
honor que se da a Cristo, no se le da ni a su alma por sí misma ni
a su cuerpo, sino a su persona, en la cual subsisten ambos. En cambio el
conocimiento es un acto que sale de la facultad de la misma alma. Y lo mismo
que la naturaleza divina y la humana en Cristo son distintas, así
también tienen diversas potencias y operaciones, y por ello, diversas
sabidurías y conocimientos, no así diversos honores. Por eso
no hay paridad.
15. A la objeción: Donde se debe poner la plenitud de la sabiduría,
está de más poner la sabiduría parcial, hay que decir
que es verdad cuando se trata del mismo objeto y desde el mismo punto de
vista. Cuando se dice que Cristo tuvo la plenitud de la sabiduría,
si se entiende de la plenitud absoluta y fuera de todo género, se
refiere a la naturaleza increada; mas si se entiende de la plenitud en general,
ésta se puede aplicar a su naturaleza creada, y esta plenitud es en
cierto modo parcial con respecto a la plenitud absoluta; y no está
de más, porque es más proporcionada al alma de Cristo, pues
por sí sola no tenía cabida para contener aquella inmensidad
de la sabiduría increada.
16. A la objeción: La naturaleza no emplea muchos medios..., hay que
decir que es verdad si con un medio se hace una cosa tan bien y tan ordenadamente
como con muchos. Pero aquí no es así, y no es por defecto de
la misma sabiduría que ilumina, sino por la naturaleza de la misma
alma que la recibe, como queda claro de lo que se ha dicho arriba.
17. A la objeción que se hace con el símil de las luces materiales,
hay que decir que no hay parecido, porque una de aquellas luces no dispone
para la otra; es más, cada una de por sí tiene su ser propio
y distinto, y por eso la actividad de una se ve menos que la actividad de
la otra, la cual por sobresalir más reclama la superioridad. Pero
en el caso presente no es así, porque la sabiduría creada prepara
para la sabiduría increada, y la creada no alumbra si no es por la
increada, y no se llega a la increada si no prepara la creada.
18. A la objeción sobre la distancia entre la ciencia creada y la
increada, y entre la opinión y la ciencia, hay que decir que no hay
parecido: porque la opinión y la ciencia están en el mismo
sujeto y según un mismo punto de vista y respecto al mismo objeto,
aunque tienen condiciones diversas y opuestas. En cambio, la sabiduría
creada y la increada, aunque son de distinta naturaleza, sin embargo no están
en el sujeto según un mismo punto de vista, ni tienen condiciones
tan diversas y opuestas; es más, tienen condiciones concomitantes'
parque ninguna cosa creada subsiste sino por el ser increado, Y así
queda clara la respuesta a todas las objeciones.
CUESTIÓN VI.
Si comprende el alma de Cristo la misma sabiduría increada
Admitido que el alma de Cristo es sabia con la sabiduría increada
y con la sabiduría creada a la vez, se plantea en consecuencia la
cuestión de si comprende la misma sabiduría increada.
Parece que sí:
Argumentos a favor
1. Juan 3 14: Dios da su Espíritu sin medida,. Dice la Glosa: "A los
hombres [lo da] con medida, mas al Hijo sin medida. Pero, lo mismo que lo
engendró todo entero de su totalidad entera, así también
dio su Espíritu entero al Hijo encarnado, no parcialmente y por partes,
sino de una manera general y universal". Mas la medida del conocimiento de
la verdad se corresponde a la medida del Espíritu concedido; por tanto,
si el alma de Cristo recibió el Espíritu Santo sin medida,
conoce a Dios sin medida. Y esto no es otra cosa que comprender la sabiduría
divina; luego, etc.
2. Agustín, La Trinidad, XIII, 19: "En el Verbo reconozco al verdadero
Hijo de Dios, en la carne al verdadero hijo del hombre, unidos ambos en una
sola persona de Dios y del hombre por la largueza de una gracia inefable".
En consecuencia, la gracia de la unión es inefable, luego sin medida
e incomprensible. Pero según la cantidad de la gracia es la cantidad
del conocimiento; por consiguiente, si el ser infinito es comprensible por
el conocimiento incomprensible, por grande que sea su inmensidad será
comprendido por el alma unida a él.
3. Dice Hugo en su obra La sabiduría [del alma] de Cristo: "El alma
de Cristo tiene por gracia todo lo que Dios tiene por naturaleza". Es así
que Dios tiene por naturaleza la comprensión de su propia sabiduría;
luego el alma de Cristo la tiene por gracia.
4. Tanto o más es ser Dios que comprender a Dios 4. Ahora bien, la
gracia de la unión hipostática puede hacer que una criatura
sea Dios; luego con mucha más razón hará que la criatura
comprenda a Dios. Mas no hizo esto sino con el alma de Cristo; por tanto,
etc.
5. Bernardo en Al papa Eugenio sobre la consideración' dice que hay
unidad por naturaleza, por dignación y por superdignación.
La unidad por dignación no es tan grande como la unidad de la Trinidad,
que es por superdignación, y es mayor que la unidad por naturaleza
6. Pero tanto en la unidad por naturaleza como en la unidad por superdignación
uno de los extremos es comprendido por el otro, y viceversa; por consiguiente,
con la misma y con mucha mayor razón parece que se da esto en la unidad
por dignación. Es así que el alma de Cristo está unida
a la sabiduría increada con la unidad de dignación; luego
6. E Isidoro: "La Trinidad es conocida sólo por ella sola y por el
hombre asumido [por el Verbo]", y consta que esto no se entiende de cualquier
conocimiento, sino solamente de aquel que la Trinidad no tiene en común
con la pura criatura. Mas éste no es otro que el conocimiento comprensivo;
por tanto, éste lo tiene la criatura unida [al Verbo].
7. Y Casiodoro: "Aquella luz inaccesible la entiende el alma sana por encima
de todas las claridades". Ahora bien, el alma unida al Verbo fue la más
sana; por consiguiente, la entendía por encima de toda otra claridad;
por tanto o no comprendía ninguna otra claridad, o si comprendía
alguna, comprendía también aquella.
8. La gracia de unión supera absolutamente a la gracia de comprensión
por grande que ésta sea; en consecuencia hace que Dios sea conocido
con absoluta mayor claridad. Es así que esto no es otra cosa que comprender
la divina sabiduría; luego, etc. Pues nada supera absolutamente todo
ser finito sino el ser infinito.
Agustín, La Trinidad IX, dice que el alma es simple. Por eso, cuando
se conoce a sí misma, se conoce totalmente, no parcialmente. Luego,
como la sabiduría eterna es simple, si es conocida por el alma de
Cristo, es conocida totalmente. Mas conocer una cosa totalmente no es otra
cosa que comprenderla; por tanto, etc.
Esta proposición es de por sí verdadera: El ser simple, cuando
es conocido, es conocido todo entero; luego el ser más simple es conocido
más plenamente; y el ser simplicísimo es conocido plenísimamente.
Pero el Verbo increado tiene la suma simplicidad; por consiguiente es conocido
plenísimamente. Mas esto es comprenderlo de la manera más perfecta;
por tanto es comprendido de la manera más perfecta por el alma de
Cristo.
El alma de Cristo en su conocimiento del Verbo o lo conoce todo entero con
claridad o hay parte del Verbo que desconoce y parte que conoce con claridad.
Si lo conoce con total claridad, entonces es que lo comprende totalmente.
Si hay parte que desconoce y parte que conoce con claridad, entonces es que
en el Verbo hay partes. Es así que esto es absurdo, porque el Verbo
no sería la suma simplicidad; luego, etc.
Si hay parte que desconoce, o esa parte es Dios o no. Si no es Dios, entonces
a la vez que la desconoce, no obstante comprende a Dios. Si es Dios, luego
el alma de Cristo desconoce a Dios. Mas ninguna alma que desconoce a Dios
es bienaventurada; por tanto según esto el alma de Cristo no es bienaventurada.
Pero esto es absurdo; por consiguiente, también la premisa de la que
se deduce. Lo mismo que se da en Dios verdaderamente la inmensidad, así
también se da en Dios verdaderamente la simplicidad. Ahora bien, lo
mismo que es propio de la inmensidad no ser nunca comprendida totalmente,
es también propio de la simplicidad ser totalmente comprendida por
cualquiera que la comprenda; por tanto, por la misma razón que se
dice incomprensible por razón de la inmensidad, se dirá comprensible
por razón de la simplicidad.
Si en el punto la esencia y el poder fueran lo mismo, el que lo conociera
totalmente en cuanto a su esencia, lo conocería totalmente en cuanto
a su poder. Es así que en Dios es lo mismo su esencia y su poder,
y todo lo que es esencial en Él es totalmente idéntico y sumamente
simple; luego, o no se conoce nada de Dios, o si se conoce algo, se conoce
todo y totalmente; por tanto se comprende todo y totalmente; luego no sólo
el alma de Cristo comprende al Verbo, sino también toda alma que conoce
a Dios de cualquier manera.
15. Dice Beda que "al alma no la puede llenar nada menor que Dios", Pero
si la capacidad del alma pudiera llenarse con alguna cosa limitada, la llenaría
algo menor que Dios; por consiguiente, la capacidad del alma se extiende
al ser infinito como infinito. Mas el alma de Cristo comprende todo aquello
a lo que se extiende su capacidad, ya que es plenamente perfecta; por tanto,
comprende al ser infinito.
16. El alma de Cristo ama a Dios cuanto debe ser amado. Pero Dios debe ser
amado sin modo ni medida; por consiguiente, como lo ama tanto como lo conoce,
se sigue que lo conoce sin medida; en consecuencia, etc.
17. El entendimiento es por naturaleza tal que se fortalece entendiendo la
suma realidad inteligible Luego, cuanto más claramente entiende el
alma de Cristo, tanto más capaz se hace de entender más claramente.
Luego, o no tendrá nunca reposo, o comprenderá totalmente al
Verbo unido a ella.
18. Si existiera algo cuya capacidad se aumentara cogiendo nuevas cosas,
o no se llenaría nunca con ellas o se le pondría a su alcance
el ser infinito. Pero la capacidad del alma de Cristo es así; por
consiguiente, o queda en parte vacía o comprende la sabiduría
infinita.
19. El ser finito dista del ser infinito tanto como el ser creado del ser
increado. Mas lo que dista el ser creado del ser increado no impide que el
entendimiento se eleve a conocer el ser increado como increado; por tanto,
por la misma razón el ser finito podrá elevarse a conocer el
ser infinito como infinito. Pero esto no se puede dar más que en el
alma de Cristo; por consiguiente, etc.
20. Cuanto dista la finitud de la infinitud tanto dista la simplicidad de
la composición. Es así que el entendimiento del alma de Cristo,
aunque tenga alguna composición, sin embargo entiende y conoce al
mismo Verbo en cuanto simplicidad suma; luego igualmente en cuanto suma infinitud.
Mas esto es comprender toda la sabiduría del Verbo; por tanto, el
alma de Cristo comprende la sabiduría increada.
Argumentos en contra
1. El Damasceno, I, 4: "Infinito es Dios e incomprensible, y de su sustancia
sólo es comprensible su infinitud y su incomprensibilidad". Luego
el llamarse incomprensible no es por razón de Él mismo, sino
por referencia a la naturaleza creada. Por tanto, si el alma de Cristo es
una criatura, la sabiduría increada es incomprensible para ella.
2. Agustín, La ciudad de Dios, XII: "Todo lo que se sabe queda limitado
por la capacidad de comprender del que lo sabe". Pero el ser infinito no
puede en modo alguno quedar limitado por el ser finito; por consiguiente
en modo alguno es comprendido por el ser finito. Mas el alma de Cristo es
finita, ya que es criatura; por tanto, etc.
3. Todo el que conoce conoce según su capacidad de conocer 22. Pero
la capacidad de conocer del alma de Cristo es limitada; por consiguiente
todo lo que conoce lo conoce como limitado y de un modo limitado; en consecuencia,
no comprende el ser infinito en modo alguno.
4. Todo el que comprende una cosa la contiene totalmente dentro de él;
luego es mayor o igual que esa cosa. Mas el alma de Cristo no es mayor ni
igual que el Verbo eterno; por tanto no lo comprende en modo alguno 23.
[Siempre] es posible pensar alguna cosa más grande que todo lo que
comprenda el alma, porque, una vez que ésta haya alcanzado los límites
de esa cosa, su pensamiento puede extenderse todavía más allá.
Es así que no es posible pensar nada más grande que la sabiduría
de Dios; luego es necesario que la sabiduría de Dios sea aprehendida
por el alma de Cristo de un modo no [totalmente] comprensivo.
6. El alma de Cristo, aunque está unida al Verbo de la manera más
perfecta, a pesar de ello no encierra en sí al Verbo en cuanto a la
existencia, ya que el Verbo existe fuera de ella y está en alguna
parte en que no está el alma de Cristo unida a él. Luego por
igual razón tampoco cabrá la sabiduría divina dentro
del entendimiento del alma de Cristo; luego no la comprende.
7. Comprender una cosa es abarcarla plenamente. Mas abarcar plenamente el
ser infinito no es posible si no es por medio de un acto infinito. Y un acto
infinito no es posible si no hay poder infinito, y no puede haber poder infinito
si no hay igualmente también sustancia infinita; por tanto, si el
alma de Cristo comprendiera la sabiduría divina, como ésta
es infinita, el alma sena infinita en cuanto a la sustancia, el poder y el
obrar. Pero esto es falso e imposible; por consiguiente, etc.
8. Lo que comprende una cosa según la cantidad de su volumen se extiende
con ella igualando su extensión. Luego el que comprende una cosa según
la excelencia de su claridad, se iguala a ella en claridad. Es así
que es imposible que el alma de Cristo se iguale a la sabiduría divina
en claridad, ya que ésta es pura luz y el alma de Cristo es tiniebla
en cuanto criatura; luego es imposible que la sabiduría eterna de
Dios sea comprendida por el alma de Cristo.
9. La eternidad es a la eviternidad como el círculo mayor al círculo
menor. Ahora bien es imposible que el círculo mayor sea comprendido
por el círculo menor; luego es imposible que la sustancia eterna sea
comprendida por la sustancia eviterna. Mas la sabiduría de Dios es
eterna, y el alma de Cristo no es eterna, sino eviterna; por tanto, etc.
10. El que comprende una cosa la conoce perfectísimamente. Luego,
si el alma de Cristo comprende la sabiduría eterna, es necesario que
sea sabia en sumo grado, y, consiguientemente, bienaventurada en sumo grado;
luego sena igual a Dios en bienaventuranza y en bondad; luego no tendría
principio ni fin; luego no sería criatura ni alma; luego, si estas
cosas y otras muchas que se podrían deducir son absurdas, es imposible
que la divina sabiduría sea comprendida por el alma de Cristo.
Conclusión
El alma de Cristo no puede propiamente comprender la sabiduría increada
Respondo:
Para entender lo precedente hay que tener en cuenta que, como se ha demostrado
en la cuestión anterior, para que una criatura tenga conocimiento
perfecto y cierto concurre no sólo la presencia de la luz eterna,
sino también la influencia de la luz eterna; no sólo el Verbo
increado, sino también el verbo concebido interiormente; no sólo
la sabiduría eterna, sino también la noticia impresa en el
alma; no sólo la verdad que causa, sino también la verdad que
informa.
Por consiguiente, como el alma de Cristo y cualquier alma que conoce a Dios,
lo conoce según la medida de la influencia del Verbo y de la noticia
que informa la mente interiormente; y como este verbo y noticia, por tener
una esencia creada, y por ello limitada, no puede igualarse a la sabiduría
divina, ya que ella es infinita en todo: hay que confesar que la sabiduría
increada no puede ser comprendida por el alma de Cristo unida a ella ni por
cualquier otra criatura, en el sentido en que s dice que es comprendida una
cosa cuando el que la comprende la abarca dentro d sí mismo toda y
totalmente según todas las maneras, conforme a lo que dic Agustín
en su Carta a Paulina sobre la visión de Dios: "La plenitud de Dios
ninguno la comprende jamás no sólo con los ojos del cuerpo,
sino ni siquiera con la misma mente, pues una cosa es ver y otra, viendo,
comprender totalmente, puesto que s ve lo que se siente presente de alguna
manera; mas se comprende totalmente lo que se ve de tal manera que nada del
objeto visto queda oculto al que lo ve, aquello cuyos límites pueden
ser vistos por todo alrededor".
Para una visión así se requiere necesariamente que el que comprende
iguale supere al propio comprendido en acto, en hábito y en potencia.
Y esto no parece darse de ninguna manera en el alma de Cristo o en alguna
criatura en comparación con la sabiduría eterna; como ésta
es infinita y aquélla finita, ésta supera a aquélla
absolutamente.
Y esto es lo que dice Agustín, La Trinidad, IX, 11: "En la medida
en que conocemos a Dios, somos semejantes a Él, pero no semejantes
hasta la igualdad porque no lo conocemos tanto como Él se conoce a
sí mismo". Y después: "Cuando conocemos a Dios, aunque nos
hagamos mejores que éramos antes de conocerlo, sobre todo cuando es
verbo ese conocimiento deleitable y amado como se merece, ese conocimiento
se convierte en alguna semejanza de Dios; sin embargo es inferior, porque
está en una naturaleza inferior, pues el alma es una criatura Dios
es el Creador".
Por consiguiente, no pudiendo el alma de Cristo al conocer al Verbo eterno
engendrar un verbo igual a él, queda manifiesto que no puede comprenderlo
en e sentido propio de la palabra.
Por lo cual se deben admitir como válidos los argumentos que favorecen
esta tesis.
Mas para entender las objeciones, puesto que proceden de tres caminos, a
sabe de la inmensidad de la gracia de la unión hipostática,
de la simplicidad del Verbo de la sabiduría de Dios, de la capacidad
y aquietamiento del deseo de la misma alma que conoce, hay que entender que,
aunque la naturaleza divina y la humana disten como el ser finito del ser
infinito, a pesar de ello pueden unirse en la unión hipostática,
quedando a salvo la propiedad de una y otra naturaleza. Sin embargo la misma
naturaleza divina nunca se hace finita, ni la humana se hace infinita. De
aquí que, aunque Dios es hombre y el hombre es Dios a causa de la
unidad de la persona y la hipóstasis, a pesar de ello quedan a salvo
e inconfusas las operaciones de ambas naturalezas, aunque se prediquen recíprocamente
por causa de la comunicación de idiomas.
Por otro lado, aunque el Verbo divino es simple, es sin embargo infinito,
no por la cantidad de su masa, sino por la cantidad de su poder; porque cuanto
más simple es una cosa, tanto más unido está su poder,
y "el poder más unido es más infinito que el poder multiplicado".
Y por eso el Verbo divino, por lo mismo que es simplicísimo, es también
infinitísimo. Y por eso, aunque está todo entero en dondequiera
que está, a pesar de ello nunca es limitado ni comprendido por ninguna
criatura.
Por último, aunque el entendimiento y el afecto del alma racional
no descansan nunca sino en Dios y en el Bien infinito, esto no es porque
lo comprendan, sino porque nada sacia al alma si no sobrepasa su capacidad.
De aquí que es verdad que tanto el amor como el entendimiento de la
propia alma racional son conducidos al Bien y a la Verdad infinita y en cuanto
son infinitos. Pero este ser conducidos puede ser de seis maneras: creyendo,
razonando, admirando, contuyendo, excediéndose y comprendiendo. La
primera manera es propia de los imperfectos y viadores; la última
manera es propia de la perfección suma y de la Trinidad eterna e infinita;
la segunda y tercera manera pertenecen a los viadores; la cuarta y quinta
a la consumación de la patria celestial.
Pues en el estado de viador podemos contemplar la inmensidad divina razonando
y admirándola; en la patria, contuyéndola cuando seamos hechos
deiformes, y «excediéndonos» cuando estemos totalmente
embriagados. Por causa de esta embriaguez, dice Anselmo al final del Proslogio
que más bien entraremos nosotros en el gozo de Dios que no el gozo
de Dios en nuestro corazón.
Y porque aquella alma unida al Verbo ha quedado no sólo más
deiforme, sino también más embriagada por la gracia no sólo
suficiente, sino también sobreexcelente, por eso contempla la divina
sabiduría, y contemplándola se extasía en ella, aunque
no la comprenda. Y por esta causa la admiración no tiene lugar solamente
en el estado de viador, sino también en la patria; no sólo
en los ángeles, sino también en el alma asumida por Dios, de
manera que puede decir: Admirable se ha hecho tu ciencia para mí,
se ha remontado poderosa y no podré alcanzarla [Sal 138,6], como explica
la Glosa refiriéndolo a la humanidad asumida por el Verbo, que "no
puede igualársele ni en la sabiduría ni en ninguna otra cosa".
Visto esto, se contesta fácilmente a las objeciones.
Solución de las objeciones
1.2.3.4. A la primera objeción basada en la Glosa, de que la gracia
se dio a Cristo sin medida; y a la basada en el texto de Agustín,
de que aquella gracia es inefable; y a la basada en el texto de Hugo y a
la basada en la razón que aduce de que aquella gracia hace que el
hombre sea Dios: a todas estas objeciones hay que responder que todas ellas
son verdaderas y hay que entenderlas según el concurso de las dos
naturalezas en una sola persona. De lo cual resulta que por la inmensidad
de aquella persona no sólo la gracia de unión se dice inmensa
e inefable, sino también que por la unidad de persona Dios y las cosas
de Dios pueden predicarse del hombre. Sin embargo, de esto no resulta que
la propia alma ni su poder ni su hábito ni su acto pierda su condición
de criatura, y por ello finita y limitada 48, y por eso no se sigue que sea
propio de ella el acto comprensivo de la sabiduría eterna, ya que
este acto es infinito y de poder infinito.
5. A la objeción basada en Bernardo acerca de la triple unión
o unidad, hay que decir que no hay paridad, porque en la unidad de naturaleza
y en la de superdignación los extremos son proporcionales, pues la
una y la otra son una unidad connatural. Pero en la unidad de dignación
es al contrario, porque esa unidad es sola de condescendencia y gracia, y
por ello no es necesario que en ella haya mutua comprensión.
6. A la objeción basada en el texto de Isidoro, de que la Trinidad
es conocida por ella sola, etc., hay que decir que dice esto sólo
por la comunicación de idiomas o por el modo familiarísimo
de la revelación de los arcanos divinos comunicados a aquella alma
unida al Verbo, como quedará más patente en la siguiente cuestión.
Sal 7. A la objeción basada en el texto de Casiodoro, acerca de la
luz inaccesible, a saber, que [esa luz] es entendida por el alma sana por
encima de cualquier claridad, hay que decir que es verdad, entendiendo la
salud como deiformidad perfecta. Pero no se sigue que sea comprendida porque
las otras claridades sean menores y comprensibles, y ella sea mayor; por
consiguiente, aunque sea conocida por el alma más límpidamente
que las otras claridades, sin embargo no se sigue que sea comprendida.
8. A la objeción: La gracia de unión es superior a toda gracia
de comprensión, hay que decir que es verdad; pero no es porque la
gracia de unión dé a la propia alma de Cristo poder infinito,
ya que no le quita el ser de criatura, sino porque la coloca en la hipóstasis
infinita. Mas el obrar que sale de un poder se considera según la
virtud mayor o menor del propio poder; por eso la gracia de unión
y la de comprensión no son del mismo género; por tanto, aunque
no guarden proporción, no se sigue por ello que la gracia de unión
suscite en el alma un acto infinito; de la misma manera que no se sigue que
la línea sea infinita en acto, aunque sea superior al punto sin proporción.
A la objeción tomada de Agustín: El alma es simple; por eso,
cuando se conoce a sí misma, se conoce totalmente..., hay que decir
que esto es porque el alma tiene una simplicidad limitada, a la cual acompaña
el ser finita e indivisible. Por eso, cuando se conoce, se conoce toda y
totalmente. Es así que la simplicidad de la sabiduría divina,
como se ha demostrado antes, está unida a la infinitud; luego, aunque
pueda ser conocida y aprehendida por la criatura, sin embargo no puede jamás
ser comprendida o limitada por la criatura.
A la objeción: Esta proposición es de por sí verdadera:
El ser simple cuando es conocido, es conocido todo entero, hay que decir
que es verdadera si se refiere al ser simple finito; pero si se refiere al
ser simple infinito, en alguna manera es verdadera, en alguna manera no.
Si se entiende que se conoce todo entero, es decir, no por partes, es verdadera.
Pero si se entiende que es conocido todo entero, es decir, en su absoluta
plenitud y perfección de manera que no sea superior al que lo comprende,
es falsa. Por eso se ha dicho comúnmente y desde antiguo que, aunque
el ser simple infinito sea conocido todo entero, no es conocido totalmente.
Porque todo entero, por ser nombre, significa disposición de parte
del sujeto o del objeto en sí; en cambio, totalmente, por ser adverbio,
significa disposición del verbo, y por esto supone omnímoda
perfección e igualdad en el acto del que comprende con relación
a la cosa comprendida, lo cual no puede darse en el ser finito con relación
al ser infinito.
11.12. A la objeción: o desconoce [al Verbo] todo entero o lo conoce
todo entero, etc., la respuesta es obvia, porque lo desconoce todo entero
y lo conoce todo entero. En efecto, lo conoce todo entero el que lo aprehende,
ya que no lo aprehende por partes; pero también lo desconoce todo
entero en cuanto a la comprensión, porque nada del Verbo puede ser
comprendido por el entendimiento creado, pues es todo entero infinito y a
la vez simple. Por eso lo mismo que se aprehende no se comprende. Lo mismo
que el Verbo eterno el mismo y todo entero y según el mismo punto
de vista está dentro de alguna criatura y está fuera de ella,
así también es conocido por alguna inteligencia, y sin embargo
no es comprendido por ella, porque la excede.
Por esto está clara la respuesta a la siguiente objeción: Si
lo desconociera en parte, el entendimiento no seria bienaventurado. Pues,
como ya se ha dicho, no se dice incomprensible porque se desconozca alguna
parte, sino por la inmensidad de su simplicidad.
13. A la objeción: Lo mismo que [Dios] es verdaderamente infinito,
es también verdaderamente simple, hay que decir que es verdadera.
A lo que sigue: Lo mismo que la incomprensibilidad dice relación al
ser infinito, así la comprensibilidad dice relación al ser
simple, hay que decir que es falso, porque el ser infinito, por el mismo
hecho de ser infinito, sobrepasa de manera absoluta a cualquier ser finito;
pero el ser simple, por el mismo hecho de ser simple, no significa adecuación
o limitación ni absolutamente en sí ni en comparación
con otro; porque, como se ha demostrado antes, el ser más simple,
por ser el más simple, es necesario que sea infinito. En efecto, al
haber dos clases de cantidad, cantidad de materia y cantidad de poder, en
la cantidad de materia el ser simple y el ser infinito tienen diversos fundamentos;
en cambio, en la cantidad de poder tienen el mismo fundamento, porque la
magnitud de la simplicidad contribuye a la unión y al engrandecimiento
del poder. Por eso, a causa de la suma simplicidad, no se comunica la comprensibilidad,
sino más bien la incomprensibilidad y el poder inmenso.
14. A la objeción: Si en el punto la esencia y el poder fueran lo
mismo, etc., hay que decir que el Verbo eterno no es comprendido ni según
su esencia ni según su poder por ninguna criatura, porque tanto su
poder como su esencia tienen una inmensidad que sobrepasa infinitamente todo
poder creado. Por eso no hay similitud con el punto, cuya esencia es limitada.
15. A la objeción: Al alma no la puede llenar nada menor que Dios,
hay que decir que es verdadera, como ya lo hemos tratado, porque el alma
no está contenta con algún bien que ella conquiste y comprenda,
porque un bien así no es el sumo bien. Sino que necesita un bien tal
y tan grande que ella lo conquiste y lo aprehenda por la mirada y el amor,
y que él la conquiste a ella por su supereminente superioridad.
16. A la objeción: El alma de Cristo ama a Dios tanto como debe, hay
que decir que es verdad. Pero sin embargo, de esto no se sigue que ame a
Dios tanto como Dios se ama a sí mismo. Porque el amor con que Dios
se ama a sí mismo es eterno e inmenso e igual al amado, En cambio,
el amor del alma de Cristo no puede ser sino finito, porque nace de su voluntad.
Y lo que se dice que la medida de amar a Dios es amarlo sin medida, esto
no es porque ese amor no tenga límite ni medida, ya que éstos
son inherentes a toda criatura, sino porque el amor al amar no debe fijarse
límite y término restrictivo, sino más bien dejarse
llevar de modo excesivo con todo el esfuerzo del alma a aquella infinitísima
bondad.
17.18. A la objeción: El entendimiento se fortalece entendiendo la
máxima realidad inteligible, y su capacidad crece captando cosas mayores,
hay que decir que eso se puede entender de dos maneras: primera, que esa
capacidad, por el hecho de entender la suma realidad inteligible y captarla,
es más vigorosa y poderosa con relación a las cosas que están
por debajo de esa realidad, y esto es verdad; segunda, que el entendimiento
es capaz de una luz y verdad aún mayor que la que ha captado, y esto
es falso. Porque la capacidad del alma es igual a la cantidad de su poder,
que se fundamenta en su sustancia finita; y por ello es finita en acto y
puede ser suficientemente colmada por la deiformidad finita, la cual haciéndola
semejante a Dios según su omnímoda posibilidad, la hace salir
fuera de sí hacia el bien infinito, y por medio de ello le da perfección
y reposo.
19.20. A la objeción: El alma de Cristo conoce el ser increado y simplicísimo,
aunque sea creada y compuesta; luego por igual razón conoce el ser
infinito en cuanto infinito, aunque ella sea finita, hay que decir que puede
admitirse la conclusión: que conoce el ser infinito como el ser increado
y simplicísimo. Pues lo mismo que el ser infinito no lo conoce comprendiéndolo,
sino aprehendiéndolo y excediéndolo, igual le pasa con el ser
increado y simplicísimo.
Sin embargo podría decirse que no hay paridad en uno y otro caso.
Porque conocer el ser simple como simple y el ser increado como increado
no encierra sino que el sujeto que conoce se asemeja al objeto conocido.
En cambio, conocer el ser infinito como infinito no dice sólo asimilación,
sino también una especie de adecuación, pues el ser infinito
como infinito significa tamaño; por eso el argumento anterior no es
consecuente, como no es consecuente afirmar que, si la criatura puede asemejarse
a Dios, por eso puede igualarse a Dios.
Confesamos que el alma de Cristo es deiforme, pero no que es igual a Dios;
y por eso concedemos y sostenemos que, aunque aprehenda clara y distintamente
la misma sabiduría unida a ella, sin embargo no la comprende totalmente.
CUESTIÓN VII.
Si comprende el alma de Cristo todas las cosas que comprende la sabiduría
increada
Se pregunta si el alma de Cristo comprende todas las cosas que comprende
la Sabiduría increada. Y parece que sí.
Argumentos a favor
Rm 11 [33]: ioh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia
de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios e irrastreables
sus caminos! De lo cual se colige que las cosas que atañen a la divina
sabiduría son más comprensibles que los juicios divinos. Pero
en Jn 5 [22.27] se dice que el Padre ha dado al Hijo todo juicio, porque
es el Hijo del hombre. De lo cual se colige que el alma de Cristo comprende
los juicios divinos; luego, si éstos son menos comprensibles que las
otras cosas, con mucha más razón comprende todas las otras
cosas.
2. Ap 5 [12]: Digno es el Cordero que ha sido inmolado de recibir la sabiduría;
la Glosa: "El conocimiento de todas las cosas, como el Verbo unido a él".
Es así que el Verbo unido comprende todo lo que conoce; luego también
el alma de Cristo.
3. Juan Damasceno, en libro IIl [de la Fe ortodoxa]: "Decimos que Cristo
hombre lo sabe todo; pues en Cristo están todos los tesoros de la
sabiduría [Col 2,3]".
Si dices que esto se entiende según la naturaleza divina, respondo:
Uno no sabe nada que no lo sepa su alma; luego, si Cristo lo comprende todo,
es necesario que su alma también lo comprenda.
4. Gregorio, en los Diálogos: "Para el alma que ve al Creador es estrecha
toda criatura". Luego, si el alma de Cristo ve perfectamente al Verbo unido
a ella, consiguientemente es estrecha para ella toda criatura. Pero más
allá de toda criatura no hay otra cosa que la inmensidad de las cosas
que son posibles a Dios; por consiguiente, el alma de Cristo comprende todas
las cosas.
5. El alma de Cristo está unida de la manera más perfecta al
Verbo tanto en cuanto es Verbo como en cuanto es ejemplar. Mas si hubiera
en el Verbo o en el ejemplar eterno algo que se ocultara al alma de Cristo,
podría pensarse [que el alma de Cristo podía estar] unida todavía
más perfectamente; por tanto, si está unida con la unión
más perfecta, es necesario que lo comprenda todo.
6. El alma de Cristo conoce en el Verbo. Y porque en un solo principio conoce
muchas cosas, por eso conoce muchas cosas a la vez, aunque por su conocimiento
natural no pueda entender más que un solo principio x; luego, como
ese solo principio se extiende no sólo a muchas cosas, sino también
a infinitas cosas; por la misma razón que conoce a la vez muchas cosas,
conoce infinitas cosas.
7. El Verbo eterno reproduce eternamente todo lo que reproduce, puesto que
es uno y uniforme; luego no lleva a una cosa de una manera y a las demás
cosas de otra; luego el alma de Cristo o no ve en el Verbo ninguna cosa,
o si ve alguna, ve infinitas.
8. El alma de Cristo es más poderosa para conocer por medio del Verbo
unido a ella que cualquier alma [para conocer] por medio de un hábito
dado a ella. Es así que el alma que tiene el hábito de la sabiduría
comprende todas las cosas a las que se extiende ese hábito; luego
por igual razón el alma de Cristo comprende por medio del Verbo eterno
todas las cosas a las que se extiende el mismo Verbo ".
9. El alma de Cristo conoce al mismo Verbo todo entero, puesto que lo tiene
unido a ella todo entero. Pero en el Verbo la potencia y la esencia son una
misma cosa; por consiguiente comprende la potencia del Verbo toda entera.
Mas la potencia del Verbo se extiende a infinitas cosas; por tanto, el alma
de Cristo comprende infinitas cosas.
10. El alma de Cristo está más cercana a las cosas tal como
están en el Verbo que como están en su género propio.
Ahora bien, ninguna cosa tiene el ser en su género propio sin que
sea conocida por el alma de Cristo, pues sabe todas las cosas que son hechas;
en consecuencia, con mucha más razón sabe todo lo que sabe
el Verbo eterno.
11. La misma imposibilidad tiene saber con certeza las cosas contingentes
que comprender infinitas cosas. Pero el alma de Cristo por su unión
al Verbo tiene ciencia cierta de las cosas futuras contingentes; por consiguiente,
por la misma razón la tiene también de infinitas cosas.
12. La misma dificultad tiene conocer las cosas secretas que conocer muchas
cosas. Mas el alma de Cristo por su unión al Verbo sabe las cosas
más secretas de los corazones, por íntimas que sean; por tanto,
por igual razón conoce las cosas por muchas que sean; en consecuencia,
conoce infinitas cosas.
13. El alma de Cristo comprende todo lo que es comprensible para una criatura.
Es así que cualquier especie de número es comprensible para
una criatura; luego comprende todas las especies de los números. Pero
las especies de los números, como dice Agustín en La Ciudad
de Dios, XII, son infinitas; por consiguiente, el alma de Cristo comprende
infinitas cosas.
14. El alma de Cristo comprende el universo entero; luego comprende el ser
y todas las diferencias del ser; luego conoce no sólo las diferencias
generales, sino también las individuales; no sólo el ser en
acto, sino también el ser en potencia. Mas cualquier especie, en cuanto
depende de ella, tiene infinitos individuos en potencia; por tanto, el alma
de Cristo comprende infinitas cosas.
15. El alma de Cristo comprende alguna cosa finita, por ejemplo la línea;
luego conoce el principio de la línea. Pero el principio de la línea
es el punto; por consiguiente comprende el punto. Es así que el que
comprende una cosa, la conoce en toda su potencia; luego, como la potencia
del punto se extiende a infinitas líneas y el alma de Cristo comprende
toda la potencia del punto, se sigue necesariamente que comprenda infinitas
cosas.
16. El alma de Cristo ama todo lo que es digno de ser amado; luego por igual
razón sabe todo lo que merece ser conocido. Mas todo lo que es sabido
por Dios es digno de saberse; por tanto, el alma de Cristo sabe todo lo que
es sabido por Dios.
17. El alma de Cristo es absolutamente perfecta t8, Pero en lo que es absolutamente
perfecto todo lo que está en potencia está convertido en acto.
Ahora bien, el entendimiento del alma de Cristo está en potencia para
infinitas cosas, porque nunca entiende tantas que no pueda entender más;
por consiguiente, como los objetos inteligibles no ocupan lugar en el sujeto
que los entiende, se sigue que, si toda su potencia está convertida
en acto, es necesario que conozca infinitas cosas.
18. Si el entendimiento agente estuviera en pleno acto con relación
a todas las cosas para las que tiene capacidad en potencia, cualquiera entendería
infinitas cosas. Mas, como en el alma de Cristo el Verbo unido a ella está
en pleno acto con relación a todas las cosas respecto a las cuales
está en potencia el entendimiento del alma de Cristo; por tanto, el
alma de Cristo entiende infinitas cosas.
19. El alma de Cristo o puede aprender algo o no puede aprender nada. Si
puede aprender algo, no es plenamente perfecta en la ciencia, y por igual
razón tampoco en la gracia. Si no puede aprender nada, es porque sabe
tantas cosas que no puede aprender más; luego necesariamente conoce
infinitas cosas. El alma de Cristo o conoce algunas cosas de las que Dios
puede hacer y no las hará, o no conoce ninguna. Si no conoce ninguna
de ellas, pregunto qué es lo que lo impide. Pues o es porque ella
no puede extenderse a esas cosas, y eso es manifiestamente falso; o porque
Dios no quiere revelárselas, y esto es manifiestamente absurdo, porque
quita a esta alma la suma familiaridad con el Verbo unido a ella. Si conoce
algunas cosas de las que Dios puede hacer y no hará, entonces no hay
razón mayor para que conozca esto más que aquello; luego parece
que conoce todas las cosas que son posibles para Dios; luego conoce infinitas
cosas.
21. El alma de Cristo o conoce cosas en número limitado o en número
infinito. Si conoce cosas en número limitado, como se pueden pensar
más cosas que cualquier número limitado, se seguiría
que alguna alma podría pensar más cosas que conoce el alma
de Cristo. Es así que es absurdo que alguna alma supere al alma de
Cristo en algo luego es necesario admitir que conoce infinitas cosas.
Argumentos en contra
1. El Salmo [138,6]: Admirable se ha mostrado tu ciencia, etc.; Glosa: "La
humanidad asumida [por el Verbo] no puede igualarse a la sustancia divina
ni en sustancia ni en ninguna otra cosa"; luego el alma de Cristo no comprende
todas las cosas que comprende la Sabiduría eterna.
2. Agustín, La ciudad de Dios, XII: "La infinitud de los números
no puede ser infinita para la ciencia divina que la comprende"; luego, si
el alma de Cristo comprende infinitas cosas, esas infinitas cosas son limitadas
para ella. Pero, si las infinitas cosas son limitadas para ella, al ser ella
limitada no son infinitas; por consiguiente, si comprende cosas en número
limitado, no comprende infinitas cosas.
3. Hugo en Sobre la sabiduría del alma de Cristo: "Esto solo afirmo
sin género de duda, que en el alma de Cristo no hubo otra sabiduría
que la Sabiduría divina, o si hubo otra, no fue igual a aquella".
Mas es cierto que hubo otra, como aparece de lo anteriormente expuesto; por
tanto, como la sabiduría que informa y perfecciona el alma y la habilita
no puede ser más que creada, esa sabiduría de Cristo no se
extenderá a comprender todas las cosas que comprende la Sabiduría
increada.
4. Todo ser creado está dispuesto en peso, número y medida
[Sab 11,21] 27; luego el alma de Cristo y su sabiduría tiene determinado
número y medida; luego no se extiende a infinitas cosas.
Comprender infinitas cosas es un acto que sobrepasa totalmente la inmensidad
de las cosas conocibles. Pero todo acto así es infinito. Y el acto
infinito no procede sino del poder infinito, y el poder infinito [tiene que
descansar] en la sustancia infinita; por consiguiente, si el alma de Cristo
es finita y limitada, ya que es criatura, es imposible que comprenda infinitas
cosas.
Cuanto más simple es una sustancia, tanto mayor es su capacidad de
conocer cosas. Es así que el alma de Cristo ni por naturaleza ni por
gracia está elevada hasta la divina simplicidad; luego no está
elevada para conocer tantas cosas como conoce la Sabiduría divina.
La Sabiduría del Verbo es inmensa en su claridad y en el número
de cosas que conoce. Mas el alma de Cristo nunca llegó a comprender
la inmensidad de la luz eterna con claridad absoluta; por tanto, nunca llegó
a conocer totalmente el número de cosas que aquella conoce.
Aunque el alma de Cristo está unida a la esencia del Verbo, sin embargo
no está nunca en tantas cosas como está el mismo Verbo. Pero
la ciencia es a la ciencia como la esencia a la esencia; por consiguiente,
el alma de Cristo nunca conoce todas las cosas que conoce el mismo Verbo.
La ciencia lleva consigo el poder, ya que poder saber es poder algo. Ahora
bien, el alma de Cristo no puede tener poder infinito, como es el poder de
crear; en consecuencia, por la misma razón tampoco puede tener una
ciencia que se extienda a infinitas cosas.
10. El no tener límites en las criaturas es señal de imperfección;
luego, si la sabiduría del alma de Cristo es perfectísima,
no admite no tener límites ni por parte del sujeto que conoce ni por
parte del objeto conocido ni por parte del modo de conocer.
11. Ninguna criatura supera a otra criatura infinitamente. Mas, si el alma
de Cristo conociera infinitas cosas, superaría infinitamente a las
otras almas, ya que ellas sólo conocen cosas en número finito;
y, en consecuencia, se saldría del género de las criaturas,
lo cual es manifiestamente falso; por tanto, también es falsa la premisa,
a saber, que el alma de Cristo comprenda infinitas cosas.
12. Todo lo conocido está en el que lo conoce; luego, si el alma de
Cristo comprendiera en acto infinitas cosas, habría infinitas cosas
en acto en el alma de Cristo. Pero es imposible poner algo infinito en acto
en el ser creado; por consiguiente, es imposible que el alma de Cristo pueda
comprender infinitas cosas.
Conclusión
El alma de Cristo no comprende en el Verbo propiamente infinitas cosas. Sin
embargo, en cuanto el Verbo es ejemplar que crea, [el alma] es llevada a
él con un conocimiento comprensivo. Pero en cuanto el Verbo es ejemplar
que expresa, es llevada a él no con un conocimiento comprensivo, sino
con un conocimiento excesivo
Respondo:
Para entender lo dicho anteriormente hay que notar que se puede hablar de
dos maneras de la Sabiduría increada: o en cuanto es ejemplar que
crea y dispone, o en cuanto es ejemplar que expresa o representa. De la primera
manera brillan en el arte de la Sabiduría divina las cosas que son,
han sido y serán, y estas cosas son finitas. De la segunda manera
brillan todas las cosas que Dios puede hacer y entender, y éstas ciertamente
son infinitas, como se ha demostrado anteriormente y dice expresamente Agustín
en el libro XII de La ciudad de Dios.
Por consiguiente, el alma de Cristo es llevada a la Sabiduría divina
por el conocimiento de las dos maneras, pero de modo diferente. En efecto,
a la Sabiduría divina, en cuanto ésta es ejemplar que crea
es llevada con conocimiento comprensivo, ya que las cosas que son contenidas
y representadas en el ejemplar en cuanto que crea y dispone son finitas,
y por esto son también comprensibles. En cambio, al ejemplar en cuanto
manifiesta o representa es llevada [el alma] no con conocimiento comprensivo,
sino con conocimiento excesivo, ya que, al ser representadas en él
infinitas cosas, éstas son incomprensibles para la sustancia finita.
Por eso el alma de Cristo, al ser criatura y, por lo mismo, finita, por muy
unida que esté al Verbo, no comprende infinitas cosas, ya que ni las
iguala a ellas ni las supera, y por eso no las abarca totalmente, sino más
bien es abarcada, y por lo mismo no es llevada a ellas por vía de
conocimiento comprensivo, sino más bien por vía de conocimiento
excesivo. Y llamo conocimiento excesivo no aquel en que el sujeto que conoce
excede el objeto conocido, sino aquel en que el sujeto es conducido al objeto
saliendo de sí de modo excesivo, elevándose sobre sí
mismo.
De este modo de conocer habla Dionisio en el libro de La teología
mística, y en el de Los nombres de Dios, capítulo 7, dice así:
"Es necesario reconocer que nuestro entendimiento tiene una capacidad para
entender mediante la cual ve las cosas inteligibles, pero también
una unión que excede la naturaleza del entendimiento, mediante la
cual se une a las cosas que están por encima de él. Y que,
por tanto, entendiendo las cosas de Dios según esta unión,
no según nuestras fuerzas, quedamos todos enteros totalmente fuera
de nosotros y totalmente deificados, pues es mejor ser de Dios y no ser de
nosotros; pues así todas las cosas que son objeto de la fe serán
de los que están con Dios".
Y este modo de conocer por exceso se da en el estado de viador y en la patria;
pero en el estado de viador se da parcialmente, en la patria, en cambio,
se da perfectamente en Cristo y en los otros bienaventurados. Pero en los
demás se da restringidamente tanto por parte de la medida de la propia
gracia como por parte de la voluntad divina, que no se ofrece a cualquiera
en absoluta familiaridad. Mas en el alma de Cristo se da liberalísimamente,
no sólo porque de parte de la voluntad divina tiene la gracia que
llena totalmente su capacidad, sino también porque el espejo eterno
se le presenta claro según total familiaridad.
Ahora bien, en Cristo difieren de muchas maneras el conocimiento comprensivo
y el conocimiento excesivo.
Primero, porque en el conocimiento comprensivo el sujeto que conoce se apodera
del objeto conocido; en cambio, en el conocimiento excesivo el objeto conocido
se apodera del sujeto.
Segundo, porque en el conocimiento comprensivo llega a su meta la mirada
de la inteligencia; en cambio, en el conocimiento excesivo llega a su meta
el deseo de la inteligencia.
Tercero, porque en el conocimiento comprensivo llega a considerar en acto
todas las cosas pasadas, presentes y futuras; en cambio, en el excesivo considera
las cosas que se le ofrecen.
Cuarto, porque, una vez adquirido el conocimiento comprensivo, ya no aprende
nada nuevo; en cambio, a causa del conocimiento excesivo resulta que no puede
aprender nada. Por eso, aunque el conocimiento del alma de Cristo por vía
de exceso en cierto modo se puede decir que se refiere a infinitas cosas,
sin embargo su conocimiento comprensivo sólo hace relación
a cosas limitadas. De aquí que, si según el conocimiento excesivo
se dice que el alma de Cristo conoce todo lo que conoce el Verbo, esto se
entiende de las cosas pasadas, presentes y futuras, que de algún modo
constituyen la integridad del mismo universo, que estuvo plena y totalmente
grabado en el alma de Cristo Jesús desde el instante de su concepción.
Y por lo tanto se dice que aquella alma tuvo toda la ciencia, no porque comprende
todo lo que conoce la Sabiduría divina, ya que ésta es infinita
y no puede ser comprendida por una potencia finita, como queda demostrado
más arriba.
De aquí que los razonamientos que demuestran esto deben ser admitidos,
porque concluyen la verdad irrefragablemente.
Solución de las objeciones
1.2.3. A la primera objeción: El alma de Cristo comprende todos los
juicios divinos y tiene toda la ciencia como la tiene el Verbo unido a ella,
se puede decir que esas cosas se dicen de la humanidad asumida por el Verbo
a causa de la comunicación de idiomas; o se dicen ciertamente acerca
de las cosas que son, fueron y serán, las cuales sí pueden
ser comprendidas por el alma de Cristo; en cambio no es verdad respecto a
todas las cosas que entiende la Sabiduría divina, ya que conoce infinitas
cosas, como queda patente de lo que se ha demostrado anteriormente.
Sin embargo, la objeción: Ninguno puede saber nada que no sepa su
alma, es verdad cuando uno no conoce nada si no es por su alma, como ocurre
en un puro hombre. Mas en Cristo, que no conoce exclusivamente por su alma,
sino también por su naturaleza divina, no tiene lugar esa proposición;
y por ello queda clara la respuesta a las tres primeras objeciones.
A la objeción: Para el alma que ve a Dios es estrecha toda criatura,
hay que decir que es verdad acerca de la criatura considerada según
el ser que tiene en su propio género, pero no si la consideramos según
el ser que tiene en el arte de Dios, porque aquel arte es nobilísimo
y perfectísimo, y no tiene estrechura, sino antes bien la perfección.
De aquí que, aunque un alma conociera el universo entero según
el ser que tiene en su propio género, a pesar de ello no estaría
todavía en perfecto conocimiento y comprensión, si no conociera
también aquel arte por el cual son creadas todas las cosas. Y como
el alma de Cristo comprende todas las cosas creadas perfectísimamente
en ese arte, por eso se dice que tiene comprensión perfecta en él
y por él.
5. A la objeción: El alma de Cristo está unida al Verbo de
la manera más perfecta, hay que decir que es verdad, pero sin dejar
de tener en cuenta la limitación de la naturaleza creada, que el alma
de Cristo no pierde, porque no deja de ser criatura; y como comprender infinitas
cosas repugna a la limitación de la criatura, de ahí resulta
que de esa unión, por perfecta que se la entienda, no se puede inferir
que comprenda infinitas cosas.
6. A la objeción: El alma de Cristo conoce a la vez muchas cosas,
porque las conoce en un solo principio, y por la misma razón debería
conocer infinitas cosas, hay que decir que no hay semejanza, porque la multitud
junta con la simultaneidad no está reñida con la limitación
de la criatura. En cambio, la infinitud junta con la actualidad y simultaneidad
está totalmente reñida con dicha limitación. Por lo
cual el argumento no está fundado en la semejanza, sino en una gran
desemejanza.
7. A la objeción: El Verbo eterno lo representa todo de manera igual,
se puede decir que es falsa, porque representar quiere decir un acto con
relación a otro sujeto; mas Dios, aunque en si es uniforme, sin embargo
ilumina y manifiesta de muchas maneras. Y aunque conoce infinitas cosas,
de ellas aprueba unas y reprueba otras, decide crear unas y otras no, unas
las revela voluntariamente, otras ocultamente.
Además, aun concediendo que en lo que está de su parte conozca
todas las cosas uniformemente, todavía el argumento no es concluyente,
porque "todo lo que se recibe está en el recipiente a la manera del
recipiente y no a la manera de lo recibido". Por eso, siendo limitada la
potencia receptora [del alma de Cristo], es imposible que, aunque se le ofrezca
espontáneamente todo entero, lo capte y lo comprenda todo entero,
sino según le corresponde, como aparece en este ejemplo: Aunque el
Sena entero se ofrece al que lleva un cántaro, sin embargo no lo coge
todo entero, sino cuanto puede y como puede la capacidad del cántaro.
8. A la objeción: El alma de Cristo es más poderosa para conocer
por medio del Verbo unido a ella que cualquier otra alma [para conocer] por
medio de un hábito dado a ella, hay que decir que es verdad. Pero
de esto no se sigue que, si el alma comprende todas las cosas a las que se
extiende su hábito, por eso el alma de Cristo conozca todas las cosas
que conoce por el mismo Verbo. Porque el alma comprende el mismo hábito
como proporcional a ella y que no sobrepasa en nada su capacidad, pero el
alma de Cristo no comprende así al Verbo unido a ella, puesto que
el Verbo sobrepasa infinitamente la capacidad del alma.
A la objeción: El alma de Cristo conoce al Verbo todo entero, luego
[comprende] toda su potencia, hay que decir que ese razonamiento no vale.
Porque todo entero dicho del Verbo significa ausencia de partes, o sea, perfección
absoluta; mas dicho de la potencia significa distribución con relación
a todos los posibles, porque potencia significa referencia a los posibles.
Y así su significado es distinto, y por eso no procede ese razonamiento.
10. A la objeción: El alma de Cristo está más cercana
a las cosas como están en el Verbo que como están en su género
propio, hay que decir que, aunque esté más cercana, sin embargo
no está más proporcionada 6O. y la comprensión en alguna
manera lleva consigo razón de proporción, y que el objeto conocido
es limitado para el sujeto que lo conoce. Y porque las cosas en su género
propio son limitadas y proporcionales al alma de Cristo, por eso le son comprensibles,
pero no como están en la inmensidad del arte divino, a no ser que
se entienda como están en él en el sentido de ejemplar creador.
Y de esta manera se puede conceder que las cosas sean comprendidas por el
alma de Cristo; de otra manera, no, por la inmensidad y desproporción.
11. A la objeción: La misma imposibilidad tiene saber con certeza
las cosas contingentes que comprender infinitas cosas, hay que decir que
no es verdad. Porque, aunque es imposible conocer con certeza las cosas contingentes
para el conocimiento natural, sin embargo se hace posible por la iluminación
sobrenatural, que eleva al alma para que conozca las cosas en el arte eterno,
en el cual están inmutablemente tanto las cosas contingentes como
las necesarias. En cambio comprender en acto infinitas cosas no sólo
es imposible con el conocimiento natural, sino también con el conocimiento
de la gracia, porque los dos son creados y limitados, y por eso no se extienden
a cosas infinitas en acto.
12. A la objeción que compara las cosas secretas con las infinitas
hay que decir que no hay paridad, como queda patente de lo dicho; porque
percibir un secreto, por oculto que esté, no dice nada incompatible
con la naturaleza del entendimiento creado. Pero no es lo mismo si se trata
de la comprensión del ser infinito, la cual implica infinitud en acto,
y por ello en sustancia y en poder; lo cual no lo admite de ningún
modo criatura alguna, ni por gracia ni por gloria.
13 A la objeción: Todo lo comprendido es comprensible por una criatura,
hay que decir que, aunque se pueda admitir de cada cosa en particular que
es comprensible por una criatura, ya que cada una es finita, sin embargo
todas juntas son infinitas, y por ello incomprensibles. Y por ello ese razonamiento
no es correcto, ya que procede de partes tomadas por separado a las mismas
partes reunidas en una unidad. De aquí que lo mismo que no vale este
argumento: En esta casa cabe cualquier hombre, luego caben todos los hombres,
así tampoco vale aquel otro.
14. A la objeción: El alma de Cristo comprende todas las diferencias
del ser, y la potencia de cualquier especie se extiende a infinitos individuos,
hay que decir que la potencia a infinitas cosas se puede entender de dos
maneras, a saber, potencia activa y potencia pasiva. La potencia activa a
infinitas cosas no existe más que en la esencia creadora, que es infinita
en acto. Mas si admitimos en la criatura la potencia a infinitas cosas, es
solamente la potencia pasiva, que tiene sus raíces en una realidad
finita, aunque mantiene relación con el principio infinito activo,
como se dice en el Libro de las Causas: "Todas las potencias infinitas subordinadas
existen en un principio infinito único, que es la potencia de las
potencias". Según esto la potencia infinita en la criatura puede entenderse,
conocerse o comprenderse de dos maneras: o con relación a aquello
sobre lo cual tiene sus raíces en la criatura, y como eso es finito
en acto, es comprensible; o con relación al principio activo exterior,
que es infinito en acto.
En el primer sentido el alma de Cristo comprende todas las diferencias del
ser, tanto en los géneros con relación a las especies, como
en las especies respecto a los individuos. En el segundo sentido, el que
se refiere a la potencia activa infinita, conoce ciertamente infinitas cosas,
pero no con conocimiento comprensivo sino con conocimiento excesivo, como
se ha demostrado antes. Y por eso queda clara la respuesta.
15.16. A la objeción basada en el punto y en lo que puede ser amado
y conocido, hay que decir que es verdad que el alma de Cristo comprende todo
objeto que debe ser amado y conocido según el ser que éstos
tienen en su propia naturaleza. Pero según el ser que tales objetos
tienen en la causa primera infinita, solamente pueden ser conocidos y comprendidos
por la potencia infinita. Porque, aunque según el modo parecen designar
algo creado, sin embargo en la realidad no designan sino la potencia de la
causa eficiente, que por ser infinita no puede ser comprendida por ningún
ser finito.
17. A la objeción: El alma de Cristo es absolutamente perfecta y en
ella nada hubo en potencia que no fuera convertido en acto, hay que decir
que es verdad si hablamos de la potencia que se puede convertir totalmente
en acto. Mas la potencia a infinitas cosas nunca se puede convertir en acto
totalmente, sino parcialmente. Por lo cual es imposible que Dios haga que
lo continuo quede dividido en todas las partes en que puede ser dividido,
pues esto es contrario a la perfección de la potencia del Creador
y a la realización de la criatura, que por naturaleza está
destinada a ser en la finitud y tal es la potencia del entendimiento posible.
18. A la objeción: Si el entendimiento agente estuviera en acto respecto
a todas las cosas para las que tiene capacidad en potencia, entonces el alma
entendería infinitas cosas, etc., hay que decir que no hay paridad.
Porque, si el entendimiento agente estuviera en acto con relación
a infinitas cosas en cuanto es una potencia del alma, entonces el alma por
su propia virtud se extendería a infinitas cosas. Pero no es así
en el alma unida a la Sabiduría eterna; porque esa Sabiduría,
aunque se extiende a infinitas cosas, no es algo de la propia alma, sino
por encima del alma. Y por eso no se sigue necesariamente que sea propio
de la misma alma saber infinitas cosas. Además, el entendimiento posible
es proporcional al agente; en cambio la Sabiduría increada no lo es
a la propia alma inteligente.
19.20.21. A las objeciones de si el alma de Cristo puede aprender algo, y
si conoce alguna de las cosas que Dios no va a hacer y puede hacer, y si
conoce solamente un número limitado de cosas o las conoce en número
infinito, queda patente la respuesta por medio de la distinción que
hemos hecho más arriba. Porque, como el alma de Cristo tiene conocimiento
comprensivo de todas las cosas que suceden en el universo, y conocimiento
excesivo de todas las cosas que están en el arte divino, y ese exceso
está en la totalidad de su potencia cognoscitiva y en la suma familiaridad
con el espejo [Verbo] que las representa, es necesario que el alma de Cristo,
aunque no comprenda todas las cosas que comprende la Sabiduría divina,
a pesar de ello su apetito quede enteramente saciado, porque se eleva en
su [conocimiento] excesivo a todas esas cosas; de forma que, lo mismo que
no puede añadirse nada a su gracia, tampoco puede añadirse
nada a su sabiduría, porque se le ha dado todo lo que puede concederse
a una criatura.
Epílogo
Consiguientemente, de lo que queda dicho y establecido anteriormente acerca
de la sabiduría de Cristo tanto en lo que se refiere a su naturaleza
divina como en lo que se refiere a su naturaleza humana, puede verse claro
el modo de conocer tanto en el conocimiento del Creador como en el conocimiento
de la criatura, no sólo en el estado de la patria celestial sino también
en el estado de viador.
En efecto, para decirlo en una palabra, hay que confesar que Dios sabe infinitas
cosas, que las sabe, digo, por sí mismo, no por semejanza, y no por
semejanza recibida del exterior, sino por la misma verdad que expresa y es
ejemplar de todas las cosas, con relación a las cuales se dicen muchas
semejanzas y expresiones, no por multitud y distinción en sí,
sino por nuestra manera de entender. Mas estas semejanzas o razones son eternas
y de ellas mana toda la certeza del conocimiento creado, tanto en el alma
de Cristo como en los otros espíritus creados. Y no son ellas solas
las razones de conocer, sino que con ellas tenemos también las razones
recibidas de fuera. En el estado de viador y en el estado de la patria celestial
se requiere no sólo la presencia de la luz eterna, sino también
la influencia de la luz eterna, no sólo el Verbo increado, sino también
el verbo concebido interiormente. Y como este verbo es finito, ni el alma
de Cristo ni ninguna otra alma puede comprender el Verbo eterno ni las infinitas
cosas conocibles, aunque pueda ser llevada a ellas por medio del [conocimiento]
excesivo; el cual [conocimiento] excesivo es el último modo de conocer
y el más noble, y Dionisio lo alaba en todos sus libros y sobre todo
en el La teología mística. De esto trata también místicamente
casi toda la divina Escritura, y el Apocalipsis 2 [17] dice: Le daré
una piedrecita, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo que nadie sabe
sino el que lo recibe. Porque este modo de conocer, con dificultad o nunca
lo entiende sino el que lo ha experimentado, y nadie lo ha experimentado,
sino el que está enraizado y cimentado en la caridad, para que pueda
comprender con todos los santos cuál es la largura y la anchara, etc.
[Ef 3,17] 73. En él también consiste la sabiduría experimental
y verdadera, que comienza en esta vida y se consuma en la patria celestial.
Y para darlo a conocer hay que hacerlo por rodeos y son más adecuadas
las negaciones que las afirmaciones, y las expresiones superlativas más
que las positivas. Y para experimentarlo vale más el silencio interior
que la palabra exterior. Por eso debemos poner aquí fin a nuestras
palabras y pedir al Señor que nos conceda experimentar lo que decimos.
LEYENDA MENOR
1. Conversión de francisco
1.1 Ha aparecido la gracia de Dios, Salvador nuestro, en estos últimos
tiempos en su siervo Francisco, a quien el Padre de las misericordias y de
las luces previno con tan copiosas bendiciones de dulzura, que - según
se desprende claramente de todo el decurso de su vida - no sólo le
sacó de las tinieblas del mundo a la luz, sino que lo hizo insigne
por la prerrogativa y méritos de sus excelsas virtudes y lo esclareció
de forma extraordinaria mediante los preclaros misterios de la cruz manifestados
en torno a su persona.
1.1 Oriundo de la ciudad de Asís - región del valle de Espoleto
- , fue llamado primeramente Juan por su madre, luego Francisco por su padre;
y, aunque conservó el nombre impuesto por el padre, no abandonó
el significado que contenía el nombre, señalado por su madre.
Y si bien en su juventud se crió en un ambiente de mundanidad entre
los vanos hijos de los hombres y se dedicó - después de adquirir
un cierto conocimiento de las letras a los negocios lucrativos del comercio,
con todo, asistido por el auxilio de lo alto, no se dejó arrastrar
por la lujuria de la carne en medio de jóvenes lascivos, ni en el
trato con avaros mercaderes puso su confianza en el dinero y en los tesoros.
1.2 Había Dios infundido en lo íntimo del joven Francisco una
cierta generosa compasión hacia los pobres, unida a una suave mansedumbre,
la cual, creciendo con él desde la infancia, llenó su corazón
de tanta benignidad, que - convertido ya en un oyente no sordo del Evangelio
- se propuso dar limosna a todo el que se la pidiere, máxime si alegaba
el motivo del amor de Dios. En la misma flor de su juventud se obligó
con firme promesa ante el Señor a no negar nunca jamás - en
cuanto le fuera posible - la limosna a los que se la pidieran por amor de
Dios.
1.2 No dejó de cumplir hasta su muerte tan noble promesa, y con ello
llegó a conseguir un aumento copioso de gracia y amor de Dios. Aunque
continuamente ardía en su corazón la llama del amor divino,
con todo, en su adolescencia - implicado como estaba en las preocupaciones
terrenas - ignoraba todavía los secretos arcanos del lenguaje celestial,
hasta que, haciéndose sentir sobre él la mano del Señor,
fue afligido exteriormente con las molestias de una larga enfermedad, al
tiempo que en el interior de su alma fue iluminado con la unción del
Espíritu Santo.
1.3 Después que hubo recuperado un tanto las fuerzas corporales y
cambiada a mejor su disposición interior, inesperadamente le salió
al encuentro en su camino un caballero, noble por su linaje, pero pobre de
bienes materiales. Recordando entonces al Rey generoso y al Cristo pobre,
se sintió tan movido a compasión de aquel hombre, que - despojándose
de los vestidos elegantes con que de nuevo se había engalanado - cubrió
al punto con ellos al caballero necesitado.
1.3 A la noche siguiente, cuando estaba sumido en profundo sueño,
Aquel por cuyo amor había socorrido al pobre caballero se dignó
mostrarle en revelación un precioso y grande palacio lleno de armas
militares, marcadas con la enseña de la cruz. Además se le
prometió y se le aseguró con toda certeza que todo cuanto había
contemplado en aquella visión sería suyo y de sus caballeros
si es que enarbolaba con firme decisión el estandarte de la cruz.
A partir de este momento, retrayéndose de la vida agitada del comercio,
buscaba la soledad, amiga de corazones adoloridos. Allí se dedicaba,
incesantemente y con gemidos inefables, a pedir al Señor que le mostrara
el camino de la perfección, y, tras largas y reiteradas plegarias,
mereció ser escuchado en sus deseos.
1.4 Un día en que oraba así, retirado en la soledad, se le
apareció Cristo Jesús en la figura de crucificado, penetrándole
tan eficazmente aquellas palabras del Evangelio: El que quiera venirse conmigo,
que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga, que su alma se
sintió abrasada en un incendio de amor, al mismo tiempo que fue colmada
del ajenjo de la compasión. En efecto, ante tal visión quedó
su alma derretida, y tan entrañablemente se le grabó en la
médula de su corazón la memoria de la pasión de Cristo,
que casi de continuo veía con los ojos del alma las llagas del Señor
crucificado y apenas podía contener externamente las lágrimas
y los gemidos.
1.4 Una vez que por amor de Cristo Jesús había despreciado
la hacienda toda de su casa, reputándola por nada, creía haber
encontrado el tesoro escondido y el brillo de la perla preciosa; y, atraído
por su deseo, se disponía a desprenderse de todos los bienes y a permutar
- al modo divino de comerciar - el negocio mundano por el evangélico.
1.5 Salió un día al campo a meditar -, y, paseando junto a
la iglesia de San Damián - que por su excesiva antigüedad amenazaba
ruina -, movido por el Espíritu, entró en ella a orar. Postrado
ante una imagen del Crucificado, se sintió inundado durante la oración
de una gran dulcedumbre y consolación. Fijó sus ojos, arrasados
de lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó
con sus oídos corporales una voz salida de modo maravilloso desde
la misma cruz, que por tres veces le dijo: "Francisco, vete, repara mi casa,
que - como ves - está a punto de derrumbarse Francisco, vete, repara
mi casa, que - como ves - está a punto de derrumbarse toda ella!"
1.5 Ante la admirable advertencia de voz tan singular, el varón de
Dios se sintió al principio estremecido de terror, luego se llenó
de gozo y asombro, y se levantó en seguida, todo dispuesto a dar cumplimiento
al mandato de reparar la fábrica material de la iglesia, aunque aquellas
palabras se referían principalmente a la Iglesia, que Cristo había
adquirido con el precioso intercambio de su sangre, según el Espíritu
Santo se lo dio a entender y él mismo lo reveló más
tarde a sus compañeros más íntimos.
1.6 Poco después, desprendiéndose - como pudo -, por amor a
Cristo, de todas las cosas, ofreció dinero al pobrecillo sacerdote
de dicha iglesia, encargándole lo invirtiera en su reparación
y en la ayuda de los pobres. Al mismo tiempo le pidió humildemente
que le permitiera convivir con él durante algún tiempo. El
sacerdote accedió a esto último, pero rehusó el dinero
por temor a los padres. Entonces aquel verdadero despreciador ya de las riquezas
arrojó el peso del metal a una ventana, estimándolo cual si
fuera vil lodo.
1.6 Pensando, empero, que con esto se habría granjeado contra sí
el furor de su padre, para dar tiempo a que se calmara su ira, se escondió
en lo oculto de una cueva, entregándose al ayuno, a la oración
y a las lágrimas. Por fin, inundado de una inefable alegría
espiritual y revestido de una fuerza de lo alto, salió confiadamente
afuera y entró con decisión en la ciudad. Al verle los jóvenes
con el rostro escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había
perdido el juicio, y - como a loco - le arrojaban el lodo de las calles y
lo insultaban con voces desaforadas. Mas el siervo de Dios, sin descorazonarse
ni inmutarse en absoluto por ninguna injuria, lo soportaba todo, haciéndose
el sordo.
1.7 Pero el más furioso y frenético de todos se mostraba su
propio padre, el cual - como si hubiera olvidado la compasión natural
- arrastró a su hijo a casa y comenzó a atormentarlo con azotes
y cadenas, a fin de que, agobiando el cuerpo con molestias, moviera su ánimo
a anhelar las delicias del mundo.
1.7 Pero, convencido del todo por experiencia de que el siervo de Dios estaba
muy dispuesto a sufrir por Cristo cualquier clase de vejaciones, y viendo
además claramente que era imposible apartarlo de su propósito,
se puso a insistirle vivamente a que fuera consigo al obispo de la ciudad
para hacer en sus manos renuncia al derecho de la herencia paterna. El siervo
de Dios aceptó sin resistencia alguna esta propuesta; y tan pronto
como llegó ante la presencia del prelado, sin ninguna tardanza ni
vacilación, sin pedir explicaciones ni proferir palabra alguna, se
despojó hasta tal punto de todos sus vestidos, que incluso se desprendió
de los calzones, y - como ebrio de espíritu - no sintió horror
a quedar ante todos completamente desnudo por amor de Aquel que por nosotros
colgó desnudo de la cruz.
1.8 Desembarazado ya el despreciador del mundo de la atracción de
los deseos terrenos, abandona la ciudad, y mientras seguro y libre cantaba
en lengua francesa, a través de los bosques, las alabanzas del Señor,
saliéronle al encuentro unos ladrones; pero el pregonero del gran
Rey no se atemorizó ni dejó de cantar, puesto que era un caminante
semidesnudo, desprovisto de todo, y además porque, a imitación
de los apóstoles, se alegraba en la tribulación.
1.8 De allí, el amante de toda humildad se dirigió a prestar
Sus servicios a los leprosos. Pretendía con ello someterse al yugo
de la servidumbre en favor de las personas miserables y despreciadas y aprender
el perfecto desprecio de sí mismo y del mundo antes que enseñarlo.
Al principio, los leprosos le producía mucha repugnancia superior
a la que pudiera causarle cualquier otra clase de gente; pero, infundiéndole
el Señor una gracia muy copiosa, se entregó a su servicio con
un corazón tan humilde, que les lavaba los pies, les vendaba las heridas,
les extraía la podre y les limpiaba las llagas purulentas. Embriagado
por un inaudito y extremado fervor, se lanzaba a besar las llagas ulcerosas,
poniendo su boca en el polvo, para que, saturado de oprobios, pudiera someter
la arrogancia de la carne a la ley del espíritu y, abatido el enemigo
doméstico, conseguir pacíficamente el domino de sí mismo.
1.9 Consolidado ya en la humildad de Cristo y hecho rico en la pobreza, aunque
nada tenía en absoluto, comenzó, - siguiendo la orden que se
le había dado desde la cruz - a reparar la Iglesia con tal solicitud,
que sometía al peso de las piedras su cuerpo extenuado por los ayunos
y no sentía vergüenza de pedir ayuda y limosna incluso a aquellos
entre quienes había vivido en abundancia. Asistido por la devoción
de los fieles, que ya empezaban a reconocer la singular virtud del varón
de Dios, reparó no sólo la iglesia de San Damián, sino
también las iglesias ruinosas y abandonadas del príncipe de
los apóstoles y de la Virgen gloriosa, quedando así significado
misteriosamente, mediante obras materiales y externas, lo que Dios se disponía
a realizar más tarde espiritualmente por medio de su siervo.
1.9 Pues al modo de las tres iglesias restauradas bajo la guía del
santo varón, así sería renovada de triple manera la
Iglesia según la forma, regla y doctrina de Cristo dada por el mismo
Francisco. Del mismo modo, la voz que se le dirigió desde la cruz
instándole por tres veces el mandato de reparar la casa de Dios, era
ya un signo y preludio de lo que hoy vemos realizado en las tres Ordenes
por él fundadas.
2. Fundación de la religión y eficacia de la predicación
2.1 Concluida ya la obra de restauración de las tres iglesias y morando
de continuo en la que estaba dedicada a la Virgen, por los méritos
e intercesión de aquella que nos entregó al que es el precio
de nuestra salvación, logró encontrar el camino de la perfección
mediante el espíritu de la verdad evangélica que le había
infundido el mismo Dios.
2.1 En efecto, cuando un día, dentro de la celebración de la
misa, se leía aquel texto del evangelio en que se prescribe a los
discípulos enviados a predicar la forma evangélica de vida,
esto es, que no posean oro ni plata, ni tengan dinero en sus fajas; que no
lleven alforja para el camino, ni usen dos túnicas, ni calzado, ni
se provean tampoco de bastón, nada más oír estas palabras,
el Espíritu de Cristo lo ungió y lo revistió de tal
fuerza, que lo transformó en copia viva de la predicha forma de vida,
no sólo por el conocimiento y afecto, sino hasta en su conducta y
en el modo de vestir. Pues al momento se quitó el calzado, arrojó
el bastón, abandonó la alforja y el dinero y, contento con
una sola túnica, se despojó de la correa, y en lugar del cinto
tomó una cuerda, poniendo toda su solicitud en llevar a cabo lo que
había oído y en ajustarse completamente a la forma de vida
apostólica.
2.2 Así, pues, todo abrasado por la ardiente fuerza del Espíritu
de Cristo, comenzó, cual otro Elías, a ser celoso pregonero
de la verdad, comenzó a animar a algunos a la práctica de la
justicia perfecta y a invitar a todos a la penitencia. Sus palabras no eran
vacías ni objeto de risa, sino llenas de fuerza del Espíritu
Santo, que penetraban hasta la médula del corazón en tal grado,
que los oyentes se sentían altamente impresionados, y con su poderosa
eficacia quedaban ablandadas las mentes obstinadas. Habiendo llegado a conocimiento
de muchos los sublimes y santos ideales de Francisco tanto por la verdad
de su sencilla doctrina como de su vida, a la luz de su ejemplo comenzaron
algunos a animarse a hacer penitencia y a unírsele a él, adoptando
su género de vida y su vestido, habiendo dejado antes todas las cosas.
2.2 El humilde varón decidió dar a éstos el nombre de
hermanos menores. Completado ya el número seis con los hermanos que
respondieron a la llamada de Dios, su piadoso padre y pastor se estableció
en un lugar solitario, donde con gran amargura de corazón deploraba
la vida de su adolescencia, transcurrida no sin culpa, y pedía perdón
y gracia para sí y para la prole que había engendrado en Cristo.
De pronto le sobrevino un extraordinario gozo y fue cerciorado de haber sido
perdonados plenamente - hasta el último cuadrante - todos sus pecados.
Arrebatado luego fuera de sí, todo envuelto en una luz vivificante,
vio con claridad lo que había de suceder en el futuro respecto a su
persona y a sus hermanos. El mismo, hablando familiarmente, manifestó
dicha visión para confortar a su pequeña grey, anunciando el
desarrollo y la dilatación de la Orden, que, por la clemencia de Dios,
iba a producirse muy próximamente.
2.2 No pasaron muchos días y ya se les agregaron algunos otros hermanos,
hasta completar el número doce. Entonces decidió el siervo
del Señor presentarse con aquel grupo de hombres sencillos ante la
Sede Apostólica para pedir humilde e insistentemente a la misma autoridad
de la Santa Sede que otorgara la plena confirmación de la norma de
vida que el Señor le había mostrado y que él mismo había
compuesto en pocas palabras.
2.4 Apresurándose, pues - conforme a la decisión tomada -,
a comparecer, junto con sus compañeros, ante el sumo pontífice
el señor Inocencio III, Cristo, fuerza y sabiduría de Dios,
se dignó en su clemencia prevenirle a su vicario, advirtiéndole
mediante una visión que prestase favorable audiencia y benigno asentimiento
a las súplicas del Pobrecillo. En efecto, vio en sueños el
romano pontífice cómo estaba a punto de derrumbarse la basílica
lateranense y que un hombre pobrecito, de pequeña estatura y aspecto
despreciable, la sostenía, arrimando sus hombros a fin de que no viniese
a tierra. Al observar el sabio prelado la pureza y sencillez de alma del
siervo de Dios, su desprecio del mundo, amor a la pobreza, la firmeza en
su propósito de perfección, celo por las almas y el encendido
fervor de Su santa voluntad, exclamó:
2.4 Este es, en verdad, el que con sus obras y su doctrina sostendrá
la Iglesia de Cristo! Por eso se sintió desde entonces atraído
hacia él por una especial devoción, y, accediendo en todo a
sus peticiones, aprobó la Regla, le dio la encomienda de predicar
la penitencia, le otorgó todo lo que se le había pedido y le
prometió que más tarde le concedería generosamente otros
muchos beneficios.
2.5 Apoyado entonces Francisco en la gracia celestial y en la autoridad del
sumo pontífice, emprendió con gran confianza el camino de retorno
al valle de Espoleto, dispuesto ya a poner e práctica y predicar con
la palabra la verdad de la perfección evangélica que había
concebido en su mente y prometido en su profesión .
2.5 Suscitóse entre Francisco y sus compañeros la cuestión
de si debían vivir en medio de la gente o mas bien retirarse a lugares
solitarios. Habiendo indagado con insistentes plegarias el beneplácito
del Señor sobre el particular, iluminado por el oráculo de
la divina revelación, llegó a comprender que había sido
enviado por Dios a fin de ganar para Cristo las almas que el demonio trataba
de arrebatarle.
2.5 Discerniendo de allí que debía preferir vivir para bien
de los demás antes que para sí solo, se recogió en un
tugurio abandonado, que estaba cerca de Asís, con objeto de vivir
allí con sus hermanos según la forma de la santa pobreza en
el estricto rigor de su Religión y salir a predicar la palabra de
Dios a los pueblos conforme a las exigencias de lugares y tiempos. Convertido,
pues, en pregonero de Cristo, recorría las ciudades y aldeas anunciando
el reino de Dios no con palabras doctas de humana sabiduría, sino
con la fuerza del Espíritu. El Señor con previas revelaciones
dirigía a su heraldo y confirmaba la palabra con las señales
que la acompañaban.
2.6 Una vez en que, alejado corporalmente de sus hermanos, vigilaba, como
de costumbre, en oración, a eso de media noche, cuando algunos de
los hermanos estaban entregados al sueño y otros a la oración,
penetró por la portezuela de la habitación de los mismos hermanos
un carro de fuego de admirable resplandor, sobre el que se alzaba un globo
luminoso como el sol, el cual dio tres vueltas a lo largo de la estancia.
Ante tal prodigiosa y refulgente visión, quedaron estupefactos los
que estaban en vela, se despertaron llenos de terror los dormidos, y todos
ellos percibieron la claridad que alumbraba no sólo el cuerpo, sino
también el alma, pues a través de aquella luz a cada cual se
le hacía transparente la conciencia de los otros. Coincidieron todos
- al leerse mutuamente los corazones - en que había sido el mismo
santo padre Francisco el que, transfigurado en aquella forma, les había
mostrado el Señor, como que, viniendo en espíritu y poder de
Elías y convertido en caudillo de la milicia espiritual, había
sido constituido como carro de Israel y su auriga.
2.6 Vuelto el Santo a los hermanos, comenzó a confortarlos, hablándoles
de la visión celestial que se les había mostrado; comenzó
también a escudriñar los secretos de sus conciencias y a anunciarles
cosas futuras; y de tal suerte comenzó a brillar por los milagros,
que se hacía patente comprobar que sobre él descansaba el doble
espíritu de Elías con tanta plenitud, que podían sentirse
muy seguros quienes marchaban tras su doctrina y ejemplos de vida.
2.7 En aquel tiempo yacía enfermo en un hospital próximo a
Asís un religioso de la Orden de los crucíferos llamado Morico,
el cual sufría una enfermedad tan grave y prolongada, que se le creía
ya próximo a la muerte. En tal situación acudió suplicante
al Santo por medio de un enviado, rogándole insistentemente se dignara
interceder por él ante el Señor. Accediendo benignamente a
sus súplicas el varón piadoso, después de haberse recogido
en oración, tomó unas migas de pan, las mezcló con aceite
recogido de la lámpara que ardía junto al altar de la Virgen
y, haciendo con ello una especie de electuario, lo envió al enfermo
por medio de los hermanos, diciéndoles:
2.7 Llevad a nuestro hermano Morico esta medicina, por cuya fuerza de Cristo
no solo le devolverá por completo la salud, sino, que, convirtiéndolo
en robusto guerrero, le hará incorporarse para siempre en las filas
de nuestra milicia. Tan pronto como gustó el enfermo aquel antídoto
confeccionado por inspiración del Espíritu Santo se levantó
del todo sano, y obtuvo tal vigor de alma y cuerpo, que, ingresando poco
después en la Religión del Santo, llevó durante largo
tiempo un cilicio sobre la carne, y, contentándose exclusivamente
con viandas crudas, no tomó vino ni probó nada cocido.
2.8 Por aquel mismo tiempo, un sacerdote de la ciudad de Asís llamado
Silvestre, varón de vida honesta y simplicidad colombina, vio en sueños
cómo toda aquella región estaba cercada por un inmenso dragón,
ante cuya espantosa y horrenda figura se vislumbraba inminente un total exterminio
para algunas partes del mundo. A continuación vio salir de la boca
de Francisco Una refulgente cruz de oro: su extremidad tocaba los cielos,
y sus brazos, extendidos a los lados, parecían llegar hasta los confines
del orbe; a la vista de esta cruz luminosa, se daba totalmente a la fuga
aquel horroroso y terrible dragón.
2.8 Al mostrársele por tres veces dicha visión, comprendió
el piadoso y devoto Varón que Francisco había sido destinado
por el Señor para que - enarbolado el estandarte de la gloriosa cruz
- destruyera el poder del dragón maligno y para iluminar las mentes
de los fieles con los claros fulgores de la verdad tanto de su doctrina como
de su vida. Todo esto se lo contó detallada y ordenadamente al varón
de Dios y a los hermanos. Poco después abandonó el mundo, y
tal fue su perseverancia en seguir de cerca - a ejemplo del bienaventurado
Padre - las huellas de Cristo, que su vida en la Orden demostró ser
auténtica la visión que había tenido en el siglo.
2.9 Un hermano llamado Pacífico, cuando aun vivía de seglar,
encontró al siervo de Dios al tiempo en que predicaba en un monasterio
sito junto al castro de San Severino. Allí se hizo sentir sobre él
la mano del Señor. En efecto, vio a Francisco marcado, a modo de cruz,
por dos espadas transversales muy resplandecientes, una de las cuales se
extendía desde la cabeza hasta los pies, y la otra se alargaba desde
una mano a otra, atravesando el pecho. No conocía personalmente al
Santo; pero, cuando se le mostró de aquel modo maravilloso, lo reconoció
al instante. Ante su vista, quedó estupefacto, y, compungido y atemorizado
por el poder de sus palabras - como si hubiera sido atravesado por la espada
del espíritu que procedía de su boca -, despreciando todas
las pompas del siglo, se unió al santo Padre, profesando en su Orden.
2.9 Avanzando después en la Religión en toda santidad, y antes
de ser nombrado ministro en Francia - él fue el primero que ejerció
allí este cargo -, mereció ver de nuevo en la frente de Francisco
una gran tau que, adornada con variedad de colores, embellecía su
rostro con admirable encanto. Dicho signo lo veneraba con gran afecto el
varón de Dios, lo encomiaba frecuentemente en sus palabras, lo trazaba
al principio de sus acciones y lo marcaba con su propia mano al pie de las
breves cartas que escribía por caridad, como si todo su cuidado se
cifrara en grabar el signo tau—según el dicho profético—sobre
las frentes de los hombres que gimen y se duelen, convertidos de verdad a
Cristo Jesús.
3. Prerrogativa de sus virtudes
3.1 El insigne seguidor de Jesús crucificado y varón de Dios
Francisco, desde los comienzos de su conversión crucificaba la carne
con los vicios mediante una disciplina tan rígida y frenaba los movimientos
sensuales con unas normas tan estrictas de moderación, que apenas
tomaba lo necesario para el sustento de la naturaleza. De ahí que,
cuando estaba bien de salud, rara vez comía alimentos cocidos, y,
si los admitía, los hacía amargos mezclándolos con ceniza,
o los convertía en insípidos como sucedía frecuentemente
- derramando agua sobre ellos.
3.1 Cuán austera parquedad observara en la bebida privando a su carne
del vino para elevar el espíritu a la luz de la sabiduría,
podemos deducirlo claramente del hecho de que apenas se atrevía a
tomar agua fresca en suficiente cantidad cuando le abrasaba el ardor de la
sed. La desnuda tierra servía, las más de las veces, de lecho
para su fatigado cuerpo, su almohada era una piedra o un madero, y sus cobertores,
ropas sencillas, burdas y ásperas, pues había aprendido por
experiencia que los enemigos malignos se ahuyentan con prendas incómodas
y toscas, y que, por el contrario, se animan a tentar con más ímpetu
a los que usan vestidos delicados y muelles.
3.2 Rígido en la disciplina, prestaba gran atención a la vigilancia
sobre sí mismo, teniendo especial cuidado de la guarda del inapreciable
tesoro que llevamos en vasijas de barro, es decir, la castidad, que procuraba
poseer en sumo honor por una pureza integérrima de alma y cuerpo.
Por eso, al principio de su conversión, en días de frío
invernal se sumergía muchas veces en una fosa llena de hielo o de
nieve para someter a su perfecto dominio al enemigo doméstico y preservar
incólume del incendio de la voluptuosidad la cándida vestidura
de la pureza. Mediante estos ejercicios comenzó a resplandecer en
sus sentidos con tal brillo el pudor, que, habiendo conseguido un pleno dominio
sobre la carne, parecía haber hecho un pacto con sus ojos no sólo
de evitar toda mirada carnal, sino también de no fijar la vista en
todo aquello que fuera curioso o vano.
3.3 Mas, aunque con la consecución de la pureza de alma y cuerpo se
acercaba, en cierto sentido, a la cima de la santidad, sin embargo, no cesaba
de purificar continuamente los ojos del alma con torrentes de lágrimas,
ansiando las limpias claridades del cielo y dando poca importancia al detrimento
que pudiera sufrir en sus ojos corporales. Y como por el continuo llanto
hubiese contraído una gravísima enfermedad de la vista, el
médico le advirtió que se abstuviera de llorar, si quería
evitar la ceguera de su vista corporal.
3.3 El Santo, empero, no se avino en modo alguno a los consejos del médico,
asegurando que prefería perder la luz de sus ojos corporales antes
que reprimir la devoción del espíritu y dejar de derramar lágrimas,
con las que se limpia el ojo interior para poder ver más claramente
a Dios. En medio del celeste riego de lágrimas, el varón devoto
de Dios se mostraba jocundo y sereno tanto en su interior como en su semblante,
como que por el brillo de una conciencia santa estaba impregnado de la unción
de una alegría tan intensa, que con su mente se elevaba sin cesar
a Dios y exultaba de continuo en la contemplación de todas las obras
de sus manos.
3.4 La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, de tal modo se había
posesionado del varón de Dios, que - si bien brillaba en él
la prerrogativa de múltiples virtudes - parecía que ésta
había adquirido un dominio especial sobre Francisco, el mínimo
entre los menores. En su opinión, se reputaba como el mayor de los
pecadores, se consideraba como un vaso frágil y sórdido cuando
en realidad era un vaso elegido de santidad, resplandeciente por el multiforme
adorno de virtud y de gracia; un vaso consagrado por la santidad de su vida.
3.4 Ponía sumo empeño en aparecer despreciable ante sus propios
ojos y a la vista de los demás, descubriendo en pública confesión
sus defectos ocultos y escondiendo en lo más recóndito de su
pecho los dones recibidos del Dador para no exponerlos a una gloria que pudiera
serle ocasión de ruina.
3.4 Ciertamente, para cumplir toda justicia en el ejercicio de la perfecta
humildad, se esforzó hasta tal punto en someterse no sólo a
los superiores, sino también a los inferiores, que solía prometer
obediencia al compañero de viaje, por más sencillo que fuera,
para no mandar como prelado investido de autoridad, sino - como ministro
y siervo - obedecer por humildad aun a los súbditos.
3.5 El perfecto seguidor de Cristo de tal modo procuró desposarse
con amor eterno con la excelsa pobreza, compañera de la santa humildad,
que por ella no sólo abandonó al padre y a la madre, sino que
también se desprendió de todo lo que pudo poseer. Nadie hubo
tan codicioso del oro como él de la pobreza, nadie que tan solícito
en guardar un tesoro como él en guardar esta margarita evangélica.
Desde la fundación de su Religión - considerándose rico
con la túnica, la cuerda y los calzones - sólo parecía
gloriarse en la penuria y alegrarse en la escasez.
3.5 Si alguna vez veía a alguno más pobre que él en
el porte exterior, se reprochaba inmediatamente a sí mismo y se animaba
a igualarlo, como si al luchar con una rival pobreza, temiese, por cierta
nobleza de espíritu, ser vencido en el combate. En efecto, habiendo
preferido la pobreza - como arras de la herencia eterna - a todas las cosas
caducas, reputaba en nada las falaces riquezas - un feudo concedido para
una hora -; amaba la pobreza sobre todos los tesoros, y quería sobrepujar
a todos en su práctica el que por ella había aprendido a ser
inferior a los demás.
3.6 Creció el varón de Dios - mediante su amor a la altísima
pobreza - en las espléndidas riquezas de la santa simplicidad, de
modo que, no teniendo absolutamente nada propio en la tierra, parecía
poseer todos los bienes en el mismo Autor de este mundo. En efecto, como
quiera que con ojos de paloma, esto es, con sencilla intención de
la mente y con pura mirada de la especulación, lo refería todo
al supremo artífice y en todas las criaturas reconocía, amaba
y alababa al mismo Hacedor, por una concesión de la divina clemencia
llegaba a poseer todas las cosas en Dios, y a Dios en todas las cosas.
3.6 En consideración al primer origen de todos los seres, llamaba
a las criaturas todas - por más pequeñas que fueran - con el
nombre de hermano o hermana, como procedentes, al igual que él, de
un idéntico principio, si bien profesaba un afecto más dulce
y entrañable a aquellas criaturas que reflejan, por semejanza natural,
la compasiva mansedumbre de Cristo y aparecen en las Escrituras con esa significación.
Por lo cual resultaba, en virtud de un influjo sobrenatural, que la naturaleza
de los brutos sintiera, en cierto sentido, afición por él y
que hasta los seres inanimados obedecieran a sus deseos, cual si el mismo
santo varón - como simple y recto - hubiese sido ya reintegrado al
estado de inocencia.
3.7 De la fuente de la misericordia se había derramado sobre el siervo
de Dios la dulzura de la piedad en tan desbordante plenitud, que parecía
llevar entrañas de madre para aliviar las miserias de las personas
afligidas por alguna desgracia. Poseía una clemencia congénita,
que se duplicaba mediante la piedad infundida por el mismo Cristo. Se derretía
su corazón a la vista de los enfermos y de los pobres, y a quienes
no podía echarles una mano, les ofrecía su cordial afecto;
y es que cualquier necesidad o deficiencia que viera en alguna persona, llevado
de la dulzura de su piadoso corazón, la refería al mismo Cristo.
3.7 Como en todos los pobres veía la efigie de Cristo, al encontrarse
con ellos, no sólo les daba liberalmente aun aquellas cosas necesarias
para la vida que a él le habían proporcionado, sino hasta juzgaba
debían serles restituidas como si fueran propiedad suya. Por eso no
perdonaba nada, ni manteles, ni túnicas, ni libros, ni ornamentos
de altar sin entregar todas estas cosas - en cuanto podía - a los
pobres deseando cumplir el deber de la perfecta piedad hasta desgastarse
a sí mismo.
3.8 El celo por la salvación de los hermanos, que procede del horno
de la caridad, de tal modo penetró como espada aguda y llameante el
corazón de Francisco, que este varón celoso parecía
estar todo él inflamado en el ardor y deseo de ganar almas, así
como también llagado por el dolor de compasión. En efecto,
cuando veía las almas redimidas por la preciosa sangre de Cristo manchadas
con alguna inmundicia de pecado, traspasado de un indecible y agudo dolor,
lo deploraba con tan tierna conmiseración, que bien podía decirse
que, como una madre, las engendraba diariamente en Cristo.
3.8 De ahí su esfuerzo en la oración, de ahí sus correrías
apostólicas en la predicación, de ahí también
su extremado empeño en dar buen ejemplo, pues no se consideraba amigo
de Cristo si no trataba de ayudar a las almas que por El han sido redimidas.
Por eso también, aunque su inocente carne, sometida ya espontáneamente
al espíritu, no necesitaba del flagelo para expiar los propios pecados;
no obstante - para dar ejemplo -, le imponía nuevas cargas y castigos,
recorriendo por otros los duros caminos, con el objeto de seguir perfectamente
las huellas de Aquel que por la salvación de los demás entregó
a su alma a la muerte.
3.9 Puede uno darse cuenta del fervor de perfecta caridad con que era arrastrado
hacia Dios este amigo del Esposo si considera, sobre todo, el siguiente hecho:
su ardentísimo deseo de ofrecerse a Dios como hostia viva mediante
el fuego del martirio. Por esta causa, tres veces emprendió viaje
a tierra de infieles, pero dos veces por disposición divina encontró
obstáculos para realizar su objetivo, hasta que la tercera vez - tras
haber sufrido muchos oprobios, cadenas, azotes e innumerables trabajos -
fue conducido, con la ayuda de Dios, hasta la presencia del sultán
de Babilonia. Allí anunció el Evangelio de Jesús con
tal eficaz demostración de la fuerza del Espíritu, que el mismo
sultán quedó admirado, y, amansado por intervención
divina, escuchó benignamente al siervo de Dios.
3.9 Y, viendo el fervor de espíritu de Francisco, su profunda convicción,
su desprecio de la vida presente y la eficacia de la palabra divina, sintió
tan gran devoción hacia él, que lo juzgó digno de un
singular honor, le ofreció valiosos regalos y le invitó con
insistencia a morar en su compañía. Pero el verdadero despreciador
del mundo y de sí mismo rehusó todos los ofrecimientos como
si fueran lodo; y al ver que no podía lograr la realización
de su objetivo - después que sinceramente había hecho lo que
pudo -, advertido por una revelación, retornó a tierra de cristianos.
3.9 Y así resultó que el amigo de Cristo buscara con todas
sus fuerzas morir por El y no lo consiguiera, para de este modo lograr, por
una parte, el mérito del deseado martirio, y, por otra, quedar reservado
para un privilegio singular con el que sería distinguido más
adelante.
4. Vida de oración y espíritu de profecía
4.1 Como quiera que el siervo de Cristo se sentía en su cuerpo como
un peregrino alejado del Señor, si bien por la caridad de Cristo se
había ya totalmente. insensibilizado a los deseos terrenales, para
no verse privado de la consolación del Amado, se esforzaba - orando
sin intermisión - por mantener siempre unido su espíritu a
Dios. Pues ora caminase o estuviese sentado, lo mismo en casa que afuera,
ya trabajase o descansase, de tal modo estaba entregado a la oración,
que parecía consagrar a la misma no solo su corazón y su cuerpo,
sino hasta toda su actividad y todo su tiempo. Sumergíase muchas veces
en el éxtasis de la contemplación, de tal modo, que, arrebatado
fuera de sí y percibiendo algo más allá de los sentidos
humanos, no se daba cuenta en absoluto de lo que acontecía al exterior
en torno suyo.
4.2 Para recibir con mayor sosiego los raudales de las consolaciones espirituales,
de noche se dirigía a la soledad y a las iglesias abandonadas; aunque
allí sostenía horribles luchas contra los demonios, que, combatiendo
con él como mano a mano, se esforzaban por perturbar]o en el ejercicio
de la oración. Mas, ahuyentados éstos con la virtud de sus
incesantes y fervorosas plegarias y quedando solo y apaciguado el varón
de Dios, llenaba de gemidos los bosques, bañaba la tierra de lágrimas,
se golpeaba con la mano el pecho, y como si hubiera hallado un santuario
íntimo, ora respondía al Juez, ora suplicaba al Padre, ya se
recreaba con el Esposo, ya hablaba al Amigo. Allí lo vieron orar de
noche con las manos y los brazos extendidos en forma de cruz, mientras todo
su cuerpo se elevaba sobre la tierra y quedaba envuelto en una nubecilla
luminosa, como si la maravillosa luz y elevación del cuerpo fueran
una prueba de su admirable iluminación interior y de la elevación
de su espíritu.
4.3 Por la virtud sobrenatural de estas sobreelevaciones, según está
comprobado por indicios ciertos, se le descubrían ocultos misterios
de la divina sabiduría; aunque no los hacía públicos
sino en cuanto se lo urgía el celo por la salvación de los
hermanos o se lo dictaba la inspiración de la suprema revelación.
El incansable ejercicio de la oración, unido a la continua práctica
de la virtud, había conducido al varón de Dios a tal limpidez
y serenidad de mente que, a pesar de no haber adquirido por el estudio y
adoctrinamiento humano el conocimiento de las sagradas letras, iluminado
por los fulgores de la luz eterna, llegaba a sondear con clara agudeza de
entendimiento las profundidades de las Escrituras.
4.3 Reposó también sobre él el múltiple espíritu
de los profetas en tan pluriforme plenitud de gracia, que con su maravilloso
poder el varón de Dios se hacía presente a los ausentes, tenía
conocimiento cierto de los que estaban lejos, descubría los secretos
de los corazones y anunciaba acontecimientos futuros, cosa que comprueban
con evidencia muchos ejemplos, algunos de los cuales consignamos a continuación.
4.4 En cierta ocasión, el santo varón Antonio - entonces egregio
predicador, hoy ya preclaro confesor de Cristo - disertaba a los hermanos
reunidos en el capítulo provincial de Arlés sobre el título
de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Mientras de
su boca fluían melifluas palabras, el santo varón de Dios Francisco,
que entonces se hallaba lejos del lugar, apareció de pronto a la puerta
de la sala capitular elevado en el aire, bendiciendo Con las manos extendidas
en forma de cruz a los hermanos, y colmándolos de tan copiosa consolación
espiritual, que por iluminación del Espíritu Santo tuvieron
en su interior certeza de que en aquella admirable aparición estaba
actuando el poder divino. Además - como esto no se le quedó
oculto al bienaventurado Padre -, se deduce claramente de allí cuan
presente y abierto estaba su espíritu a la luz de la Sabiduría
eterna que es más móvil que cualquier movimiento, y, virtud
de su fuerza, lo atraviesa y lo penetra todo; y entrando en las almas buenas
de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas.
4.5 Una vez en que - según costumbre - se hallaban reunidos los hermanos
en capítulo en Santa María de la Porciúncula, uno de
ellos, aduciendo especiosas razones en propia defensa, se negaba a someterse
a la disciplina. Viéndolo en espíritu el santo varón,
que estaba recogido en oración en la celda haciendo de intercesor
y medianero entre sus hermanos y Dios, mandó llamar a uno de éstos
y le dijo: He visto al diablo sobre la espalda de ese hermano desobediente,
teniéndole por el cuello.
4.5 Dicho hermano, sometido a las órdenes del jinete, se deja guiar
por las bridas de sus sugestiones, una vez que ha despreciado el freno de
la obediencia. Anda, pues, y dile al hermano que sin dilación someta
su cerviz a la santa obediencia, que esto es lo que le sugiere hacer aquel
por cuyas insistentes oraciones ha marchado confuso el diablo. Advertido
el hermano mediante este enviado, se sintió compungido en su espíritu,
y, percibiendo la luz de la verdad, se arrojó a los pies del vicario
del Santo, se reconoció culpable, pidió perdón, aceptó
y cumplió la penitencia y en adelante obedeció humildemente
en todo.
4.6 Cuando estaba morando en el monte Alverna retirado en la celda, uno de
sus compañeros sintió vivos deseos de tener algún escrito
del Santo con palabras del Señor y breves anotaciones de su propia
mano. Creía que de este modo se vería libre de una grave tentación
- no de la carne, sino del espíritu - que lo atormentaba, o que al
menos le sería más fácil superarla. Ardiendo en tales
deseos, vivía interiormente angustiado, porque como era humilde, pudoroso
y sencillo, vencido por la vergüenza, no se atrevía a manifestar
su problema al venerable Padre.
4.6 Pero lo que el hombre no le descubrió, se lo reveló el
Espíritu. Mandó a dicho hermano le trajera tinta y papel, y,
conforme a su deseo, escribió de su propia mano las alabanzas del
Señor, añadiendo al fin su bendición. Le ofreció
generosamente lo que había escrito, y desapareció por completo
aquella tentación. Esta pequeña carta, conservada para la posteridad,
concedió a muchos el remedio y la salud, de suerte que se hace patente
a todos el gran mérito que tendrá ante Dios su redactor, el
cual dejó tan poderosa eficacia en el billete que escribió.
4.7 En otro tiempo, una noble y piadosa mujer acudió confiada al Santo,
pidiéndole insistentemente que se dignara interceder ante el Señor
en favor de su marido, para que, con una abundante efusión de gracia,
Dios le ablandara su duro corazón. En efecto, se mostraba muy cruel
con ella, contrariándola y poniéndole obstáculos en
el servicio de Cristo. Habiéndola escuchado el varón santo
y compasivo, la confirmó en el bien con palabras sagradas y le aseguró
que pronto conseguiría el consuelo apetecido, y al fin le mandó
que anunciase a su marido, de parte de Dios y de la suya, que ahora es el
tiempo de la clemencia y que luego será el de la justicia.
4.7 Dio fe la mujer a las palabras del siervo de Dios, y, recibida la bendición,
volvió con presteza a su casa, encontró a su marido y le comunicó
el mensaje recibido, confiando plenamente que se cumpliría la deseada
promesa del Santo. Tan pronto como sus palabras llegaron a oídos de
su marido, descendió sobre él el espíritu de gracia,
ablandando de tal manera su corazón, que desde entonces permitió
a su devota cónyuge servir libremente a Dios, y, junto con ella, se
ofreció también él al servicio del Señor. Por
insinuación de la santa mujer vivieron durante muchos años
en perfecta continencia y finalmente ambos emigraron el mismo día
al Señor; la mujer a la mañana y el hombre a la tarde; ella
como sacrificio matutino, él como ofrenda de la tarde.
4.8 Cuando el siervo de Dios yacía enfermo en Rieti, le presentaron
en una camilla - víctima de grave enfermedad - a un prebendado de
nombre Gedeón, hombre lascivo y mundano. Con lágrimas en los
ojos le rogaba, junto con los presentes, que trazase sobre él la señal
de la cruz. Le repuso el Santo: Has vivido en el pasado según tus
antojos de la carne, sin temer los juicios de Dios. Mira: no por tus súplicas,
sino por las devotas plegarias de los que interceden en favor tuyo, haré
sobre ti la señal de la cruz; mas te aseguro desde ahora que, si vuelves
otra vez al vómito del pecado, sufrirás mayores males.
4.8 Hecha la señal de la cruz sobre el enfermo desde la cabeza hasta
los pies, crujieron los huesos de su cintura - ruido que oyeron todos - con
un chasquido semejante al que se produce cuando con la mano se rompe leña
seca. Al instante, el que había estado postrado con los miembros agarrotados,
se levantó sano y salvo, prorrumpiendo en alabanzas a Dios, y exclamó:
"¡Ya estoy curado!"
4.8 Mas poco después, olvidándose de Dios, volvió a
entregarse a la vida de impureza. Y he aquí que cierta tarde en que
había cenado en casa de un canónigo y se había quedado
aquella noche a dormir allí, de pronto se derrumbó sobre todos
ellos la techumbre del edificio. Todos escaparon a la muerte, excepto aquel
miserable, que pereció. Así se puso de manifiesto al mismo
tiempo con este singular acontecimiento Cuan severo es el celo de la justicia
de Dios par a con los ingratos y cuan veraz y cierto en las dudas fue el
espíritu de profecía de que estaba lleno Francisco.
4.9 En aquel mismo tiempo, después de haber regresado de su viaje
a ultramar, llegó a Celano a predicar; y allí, un caballero,
movido por la devoción, le invitó insistentemente a quedarse
a comer con él, y casi le forzó al que se resistía.
Pero antes de ponerse a comer, al dirigir el devoto varón - según
su costumbre - preces y alabanzas a Dios, vio en espíritu que a aquel
hombre se le aproximaban la muerte y el consiguiente juicio, y con la mente
fija en Dios tenía los ojos vueltos al cielo. concluida por fin la
oración, llamó a solas al bondadoso huésped y le predijo
la cercanía de su muerte, le exhortó a que se confesara y le
animé - cuanto pudo - a hacer el bien. Accedió en seguida el
hombre a las palabras del Santo y descubrió en confesión todos
sus pecados al compañero de éste. Puso en orden su casa, se
encomendó a la divina misericordia y se preparó, en cuanto
pudo, a recibir la muerte.
4.9 Mientras los demás tomaban la refección corporal, aquel
caballero que parecía tan sano y robusto, súbitamente exhaló
su espíritu - según se lo había anunciado el varón
de Dios -, siendo arrebatado por una muerte repentina. Con todo, gracias
al espíritu profético del Santo, fue confortado de antemano
con las armas de la penitencia, para evitar así la condenación
eterna y poder entrar conforme a la promesa evangélica en las moradas
eternas.
5. Obediencia de las criaturas y condescendencia divina
5.1 En verdad, asistía al siervo de Dios el Espíritu del Señor,
que lo había ungido, y el mismo Cristo, fuerza y sabiduría
de Dios, por cuyo poder y gracia no sólo le eran descubiertos los
arcanos misterios, sino que también le obedecían los elementos
de este mundo.
5.1 En una ocasión en que le aconsejaban los médicos y le persuadían
los hermanos con insistentes súplicas a que se sometiera a la operación
del cauterio para curar la enfermedad de los ojos, el varón de Dios
se avino humildemente a ello, considerando que sería no sólo
remedio para la dolencia corporal, sino también materia para ejercitarse
en la virtud. Estremecida su carne con un sentimiento natural de horror a
la vista del instrumento de hierro ya incandescente, comenzó a hablar
al fuego como a Un hermano suyo, mandándole en nombre y poder del
Creador, que atemperase su ardor, para que, quemando suavemente, fuera capaz
de soportarlo. Penetró crujiente el hierro en aquella carne delicada,
extendiéndose el cauterio desde el oído hasta las cejas. Al
término de la operación, el varón lleno de Dios, exultando
en su espíritu dijo a sus hermanos: Alabad al Altísimo, pues
- a decir verdad - ni el ardor del fuego me ha producido molestia alguna
ni me ha afectado en lo más mínimo el dolor de la carne.
5.2 Encontrándose el siervo de Dios bajo el peso de una gravísima
dolencia en el eremitorio de San Urbano, y al sentir el desvanecimiento de
la naturaleza, pidió un vaso de vino. Al responderle que era imposible
acceder a su deseo, puesto que no había allí ni una gota de
vino, ordenó que se le trajera agua. Una vez presentada, la bendijo,
haciendo sobre ella la señal de la cruz. De pronto lo que había
sido pura agua, se convirtió en óptimo vino, y lo que no pudo
ofrecer la pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo la pureza del
Santo. Apenas gustó el vino, se recuperó de su enfermedad con
tan gran presteza, que se puso claramente evidencia que aquella deseada bebida
le fue concedida por el generoso Dador no tanto para satisfacer el sentido
de su gusto como para ofrecerle una eficaz medicina para su salud.
5.3 En otro tiempo, quiso el varón de Dios trasladarse a un eremitorio
para dedicarse allí más libremente a la contemplación,
y, como estaba débil, se hizo llevar en el asnillo de un pobre campesino.
Era un día caluroso de verano. El hombre seguía al siervo de
Dios en la ascensión de la montaña, iba cansado por la áspera
y larga caminata y se sentía desfallecer por una sed abrasadora. Sin
poder resistir, comenzó a gritar reiteradamente, diciendo que, si
no bebía algo, exhalaría pronto su espíritu. Sin tardanza,
se apeó del jumentillo el varón de Dios, e, hincadas las rodillas
en el suelo y alzadas las manos al cielo, no cesó de orar hasta que
comprendió haber sido escuchado. Terminada la oración, dijo
al hombre sediento: Corre a aquella roca. Corrió el hombre al lugar
señalado, y bebió del agua brotada de la roca en virtud de
la oración del Santo y extrajo el líquido que Dios le proporcionara
de una peña durísima.
5.4 En cierta ocasión en que el siervo del Señor predicaba
en Gaeta, a orillas del mar, queriendo esquivar los aplausos de la turba,
que, llevada de la devoción, se precipitaba sobre él, corrió
a refugiarse él solo en una barca que estaba junto a la orilla. Y
he aquí que la barca - como si fuera movida por un motor interior
dotado de razón -, sin remero alguno, se apartó de la tierra
mar adentro ante la mirada y asombro de todos. Alejada a cierta distancia
en medio del mar, permaneció inmóvil entre las olas todo el
tiempo en que el varón de Dios quiso predicar a la muchedumbre que
le miraba desde la orilla. Cuando la gente que había escuchado el
sermón y contemplado el prodigio, se retiró de allí,
a ruegos del Santo, después de haber recibido Su bendición,
arribó a la orilla la barca, impulsada no por otras órdenes
que las del cielo, como si la criatura que sirve a su Hacedor se sometiese
sin rebeldía a este perfecto adorador del Creador y le obedeciese
sin tardanza.
5.5 Mientras estaba morando una temporada en el eremitorio de Greccio, los
habitantes de aquel lugar se veían atormentados por muchos males.
Por una parte, las tempestades de granizo desvastaban anualmente los campos
y viñedos; por otra, manadas de lobos rapaces hacían grandes
estragos no sólo entre los animales, sino hasta en los mismos hombres.
Compadecido en su bondad el siervo del Señor omnipotente de aquellas
gentes tan gravemente afligidas, en una predicación les prometió
públicamente - y salió fiador de ello - que desaparecerían
todas aquellas calamidades si, confesados sus pecados, estaban dispuestos
a hacer dinos frutos de penitencia.
5.5 Siguiendo las amonestaciones del Santo, hicieron penitencia y desde aquel
día cesaron las plagas, desaparecieron los peligros, y ni los lobos
ni el granizo volvieron a causarles daño alguno. Es más, si
alguna vez el granizo llegaba a desvastar los campos vecinos, al acercarse
a los términos de Greccio, se disipaba allí mismo la tempestad
o tomaba otra dirección.
5.6 En otra ocasión, cuando el varón de Dios recorría
predicando el valle de Espoleto, al acercarse a Bevagna llegó a un
punto donde se había reunido una gran bandada de aves de toda especie.
Se detuvo a mirarlas con ojos piadosos, e, invadido por el Espíritu
del Señor, se dirigió velozmente hacia ellas y, saludándolas
alegremente, les impuso silencio y les mandó que oyeran con atención
la palabra de Dios. Después de haberles hablado largamente de los
beneficios que el Señor prodiga a las criaturas y de las alabanzas
que éstas deben rendirle, las avecillas, gesticulando de modo admirable,
comenzaron a alargar sus cuellecitos, a extender las alas, abrir los picos
y a mirarle fijamente, como si se esforzaran en sentir el poder maravilloso
de sus palabras.
5.6 Y era justo, en verdad, que el varón lleno de Dios, que sentía
una inclinación piadosa y humana hacia las criaturas carentes de razón,
fuera, a su vez, correspondido por éstas, aficionándosele de
modo tan admirable, que le escuchaban cuando las instruía, le obedecían
cuando les daba órdenes, se posaban con confianza en sus manos y permanecían
sin dificultad con quien las retenía.
5.7 En aquel tiempo en que, por conseguir la palma del martirio, intentara
pasar a tierras de ultramar - proyecto que no pudo llevar a feliz término
impedido por las tempestades marinas -, de tal modo le asistió la
amorosa providencia de Aquel que lo dirige todo, que le libró de los
peligros de muerte juntamente con otros muchos y realizó, en atención
a él, obras maravillosas en medio del mar. Efectivamente, al proponerse
volver de Eslavonia a Italia, embarcó en una nave sin avituallamiento
alguno. Ahora bien, nada más subir a bordo, se presentó un
desconocido enviado por Dios en favor del pobrecillo de Cristo, que traía
consigo los alimentos necesarios para la travesía, y, llamando aparte
a un marinero temeroso de Dios, se los entregó para que en tiempo
oportuno los distribuyera entre aquellos pobrecillos que nada tenían.
5.7 Y sucedió que a causa del fuerte temporal no pudieron arribar
los tripulantes a ningún puerto. Entre tanto se consumieron todos
los víveres quedando tan sólo la pequeña porción
de limosna prodigiosamente otorgada para el dichoso varón. Por las
plegarias y méritos de Francisco, hizo el poder divino que se multiplicara
tan considerablemente esa insignificante cantidad, que, a pesar de tener
que estar muchos días en el mar debido al continuo temporal, fue suficiente
para llenar cumplidamente las necesidades de todos hasta que llegaron al
ansiado puerto de Ancona.
5.8 Aconteció también otra vez que, viajando el varón
de Dios con un compañero suyo, por motivo de predicación, entre
Lombardía y la Marca Trevisana, junto al río Po, les sorprendió
la espesa oscuridad de la noche. El camino que debían recorrer era
sumamente peligroso a causa de las tinieblas, el río y los pantanos.
Viéndose en tan apretada coyuntura, el compañero le rogó
al Santo que implorase el auxilio divino. Respondióle el varón
de Dios lleno de una gran confianza: Poderoso es Dios - si place a su bondad
- para disipar las sombrías tinieblas y concedernos el beneficio de
su luz ¡Cosa admirable! Apenas había terminado de hablar, cuando
de pronto - por intervención del cielo - comenzó a brillar
en torno suyo una luz tan esplendente, que, siendo oscura la noche en otras
partes, al resplandor de aquella claridad ellos distinguían no sólo
el camino, sino también muchas cosas que se presentaban en torno suyo
al otro lado del río.
5.9 Ciertamente. en medio de las densas tinieblas de la noche hiciera patente
que no pueden ser envueltos en la oscuridad de la muerte quienes por senda
recta siguen la luz de la vida. Así sucedió que, dirigidos
corporalmente y reconfortados en el espíritu con el maravilloso resplandor
de aquella luz, recorrieron gran parte de la ruta cantando himnos y alabanzas
hasta que llegaron al lugar del hospedaje.
5.9 ¡Oh varón preclaro y admirable!, a quien el fuego le atempera
su ardor, el agua le cambia de gusto, la roca le brinda bebida abundante,
le sirven los seres inanimados, se le amansan las bestias feroces y le atienden
con interés las criaturas irracionales; el mismo Señor del
universo se pliega benignamente a sus deseos cuando con liberalidad le prepara
el alimento, le guía por el camino con la claridad de su luz, de suerte
que - como a varón de eximia santidad - toda criatura se pone a su
servicio y hasta el mismo Creador de cielo y tierra condesciende a sus deseos.
6. Las sagradas llagas
6.1 Francisco, fiel .siervo y ministro de Cristo, dos años antes de
entregar su espíritu a Dios, habiendo iniciado en un lugar elevado
y solitario, llamado monte Alverna, la cuaresma de ayuno en honor del arcángel
San Miguel - inundado más abundantemente que de ordinario por la dulzura
de la suprema contemplación y basado en una llama más ardiente
de deseos celestiales -, comenzó a experimentar un mayor cúmulo
de dones y gracias divinas.
6.1 Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico
de sus deseos y transformado por el afecto de su tierna compasión,
en Aquel que, en aras de su extremada caridad, aceptó ser crucificado,
una mañana próxima a la fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de
lo más alto del cielo así como la figura de un serafín,
que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo
rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se hallaba el varón
de Dios, deteniéndose en el aire. Y apareció no solo alado,
sino también crucificado: tenía las manos y los pies extendidos
y clavados a la cruz, y las alas dispuestas, de una parte a otra en forma
tan maravillosa, que dos de ellas se alzaban sobre su cabeza; las otras dos
estaban extendidas para volar, y las dos restantes rodeaban y cubrían
todo el cuerpo.
6.2 Ante tal visión quedó lleno de estupor y experimentó
en su corazón un gozo mezclado de dolor. En efecto, el aspecto gracioso
de Cristo, que se le presentaba de forma tan misteriosa como familiar, le
producía una intensa alegría, al par que la contemplación
de la terrible crucifixión atravesaba su alma con la espada de un
dolor compasivo.
6.2 Comprendió entonces - instruido interiormente por aquel que se
le aparecía al exterior - que, si bien la debilidad de la pasión
en modo alguno se avenía con la inmortalidad del espíritu de
un serafín, se le había presentado a sus ojos aquella visión
para que el amigo de Cristo supiese de antemano que debía ser del
todo transformado en una clara imagen de Cristo Jesús crucificado
no por el martirio de la carne, sino mediante el incendio de Su espíritu.
Y así sucedió, porque, al desaparecer la visión después
de un arcano y familiar coloquio, quedó su alma interiormente inflamada
en ardores seráficos y exteriormente sellada en su carne la efigie
conforme al Crucificado, como si la previa virtud licuefactiva del fuego
le hubiera seguido una cierta grabación configurativa.
6.3 Al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales
de los clavos, viéndose las cabezas de los mismos en la parte interior
de las manos y en la superior de los pies, mientras que sus puntas se hallaban
al lado contrario. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las
manos y en los pies; las puntas aparecían alargadas, retorcidas y
remachadas, y, sobresaliendo de la misma carne, rebasaban el resto de ella.
Y, en verdad, las puntas de los clavos remachadas debajo de los pies, eran
tan destacadas y prominentes hacia el exterior, que no solo no le permitían
fijar libremente las plantas en el suelo, sino que - según me informaron
los que lo vieron con sus propios ojos - se podían introducir fácilmente
un dedo a través de la curva que formaban las dichas puntas.
6.3 Asimismo, el costado derecho - como si hubiera sido traspasado por una
lanza - llevaba una roja cicatriz, que, derramando con frecuencia sangre
sagrada, empapaba tan copiosamente la túnica y los calzones, que,
al lavarlos luego a su tiempo los compañeros del Santo, advertían
sin duda que así como en las manos u en los pies, también en
el costado tenía el siervo del Señor impresa la semejanza con
el Crucificado.
6.4 Viendo el varón lleno de Dios que no podían permanecer
ocultas a sus compañeros más íntimos aquellas llagas
tan claramente impresas en su carne y temeroso, por otra parte, de publicar
el secreto del Señor, se vio envuelto en una angustiosa incertidumbre,
sin saber a qué atenerse: si manifestar o más bien callar la
visión tenida. Por fin, estimulado por el aguijón de la conciencia,
refirió detalladamente - no sin mucho temor - la dicha visión
a algunos de sus compañeros más íntimos; y añadió
que Aquel que se le había aparecido le reveló algunas cosas
que jamás, mientras él viviera, descubriría a hombre
alguno.
6.4 Después que el verdadero amor de Cristo había transformado
en su propia imagen a este amante suyo, terminado el plazo de cuarenta días
que se había propuesto pasar en aquella soledad de Alvernia y próxima
ya la solemnidad del arcángel Miguel, descendió del monte el
angélico varón Francisco, llevando consigo la efigie del Crucificado,
no esculpida por mano de algún artífice en tabla de piedra
o de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su
carne.
6.5 Como quiera que el varón santo y humilde se esforzaba por encubrir
con toda diligencia aquellas sagradas señales, plugo al Señor
realizar para su gloria, mediante las mismas, algunos patentes prodigios,
para que, poniendo en evidencia por estos claros signos el poder oculto de
dichas llagas, resplandeciese como astro brillantísimo en medio de
las densas oscuridades de este siglo tenebroso. Sirva como prueba de ello
el siguiente hecho.
6.5 Antes de la permanencia del Santo en el mencionado monte Alvernia, se
solía formar en el mismo monte una oscura nube, que desencadenaba
en las cercanías una violenta tempestad, devastando periódicamente
los frutos de la tierra. Pero a partir de aquella dichosa aparición
cesó el acostumbrado granizo, no sin admiración y gozo de los
habitantes del lugar, de modo que el mismo aspecto del cielo, serenado fuera
de costumbre, ponía de manifiesto la excelencia de aquella visión
celeste y el poder de las llagas que allí fueron impresas.
6.6 En aquel mismo tiempo se había propagado en la provincia de Rieti
una grave peste, que en tal grado comenzó a infestar todo ganado lanar
y vacuno, que casi todo él parecía estar atacado de una enfermedad
sin remedio. Pero un hombre temeroso de Dios que advertido en una visión
nocturna que se acercara apresuradamente al eremitorio de los hermanos donde
a la sazón moraba el bienaventurado Padre y que, consiguiendo de sus
compañeros el agua en que el Santo se había lavado las manos
y los pies, rociara con ella los animales enfermos; de este modo desaparecería
toda aquella peste. Habiendo cumplido diligentemente dicho encargo aquel
hombre, Dios infundió tal poder al agua que había tocado las
sagradas llagas, que por poco que alcanzase su aspersión a los animales
enfermos, se alejaba al punto la plaga pestilencial y, recuperando los animales
su primitivo vigor, salían corriendo a pastar, como si antes no hubieran
padecido mal alguno.
6.7 Aquellas manos consiguieron desde entonces un poder tan maravilloso,
que a su contacto salutífero devolvían a los enfermos una sólida
fortaleza, y a los paralíticos la recuperación del sentido
y movimiento en sus miembros ya áridos, y lo que es mucho más
prodigioso que todo esto: otorgaban a los mortalmente heridos la reintegración
a una vida totalmente sana. De entre sus muchos prodigios voy a adelantar
dos en forma resumida.
6.7 En Lérida, un hombre llamado Juan, devoto del bienaventurado Francisco,
una tarde fue tan atrozmente cosido de heridas, que se creía difícil
pudiera sobrevivir hasta el día siguiente. Entonces se le apareció
de modo admirable el santísimo Padre, y, tocándole en las heridas
con sus sagradas manos, en el mismo momento recuperó tan por completo
su salud, que toda aquella región proclamaba al prodigioso portaestandarte
de la cruz como dignísimo de toda veneración. Pues ¿quién
podría contemplar sin admiración a un hombre no desconocido
que unos segundos antes se encontraba desgarrado por heridas gravísimas
y que ahora aparecía gozando de perfecta salud? ¿Quién
no recordarlo sin acción de gracias? En fin, ¿qué alma
fiel puede ponderar sin devoción un milagro tan lleno de piedad, tan
poderoso y preclaro?
6.8 En Potenza, ciudad de la Pulla, un clérigo llamado Rogerio, mientras
pensaba con ligereza acerca de los sagrados estigmas del bienaventurado Padre,
de improviso fue herido en su mano izquierda debajo del guante que llevaba
puesto, como si le hubiera alcanzado una saeta despedida por una ballesta;
el guante, empero, permaneció intacto. Atormentado durante tres días
por agudísimos dolores y sinceramente arrepentido ya de su comportamiento,
invocó al bienaventurado Francisco y le conjuró por sus gloriosas
llagas que viniera en su auxilio; y obtuvo una curación tan cabal,
que desapareció todo dolor y no le quedó la más leve
huella de la lesión. De lo cual se deduce claramente que aquellas
sagradas señales fueron grabadas con el poder y dotadas de la virtud
de Aquel de quien es propio infringir heridas y proporcionar su curación,
vulnerar a los obstinados y sanar a los contritos de corazón.
6.9 Era justo que este afortunado varón apareciera distinguido con
tan singular privilegio, ya que todo su empeño - lo mismo en público
que en privado - se cifró en la cruz del Señor. En efecto,
tanto su admirable suavidad y mansedumbre como su austeridad de vida, su
profunda humildad, su pronta obediencia, su eximia pobreza y su castidad
incontaminada; su amarga compunción, el torrente de sus lágrimas
y su piedad entrañable; el ardor de su celo, su anhelo de martirio,
el exceso de su caridad, y, en fin, la múltiple prerrogativa de sus
virtudes cristiformes, ¿qué otra cosa pretenden ser en él
sino un asimilar a Cristo y como una especie de preparación para recibir
sus sagradas llagas?
6.9 Por eso, desde su conversión y en el decurso de su vida toda fue
adornado con los gloriosos misterios de la cruz de Cristo, y, por último,
a la vista del sublime Serafín y del humilde Crucificado, fue todo
él transformado - mediante una fuerza deiforme e ígnea - en
la efigie que se le había aparecido, según han testimoniado
quienes vieron, tocaron y besaron las sagradas llagas; y, jurando - con las
manos puestas sobre los libros sagrados - que así sucedió y
que ellos contemplaron dichos estigmas, confirmaron el hecho con una mayor
garantía de certeza
7. El tránsito
7.1 Clavado ya a la cruz, juntamente con Cristo, tanto en su carne como en
su espíritu, el varón de Dios no sólo se elevaba a Dios
por el incendio del amor seráfico, sino que, atravesado su corazón
por un ferviente celo de las almas, a una con el Señor crucificado
anhelaba la salvación de todos los que han de salvarse. Y, no pudiendo
caminar a causa de los clavos que sobresalían en la planta de sus
pies, se hacía llevar su cuerpo medio muerto a través de las
ciudades y aldeas para que - como aquel otro ángel que subía
del oriente - encendiera en la llama del fuego divino los corazones de los
siervos de Dios, para dirigir sus pasos por el camino de la paz y marcar
sus frentes con el sello de Dios vivo. Se abrasaba también en el ardiente
deseo de volver a la humildad de los primeros tiempos, dispuesto a servir
- como al principio - a los leprosos y a someter a la servidumbre de antes
su cuerpo, desgastado ya por el trabajo y sufrimiento.
7.2 Se proponía - teniendo a Cristo de guía - realizar cosas
grandes, y, aunque sumamente débil en su cuerpo, pero vigoroso y férvido
en e1 espíritu, soñaba con nuevas batallas y nuevos triunfos
sobre el enemigo. Y, en verdad, para que en el pequeñuelo de Cristo
se acrecentase el cúmulo de méritos que tienen su real consumación
en la perfecta paciencia, comenzó a sufrir tantos y tan graves enfermedades,
que se extendieron las dolorosas molestias a cada uno de los miembros de
su cuerpo, y, consumidas ya sus carnes, parecía como si solo le quedara
la piel adherida los huesos.
7.2 Y, a pesar de verse atormentado con tan acerbos dolores, decía
que aquellas sensibles angustias no eran penas, sino hermanas suyas, y, sobrellevándolas
alegremente, dirigía tan ardientes alabanzas y acciones de gracias
a Dios, que a los hermanos que le asistían les parecía ver
a otro Pablo, en su gozoso y humilde gloriarse ante 1a debilidad, o a un
nuevo Job, en el imperturbable vigor de su ánimo.
7.3 El Santo tuvo, con mucha antelación, conocimiento de la hora de
su muerte, y, estando cercano el día de su tránsito, comunicó
a sus hermanos que pronto iba a abandonar la tienda de su cuerpo, según
se lo había manifestado el mismo Cristo. Así, pues, dos años
después de la impresión de las sagradas llagas, es decir, al
vigésimo año de su conversión, pidió ser trasladado
a Santa María de la Porciúncula, para que allí donde
por mediación de la Virgen madre de Dios había concebido el
espíritu de perfección y de gracia, en el mismo lugar - rindiendo
tributo a la muerte - llegase al premio de la eterna retribución.
7.3 Conducido, pues, a dicho lugar y para demostrar con un ejemplo de verdad
que nada tenía él de común con el mundo, en medio de
aquella enfermedad tan grave que dio término a todas sus dolencias,
se postró totalmente desnudo sobre la desnuda tierra, dispuesto en
este trance supremo - en que el enemigo podía aún desfogar
sus iras - a luchar desnudo con el desnudo. Tendido así en tierra
y desnudado como atleta en la arena, cubrió con la mano izquierda
la herida del costado derecho para que no fuera vista, elevó en la
forma acostumbrada su sereno rostro al cielo y, fijando toda su atención
en la gloria, comenzó a bendecir al Altísimo, porque, desembarazado
de todas las cosas, podía ya libremente sumergirse en El.
7.4 Acercándose ya, por fin, el momento de su tránsito, hizo
llamar a su presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando
de suavizar con palabras de consuelo el dolor que sentían ante su
muerte, los exhortó con paterno afecto a amar a Dios. Además
les dejó, como legado y herencia, la posesión de la pobreza
y de la paz, les recomendó encarecidamente que aspiraran a los bienes
eternos precaviéndose de los peligros de este mundo, y con toda la
fuerza persuasiva de que fue capaz, los indujo a seguir perfectamente las
hullas de Jesús crucificado.
7.4 Sentados los hijos en torno al patriarca de los pobres, cuya vista se
había ya debilitado no por la vejez, sino por las lágrimas,
el santo varón - medio ciego y próximo ya a la muerte - extendió
las manos sobre ellos, teniendo los brazos en forma de cruz por el amor que
siempre había profesado a esta señal, y bendijo, en virtud
y en el nombre del crucificado, a todos los hermanos, tanto presentes como
ausentes.
7.5 A continuación pidió que se le leyera el pasaje del evangelio
según San Juan que comienza así: Antes de la fiesta de pascua,
para escuchar en esa palabra la voz de su amado que lo llamaba, de quien
tan sólo le separaba la débil pared de la carne. Por fin, cumplidos
en él todos los misterios, orando y cantando salmos, se durmió
en el Señor este afortunado varón, y su alma santísima
- liberada ya de las ataduras de la carne - se sumergió en el abismo
de la claridad eterna.
7.5 En aquel mismo momento, un hermano y discípulo suyo, varón
insigne por su santidad, vio subir derecha al cielo aquella dichosa alma
bajo la forma de una estrella fulgentísima, transportada hacia arriba
por una blanca nubecilla sobre un mar de agua. Efectivamente, aquella alma
- brillante por el candor de su conciencia y la prerrogativa de sus virtudes
- se remontaba a lo alto con tal empuje por la afluencia de gracias y de
virtudes conformantes con Dios, que no se le podía retardar ni siquiera
un momento la visión de la luz y de la gloria celestes.
7.6 Asimismo, el ministro a la sazón de los hermanos en la Tierra
de Labor, de nombre Agustín, varón amado de Dios, que se encontraba
a las puertas de la muerte y que tiempo atrás había perdido
el habla, de pronto exclamó de forma que le oyeran que estaban presentes:
Espérame, Padre que ya voy contigo. Al preguntarle admirados los hermanos
a quién hablaba así, aseguró que veía ir al cielo
al bienaventurado Francisco y nada más decir estas palabras, él
mismo también descansó felizmente en paz.
7.6 En aquel mismo tiempo, el obispo de Asís había ido en peregrinación
al santuario de San Miguel, sito en el monte Gargano. Estando allí,
se le apareció, lleno de júbilo, el bienaventurado Francisco
a la hora misma de su tránsito, y le dijo que dejaba, mundo y que
se iba muy contento al cielo. Al levantarse a la mañana siguiente,
el obispo refirió a los compañeros la visión que había
tenido, y, vuelto a Asís, comprobó con toda certeza - tras
una cuidadosa investigación - que a la misma hora en que se le presentó
dicha visión había emigrado de este mundo el bienaventurado
Padre.
7.7 Cuán eximia fuera la santidad de este preclaro varón de
Dios - en su inmensa bondad - se dignó darlo a conocer mediante muchos
y estupendos milagros realizados también después de su tránsito.
En efecto, a su invocación y por sus méritos la fuerza todopoderosa
de Dios, otorgó vista a los ciegos, oído a los sordos, la palabra
a los mudos, el andar a los cojos, el sentido y movimiento a los paralíticos;
restituyó una completa salud a lo miembros áridos, contraídos
y rotos, libertó a los encarcelados condujo a puerto de salvación
a los náufragos, facilitó el alumbramiento a las que peligraban
en el momento del parto, ahuyento los demonios de los cuerpos posesos; finalmente,
concedió limpieza y sanidad a los que padecían flujo de sangre
y a los leprosos, hizo recobrar el perfecto estado de salud a los mortalmente
heridos y, lo que todavía es mucho más prodigioso que todo
eso, devolvió la vida a muertos.
7.8 Innumerables son también los beneficios de Dios que por su intercesión
no cesan de derramarse a raudales en diversas partes del mundo; yo mismo,
que he descrito todo lo anterior, lo he comprobado por propia experiencia
en mi persona. Pues, estando muy gravemente enfermo cuando aún era
niño pequeño, mi madre hizo una promesa en favor mío
al bienaventurado padre Francisco, y me libré de las fauces de la
muerte, quedando completamente restablecido. Y, conservando un vivo recuerdo
de ello, ahora lo confieso sincera y abiertamente, no sea que, silenciando
tamaño beneficio, se me tache de crimen de ingratitud.
7.8 Recibe, pues, Padre bienaventurado - aunque pobres y por mucho inferiores
a tus méritos y beneficios -, nuestras acciones de gracias, y, cuando
acojas nuestros votos, excusa nuestras culpas y ruega para que tus fieles
devotos se vean libres de los males presentes y lleguen a los bienes eternos.
7.9 Para concluir el tema con un epílogo que sea como una recapitulación
de todo lo anteriormente escrito: quienquiera haya leído estas reflexiones,
considere finalmente que la conversión del bienaventurado Francisco,
acaecida de modo maravilloso; su eficacia en la predicación de la
palabra divina, la prerrogativa de sus excelsas virtudes, su espíritu
de profecía, unido a la inteligencia de las Escrituras; la obediencia
de las criaturas irracionales, la impresión de las sagradas llagas
y su glorioso tránsito de este mundo al cielo son como siete testimonios
que muestran y confirman claramente ante el mundo entero que Francisco -
como preclaro heraldo de Cristo, que lleva en sí mismo el sello de
Dios vivo - es digno de veneración por su ministerio, auténtico
en doctrina y admirable por su santidad.
7-9 Que le sigan, pues, seguros quienes salen de Egipto, porque, dividido
el mar con el báculo de la cruz de Cristo, atravesarán el desierto,
pasando el Jordán de la mortalidad, para entrar - gracias al prodigioso
poder de la misma cruz - en la tierra prometida de los vivientes, donde se
digne introducirnos, por los sufragios del bienaventurado Padre, el ínclito
salvador y guía Jesús, a quien con el Padre y el Espíritu
Santo en trinidad perfecta sea dada toda alabanza, honor y gloria por los
siglos de los siglos Amén.
LEYENDA MAYOR
PARTE PRIMERA
PRÓLOGO
01. Ha aparecido la gracia de Dios, salvador nuestro, en estos últimos
tiempos, en su siervo Francisco, y a través de él se ha manifestado
a todos los hombres verdaderamente humildes y amigos de la santa pobreza,
los cuales, al venerar en su persona la sobreabundante misericordia de Dios,
son amaestrados con su ejemplo a renunciar por completo a la impiedad y a
los deseos mundanos, a llevar una vida en todo conforme a la de Cristo y
a anhelar con sed insaciable la gran dicha que se espera . El Altísimo,
en efecto, fijó su mirada en Francisco como en el verdadero pobrecillo
y abatido con tal efusión de benignidad y condescendencia, que no
sólo lo levantó, como al desvalido, del polvo de la vida contaminada
del mundo, sino que, convirtiéndole en seguidor, adalid y heraldo
de la perfección evangélica, lo puso como luz de los creyentes,
a fin de que, dando testimonio de la luz, preparase al Señor un camino
de luz y de paz en los corazones de los fieles.
01. En verdad, Francisco, cual lucero del alba en medio de la niebla matinal,
irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida y doctrina,
orientó hacia la luz a los que estaban sentados en tinieblas y en
sombras de muerte; y como arco iris que reluce entre nubes de gloria, mostrando
en sí la señal de la alianza del Señor, anunció
a los hombres la buena noticia de la paz y de la salvación, siendo
él mismo ángel de verdadera paz, destinado por Dios - a imitación
y semejanza del Precursor - a predicar la penitencia con el ejemplo y la
palabra, preparando en el desierto el camino de la altísima pobreza.
01. Francisco - según aparece claramente en el decurso de toda su
vida - fue prevenido desde el principio con los dones de la gracia divina,
enriquecido después con los méritos de una virtud nunca desmentida,
colmado también del espíritu de profecía y destinado
además a una misión angélica, todo él abrasado
en ardores seráficos y elevado a lo alto en carroza de fuego como
un hombre jerárquico. Por todo lo cual, bien puede concluirse que
estuvo investido con el espíritu y poder de Elías. Asimismo,
se puede creer con fundamento que Francisco fue prefigurado en aquel ángel
que subía del oriente llevando impreso el sello de Dios vivo, según
se describe en la verídica profecía del otro amigo del Esposo:
Juan, apóstol y evangelista. En efecto, al abrirse el sexto sello
- dice Juan en el Apocalipsis - , vi otro ángel que sabía del
oriente llevando el sello de Dios vivo.
02. Que este embajador de Dios tan amable a Cristo, tan digno de imitación
para nosotros y digno objeto de admiración para el mundo entero fuese
el mismo Francisco, lo deducimos con fe segura si observamos el alto grado
de su eximia santidad, pues, viviendo entre los hombres, fue un trasunto
de la pureza angélica y ha llegado a ser propuesto como dechado de
los perfectos seguidores de Cristo.
02. A interpretarlo así fiel y piadosamente nos induce no sólo
la misión que tuvo de llamar a los hombres al llanto y luto, a raparse
y ceñirse de saco y a grabar en la frente de los que gimen y se duelen
el signo tau, como expresión de la cruz de la penitencia y del hábito
conformado a la misma cruz, sino que aún más lo confirma como
testimonio verdadero e irrefragable el sello de su semejanza con el Dios
viviente, esto es, con Cristo crucificado, sello que fue impreso en su cuerpo
no por fuerza de la naturaleza ni por artificio del humano ingenio, sino
por el admirable poder del Espíritu de Dios vivo.
O3. Mas, sintiéndome indigno e incapaz de escribir la vida de este
hombre tan venerable, dignísima, por otra parte, de ser imitada por
todos, confieso sinceramente que de ningún modo hubiera emprendido
tamaña empresa si no me hubiese impulsado el ardiente afecto de mis
hermanos, el apremiante y unánime ruego del capítulo general
y la especial devoción que estoy obligado a profesar al santo Padre.
En efecto, gracias a su invocación y sus méritos, siendo yo
niño - lo recuerdo perfectamente - fui librado de las fauces de la
muerte; por tanto, si yo me resistiera a publicar sus glorias, temo ser acusado
de crimen de ingratitud. Este ha sido, pues, el motivo principal que me ha
inducido a asumir el presente trabajo: el reconocimiento de que Dios me ha
conservado la salud del cuerpo y del alma por intercesión de Francisco,
cuyo poder he llegado a experimentar en mi propia persona.
03. Por todo lo cual me he afanado en recoger por doquiera - no plenamente,
que es imposible, sino como en fragmentos - los datos referentes a las virtudes,
hechos y dichos de su vida que se habían olvidado o se hallaban diseminados
por diversos lugares, con objeto de que no se perdieran para siempre una
vez desaparecidos de este mundo los que habían convivido con el siervo
de Dios.
04. Para adquirir un conocimiento más claro y seguro de la verdad
acerca de su vida y poder transmitirlo a la posteridad, he acudido a los
lugares donde nació, vivió y murió el Santo; y he tratado
de informarme diligentemente sobre el particular conversando con sus compañeros
que aún sobreviven, especialmente con aquellos que fueron testigos
cualificados de su santidad y sus seguidores más fieles, a quienes
debe darse pleno crédito, no sólo por haber conocido ellos
de cerca la verdad de los hechos, sino también por tratarse de personas
de virtud bien probada.
04. En la descripción de todo aquello que el Señor se dignó
realizar mediante su siervo, he optado por prescindir de las formas galanas
de un estilo florido, ya que un lenguaje sencillo ayuda más a la devoción
del lector que el ataviado con muchos adornos. Además, al narrar la
historia, con el fin de evitar confusiones, no he seguido siempre un orden
estrictamente cronológico, sino que he procurado guardar un orden
que mejor se adaptara a relacionar unos hechos con otros, en cuanto que sucesos
acaecidos en un mismo tiempo parecía más conveniente insertarlos
en materias distintas, al par que acontecimientos sucedidos en diversos tiempos
correspondía mejor agruparlos en una misma materia.
05. El principio, desarrollo y término de la vida de Francisco están
descritos en los quince distintos capítulos que se señalan
a continuación: Capítulo 1. Vida de Francisco en el siglo.
Capítulo 2. Perfecta conversión a Dios y restauración
de tres iglesias . Capítulo 3. Fundación de la Religión
y aprobación de la Regla. Capítulo 4. Progreso de la Orden
durante el gobierno dei Santo y confirmación de la Regla ya aprobada.
Capítulo 5. Austeridad de vida y consuelo que le daban las criaturas.
Capítulo 6. Humildad y obediencia del Santo y condescendencia divina
a sus deseos. Capítulo 7. Amor a la pobreza y admirable solución
en casos de penuria. Capítulo 8. Sentimiento de piedad del Santo y
afición que sentían hacia él los seres irracionales.
Capítulo 9. Fervor de su caridad y ansias de martirio. Capítulo
10. Vida de oración y poder de sus plegarias. Capítulo 1 1.
Inteligencia de las Escrituras y espíritu de profecía. Capítulo
12. Eficacia de su predicación y don de curaciones. Capítulo
13. Las sagradas llagas. Capítulo 14. Paciencia del Santo y su muerte.
Capítulo 15. Canonización. Traslado de su cuerpo 21. Por último,
se insertan algunos milagros realizados después de su dichosa muerte.
Capítulo I.
Vida de Francisco en el siglo
01.1 Hubo en la ciudad de Asís un hombre llamado Francisco, cuya memoria
es bendita, pues, habiéndose Dios complacido en prevenirlo con bendiciones
de dulzura, no sólo le libró, en su misericordia, de los peligros
de la vida presente, sino que le colmó de copiosos dones de gracia
celestial. En efecto, aunque en su juventud se crió en un ambiente
de mundanidad entre los vanos hijos de los hombres y se dedicó - después
de adquirir un cierto conocimiento de las letras a los negocios lucrativos
del comercio, con todo, asistido por el auxilio de lo alto, no se dejó
arrastrar por la lujuria de la carne en medio dio jóvenes lascivos,
si bien era él aficionado a las fiestas; ni por más que se
dedicara al lucro conviviendo entre avaros mercaderes, jamás puso
su confianza en el dinero y en los tesoros.
O1.1 Había Dios infundido en lo más íntimo del joven
Francisco una cierta compasión generosa hacia los pobres, la cual,
creciendo con él desde la infancia, llenó su corazón
de tanta benignidad, que convertido ya en un oyente no sordo del Evangelio,
se propuso dar limosna a todo el que se la pidiere, máxime si alegaba
para ello el motivo del amor de Dios.
01.1 Mas sucedió un día que, absorbido por el barullo del comercio,
despachó con las manos vacías, contra lo que era su costumbre,
a un pobre que se había acercado a pedirle una limosna por amor de
Dios. Pero, vuelto en sí al instante, corrió tras el pobre
y, dándole con clemencia la limosna, prometió al Señor
Dios que, a partir de entonces, nunca jamás negaría el socorro
- mientras le fuera posible - a cuantos se lo pidieran por amor suyo. Dicha
promesa la guardó con incansable piedad hasta su muerte, mereciendo
con ello un aumento copioso de gracia y amor de Dios. Solía decir,
cuando ya se había revestido perfectamente de Cristo, que, aun cuando
estaba en el siglo, apenas podía oír la expresión "amor
de Dios" sin sentir un profundo estremecimiento."
01.1 Además, la suavidad de su mansedumbre, unida a la elegancia de
sus modales; su paciencia y afabilidad, fuera de serie; la largueza de su
munificencia, superior a sus haberes - virtudes estas que mostraban claramente
la buena índole de que estaba adornado el adolescente - , parecían
ser como un preludio de bendiciones divinas que más adelante sobre
él se derramarían raudales. De hecho, un hombre muy simple
de Asís, inspirado, al parecer, por el mismo Dios, si alguna vez se
encontraba con Francisco por la ciudad, se quitaba la capa y la extendía
a sus pies, asegurando que éste era digno de toda reverencia, por
cuanto en un futuro próximo realizaría grandes proezas y llegaría
a ser honrado gloriosamente por todos los fieles.
01.2 Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios sobre su persona,
ya que, volcada su atención - por mandato del padre - a las cosas
exteriores y arrastrado además por el peso de la naturaleza caída
hacia los goces de aquí abajo, no había aprendido aún
a contemplar las realidades del cielo ni se había acostumbrado a gustar
las cosas divinas. Y como quiera que el azote de la tribulación abre
el entendimiento al oído espiritual, de pronto se hizo sentir sobre
él la mano del Señor y la diestra del Altísimo operó
en su espíritu un profundo cambio, afligiendo su cuerpo con prolijas
enfermedades para disponer así su alma a la unción del Espíritu
Santo.
01.2 Una vez recobradas las fuerzas corporales y cuando - según su
costumbre - iba adornado con preciosos vestidos, le salió al encuentro
un caballero noble, pero pobre y mal vestido. A la vista de aquella pobreza,
se sintió conmovido su compasivo corazón, y, despojándose
inmediatamente de sus atavíos, vistió con ellos al pobre, cumpliendo
así, a la vez, una doble obra de misericordia: cubrir la vergüenza
de un noble caballero y remediar la necesidad de un pobre.
01.3 A la noche siguiente, cuando estaba sumergido en profundo sueño,
la demencia divina le mostró un precioso y grande palacio, en que
se podían apreciar toda clase de armas militares, marcadas con la
señal de la cruz de Cristo, dándosele a entender con ello que
la misericordia ejercitada, por amor al gran Rey, con aquel pobre caballero
sería galardonada con una recompensa incomparable. Y como Francisco
preguntara para quién sería el palacio con aquellas armas,
una voz de lo alto le aseguró que estaba reservado para él
y sus caballeros.
01.3 Al despertar por la mañana - como todavía no estaba familiarizado
su espíritu en descubrir el secreto de los misterios divinos e ignoraba
el modo de remontarse de las apariencias visibles a la contemplación
de las realidades invisibles - pensó que aquella insólita visión
sería pronóstico de gran prosperidad en su vida. Animado con
ello y desconociendo aún los designios divinos, se propuso dirigirse
a la Pulla con intención de ponerse al servicio de un noble conde,
y conseguir así la gloria militar que le presagiaba la visión
contemplada. Emprendió poco después el viaje, dirigiéndose
a la próxima ciudad, y he aquí que de noche oyó al Señor
que le hablaba familiarmente: Francisco, "¿quién piensas podrá
beneficiarte más: el señor o el siervo, el rico o el pobre?"
A lo que contestó Francisco que, sin duda, el señor y el rico.
Prosiguió la voz del Señor: «Por qué entonces
abandonas al Señor por el siervo y por un pobre hombre dejas a un
Dios rico?» Contestó Francisco: «Qué quieres, Señor,
que haga?» Y el Señor le dijo: "Vuélvete a tu tierra,
porque la visión que has tenido es figura de una realidad espiritual
que se ha de cumplir en ti no por humana, sino por divina disposición".
01.4 Desentendiéndose desde entonces de la vida agitada del comercio,
suplicaba devotamente a la divina demencia se dignara manifestarle lo que
debía hacer. Y, en tanto que crecía en él muy viva la
llama de los deseos celestiales por el frecuente ejercicio de la oración
y reputaba por nada - llevado de su amor a la patria del cielo las cosas
todas de la tierra? creía haber encontrado el tesoro escondido, y,
cual prudente mercader, se decidía a vender todas las cosas para hacerse
con la preciosa margarita. Pero todavía ignoraba cómo hacerlo;
lo único que vislumbraba su espíritu era que el negocio espiritual
exige desde el principio el desprecio del mundo y que la milicia de Cristo
debe iniciarse por la victoria de sí mismo.
01.5 Cierto día, mientras cabalgaba por la llanura que se extiende
junto a la ciudad de Asís, inopinadamente se encontró con un
leproso, cuya vista le provocó un intenso estremecimiento de horror.
Pero, trayendo a la memoria el propósito de perfección que
había hecho y recordando que para ser caballero de Cristo debía,
ante todo, vencerse a sí mismo, se apeó del caballo y corrió
a besar al leproso. Extendió éste la mano como quien espera
recibir algo, y recibió de Francisco no sólo una limosna de
dinero, sino también un beso. Montó de nuevo, y, dirigiendo
en seguida su mirada por la planicie? amplia y despejada por todas partes,
no vio más al leproso. Lleno de admiración y gozo, se puso
a cantar devotamente las alabanzas del Señor, proponiéndose
ya escalar siempre cumbres más altas de santidad.
01.5 Desde entonces buscaba la soledad, amiga de las lágrimas; allí,
dedicado por completo a la oración acompañada de gemidos inefables
y tras prolongadas e insistentes súplicas, mereció ser escuchado
por el Señor. Sucedió, pues, un día en que oraba de
este modo, retirado en la soledad, todo absorto en el Señor por su
ardiente fervor, que se le apareció Cristo Jesús en la figura
de crucificado. A su vista quedó su alma como derretida; y de tal
modo se le grabó en lo más íntimo de su corazón
la memoria de la pasión de Cristo, que desde aquella hora - siempre
que le venía a la mente el recuerdo de Cristo crucificado - a duras
penas podía contener exteriormente las lágrimas y los gemidos,
según él mismo lo declaró en confianza poco antes de
morir. Comprendió con esto el varón de Dios que se le dirigían
a él particularmente aquellas palabras del Evangelio: Si quieres venir
en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.
01.5 Al despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo, vuelve
apresuradamente a Asís, y, convertido ya en modelo de obediencia,
espera que el Señor le descubra su voluntad. Revistióse, a
partir de este momento, del espíritu de pobreza, del sentimiento de
la humildad y del afecto de una tierna compasión. Si antes, no ya
el trato de los leprosos, sino el sólo mirarlos, aunque fuera de lejos,
le estremecía de horror, ahora, por amor a Cristo crucificado, que,
según la expresión del profeta, apareció despreciable
como un leproso, con el fin de despreciarse completamente a sí mismo,
les prestaba con benéfica piedad a los leprosos sus humildes y humanitarios
servicios. Visitaba frecuentemente sus casas, les proporcionaba generosas
limosnas y con gran afecto y compasión les besaba la mano y hasta
la misma boca.
01.6 En cuanto se refiere a los pobres mendigos, no sólo deseaba entregarles
sus bienes, sino incluso su propia persona, llegando, a veces, a despojarse
de sus vestidos, y otras, a descoserlos o rasgarlos cuando no tenía
otra cosa a mano. A los sacerdotes pobres los socorría con reverencia
y piedad, sobre todo proveyéndoles de ornamentos de altar, para participar
así de alguna manera en el culto divino ~ remediar la pobreza de los
ministros del culto.
01.6 Por este tiempo visitó con religiosa devoción el sepulcro
del apóstol Pedro, y, viendo a la puerta de la iglesia una multitud
de pobres, movido por una afectuosa compasión hacia ellos y atraído
por su amor a la pobreza, entregó sus propios vestidos a uno que parecía
ser más necesitado, y, cubierto con sus harapos, pasó todo
aquel día en medio de los pobres con extraordinario gozo de espíritu.
Buscaba con ello despreciar la gloria mundana y ascender gradualmente a la
perfección evangélica. Ponía gran cuidado en mortificar
la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón
rodease también el exterior todo su cuerpo. Todo esto lo practicaba
ya el varón de Dios Francisco cuando todavía no se había
apartado del mundo ni en su vestido ni en su modo de vivir.
Capítulo II.
Perfecta conversión a Dios y restauración de tres iglesias
02.1. Como quiera que el siervo del Altísimo no tenía en su
vida más maestro que Cristo, plugo a la divina demencia colmarlo de
nuevos favores visitándole con la dulzura de Su gracia. Prueba de
ello es el siguiente hecho. Salió un día Francisco al campo
a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta
fábrica amenazaba ruina, entró en ella - movido por el Espíritu
- a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado,
de pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual.
Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor,
y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente
de la misma cruz que le dijo tres veces: "Francisco, vete y repara mi casa,
que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!"
02.1 Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la iglesia,
al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su corazón el poder
de la palabra divina, fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí,
se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en su decisión
de reparar materialmente la iglesia, aunque la voz divina se refería
principalmente a la reparación de la iglesia que Cristo adquirió
con su sangre, según el Espíritu Santo se lo dio a entender
y el mismo Francisco lo reveló más tarde a sus hermanos.
02.1 Así, pues, se levantó signándose con la señal
de la cruz, tomó consigo diversos paños dispuestos para la
venta y se dirigió apresuradamente a la ciudad de Foligno, y allí
lo vendió todo, incluso el caballo que montaba. Tomando su precio,
vuelve el afortunado mercader a la ciudad de Asís y se dirige a la
iglesia, cuya reparación se le había ordenado. Entró
devotamente en su recinto, y, encontrando a un pobrecillo sacerdote, tras
rendirle cortés reverencia, le ofreció el dinero obtenido a
fin de que lo destinara para la reparación de la iglesia y el alivio
de los pobres. Luego le pidió humildemente que le permitiera convivir
por algún tiempo en su compañía. Accedió el sacerdote
al deseo de Francisco de morar en su casa, pero rechazó el dinero
por temor a los padres. Entonces, el verdadero despreciador de las riquezas,
sin dar más valor al dinero que al vil polvo, lo arrojó a una
ventana.
02.2 Moraba el siervo de Dios en casa de dicho sacerdote, y, habiéndose
informado de ello su padre, corrió, todo enfurecido, al lugar. Francisco,
empero, todavía novel atleta de Cristo, al oír los gritos y
amenazas de los perseguidores y presentir su llegada, con intención
de dar tiempo para que se calmara su ira, se escondió en una oculta
cueva. Refugiado allí unos cuantos días, pedía incesantemente
al Señor con los ojos bañados en lágrimas que librase
su vida de las manos de sus perseguidores y se dignase benignamente llevar
a feliz término los piadosos deseos que le había inspirado.
Como fruto de esta oración se apoderó de todo su ser una extraordinaria
alegría y comenzó a reprenderse a sí mismo por su cobarde
pusilanimidad. En consecuencia, abandonó la cueva, y, desechando de
sí todo temor, dirigió sus pasos hacia la ciudad de Asís.
Al verle sus conciudadanos en aquel extraño talante: con el rostro
escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había perdido
el juicio, arremetían contra él, arrojándole piedras
y lodo de la calle, y, como a loco y demente, le insultaban con gritos desaforados.
Mas el siervo de Dios, sin descorazonarse ni inmutarse por ninguna injuria,
lo soportaba todo haciéndose el sordo.
02.2 Tan pronto oyó su padre este clamoreo, acudió presuroso;
pero no para librarlo, sino, más bien, para perderlo. Sin conmiseración
alguna lo arrastró a su casa, atormentándolo primero con palabras,
y luego con azotes y cadenas. Francisco, empero, se sentía desde ahora
más dispuesto y valiente para llevar a cabo lo que había emprendido,
recordando aquellas palabras del Evangelio: Dichosos los que padecen persecución
por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
02.3 No mucho después se vio precisado el padre a ausentarse de Asís,
y la madre, que no aprobaba la conducta del marido y veía imposible
doblegar la constancia inflexible del hijo, lo libró de la prisión,
dejándole partir. Y Francisco, dando gracias al Señor todopoderoso,
retornó al lugar en que había morado antes.
02.3 Pero volvió el padre, y, al no encontrar en casa a su hijo, después
de desatarse en insultos y denuestos contra su esposa, corrió bramando
al lugar indicado para conseguir, si no podía apartarlo de su propósito,
al menos alejarlo de la provincia. Pero Francisco, confortado por Dios, salió
espontáneamente al encuentro de su enfurecido padre, clamando con
toda libertad que nada le importaban sus cadenas y azotes y que estaba además
dispuesto a sufrir con alegría cualquier mal por el nombre de Cristo.
Viendo, pues, el padre que le era del todo imposible cambiarle de su intento,
dirigió sus esfuerzos a recuperar el dinero. Y, habiéndolo
encontrado, por fin, en el nicho de una pequeña ventana, se apaciguó
un tanto su furor. Dicho hallazgo fue como un trago que en cierto sentido
atemperó su sed de avaricia.
02.4 Intentaba después el padre según la carne llevar al hijo
de la gracia - desposeído ya del dinero - ante la presencia del obispo
de la ciudad, para que en sus manos renunciara a los derechos de la herencia
paterna y le devolviera todo lo que tenía. Se manifestó muy
dispuesto a ello el verdadero enamorado de la pobreza, y, llegando a la presencia
del obispo, no se detiene ni vacila por nada, no espera órdenes ni
profiere palabra alguna, sino que inmediatamente se despoja de todos sus
vestidos y se los devuelve al padre. Se descubrió entonces cómo
el varón de Dios, debajo de los delicados vestidos, llevaba un cilicio
ceñido a la carne. Además, ebrio de un maravilloso fervor de
espíritu, se quita hasta los calzones y se presenta ante todos totalmente
desnudo, diciendo al mismo tiempo a su padre: Hasta el presente te he llamado
padre en la tierra, pero de aquí en adelante puedo decir con absoluta
confianza: "Padre nuestro, que estás en los cielos 5, en quien he
depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza".
02.4 Al contemplar esta escena el obispo, admirado del extraordinario fervor
del siervo de Dios, se levantó al instante y - piadoso y bueno como
era - llorando lo acogió entre sus brazos y lo cubrió con el
manto que él mismo vestía. Ordenó luego a los suyos
que le proporcionaran alguna ropa para cubrir los miembros de aquel cuerpo.
En seguida le presentaron un manto corto, pobre y vil, perteneciente a un
labriego que estaba al servicio del obispo. Francisco lo aceptó muy
agradecido, y con una tiza que encontró allí lo marcó
con su propia mano en forma de cruz, haciendo del mismo el abrigo de un hombre
crucificado y de un pobre semidesnudo. Así, quedó desnudo el
siervo del Rey altísimo para poder seguir al Señor desnudo
en la cruz, a quien tanto amaba. Del mismo modo se armó con la cruz,
para confiar su alma al leño de la salvación y lograr salvarse
del naufragio del mundo.
02.5 Desembarazado ya el despreciador del siglo de la atracción de
los deseos mundanos, deja la ciudad y - libre y seguro - se retira a lo escondido
de la soledad para escuchar solo y en silencio la voz misteriosa del cielo.
Y mientras el varón de Dios Francisco atraviesa el bosque oscuro bendiciendo
al Señor en francés con cánticos de júbilo, unos
ladrones irrumpieron desde la espesura, arrojándose sobre él.
Preguntáronle con ánimo feroz quién era, y Francisco,
lleno de confianza, les respondió con palabras proféticas:
"Yo soy el pregonero del gran Rey" Pero ellos, golpeándole, lo arrojaron
a una fosa llena de nieve mientras le decían: "Quédate allí,
rústico pregonero de Dios!" Al desaparecer los ladrones, salió
de la hoya, y, lleno de un intenso gozo, se puso a cantar con voz más
vibrante todavía, a través del bosque, las alabanzas al Creador
de todos los seres.
02.6 Llegó después a un monasterio próximo, y pidió
allí limosna como un mendigo, y fue recibido como un desconocido y
despreciado. De aquí marchó a Gubbio, donde un antiguo amigo
suyo le reconoció y recibió en su casa, y además le
cubrió, como a pobrecillo de Cristo, con una corta y pobre túnica.
02.6 El amante de toda humildad se trasladó de Gubbio a los leprosos,
y convivió con ellos, prestándoles con suma diligencia sus
servicios por Dios. Les lavaba los pies, vendaba sus heridas, extraía
el pus de las úlceras y limpiaba la materia hedionda, y hasta besaba
con admirable devoción las llagas ulcerosas el que había de
ser después el médico evangélico. Por lo cual consiguió
del Señor el extraordinario poder de curar prodigiosamente las enfermedades
espirituales y corporales.
02.6 Referiré tan sólo uno de los muchos hechos prodigiosos
acaecidos cuando la fama del Santo se había ya divulgado. Una horrible
enfermedad iba de tal modo devorando y corroyendo la boca y la mejilla de
un hombre del condado de Espoleto, que no había medicina alguna para
curarla. Ante esta situación apurada, se fue a visitar el sepulcro
de los santos apóstoles para impetrar por sus méritos la gracia
de la curación; y cuando regresaba de su peregrinación, he
aquí que se encuentra con el siervo de Dios. El enfermo, movido por
su devoción, quiso besarle los pies, pero el humilde varón
no se lo consintió; más aún, él mismo le dio
un ósculo en la boca al que quería besar las plantas de sus
pies. Y al tiempo que Francisco, el siervo de los leprosos, en un rasgo maravilloso
de piedad, tocaba con sus labios aquella horrible llaga, desapareció
al punto la enfermedad y aquel hombre recobró la salud deseada. No
sé qué se ha de admirar más en esto: si la profunda
humildad en un beso tan cariñoso o la portentosa virtud en milagro
tan estupendo.
02.7 Asentado ya Francisco en la humildad de Cristo, trae a la memoria la
orden que se le dio desde la cruz de reparar la iglesia de San Damián;
y, como verdadero obediente, vuelve a Asís, dispuesto a someterse
a la voz divina, al menos mendigando lo necesario para dicha restauración.
Así, depuesta toda vergüenza por amor al pobre crucificado, pedía
limosna a aquellos entre los que antes vivía en la abundancia y arrimaba
al peso de las piedras los hombros de su débil cuerpo, extenuado por
los ayunos.
02.7 Una vez restaurada esta iglesia con la ayuda de Dios y la piadosa colaboración
de los ciudadanos, con objeto de que no se entorpeciera el cuerpo por la
pereza después de aquel trabajo, comenzó a reparar otra iglesia,
dedicada a San Pedro, que se hallaba algo distante de la ciudad. La devoción
especial que con fe pura y sincera profesaba al príncipe de los apóstoles
le movió a emprender dicha obra.
02.8 Cuando hubo concluido esta reconstrucción, llegó a un
lugar llamado Porciúncula, donde había una antigua iglesia
construida en honor de la beatísima Virgen María, que entonces
se hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo de la misma. Al verla
el varón de Dios en semejante situación, movido por la ferviente
devoción que sentía hacia la Señora del mundo, comenzó
a morar de continuo en aquel lugar con intención de emprender su reparación.
Al darse cuenta de que precisamente, de acuerdo con el nombre de la iglesia,
que se llamaba Santa María de los Ángeles, eran frecuentes
allí las visitas angélicas, fijó su morada en este lugar
tanto por su devoción a los ángeles como, sobre todo, por su
especial amor a la madre de Cristo. Amó el varón santo dicho
lugar con preferencia a todos los demás del mundo, pues aquí
comenzó humildemente, aquí progresó en la virtud, aquí
terminó felizmente el curso de su vida; en fin, este lugar lo encomendó
encarecidamente a sus hermanos a la hora de su muerte, como una mansión
muy querida de la Virgen.
02.8 A propósito de lo dicho es digna de notarse una visión
que tuvo un devoto hermano antes de su conversión. Veía una
ingente multitud de hombres heridos por la ceguera que, con el rostro vuelto
al cielo y las rodillas hincadas en el suelo, se hallaban en torno a esta
iglesia. Todos ellos, con las manos en alto, clamaban entre lágrimas
a Dios pidiendo misericordia y luz. De pronto descendió del cielo
un extraordinario resplandor, que, envolviendo a todos en su claridad, otorgó
a cada uno la vista y la salud deseada.
02.8 Este es el lugar en que San Francisco - siguiendo la inspiración
divina - dio comienzo a la Orden de Hermanos Menores. Por designio de la
divina Providencia, que guiaba en todo al siervo de Cristo antes de fundar
la Orden y entregarse a la predicación del Evangelio, reconstruyó
materialmente tres iglesias, procediendo de este modo no sólo para
ascender, en orden progresivo, de las cosas sensibles a las inteligibles,
y de las menores a las mayores, sino también para manifestar misteriosamente
al exterior, mediante obras perceptibles, lo que había de realizar
en el futuro. Pues al modo de las tres iglesias restauradas bajo la guía
del santo varón, así sería renovada la Iglesia de triple
manera, según la forma, regla y doctrina de Cristo dadas por el mismo
Santo, y triunfarían las tres milicias de los llamados a la salvación
tal como hoy día vemos que se ha cumplido.
Capítulo III.
Fundación de la Religión y aprobación de la Regla
03. 1 Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios, su siervo
Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró
al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, al
fin logró - por los méritos de la madre de misericordia - concebir
y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica.
03.1 En efecto, cuando en cierta ocasión asistía devotamente
a una misa que se celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó
aquel evangelio en que Cristo, al enviar a sus discípulos a predicar,
les traza la forma evangélica de vida que habían de observar,
esto es, que no posean oro o plata, ni tengan dinero en los cintos, que no
lleven alforja para el camino, ni usen dos túnica, ni calzado, ni
se provean tampoco de bastón.
03.1 Tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su alcance,
el enamorado de la pobreza evangélica se esforzó por grabarlas
en su memoria, y lleno de indecible alegría exclamó: "Esto
es lo que quiero, esto lo que de todo corazón ansío" Y al momento
se quita el calzado de sus pies, arroja el bastón, detesta la alforja
y el dinero y, contento con una sola y corta túnica, se desprende
la correa, y en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo toda su
solicitud en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse
completamente a la forma de vida apostólica.
03.2 Desde entonces, el varón de Dios, fiel a la inspiración
divina, comenzó a plasmar en sí la perfección evangélica
y a invitar a los demás a penitencia. Sus palabras no eran vacías
ni objeto de risa, sino llenas de la fuerza del Espíritu Santo, calaban
muy hondo en el corazón, de modo que los oyentes se sentían
profundamente impresionados.
03.2 Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole
la paz con estas palabras: «El Señor os dé la paz!».
Tal saludo lo aprendió por revelación divina, como él
mismo lo confesó más tarde. De ahí que, según
la palabra profética y movido en su persona del el espíritu
de los profetas, anunciaba la paz, predicaba la salvación y con saludables
exhortaciones reconciliaba en una paz verdadera a quienes, siendo contrarios
a Cristo, habían vivido antes lejos de la salvación.
03.3 Así, pues, tan pronto como llegó a oídos de muchos
la noticia de la verdad, tanto de la sencilla doctrina como de la vida del
varón de Dios, algunos hombres, impresionados con su ejemplo, comenzaron
a animarse a hacer penitencia, y, abandonadas todas las cosas, se unieron
a él, acomodándose a su vestido y vida
03.3 El primero de entre ellos fue el venerable Bernardo, quien, hecho partícipe
de la vocación divina, mereció ser el primogénito del
santo Padre tanto por la prioridad del tiempo como por la prerrogativa de
su santidad. En efecto, habiendo descubierto Bernardo la santidad del siervo
de Dios, decidió, a la luz de su ejemplo, renunciar por completo al
mundo, y acudió a consultar al Santo la manera de llevar a la práctica
su intención. Al oírlo, el siervo de Dios se llenó de
una gran consolación del Espíritu Santo por el alumbramiento
de su primer vástago, y le dijo: "Es a Dios a quien en esto debemos
pedir consejo".
03.3 Así que, una vez amanecido, se dirigieron juntos a la iglesia
de San Nicolás, donde, tras una ferviente oración, Francisco,
que rendía un culto especial a la Santa Trinidad, abrió por
tres veces el libro de los Evangelios, pidiendo a Dios que, mediante un triple
testimonio, confirmase el santo propósito de Bernardo.
03.3 En la primera apertura del libro apareció aquel texto: Si quieres
ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. En la segunda:
No toméis nada para el camino. Finalmente, en la tercera se les presentaron
estas palabras: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me
siga. Tal es - dijo el Santo - nuestra vida y regla, y la de todos aquellos
que quieran unirse a nuestra compañía. Por tanto, si quieres
ser perfecto, vete y cumple lo que has oído
03.4 No mucho después, se sintieron llamados por el mismo Espíritu
otros cinco hombres, con los que llegó a seis el número de
los hijos de Francisco; entre éstos ocupó el tercer lugar el
santo padre Gil, varón lleno de Dios y digno de gloriosa memoria.
De hecho destacó en el ejercicio de sublimes virtudes, tal como había
predicho de él el siervo del Señor, y, aunque sencillo y sin
letras, fue elevado a la cumbre de una alta contemplación. Entregado
por largos y continuados espacios de tiempo a la sobreelevación, de
tal modo era arrebatado hasta Dios con frecuentes éxtasis como yo
mismo lo presencié y puedo dar fe de ello, que su vida entre los hombres
parecía más angélica que humana.
03.5 Por este mismo tiempo, el Señor le mostró a un sacerdote
de Asís llamado Silvestre, hombre de vida honesta, una visión
que no debe silenciarse. Dicho sacerdote - llevado de criterios meramente
humanos - sentía aversión por la forma de vida de Francisco
y de sus hermanos, y para que no se dejara arrastrar por la temeridad en
sus juicios fue benignamente visitado por la gracia de lo alto. Veía,
en efecto, en sueños cómo rondaba por toda la ciudad un dragón
descomunal, ante cuya extraordinaria magnitud parecía estar abocada
al exterminio toda aquella región. A continuación vio salir
de la boca de Francisco una cruz de oro: su extremidad tocaba los cielos,
y sus brazos, extendidos a los lados, parecían llegar hasta los confines
del mundo. A vista de esta cruz resplandeciente huía velozmente aquel
espantoso y terrible dragón. Al mostrársele por tres veces
esta visión, pensó que se trataba de un oráculo divino,
y por ello lo refirió detalladamente al varón de Dios y a sus
hermanos. Poco después abandonó el mundo, y tal fue su constancia
en seguir de cerca las huellas de Cristo, que su vida en la Orden demostró
ser auténtica la visión que había tenido en el siglo.
03.6 No se dejó llevar de vanagloria el varón de Dios al oír
el relato de dicha visión, antes por el contrario, reconociendo la
bondad de Dios en sus beneficios, se sintió más animado a rechazar
la astucia del antiguo enemigo y a predicar la gloria de la cruz de Cristo.
03.6 Cierto día en que reflexionaba en un lugar solitario sobre los
años de su vida pasada, deplorándolos con amargura, de pronto
se sintió lleno de gozo del Espíritu Santo, y fue cerciorado
entonces de que se le habían perdonado completamente todos sus pecados.
Luego fue arrebatado en éxtasis, todo sumergido en una luz maravillosa,
y, dilatada la pupila de su mente, vio con claridad el porvenir suyo y el
de sus hijos. Vuelto seguidamente a sus hermanos, les dijo: Confortáos,
carísimos, y alegraos en el Señor, no estéis tristes
porque sois pocos, ni os amedrente mi simplicidad ni la vuestra, ya que -
según me ha sido mostrado realmente por el Señor - El nos hará
crecer en una gran muchedumbre y con la gracia de su bendición nos
expandirá de mil formas por el mundo entero".
03.7 En aquellos mismos días, con la entrada en la Religión
de otro buen hombre, ascendió a siete miembros la bendita familia
del varón de Dios. Entonces llamó junto a sí el piadoso
Padre a todos sus hijos y, después de hablarles largo y tendido acerca
del reino de Dios, del desprecio del mundo, de la abnegación de la
propia voluntad y de la mortificación del cuerpo, les manifestó
su proyecto de enviarlos a las cuatro partes del mundo. Ya la estéril
y pobrecita simplicidad del santo Padre había engendrado siete hijos,
y ansiaba dar a luz para Cristo el Señor al conjunto de todos los
fieles, llamándolos a los gemidos de la penitencia. Id - les dijo
el dulce Padre a sus hijos - , anunciad la paz a los hombres y predicadles
la penitencia para la remisión de los pecados. Sed sufridos en la
tribulación, vigilantes en la oración, fuertes en los trabajos,
modestos en las palabras, graves n vuestro comportamiento y agradecidos en
los beneficios; y sabed que por todo esto os está reservado el reino
eterno».
03.7 Ellos entonces, humildemente postrados en tierra ante el siervo de Dios,
recibieron, con gozo del espíritu, el mandato de la santa obediencia.
Entre tanto decía a cada uno en particular: Descarga en el Señor
todos tus afanes, que El te sustentará. Francisco solía repetir
estas palabras siempre que sometía a algún hermano a la obediencia.
Pero, consciente de que había sido puesto para ejemplo de los demás,
de suerte que enseñara antes con las obras que con las palabras, se
encaminó con uno de sus compañeros hacia una parte del mundo,
asignando en forma de cruces otras tres partes a los seis restantes hermanos.
03.7 En aquellos días se les agregaron otros cuatro hombres virtuosos,
con los que se completó el número de doce. Bien pronto sintió
el bondadoso Padre deseos vehementes de encontrarse con su querida prole,
y, al no poder reunirla por sí mismo, pedía le concediera esta
gracia Aquel que congrega a los dispersos de Israel. Y así sucedió
al poco tiempo que - sin haber mediado ningún llamado humano - , inesperadamente
y con gran sorpresa se encontraran todos juntos, conforme al deseo de Francisco,
haciéndose patente en ello la intervención de la divina demencia.
03.8 Viendo el siervo de Cristo que poco a poco iba creciendo el numero de
los hermanos, escribió con palabras sencillas, para sí y para
todos los suyos, una pequeña forma de vida, en la que puso como fundamento
inquebrantable la observancia del santo Evangelio, e insertó otras
pocas cosas que parecían necesarias para un modo uniforme de vida.
Deseando, empero, que su escrito obtuviera la aprobación del sumo
pontífice, decidió presentarse con aquel grupo de hombres sencillos
ante la Sede Apostólica, confiando únicamente en la protección
divina. Y el Señor, que miraba desde lo alto el deseo de Francisco,
confortó los ánimos de sus compañeros, atemorizados
a vista de su simplicidad, mostrando al varón de Dios la siguiente
visión.
03.8 Parecíale que andaba por cierto camino a cuya vera se erguía
un árbol gigantesco y que se acercaba a él; estaba cobijado
bajo el mismo árbol, admirando sus dimensiones, cuando de repente
se sintió elevado por divina virtud a tanta altura, que tocaba la
cima del árbol y muy fácilmente lograba doblegar su punta hasta
el suelo. Al comprender el varón lleno de Dios que el presagio de
aquella visión se refería a la condescendencia de la dignidad
apostólica, quedó inundado de alegría espiritual, y,
confortando en el Señor a sus hermanos, emprendió con ellos
el viaje.
03.9 Una vez que hubo llegado a la curia romana y fue introducido a la presencia
del sumo pontífice, le expuso su objetivo, pidiéndole humilde
y encarecidamente le aprobara la sobredicha forma de vida. Al observar el
vicario de Cristo, el señor Inocencio III - hombre distinguido por
su sabiduría - , la admirable pureza y simplicidad de alma del varón
de Dios, el decidido propósito y encendido fervor de su santa voluntad,
se sintió inclinado a acceder piadosamente a las súplicas de
Francisco. Con todo, difirió dar cumplimiento a la petición
del pobrecillo de Cristo, dado que a algunos de los cardenales les parecía
una cosa nueva y tan ardua, que sobrepujaba las fuerzas humanas.
03.9 Pero había entre los cardenales un hombre venerable, el señor
Juan de San Pablo, obispo de Sabina, amante de toda santidad y protector
de los pobres de Cristo, el cual - inflamado en el fuego del Espíritu
divino - dijo al sumo pontífice y a sus hermanos Si rechazamos la
demanda de este pobre como cosa del todo nueva y en extremo ardua, siendo
así que no pide sino la confirmación de la forma de vida evangélica,
guardémonos de inferir con ello una injuria al mismo Evangelio de
Cristo. Pues si alguno llegare a afirmar que dentro de la observancia de
la perfección evangélica o en el deseo de la misma se contiene
algo nuevo, irracional o imposible de cumplir, sería convicto de blasfemo
contra Cristo, autor del Evangelio".
03.9 Al oír tales consideraciones, volvióse al pobre de Cristo
el sucesor del apóstol Pedro y le dijo: "Ruega, hijo, a Cristo que
por tu medio nos manifieste su voluntad, a fin de que, conocida más
claramente, podamos acceder con mayor seguridad a tus piadosos deseos". Entregóse
de lleno a la oración el siervo de Dios omnipotente, y con sus devotas
plegarias obtuvo para sí el conocimiento de las palabras que debía
proferir, y para el papa, los sentimientos que debía abrigar en su
interior.
03.9 En efecto, le narró - tal como se lo había inspirado el
Señor - la parábola de un rey rico que se complació
en casarse con una mujer hermosa pero pobre, y de los hijos tenidos, que
se parecían al rey su padre, y a quienes, por tanto, debía
alimentarles de su propia mesa. Interpretando esta parábola, añadió:
"No hay por qué temer que perezcan de hambre los hijos y herederos
del Rey eterno, los cuales - nacidos, por virtud del Espíritu Santo,
de una madre pobre, a imagen de Cristo Rey - han de ser engendrados en una
religión pobrecilla por el espíritu de la pobreza. Pues si
el Rey de los cielos promete a sus seguidores el reino eterno, ¿con
cuánta más razón les suministrará todo aquello
que comúnmente concede a buenos y malos?"
03.9 Escuchó con gran atención el Vicario de Cristo esta parábola
y su interpretación, quedando profundamente admirado; y reconoció
que, sin duda alguna, Cristo había hablado por boca de aquel hombre.
Además les manifestó una visión celestial que había
tenido esos mismos días, asegurando - iluminado por el Espíritu
Santo - habría de cumplirse en Francisco. En efecto, refirió
haber visto en sueños cómo estaba a punto de derrumbarse la
basílica lateranense y que un hombre pobrecito, de pequeña
estatura y de aspecto despreciable, la sostenía arrimando sus hombros
a fin de que no viniese a tierra. Y exclamó: "Este es, en verdad,
el hombre que con sus obras y su doctrina sostendrá a la Iglesia de
Cristo.
03.9 Por eso, lleno de singular devoción, accedió en todo a
la petición del siervo de Cristo, y desde entonces le profesó
siempre un afecto especial. De modo que le otorgó todo lo que le había
pedido y le prometió que le concedería todavía mucho
más. Aprobó la Regla, concedió al siervo de Dios y a
todos los hermanos laicos que le acompañaban la facultad de predicar
la penitencia y ordenó que se les hiciera tonsura para que libremente
pudieran predicar la palabra de Dios.
Capítulo IV.
Progreso de la Orden durante el gobierno del Santo y confirmación
de la Regla ya aprobada
04.1 Así, pues, apoyado Francisco en la gracia divina y en la autoridad
pontificia, emprendió con gran confianza el viaje de retorno hacia
el valle de Espoleto, dispuesto ya a practicar y enseñar el Evangelio
de Cristo. Durante el camino iba conversando con sus compañeros sobre
el modo de observar fielmente la Regla recibida, sobre la manera de proceder
ante Dios en toda santidad y justicia y cómo podrían ser de
provecho para sí mismos y servir de ejemplo a los demás. Y,
habiéndose prolongado mucho en estos coloquios, se les hizo una hora
tardía. Fatigados y hambrientos después de la larga caminata,
se detuvieron en un lugar solitario. No había allí modo de
proveerse del alimento necesario.
04.1 Pero bien pronto vino en su socorro la divina Providencia, pues de improviso
apareció un hombre con un pan en la mano y se lo entregó a
los pobrecillos de Cristo, desapareciendo súbitamente sin que se supiera
de dónde había venido ni a dónde se dirigía.
Comprendieron con esto los pobres hermanos que se les hacía presente
la ayuda del cielo en la compañía del varón de Dios,
y se sintieron mas reconfortados con el don de la liberalidad divina que
con los manjares que se habían servido. Además, repletos de
consolación divina, decidieron firmemente - confirmando su determinación
con un propósito irrevocable - no apartarse nunca, por más
que les apremiara la escasez o la tribulación, de la santa pobreza
que habían prometido.
04.2 Deseosos de cumplir tan santo propósito, volvieron de allí
al valle de Espoleto, donde se pusieron a deliberar sobre la cuestión
de si debían vivir en medio de la gente o más bien retirarse
a lugares solitarios. Mas el siervo de Cristo Francisco, que no se fiaba
de su propio criterio ni del de sus hermanos, acudió a la oración,
pidiendo insistentemente al Señor se dignara manifestarle su beneplácito
sobre el particular. Iluminado por el oráculo de la divina revelación,
llegó a comprender que él había sido enviado por el
Señor a fin de que ganase para Cristo las almas que el diablo se esforzaba
en arrebatarle. Por eso prefirió vivir para bien de todos los demás
antes que para sí solo, estimulado por el ejemplo de Aquel que se
dignó morir él solo por todos.
04.3 En consecuencia, se recogió el varón de Dios con otros
compañeros suyos en un tugurio abandonado cerca de la ciudad de Asís,
donde, con harta fatiga y escasez, se mantenían al dictado de la santa
pobreza, procurando alimentarse más con el pan de las lágrimas
que con el de las delicias.
04.3 Se entregaban allí de continuo a las preces divinas, siendo su
oración devota más bien mental que vocal, debido a que todavía
no tenían libros litúrgicos para poder cantar las horas canónicas.
Pero en su lugar repasaban día y noche con mirada continua el libro
de la cruz de Cristo, instruidos con el ejemplo y la palabra de su Padre,
que sin cesar les hablaba de la cruz de Cristo.
04.3 Suplicáronle los hermanos les enseñase a orar, y él
les dijo: Cuando oréis decid. Padre nuestro; y también: "Te
adoramos, Cristo, en todas las iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos,
porque por tu santa cruz redimiste al mundo".
04.3 Les enseñaba, además, a alabar a Dios en y por todas las
criaturas, a honrar con especial reverencia a los sacerdotes, a creer firmemente
y confesar con sencillez las verdades de la fe tal y como sostiene y enseña
la santa Iglesia romana. Ellos guardaban en todo las instrucciones del santo
Padre, y así, se postraban humildemente ante todas las iglesias y
cruces que podían divisar de lejos, orando según la forma que
se les había indicado.
04.4 Mientras moraban los hermanos en el referido lugar, un día de
sábado se fue el santo varón a Asís para predicar -
según su costumbre - el domingo por la mañana en la iglesia
catedral. Pernoctaba, como otras veces - entregado a la oración -
, en un tugurio sito en el huerto de los canónigos. De pronto, a eso
de media noche sucedió que, estando corporalmente ausente de sus hijos
- algunos de los cuales descansaban y otros perseveraban en oración
- , penetró por la puerta de la casa un carro de fuego de admirable
resplandor que dio tres vueltas a lo largo de la estancia; sobre el mismo
carro se alzaba un globo luminoso, que, ostentando el aspecto del sol, iluminaba
la oscuridad de la noche.
04.4 Quedaron atónitos los que estaban en vela, se despertaron llenos
de terror los dormidos; y todos ellos percibieron la claridad, que no sólo
alumbraba el cuerpo, sino también el corazón, pues, en virtud
de aquella luz maravillosa, a cada cual se le hacía transparente la
conciencia de los demás. Comprendieron todos a una - leyéndose
mutuamente los corazones - que había sido el mismo santo Padre - ausente
en el cuerpo, pero presente en el espíritu y transfigurado en aquella
imagen - el que les había sido mostrado por el Señor en el
luminoso carro de fuego, irradiando fulgores celestiales e inflamado por
virtud divina en un fuego ardiente, para que, como verdaderos israelitas,
caminasen tras las huellas de aquel que, cual otro Elías, había
sido constituido por Dios en carro y auriga de varones espirituales.
04.4 Se puede creer que el Señor, por las plegarias de Francisco,
abrió los ojos de estos hombres sencillos para que pudieran contemplar
las maravillas de Dios, del mismo modo que en otro tiempo abrió los
ojos del criado de Eliseo para que viese el monte lleno de caballos y carros
de fuego que estaban alrededor del profeta.
04.4 Vuelto el santo varón a sus hermanos, comenzó a escudriñar
los secretos de sus conciencias, procuró confortarlos con aquella
visión maravillosa y les anunció muchas cosas sobre el porvenir
y progresos de la Orden. Y al descubrirles estos secretos que transcendían
todo humano conocimiento, reconocieron los hermanos que realmente descansaba
el Espíritu del Señor en su siervo Francisco con tal plenitud,
que podían sentirse del todo seguros siguiendo su doctrina y ejemplos
de vida.
04.5 Después de esto, Francisco, pastor de la pequeña grey,
condujo - movido por la gracia divina - a sus doce hermanos a Santa María
de la Porciúncula, con el fin de que allí donde, por los méritos
de la madre de Dios, había tenido su origen la Orden de los Menores,
recibiera también con su auxilio un renovado incremento.
04.5 Convertido en este lugar en pregonero evangélico, recorría
las ciudades y las aldeas anunciando el reino de Dios, no con palabras doctas
de humana sabiduría, sino con la fuerza del Espíritu. A los
que lo contemplaban, les parecía ver en él a un hombre de otro
mundo, ya que - con la mente y el rostro siempre vueltos al cielo - se esforzaba
por elevarlos a todos hacia arriba. Así, la viña de Cristo
comenzó a germinar brotes de fragancia divina y a dar frutos ubérrimos
tras haber producido flores de suavidad, de honor y de vida honesta.
04.6 En efecto, numerosas personas, inflamadas por el fuego de su predicación,
se comprometían a las nuevas normas de penitencia, según la
forma recibida del varón de Dios. Dicho modo de vida determinó
el siervo de Cristo se llamara Orden de Hermanos de Penitencia. Pues así
como consta que para los que tienden al cielo no hay otro camino ordinario
que el de la penitencia, se comprende cuán meritorio sea ante Dios
este estado que admite en su seno a clérigos y seglares, a vírgenes
y casados de ambos sexos, como claramente puede deducirse de los muchos milagros
obrados por algunos de sus miembros.
04.6 Convertíanse también doncellas a perpetuo celibato, entre
las cuales destaca la virgen muy amada de Dios, Clara, la primera plantita
de éstas, que - cual flor blanca y primavera exhaló singular
fragancia, y, como rutilante estrella, irradió claros fulgores. Clara,
glorificada ya en los cielos, es dignamente venerada en la tierra por la
Iglesia. Ella que fue hija en Cristo del pobrecillo padre San Francisco,
es, a su vez, madre de las Señoras pobres.
04.7 Asimismo, otras muchas personas, no sólo compungidas por devoción,
sino también inflamadas en el deseo de avanzar en la perfección
de Cristo, renunciaban a todas las vanidades del mundo y se alistaban para
seguir las huellas de Francisco; y en tal grado iban aumentando los hermanos
con los nuevos candidatos que diariamente se presentaban, que bien pronto
llegaron hasta los confines del orbe.
04.7 En efecto, la santa pobreza, que llevaban como su única provisión,
los convertía en hombres dispuestos a toda obediencia, fuerte para
el trabajo y expeditos para los viajes. Y como nada poseían sobre
la tierra, nada amaban y nada temían perder en el mundo, se sentían
seguros en todas partes, sin que les agobiase ninguna inquietud ni les distrajese
preocupación alguna. Vivían como quienes no sufren en su espíritu
turbación de ningún género, miraban sin angustias el
día de mañana y esperaban tranquilos el albergue de la noche.
04.7 Es cierto que en diversas partes del mundo se les inferían atroces
afrentas como a personas despreciables y desconocidas; pero el amor que profesaban
al Evangelio de Cristo los hacía tan sufridos, que buscaban preferentemente
los lugares donde pudiesen padecer persecución en su cuerpo más
que aquellos otros donde - reconocida su santidad - recibieran gloria y honor
de parte del mundo. Su misma extremada penuria de las cosas les parecía
sobrada abundancia, pues - según el consejo del sabio - en lo poco
se conformaban de igual modo que en lo mucho.
04.7 Como prueba de ello sirva el siguiente hecho. Habiendo llegado algunos
hermanos a tierra de infieles, sucedió que un sarraceno - movido a
compasión - les ofreció dinero para que pudieran proveerse
del alimento necesario. Pero al ver que se negaban a recibirlo pese a su
gran pobreza—quedó altamente admirado. Averiguando después
que se habían hecho pobres voluntarios por amor a Cristo y que no
querían poseer dinero, sintió por ellos un afecto tan entrañable,
que se ofreció a suministrarles - en la medida de sus posibilidades
- todo lo que les fuera necesario.
04.7 ¡Oh inestimable preciosidad de la pobreza, por cuya maravillosa
virtud la bárbara fiereza de un alma sarracena se convirtió
en tamaña dulzura de conmiseración! Sería, por tanto,
un horrendo y detestable crimen que un cristiano llegase a pisotear esta
noble margarita, cuando hasta un sarraceno la exaltó con tan gran
veneración.
04.8 En aquel tiempo se hallaba en un hospital próximo a Asís
cierto religioso de la Orden de los crucíferos llamado Morico. Sufría
una enfermedad tan grave y prolija, que los médicos pronosticaban
muy inminente su desenlace final. Ante esta situación apurada, el
enfermo acudió suplicante al varón de Dios: envió un
emisario a Francisco para que le suplicara encarecidamente se dignase interceder
por él ante el Señor. Accedió benignamente el santo
Padre a tal petición y, después de haberse recogido en oración,
tomó unas migas de pan, las mezcló con aceite extraído
de la lámpara que ardía junto al altar de la Virgen y envió
este mejunje al enfermo en propias manos de los hermanos, diciéndoles:
Llevad a nuestro hermano Morico esta medicina, por cuyo medio la fuerza de
Cristo no sólo le devolverá por completo la salud, sino que,
convirtiéndolo en robusto guerrero, le hará incorporarse para
siempre en las filas de nuestra milicia.
04.8 Tan pronto como el enfermo gustó aquel antídoto, confeccionado
por inspiración del Espíritu Santo, se levantó del todo
sano y con tal vigor de alma y cuerpo, que, ingresando poco después
en la Religión del santo varón, tuvo fuerzas para llevar en
ella una vida muy austera. En efecto, cubría su cuerpo con una sola
y corta túnica, debajo de la cual llevó por largo tiempo un
cilicio adosado a la carne; en la comida se contentaba exclusivamente con
alimentos crudos, es decir, con hierbas, legumbres y frutas; no probó
durante muchos lustros ni pan ni vino; y, no obstante, se conservó
siempre sano y robusto.
04.9 Crecían también en méritos de una vida santa los
pequeñuelos de Cristo, y el olor de su buena fama - difundida por
el mundo entero - atraía a multitud de personas que venían
de diversas partes con ilusión de ver personalmente al santo Padre.
04.9 Entre éstos cabe destacar a un célebre compositor de canciones
profanas que en atención a sus méritos había sido coronado
por el emperador, y era llamado desde entonces "el rey de los versos". Se
decidió, pues, a presentarse al siervo de Dios, al despreciador de
los devaneos mundanales; y lo encontró mientras se hallaba predicando
en un monasterio situado junto al castro de San Severino. De pronto se hizo
sentir sobre él la mano de Dios. En efecto, vio a Francisco predicador
de la cruz de Cristo, marcado, a modo de cruz, por dos espadas transversales
muy resplandecientes; una de ellas se extendía desde la cabeza hasta
los pies, la otra se alargaba desde una mano a otra, atravesando el pecho.
No conocía personalmente al siervo de Cristo, pero, cuando se le mostró
de aquel modo maravilloso, lo reconoció al instante.
04-9 Estupefacto ante tal visión, se propuso emprender una vida mejor.
Finalmente, compungido por la fuerza de la palabra de Francisco - como si
le hubiera atravesado la espada del espíritu que procedía de
su boca - , renunció por completo a las pompas del siglo y se unió
al bienaventurado Padre, profesando en su Orden. Y viéndolo el Santo
perfectamente convertido de la vida agitada del mundo a la paz de Cristo,
lo llamó hermano Pacífico. Avanzando después en toda
santidad y antes de ser nombrado ministro en Francia - él fue el primero
que ejerció allí este cargo - , mereció ver de nuevo
en la frente de Francisco una gran tau, que, adornada con variedad de colores,
embellecía su rostro con admirable encanto.
04.9 Se ha de notar que el Santo veneraba con gran afecto dicho signo: lo
encomiaba frecuentemente en sus palabras y lo trazaba con su propia mano
al pie de las breves cartas que escribía, como si todo su cuidado
se cifrara en grabar el signo tau según el dicho profético
- sobre las frentes de los hombres que gimen y se duelen, convertidos de
veras a Cristo Jesús.
04.10 Con el correr del tiempo fue aumentando el número de los hermanos,
y el solícito pastor comenzó a convocarlos a capítulo
general en Santa María de los Ángeles con el fin de asignar
a cada uno - según la medida de la distribución divina - la
porción que la obediencia le señalara en el campo de la pobreza.
Y si bien había allí escasez de todo lo necesario y a pesar
de que alguna vez se juntaron más de cinco mil hermanos, con el auxilio
de la divina gracia no les faltó el suficiente alimento, les acompañó
la salud corporal y rebosaban de alegría espiritual.
04.10 En lo que se refiere a los capítulos provinciales, como quiera
que Francisco no podía asistir personalmente a ellos, procuraba estar
presente en espíritu mediante el solícito cuidado y atención
que prestaba al régimen de la Orden, con la insistencia de sus oraciones
y la eficacia de su bendición, aunque alguna vez - por maravillosa
intervención del poder de Dios - apareció en forma visible.
04.10 Así sucedió, en efecto, cuando en cierta ocasión
el insigne predicador y hoy preclaro confesor de Cristo Antonio predicaba
a los hermanos en el capítulo de Arlés acerca del título
de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos: un hermano de
probada virtud llamado Monaldo miró - por inspiración divina
- hacia la puerta de la sala del capítulo, y vio con sus ojos corporales
al bienaventurado Francisco, que, elevado en el aire y con las manos extendidas
en forma de cruz, bendecía a sus hermanos. Al mismo tiempo se sintieron
todos inundados de un consuelo espiritual tan intenso e insólito,
que por iluminación del Espíritu Santo tuvieron en su interior
la certeza de que se trataba de una verdadera presencia del santo Padre.
Más tarde se comprobó la verdad del hecho no sólo por
los signos evidentes, sino también por el testimonio explícito
del mismo Santo.
04.10 Se puede creer, sin duda, que la omnipotencia divina que concedió
en otro tiempo al santo obispo Ambrosio la gracia de asistir al entierro
del glorioso Martín para que con su piadoso servicio venerase al santo
pontífice concediera también a su siervo Francisco poder estar
presente a la predicación de su veraz pregonero Antonio para aprobar
la verdad de sus palabras, sobre todo en lo referente a la cruz de Cristo,
cuyo portavoz y servidor era.
04.11 Estando ya muy extendida la orden, quiso Francisco que el papa Honorio
le confirmara para siempre la forma de vida que había sido ya aprobada
por su antecesor el señor Inocencio. Se animó a llevar adelante
dicho proyecto, gracias a la siguiente inspiración que recibiera del
Señor.
04.11 Parecíale que recogía del suelo unas finísimas
migajas de pan que debía repartir entre una multitud de hermanos suyos
famélicos que le rodeaban. Temeroso de que al distribuir tan tenues
migajas se le deslizaran por las manos, oyó una voz del cielo que
le dijo: "Francisco, con todas las migajas haz una hostia y dad de comer
a los que quieran". Hízolo así, y sucedió que cuantos
no recibían devotamente aquel don o que lo menospreciaban después
de haberlo tomado, aparecían todos al instante visiblemente cubiertos
de lepra.
04.11 A la mañana siguiente, el Santo dio cuenta de todo ello a sus
compañeros, doliéndose de no poder comprender el misterio encerrado
en aquella visión. Pero, perseverando en vigilante y devota oración,
sintió al otro día esta voz venida del cielo: "Francisco, las
migajas de la pasada noche son las palabras del Evangelio; la hostia representa
a la Regla; la lepra, a la iniquidad".
04.11 Ahora bien, queriendo Francisco - según se le había mostrado
en la visión - redactar la Regla que iba a someter a la aprobación
definitiva en forma más compendiosa que la vigente, que era bastante
profusa a causa de numerosas citas del Evangelio, subió - guiado por
el Espíritu Santo - a un monte con dos de sus compañeros -
y allí, entregado al ayuno, contentándose tan sólo :con
pan y agua, hizo escribir la Regla tal como el Espíritu divino se
lo sugería en la oración.
04.11 Cuando bajó del monte, entregó dicha Regla a su vicario
para que la guardase; y al decirle éste, después de pocos días,
que se había perdido por descuido la Regla, el Santo volvió
nuevamente al mencionado lugar solitario y la recompuso en seguida de forma
tan idéntica a la primera como si el Señor le hubiera ido sugiriendo
cada una de sus palabras. Después - de acuerdo con sus deseos - obtuvo
que la confirmara el susodicho señor papa Honorio en el octavo año
de su pontificado.
04.11 Cuando exhortaba fervorosamente a sus hermanos a la fiel observancia
de la Regla, les decía que en su contenido nada había puesto
de su propia cosecha, antes, por el contrario, la había hecho escribir
toda ella según se lo había revelado el mismo Señor.
Y para que quedara una constancia más patente de ello con el mismo
testimonio divino, he aquí que, pasados unos pocos días, le
fueron impresas, por el dedo de Dios vivo, las llagas del Señor Jesús,
como si fueran una bula del sumo pontífice Cristo para plena confirmación
de la Regla y recomendación de su autor, según se dirá
en su debido lugar después de narrar las virtudes del Santo.
Capítulo V.
Austeridad de vida y consuelo que le daban las criaturas
05.1 Viendo el varón de Dios Francisco que eran muchos los que, a
la luz de su ejemplo, se animaban a llevar con ardiente entusiasmo la cruz
de Cristo, enardecíase también él mismo - como buen
caudillo del ejército de Cristo - por alcanzar la palma de la victoria
mediante el ejercicio de las más excelsas y heroicas virtudes.
05.1 Por eso tenía ante sus ojos las palabras del Apóstol:
Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias.
y con objeto de llevar en su cuerpo la armadura de la cruz, era tan rigurosa
la disciplina con que reprimía los apetitos sensuales, que apenas
tomaba lo estrictamente necesario para el sustento de la naturaleza, pues
decía que es difícil satisfacer las necesidades corporales
sin condescender con las inclinaciones de los sentidos. De ahí que,
cuando estaba bien de salud, rara vez tomaba alimentos cocidos, y, Si los
admitía, los mezclaba con ceniza o - como sucedía muchas veces
- los hacía insípidos añadiéndoles agua.
05.1 Y ¿qué decir del uso del vino, si apenas bebía
agua en suficiente cantidad cuando estaba abrasado de sed? Inventaba nuevos
modos de abstinencia más rigurosa y cada día adelantaba en
su ejercicio. Y, aunque hubiese alcanzado ya el ápice de la perfección,
descubría siempre - como un perpetuo principiante - nuevas formas
para castigar y mortificar la liviandad de la carne.
05.1 Mas cuando salía afuera, por conformarse a la palabra del Evangelio,
se acomodaba en la calidad de los manjares a la gente que le hospedaba; pero
tan pronto como volvía a su retiro, reanudaba estrictamente su sobria
abstinencia. De este modo, siendo austero consigo mismo, humano para con
los demás y fiel en todo al Evangelio de Cristo, no sólo con
la abstinencia, sino también con el comer, daba a todos ejemplos de
edificación.
05.1 La desnuda tierra servía ordinariamente de lecho a su cuerpecillo
fatigado; la mayoría de las veces dormía sentado, apoyando
la cabeza en un madero o en una piedra, cubierto con una corta y pobre túnica;
y así servía al Señor en desnudez y en frío.
05.2 Preguntáronle en cierta ocasión cómo podía
defenderse con vestido tan ligero de la aspereza del frío invernal,
y respondió lleno de fervor de espíritu: "Nos sería
fácil soportar exteriormente este frío si en el interior estuviéramos
inflamados por el deseo de la patria celestial".
05.2 Aborrecía la molicie en el vestido, amaba su aspereza, asegurando
que precisamente por esto fue alabado Juan Bautista de labios del mismo Señor.
Si alguna vez notaba cierta suavidad en la túnica que se le había
dado, le cosía por dentro pequeñas cuerdas, pues decía
que - según la palabra del que es la verdad - no se ha de buscar la
suavidad de los vestidos en las chozas de los pobres, sino en los palacios
de los príncipes. Ciertamente, había aprendido por experiencia
que los demonios sienten terror a la aspereza, y qué, en cambio, se
animan a tentar con mayor ímpetu cuantos viven en la molicie y entre
delicias.
05.2 Así sucedió, en efecto, cierta noche en que, a causa de
un fuerte dolor de cabeza y de ojos, le pusieron de cabecera - fuera de costumbre
- una almohada de plumas. De pronto se introdujo en ella el demonio, quien
de mil maneras le inquietó hasta el amanecer, estorbándole
en el ejercicio de la santa oración, hasta que, llamando a su compañero,
mandó que se llevara muy lejos de la celda aquella almohada. Juntamente
con el demonio. Pero, al salir de la celda el hermano con dicha almohada,
perdió las fuerzas y se vio privado del movimiento de todos sus miembros,
hasta tanto que a la voz del santo Padre, que conoció en espíritu
cuanto le sucedía, recobró por completo el primitivo vigor
de alma y cuerpo.
05.3 Riguroso en la disciplina, estaba en continua vigilancia sobre sí
mismo, prestando gran atención a conservar incólume la pureza
del hombre interior y exterior. De ahí que en los comienzos de su
conversión se sumergía con frecuencia durante el tiempo de
invierno en una fosa llena de hielo, con el fin de someter perfectamente
a su imperio al enemigo que llevaba dentro y preservar intacta del incendio
de la voluptuosidad la cándida vestidura de la pureza. Aseguraba que
al hombre espiritual debe hacérsele incomparablemente más llevadero
sufrir un intenso frío en el cuerpo que sentir en el alma el más
leve ardor de la sensualidad de la carne.
05.4 Cuando una noche estaba entregado el Santo a la oración en una
celdita del eremitorio de Sarteano, le llamó su antiguo enemigo por
tres veces, diciendo: "¡Francisco, Francisco, Francisco!" Preguntóle
el Santo qué quería, y prosiguió el demonio muy astutamente:
No hay pecador en el mundo que, si se arrepiente, no reciba de Dios el perdón.
Pero todo el que se mata a sí mismo con una cruel penitencia, jamás
hallará misericordia.
05.4 Al punto, el varón de Dios, iluminado de lo alto, conoció
el engaño del demonio, que pretendía sumirle en la flojedad
y tibieza. Así lo puso de manifiesto el siguiente suceso. En efecto,
poco después de esto, por instigación de aquel cuyo aliento
hace arder a los carbones, fue acometido por una violenta tentación
carnal. Pero apenas sintió sus primeros atisbos este amante de la
castidad, se despojó del hábito y comenzó a flagelarse
muy fuertemente con la cuerda, diciendo: "¡Ea, hermano asno, así
te conviene permanecer, así debes aguantar los azotes! El hábito
está destinado al servicio de la Religión y es divisa de la
santidad. No le es lícito a un hombre lujurioso apropiarse de él.
Pues, si quieres ir por otro camino, ¡vete!»
05.4 Además, movido por un admirable fervor de espíritu, abrió
la puerta de la celda, salió afuera al huerto y, desnudo como estaba,
se sumergió en un montón de nieve. Comenzó después
a formar con sus manos llenas siete bolas o figuras de nieve. Y, presentándoselas
a sí mismo, hablaba de este modo a sus sentimientos naturales: "Mira,
esta figura mayor es tu mujer; estas otras cuatro son tus dos hijos y tus
dos hijas; las dos restantes, el criado y la criada que conviene tengas para
tu servicio. Ahora, pues, date prisa en vestirlos, que se están muriendo
de frío. Pero, si te resulta gravosa la múltiple preocupación
por los mismos, entrégate con toda solicitud a servir sólo
a Dios". Al instante desapareció vencido el tentador y el santo varón
regresó victorioso a la celda; pues si externamente padeció
un frío tan atroz, en su interior se apagó de tal suerte el
ardor libidinoso, que en adelante no llegó a sentir nada semejante.
05.4 Un hermano, que entonces estaba haciendo oración, fue testigo
ocular de todo lo sucedido gracias al resplandor de la luna, en fase creciente.
Enterado de ello el varón de Dios, le reveló todo el proceso
de la tentación, ordenándole al mismo tiempo que mientras él
viviera no revelase a nadie lo que había visto aquella noche.
05.5 Enseñaba que no sólo se deben mortificar los vicios de
la carne y frenar sus incentivos, sino que también deben guardarse
con suma vigilancia los sentidos exteriores, por los que entra la muerte
en el alma. Recomendaba evitar con gran cautela las familiaridades, conversaciones
y miradas de las mujeres, que para muchos son ocasión de ruina, asegurando
que a consecuencia de ello suelen claudicar los espíritus débiles
y quedan con frecuencia debilitados los fuertes. Y añadía que
el que trata con ellas - a excepción de algún hombre de muy
probada virtud - , difícilmente evitara su seducción, pues
- según la Escritura - es como caminar sobre brasas y no quemarse
la planta de los pies.
05.5 Por eso, él mismo de tal suerte apartaba sus ojos para no ver
la vanidad, que manifestó en cierta ocasión a un compañero
suyo que no reconocería casi a ninguna mujer por las facciones de
su rostro. Creía, en efecto, peligroso grabar en la mente la imagen
de sus formas, que fácilmente pueden reavivar la llama libidinosa
de la carne ya domada o también mancillar el brillo de un corazón
puro.
05.5 Afirmaba, de igual modo, .ser una frivolidad conversar con las mujeres,
excepto el caso de la confesión o de una brevísima instrucción
referente a la salvación y a una vida honesta. "¿Qué
asuntos - decía - tendrá que tratar un religioso con una mujer,
si no es el caso de que ésta le pida la santa penitencia o un consejo
de vida más perfecta? A causa de una excesiva confianza, uno se precave
menos del enemigo; y, si éste consigue apoderarse de un solo cabello
del hombre, pronto lo convierte en una viga".
05.6 Enseñaba, asimismo, la necesidad de evitar a toda costa la ociosidad,
sentina de todos los malos pensamientos; y demostraba con su ejemplo cómo
debe domarse la carne rebelde y perezosa mediante una continua disciplina
y una actividad provechosa. De ahí que llamaba a su cuerpo con el
nombre de hermano asno, al que es preciso someterle a cargas pesadas, castigarlo
con frecuentes azotes y alimentarlo con vil pienso.
05.6 Si veía a alguno entregado a la ociosidad y vagabundeo, pretendiendo
comer a costa del trabajo de los demás, pensaba que se le debía
llamar hermano mosca, pues ese tal, que no hace nada bueno y estropea las
obras buenas de los demás, se convierte para todos en una persona
vil y detestable. Por eso dijo en alguna ocasión: Quiero que mis hermanos
trabajen y se ejerciten en alguna ocupación, no sea que, entregados
a la ociosidad, sean arrastrados a deseos o conversaciones malas.
05.6 Quería que sus hermanos observaran el silencio evangélico,
es decir, que se abstuvieran siempre solícitamente de toda palabra
ociosa, teniendo conciencia de que de ello se ha de rendir cuenta en el día
del juicio. Y si encontraba a algún hermano habituado a palabras inútiles,
lo reprendía con acritud. Afirmaba que la modesta taciturnidad guarda
puro el corazón y es una virtud de no pequeña valía,
puesto que - como está escrito - la vida y la muerte están
en poder de la lengua, no tanto por razón del gusto como por ser el
órgano de la palabra.
05.7 Y aunque el Santo animaba con todo su empeño a los hermanos a
llevar una vida austera, sin embargo, no era partidario de una severidad
intransigente, que no se reviste de entrañas de misericordia ni está
sazonada con la sal de la discreción. Prueba de ello es el siguiente
hecho:
05.7 Cierta noche, un hermano - entregado en demasía al ayuno - se
sintió atormentado con un hambre tan terrible, que no podía
hallar reposo alguno. Dándose cuenta el piadoso pastor del peligro
que acechaba a su ovejuela, llamó al hermano, le puso delante unos
manjares y - para evitarle toda posible vergüenza - comenzó él
mismo a comer primero, invitándole dulcemente a hacer otro tanto.
Depuso el hermano la vergüenza y tomó el alimento necesario,
sintiéndose muy confortado, porque, gracias a la circunspecta condescendencia
del pastor, había no sólo superado el desvanecimiento corporal,
sino también recibido no pequeño ejemplo de edificación.
05.7 A la mañana siguiente, el varón de Dios convocó
a sus hermanos y les refirió lo sucedido a la noche, añadiéndoles
esta prudente amonestación: "Hermanos, que os sirva de ejemplo en
este caso no tanto el alimento como la caridad". Les enseñó
además a guardar la discreción, como reguladora que es de las
virtudes; pero no la discreción que sugiere la carne, sino la que
enseñó Cristo, cuya vida sacratísima consta que es un
preclaro ejemplo de perfección.
05.8 Pero como quiera que al hombre, rodeado de la debilidad de la carne,
no le es posible seguir perfectamente al Cordero sin mancilla muerto en la
cruz sin que al mismo tiempo contraiga alguna mancha, aseguraba como verdad
indiscutible que cuantos se afanan por la vida de perfección deben
todos los días purificarse en el baño de las lágrimas.
El mismo Francisco - aunque había ya conseguido una admirable pureza
de alma y cuerpo - , con todo, no cesaba de lavar constantemente con copiosas
lágrimas los ojos interiores, no importándole mucho el menoscabo
que a consecuencia de ello pudieran sufrir sus ojos corporales.
05.8 Y como hubiese contraído, por el continuo llanto, una gravísima
enfermedad de la vista, le advirtió el médico que se abstuviera
de llorar, si no quería quedar completamente ciego; mas el Santo le
replicó: "Hermano médico, por mucho que amemos la vista, que
nos es común con las moscas, no se ha de desechar en lo más
mínimo la visita de la luz eterna, porque el espíritu no ha
recibido el beneficio de la luz por razón de la carne, sino la carne
por causa del espíritu". Prefería, en efecto, perder la luz
de la vista corporal antes que reprimir la devoción del espíritu
y dejar de derramar lágrimas, con las que se limpia el ojo interior
para poder ver a Dios.
05.9 Ante el consejo de los médicos y las reiteradas instancias de
los hermanos, que le persuadían a someterse al cauterio, se doblegó
humildemente el varón de Dios, porque pensaba que dicha operación
no sólo sería saludable para el cuerpo, sino desagradable para
la naturaleza.
05.9 Así, pues, llamaron al cirujano, el cual, tan pronto como vino,
puso al fuego el instrumento de hierro para realizar el cauterio. Mas el
siervo de Cristo, tratando de confortar su cuerpo, estremecido de horror,
comenzó a hablar así con el fuego, como si fuera un amigo suyo:
"Mi querido hermano fuego, el Altísimo te ha creado poderoso, bello
y útil, comunicándote una deslumbrante presencia que querrían
para sí todas las otras criaturas. ¡Muéstrate propicio
y cortés conmigo en esta hora! Pido al gran Señor que te creó
tempere en mí tu calor, para que, quemándome suavemente, te
pueda soportar".
05.9 Terminada esta oración, hizo la señal de la cruz sobre
el instrumento de hierro incandescente, y desde entonces se mantuvo valiente.
Penetró a todo crujir el hierro en aquella carne delicada, extendiéndose
el cauterio desde el oído hasta las cejas. El mismo Santo expresó
del siguiente modo el dolor que le había producido el fuego: Alabad
al Altísimo - dijo a sus hermanos - , pues, a decir verdad, no he
sentido el ardor del fuego ni he sufrido dolor alguno en el cuerpo. Y dirigiéndose
al médico añadió: "Si no está bien quemada la
carne, repite de nuevo la operación". Al observar el médico
la presencia, en aquel cuerpo endeble, de una fuerza tan poderosa del espíritu,
quedó profundamente maravillado, y no pudo menos de manifestar que
se trataba de un verdadero milagro de Dios, diciendo: Os aseguro, hermanos,
que hoy he visto maravillas.
05.9 Y como había llegado a tan alto grado de pureza que, en admirable
armonía, la carne se rendía al espíritu, y éste,
a su vez, a Dios, sucedió por designio divino que la criatura que
sirve a su Hacedor se sometiera de modo tan maravilloso a la voluntad e imperio
del Santo.
05.10 En otra ocasión, el siervo de Dios se hallaba muy grave mente
enfermo en el eremitorio de San Urbano, y, sintiendo el desfallecimiento
de la naturaleza, pidió un vaso de vino. Al responderle que les era
imposible acceder a su deseo, puesto que no había allí ni una
gota de vino, ordenó que se le trajera agua. Una vez presentada, la
bendijo haciendo sobre ella la señal de la cruz. De pronto, lo que
había sido pura agua, se convirtió en óptimo vino, y
lo que no pudo ofrecer la pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo
la pureza del santo varón. Apenas gustó el vino, se recuperó
con tan gran presteza, que la novedad del sabor y la salud restablecida -
fruto de una acción renovadora sobrenatural en el agua y en el que
la gustó - confirmaron con doble testimonio cuán perfectamente
estaba el Santo despojado del hombre viejo y revestido del nuevo.
05.11 Pero no sólo se sometían las criaturas a la voluntad
del siervo de Dios, sino que la misma providencia del Creador condescendía
con sus deseos doquiera que se encontrara.
05.11 Cierta vez, por ejemplo, en que estaba abrumado su cuerpo por la presencia
de tantas enfermedades, sintió vivos deseos de oír los acordes
de algún instrumento músico para alegrar su espíritu;
y, pensando que no sería correcto ni conveniente interviniera en ello
alguna persona humana, he aquí que acudieron los ángeles a
brindarle este obsequio y satisfacer su ilusión. En efecto, mientras
estaba velando cierta noche, puesto el pensamiento en el Señor, de
repente oyó el sonido de una cítara de admirable armonía
y melodía suavísima. No se veía a nadie, pero las variadas
tonalidades que percibía su oído insinuaban la presencia de
un citarista que iba y venía de un lado a otro. Fijo su espíritu
en Dios, fue tan grande la suavidad que sintió a través de
aquella dulce y armoniosa melodía, que se imaginó haber sido
transportado al otro mundo.
05.11 No permaneció esto oculto a los más íntimos de
sus compañeros, quienes frecuentemente observaban, mediante indicios
ciertos, que Francisco era visitado por Dios con extraordinarias y frecuentes
consolaciones en tal grado, que no las podía ocultar del todo.
05.12 Sucedió también en otra ocasión que, viajando
el varón de Dios con un compañero suyo, con motivo de predicación,
entre Lombardía y la Marca Trevisana, junto al río Po, les
sorprendió la espesa oscuridad de la noche. El camino que debían
recorrer era sumamente peligroso a causa de las tinieblas, el río
y los pantanos. Viéndose en tal situación apurada, dijo el
compañero al Santo: Haz oración, Padre, para que nos libremos
de los peligros que nos acechan. Respondióle el varón de Dios
lleno de una gran confianza: Poderoso es Dios, si place a su bondad, para
disipar las sombrías tinieblas y derramar sobre nosotros el don de
la luz.
05.12 Apenas había terminado de decir estas palabras, cuando de pronto
- por intervención divina - comenzó a brillar en torno suyo
una luz tan esplendente, que, siendo oscura la misma noche en otras partes,
al resplandor de aquella claridad distinguían no sólo el camino
sino también otras muchas cosas que estaban a su alrededor. Guiados
materialmente y reconfortados en el espíritu por esta luz, después
de haber recorrido gran trecho del camino entre cantos y alabanzas divinas,
llegaron por fin sanos y salvos al lugar de su hospedaje.
05.12 Pondera, pues, qué niveles tan maravillosos de pureza y de virtud
alcanzó este hombre, a cuyo imperio modera su ardor el fuego, el agua
cambia de sabor, las melodías angélicas le proporcionan consuelo
y la luz divina le sirve de guía en el camino. Todo ello parece indicar
que la máquina entera del mundo estaba puesta al servicio de los sentidos
santificados de este varón santo.
Capítulo VI.
Humildad y obediencia del Santo y condescendencia de Dios a sus deseos
06.1 La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, llenó copiosamente
el alma del varón de Dios. En su opinión, se reputaba un pecador,
cuando en realidad era espejo y preclaro ejemplo de toda santidad. Sobre
esta base trató de levantar el edificio de su propia perfección,
poniendo - cual sabio arquitecto - el mismo fundamento que había aprendido
de Cristo. Solía decir que el hecho de descender el Hijo de Dios desde
la altura del seno del Padre hasta la bajeza de la condición humana
tenía la finalidad de enseñarnos como Señor y Maestro,
mediante su ejemplo y doctrina la virtud de la humildad.
06.1 Por eso, como fiel discípulo de Cristo, procuraba envilecerse
ante sus ojos y en presencia de los demás, recordando el dicho del
soberano Maestro: Lo que los hombres tienen por sublime, es abominación
ante Dios. Solía decir también estas palabras: Lo que es el
hombre delante de Dios, eso es, y no más .De ahí que juzgara
ser una necedad envanecerse con la aprobación del mundo, y, en consecuencia,
se alegraba en los oprobios y se entristecía en las alabanzas. Prefería
oír de sí más bien vituperios que elogios, consciente
de que aquéllos le impulsaban a enmendarse, mientras que éstos
podían serle causa de ruina.
06.1 Y así, muchas veces, cuando la gente enaltecía los méritos
de su santidad, ordenaba a algún hermano que repitiese insistentemente
a sus oídos palabras de vilipendio en contra de las voces de alabanza.
Y cuando el hermano - si bien muy a pesar suyo - le llamaba rústico,
mercenario, inculto e inútil, lleno de íntima alegría,
que se reflejaba en su rostro, le respondía: "Que el Señor
te bendiga, hijo carísimo, porque lo que dices es la pura verdad,
y tales son las palabras que debe oír el hijo de Pedro Bernardone".
06.2 Y, con objeto de hacerse despreciable a los ojos de los demás,
no se avergonzaba de manifestar ante todo el pueblo sus propios defectos
en la predicación.
06.2 Sucedió una vez que, abrumado por la enfermedad, tuvo que mitigar
algo el rigor de la abstinencia con el fin de recobrar la salud. Mas, apenas
recobró un tanto las fuerzas corporales, el verdadero despreciador
de sí mismo, llevado por el deseo de humillar su persona, se dijo:
"No está bien que el pueblo me tenga por penitente, cuando yo me refocilo
ocultamente a base de carne". Levantóse, pues, al instante, inflamado
en el espíritu de la santa humildad, y convocado el pueblo en la plaza
de la ciudad en la iglesia catedral acompañado de muchos hermanos
que había llevado consigo. Iba con una soga atada al cuello y sin
más vestido que los calzones. En esa forma se hizo conducir, a la
vista de todos, a la piedra donde se solía colocar a los malhechores
para ser castigados. Subido a ella, no obstante ser víctima de fiebres
cuartanas y de una gran debilidad corporal y bajo la acción de un
frío intenso, predicó con gran vigor de animo, diciendo a los
oyentes que no debían venerarle como a un hombre espiritual, antes,
por el contrario, todos deberían despreciarlo como a carnal y glotón.
06.2 Ante semejante espectáculo quedaron atónitos los congregados
en la iglesia, y como tenían bien comprobada la austeridad de su vida,
devotos y compungidos, proclamaban que tal humildad era digna, más
bien, de ser admirada que imitada. Y aunque este hecho, más que ejemplo,
parece un portento parecido al que narra el vaticinio profético, queda
ahí como verdadero documento de perfecta humildad, por el que todo
seguidor de Cristo es instruido en la forma de despreciar los honores y alabanzas
efímeras, a reprimir la altanería y jactancia, a desechar la
mentira de una falsa hipocresía.
06.3 Solía realizar otras muchas acciones parecidas a ésta
con objeto de aparecer al exterior como un vaso de perdición; si bien
en su interior poseía el espíritu de una alta santidad. Procuraba
esconder en lo más recóndito de su pecho los bienes recibidos
del Señor, no queriendo exponerlos a una gloria que pudiera serle
ocasión de ruina. De hecho, cuando con frecuencia era ensalzado por
muchos como santo, solía expresarse así: No me alabéis
como si estuviera ya seguro, que todavía puedo tener hijos e hijas.
Nadie debe ser alabado mientras es incierto su desenlace final.
06.3 De este modo respondía a los que lo elogiaban; hablando, empero,
consigo mismo, se decía: Francisco, si el Altísimo le hubiera
concedido al ladrón más perdido los beneficios que te ha hecho
a ti, sin duda que sería mucho más agradecido que tú.
Repetía frecuentemente a sus hermanos la siguiente consideración:
Nadie debe complacerse con los falsos aplausos que le tributan por cosas
que puede realizar también un pecador. Este - decía - puede
ayunar, hacer oración, llorar sus pecados y macerar la propia carne.
Una sola cosa está fuera de su alcance: permanecer fiel a su Señor.
Por tanto, hemos de cifrar nuestra gloria en devolver al Señor su
honor y en atribuirle a El - sirviéndole con fidelidad - los dones
que nos regala".
06.4 Con el fin de aprovechar de mil variadas formas y hacer meritorios todos
los momentos de la vida presente, este mercader evangélico prefirió
ser súbdito que presidir, obedecer antes que mandar. Por eso, al renunciar
al oficio de ministro general, pidió se le concediera Un guardián,
a cuya voluntad estuviera sujeto en todo. Aseguraba ser tan copiosos los
frutos de la santa obediencia, que cuantos someten el cuello a su yugo están
en continuo aprovechamiento. De ahí que acostumbraba prometer siempre
obediencia al hermano que solía acompañarle y la observaba
fielmente.
06.4 A este respecto dijo en cierta ocasión a sus compañeros:
Entre las gracias que el bondadoso Señor se ha dignado concederme,
una es la de estar dispuesto a obedecer con la misma diligencia al novicio
de una hora - si me fuere dado como guardián - que al hermano más
antiguo y discreto. El súbdito - añadía - no debe mirar
en su prelado tanto al hombre como a Aquel por cuyo amor se ha entregado
a la obediencia. Cuanto más despreciable es la persona que preside,
tanto más agradable a Dios es la humildad del que obedece.
06.4 Preguntáronle en cierta ocasión quién debía
ser tenido, a su juicio, por verdadero obediente, y él por toda respuesta
les propuso como ejemplo la imagen del cadáver: "Tomad - les dijo
- un cadáver y colocadlo donde os plazca. Veréis que no se
opone si se le mueve, ni murmura por el sitio que se le asigna, ni reclama
si es que se le retira. Si lo colocáis sobre una cátedra, no
mirará arriba, sino abajo; si lo vestís de púrpura,
doblemente se acentuará su palidez. Así es - añadió
- el verdadero obediente: no juzga por qué le trasladan de una parte
a otra; no se preocupa del lugar donde vaya a ser colocado ni insiste en
que se le cambie de sitio; si es promovido a un alto cargo, mantiene su habitual
humildad; cuanto más honrado se ve, tanto más indigno se siente".
06.5 Dijo una vez a su compañero: No me consideraría verdadero
hermano menor si no me encontrare en el estado de ánimo que te voy
a describir. Figúrate que, siendo yo prelado, voy a capítulo
y en él predico y amonesto a mis hermanos, y al fin de mis palabras
éstos dicen contra mí: "No conviene que tú seas nuestro
prelado, pues eres un hombre sin letras, que no sabe hablar, idiota y simple".
Y, por último, me desechan ignominiosamente, vilipendiado de todos.
Te digo que, si no oyere estas injurias con idéntica serenidad de
rostro, con igual alegría de ánimo y con el mismo deseo de
santidad que si se tratara de elogios dirigidos a mi persona, no sería
en modo alguno hermano menor". Y añadía: En la prelacía
acecha la ruina; en la alabanza, el precipicio; pero en la humildad del súbdito
es segura la ganancia del alma. ¿Por qué, pues, nos dejamos
arrastrar más por los peligros que por las ganancias, siendo así
que se nos ha dado este tiempo para merecer?"
06.5 De ahí que Francisco, ejemplo de humildad, quiso que sus hermanos
se llamaran menores, y los prelados de su Orden ministros, para usar la misma
nomenclatura del Evangelio, cuya observancia había prometido, y a
fin de que con tal hombre se percataran sus discípulos de que habían
venido a la escuela de Cristo humilde para aprender la humildad. En efecto,
el maestro de la humildad, Cristo Jesús, para formar a sus discípulos
en la perfecta humildad, dijo: El que quiera ser entre vosotros el mayor,
sea vuestro servidor, y el que entre vosotros quiera ser el primero, sea
vuestro esclavo.
06.5 Un día, el señor Ostiense, protector y promotor principal
de la Orden de los Hermanos Menores, que más tarde, según le
había predicho el Santo, fue elevado a la categoría de sumo
pontífice bajo el nombre de Gregorio IX, preguntó a Francisco
si le agradaba que fueran promovidos sus hermanos a las dignidades eclesiásticas.
Este le respondió: Señor, mis hermanos se llaman menores precisamente
para que no presuman hacerse mayores. Si queréis que den fruto en
la Iglesia de Dios, mantenedlos en el estado de su vocación y no permitáis
en modo alguno que sean ascendidos a las prelacías eclesiásticas.
06.6 Y como quiera que, tanto en sí como en todos sus súbditos,
prefería Francisco la humildad a los honores, Dios - que ama a los
humildes - lo juzgaba digno de los puestos más encumbrados, según
le fue revelado en una visión celestial a un hermano, varón
de notable virtud y devoción. Iba dicho hermano acompañando
al Santo, y, al orar con él muy fervorosamente en una iglesia abandonada,
fue arrebatado en éxtasis, y vio en el cielo muchos tronos, y entre
ellos uno más relevante, adornado con piedras preciosas y todo resplandeciente
de gloria. Admirado de tal esplendor, comenzó a averiguar con ansiosa
curiosidad a quién correspondería ocupar dicho trono. En esto
oyó una voz que le decía: Este trono perteneció a uno
de los ángeles caídos, y ahora estoy reservado para el humilde
Francisco.
06.6 Vuelto en sí de aquel éxtasis, siguió acompañando
- como de costumbre - al Santo, que había salido ya afuera. Prosiguieron
el camino, hablando entre sí de cosas de Dios; y aquel hermano, que
no estaba olvidado de la visión tenida, preguntó disimuladamente
al Santo qué es lo que pensaba de sí mismo. El humilde siervo
de Cristo le hizo esta manifestación: "Me considero como el mayor
de los pecadores". Y como el hermano le replicase que en buena conciencia
no podía decir ni sentir tal cosa, añadió el Santo:
"Si Cristo hubiera usado con el criminal más desalmado la misericordia
que ha tenido conmigo, estoy seguro que éste le sería mucho
más agradecido que yo".
06.6 Al escuchar una respuesta de tan admirable humildad, aquel hermano se
confirmó en la verdad de la visión que se le había mostrado
y comprendió lo que dice el santo Evangelio: que el verdadero humilde
será enaltecido a una gloria sublime, de la que es arrojado el soberbio.
06.7 En otra ocasión en que Francisco oraba en una iglesia desierta
de Monte Casale, en la provincia de Massa, conoció por inspiración
divina que había allí depositadas unas sagradas reliquias.
Al advertir - no sin dolor - que dichas reliquias habían permanecido
por mucho tiempo privadas de la debida veneración, mandó a
sus hermanos que las trasladasen reverentemente a su propio lugar. Pero,
habiéndose ausentado de sus hijos por una causa apremiante, éstos
olvidaron el mandato del Padre, descuidando el mérito de la obediencia.
06.7 Mas un día en que quisieron celebrar los sagrados misterios,
al remover el mantel superior del altar, encontraron, con gran admiración,
unos huesos muy hermosos que exhalaban una fragancia suavísima, y
contemplaron aquellas reliquias, que habían sido llevadas allí
no por mano humana, sino por una poderosa intervención divina. Vuelto
poco después el devoto varón de Dios, comenzó a indagar
diligente mente si se habían cumplido sus disposiciones respecto a
las reliquias. Confesaron humildemente los hermanos su culpa de haber descuidado
el cumplimiento de dicha obediencia, por lo cual obtuvieron el perdón,
juntamente con una penitencia. Y dijo el Santo: Bendito el Señor Dios
mío, que se dignó hacer por sí mismo lo que vosotros
debíais haber hecho.
06.7 Considera atentamente el solícito cuidado que tiene la divina
Providencia respecto al polvo de nuestro cuerpo y reconoce, por otra parte,
la excelencia de la virtud del humilde Francisco ante los ojos de Dios, pues
el Señor condescendió con los deseos del Santo, a cuyos mandatos
no se había sometido el hombre.
06.8 Llegado un día a Imola, se presentó ante el obispo de
la ciudad y humildemente le suplicó le diera su beneplácito
para convocar al pueblo y predicarle la palabra de Dios. El obispo le respondió
con aspereza: Me basto yo, hermano, para predicar a mi pueblo. Inclinó
la cabeza el verdadero humilde y salió afuera; mas al poco tiempo
volvió a entrar. Al verlo de nuevo en su presencia, el obispo le preguntó,
algo turbado, qué es lo que quería; a lo que respondió
Francisco con un corazón y un tono de voz que rezumaban humildad:
Señor, si un padre despide por una puerta a su hijo, éste debe
volver a entrar por otra.
06.8 Vencido por semejante humildad, el obispo, con una gran alegría
que se reflejaba en su rostro, le dio un abrazo, diciéndole: Tú
y todos tus hermanos tenéis en adelante licencia general para predicar
en mi diócesis, pues bien se merece esta concesión tu santa
humildad.
06.9 Sucedió también que en cierta ocasión llegó
Francisco a Arezzo cuando toda la ciudad se hallaba agitada por unas luchas
internas tan espantosas, que amenazaban hundirla en una próxima ruina.
Alojado en el suburbio, vio sobre la ciudad unos demonios que daban brincos
de alegría y azuzaban los ánimos perturbados de los ciudadanos
para lanzarse a matar unos a otros. Con el fin de ahuyentar aquellas insidiosas
potestades aéreas, envió delante de sí - como mensajero
- al hermano Silvestre, varón de colombina simplicidad, diciéndole:
Marcha a las puertas de la ciudad y, de parte de Dios omnipotente, manda
a los demonios, por santa obediencia, que salgan inmediatamente de allí.
06.9 Apresúrase el verdadero obediente a cumplir las órdenes
del Padre, y, prorrumpiendo en alabanzas ante la presencia del Señor,
llegó a la puerta de la ciudad y se puso a gritar con voz potente:
"¡De parte de Dios omnipotente y por mandato de su siervo Francisco,
marchaos lejos de aquí, demonios todos!" Al punto quedó apaciguada
la ciudad, y sus habitantes, en medio de una gran serenidad, volvieron a
respetarse mutuamente en sus derechos cívicos. Expulsada, pues, la
furiosa soberbia de los demonios - que tenían como asediada la ciudad
- por intervención de la sabiduría de un pobre, es decir, de
la humildad de Francisco, tornó la paz y se salvó la ciudad.
En efecto, por los méritos de sus heroicas virtudes de humildad y
obediencia había conseguido Francisco un dominio tan grande sobre
aquellos espíritus rebeldes y protervos, que le fue dado reprimir
su feroz arrogancia y desbaratar sus importunos y violentos asaltos.
06.10 Es cierto que los soberbios demonios huyen de las excelsas virtudes
de los humildes, fuera de aquellos casos en que la divina demencia permite
que éstos sean abofeteados para guarda de su humildad, como de sí
mismo escribe el apóstol Pablo, y Francisco llegó a probarlo
por propia experiencia. Así sucedió, en efecto, cuando fue
invitado por el señor León, cardenal de la Santa Cruz, a permanecer
por algún tiempo consigo en Roma. El Santo condescendió humildemente
con sus deseos movido por la reverencia y amor que le profesaba. Mas he aquí
que la primera noche, cuando después de la oración quiso entregarse
al descanso, se presentaron los demonios en plan de atacar ferozmente al
caballero de Cristo, al que le azotaron tan duramente y por tan largo espacio
de tiempo, que le dejaron medio muerto.
06.10 Apenas huyeron los demonios, el Santo llamó a su compañero,
a quien refirió todo lo sucedido, y añadió después.
Pienso, hermano, que el hecho de haberme atacado tan cruelmente en esta ocasión
los demonios - que nada pueden hacer fuera de lo que la divina Providencia
les permite - es una prueba de que no causa buena impresión mi estancia
en la curia de los grandes. Mis hermanos, que moran en lugares pobrecillos,
al enterarse de que estoy viviendo con los cardenales, quizás vayan
a sospechar que me ocupo de asuntos mundanos, que me dejo llevar de los honores
y que lo estoy pasando muy bien. Por lo cual, juzgo ser mejor que el que
está puesto para ejemplo de los demás huya de las curias y
viva humildemente entre los humildes en lugares humildes, para fortalecer
el ánimo de los que sufren penuria, compartiéndola también
él mismo". Así que, a la mañana siguiente, el Santo
presenta humildemente sus excusas y se despide del cardenal juntamente con
su compañero.
06.11 Si grande era, en verdad, el aborrecimiento que el Santo tenía
a la soberbia, origen de todos los males, y a su pésima prole, la
desobediencia, no era menor el aprecio que sentía por la humildad
y penitencia.
06.11 Sucedió una vez que le presentaron un hermano que había
cometido alguna falta contra la obediencia, a fin de que se le aplicara un
justo castigo. Mas, viendo el varón de Dios que aquel hermano daba
señales evidentes de un sincero arrepentimiento, en atención
a su humildad, se sintió movido a perdonarle la desobediencia. Con
todo, para que la facilidad del perdón no se convirtiera para otros
en incentivo de transgresión, mandó que le quitasen al hermano
la capucha y la arrojasen al fuego, dando con ello a entender cuán
grave castigo merece toda falta de obediencia. Después que la capucha
estuvo un tiempo en medio de las llamas, ordenó que la sacaran del
fuego y se la restituyesen al hermano humildemente arrepentido. Y ¡oh
prodigio! Sacaron la capucha de en medio de las llamas, sin que se hallara
en ella el menor rastro de quemadura. Con tan singular milagro aprobaba el
Señor la virtud y la humildad de la penitencia del santo varón.
06.11 Es, pues, digna de ser imitada la humildad de Francisco, que ya en
la tierra consiguió la maravillosa prerrogativa de rendir al mismo
Dios a sus deseos, de cambiar la disposición afectiva de un hombre,
de avasallar con su mandato la protervia de los demonios y refrenar con un
simple gesto de su voluntad la voracidad de las llamas. Ciertamente, ésta
es la virtud que exalta a los que la poseen, y, al par que muestra a todos
la reverencia debida, se hace digna de que todos la honren.
Capítulo VII.
Amor a la pobreza y admirable solución en casos de penuria
07.1 Entre los diversos dones y carismas que obtuvo Francisco del generoso
Dador de todo bien, destaca, como una prerrogativa especial, el haber merecido
crecer en las riquezas de la simplicidad mediante su amor a la altísima
pobreza.
07.1 Considerando el Santo que esta virtud había sido muy familiar
al Hijo de Dios y al verla ahora rechazada casi en todo el mundo, de tal
modo se determinó a desposarse I con ella mediante los lazos de un
amor eterno, que por su causa no sólo abandonó al padre y a
la madre, sino que también se desprendió de todos los bienes
que pudiera poseer. No hubo nadie tan ávido de oro como él
de la pobreza, ni nadie fue jamás tan solícito en guardar un
tesoro como él en conservar esta margarita evangélica 3. Nada
había que le alterase tanto como el ver en sus hermanos algo que no
estuviera del todo conforme con la pobreza. De hecho, respecto a su persona,
se consideró rico con una túnica, la cuerda y los calzones
desde el principio de la fundación de la Religión hasta su
muerte y vivió contento con eso sólo.
07.1 Frecuentemente evocaba - no sin lágrimas - la pobreza de Cristo
Jesús y de su madre; y como fruto de sus reflexiones afirmaba ser
la pobreza la reina de las virtudes, pues con tal prestancia había
resplandecido en el Rey de los reyes y en la Reina, su madre. Por eso, al
preguntarle los hermanos en una reunión cuál fuera la virtud
con la que mejor se granjea la amistad de Cristo, respondió como quien
descubre un secreto de su corazón: "Sabed, hermanos, que la pobreza
es el camino especial de salvación, como que fomenta la humildad y
es raíz de la perfección, y sus frutos - aunque ocultos - son
múltiples y variados. Esta virtud es el tesoro escondido del campo
evangélico; por cuya adquisición merece la pena vender todas
las cosas, y las que no pueden venderse han de estimarse por nada en comparación
con tal tesoro".
07.2 Decía también: "El que quiera llegar a la cumbre de esta
virtud debe renunciar no sólo a la prudencia del mundo, sino también
en cierto sentido a la pericia de las letras, a fin de que, expropiado de
tal posesión, pueda adentrarse en las obras del poder del Señor
y entregarse desnudo en los brazos del Crucificado, pues nadie abandona perfectamente
el siglo mientras en el fondo de su corazón se reserva para sí
la bolsa de los propios afectos".
07.2 Cuando hablaba con sus hermanos acerca de la pobreza, que lo hacía
a menudo, les inculcaba aquellas palabras del Evangelio: La zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar su cabeza. Por esta razón enseñaba a sus hermanos
que las casas que edificasen fueran humildes, al estilo de los pobres; que
no las habitasen como propietarios, sino como inquilinos, considerándose
peregrinos y advenedizos, pues constituye norma en los peregrinos - decía
- ser alojados en casa ajena, anhelar ardientemente la patria y pasar en
paz de un lugar a otro.
07.2 A veces ordenaba derribar las casas edificadas o mandaba que las abandonaran
sus hermanos si en ellas observaba algo que - por razón de la apropiación
o de la suntuosidad - era contrario a la pobreza evangélica. Decía
que esta virtud es el fundamento de la Orden, sobre el cual se apoya primordialmente
toda la estructura de la Religión; pero, si se resquebrajara la base
de la pobreza, sería totalmente destruido el edificio de la Orden.
07.3 Por tanto, enseñaba - ilustrado por revelación que el
ingreso en la santa Religión debía comenzar dando cumplimiento
a aquellas palabras del Evangelio: Si quieres ser perfecto, anda, vende cuánto
tienes y dalo a los pobres 13. De ahí que no admitía en la
Orden sino a los que se habían expropiado de todo y nada retenían
para sí, ya para observar la palabra del Evangelio, ya también
para evitar que los bienes reservados les sirvieran de piedra de escándalo.
07.3 Así procedió el verdadero patriarca de los pobres con
uno que en la Marca de Ancona le pidió ser recibido en la Orden. Si
quieres unirte a los pobres de Cristo - le dijo - , distribuye tus bienes
entre los pobres del mundo. Al oír esto, se fue el hombre, y, movido
del amor carnal, repartió entre sus parientes todos sus bienes, pero
no dio nada a los pobres. Vuelto al santo varón, le refirió
lo que había hecho con sus bienes. En oyéndolo Francisco, le
increpó con áspera dureza, diciendo: Sigue tu camino, hermano
mosca, porque todavía no has salido de tu casa y de tu parentela.
Repartiste tus bienes entre tus consanguíneos, y has defraudado a
los pobres; no eres digno de convivir con los santos pobres. Has comenzado
por la carne, y, por tanto, has puesto un fundamento ruinoso al edificio
espiritual".
07.3 Este hombre, que actuaba guiado por criterios naturales, volvió
a los suyos y recuperó sus bienes, que había rehusado dar a
los pobres; y bien pronto abandonó sus ideales de virtud.
07.4 En otra ocasión, en Santa María de la Porciúncula
había tanta escasez, que no se podía atender convenientemente
- según lo exigía la necesidad - a los hermanos huéspedes
que llegaban. Acudió entonces el vicario al Santo, y, alegándole
la penuria de los hermanos, le pidió que permitiese reservar algo
de los bienes de los novicios que ingresaban para poder recurrir a dicho
fondo en caso de necesidad.
07.4 El Santo, que no ignoraba los designios divinos, le contestó:
"Lejos de nosotros, hermano carísimo, proceder infielmente contra
la Regla por condescender a cualquier hombre. Prefiero que despojes el altar
de la gloriosa Virgen, cuando lo requiera la necesidad, antes que faltar
en lo más mínimo contra el voto de pobreza y la observancia
del Evangelio. Más le agradará a la bienaventurada Virgen que,
por observar perfectamente el consejo del santo Evangelio, sea despojado
su altar, que, conservándolo bien adornado, seamos infieles al consejo
de su Hijo, que hemos prometido guardar".
07.5 Pasaba una vez el varón de Dios con su compañero por la
Pulla, cerca de Bari, y encontraron en el camino una gran bolsa - llamada
vulgarmente funda - , bien hinchada, por lo que parecía estar repleta
de dinero. El compañero dio cuenta de ello al pobrecillo de Cristo
y le insistió en que se recogiera del suelo la bolsa para entregar
el dinero a los pobres. Rehusó el hombre de Dios acceder a tales deseos,
receloso de que en aquella bolsa pudiera esconderse algún ardid diabólico
y pensando que lo que le sugería el hermano no era cosa meritoria,
sino pecaminosa, porque era apoderarse de lo ajeno para dárselo a
los pobres. Se apartan del lugar, apresurándose a continuar el camino
emprendido.
07.5 Mas no quedó tranquilo el hermano, engañado por una falsa
piedad; incluso echaba en cara al siervo de Dios su proceder, como que se
despreocupaba de socorrer la penuria de los pobres.
07.5 Consintió, al fin, el manso varón de Dios en volver al
lugar, no ciertamente para hacer la voluntad del hermano, sino para ponerle
de manifiesto el engaño diabólico. Vuelto, pues, al lugar donde
estaba la bolsa con su compañero y un joven que encontraron en el
camino, vio primero y después mandó al compañero que
levantara la bolsa. Se llenó de temor y temblor el hermano, como si
ya presintiese al monstruo infernal. Con todo, impulsado por el mandato de
la santa obediencia, desechó toda duda y extendió la mano para
recoger la bolsa. De pronto salió de la bolsa un culebrón,
que desapareció súbitamente junto con la misma bolsa. De este
modo le hizo ver al hermano el engaño diabólico que estaba
allí encerrado. Desenmascarada, pues, la falacia del astuto enemigo,
dijo el Santo a su compañero: "Hermano, para los siervos de Dios el
dinero no es sino un demonio y una culebra venenosa".
07.6 Después de esto, al trasladarse el Santo requerido por un asunto
a la ciudad de Siena, le sucedió un caso admirable. En una gran planicie
que se extiende entre Campillo y San Quirico le salieron al encuentro tres
pobrecillas mujeres del todo semejantes en la estatura, edad y facciones
del rostro, las cuales le brindaron un saludo muy original, diciéndole:
"Bienvenida sea dama Pobreza!"
07.6 Al oír tales palabras, llenóse de un gozo inefable el
verdadero enamorado de la pobreza, pues pensaba que no podía haber
otra forma más halagüeña de saludarse entre sí
los hombres que la empleada por aquellas mujeres. Al desaparecer rápidamente
éstas, y considerando los compañeros de Francisco la extraña
novedad que en ellas se apreciaba por su semejanza, su forma de saludar,
su encuentro y desaparición, concluyeron - no sin razón - que
todo aquello encerraba algún misterio relacionado con el santo varón.
07.6 En efecto, aquellas tres pobrecillas mujeres de idéntico aspecto,
con su forma tan insólita de saludar y su desaparición tan
repentina, parecían indicar bien a las claras que en el varón
de Dios resplandecía perfectamente y de igual modo la hermosura de
la perfección evangélica en lo que se refiere a la castidad,
obediencia y pobreza, aunque prefería gloriarse en el privilegio de
la pobreza, a la que solía llamar con el nombre unas veces de madre;
otras, de esposa, así como, de señora.
07.6 En esta virtud deseaba sobrepujar a todos el que por ella había
aprendido a considerarse inferior a los demás. Por esto, si alguna
vez le sucedía encontrarse con una persona más pobre que él
en su porte exterior, al instante se reprochaba a sí mismo, animándose
a igualarla, como si al luchar en esta emulación temiera ser vencido
en el combate. Le sucedió efectivamente encontrarse en el camino con
un pobre, y, al ver su desnudez, se sintió compungido en el corazón,
y con acento lastimoso dijo a su compañero: Gran vergüenza debe
causarnos la indigencia de este pobre. Nosotros hemos escogido la pobreza
como nuestra más preciada riqueza, y he aquí que en éste
resplandece más que en nosotros.
07.7 Por amor a la santa pobreza, el siervo de Dios omnipotente tomaba más
a gusto las limosnas mendigadas de puerta en puerta que las ofrecidas espontáneamente.
Por eso si, invitado alguna vez por grandes personajes, iba a ser obsequiado
con una mesa rica y abundante, primero mendigaba por las casas vecinas algunos
mendrugos de pan, y, enriquecido así con tal indigencia, se sentaba
a la mesa.
07.7 Habiendo procedido de esta manera en una ocasión en que fue convidado
por el señor Ostiense, que distinguía al pobre de Cristo con
un afecto especial, quejósele el obispo por la injuria hecha a su
honor, pues, siendo huésped suyo, había ido a pedir limosna.
Pero el siervo de Dios le repuso: Gran honor os he tributado, señor
mío, al honrar a otro Señor más excelso. En efecto,
el Señor se complace en la pobreza; máxime en aquella que,
por amor a Cristo, se manifiesta en la voluntaria mendicidad. No quiero cambiar
por la posesión de las falsas riquezas, que os han sido concedidas
para poco tiempo, aquella dignidad real que asumió el Señor
Jesús, haciéndose pobre por nosotros a fin de enriquecernos
con su pobreza y constituir a los verdaderos pobres de espíritu en
reyes y herederos del reino de los cielos".
07.8 Cuando a veces exhortaba a sus hermanos a pedir limosna, les hablaba
así: Id, porque en estos últimos tiempos los hermanos menores
han sido dados al mundo para que los elegidos cumplan con ellos las obras
por las que serán elogiados por el Juez, escuchando estas dulcísimas
palabras: Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis". Por eso afirmaba que debía
ser muy gozoso mendigar con el título de hermanos menores, ya que
el maestro de la verdad evangélica expresó tan claramente dicho
título al hablar de la retribución de los justos.
07.8 Aun en las fiestas importantes, si es que se le presentaba la oportunidad,
solía salir a mendigar, pues aseguraba que entonces se cumplía
en los santos pobres aquel dicho profético: El hombre comió
pan de ángeles. De hecho, afirmaba ser verdadero pan angélico
aquel que, pedido por amor de Dios y donado por su amor mediante la inspiración
de los bienaventurados ángeles, recoge de puerta en puerta la santa
pobreza.
07.9 Hallábase una vez en la solemnidad de Pascua en un eremitorio
tan separado de todo consorcio humano, que difícilmente podía
ir a mendigar, y, recordando a Aquel que ese mismo día se apareció
en traje de peregrino a los discípulos que iban de camino a Emaús,
también él como peregrino y pobre comenzó a pedir limosna
a sus hermanos. Y, habiéndola recibido humildemente, los instruyó
en las Sagradas Escrituras, animándoles a pasar como peregrinos y
advenedizos por el desierto de este mundo y a celebrar continuamente en pobreza
de espíritu, como verdaderos hebreos, la Pascua del Señor,
esto es, el paso de este mundo al Padre, y como a pedir limosna no le movía
la ambición del lucro, sino la libertad de espíritu, por eso,
Dios, Padre de los pobres, parecía tener de él un cuidado especial.
07.10 Habiéndose enfermado gravemente el siervo del Señor en
Nocera, fue trasladado a Asís por ilustres embajadores, enviados expresamente
por la devoción del pueblo asisiense. De camino a Asís, llegaron
a un pueblo pobrecito llamado Satriano, donde, apremiados por el hambre y
por ser ya hora de comer, fueron a comprar alimentos; pero, no habiendo nadie
que los vendiese, regresaron de vacío.
07.10 Entonces les dijo el Santo: "No habéis encontrado nada porque
confiáis más en vuestras moscas que en Dios. - Llamaba moscas
a los dineros - . Pero volved - añadió - por las casas que
habéis recorrido, y, ofreciéndoles por precio el amor de Dios,
pedid humildemente limosna. Y no juzguéis, llevados de una falsa apreciación,
que esto sea algo vil o vergonzoso, porque, después del pecado, el
gran Limosnero, con generosa misericordia, reparte todos los bienes como
limosna tanto a dignos como a indignos. Deponen la vergüenza aquellos
caballeros y piden espontánea mente limosna, consiguiendo, por amor
de Dios, mucho más de lo que hubieran podido comprar con dineros.
Efectivamente, los pobres habitantes de aquel poblado, tocados en su corazón
por moción divina, no sólo les ofrecieron sus cosas, sino que
se pusieron generosamente a disposición de ellos. Y así resultó
que la necesidad que no pudo ser remediada por el dinero, la solucionara
la opulenta pobreza de Francisco.
07.11 Durante un tiempo en que yacía enfermo en un eremitorio cercano
a Rieti, le visitaba frecuentemente un médico que le prestaba sus
servicios. No pudiendo el pobre de Cristo pagarle sus trabajos con una condigna
recompensa, Dios - liberalísimo - en lugar del pobrecillo vino a compensar
esos piadosos servicios - para que no quedaran sin una presente remuneración
- con el siguiente singular beneficio.
07.11 Acababa de construir el médico una casa de nueva planta, gastando
en ello todos sus ahorros, y he aquí que aparecieron en sus paredes
unas profundas grietas que se extendían de arriba abajo" amenazando
una ruina tan inminente, que no se veía ningún medio humano
que pudiera evitar su caída. Pero, confiando plenamente en los méritos
del Santo, pidió a sus compañeros, con gran fe y devoción,
el favor de darle algo que hubiese tocado con sus manos el varón de
Dios. Tras reiteradas instancias, pudo obtener un poco del cabello de Francisco,
que él mismo colocó al atardecer en una de las grietas de la
pared. Al levantarse a la mañana siguiente, comprobó que se
había cerrado tan estrecha y fuertemente la grieta, que no pudo extraer
las reliquias que había depositado ni encontrar rastro alguno de la
anterior hendidura. Y sucedió esto así para que quien había
cuidado tan diligentemente del ruinoso cuerpecillo del siervo de Dios se
librara del peligro de ruina que amenazaba su propia casa.
07.12 Quiso en otra ocasión el varón de Dios trasladarse a
un eremitorio para dedicarse allí más libremente a la contemplación;
pero, como estaba muy débil, se hizo llevar en el asnillo de un pobre
campesino. Era un día caluroso de verano. El hombre subía a
la montaña siguiendo al siervo de Cristo, y, cansado por la áspera
y larga caminata, se sintió desfallecer por una sed abrazadora. En
esto comenzó a gritar insistentemente detrás del Santo:
07.12 "Eh, que me muero de sed, me muero si inmediatamente no tomo para refrigerio
algo de beber!" Sin tardanza, se apeó del jumentillo el hombre de
Dios, e, hincadas las rodillas en tierra y alzadas las manos al cielo, no
cesó de orar hasta que comprendió haber sido escuchado. Acabada
la oración, dijo al hombre: "Corre a aquella roca y encontrarás
allí agua viva, que Cristo en este momento ha sacado misericordiosamente
de la piedra para que bebas".
07.12 ¡Estupenda dignación de Dios, que condesciende tan fácilmente
con los deseos de sus siervos! Bebió el hombre sediento del agua brotada
de la piedra en virtud de la oración del Santo y extrajo el líquido
de una roca durísima. No hubo allí antes ninguna corriente
de agua; ni, por mas diligencias que se han hecho, se ha podido encontrar
posteriormente.
07.13 Como más adelante, en su debido lugar 33, se hará mención
de cómo Cristo, en atención a los méritos de su pobrecillo,
multiplicó los alimentos durante una travesía por el mar, bástenos
ahora recordar tan sólo que, gracias a una pequeña limosna
que le habían entregado, pudo librar por espacio de muchos días
a los que navegaban con él del peligro del hambre y de la muerte.
Bien puede deducirse de estos hechos que, así como el siervo de Dios
todopoderoso fue semejante a Moisés en sacar agua de la piedra, así
se pareció también a Eliseo en la multiplicación de
los alimentos.
07.13 Que desechen, pues, los pobres de Cristo toda suerte de desconfianza.
Porque si la pobreza de Francisco fue de una suficiencia tan copiosa que
su admirable virtud vino a socorrer las necesidades que se presentaban, de
modo que no faltó ni comida, ni bebida, ni casa cuando fallaron los
poderes del dinero, de la inteligencia y de la naturaleza, ¿con cuánta
más razón obtendrá todo aquello que comúnmente
se concede en el orden habitual de la divina Providencia? Pues si una árida
roca - repito - , a la voz del pobrecillo, proporcionó agua abundante
a aquel campesino sediento, ninguna criatura negará ya su obsequio
a los que han dejado todo por el Autor de todas las cosas.
PARTE SEGUNDA
Capítulo VIII.
Sentimiento de piedad del Santo y devoción que sentían hacia
él los seres irracionales
08.1 La verdadera piedad, que, según el Apóstol, es útil
para todo de tal modo había llenado el corazón y penetrado
las entrañas de Francisco, que parecía haber reducido enteramente
a su dominio al varón de Dios. Esta piedad es la que por la devoción
le remontaba hasta Dios; por la compasión, le transformaba en Cristo;
por la condescendencia, lo inclinaba hacia el prójimo, y por la reconciliación
universal con cada una de las criaturas, lo retornaba al estado de inocencia.
08.1 Sin duda, la piedad lo inclinaba afectuosamente hacia todas las criaturas,
pero de un modo especial hacia las almas, redimidas con la sangre preciosa
de Cristo Jesús. En efecto, cuando las veía sumergidas en alguna
mancha de pecado, lo deploraba con tan tierna conmiseración, que bien
podía decirse que, como una madre, las engendraba diariamente en Cristo.
08.1 Esta era la causa principal de su veneración por los ministros
de la palabra de Dios, porque ellos - mediante la conversión de los
pecadores - suscitan con piadosa solicitud la descendencia a su hermano difunto,
es decir, a Cristo, crucificado por los mismos pecadores, y con solícita
piedad gobiernan dicha descendencia. Afirmaba que este oficio de misericordia
es más acepto al Padre de las misericordias que cualquier otro sacrificio,
sobre todo si se cumple con espíritu de perfecta caridad, de suerte
que este trabajo se realice más con el ejemplo que con la palabra,
más con plegarias bañadas de lágrimas que con largos
discursos.
08.2 Por eso decía que es lamentable, como falto de verdadera piedad,
el predicador que en su oficio no busca la salvación de las almas,
sino su propia alabanza, o que con su vida depravada destruye lo que edifica
con la verdad de su doctrina. Y añadía que a tal predicador
se debe preferir el hermano sencillo y sin elocuencia, que con su buen ejemplo
arrastra a los demás a la práctica del bien. Aducía
para ello las palabras de la Escritura: La estéril dio a luz muchos
hijos, y las explicaba así: La estéril es el hermano pobrecillo
que en la Iglesia no tiene cargo de engendrar hijos; pero dará a luz
numerosos hijos en el día del juicio, pues los que ahora convierte
para Cristo con sus oraciones privadas, se los imputará entonces el
Juez para su gloria. En cambio, la que tiene muchos hijos quedará
baldía, es decir el predicador vano y locuaz, que ahora se goza como
de haber engendrado él mismo muchos hijos, conocerá entonces
que no tuvo arte ni parte en su alumbramiento.
08.3 Como quiera que deseaba con entrañable piedad la salvación
de las almas y sentía por ellas un ardiente celo, decía que
se , llenaba de suavísima fragancia cual si se le ungiera con un precioso
ungüento cuando oía que muchos se convertían al camino
de la verdad gracias a la odorífera fama de los santos hermanos diseminados
por el mundo. Al oír tales noticias, se embriagaba de alegría
su espíritu y colmaba de bendiciones dignísimas de toda estimación
a aquellos hermanos que con su palabra o ejemplo inducían a los pecadores
a amar a Cristo.
08.3 Por el contrario, todos aquellos que con sus malas obras mancillaban
la sagrada Religión, incurrían en la gravísima sentencia
de su maldición: De ti, santísimo Señor - decía
- , y de toda la corte celestial, y de mí, pobrecillo, sean malditos
los que con su mal ejemplo confunden y destruyen lo que por los santos hermanos
de esta Orden edificaste y no cesas de edificar.
08.3 Tan grande era la tristeza que con frecuencia sentía al comprobar
el escándalo de la gente sencilla, que se creía morir, de no
ser confortado por la consolación de la divina demencia. En cierta
ocasión en que, turbado por los malos ejemplos, rogaba con angustia
al Padre misericordioso en favor de sus hijos, recibió esta contestación
del Señor: "Por qué te turbas, pobre hombrecillo? ¿Por
ventura te he constituido pastor sobre mi Religión de modo que ignores
que soy yo su principal protector? Te he escogido a ti, hombre simple, para
esta obra, a fin de que todo lo que hiciere en ti, no se atribuya a humana
industria, sino a la gracia divina. Yo te llamé, te guardaré
y te alimentaré; y si algunos hermanos apostataren, los sustituiré
por otros, de suerte que, si no hubiesen nacido todavía, los haré
nacer; y por más recios e fueran los ataques con que sea sacudida
esta pobrecilla Religión, permanecerá siempre en pie gracias
a mi protección".
08.4 Aborrecía - cual .si fuera mordedura de serpiente venenosa -
el vicio de la detracción, enemigo de la fuente de piedad y de gracia,
y afirmaba ser una peste atrocísima y abominable a Dios, sumamente
piadoso, por razón de que el detractor se alimenta con la sangre de
las almas, a las que mata con la espada de la lengua.
08.4 Al oír en cierta ocasión a un hermano que denigraba la
fama de otro, volviéndose a su vicario, le dijo: "Levántate
con toda presteza e investiga diligentemente el asunto, y, si descubres que
es inocente el hermano acusado, corrige severamente al acusador y ponlo al
descubierto delante de todos!" E incluso pensaba a veces que quien privaba
a su hermano del honor de la fama, merecía ser despojado del hábito,
y que no era digno de elevar los ojos a Dios si antes no hacía lo
posible para devolver lo robado. "Tanto mayor es - decía - la impiedad
de los detractores que la de los ladrones, en cuanto que la ley de Cristo,
que se cumple con las obras de piedad, nos obliga a desear más la
salud de las almas que la de los cuerpos.
08.5 Admirable era la ternura de compasión con que socorría
a los que estaban afligidos de cualquier dolencia corporal; y si en alguno
veía una carencia o necesidad, llevado de la dulzura de su piadoso
corazón, lo refería a Cristo mismo. Y en verdad poseía
una natural demencia, que se duplicaba con la piedad de Cristo, que se le
había copiosamente infundido. De ahí que su alma se derretía
de compasión a vista de los pobres y enfermos, y a quienes no podía
echarles una mano, les ofrecía su cordial afecto.
08.5 Sucedió una vez que uno de los hermanos respondió con
cierta dureza a un pobre que importunamente pedía limosna. Al enterarse
de ello el piadoso amigo de los pobres, mandó al hermano que, despojado
de su hábito, se postrara a los pies de aquel pobre, confesase su
culpa y le pidiese el perdón y el sufragio de sus oraciones. Habiendo
cumplido humildemente el hermano dicha orden, añadió con dulzura
el Padre: "Cuando veas a un pobre, querido hermano, piensa que en él
se te propone, como en un espejo, la persona del Señor y de su Madre,
pobre. Del mismo modo, al ver a los enfermos, considera las dolencias que
él cargó sobre Si".
08.5 Y como este pobre muy cristiano veía en cada menesteroso la imagen
misma de Cristo, resultaba que, si alguna vez le daban cosas necesarias para
la vida, no sólo las entregaba generosamente a los pobres que le salían
al paso, sino que incluso juzgaba que debían serles devueltas, como
si fueran de su propiedad. Al volver en cierta ocasión de la ciudad
de Siena, llevando por razón de enfermedad vestido sobre el hábito
un corto manto, se encontró con un pordiosero. Viendo con ojos compasivos
su miseria, dijo al compañero: "Es menester que le devolvamos a este
pobrecillo el manto, porque es suyo, pues lo hemos recibido prestado hasta
tanto no encontráramos otra persona más pobre".
08.5 Pero el compañero, viendo la necesidad en que se encontraba el
piadoso Padre, se oponía tenazmente a que socorriera al pobre, descuidándose
de sí mismo. El Santo, empero, le contestó: Creo que el gran
Limosnero me imputaría como verdadero robo si no entregara el manto
que llevo a una persona más necesitada que yo. Por esta causa, cuando
le daban algo para alivio de las necesidades de su cuerpo, solía pedir
licencia a los donantes para poder distribuirlo lícitamente, si es
que se le presentaba otro más necesitado que él. Y cuando se
trataba de hacer una obra de misericordia, no perdonaba nada: ni mantos,
ni túnicas, ni libros, ni siquiera ornamentos del altar, hasta llegar
a entregar todas estas cosas, en la medida de sus posibilidades, a los pobres.
08.5 Muchas veces, al encontrarse en el camino con pobres abrumados con pesadas
cargas, arrimaba sus débiles hombros para aligerarles el peso.
08.6 La piedad del Santo se llenaba de una mayor terneza cuando consideraba
el primer y común origen de todos los seres, y llamaba a las criaturas
todas - por más pequeñas que fueran - con los nombres de hermano
o hermana, pues sabía que todas ellas tenían con el un mismo
principio. Pero profesaba un afecto más dulce y entrañable
a aquellas criaturas que por su semejanza natural reflejan la mansedumbre
de Cristo y queda constancia de ello en la Escritura. Muchas veces rescató
corderos que eran llevados al matadero, recordando al mansísimo Cordero,
que quiso ser conducido a la muerte para redimir a los pecadores.
08.6 Hospedándose en cierta ocasión el siervo de Dios en el
monasterio de San Verecundo, del obispado de Gubbio, sucedió que aquella
misma noche una ovejita parió un corderillo. Había allí
una cerda ferocísima que, sin ninguna compasión de la vida
del inocente animalito, lo mató de una salvaje dentellada. Enterado
de ello el piadoso Padre, se sintió estremecido por una extraordinaria
conmiseración, y, recordando al Cordero sin mancha, se lamentaba delante
de todos por la muerte del corderillo, exclamando: "¡Ay de mí,
hermano corderillo, animal inocente, que representas a Cristo entre los hombres;
maldita sea la impía que te mató; que ningún hombre
ni bestia se aproveche de su carne!" ¡Cosa admirable! Al instante comenzó
a enfermar la cerda maléfica, y, después de haber pagado su
acción con penosos sufrimientos durante tres días, terminó
por sucumbir al filo de la muerte vengadora. Arrojada en la fosa del monasterio,
permaneció allí largo tiempo, sin que a ningún hambriento
sirviera de comida.
08.6 Considere, pues, la impiedad humana de qué forma será
al fin castigada, cuando con una muerte tan horrenda fue sancionada la ferocidad
de una bestia; reflexionen también los fieles devotos con qué
admirable virtud y copiosa dulzura estuvo adornada la piedad del siervo de
Dios, que mereció incluso que los animales la reconocieran a su modo.
08.7 Mientras iba de camino, junto a la ciudad de Siena, encontró
pastando un gran rebaño de ovejas. Las saludó afectuosamente
como de costumbre, y todas, dejando el pasto, corrieron hacia Francisco,
y alzando sus cabezas, quedaron con los ojos fijos en él. Lo rodearon
con tal ruidoso agasajo, que estaban admirados tanto los pastores como los
hermanos al ver brincando de regocijo en torno al Santo no sólo los
corderillos, sino hasta los mismos carneros.
08.7 En otra ocasión, en Santa María de la Porciúncula
ofrecieron al varón de Dios una oveja, que aceptó muy complacido
por su amor a la inocencia y sencillez, que naturalmente representa la oveja.
Exhortaba el piadoso varón a la ovejita a que atendiera a alabanzas
divinas y se abstuviera de ocasionar la menor molestia a los hermanos. Y
la oveja, como si se diese cuenta de la piedad del varón de Dios,
guardaba puntualmente sus advertencias. Pues, cuando oía cantar a
los hermanos en el coro, también ella entraba en la iglesia y, sin
que nadie la hubiese amaestrado, doblaba sus rodillas y emitía un
suave balido ante el altar de la Virgen, Madre del Cordero, como si tratara
de saludarla. Más aún, cuando dentro de la misa llegaba el
momento de la elevación del sacratísimo cuerpo de Cristo, se
encorvaba doblando las rodillas, como si el reverente animal reprendiese
la irreverencia de los indevotos e invitase a los devotos de Cristo a venerar
el sacramento del altar.
08.7 Durante un tiempo, llevado de la devoción que sentía por
el mansísimo Cordero, tuvo consigo en Roma un corderillo, que entregó,
para que lo cuidara en su apartamento, a una noble matrona: a la señora
Jacoba de Settesoli. El cordero, como si estuviera aleccionado por el Santo
en las cosas espirituales, no se apartaba de la compañía de
la señora lo mismo cuando iba a la iglesia que cuando permanecía
en ella o volvía a casa. Si sucedía que a la mañana
tardaba la señora en levantarse, incorporándose junto al lecho,
la empujaba con sus cuernecillos y la despertaba con sus balidos, exhortándola
con sus gestos y movimientos a darse prisa para ir a la iglesia. Por lo cual,
el cordero - discípulo de Francisco y convertido ya en maestro de
vida devota - era guardado por la dama con admiración y afecto.
08.8 En otra ocasión le ofrecieron en Greccio un lebratillo vivo,
el cual, dejado en el suelo con posibilidad de ir a donde quisiera, nada
más sentir la llamada del piadoso Padre, dio un brinco y corrió
a refugiarse en su regazo. Y acariciándolo tiernamente, se parecía
a una madre compasiva y amorosa. Le advirtió con dulces palabras que
en lo sucesivo no se dejara cazar y lo soltó para que se marchara
libremente. Pero, aunque repetidas veces fue puesto en tierra para que escapara,
siempre retornaba al regazo del Padre, como si por un secreto instinto percibiera
el amor bondadoso de su corazón. Al fin, por orden del Padre, lo llevaron
los hermanos a un lugar más seguro y solitario.
08.8 De modo parecido, en la isla del lago de Perusa le ofrecieron al varón
de Dios un conejo que había sido cazado, el cual, a pesar de que huía
de todos, se refugió confiadamente en las manos y en el regazo de
Francisco. En otra ocasión en que se dirigía presuroso por
el lago de Rieti hacia el eremitorio de Greccio, un pescador - llevado de
su veneración al Santo - le ofreció un ave acuática.
La recibió con agrado, y, abriendo las manos, la invitó a que
se fuera. Pero, al no querer marcharse la avecilla, el Santo permaneció
largo rato en oración con los ojos fijos en el cielo, y cuando volvió
en sí, como quien retorna de la lejanía después de mucho
tiempo, mandó dulce y repetidamente a la avecilla que se alejase y
continuase alabando al Señor. Recibió la bendición y
licencia del Santo, y, dando muestras de alegría con los movimientos
de su cuerpo, remontó el vuelo.
08.8 En el mismo lago le ofrecieron, igualmente, un gran pez vivo, al que,
después de haberle llamado - como de costumbre - con el nombre de
hermano, puso en el agua junto a la barca. El pez jugueteaba en el agua delante
del varón de Dios; diríase que se sentía atraído
por su amor; no se apartaba un punto de la barca, hasta tanto que con su
bendición le dio licencia para marcharse.
08.9 Viajaba otro día con un hermano por las lagunas de Venecia, cuando
se encontró con una gran bandada de aves que, subidas a las enramadas,
entonaban animados gorjeos. Al verlas dijo a su compañero: Las hermanas
aves alaban a su Creador. Pongámonos en medio de ellas y cantemos
también nosotros al Señor, recitando sus alabanzas y las horas
canónicas.
08.9 Y, adentrándose entre las avecillas, éstas no se movieron
de su sitio. Pero como, a causa de la algarabía que armaban, no podían
oírse uno a otro en la recitación de las horas, el Santo varón
se volvió a ellas para decirles: Hermanas avecillas, cesad en vuestros
cantos mientras tributamos al Señor las debidas alabanzas. Inmediatamente
callaron las aves, permaneciendo en silencio hasta tanto que, recitadas sosegadamente
las horas y concluidas las alabanzas, recibieron del santo de Dios licencia
para cantar. Y así reanudaron al instante sus acostumbrados trinos
y gorjeos.
08.9 En Santa María de la Porciúncula se había instalado
una cigarra sobre una higuera cercana a la celda del varón de Dios,
y desde allí daba sus conciertos. El siervo de Dios, que había
aprendido a admirar, aun en las cosas pequeñas, la magnificencia del
Creador, se sentía movido con aquel canto a alabar más frecuentemente
al Señor. Un día llamó Francisco a la cigarra, y ésta,
como amaestrada por el cielo, voló a sus manos. Al decirle: !Canta,
mi hermana cigarra, y alaba jubilosamente al Señor!, ella - obediente
- comenzó en seguida a cantar, y no cesó de hacerlo hasta que,
por mandato del Padre, remontó el vuelo hacia su lugar propio. Permaneció
allí durante ocho días, cumpliendo diariamente la orden de
venir a sus manos, de cantar y volver a la higuera. Por fin, el varón
de Dios dijo a sus compañeros: Demos ya licencia a nuestra hermana
cigarra para que pueda alejarse. Bastante nos ha alegrado con su canto, y
realmente nos ha animado a alabar al Señor durante estos ocho días.
Y, puesta en libertad, se retiró al momento de allí y no volvió
a aparecer, como si temiera quebrantar en algo el mandato del siervo de Dios.
08.10 Cuando el siervo de Dios se hallaba enfermo en Siena, un noble señor
le regaló un faisán vivo recientemente capturado. Nada más
oír y ver al Santo sintió por él tan gran afición,
que de ningún modo acertaba a separarse de su compañía,
pues repetidas veces lo colocaron en una viña fuera de la pequeña
morada de los hermanos para que pudiera escapar si quería, pero siempre
volvía en rápido vuelo al lado del Padre, como si por él
hubiera sido domesticado durante toda su vida. Entregado más tarde
a un hombre que solía visitar al siervo de Dios por la devoción
que le profesaba, dicho faisán rehusó tomar alimento alguno,
como si le resultara molesto hallarse alejado de la presencia del bondadoso
Padre. Por fin tuvieron que devolverlo al siervo de Dios, a quien tan pronto
como le vio, entre grandes muestras de alegría, comenzó a comer
con toda voracidad.
08.10 Cuando llegó al retiro del Alverna para celebrar la cuaresma
en honor del arcángel San Miguel, aves de diversa especie aparecieron
revoloteando en torno a su celdita, y con sus armoniosos conciertos y gestos
de regocijo, como quienes festejaban su llegada, parecía que invitaban
encarecidamente al piadoso Padre a establecer allí su morada. Al ver
esto, dijo a su compañero: Creo, hermano, ser voluntad de Dios que
permanezcamos aquí por algún tiempo, pues parece que las hermanas
avecillas reciben un gran consuelo con nuestra presencia. Fijando, pues,
allí su morada, un halcón que habitaba en aquel mismo lugar
se le asoció con un extraordinario pacto de amistad. En efecto, todas
las noches, a la hora en que el Santo acostumbraba levantarse para los divinos
oficios, el halcón le despertaba con sus cantos y sonidos.
08.10 Este gesto agradaba sumamente al siervo de Dios, ya que semejante solicitud
ejercida con él le hacía sacudir toda pereza y desidia. Mas,
cuando el siervo de Cristo se sentía más enfermo de lo acostumbrado,
el halcón se mostraba comprensivo, y no le marcaba una hora tan temprana
para levantarse, sino que al amanecer - como si estuviera instruido por Dios
- pulsaba suavemente la campana de su voz. Ciertamente, parece que tanto
la alegría exultante de la variada multitud de aves como el canto
del halcón fueron un presagio divino de cómo el cantor y adorador
de Dios - elevado sobre las alas de la contemplación - había
de ser exaltado en aquel mismo monte mediante la aparición de un serafín.
08.11 Mientras estaba morando una temporada en el eremitorio de Greccio,
los habitantes de aquel lugar se veían atormentados por muchos males.
Por una parte, manadas de lobos rapaces hacían grandes estragos no
sólo entre los animales, sino en los mismos hombres; por otra, anualmente,
las tempestades de granizo devastaban los campos y viñedos.
08.11 Estando, pues, tan afligidos, el pregonero del santo Evangelio les
predicó en los siguientes términos: "Para honor y alabanza
de Dios omnipotente, os aseguro que desaparecerán todas estas calamidades
y que el Señor, vuelto a vosotros, os multiplicará los bienes
temporales si, dando crédito a mis palabras, reconocéis vuestra
lamentable situación y - previa una sincera confesión de vuestros
pecados - hacéis dignos frutos de penitencia. Pero además os
anuncio que si, mostrándoos ingratos a los beneficios recibidos, volvéis
al vómito de vuestros pecados, se renovarán las pestes, se
duplicará el castigo y se descargará sobre vosotros una ira
mayor".
08.11 Siguiendo las amonestaciones del Santo, los moradores de Greccio hicieron
penitencia de sus pecados, y desde aquel día cesaron las plagas, desaparecieron
los peligros y ni los lobos ni el granizo volvieron a causarles daño
alguno. Es más, si alguna vez el granizo llegaba a devastar los campos
vecinos, al acercarse a los términos de Greccio, se disipaba allí
mismo la tempestad o tomaba otra dirección. El granizo y los lobos
guardaron el pacto del siervo de Dios, y nunca intentaron contravenir las
leyes de la piedad ensañándose con los hombres, convertidos
también a la piedad, mientras éstos no violaron el acuerdo
actuando impíamente contra las piadosísimas leyes de Dios.
08.11 Así, pues, debe ser objeto de piadosa admiración la piedad
de este bienaventurado varón, que estuvo revestida de tan admirable
dulzura y poder, que amansó a las bestias feroces, domesticó
a los animales salvajes, amaestró a los mansos y sometió a
su obediencia la naturaleza de los brutos, rebeldes al hombre después
de su caída en el pecado. Realmente, la piedad - reconciliando entre
sí a todas las criaturas - es útil para todo, pues tiene una
promesa para esta vida y para la futura.
Capítulo IX.
Fervor de su caridad y ansias de martirio
09.1 ¿Quién será capaz de describir la ardiente caridad
en que se abrasaba Francisco, el amigo del Esposo? Todo él parecía
impregnado - como un carbón encendido - de la llama del amor divino.
Con sólo oír la expresión "amor de Dios", al momento
se sentía estremecido, excitado, inflamado, cual si con el plectro
del sonido exterior hubiera sido pulsada la cuerda interior de su corazón.
Afirmaba ser una noble prodigalidad ofrecer tal censo de amor a cambio de
las limosnas y que son muy necios cuantos lo cotizan menos que el dinero,
puesto que el imponderable precio del amor de Dios basta para adquirir el
reino de los cielos y porque mucho ha de ser amado el amor de Aquel que tanto
nos amó.
09.1 Mas para que todas las criaturas le impulsaran al amor divino, exultaba
de gozo en cada una de las obras de las manos del Señor y por el alegre
espectáculo de la creación se elevaba hasta la razón
y causa vivificante de todos los seres. En las cosas bellas contemplaba al
que es sumamente hermoso y mediante las huellas impresas en las criaturas
buscaba por doquier a su Amado, sirviéndose de todos los seres como
de una escala para subir hasta Aquel que es todo deseable. Impulsado por
el afecto de su extraordinaria devoción, degustaba la bondad originaria
de Dios en cada una de las criaturas, como en otros tantos arroyos derivados
de la misma bondad; y, como si percibiera un concierto celestial en la armonía
de las facultades y movimientos que Dios les ha otorgado, las invitaba dulcemente
- cual otro profeta David - a cantar las alabanzas divinas.
09.2 Cristo Jesús crucificado moraba de continuo, como hacecillo de
mirra, en la mente y corazón de Francisco, y en El deseaba transformarse
totalmente por el incendio de su excesivo amor. Impulsado por su singular
devoción a Cristo, desde la fiesta de la Epifanía se apartaba
a lugares solitarios durante cuarenta días continuos, en recuerdo
del tiempo que Cristo estuvo retirado en el desierto, y, encerrado en una
celda, observaba la mayor estrechez que le permitían sus fuerzas en
el comer y beber, entregándose sin interrupción al ayuno, a
la oración y a las alabanzas divinas.
09.2 Era tan ardiente el afecto que le arrebataba hacia Cristo y, por otra
parte, tan cariñoso el amor con que le correspondía el Amado,
que daba la impresión de que el siervo de Dios sentía continuamente
ante sus ojos la presencia del Salvador, según lo reveló alguna
vez en confianza a sus compañeros más íntimos.
09.2 Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba
todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia
amorosa y un amor tan condescendiente. Comulgaba frecuentemente y con tal
devoción, que contagiaba su fervor a los demás, y al degustar
la suavidad del Cordero inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu,
arrebatado en éxtasis.
09.3 Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús,
por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la
majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después
de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la
constituyó abogada suya y de todos sus hermanos, y ayunaba en su honor
con suma devoción desde la fiesta de los apóstoles Pedro y
Pablo hasta la fiesta de la Asunción.
09.3 Con vínculos de amor indisoluble se sentía unido a los
espíritus angélicos, que arden en un fuego mirífico,
con el que se elevan hasta Dios e inflaman las almas de los elegidos. Por
devoción a ellos ayunaba durante cuarenta días a partir de
la Asunción de la gloriosa Virgen, entregándose a una ininterrumpida
oración. Pero profesaba un especial amor y devoción al bienaventurado
Miguel Arcángel, por ser el encargado de presentar las almas a Dios.
Impulsábale a ello el ferviente celo que sentía por la salvación
de cuantos han de salvarse.
09.3 Al recuerdo de todos los santos, como piedras de fuego, se recalentaba
en su corazón un incendio divino. Cultivaba una gran devoción
a todos los apóstoles, especialmente a Pedro y Pablo, por la ardiente
caridad con que amaron a Cristo; y en reverencia y amor hacia los mismos
dedicaba al Señor el ayuno de una cuaresma especial.
09.3 El Pobrecillo no tenía para ofrecer con liberal generosidad más
que dos moneditas: su cuerpo y su alma. Y ambas las tenía ofrecidas
tan de continuo a Cristo, que se diría que en todo momento inmolaba
su cuerpo con el rigor del ayuno, y su espíritu con ardorosos deseos,
sacrificando en el atrio exterior el holocausto y quemando en el interior
de su templo el timiama.
09.4 Si, por una parte, su intensa devoción y ferviente caridad lo
elevaban hacia las realidades divinas, por otra, su afectuosa bondad lo lanzaba
a estrechar en dulce abrazo a todos los seres, hermanos suyos por naturaleza
y gracia. Pues si la ternura de su corazón lo había hecho sentirse
hermano de todas las criaturas, no es nada extraño que la caridad
de Cristo lo hermanase más aún con aquellos que están
marcados con la imagen del Creador y redimidos con la sangre del Hacedor
.
09.4 No se consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar a las almas
que por El han sido redimidas. Y afirmaba que nada debe preferirse a la salvación
de las almas, aduciendo como prueba suprema el hecho de que el Unigénito
de Dios se dignó morir por ellas colgado en el leño de la cruz.
De ahí su esfuerzo en la oración, de ahí sus correrías
apostólicas y su celo por dar buen ejemplo. Por eso, cuando se le
reprendía por la demasiada austeridad que usaba consigo mismo, respondía
que había sido puesto como ejemplo para los demás.
09.4 Y aunque su inocente carne, sometida ya espontáneamente al espíritu,
no necesitaba del flagelo de la penitencia para expiar sus propios pecados,
no obstante - para dar buen ejemplo - , volvía a imponerle cargas
y castigos, recorriendo, por el bien de los demás, los duros caminos
de la mortificación. Pues solía decir: Aunque hablara las lenguas
de los ángeles y de los hombres, si no tengo en mí caridad
y no doy ejemplo de virtud a mis prójimos, muy poco será lo
que aproveche a los otros, nada a mí mismo.
09.5 Enfervorizado en el incendio de la caridad, se esforzaba por emular
el glorioso triunfo de los santos mártires, en quienes nadie ni nada
pudo extinguir la llama del amor ni debilitar su fortaleza en el sufrir.
Inflamado, pues, en esa caridad perfecta que arroja de sí todo temor,
deseaba ofrecerse él mismo en persona - mediante el fuego del martirio
- como hostia viva al Señor, para corresponder de este modo al amor
de Cristo, muerto por nosotros en la cruz, y para incitar a los demás
al amor divino. En efecto, ardiendo en deseos de martirio, al sexto año
de su conversión resolvió embarcarse a Siria a fin de predicar
la fe cristiana y la penitencia a los sarracenos y otros infieles.
09.5 Así, pues, embarcó en una nave que se dirigía a
aquellas tierras; pero, a causa de los fuertes vientos contrarios, se vio
obligado a desembarcar en las costas de Eslavonia. Permaneció allí
algún tiempo, y, al no poder encontrar una embarcación que
se hiciera entonces a la mar, se sintió defraudado en sus deseos y
rogó a unos navegantes que salían para Ancona que por amor
de Dios lo llevasen a bordo. Mas ellos se negaron rotundamente a su petición,
alegando el motivo de la escasez de víveres. Con todo, el varón
de Dios, confiando plenamente en la bondad divina, se metió a ocultas
con su compañero en el barco. En esto se presentó un individuo,
enviado por Dios - según se cree - en ayuda del Pobrecillo, el cual
llevaba consigo el necesario avituallamiento y, llamando aparte a uno de
los marineros, temeroso de Dios, le dijo: "Guarda fielmente estos víveres
para los pobres hermanos que están escondidos en la nave y suminístraselos
amigablemente en tiempo de necesidad".
09.5 Y así sucedió que, a causa del fuerte temporal, no pudieron
durante muchos días los tripulantes arribar a ningún puerto;
y entre tanto se agotaron todos los alimentos, quedando sólo la limosna
concedida milagrosamente al pobre Francisco, la cual, no obstante ser insignificante,
por virtud divina aumentó tan considerablemente, que, teniendo que
permanecer muchos días en el mar debido al continuo temporal, antes
de llegar al puerto de Ancona, bastó para proveer plenamente a las
necesidades de todos. Al ver entonces los tripulantes que por el siervo de
Dios se habían librado de tantos peligros de muerte, como que habían
sufrido los horribles riesgos del mar y visto las maravillosas obras del
Señor en medio del piélago, dieron gracias a Dios omnipotente,
que siempre se manifiesta admirable y digno de amor en sus amigos y siervos.
09.6 Tan pronto como dejó el mar y puso pie en tierra, comenzó
a sembrar la semilla de la palabra de salvación, recogiendo apretado
manojo de frutos espirituales. Mas como le atraía tanto la idea de
la consecución del martirio, que prefería una preciosa muerte
por Cristo a todos los méritos de las virtudes, emprendió viaje
hacia Marruecos con objeto de predicar el Evangelio de Cristo al Miramamolín
y su gente, y poder conseguir de algún modo la deseada palma del martirio.
Y era tan ardiente este deseo, que, a pesar de su debilidad corporal, se
adelantaba a su compañero de peregrinación, y, como ebrio de
espíritu, volaba presuroso a la realización de su proyecto.
09.6 Pero cuando llegó a España, por designio de Dios, que
le reservaba para otras muy importantes empresas, le sobrevino una gravísima
enfermedad que le impidió llevar a cabo su anhelo. Comprendiendo,
pues, el hombre de Dios que su vida mortal era aún necesaria para
la prole que había engendrado, aunque para sí reputaba la muerte
como una ganancia, tornó de su camino para ir a apacentar las ovejas
encomendadas a su solicitud.
09.7 Pero como el ardor de su caridad lo apremiaba insistentemente a la búsqueda
del martirio, intentó aún por tercera vez marchar a tierra
de infieles para propagar, con la efusión de su sangre, la fe en la
Trinidad. Así es que el año decimotercero de su conversión
partió a Siria, exponiéndose a muchos y continuos peligros
en su intento de llegar hasta la presencia del sultán de Babilonia.
09.7 Se entablaba entonces entre cristianos y sarracenos una guerra tan implacable,
que estando enfrentados ambos ejércitos en campos contrarios no se
podía pasar de una parte a otra sin exponerse a peligro de muerte,
pues el sultán había hecho promulgar un severo edicto, en cuya
virtud se recompensaba con un besante de oro al que le presentara la cabeza
de un cristiano.
09.7 Pero el intrépido caballero de Cristo Francisco, con la esperanza
de ver cumplido muy pronto su proyecto de martirio, se decidió a emprender
la marcha sin atemorizarse por la idea de la muerte, antes bien estimulado
por su deseo. Y así, después de haber hecho oración
y confortado por el Señor, cantaba confiadamente con el profeta: Aunque
camine en medio de las sombras de la muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estás conmigo.
09.8 Acompañado, pues, de un hermano llamado Iluminado - hombre realmente
iluminado y virtuoso - , se puso en camino, y de pronto le salieron al encuentro
dos ovejitas, a cuya vista, muy alborozado, dijo el Santo al compañero:
Confía, hermano, en el Señor, porque se cumple en nosotros
el dicho evangélico: He aquí que os envío como ovejas
en medio de lobos. y, avanzando un poco más, se encontraron con los
guardias sarracenos, que se precipitaron sobre ellos como lobos sobre ovejas
y trataron con crueldad y desprecio a los siervos de Dios salvajemente capturados,
prefiriendo injurias contra ellos, afligiéndoles con azotes y atándolos
con cadenas. Finalmente, después de haber sido maltratados y atormentados
de mil formas, disponiéndolo así la divina Providencia, los
llevaron a la presencia del sultán, según lo deseaba el varón
de Dios.
09.8 Entonces el jefe les preguntó quién los había enviado,
cuál era su objetivo, con qué credenciales venían y
cómo habían podido llegar hasta allí; y el siervo de
Cristo Francisco le respondió con intrepidez que había sido
enviado no por hombre alguno, sino por el mismo Dios altísimo, para
mostrar a él y a su pueblo el camino de la salvación y anunciarles
el Evangelio de la verdad. Y predicó ante dicho sultán sobre
Dios trino y uno y sobre Jesucristo salvador de todos los hombres con tan
gran convicción, con tanta fortaleza de ánimo y con tal fervor
de espíritu, que claramente se veía cumplirse en él
aquello del Evangelio: Yo os daré palabras y sabiduría, a las
que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario
vuestro
09.8 De hecho, observando el sultán el admirable fervor y virtud del
hombre de Dios, lo escuchó con gusto y le invitó insistentemente
a permanecer consigo. Pero el siervo de Cristo, inspirado de lo alto, le
respondió: "Si os resolvéis a convertiros a Cristo tú
y tu pueblo, muy gustoso permaneceré por su amor en vuestra compañía.
Mas, si dudas en abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe de Cristo,
manda encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con tus
sacerdotes, para que así conozcas cuál de las dos creencias
ha de ser tenida, sin duda, como más segura y santa".
09.8 Respondió el sultán: "No creo que entre mis sacerdotes
haya alguno que por defender su fe quiera exponerse a la prueba del fuego,
ni que esté dispuesto a sufrir cualquier otro tormento". Había
observado, en efecto, que uno de sus sacerdotes, hombre íntegro y
avanzado en edad, tan pronto como oyó hablar del asunto, desapareció
de su presencia. Entonces, el Santo le hizo esta proposición: "Si
en tu nombre y en el de tu pueblo me quieres prometer que os convertiréis
al culto de Cristo si salgo ileso del fuego, entraré yo solo a la
hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis pecados; pero, si
me protege el poder divino, reconoceréis a Cristo, fuerza y sabiduría
de Dios, verdadero Dios y Señor, salvador de todos los hombres".
09.8 El sultán respondió que no se atrevía a aceptar
dicha opción, porque temía una sublevación del pueblo.
Con todo, le ofreció muchos y valiosos regalos, que el varón
de Dios - ávido no de los tesoros terrenos, sino de la salvación
de las almas - rechazó cual si fueran lodo. Viendo el sultán
en este santo varón un despreciador tan perfecto de los bienes de
la tierra, se admiró mucho de ello y se sintió atraído
hacia él con mayor devoción y afecto. Y, aunque no quiso, o
quizás no se atrevió a convertirse a la fe cristiana, sin embargo,
rogó devotamente al siervo de Cristo que se dignara aceptar aquellos
presentes y distribuirlos - por su salvación - entre cristianos pobres
o iglesias. Pero Francisco, que rehuía todo peso de dinero y percatándose,
por otra parte, que el sultán no se fundaba en una verdadera piedad,
rehusó en absoluto condescender con su deseo.
09.9 Al ver que nada progresaba en la conversión de aquella gente
y sintiéndose defraudado en la realización de su objetivo del
martirio, avisado por inspiración de lo alto, retornó a los
países cristianos. Y resultó, de un modo misericordioso y admirable
a la vez - por disposición de la demencia divina y mediante los méritos
de las virtudes del Santo - , que este amigo de Cristo buscara con todas
sus fuerzas morir por El y no lo consiguiera, para así lograr, por
una parte, el mérito del deseado martirio, y, por otra, quedar reservado
para un privilegio singular con el que sería distinguido más
adelante. De ahí que aquel fuego divino llameó con más
intensidad en su corazón para que después se manifestase con
mayor evidencia en su carne.
09.9 iOh dichoso varón, cuya carne no fue herida por el hierro del
tirano y, sin embargo, no quedó privada de la semejanza con el Cordero
degollado! ¡Oh varón - repetiré - verdadera y perfectamente
feliz, cuya alma, si bien no fue arrancada por la espada del perseguidor,
no perdió la palma del martirio!
Capítulo X.
Vida de oración y poder de sus plegarias
10.1 Como quiera que el siervo de Cristo Francisco se sentía en su
cuerpo como un peregrino alejado del Señor - si bien, por la caridad
de Cristo, se había ya totalmente insensibilizado a los deseos terrenos
- , para no verse privado de la consolación del Amado, se esforzaba,
orando sin intermisión, por mantener siempre su e Espíritu
unido a Dios.
10.1 Ciertamente, la oración era para este hombre contemplativo un
verdadero solaz, mientras, convertido ya en conciudadano de los ángeles
dentro de las mansiones celestiales, buscaba con ardiente anhelo a su Amado,
de quien solamente le separaba el muro de la carne. Era también la
oración para este hombre dinámico un refugio, pues, desconfiando
de sí mismo y fiado de la bondad divina, en medio de toda su actividad
descargaba en el Señor - por el ejercicio continuo de la oración
- todos sus afanes.
10.1 Afirmaba rotundamente que el religioso debe desear, por encima de todas
las cosas, la gracia de la oración; y, convencido de que sin la oración
nadie puede progresar en el servicio divino, exhortaba a los hermanos, con
todos los medios posibles, a que se dedicaran a su ejercicio. Y en cuanto
a él se refiere, cabe decir que ora caminase o estuviese sentado,
lo mismo en casa que afuera, ya trabajase o descansase, de tal modo estaba
entregado a la oración, que parecía consagrar a la misma no
sólo su corazón y su cuerpo, sino hasta toda su actividad y
todo su tiempo.
10.2 No dejaba pasar por alto - llevado de la negligencia - ninguna visita
del Espíritu. En efecto, cuando recibía una tal visita, prestábale
gran atención, y en tanto que el Señor se la concedía,
saboreaba la dulcedumbre ofrecida. Por eso, cuando, estando en camino, sentía
algún soplo del Espíritu divino, se detenía al punto
dejando pasar adelante a sus compañeros, y así se reconcentraba
para convertir en fruición la nueva inspiración; en verdad,
no recibía en vano la gracia de Dios. Sumergíase muchas veces
en el éxtasis de la contemplación de tal modo, que, arrebatado
fuera de sí y percibiendo algo más allá de los sentidos
humanos, no se daba cuenta de lo que acontecía al exterior en torno
suyo. Así sucedió una vez en Borgo San Sepolcro, un castro
muy poblado. Al atraversarlo sentado en un jumentillo, a causa de la debilidad
del cuerpo, se encontró con una muchedumbre, que, llevada de la devoción,
se abalanzó sobre él.
10.2 Detenido por la turba, que le empujaba y asediaba de mil maneras, parecía
insensible a todo, y como si su cuerpo estuviera muerto a todo lo que sucedía
a su lado, no se dio cuenta absolutamente de nada. Por eso, después
de haber dejado muy atrás el poblado y la gente, al llegar a una casa
de leprosos, el contemplativo de las cosas celestiales - como volviendo de
otro mundo - preguntó con interés cuánto faltaba para
llegar a Borgo. Y es que su espíritu, anclado en los esplendores del
cielo, no había reparado en la variedad de lugares y tiempos, ni en
las personas que habían salido a su encuentro. Y que esto le sucedió
con alguna frecuencia, lo sabemos por varios testimonios de sus compañeros.
10.3 Y como había aprendido en la oración que el Espíritu
Santo hace sentir tanto más íntimamente su dulce presencia
a los que oran cuanto más alejados los ve del mundanal ruido, por
eso buscaba lugares apartados y se dirigía a la soledad o a las iglesias
abandonadas para dedicarse de noche a la oración. Allí sostenía
frecuentes y horribles luchas con los demonios, que, atacándole sensiblemente,
se esforzaban por perturbarlo en el ejercicio de la oración. El empero,
defendido con las armas del cielo, cuanto más duramente le asaltaban
los enemigos, tanto más fuerte se hacía en la virtud y más
fervoroso en la oración diciendo confiadamente a Cristo: A la sombra
de tus alas escóndeme de los malvados que me asaltan.
10.3 Después se dirigía a los demonios y les decía:
"Espíritus malignos y falsos, haced en mí todo lo que podáis!
Bien sé que no podéis hacer más de lo que os permita
la mano del Señor. Por mi parte, estoy dispuesto a sufrir con sumo
gusto todo lo que El os asigne infligirme". No pudiendo soportar los arrogantes
demonios tal constancia de ánimo, se retiraban llenos de confusión.
10.4 Y, cuando el varón de Dios quedaba solo y sosegado, llenaba de
gemidos los bosques, bañaba la tierra de lágrimas, se golpeaba
con la mano el pecho, y, como quien ha encontrado un santuario íntimo,
conversaba con su Señor. Allí respondía al Juez, allí
suplicaba al Padre, allí hablaba con el Amigo, allí también
fue oído algunas veces por sus hermanos que con piadosa curiosidad
lo observaban interpelar con grandes gemidos a la divina demencia en favor
de los pecadores, y llorar en alta voz la pasión del Señor
como si la estuviera presenciando con sus propios ojos.
10.4 Allí lo vieron orar de noche, con los brazos extendidos en forma
de cruz, mientras todo su cuerpo se elevaba sobre la tierra y quedaba envuelto
en una nubecilla luminosa, como si el admirable resplandor que rodeaba su
cuerpo fuera una prueba de la maravillosa luz de que estaba iluminada su
alma. Allí también - según está comprobado por
indicios ciertos - se le descubrían misteriosos secretos de la divina
sabiduría, que no los hacía públicos sino en el grado
que le urgía la caridad de Cristo o se lo exigía el bien del
prójimo. Solía decir a este propósito: Sucede que por
una ligera satisfacción llega a perderse un don inapreciable y se
provoca a Aquel que lo dio a no concederlo en adelante con tanta facilidad.
10.4 Cuando volvía de su oración privada - en la que venía
a quedar como transformado en otro hombre - , tenía sumo cuidado en
adaptarse a los demás, no fuese que las exteriorizaciones le granjeasen
el aplauso humano, y quedara por ello desprovisto del premio en su interior.
Si en público le sorprendía de improviso la visita del Señor,
siempre encontraba algún medio para evadir la atención de los
presentes de forma que no apareciesen al exterior sus familiares encuentros
con el Esposo. Cuando oraba en compañía de sus hermanos, trataba
de evitar por completo los ruidos de toses’, los gemidos, los fuertes suspiros
y otros gestos exteriores; y esto lo hacía tanto por su amor al secreto
como porque, adentrado profundamente en su interior, estaba todo él
transportado en Dios.
10.4 Muchas veces dijo a sus compañeros más íntimos:
Cuando el siervo de Dios recibe durante la oración una visita de lo
alto, debe decir: "Señor, pecador e indigno como soy, me has enviado
del cielo este consuelo; yo lo encomiendo a tu custodia, porque me reconozco
ladrón de tu tesoro". Y cuando vuelve de la oración debe mostrarse
de tal modo pobrecillo y pecador cual si no hubiera conseguido ninguna nueva
gracia".
10.5 Sucedió una vez que, mientras oraba el varón de Dios en
la Porciúncula, vino a visitarle - como de costumbre - el obispo de
Asís. Apenas entró en el lugar, se acercó con más
confianza que la debida a la celda en que oraba el siervo de Cristo; llamó
a la puerta y fue a pasar adelante. Nada más introducir la cabeza
y ver al Santo en oración, de repente quedó sobrecogido de
espanto, se le paralizaron los miembros y hasta perdió el habla; y
súbitamente, por designio divino, fue expulsado con violencia hacia
afuera, viéndose obligado a retroceder y alejarse de allí.
Estupefacto el obispo, se apresuró, tan pronto como pudo, a presentarse
a los hermanos; y, al devolverle Dios el habla, sus primeras palabras fueron
para confesar la culpa.
10.5 Sucedió en cierta ocasión que el abad del monasterio de
San Justino, del obispado de Perusa, se encontró con el siervo de
Cristo. Apenas lo vio, el devoto abad se apeó rápidamente del
caballo para rendir reverencia al varón de Dios y conversar con él
de cosas referentes a la salvación de su alma. Al término del
dulce coloquio, a la hora de despedirse, el abad le pidió humildemente
que rogara por él. El hombre amado de Dios le respondió: Lo
haré de buen grado.
10.5 Cuando se hubo alejado un poco el abad, el fiel Francisco dijo a su
compañero: Aguarda un momento, hermano, que quiero cumplir lo prometido.
Y, mientras oraba el Santo, súbitamente sintió el abad en su
espíritu un calor tan inusitado y una tal dulzura no experimentada
hasta entonces, que, arrebatado en éxtasis, quedó totalmente
absorto en Dios. Permaneció, así un breve espacio de tiempo,
y - vuelto en sí - reconoció la eficacia de la oración
de San Francisco. Por eso en adelante profesó una simpatía
mayor a la Orden y contó a muchos este hecho que consideraba milagroso.
10.6 Solía el Santo rendir a Dios el tributo de las horas canónicas
con no menor reverencia que devoción. Pues, aunque estaba enfermo
de los ojos, del estómago, del bazo y del hígado, con todo,
no quería - mientras salmodiaba - apoyarse en el muro o en la pared,
sino que recitaba siempre las horas de pie y sin cubrir la cabeza con la
capucha, con la mirada recogida y sin ninguna interrupción.
10.6 Si alguna vez iba de camino, se detenía a la hora de rezar el
oficio, y no omitía esta respetuosa y santa costumbre ni siquiera
cuando le alcanzaba una lluvia torrencial. Solía decir en efecto:
Si el cuerpo toma tranquilamente su alimento, con el que se ha de convertir
algún día en pasto de gusanos, ¿con cuánta mayor
paz y sosiego debe recibir el alma su alimento de vida?
10.6 Creía faltar gravemente si, entregado a la oración, se
dejaba distraer interiormente por vanas imaginaciones. Cuando algo de esto
le sucedía, no quedaba tranquilo hasta confesar su culpa y expiarla
con una adecuada penitencia. Y de tal modo llevó a la práctica
esta costumbre, que rarísimamente fue molestado por tales moscas de
vanas imaginaciones.
10.6 Durante una cuaresma, en su afán de aprovechar hasta los últimos
segundos de tiempo, hizo un pequeño vaso. Y sucedió que al
rezo de tercia le vino a la cabeza su recuerdo, distrayéndolo un poco.
Movido por el fervor del espíritu, arrojó al fuego dicho vaso,
diciendo: Lo sacrificaré al Señor, puesto que ha sido un obstáculo
para rendirle el debido sacrificio. Recitaba los salmos con tal atención
de mente y de espíritu cual si tuviese a Dios presente ante sus ojos;
y cuando en ellos venía el nombre del Señor, parecía
relamerse los labios por la suave dulzura que experimentaba.
10.6 Queriendo, asimismo, honrar con singular reverencia el nombre del Señor,
no sólo cuando era recordado en la mente, sino también cuando
era pronunciado o aparecía escrito, recomendó alguna vez a
sus hermanos recoger, doquiera encontraren, todo papel escrito y colocarlo
en lugar decente, no se diera el caso de conculcarse el sagrado nombre de
Dios que tal vez estuviera allí escrito. Cuando pronunciaba u oía
pronunciar el nombre de Jesús, se llenaba en su interior de un gozo
inefable, y en su exterior aparecía todo conmocionado, cual si su
paladar saborease manjares exquisitos o su oído percibiera sonidos
armoniosos.
10.7 Tres años antes de su muerte se dispuso a celebrar en el castro
de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del
niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.
Mas para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña
novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola
obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó
traer al lugar un buey y un asno.
10.7 Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces,
y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros
conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.
El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos
arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra
sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo,
canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente
sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo - transido de
ternura y amor - , lo llama Niño de Bethleem.
10.7 Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad:
el Señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había
abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable
amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre
a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus
brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo
del sueño.
10.7 Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito
no solo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada
y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo
de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador
de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado
por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales
enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así,
el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables
prodigios, demostraba la eficacia de su santa oración.
Capítulo XI.
Inteligencia de las Escrituras y espíritu de profecía
11.1 Incesante ejercicio de la oración, unido a la continua práctica
de la virtud, había conducido al varón de Dios a tal limpidez
y serenidad de mente, que a pesar de no haber adquirido, por adoctrinamiento
humano, conocimiento de las sagradas letras, iluminado con los resplandores
de la luz eterna, llegaba a sondear, con admirable agudeza de entendimiento,
las profundidades de las Escrituras. Efectivamente, su ingenio, limpio de
toda mancha, penetraba los más ocultos misterios, y allí donde
no alcanza la ciencia de los maestros, se adentraba el afecto del amante.
11.1 Leía algunas veces los libros sagrados, y lo que una vez se había
depositado en su alma, se grababa tenazmente en su memoria; no en vano percibía
con atento oído de su mente lo que después rumiaba sin cesar
con devoción y afecto. Preguntáronle en cierta ocasión
los hermanos si sería de su agrado que los letrados admitidos ya en
la Orden se aplicasen al estudio de la Sagrada Escritura, y Francisco respondió:
"Sí, me place, pero a condición de que, a ejemplo de Cristo,
de quien se dice que se dedicó más a la oración que
a la lectura, no descuiden el ejercicio de la oración, ni se entreguen
al estudio sólo para saber cómo han de hablar, sino, más
bien, para practicar lo que han escuchado, y, practicándolo, lo propongan
a los demás para que lo pongan por obra. Quiero - añadió
- que mis hermanos sean discípulos evangélicos y de tal modo
progresen en el conocimiento de la verdad, que crezcan en pura simplicidad,
sin separar la sencillez colombina de la prudencia de la serpiente, virtudes
que el soberano Maestro conjuntó en la enseñanza de sus benditos
labios".
11.2 Preguntado en la ciudad de Siena por un religioso, doctor en sagrada
teología, acerca de algunas cuestiones muy difíciles de entender,
le puso al descubierto con tanta claridad los misterios de la divina sabiduría,
que se llenó de asombro aquel hombre sabio. Por eso exclamó
todo admirado: En verdad, la teología de este santo Padre, elevada
a lo alto, como sobre alas, por su pureza y contemplación, se parece
a un águila que se remonta a los cielos, mientras nuestra ciencia
se arrastra por el suelo. Aunque no era un experto en hablar, sin embargo,
dotado del don de la ciencia, resolvía cuestiones dudosas y hacía
luz en los puntos oscuros. Nada extraño que el Santo recibiera de
Dios la inteligencia de las Escrituras, ya que por la perfecta imitación
de Cristo llevaba impresa en sus obras la verdad de las mismas, y por la
plenitud de la unción del Espíritu Santo poseía dentro
de su corazón al Maestro de las sagradas letras.
11.3 Brilló también en Francisco el espíritu de profecía
en tal grado, que preveía las cosas futuras y descubría los
secretos de los corazones; veía, asimismo, las cosas ausentes como
si estuvieran presentes y se aparecía maravillosamente a los que estaban
lejos. En ocasión en que el ejército cristiano sitiaba la ciudad
de Damieta, se encontraba allí el varón de Dios, protegido
no con el poder de las armas, sino con la coraza de la fe. Al escuchar el
día mismo de la batalla que los cristianos se preparaban a la lucha,
el siervo de Cristo se afligió muy profundamente y dijo a su compañero:
"El Señor me ha revelado que, si se enfrentan los dos ejércitos,
el resultado será desfavorable para los cristianos; pero, si les digo
esto, me tomarán por mentecato, y, si me callo, no podré evitar
los remordimientos de conciencia. ¿Qué opinas tú sobre
el particular?"
11.3 Le respondió su compañero: Hermano, no te importe ni mucho
ni poco el juicio de los hombres, pues no es ahora cuando comienzas a ser
considerado como loco. Descarga tu conciencia y teme más a Dios que
a los hombres. Al oír tal contestación, se marcha en seguida
el heraldo del Evangelio, exhorta con saludables consejos a los cristianos,
les disuade a presentar batalla y les predice la derrota. Mas los soldados
tomaron la verdad como si fuera un cuento, endurecieron su corazón
y no quisieron retroceder de sus planes.
11.3 Avanzan, chocan las armas, se entabla la batalla, y todo el ejército
cristiano se bate en retirada, obteniendo como resultado no el triunfo, sino
una vergonzosa derrota. Con este lamentable desastre quedó diezmado
el ejército cristiano, de modo que el número de muertos y cautivos
ascendió a cerca de seis mil. Así se puso de manifiesto que
no debía haberse despreciado la sabiduría del pobre, porque
el alma del justo anuncia, a veces, la verdad mejor que siete vigías
puestos en atalaya para vigilar.
11.4 En otra ocasión, después de haber regresado de su viaje
a ultramar, llegó a Celano a predicar; y allí un devoto caballero
le invitó insistentemente a quedarse a comer con él. Vino,
pues, a su casa, y toda la familia se llenó de gozo a la llegada de
los pobres huéspedes. Pero, antes de ponerse a comer, el devoto varón
- siguiendo su costumbre - se detuvo un poco con los ojos elevados al cielo,
dirigiendo a Dios súplicas y alabanzas. Al concluir la oración
llamó aparte en confianza al bondadoso señor que lo había
hospedado y le habló así: "Mira, hermano huésped; vencido
por tus súplicas, he entrado en tu casa para comer. Ahora, pues, escucha
y sigue con presteza mis consejos, porque no es aquí, sino en otro
lugar, donde vas a comer hoy. Confiesa en seguida tus pecados con espíritu
de sincero arrepentimiento y que en tu conciencia no quede nada que haya
de manifestarse en una buena confesión. Hoy mismo te recompensará
el Señor la obra de haber acogido con tanta devoción a sus
pobres".
11.4 Aquel señor puso inmediatamente en práctica los consejos
del Santo: hizo con el compañero de éste una sincera confesión
de todos sus pecados, puso en orden todas sus cosas y se preparó -
como mejor pudo - a recibir la muerte. Finalmente, se sentaron todos a la
mesa. Apenas habían comenzado los otros a comer, cuando el dueño
de la casa, con una muerte repentina, exhaló su espíritu, según
le había anunciado el varón de Dios.
11.4 Así, la misericordiosa hospitalidad obtuvo su premio merecido,
verificándose la palabra de la Verdad: Quien recibe a un profeta tendrá
paga de profeta. En efecto, merced al anuncio profético del Santo,
aquel piadoso caballero se previno contra una muerte imprevista, y, defendido
con las armas de la penitencia, pudo evitar la condenación eterna
y entrar en las eternas moradas.
11.5 Cuando el siervo de Dios yacía enfermo en Rieti, le llevaron
en una camilla - víctima de grave enfermedad - a un prebendado de
nombre Gedeón, hombre lascivo y mundano. Con lágrimas en los
ojos rogaba a Francisco, a una con los presentes, que trazase sobre él
la señal de la cruz. Le repuso el Santo: "Cómo quieres que
te bendiga con la señal de la cruz después que has vivido en
el pasado según los antojos de tu carne, sin temer los juicios de
Dios? No obstante, en atención a las devotas súplicas de los
presentes, haré sobre ti la señal de la cruz en nombre del
Señor. Mas tenlo presente: si una vez curado vuelves de nuevo al vómito
del pecado, sufrirás desgracias mayores, pues por el pecado de la
ingratitud se infligen siempre castigos más grave que los precedentes".
11.5 Hecha, pues, la señal de la cruz sobre el enfermo, éste,
que había estado postrado con los miembros agarrotados, se levantó
al instante del todo sano, y, prorrumpiendo en alabanzas a Dios, exclamó:
"Ya estoy libre de mi enfermedad!" Crujieron entonces los huesos de la cintura
- ruido que oyeron todos - con un chasquido semejante al que se produce cuando
con la mano se parte leña seca.
11.5 Mas poco tiempo después, olvidándose de Dios, volvió
a entregarse a la vida licenciosa. Y he aquí que cierta tarde en que
había cenado en casa de un canónigo y quedado aquella noche
allí a dormir, de pronto se derrumbó la techumbre del edificio
sobre los que estaban en la misma casa. Pero mientras los demás se
escaparon de la muerte, sólo el miserable murió sepultado entre
las ruinas. Por justo juicio de Dios, el final de aquel hombre vino a ser
peor que el principio a causa del vicio de la ingratitud y del desprecio
de Dios. Porque es necesario ser agradecido por el perdón recibido
y doblemente se desagrada a Dios con el pecado reiterado.
11.6 En otra ocasión, una noble y piadosa señora se llegó
al Santo para exponerle el dolor que la afligía y pedirle remedio.
Su marido era un hombre de extremada crueldad, que le ponía obstáculos
en el servicio de Cristo. Por eso pedía dicha mujer al Santo que hiciera
oración por él, a fin de que el Señor, en su demencia,
se dignase ablandar su corazón. Después que la escuchó,
le respondió el Santo: "Vete en paz, que, sin duda alguna, recibirás
muy pronto un gran consuelo de tu marido". Y añadió: "Dile
de parte de Dios y de parte mía que ahora es tiempo de misericordia
y que luego será el de la justicia".
11.6 Recibida la bendición, la mujer vuelve a su casa, encuentra a
su marido y le comunica las palabras del Santo. De pronto descendió
sobre aquel hombre el Espíritu Santo, y, convertido de su condición
antigua en un hombre nuevo, el mismo Espíritu le mueve a contestar
así con toda dulzura a su mujer: "Señora, sirvamos a Dios y
salvemos nuestras almas". En efecto, por insinuación de la santa mujer,
vivieron durante muchos años en perfecta continencia y al fin ambos
entregaron en el mismo día sus almas al Señor.
11.6 Maravilloso, en verdad, el poder del espíritu profético
de este varón de Dios, que restituía el vigor a los miembros
a punto de secarse e imprimía sentimientos de ternura en los corazones
endurecidos. Pero no fue menos estupenda la clarividencia de su espíritu,
en cuya virtud no sólo conocía de antemano acontecimientos
futuros, sino que también escrutaba los secretos de las conciencias,
como si, a imitación de Eliseo, hubiera heredado las dos partes del
espíritu del profeta Elías.
11.7 Hallándose Francisco en Siena, predijo a un señor, amigo
suyo, algunas cosas que habían de sucederle al fin de su vida. Y habiéndose
enterado de ello aquel hombre docto, - de quien antes hemos hecho mención
diciendo que alguna vez conversó con el santo Padre sobre cuestiones
de la Sagrada Escritura - , preguntó al Santo, para salir de dudas,
si realmente él había anunciado aquellas cosas que conocía
por referencias de dicho hombre. Y Francisco no sólo le confirmó
la verdad de lo que había escuchado, sino que además al curioso
investigador de hechos ajenos le predijo el día de su propia muerte.
Y para cerciorarle mejor de lo que le anunciaba, le reveló un secreto
escrúpulo de conciencia que aquel doctor no había manifestado
a ningún viviente; le resolvió maravillosamente sus dudas,
dejándole del todo tranquilo con sus saludables consejos. En confirmación
de lo dicho, aquel religioso acabó sus días tal como se lo
había profetizado el siervo de Cristo.
11.8 En aquel mismo tiempo en que Francisco volvía de ultramar acompañado
por el hermano Leonardo de Asís, sucedió que - por estar fatigado
y rendido de cansancio - hubo de montar durante un breve espacio de tiempo
sobre un asnillo. Le seguía su compañero, muy cansado también,
que, sintiendo el peso de la humana flaqueza, comenzó a decir entre
sí: "No eran de la misma condición social los padres de éste
y los míos; y he aquí que él va montado, mientras yo
camino a pie guiando su asno".
11.8 Iba rumiando tales pensamientos, cuando de pronto se apeó el
Santo y le dijo: "No es justo, hermano, que yo cabalgue y que tu vayas a
pie, porque en el siglo fuiste mucho más noble y poderoso que yo.
Lleno de estupor y vergüenza al verse descubierto en su conciencia,
el hermano se arrojó al instante a los pies del Santo y, todo bañado
en lágrimas, le manifestó sinceramente sus pensamientos y le
pidió perdón.
11.9 Había un hermano, devoto de Dios y del siervo de Cristo, que
frecuentemente daba vueltas a este pensamiento: que podría considerarse
digno de la gracia divina todo aquel a quien el Santo le distinguiese con
una especial amistad, y que, por el como excluido por Dios del número
de los elegidos aquel a quien el Santo mirase como a un extraño. Atormentado
muchas veces con tales pensamientos, ardía en deseos de gozar de la
familiaridad del varón de Dios. A nadie había revelado su secreto;
pero un día el bondadoso Padre, llamándolo dulcemente junto
a sí, le habló de esta manera: Hijo mío, no te dejes
turbar por ningún pensamiento; te aseguro que eres uno de entre mis
predilectos y que muy gustoso te brindo el favor de mi intimidad y afecto.
11.9 Maravillado el hermano por esta revelación, se hizo todavía
más devoto del Santo, y no sólo creció en el afecto
de éste, sino que, por una gracia singular del Espíritu Santo,
fue también enriquecido con mayores dones. En otra ocasión
en que Francisco moraba en el monte Alverna recluido en su celda, uno de
sus compañeros sintió deseos de poseer algún escrito
del Santo con palabras del Señor y breves anotaciones de su propia
mano.
11.9 Creía que de este modo se vería libre de una grave tentación
- no de la carne, sino del espíritu - que lo atormentaba, o que al
menos le sería más fácil superarla Ardiendo en tales
deseos, vivía interiormente angustiado, por que, vencido por la vergüenza,
no se atrevía a manifestar su problema al venerable Padre. Pero lo
que el hombre no le descubrió, se lo reveló el Espíritu.
Mandó a dicho hermano le trajera tinta y papel y - conforme a su deseo-
escribió de su propia mano las alabanzas del Señor, añadiendo
al fin su bendición, y le dijo: "Toma para ti este escrito y guárdalo
con cuidado hasta el día de tu muerte".
11.9 Se hizo el hermano con aquel don tan deseado, y al punto desapareció
por completo su tentación. Todavía se conserva este escrito,
y, a causa de los estupendos prodigios que posteriormente realizó,
permanece como testimonio de las virtudes de Francisco.
11.10 Había un hermano que, según las apariencias externas,
era de una santidad relevante y de intachable conducta, pero muy dado a singularidades.
Entregado continuamente a la oración, observaba tal estricto silencio,
que incluso acostumbraba confesarse no de palabra, sino con señas.
11.10 Acertó a pasar por aquel lugar el santo Padre. Vio a este hermano
y habló sobre él a la fraternidad. Todos ponderaban con grandes
elogios la virtud de dicho hermano, mas el hombre de Dios les dijo: "Dejad,
hermanos, de alabarme lo que en este hermano no es más que una ficción
diabólica. Pues sabed que todo es tentación diabólica
y fraude engañoso". Muy dura les pareció a los hermanos esta
apreciación, creyendo imposible que en tantos indicios de perfección
se escondiera el menor atisbo de hipocresía. Pero, al cabo de no muchos
días, dicho hermano salió de la Religión, y así
se puso de manifiesto con cuánta penetración interior descubrió
el varón de Dios los secretos de su corazón.
11.10 Del mismo modo, anunciando de antemano con toda certeza la ruina de
muchos que al parecer estaban firmes en la virtud, así como la conversión
a Cristo de numerosos pecadores, parecía que contemplaba de cerca
el espejo de la luz eterna, con cuyo resplandor admirable su mirada interna
veía las cosas corporalmente ausentes como si le estuviesen presentes.
11.11 En cierta ocasión, su vicario celebraba capítulo, mientras
él permanecía en oración retirado en la celda, haciendo
de intermediario entre los hermanos y Dios. Resultó que uno de éstos
- aduciendo especiosas razones en propia defensa - se negaba a someterse
a la disciplina. Viendo en espíritu el Santo esta actitud, llamó
a uno de sus hermanos y le dijo: "He visto al diablo sobre la espalda de
ese hermano desobediente, teniéndole apretado por el cuello. Dicho
hermano, sometido a las órdenes de tal jinete, se deja guiar por las
bridas de sus sugestiones, una vez que ha despreciado el freno de la obediencia.
He rogado a Dios por él, y el diablo ha huido en seguida totalmente
confuso. Anda, pues, y dile al hermano que sin dilación someta su
cerviz al yugo de la santa obediencia".
11.11 Tan pronto como el hermano recibió por intermediario esta amonestación
de Francisco, convirtiéndose inmediatamente a Dios, se arrojó
con humildad a los pies del vicario.
11.12 Sucedió también en otra ocasión que dos hermanos
llegaron de lejanas tierras al eremitorio de Greccio con el fin de ver al
varón de Dios y recibir su bendición, tan deseada desde hacía
tiempo. Al llegar no encontraron al Santo, porque se había ya retirado
del público a la celda, por lo que marchaban desconsolados. Mas he
aquí que al irse, sin que el Santo pudiera tener por medio humano
conocimiento de su llegada ni de su partida, salió - contra su costumbre
- de la celda, los llamó y, tal como lo deseaban, los bendijo en el
nombre de Cristo, haciendo sobre ellos la señal de la cruz.
11.13 Una vez vinieron dos hermanos de la Tierra de Labor. El más
antiguo de ellos había dado durante el viaje algunos escándalos
al más joven. Al presentarse al Padre, éste le preguntó
al más joven cómo se había comportado con él
su compañero a lo largo del camino. Respondió el hermano: "¡Muy
bien por cierto!" A lo que el Santo le contestó: "¡Cuida, hermano,
de no mentir so capa de humildad! Sí, lo sé todo. Espera un
poco y lo verás».
11.13 Quedó muy sorprendido el hermano al comprobar cómo el
Santo conocía en espíritu hechos tan distantes. Pocos días
después, el hermano causante de los escándalos, despreciando
la Religión, se salía de ella, sin pedir perdón al Padre
ni aceptar la debida corrección y penitencia. Dos cosas se hicieron
patentes a un mismo tiempo en la ruina de este hermano: la equidad de la
justicia divina y la perspicacia del espíritu de profecía del
Santo.
11.14 Que Francisco - por intervención del poder de Dios - se hizo
presente a los ausentes, queda fuera de duda por lo que más arriba
se ha dicho. Basta para ello recordar cómo, estando ausente, se apareció
transfigurado a sus hermanos en un carro de fuego y de qué modo se
presentó en el capítulo de Arlés con los brazos en forma
de cruz.
11.4 Se ha de creer que todo esto sucedió por disposición divina
para que, mediante las maravillosas apariciones de presencia corporal, se
viera con claridad meridiana cuán presente y abierto estaba su espíritu
a la luz de la sabiduría eterna, que es más móvil que
cualquier movimiento y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra
todo; y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo
amigos de Dios y profetas. El soberano Maestro, en efecto, suele descubrir
sus misterios a los sencillos y pequeñuelos, como primeramente se
vio en David, eximio entre los profetas; después, en Pedro, el príncipe
de los apóstoles, y, finalmente, en Francisco, el pobrecillo de Cristo.
Todos ellos eran sencillos e iletrados, pero llegaron a ser ilustres con
una erudición infundida por el Espíritu Santo: el primero,
como pastor, para apacentar el rebaño de la sinagoga sacada de Egipto;
el segundo, como pescador, para llenar la red de la Iglesia con multiforme
variedad de creyentes, y el tercero, como negociante, para comprar la margarita
de la vida evangélica, vendiendo y distribuyendo todas las cosas por
Cristo.
Capítulo XII.
Eficacia de su predicación y don de curaciones
12.1 Francisco, fiel siervo y ministro de Cristo, en su anhelo de hacerlo
todo con fidelidad y perfección, se esforzaba en ejercitarse muy especialmente
en aquellas virtudes que, al dictado del Espíritu Santo, conocía
ser más del agrado de su Dios. Por esto sucedió que le asaltara
una angustiosa duda que le atormentaba en gran manera, y muchos días,
al salir de la oración, se la proponía a sus compañeros
más íntimos con objeto de encontrar una solución a su
problema. Hermanos - les decía - , ¿qué me aconsejáis?
¿Qué os parece más laudable: que me entregue del todo
al ejercicio de la oración o que vaya a predicar por el mundo?
12.1 Ciertamente, yo, pequeñuelo, simple e inexperto en el hablar,
he recibido una mayor gracia para la oración que para la palabra.
Me parece también que en la oración hay más ganancia
y aumento de gracias; en la predicación, en cambio, más bien
se distribuyen los dones recibidos del cielo. En la oración, además,
se purifican los afectos interiores y se une el alma con el único,
verdadero y sumo Bien, fortaleciéndose en la virtud; mas en la predicación
se empolvan los pies del espíritu, se distrae la atención en
muchas cosas y se rebaja la disciplina. Finalmente, en la oración
hablamos con Dios y lo escuchamos, y, llevando una vida cuasi angélica,
vivimos entre los ángeles; en la predicación, empero, nos vemos
obligados a usar de gran condescendencia con los hombres, y - teniendo que
convivir con ellos - se hace forzoso pensar, ver, hablar y oír muchas
cosas humanas.
12.1 "Pero hay algo que contrasta con lo dicho y parece que ante Dios prevalece
sobre todas estas cosas, y es que el Hijo unigénito de Dios, Sabiduría
eterna, descendió del seno del Padre por la salvación de las
almas: para amaestrar al mundo con su ejemplo y predicar el mensaje de salvación
a los hombres, a quienes había de redimir con el precio de su sangre
divina, purificarlos con el baño del agua y sustentarlos con su cuerpo
y sangre, sin reservarse para sí mismo cosa alguna que no hubiese
entregado generosamente por nuestra salvación. Y como nosotros debemos
obrar en todo conforme al ejemplo de lo que vemos en El, como modelo mostrado
en lo alto del monte, parece ser más del agrado de Dios que, interrumpiendo
el sosiego de la oración, salga afuera a trabajar".
12.1 Y, por más que durante muchos días anduvo dando vueltas
al asunto con sus hermanos, Francisco no acertaba a ver con toda claridad
cuál de las dos alternativas debería elegir como más
acepta a Cristo. El, que en virtud del espíritu de profecía
llegaba a conocer cosas maravillosas, no era capaz en absoluto de resolver
por sí mismo esta cuestión. Lo dispuso así la divina
Providencia para que se pusiera de manifiesto, por un oráculo divino,
la excelencia de la predicación y al mismo tiempo quedara a salvo
la humildad del siervo de Cristo.
12.2 Francisco, que había aprendido lecciones sublimes del soberano
Maestro, no se avergonzaba, como verdadero menor, de consultar sobre cosas
menudas a los más pequeños. En efecto, su mayor preocupación
consistía en averiguar el camino y el modo de servir más perfectamente
a Dios conforme a su beneplácito. Esta fue su suprema filosofía,
éste su más vivo deseo mientras vivió: preguntar a sabios
y sencillos, a perfectos e imperfectos, a pequeños y grandes, cómo
podría llegar más eficazmente a la cumbre de la perfección.
12.2 Así, pues, llamó a dos de sus compañeros y los
envió al hermano Silvestre, aquel que había visto un día
salir de la boca de Francisco una cruz, y que a la sazón se encontraba
en un monte cercano a la ciudad de Asís consagrado de continuo a la
oración. Dichos hermanos le llevaban el encargo de que consultase
con el Señor cuál era su voluntad sobre la duda expuesta y
comunicase después la respuesta dada de lo alto.
12.2 déntico encargo confió a la santa virgen Clara, encareciéndole
que averiguase la voluntad del Señor sobre el particular, ya por medio
de alguna de las más puras y sencillas vírgenes que vivían
bajo su obediencia, ya también uniendo su oración a la de las
otras hermanas. Tanto el venerable sacerdote como la virgen consagrada a
Dios - inspirados por el Espíritu Santo - coincidieron de modo admirable
en lo mismo, a saber, que era voluntad divina que el heraldo de Cristo saliese
afuera a predicar.
12.2 Tan pronto como volvieron los hermanos y le comunicaron a Francisco
la voluntad del Señor tal como se les había indicado, se levantó
en seguida el Santo, se ciñó y sin ninguna demora emprendió
la marcha. Caminaba con tal fervor a cumplir el mandato divino y corría
tan apresuradamente cual si - actuando sobre él la mano del Señor
- hubiera sido revestido de una nueva fuerza celestial.
12.3 Acercándose a Bevagna, llegó a un lugar donde se había
reunido una gran multitud de aves de toda especie. Al verlas el santo de
Dios, corrió presuroso a aquel sitio y saludó a las aves como
si estuvieran dotadas de razón. Todas se le quedaron en actitud expectante,
con los ojos fijos en él, de modo que las que se habían posado
sobre los árboles, inclinando sus cabecitas, lo miraban de un modo
insólito al verlo aproximarse hacia ellas. Y, dirigiéndose
a las aves, las exhortó encarecidamente a escuchar la palabra de Dios,
y les dijo: "Mis hermanas avecillas, mucho debéis alabar a vuestro
Creador, que os ha revestido de plumas y os ha dado alas para volar, os ha
otorgado el aire puro y os sustenta y gobierna, sin preocupación alguna
de vuestra parte".
12.3 Mientras les decía estas cosas y otras parecidas, las avecillas
- gesticulando de modo admirable - comenzaron a alargar sus cuellecitos,
a extender las alas, a abrir los picos y mirarle fijamente. Entre tanto,
el varón de Dios, paseándose en medio de ellas con admirable
fervor de espíritu, las tocaba suavemente con la fimbria de su túnica,
sin que por ello ninguna se moviera de su lugar, hasta que, hecha la señal
de la Cruz y concedida su licencia y bendición, remontaron todas a
un mismo tiempo el vuelo. Todo esto lo contemplaron los compañeros
que estaban esperando en el camino. Vuelto a ellos el varón simple
y puro, comenzó a inculparse de negligencia por no haber predicado
hasta entonces a las aves.
12.4 Mientras recorría después los lugares vecinos predicando
en ellos, llegó a un punto llamado Alviano, donde reunió al
pueblo e impuso silencio; pero apenas se le podía oír, a causa
de las golondrinas que tenían allí sus nidos, y armaban gran
estrépito con sus penetrantes chirridos.
12.4 El varón de Dios se dirigió a las golondrinas - de modo
que le oyeran también todos los presentes - y les dijo: "Mis hermanas
golondrinas, ahora me toca a mí hablar; vosotras habéis hablado
ya bastante. Escuchad la palabra de Dios, guardando silencio hasta que termine
la predicación". Al punto, las golondrinas, como si tuvieran entendimiento,
enmudecieron y no se movieron de sus puestos todo el tiempo que duró
el sermón. Cuantos presenciaron este hecho, llenos de estupor, glorificaban
a Dios. La fama de tal milagro, difundida por todas partes, encendió
en muchos la reverencia y una confiada devoción al Santo.
12.5 Sucedió otro caso parecido al anterior en la ciudad de Parma.
Un estudiante, cuando se dedicaba con diligente aplicación al estudio
juntamente con otros compañeros, era molestado por los importunos
chirridos de una golondrina; por lo que, vuelto a los compañeros,
comenzó a decirles: "Esta golondrina debe de ser alguna de aquellas
que molestaban al varón de Dios Francisco mientras predicaba, hasta
que les impuso silencio". Y, dirigiéndose a la golondrina, le dijo
lleno de confianza: En nombre del siervo de Dios Francisco, te mando que
te calles al momento y que vengas a donde mí. La golondrina, nada
más oír el nombre de Francisco - como si estuviera adoctrinada
con las enseñanzas del varón de Dios - , calló al punto
y se posó, como en seguro refugio, en las manos del estudiante, el
cual, todo estupefacto, la dejó inmediatamente en libertad, sin que
volviera a ser molestado con sus garlidos.
12.6 En otra ocasión, cuando predicaba el siervo de Dios en Gaeta,
a orillas del mar, una gran muchedumbre, llevada de la devoción, se
precipitó sobre él para tocarle. Sintiendo horror el siervo
de Cristo a tan extraordinarias muestras de veneración de las gentes,
corrió a refugiarse él solo en una barca que estaba junto a
la orilla. Y he aquí que la barca, como si fuera movida por un motor
interior dotado de razón, sin remero alguno, se apartó de la
tierra mar adentro ante la mirada y asombro de todos. Alejada a cierta distancia
en medio del mar, permaneció inmóvil entre las olas el tiempo
en que el Santo estuvo predicando a la muchedumbre que le esperaba en la
orilla. Una vez que la muchedumbre escuchó el sermón, presenció
el milagro y, recibida la bendición, se retiró para no molestar
más al Santo, entonces la barca por sí sola retornó
a tierra.
12.6 ¿Quién sería, pues, tan obstinado e impío
que despreciase la predicación de Francisco, cuyo maravilloso poder
hacía que no sólo los seres irracionales se sometieran a su
obediencia, sino también que los mismos cuerpos inanimados se pusieran
al servicio del predicador, como si estuvieran dotados de vida?
12.7 En verdad, asistían al siervo Francisco - adondequiera que se
dirigiese - el Espíritu del Señor, que le había ungido
y enviado, y el mismo Cristo, fuerza y sabiduría de Dios para que
abundase en palabras de sana doctrina y resplandeciera con milagros de gran
poder. Su palabra era como fuego ardiente que penetraba hasta lo más
íntimo del ser y llenaba a todos de admiración, por cuanto
no hacía alarde de ornatos de ingenio humano, sino que emitía
el soplo de la inspiración divina.
12.7 Así sucedió una vez que debía predicar en presencia
del papa y de los cardenales por indicación del obispo ostiense. Francisco
aprendió de memoria un discurso cuidadosamente compuesto. Pero, cuando
se puso en medio de ellos para dirigirles unas palabras de edificación,
de tal modo se olvidó de cuanto llevaba aprendido, que no acertaba
a decir palabra alguna. Confesó el Santo con verdadera humildad lo
que le había sucedido, y, recogiéndose en su interior, invocó
la gracia del Espíritu Santo. De pronto comenzó a hablar con
afluencia de palabras tan eficaces y a mover a compunción con fuerza
tan poderosa las almas de aquellos ilustres personajes, que se hizo patente
que no era él el que hablaba, sino el Espíritu del Señor.
12.8 Y como primero se convencía a sí mismo con las obras de
lo que quería persuadir a los demás de palabra, sin que temiera
reproche alguno, predicaba la verdad con plena seguridad. No sabía
halagar los pecados de nadie, sino que los fustigaba; ni adular la vida de
los pecadores, sino que la atacaba con ásperas reprensiones. Hablaba
con la misma convicción a grandes que a pequeños y predicaba
con idéntica alegría de espíritu a muchos que a pocos.
12.8 Hombres y mujeres de toda edad corrían a ver y oír a este
hombre nuevo, enviado al mundo por el cielo. El, recorriendo diversas regiones,
anunciaba con ardor el Evangelio, y el Señor cooperaba confirmando
la palabra con las señales que la acompañaban. Pues, en virtud
del nombre del Señor, Francisco - pregonero de la verdad - lanzaba
los demonios, sanaba a los enfermos y, lo que es más, con la eficacia
de su palabra ablandaba los corazones obstinados, moviéndolos a penitencia,
y devolvía, al mismo tiempo, la salud del cuerpo y del alma, como
lo comprueban algunos hechos que, como muestra, vamos a referir a continuación.
12.9 En la ciudad de Toscanela fue hospedado devotamente por un caballero
cuyo hijo único estaba contrahecho desde su nacimiento. A las reiteradas
instancias del padre, el Santo, levantando con la mano al niño, lo
curó al instante: se le consolidaron, a la vista de los presentes,
todos los miembros del cuerpo, y el niño - sano y robusto - se incorporó
en seguida y echó a andar, dando brincos y alabando a Dios.
12.9 En Narni, a instancias del obispo, trazó la señal de la
cruz, desde la cabeza hasta los pies, sobre un paralítico privado
del ejercicio de todos los miembros, y el enfermo quedó completamente
sano. En la diócesis de Rieti, una madre le presentó entre
sollozos a su niño, que desde hacía cuatro años padecía
una hinchazón tan grande, que ni siquiera podía ver sus propias
rodillas. Nada más tocarle el Santo con sus benditas manos, se curó
el niño. Había en Orte un niño tan contrahecho, que
llevaba la cabeza pegada a los pies, y además tenía algunos
huesos rotos. Movido el Santo por los ruegos y lágrimas de sus padres,
hizo sobre él la señal de la cruz, y al punto se enderezó
y se vio libre del mal.
12.10 Una mujer de Gubbio tenía ambas manos tan contrahechas y secas,
que no podía realizar con ellas trabajo alguno. Apenas Francisco hizo
sobre ella, en el nombre del Señor, la señal de la cruz, recobró
tan perfectamente la salud, que, vuelta en seguida a casa, preparó
con sus propias manos - cual otra suegra de Simón - la comida para
el Santo y los pobres.
12.10 A una niña del pueblo de Bevagna que estaba completamente ciega,
le ungió tres veces con su propia saliva los ojos en nombre de la
Trinidad, y le restituyó la deseada vista. Había en Narni una
mujer privada de la luz de los ojos. Apenas recibió la señal
de la cruz trazada por el Santo, recuperó la ansiada vista.
12.10 Un niño de la ciudad de Bolonia tenía uno de sus ojos
de tal modo cubierto por una mancha, que no podía ver con él
absolutamente nada, ni se vislumbraba remedio alguno para su curación.
El Santo trazó una señal de la cruz a lo largo de todo su cuerpo,
y recuperó el enfermo una visión tan clara, que, ingresando
después en la Orden de los hermanos menores, afirmaba que veía
mucho mejor del ojo antes enfermo que del que siempre había tenido
sano.
12.10 En el castro de San Gemini se hospedó el siervo de Dios en casa
de un hombre devoto, cuya mujer era atormentada por el demonio. Francisco
- después de haber orado - mandó al diablo, por santa obediencia,
que saliera de aquella mujer. Y así, con el poder divino, lo ahuyentó
tan rápidamente, que se hizo patente con claridad meridiana que la
contumacia diabólica no es capaz de resistir al poder de la santa
obediencia.
12.10 En Citta di Castello, un furioso y maligno espíritu se había
posesionado de una mujer. Intimó el Santo al demonio con el mandato
de la obediencia, y éste marchó indignado, dejando libre en
el espíritu y en el cuerpo a la mujer que había tenido posesa.
12.11 Un hermano era víctima de una enfermedad tan horrible, que,
a juicio de muchos, se trataba, más que de una enfermedad natural,
de una actuación maléfica del demonio. En efecto, con frecuencia
caía al suelo y se revolcaba echando espumarajos, quedando los miembros
de su cuerpo ya contraídos, ya extendidos; ahora plegados, luego torcidos,
y tan pronto rígidos como duros. Estando así algunas veces
su cuerpo todo erguido y rígido, de repente se alzaba en alto, juntando
los pies con la cabeza, para volver a caer de nuevo en tierra de una forma
horrible. El siervo de Cristo, lleno de misericordia, se compadeció
de este enfermo, atormentado por una dolencia tan lastimosa e irremediable,
y le alargó un pedazo de pan, del mismo que él estaba comiendo.
Apenas gustó el pan, sintió en sí el enfermo tal fuerza,
que de allí en adelante no sufrió más las dolencias
de aquella enfermedad.
12.11 En el condado de Arezzo, una mujer se debatía por largos días
en medio de los dolores de parto, y estaba ya a las puertas de la muerte,
.sin que para ella hubiese ninguna esperanza ni remedio humano, sino el de
Dios. Acertó a pasar por aquella región el siervo de Cristo,
montado a caballo a causa de su enfermedad corporal, y sucedió que
el animal retornó por la casa donde se encontraba la enferma. Viendo
los hombres de aquel lugar el caballo que había montado el Santo,
le quitaron el freno para aplicárselo a la mujer. A su contacto desapareció
prodigiosamente todo peligro, y la señora al punto dio a luz, quedando
sana y salva.
12.11 Un hombre de Castello della Pieve muy religioso y temeroso de Dios
conservaba consigo el cordón que había ceñido el Padre
santo. Como muchos hombres y mujeres de aquella región eran atacados
por diversas enfermedades, este buen hombre recorría las casas de
los enfermos y, mojando el cordón en agua, daba de beber a los pacientes,
y de este modo muchos quedaban curados. Asimismo, enfermos que gustaban el
pan tocado por las manos del varón de Dios, por virtud divina conseguían
al punto el remedio y la salud.
12.12 Al ir acompañada la predicación del pregonero de Cristo
con el fulgor de estos y otros muchos estupendos milagros, la gente escuchaba
sus palabras como si las hablara un ángel del Señor. En efecto,
la excelente prerrogativa de sus virtudes, el espíritu de profecía,
el don de hacer milagros, el oráculo recibido del cielo en orden a
la predicación, la obediencia de las criaturas irracionales, el profundo
cambio de los corazones al escuchar su palabra, la ciencia infundida por
el Espíritu Santo fuera de todo humano adoctrinamiento, la facultad
de predicar concedida, no sin divina revelación, por el sumo pontífice,
y además la Regla, confirmada por el mismo vicario de Cristo, en la
que se expresa la forma de predicar, y, finalmente, las señales del
Rey soberano, impresas a modo de sello en su cuerpo, son como diez testimonios
que proclaman de manera inequívoca al mundo entero que Francisco,
pregonero de Cristo, fue digno de veneración por su oficio, auténtico
en su doctrina y admirable por su santidad; y que por esto predicó
el Evangelio de Cristo como verdadero enviado de Dios.
Capítulo XIII.
Las sagradas llagas
13.1 Era costumbre en el angélico varón Francisco no cesar
nunca en la práctica del bien, antes, por el contrario, a semejanza
de los espíritus celestiales en la escala de Jacob, o subía
hacia Dios o descendía hasta el prójimo. En efecto, había
aprendido a distribuir tan prudentemente el tiempo puesto a su disposición
para merecer, que parte de él lo empleaba en trabajosas ganancias
en favor del prójimo y la otra parte la dedicaba a las tranquilas
elevaciones de la contemplación. Por eso, después de haberse
empeñado en procura la salvación de los demás según
lo exigían las circunstancias de lugares y tiempos, abandonando el
bullicio de las turbas, se dirigía a lo mas recóndito de la
soledad, a un sitio apacible, donde, entregado mas libremente al Señor
pudiera sacudir el polvo que tal vez se le hubiera pegado en el trato con
los hombres.
13.1 Así, dos años antes de entregar su espíritu a Dios
y tras haber sobrellevado tantos trabajos y fatigas, fue conducido, bajo
la guía de la divina Providencia, a un monte elevado y solitario llamado
Alverna. Allí dio comienzo a la cuaresma de ayuno que solía
practicar en honor del arcángel San Miguel, y de pronto se sintió
rodeado más abundantemente que de ordinario con la dulzura de la divina
contemplación; e, inflamado en deseos más ardientes del cielo,
comenzó a experimentar en sí un mayor cúmulo de dones
y gracias divinas. Se elevaba a lo alto no como curioso escudriñador
de la majestad divina, para ser oprimido por su gloria, sino como siervo
fiel y prudente, que investiga el beneplácito divino, al que deseaba
vivamente conformarse en todo.
13.2 Conoció por divina inspiración que, abriendo el libro
de los santos evangelios, le manifestaría Cristo lo que fuera más
acepto a Dios en su persona y en todas sus cosas. Después de una prolongada
y fervorosa oración, hizo que su compañero, varón devoto
y santo, tomara del altar el libro sagrado de los evangelios y lo abriera
tres veces en nombre de la santa Trinidad. Y como en la triple apertura apareciera
siempre la pasión del Señor, comprendió el varón
lleno de Dios que como había imitado a Cristo en las acciones de su
vida, así también debía configurarse con El en las aflicciones
y dolores de la pasión antes de pasar de este mundo.
13.2 Y aunque, por las muchas austeridades de su vida anterior y por haber
llevado continuamente la cruz del Señor, estaba ya muy debilitado
en su cuerpo, no se intimidó en absoluto, sino que se sintió
aún más fuertemente animado para sufrir el martirio. En efecto,
en tal grado había prendido en él el incendio incontenible
de amor hacia el buen Jesús hasta convertirse en una gran llamarada
de fuego, que las aguas torrenciales no serían capaces de extinguir
su caridad tan apasionada.
13.3 Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico
de sus deseos y transformado por su tierna compasión en Aquel que
a causa de su extremada caridad, quiso ser crucificado: cierta mañana
de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de
lo mas alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan
ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó
hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose
en el aire. Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre
crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados
a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para
volar y las otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.
13.3 Ante tal aparición quedó lleno de estupor el Santo y experimentó
en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con
aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo
la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a
la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.
13.3 Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo
que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse
con la dicha inmortal de un serafín. Por fin, el Señor le dio
a entender que aquella visión le había sido presentada así
por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano
que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado
no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.
Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó
en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la
efigie de las señales que imprimió en su carne.
13.3 Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies
las señales de los clavos, tal como lo había visto poco antes
en la imagen del varón crucificado. Se veían las manos y los
pies atravesados en la mitad por los clavos, de tal modo que las cabezas
de los clavos estaban en la parte inferior de las manos y en la superior
de los pies, mientras que las puntas de los mismos se hallaban al lado contrario.
Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las manos y en los pies;
las puntas aparecían alargadas, retorcidas y como remachadas, y, sobresaliendo
de la misma carne, rebasaban el resto de ella. Así, también
el costado derecho - como si hubiera sido traspasado por una lanza - escondía
una roja cicatriz, de la cual manaba frecuentemente sangre sagrada, empapando
la túnica y los calzones.
13.4 Viendo el siervo de Cristo que no podían permanecer ocultas a
sus compañeros más íntimos aquellas llagas tan claramente
impresas en su carne y temeroso, por otra parte, de publicar el secreto del
Señor, se vio envuelto en una angustiosa incertidumbre, sin saber
a qué atenerse: si manifestar o más bien callar la visión
tenida. Por eso llamó a algunos de sus hermanos, y, hablándoles
en términos generales, les propuso la duda y les pidió consejo.
Entonces, uno de los hermanos, Iluminado por gracia y de nombre, comprendiendo
que algo muy maravilloso debía de haber visto el Santo, puesto que
parecía como fuera de sí por el asombro, le habló de
esta manera: "Has de saber, hermano, que los secretos divinos te son manifestados
algunas veces no solo para ti, sino también para provecho de los demás.
Por tanto, parece que debes de temer con razón que, si ocultas el
don recibido para bien de muchos, seas juzgado digno de reprensión
por haber ocultado el talento a ti confiado".
13.4 Animado el Santo con estas palabras, aunque en otras ocasiones solía
decir: Mi secreto para mí, esta vez relató detalladamente -
no sin mucho temor - la predicha visión; y añadió que
Aquel que se le había aparecido le dijo algunas cosas que jamás
mientras viviera revelaría a hombre alguno. Se ha de creer, sin duda,
que las palabras de aquel serafín celestial aparecido admirablemente
en forma de cruz eran tan misteriosas, que tal vez no era lícito comunicarlas
a los hombres.
13.5 Después que el verdadero amor de Cristo había transformado
en su propia imagen a este amante suyo, terminado el plazo de cuarenta días
que se había propuesto pasar en soledad y próxima ya la solemnidad
del arcángel Miguel, bajó del monte el angélico varón
Francisco llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano
de algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino impresa
por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne. Y como es bueno ocultar
el secreto del rey, consciente el Santo de ser depositario de un secreto
real, trataba de esconder con toda diligencia aquellas sagradas señales.
Pero como también es propio de Dios revelar para su gloria las grandes
maravillas que realiza, el mismo Señor que había impreso secretamente
aquellas señales, mostró abiertamente por ellas algunos milagros,
para que con la evidencia de los signos se hiciera patente la fuerza oculta
y maravillosa de aquellas llagas.
13.6 En la provincia de Rieti se había propagado una peste tan devastadora,
que arrasaba despiadadamente todo ganado lanar y vacuno, hasta el punto de
no poder encontrarse remedio alguno. Pero un hombre temeroso de Dios fue
advertido por medio de una visión nocturna que se llegase apresuradamente
al eremitorio de los hermanos, donde a la sazón moraba Francisco,
y que, tomando el agua en que se había lavado las manos y los pies
el siervo de Dios, rociase con ella todos los animales.
13.6 Levantándose muy de mañana, se fue a dicho lugar, y, obtenida
ocultamente el agua mediante los compañeros del Santo, roció
con ella las ovejas y bueyes enfermos. Y ¡oh maravilla! tan pronto
como el agua, aun en pequeña cantidad, llegaba a tocar a los animales
enfermos y postrados en tierra, se levantaban al punto, recobrando el vigor
de antes, y, como si no hubieren sufrido mal alguno, corrían a pastar
en los campos. Así, resultó que, por el admirable poder de
aquella agua que había tocado las sagradas llagas, cesara del todo
la plaga y huyera de los rebaños la mortífera peste.
13.7 Antes de la permanencia del Santo en el monte Alverna solía suceder
que una nube formada cerca del mismo monte desencadenaba en las cercanías
tan violenta tempestad de granizo, que devastaba periódicamente los
frutos de la tierra. Pero después de aquella feliz aparición
cesó el granizo, no sin admiración de los habitantes del lugar,
de modo que el mismo cielo, serenando su rostro contra costumbre, ponía
de manifiesto la excelencia de aquella celeste visión y el poder de
las llagas que allí fueron impresas.
13.7 Sucedió también que, caminando el Santo durante el invierno
montado en el jumentillo de un hombre pobre a causa de la debilidad del cuerpo
y de la aspereza de los sendero, hubo de pernoctar al cobijo de la prominencia
de una roca para evitar de algún modo las incomodidades de la nieve
y de la noche, que se le echaban encima y le impedían llegar al lugar
del albergue. Notando el santo varón que el hombre que le acompañaba
se revolvía de una parte a otra murmurando quedamente con quejumbrosos
gemidos, como quien mal abrigado no podía estar quieto a causa de
la atrocidad del frío, encendido en el fervor del amor divino, extendió
su mano y le tocó con ella.
13.7 ¡Cosa admirable! De repente, al contacto de aquella mano sagrada,
que portaba en sí el fuego recibido de la brasa del serafín,
huyó todo frío y se vio envuelto en tanto calor, dentro y fuera,
como si lo hubiese invadido una bocanada salida del respiradero de un horno.
Porque, confortado al instante en el alma y en el cuerpo, durmió hasta
el amanecer tan suavemente entre piedras y nieve como jamás había
descansado en su propio lecho, según el mismo declaraba más
tarde.
13.7 Consta, pues, con pruebas ciertas que las sagradas llagas fueron impresas
por el poder de Aquel que, mediante el amor seráfico, limpia, ilumina
e inflama, puesto que dichas llagas con admirable eficacia contribuyeron
a dar salud a los animales, limpiándolos de la peste; devolvieron
la serenidad del cielo, ahuyentando la tormenta, y prestaron calor a los
cuerpos, ateridos por el frío. Todo esto se puso de manifiesto con
más evidentes prodigios después de la muerte del Santo, como
se anotara más tarde en su debido lugar.
13.8 Por más diligencia que ponía el Santo en tener oculto
el tesoro encontrado en el campo, no pudo evitar que algunos llegaran a ver
las llagas de sus manos y pies, no obstante llevar casi siempre cubiertas
las manos y andar desde entonces con los pies calzados. Muchos hermanos vieron
las llagas durante la vida del Santo; y aunque por su santidad relevante
eran dignos de todo crédito, sin embargo, para eliminar toda posible
duda, afirmaron bajo juramento, con las manos puestas sobre los evangelios,
ser verdad que las habían visto.
13.8 Las vieron también algunos cardenales que gozaban de especial
intimidad con el Santo, los cuales, consignando con toda veracidad el hecho,
enaltecieron dichas sagradas llagas en prosa, en himnos y antífonas
que compusieron en honor del siervo de Dios, y tanto de palabra como por
escrito dieron testimonio de la verdad. Asimismo, el sumo pontífice
señor Alejandro, una vez que predicaba al pueblo en presencia de muchos
hermanos - entre ellos me encontraba yo - , afirmó haber visto con
sus propios ojos las sagradas llagas mientras vivía aún el
Santo.
13.8 Las vieron, con ocasión de su muerte, más de cincuenta
hermanos, y la virgen devotísima de Dios Clara, junto con sus hermanas
de comunidad y un grupo incontable de seglares, muchos de los cuales - como
se dirá en su lugar - , movidos por la devoción y el afecto,
negaron a besar y tocar con sus propias manos las llagas para confirmación
testimonial.
13.8 En cuanto a la llaga del costado, la ocultó tan sigilosamente
el Santo, que nadie pudo verla mientras él vivió, si no era
de manera furtiva. Así sucedió cuando un hermano que solía
atenderle con gran solicitud le indujo con piadosa cautela a quitarse la
túnica para sacudirla; entonces miró atentamente y le vio la
llaga, incluso llegó a tocarla aplicando rápidamente tres dedos.
De este modo pudo percibir no sólo con el tacto, sino también
con la vista, la magnitud de la herida.
13.8 Valiéndose de parecida estratagema, la vio también aquel
hermano que a la sazón era su vicario. En otra ocasión, uno
de los compañeros del Santo, hombre de extraordinaria simplicidad,
al frotarle, por causa de la enfermedad, la espalda dolorida, extendió
la mano por debajo de la capucha, y casualmente la deslizó hasta la
sagrada llaga, produciéndole un intenso dolor. A raíz de esto
llevó unos calzones que le llegaban hasta el arranque de los brazos,
para cubrir así la llaga del costado.
13.8 Asimismo, los hermanos que lavaban la ropa del Santo o sacudían
a su tiempo la túnica porque las encontraban con algunas manchas de
sangre, llegaron a conocer palpablemente por estos signos evidentes la existencia
de la sagrada llaga, que después, al ser amortajado el cadáver
del Santo, contemplaron y veneraron.
13.9 ¡Ea, pues, valerosísimo caballero de Cristo, empuña
las armas del muy invicto capitán! Defendido con ellas de modo tan
insigne, vencerás a todos los adversarios. ¡Enarbola el estandarte
del Rey altísimo, a cuya vista cobren valor los combatientes todos
del ejército divino! ¡Ostenta el sello del sumo pontífice
Cristo, con el que todos reconozcan como irreprensibles y auténticas
tus palabras y tus hechos! Por las marcas del Señor Jesús que
llevas en tu cuerpo, nadie debe serte molesto, antes bien todo siervo de
Cristo está obligado a profesarte singular afecto y devoción.
Estas señales evidentísimas, que han sido comprobadas no justamente
por dos o tres testigos, sino superabundantemente por muchísimos,
hacen que las manifestaciones de Dios en ti y por ti sean tan dignas de crédito,
que quitan a los incrédulos la más Ieve excusa, mientras los
creyentes se afianzan en la fe, se elevan con una fundada esperanza y se
inflaman en el fuego de la caridad.
13.10 Ya se ha cumplido verdaderamente aquella primera visión en que
contemplaste cómo llegarías a ser caudillo en la milicia de
Cristo y se te aseguró que serías decorado con armas celestes
selladas con la insignia de la cruz. Ya puede tenerse por verdadera, sin
ningún género de duda, aquella visión del Crucificado
que tuviste al principio de tu conversión, y que traspasó tu
alma con la espada de una dolorosa compasión, así como también
aquella voz que escuchaste, procedente de la cruz como del trono sublime
de Cristo y de su secreto propiciatorio, según tú mismo lo
afirmaste con tus sagradas palabras.
13.10 Ya también se puede creer y asegurar con certeza que no fueron
puras visiones imaginarias, sino verdaderas revelaciones del cielo, aquellos
hechos acaecidos durante el desarrollo de tu conversión: la cruz que
el hermano Silvestre vio salir prodigiosamente de tu boca; las espadas en
forma de cruz que vio atravesar tu cuerpo el santo hermano Pacífico,
y tu misma aparición en figura de cruz elevada en el aire cuando San
Antonio predicaba acerca del título de la cruz, conforme a la visión
tenida por el angélico varón Monaldo.
13.10 Ya por fin, hacia los últimos días de tu vida, el habérsete
mostrado en una misma visión la sublime imagen del Serafín
y la humilde efigie del Crucificado, que te abrasó en el interior
y te signó al exterior como a otro ángel que sube del oriente
para que lleves en ti el sello de Dios vivo: todo ello corrobora más
y más la fe en las cosas antes referidas y, a su vez, recibe de éstas
un testimonio de su veracidad.
13.10 He aquí las siete maravillosas apariciones de la cruz de Cristo
verificadas en ti y en torno a tu persona y mostradas según el orden
cronológico. A través de las seis primeras, como por otras
tantas gradas, llegaste a la séptima, donde hallarías finalmente
reposo. En efecto, la cruz de Cristo, que en los inicios de tu conversión
te fue propuesta y que tú asumiste; esa cruz que después a
lo largo de tu existencia llevaste continuamente en ti con una vida santísima
y la mostraste para ejemplo de los demás, deja entrever con tal claridad
y certeza el hecho de haber tú alcanzado finalmente el ápice
de la perfección evangélica, que ninguna persona verdaderamente
devota puede rechazar esta demostración de la sabiduría cristiana
esculpida en el polvo de tu carne, ningún verdadero fiel la puede
impugnar, ni despreciarla ninguno que sea verdaderamente humilde, porque
se trata de una demostración expresada por el mismo Dios, y digna,
por tanto, de ser plenamente aceptada.
Capítulo XIV.
Paciencia del Santo y su muerte
14.1 Clavado ya en cuerpo y alma a la cruz juntamente con Cristo, Francisco
no sólo ardía en amor seráfico a Dios, sino que también,
a una con Cristo crucificado, estaba devorado por la sed de acrecentar el
número de los que han de salvarse. No pudiendo caminar a pie a causa
de los clavos que sobresalían en la planta de sus pies, se hacía
llevar su cuerpo medio muerto a través de las ciudades y aldeas para
animar a todos a llevar la cruz de Cristo.
14.1 Y, dirigiéndose a sus hermanos, les decía: Comencemos,
hermanos, a servir al Señor nuestro Dios, porque bien poco es lo que
hasta ahora hemos progresado. Se abrasaba también en el ardiente deseo
de volver a la humildad de los primeros tiempos, para servir, como al principio,
a~ los leprosos y reducir a la antigua servidumbre su cuerpo, desgastado
ya por el trabajo y sufrimiento.
14.1 Proponíase, bajo la guía de Cristo, llevar a cabo cosas
grandes, y, aunque sumamente débil en su cuerpo, pero vigoroso y férvido
en el espíritu, soñaba con nuevas batallas y nuevos triunfos
sobre el enemigo, pues no hay lugar para la flojedad y la pereza allí
donde el estimulo del amor apremia siempre a empresas mayores. Era tal la
armonía que reinaba entre su carne y su espíritu, tal la prontitud
de mutua obediencia, que, cuando el espíritu se esforzaba por tender
a la cima más alta de la santidad, la carne no sólo no le ponía
el menor obstáculo, sino que procuraba adelantarse a sus deseos.
14.2 Y. A fin de que el varón de Dios fuera creciendo en el cúmulo
de méritos que hallan su verdadera consumación en la paciencia,
comenzó a padecer tantas y tan graves enfermedades, que apenas quedaba
en su cuerpo miembro alguno sin gran dolor y sufrimiento. Al fin fue reducido
a tal estado por estas variadas, prolongadas y continuas dolencias, que,
consumidas ya sus carnes, sólo parecía quedársele la
piel adherida a los huesos. Y, a pesar de sufrir en su cuerpo tan acerbos
dolores, pensaba que a sus angustias no se les debía llamar penas,
sino hermanas.
14.2 Cierto día en que se veía más fuertemente afligido
que de ordinario por las punzadas del dolor, le dijo un hermano de gran simplicidad:
Hermano, ruega al Señor que te trate con mayor suavidad, pues parece
que hace sentir sobre ti más de lo debido el peso de su mano. Al oír
estas palabras, exclamó el Santo con un gran gemido: "Si no conociera
tu cándida simplicidad, desde ahora detestaría tu compañía,
porque te has atrevido a juzgar reprensibles los juicios de Dios respecto
de mi persona". Y, aunque estaba su cuerpo triturado por las prolijas y graves
dolencias, se arrojó al suelo, recibiendo sus débiles huesos
en la caída un duro golpe. Y, besando la tierra, dijo: Gracias te
doy, Señor Dios mío, por todos estos dolores, y te ruego, Señor
mío, que los centupliques, si así te place; porque me será
muy grato que no me perdones afligiéndome con el dolor, siendo así
que mi supremo consuelo se cifra en cumplir tu santa voluntad».
14.2 Por ello les parecía a sus hermanos ver en él a un nuevo
Job, en quien, a medida que crecía la debilidad de la carne, se intensificaba
el vigor del espíritu. El Santo tuvo con mucha antelación conocimiento
de la hora de su muerte, y, estando cercano el día de su tránsito,
comunicó a sus hermanos que muy pronto iba a abandonar la tienda de
su cuerpo, según se lo había revelado el mismo Cristo.
14.3 Probado, pues, con múltiples y dolorosas enfermedades durante
los dos años que siguieron a la impresión de las sagradas llagas
y trabajado a base de tantos golpes, como piedra destinada a colocarse en
el edificio de la Jerusalén celeste y como material dúctil
fabricado hasta la perfección con el martillo de numerosas tribulaciones,
el vigésimo año de su conversión Francisco pidió
ser trasladado a Santa María de la Porciúncula para exhalar
el último aliento de su vida allí donde había recibido
el espíritu de gracia. Habiendo llegado a este lugar, con el fin de
mostrar con un ejemplo de verdad que nada tenía él de común
con el mudo en medio de aquella enfermedad tan grave que dio término
a todas sus dolencias, llevado del fervor de su espíritu, se postró
totalmente desnudo sobre la desnuda tierra, dispuesto en aquel trance supremo
- en que el enemigo podía aún desfogar sus iras - a luchar
desnudo con el desnudo.
14.3 Postrado así en tierra y despojado de su vestido de saco, elevó,
en la forma acostumbrada, su rostro al cielo, y, fijando toda su atención
en aquella gloria, cubrió con la mano izquierda la herida del costado
derecho a fin de que no fuera vista. Y, vuelto a sus hermanos, les dijo:
Por mi parte he cumplido lo que me incumbía; que Cristo os enseñe
a vosotros lo que debéis hacer.
14.4 Lloraban los compañeros del Santo, con el corazón traspasado
por el dardo de una extraordinaria compasión, y uno de ellos, a quien
Francisco llamaba su guardián, conociendo por divina inspiración
los deseos del enfermo, corrió presuroso en busca de la túnica,
la cuerda y los calzones, y, ofreciendo estas prendas al pobrecillo de Cristo,
le dijo: "Te las presto como a pobre que eres y te mando por santa obediencia
que las recibas".
14.4 Se alegra de ello el santo varón y su corazón salta de
júbilo al comprobar que hasta el fin ha guardado fidelidad a dama
Pobreza y, elevando las manos al cielo, glorifica a su Cristo, porque, despojado
de todo, se dirige libremente a su encuentro. Todo esto lo hizo llevado de
su ardiente amor a la pobreza, de modo que no quiso tener ni siquiera el
hábito sino prestado.
14.4 Ciertamente, quiso conformarse en todo con Cristo crucificado, que estuvo
colgado en la cruz: pobre, doliente y desnudo. Por esto, al principio de
su conversación permaneció desnudo ante el obispo, y, asimismo,
al término de su vida quiso salir desnudo de este mundo. Y a los hermanos
que le asistían les mandó por obediencia de caridad que, cuando
le viesen ya muerto, le dejasen yacer desnudo sobre la tierra tanto espacio
de tiempo cuanto necesita una persona para recorrer pausadamente una milla
de camino.
14.4 ¡Oh varón cristianísimo, que en su vida trató
de configurarse en todo con Cristo viviente, que en su muerte quiso asemejarse
a Cristo moribundo y que después de su muerte se pareció a
Cristo muerto! ¡Bien mereció ser honrado con una tal explícita
semejanza!
14.5 Acercándose, por fin, el momento de su tránsito, hizo
llamar a su presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando
de suavizar con palabras de consuelo el dolor que pudieran sentir ante su
muerte, los exhortó con paterno afecto al amor de Dios. Después
se prolongó, hablándoles acerca de la guarda de la paciencia,
de la pobreza y de la fidelidad a la santa Iglesia romana, insistiéndoles
en anteponer la observancia del Santo Evangelio a todas las otras normas.
14.5 Sentados a su alrededor todos los hermanos, extendió sobre ellos
las manos, poniendo los brazos en forma de cruz por el amor que siempre profesó
a esta señal, y, en virtud y en nombre del Crucificado, bendijo a
todos los hermanos tanto presentes como ausentes. Añadió después:
"Estad firmes, hijos todos, en el temor de Dios y permaneced siempre en él.
Y como ha de sobrevenir la prueba y se acerca ya la tribulación, felices
aquellos que perseveraren en la obra comenzada. En cuanto a mí, yo
me voy a mi Dios, a cuya gracia os dejo encomendados a todos".
14.5 Concluida esta suave exhortación, mandó el varón
muy querido de Dios se le trajera el libro de los evangelios y suplicó
le fuera leído aquel pasaje del evangelio de San Juan que comienza
así: Antes de la fiesta de Pascua. Después de esto entonó
él, como pudo, este salmo: A voz en grito clamo al Señor, a
voz en grito suplico al Señor, y lo recitó hasta el fin, diciendo:
Los justos me están aguardando hasta que me des la recompensa.
14.6 Cumplidos, por fin, en Francisco todos los misterios, liberada su alma
santísima de las ataduras de la carne y sumergida en el abismo de
la divina claridad, se durmió en el Señor este varón
bienaventurado. Uno de sus hermanos y discípulos cómo aquella
dichosa alma subía derecha al cielo en forma de una estrella muy refulgente,
transportada por una blanca nubecilla sobre muchas aguas. Brillaba extraordinariamente,
con la blancura de una sublime santidad, y aparecía colmada a raudales
de sabiduría y gracia celestiales, por las que mereció el santo
varón penetrar en la región de la luz y de la paz, donde descansa
eternamente con Cristo.
14.6 Asimismo, el hermano Agustín, ministro a la sazón de los
hermanos en la Tierra de Labor, varón santo y justo - que se encontraba
a punto de morir y hacía ya tiempo que había perdido el llabla
- , de pronto exclamó ante los hermanos que le oían: "Espérame,
Padre, espérame, que ya voy contigo!" Pasmados los hermanos, le preguntaron
con quién hablaba de forma tan animada; y él contestó:
Pero ¿no veis a nuestro padre Francisco que se dirige al cielo? Y
al momento aquella santa alma, saliendo de la carne, siguió al Padre
santísimo.
14.6 El obispo de Asís había ido por aquel tiempo en peregrinación
al santuario de San Miguel, situado en el monte Gargano. Estando allí,
se le apareció el bienaventurado Francisco la noche misma de su tránsito
y le dijo: "Mira, dejo el mundo y me voy al cielo". Al levantarse a la mañana
siguiente, el obispo refirió a los compañeros la visión
que había tenido de noche, y vuelto a Asís comprobó
con toda certeza, tras una cuidadosa investigación, que a la misma
hora en que se le presentó la visión había volado de
este mundo el bienaventurado Padre.
14.6 Las alondras, amantes de la luz y enemigas de las tinieblas crepusculares,
a la hora misma del tránsito del santo varón, cuando al crepúsculo
iba a seguirle ya la noche, llegaron en una gran bandada por encima del techo
de la casa y, revoloteando largo rato con insólita manifestación
de alegría, rendían un testimonio tan jubiloso como evidente
de la gloria del Santo, que tantas veces las había solido invitar
al canto de las alabanzas divinas.
Capítulo XV.
Canonización. Traslado de su cuerpo
15.1 Francisco, siervo y amigo del Altísimo, fundador y guía
de la Orden de los hermanos menores, seguidor de la pobreza, modelo de penitencia,
pregonero de la verdad, espejo de santidad y ejemplar de toda perfección
evangélica, prevenido por la gracia divina, ascendió, en forma
progresiva y ordenada, de los grados más ínfimos a las cimas
más altas.
E15.1 El Señor, que esclareció portentosamente en su vida a
este hombre admirable, por cuanto lo hizo muy rico en la pobreza, sublime
en la humildad, vigoroso en la mortificación, prudente en la simplicidad
e insigne por la integridad y pureza de costumbres, en su muerte lo hizo
aún incomparablemente más glorioso
15.1 Pues, al emigrar de este mundo el bienaventurado varón y penetrar
su bendita alma en la morada de la eternidad para gustar plenamente de la
fuente de vida transformado en un ser glorioso, dejó impresas en su
cuerpo unas señales de su futura gloria, de modo que aquella carne
santísima que, crucificada con los vicios, se había convertido
en una nueva criatura, no sólo llevase grabada, por singular privilegio,
la efigie de la pasión de Cristo, sino que también anunciase,
por la novedad del milagro, una cierta especie de resurrección.
15.2 Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma
carne, fabricados maravillosamente por el poder divino y tan connaturales
a ella, que, si se les presionaba por una parte, al momento sobresalían
por la otra, como si fueran nervios duros y de una sola pieza. Apareció
también muy visible en su cuerpo la llaga del costado - no infligida
ni producida por mano humana - , semejante a la del costado herido del Salvador,
que hizo patente en el mismo Redentor nuestro el sacramento de la redención
y regeneración de los hombres.
15.2 El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; mas la herida
del costado era rojiza y formaba, por la contracción de la carne,
una especie de círculo, presentándose a la vista como una rosa
bellísima. El resto de su cuerpo - antes, tanto por la enfermedad
como por su modo natural de ser, era de color moreno - brillaba ahora con
una blancura extraordinaria, como dando a entender la hermosura de su vestido
de gloria.
15.3 Los miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blandos y flexibles,
que parecían haber vuelto a ser tiernos como los de la infancia y
se presentaban adornados con algunas señales evidentes de inocencia.
En su carne blanquísima contrastaba la negrura de los clavos, mientras
la herida del costado aparecía rubicunda como una rosa de primavera.
No es extraño que tan bella y prodigiosa variedad suscitara en cuantos
la contemplaban sentimientos de gozo y admiración .
15.3 Lloraban los hijos por la pérdida de tan amable Padre, pero al
mismo tiempo experimentaban no pequeña alegría al besar en
aquel cuerpo las señales del Rey soberano. La novedad del milagro
convertía el llanto en júbilo, y el entendimiento se llenaba
de estupor al indagar el hecho. Era, en efecto, un espectáculo tan
insólito y sorprendente, que para cuantos lo contemplaban constituía
un afianzamiento en la fe y un incentivo de amor; y para quienes solamente
oían hablar de él, se convertía en objeto de admiración,
que despertaba un vivo deseo de verlo.
15.4 Tan pronto como se tuvo noticia del tránsito del bienaventurado
Padre y se divulgó la fama del milagro de la estigmatización,
el pueblo en masa acudió en seguida al lugar para ver con sus propios
ojos aquel portento, que disipara toda duda de sus mentes y colmara de gozo
sus corazones afectados por el dolor. Muchos ciudadanos de Asís fueron
admitidos para contemplar y besar las sagradas llagas.
15.4 Uno de ellos llamado Jerónimo, caballero culto y prudente además
de famoso y célebre, como dudase de estas sagradas llagas, siendo
incrédulo como Tomás, movió con mucho fervor y audacia
los clavos y con sus propias manos tocó las manos, los pies y el costado
del Santo en presencia de los hermanos y de otros ciudadanos; y resultó
que, a medida que iba palpando aquellas señales auténticas
de las llagas de Cristo, amputaba de su corazón y del corazón
de todos la más leve herida de duda. Por lo cual desde entonces se
convirtió, entre otros, en Un testigo cualificado de esta verdad conocida
con tanta certeza, y la confirmó bajo juramento poniendo las manos
sobre los libros sagrados.
15.5 Los hermanos e hijos, que fueron convocados para asistir al tránsito
del Padre a una con la gran masa de gente que acudió, consagraron
aquella noche en que falleció el santo confesor de Cristo a la recitación
de las alabanzas divinas, de tal suerte que aquello, más que exequias
de difuntos, parecía una vigilia de ángeles. Una vez que amaneció,
la muchedumbre que había concurrido tomó ramos de árboles
y gran profusión de velas encendidas y trasladó el sagrado
cadáver a la ciudad de Asís entre himnos y cánticos.
15.5 Al pasar por la iglesia de San Damián, donde moraba enclaustrada,
junto con otras vírgenes, aquella noble virgen Clara, ahora gloriosa
en el cielo, se detuvieron allí un poco de tiempo y les presentaron
a aquellas vírgenes consagradas el sagrado cuerpo, adornado con perlas
celestiales, para que lo vieran y lo besaran. Llegados por fin, radiantes
de júbilo, a la ciudad, depositaron con toda reverencia el precioso
tesoro que llevaban en la iglesia de San Jorge 3. Este era precisamente el
lugar en que siendo niño aprendió las primeras letras y donde
más tarde comenzó su predicación; aquí mismo,
finalmente, encontró su primer lugar de descanso.
15.6 El venerable Padre pasó del naufragio de este mundo el día
3 de octubre del año 1226 de la encarnación del Señor
al atardecer del sábado, y fue sepultado al día siguiente,
domingo. Muy pronto el bienaventurado varón - como si irradiara desde
lo alto el resplandor de su visión de la faz divina - comenzó
a brillar con grandes y numerosos milagros. Así, aquella sublime santidad
de Francisco, que mientras vivió en carne mortal se había hecho
patente al mundo con ejemplos de una perfecta justicia, convirtiéndolo
en guía de virtud, ahora que reinaba con Cristo venía corroborada
por el cielo mediante los milagros que realizaba la omnipotencia divina para
una absoluta confirmación de la fe.
15.6 Los gloriosos milagros que se realizaron en diversas partes del mundo
y los abundantes beneficios obtenidos por intercesión de Francisco,
encendían a muchos en el amor a Cristo y los movían a venerar
al Santo, a quien aclamaban no sólo con el lenguaje de las palabras,
sino también con el de las obras. De este modo, las maravillas que
Dios realizaba mediante su siervo Francisco llegaron a oídos del mismo
sumo pontífice señor Gregorio lX.
15.7 En verdad, el pastor de la Iglesia conocía con plena fe y certeza
la admirable santidad de Francisco, no solo por los milagros de que había
oído hablar después de su muerte, sino también por todas
aquellas pruebas que en vida del Santo había visto con sus propios
ojos y palpado con sus manos. Por esto, no abrigaba la menor duda de que
hubiera sido ya glorificado por el Señor en el cielo. Así,
pues, para proceder conformidad, con Cristo, cuyo vicario era, y guiado por
su piadoso afecto a Francisco, se propuso hacerlo célebre en la tierra,
como dignísimo que era de toda veneración.
15.7 Mas para ofrecer al orbe entero la indubitable certeza de la glorificación
de este varón santísimo, ordenó que los milagros ya
conocidos, documentados por escrito y certificados por testigos fidedignos,
los examinaran aquellos cardenales que parecían ser menos favorables
a la causa. Discutidos diligentemente dichos milagros y aprobados por todos,
teniendo a su favor el unánime consejo y asentimiento de sus hermanos
y de todos los prelados que entonces se hallaban en la curia, el papa decretó
la canonización. Para ello se trasladó personalmente a la ciudad
de Asís, y el domingo día 16 de julio del año 1228 de
la encarnación del Señor, en medio de unos solemnísimos
actos que sería prolijo narrar, inscribió al bienaventurado
Padre en el catálogo de los santos.
15.8 El día 25 de mayo del año del Señor de 1230, con
la asistencia de los hermanos que se habían reunido en capítulo
general celebrado en Asís, fue trasladado aquel cuerpo, que vivió
consagrado al Señor, a la basílica construida en su honor.
Y mientras llevaban el sagrado tesoro sellado con la bula del Rey altísimo,
aquel cuya efigie ostentaba se dignó obrar numerosos milagros, a fin
de que, al olor salvífico que despedía, se sintieran atraídos
los fieles a correr en pos de Cristo. Y en verdad, si Dios hizo que Francisco
durante su vida le agradara tanto y lo convirtió en tan amado suyo
que, como a Enoc, lo transportó al paraíso por el don de la
contemplación, y como a Elías lo arrebató al cielo en
una carroza de fuego por el celo de la caridad, justo era que los dichosos
huesos de quien verdeaba ya entre las flores celestiales del vergel eterno
exhalaran desde el sepulcro su aroma en florecimiento maravilloso.
15.9 Por último, de la misma manera que este bienaventurado varón
resplandeció en vida por sus admirables ejemplos de virtud, así
desde su muerte hasta el día de hoy brilla en diversas partes del
mundo por sus estupendos milagros y prodigios, recibiendo con ello gloria
el divino poder. En efecto, gracias a sus méritos encuentran remedio
los ciegos y los sordos, los mudos y los cojos, los hidrópicos y los
paralíticos, los endemoniados y los leprosos, los náufragos
y los cautivos, y se presta socorro a todas las enfermedades, necesidades
y peligros; y los muchos muertos prodigiosamente resucitados por su mediación
patentizan a los fieles la magnificencia y el poder el Altísimo, que
glorifica a su Santo. A El honor y gloria por infinitos siglos de los siglos.
Amén.
PARTE TERCERA
RELACIÓN DE ALGUNOS MILAGROS DE SAN FRANCISCO
DESPUÉS DE SU MUERTE
1. MILAGROS DE LAS SAGRADAS LLAGAS
01.1 Al disponerme a narrar, para honor de Dios omnipotente y gloria del
bienaventurado padre Francisco después de su glorificación
en los cielos, algunos de los milagros aprobados, he pensado que es obligado
dar comienzo por aquel en que de modo particular se pone de relieve el poder
de la Cruz de Jesús y se renueva .su gloria.
01.1 Porque este hombre nuevo Francisco resplandeció con un nuevo
y estupendo milagro, apareció distinguido con un privilegio singular
no concedido en tiempos pasados, es decir, fue condecorado con las sagradas
llagas y su cuerpo - cuerpo de muerte - fue configurado al cuerpo del Crucificado.
Todo lo que sobre esto se diga quedará siempre por bajo de la alabanza
que se merece.
01.1 Ciertamente, todo el interés del varón de Dios, lo mismo
pública que privadamente, se centró en la cruz del Señor.
Y para que el cuerpo quedara marcado exteriormente con el signo de la cruz,
impreso ya en su corazón desde el principio de su conversión,
envolviéndose en la misma cruz, adoptó un hábito de
penitencia con forma de cruz, y así quiso que, como su alma se había
revestido interiormente de Cristo crucificado, su Señor, del mismo
modo su cuerpo quedara revestido la armadura de la Cruz, y que al igual que
Dios había abatido a los poderes infernales con este signo, con el
militara su ejército para el Señor.
01.1 Desde los primeros tiempos en que comenzó a militar en servicio
del Crucificado resplandecieron en torno a su persona diversos misterios
de la cruz, como más claramente se pone de manifiesto al que considera
el desarrollo de su vida, como, en efecto, a través de siete manifestaciones
de la cruz del Señor, fue totalmente transformado, mediante la virtud
de su amor extático, tanto en sus pensamientos como en sus afectos
y acciones, en la efigie del Crucificado.
01.1 Justamente, pues, la clemencia del sumo Rey, condescendiendo generosamente
en favor de sus amantes en medida que supera todo lo que el hombre puede
pensar, imprimiéndola en su cuerpo, lo hizo portador de la insignia
de la cruz, para que aquel que había sido previamente distinguido
con un prodigioso amor a la cruz, fuera también glorificado con el
prodigioso honor de la misma.
01.2 A corroborar la firmeza indestructible de este estupendo milagro de
las llagas y alejar de la mente toda sombra de duda, no sólo contribuyen
los testimonios, dignos de toda fe, de aquellos que las vieron y palparon,
sino también las maravillosas apariciones y milagros que resplandecieron
después de su muerte.
01.2 El señor papa Gregorio IX, de feliz memoria, a quien el varón
santo había anunciado proféticamente que sería sublimado
a la dignidad apostólica, antes de inscribir al portaestandarte de
la cruz en el catálogo de los santos llevaba en su corazón
alguna duda respecto de la llaga del costado.
01.2 Pero una noche, según lo refería con lágrimas en
los ojos el mismo feliz pontífice, se le apareció en sueños
el bienaventurado Francisco con una cierta severidad en el rostro, y, reprendiéndole
por las perplejidades de su corazón, levantó el brazo derecho,
le descubrió la llaga del costado y le pidió una copa para
recoger en ella la sangre que abundante manaba de su costado. Ofrecióle
el sumo pontífice en sueños la copa que le pedía, y
parecía llenarse hasta el borde de la sangre que brotaba del costado.
01.2 Desde entonces sintióse atraído por este sagrado milagro
con tanta devoción y con un celo tan ardiente, que no podía
tolerar que nadie con altiva presunción tratase de impugnar y oscurecer
la espléndida verdad de aquellas señales sin que fuese objeto
de su severa corrección.
01.3 Había un hermano, menor por su orden, predicador de oficio, distinguido
por su virtud y fama, firmemente persuadido de las llagas del Santo. Como
quisiera penetrar humanamente las razones de este milagro, comenzó
a ser probado por las molestias de una cierta duda. Durante largos días
sufrió él la lucha interior, a la par que la curiosidad natural
iba tomando cuerpo; cierta noche mientras dormía se le apareció
Francisco con los pies enlodados; presentaba un rostro humildemente severo
y pacientemente airado; y le dijo: "Qué clase de dudas y conflictos
y qué sabias perplejidades traes dentro de ti? Mira mis manos y mis
pies". Observa el hermano las manos traspasadas, pero no ve las llagas en
los pies enlodados. "Aparta - le dijo el Santo - el lodo de mis pies y reconoce
el lugar de los clavos".
01.3 Habiendo tomado devotamente los pies entre sus manos, le parecía
que limpiaba el lodo en que estaban envueltos y que con sus manos tocaba
el lugar de los clavos. Al despertar se deshace en lágrimas, y con
un copioso llanto y una confesión pública limpia aquellos sentimientos
anteriores, en cierto modo manchados con el lodo de las dudas.
01.4 Había en la ciudad de Roma una matrona, noble por la nobleza
de sus costumbres y por el glorioso linaje de sus padres, que había
escogido a San Francisco por abogado suyo. En la alcoba en que en lo escondido
oraba al Padre, tenía ella una imagen pintada del Santo.
01.4 Un día, mientras estaba entregada a la oración, se dio
cuenta de que en la imagen faltaban las sagradas señales de las llagas,
y comenzó a afligirse no poco y a admirarse. Pero nada extraño
que en la pintura no hubiera lo que el pintor había omitido. Durante
muchos días estuvo dando vueltas en su cabeza al asunto y preguntándose
cuál podía ser la causa de aquella falta en la imagen; y, de
repente, un día aparecieron en la pintura las maravillosas señales,
tal como suelen estar representadas en otras pinturas del mismo Santo.
01.4 Estremecida por la novedad, llamó inmediatamente a una hija suya,
también ella consagrada a Dios, y le preguntó si la imagen
había estado hasta entonces sin las llagas. La hija afirma y jura
que la imagen no tenía antes las llagas y que ahora ciertamente las
lleva. Pero como frecuentemente la mente humana va por sí misma al
precipicio y pone en duda la verdad, penetra de nuevo en el corazón
de aquella matrona la duda perniciosa de si la imagen no habría estado
desde el principio en la forma en que ahora aparecía.
01.4 Entonces, el poder de Dios añade al primero un segundo milagro:
al punto se borraron las señales de las llagas y la imagen quedó
despojada del privilegio de las mismas para que por este segundo prodigio
quedara confirmado el primero.
01.5 En la ciudad de Lérida, en Cataluña, tuvo lugar también
el siguiente hecho. Un hombre llamado Juan, devoto de San Francisco atravesaba
de noche un camino donde acechaban para dar muerte a un hombre que ciertamente
no era él, que no tenía enemigos. Pero el hombre a quien querían
matar le era muy parecido y en aquella sazón formaba parte de su acompañamiento.
01.5 Saliendo un hombre de la emboscada preparada y pensando que el dicho
Juan era su enemigo, le hirió tan de muerte con repetidos golpes de
espada, que no había esperanza alguna de que recobrase la salud. En
el primer golpe le cercenó casi por completo el hombro con el brazo;
en un segundo golpe le hizo debajo de la tetilla una herida tan profunda
y grande, que el aire que de ella salía podría ser bastante
para apagar unas seis velas que ardieran juntas. A juicio de los médicos,
la curación era imposible porque, habiéndose gangrenado las
heridas, despedían un hedor tan intolerable, que hasta a su propia
mujer le repugnaba fuertemente; en lo humano no les quedaba remedio alguno.
01.5 En este trance se volvió con toda la devoción que pudo
al bienaventurado padre Francisco para impetrar su patrocinio; ya antes,
en el momento de ser golpeado, le había invocado con inmensa confianza,
como había invocado también a la Santísima Virgen.
01.5 Y he aquí que, mientras aquel desgraciado estaba postrado en
el lecho solitario de la calamidad y, velando y gimiendo, invocaba frecuentemente
el nombre de Francisco, de pronto se le hace presente uno, vestido con el
hábito de hermano menor, que, al parecer, había entrado por
la ventana. Llamándole éste por su nombre, le dijo: Mira, Dios
te librará, porque has tenido confianza en mí". Preguntóle
el enfermo quién era, y el visitante le contestó que él
era Francisco. Al punto se le acercó, le quitó las vendas de
las heridas y, según parecía, ungió con un ungüento
todas las llagas.
01.5 Tan pronto como sintió el suave contacto de aquellas manos sagradas,
que en virtud de las llagas del Salvador tenían poder pala sanar,
desaparecida la gangrena, restablecida la carne y cicatrizadas las heridas,
recobró íntegramente su primitiva salud. Tras esto desapareció
el bienaventurado Padre.
01.5 Sintiéndose sano y prorrumpiendo alegremente en alabanzas de
Dios y de San Francisco, llamó a su mujer. Ella acude velozmente a
la llamada, y al ver de pie a quien creía iba a ser sepultado al día
siguiente, impresionada enormemente por el estupor, llena de clamores todo
el vecindario. Presentándose los suyos, se esforzaban en encamarlo
como si se tratase de un frenético. Pero, él, resistiéndose,
aseguraba que estaba curado, y así se mostraba.
01.5 El estupor los dejó tan atónitos, que, como si hubieran
sido privados de la mente, creían que lo que estaban viendo era algo
fantástico. Porque aquel a quien poco antes habían visto desgarrado
por atrocísimas heridas y ya todo putrefacto, lo veían alegre
y totalmente incólume. Dirigiéndose a ellos el que había
recuperado la salud, les dijo: No temáis y no creáis que es
falso lo que veis, porque San Francisco acaba de salir de este lugar y con
el contacto de sus sagradas manos me ha curado totalmente de mis heridas.
01.5 A medida que crece la fama del milagro, va acudiendo presuroso el pueblo
entero que, comprobando en un prodigio tan evidente el poder de las llagas
de San Francisco, se llena de admiración y gozo a un tiempo y glorifica
con grandes alabanzas al portador de las señales de Cristo.
01.5 Justo era, en verdad, que el bienaventurado Padre, muerto ya a la carne
y viviendo con Cristo, diera la salud a aquel hombre mortalmente herido con
la admirable manifestación de su presencia y con el suave contacto
de sus manos sagradas, ya que llevaba en su cuerpo las llagas de Aquel que,
muriendo por misericordia y resucitando maravillosamente, sanó, por
el poder de sus llagas, al género humano, que estaba herido y medio
muerto yacía abandonado.
01.6 En Potenza, ciudad de la Pulla, vivía un clérigo, Rogero
de nombre, varón honorable y canónigo de la iglesia mayor.
Atormentado por la enfermedad, entró para orar en una iglesia; había
en ella un cuadro de San Francisco, representado con las llagas gloriosas.
Al verlas comenzó a dudar de aquel sublime milagro, como cosa del
todo insólita e imposible.
01.6 De repente, mientras su mente, herida por la duda, divagaba en pensamientos
insensatos, se sintió fuertemente golpeado en la palma de la mano
izquierda, cubierta con un guante, al tiempo que oyó el silbido como
de flecha que es despedida por una ballesta. Al punto, lacerado por la herida
y estupefacto por el sonido, se quita el guante de la mano para ver con sus
propios ojos lo que había percibido por el tacto y el oído.
Sin que antes hubiera en la palma lesión alguna, observó que
en medio de la mano tenía una herida que parecía producida
por una flecha; de ella salía un ardor tan violento, que creía
desfallecer.
01.6 ¡Cosa maravillosa! En el guante no había ninguna señal,
para que se viera que el castigo de la herida infligida misteriosamente correspondía
a la herida oculta del corazón. Estimulado por agudísimo dolor,
clama y ruge durante dos días y descubre a todos el velo de su incrédulo
corazón. Confiesa y jura creer que ciertamente en el Santo existieron
las sagradas llagas y asegura que en su mente han desaparecido todas las
sombras de dudas. Suplicante, se dirige al santo de Dios para rogarle que
le ayude por sus sagradas llagas, bañando las insistentes plegarias
del corazón con un río de lágrimas en los ojos.
01.6 ¡Prodigioso! Desechada la incredulidad, a la salud del alma sigue
la del cuerpo. Se calma del todo el dolor, se apaga el ardor, no queda vestigio
alguno de lesión. La divina Providencia quiso en su misericordia curar
la oculta enfermedad del espíritu por medio del cauterio exterior
de la carne. Curada el alma, quedó también sanada la carne.
01.6 El hombre aprende a ser humilde, se convierte en devoto de Dios y queda
vinculado al Santo y a la Orden de los hermanos por una perpetua familiaridad.
Este ruidoso milagro fue confirmado con juramento y ratificado con documento
sellado por el obispo, y así ha llegado su noticia hasta nosotros.
01.6 A nadie, pues, le sea dado dudar de la autenticidad de las sagradas
llagas. Nadie, porque Dios es bueno, mire este hecho con ojos maliciosos,
como si la dádiva de este don cuadrara mal con la sempiterna bondad
de Dios. Porque, si fueron muchos los miembros que con el mismo amor seráfico
se unieron a Cristo cabeza para que fuesen hallados di nos de ser revestidos
en la batalla con una armadura semejante y digno de ser elevados en el reino
a una gloria semejante, nadie de sano juicio deja ría de afirmar que
esto pertenece a la gloria de Cristo.
2. MUERTOS RESUCITADOS
02.1.En la población de Monte Marano, cerca de Benevento, murió
una mujer particularmente devota de San Francisco. Durante la noche, reunido
el clero para celebrar las exequias y hacer vela cantando salmos, de repente,
a la vista de todos, se levantó del túmulo la mujer y llamó
a un sacerdote de los presentes, padrino suyo, y le dijo: Quiero confesarme,
padre; oye mi pecado. Ya muerta, iba a ser encerrada en una cárcel
tenebrosa, porque no me había confesado todavía de un pecado
que te voy a descubrir.
02.1 Pero rogó por mí San Francisco, a quien serví con
devoción durante mi vida, y se le ha concedido volver ahora al cuerpo,
para que, revelando aquél pecado, merezca la vida eterna. Y una vez
que confiese mi pecado, en presencia de todos vosotros marcharé al
descanso prometido". Habiéndose confesado, estremecida, al sacerdote,
igualmente estremecido, y, recibida la absolución, tranquilamente
se tumbó en el lecho y se durmió felizmente en el Señor.
02.2 En Pomarico, Castro situado en las montañas de la Pulla, vivía
con sus padres una hija única de corta edad, querida tiernísimamente
por ellos. Muerta a consecuencia de grave enfermedad, sus padres, que no
tenían ya esperanza de sucesión, se consideraban como muertos
con ella. Reunidos los parientes y amigos para asistir a aquel tristísimo
funereal, yacía la desgraciada madre oprimida por indecible dolor
y sumergida en suprema tristeza, sin darse cuenta en absoluto de lo que sucedía
a su alrededor.
02.2 En esto, San Francisco, acompañado de un solo compañero,
se dignó aparecer y visitar a la desconsolada mujer, a la que reconocía
como devota suya. Dirigiéndose a ella, le dijo estas consoladoras
palabras: "No llores, porque la luz de tu antorcha que crees se ha apagado,
te será devuelta por mi intercesión". Se levantó al
instante la mujer, y, manifestando a todos lo que el Santo le había
dicho, no permitió que se llevaran el cuerpo muerto de su hija, sino
que, invocando con gran fe a San Francisco, tomó a su hija muerta
y, viéndolo todos y admirándolo, la levantó viva y completamente
sana.
02.3 Los hermanos de Nocera necesitaban por algún tiempo un carro,
y se lo pidieron a un hombre llamado Pedro. En vez de acceder a la petición,
neciamente se desató en palabras ofensivas, y, en lugar de prestar
lo que en honor de San Francisco de él se solicitaba, hasta vomitó
una blasfemia contra el nombre del Santo. En seguida le pesó su necedad
y le dominó un terror divino, temiendo que se descargara sobre su
persona la ira de Dios, como efectivamente bien presto sucedió: enfermó
súbitamente su hijo primogénito y después de breve tiempo
falleció.
02.3 El desgraciado padre se revolvía por tierra, e, invocando sin
cesar al santo de Dios Francisco, exclamaba entre lágrimas: Yo soy
el que he pecado, yo el que he hablado inicuamente; debiste haber cargado
sobre mi persona tus azotes. Devuelve, ¡oh santo! al arrepentido lo
que arrebataste al blasfemo impío. Yo me consagro a ti, me pongo para
siempre a tu servicio; en tu honor ofreceré de continuo a Cristo un
devoto sacrificio de alabanza". ¡Maravilloso! a estas palabras resucitó
el niño, y, pidiendo que dejaran de llorar, aseguró que al
morir, después de salido del cuerpo, fue acogido por el bienaventurado
Francisco y que por él mismo había sido devuelto a la vida.
02.4 Un niño de apenas siete años, hijo de un notario de la
ciudad de Roma, quería - cosa muy propia de niños - seguir
a su madre, que iba a la iglesia de San Marcos; al obligarlo ella a quedar
en casa, se arrojó por una ventana del palacio, y con el último
golpe quedó muerto instantáneamente. La madre, que todavía
no se había alejado mucho, al oír el ruido del golpe, sospechando
que su hijo se había caído, volvió apresuradamente,
y, comprobando que le había sido arrebatado su hijo con tan lamentable
accidente, al punto se lo recriminó a sí misma, y con gritos
dolorosos sobresaltó a toda la vecindad, moviéndola al lamento
02.4 Un hermano de la Orden de los Menores llamado Raho, que iba a predicar
y en aquel momento pasaba por allí, se acercó al niño
y lleno de fe dijo al padre: "Crees que el santo de Dios Francisco, por el
amor que siempre tuvo a Cristo, muerto en la cruz para devolver la vida a
los hombres, puede resucitar a tu hijo?", Respondióle que lo creía
firmemente y lo confesaba con fe y que se pondría para siempre al
servicio del Santo si por los méritos del mismo lograba obtener de
Dios una gracia tan grande. Postróse aquel hermano con su compañero
en actitud de oración, exhortando a todos los presentes a que se asociaran
a ella. Terminada la oración, el niño comenzó a bostezar
levemente, luego abrió los ojos y levantó los brazos; en seguida
se puso de pie por sí mismo y se paseó ante todos totalmente
restablecido, devuelto a la vida y a la salud por el poder maravilloso del
Santo.
02.5 Ocurrió en la ciudad de Capua que, jugando un niño con
otros muchos a la orilla del río Volturno, por imprudencia cayó
a lo profundo de las aguas, y, siendo devorado rápidamente por la
corriente impetuosa, quedó muerto y enterrado en el fango. A los gritos
de los otros niños que con él jugaban a la orilla del río,
se agolpó allí una gran multitud de gente. Se pusieron todos
a invocar humilde y devotamente al bienaventurado Francisco, y pedían
que, mirando la fe de sus devotos padres, librase al niño del peligro
de muerte; un nadador que estaba algo alejado oyó los gritos de la
gente y se acercó al lugar. Después de una pesquisa, invocó
la ayuda del bienaventurado Francisco, y dio con el lugar donde el fango,
a modo de sepulcro, había cubierto el cadáver del niño.
02.5 Al desenterrarlo y sacarlo fuera, miró con dolor al difunto.
Aunque el pueblo que estaba presente veía muerto al pequeño,
sin embargo, entre sollozos y gemidos, continuaba clamando: "San Francisco,
devuelve el niño a su padre!". Y hasta los judíos que se habían
acercado, conmovidos por natural piedad, decían: "¡San Francisco,
devuelve el niño a su padre!" Súbitamente, el niño,
con alegría y admiración de todos, se levantó enteramente
sano y pidió le llevasen a la iglesia de San Francisco para dar gracias
devotamente al Santo, por cuya virtud reconocía haber sido resucitado
milagrosamente.
02.6 En la ciudad de Sessa, en una aldea denominada Alle Colonne, al desplomarse
repentinamente una casa, engulló bajo sus escombros a un joven y lo
dejó muerto en el acto. Alertados por el estruendo del derrumbe, acudieron
de todas partes hombres y mujeres, que, removiendo maderos y piedras, hallaron
el cadáver del joven y se lo entregaron a su desgraciada madre. Sumergida
en amarguísimos sollozos, exclamaba como podía con voces lastimeras:
"¡San Francisco, San Francisco, devuélveme a mi hijo!" Pero
no sólo ella, sino todos los circunstantes imploraban con ardor el
valimiento del bienaventurado Padre. Como no se notaba ningún movimiento
ni voz en el cadáver, lo depositaron en el lecho en espera de enterrarlo
al día siguiente.
02.6 Pero la madre, que tenía confianza en el Señor por los
méritos de San Francisco, hizo voto de cubrir el altar de San Francisco
con un mantel nuevo si le devolvía la vida a su hijo. He aquí
que hacia la media noche comenzó el joven a bostezar y, entrando en
calor sus miembros, se levantó vivo y sano, y prorrumpió en
palabras de alabanza. Y movió también al pueblo, que se había
reunido a alabar y a dar gracias con alegría interior a Dios y a San
Francisco.
02.7 Un joven llamado Gerlandillo, oriundo de Ragusa, se fue a las viñas
en tiempo de vendimia. Cuando se colocaba en el depósito de vino debajo
de la prensa para llenar odres, de improviso, a causa del movimiento de unos
maderos, se desprendieron unas enormes piedras, que cayeron sobre su cabeza
y se la golpearon mortalmente.
02.7 Acudió en seguida el padre en su ayuda; pero, desesperado al
verlo sepultado, lo dejó como estaba. Oyendo las voces y el lúgubre
clamor del padre, se presentaron rápidamente los vendimiadores, que,
identificados con su gran dolor, extrajeron el cadáver del joven de
entre las piedras. El padre, postrado a los pies de Jesús, humildemente
pedía que por los méritos de San Francisco, cuya fiesta se
avecinaba, se dignase devolverle su único hijo. Redoblaba las súplicas,
prometía obras de piedad e incluso visitar el sepulcro del Santo con
su hijo, si lo resucitaba de entre los muertos. ¡Prodigioso en verdad!
En seguida, el joven, cuyo cuerpo había sido del todo aplastado, fue
devuelto a la vida y a una salud perfecta. Gozoso, se levantó a la
vista de todos. Reprendió a los que lloraban y les aseguró
que había devuelto a la vida por intercesión de San Francisco.
02.8 En Alemania resucitó el Santo a otro muerto. Fue un hecho que
el papa Gregorio IX certificó para alegría de todos al tiempo
de la traslación del cuerpo de San Francisco, mediante letras apostólicas
que dirigió a todos los hermanos que se habían reunido en Asís
pala asistir al capítulo y a la traslación. No he narrado este
milagro en sus detalles, porque los desconozco, pensando que el testimonio
papal sobrepuja en validez a toda otra afirmación.
3. SALVADOS DEL PELIGROS DE MUERTE
03.1 En los alrededores de la ciudad de Roma, cierto varón noble,
por nombre Rodolfo, a una con su devota mujer hospedó en su casa a
unos hermanos menores tanto por espíritu de hospitalidad como por
reverencia y amor a San Francisco. En aquella noche, estando dormido el centinela
del castro en lo alto de la torre, tumbado sobre un armazón de maderos
en el mismo estribo del muro, suelta la trabazón de los mismos, se
precipitó sobre la techumbre del palacio, y de allí al pavimento.
03.1 Toda la familia se despertó al estruendo de la caída,
y, enterados de la desgracia del centinela, acudieron a auxiliarle el señor
del castillo, su señora y los hermanos. Pero el centinela, que había
caído de lo alto, estaba sumergido en un sopor tan profundo, que no
se despertó ni a los golpes de la caída ni al estrépito
de la familia que acudía gritando.
03.1 Despertado por fin a fuerza de agitarlo, se puso a quejarse de que le
hubiesen privado de un dulce descanso, asegurando que se hallaba plácidamente
dormido entre los brazos de San Francisco. Siendo informado de la propia
caída por los demás y viéndose en tierra cuando se sabía
acostado en lo alto, estupefacto de lo sucedido sin haberse dado cuenta,
prometió delante de todos que haría penitencia por reverencia
de Dios y del bienaventurado Francisco.
03.2 En el castro de Pofi, en la Campania, un sacerdote llamado Tomás
fue a reparar un molino que era propiedad de la iglesia. Caminando sin precaución
por el borde del canal, por el que corrían aguas profundas y abundantes,
de improviso vino a caer y ser atrapado de forma extraña en el rodezno
que movía el molino. Prendido por el rodezno, quedó allí
boca arriba, recibiendo el impetuoso torrente de las aguas. Ya que no podía
con la lengua, interiormente invocaba gimiendo la ayuda de San Francisco.
Mucho tiempo permaneció en aquella situación, que sus compañeros
consideraban ya completamente desesperada. En un extremo intento de salvación,
movieron con violencia la muela en sentido contrario, logrando que dicho
sacerdote fuera despedido a las aguas, donde se revolvía agitado en
la corriente.
03.2 Fue entonces cuando un hermano menor, vestido de túnica blanca
y ceñido con un cordón, tomándole por el brazo con mucha
suavidad, lo sacó del río, diciendo: "Yo soy Francisco, a quien
tú invocaste". Liberado de esta forma y fuera de sí por el
estupor, quería besar las huellas de sus pies; ansioso, discurría
de una a otra parte, preguntando a los compañeros: "¿Dónde
está? ¿Adónde fue el Santo? ¿Por qué camino
desapareció?" Y aquellos hombres, asustados, se postraron en tierra,
glorificando las grandezas del Dios excelso y los méritos y virtudes
de su humilde siervo.
03.3 Unos jóvenes de Celano salieron a cortar hierba en unos campos.
Había allí un viejo pozo oculto, cubierto en su boca con hierbas
verdes. Tenía este pozo cerca de cuatro pasos en profundidad. Estando
os jóvenes trabajando separadamente por el campo, uno de ellos cayó
de improviso en el pozo; mientras las profundidades del pozo engullían
el cuerpo, su alma se elevaba buscando la ayuda de San Francisco y exclamando
fiel y devotamente durante la misma caída: "San Francisco, ayúdame!"
Los compañeros van de aquí para allá, y, comprobando
que el otro joven no comparece, lloran y lo buscan llamándolo a gritos
y recorriendo el campo de un extremo a otro. Descubrieron al fin que había
caído al pozo; apresuradamente se dirigieron al pueblo, comunicaron
lo acontecido y pidieron auxilio. De retorno al pozo en unión de muchos
hombres, uno de ellos, atado a una cuerda, fue bajado pozo adentro, y vio
al joven sentado en la superficie de las aguas y sin que hubiera sufrido
lesión alguna.
03.3 Extraído del pozo, dijo el joven a todos los presentes: "Cuando
súbitamente caí, invoqué la ayuda de San Francisco;
mientras me iba sumergiendo, se me hizo él presente, me alargó
la mano, me sujetó suavemente y no me abandonó en ningún
momento hasta que, juntamente con vosotros, me sacó del pozo."
03.4 Mientras el señor obispo de Ostia, luego sumo pontífice
con el nombre de Alejandro, predicaba en la iglesia de San Francisco de Asís
en presencia de la curia romana, una grande y pesada piedra dejada descuidadamente
en el púlpito, que era alto y de piedra, vino a caer, a consecuencia
de un fuerte empujón, sobre la cabeza de una mujer.
03.4 Creyendo los circunstantes que había quedado muerta y con la
cabeza del todo aplastada, la cubrieron con el manto que ella misma llevaba
puesto, para sacar el cadáver de la iglesia una vez terminado el sermón.
Mas ella se encomendó fielmente a San Francisco, ante cuyo altar se
encontraba. Y he aquí que, acabada la predicación, la mujer
se levantó ante todos totalmente sana, hasta el punto de que no se
veía en ella el más leve vestigio de lesión. Pero hay
todavía algo que es más admirable. Durante largo tiempo había
sufrido ella dolores casi continuos de cabeza, y - según confesión
propia posterior - , a partir de aquel momento, se vio libre de toda molestia
de enfermedad.
03.5 En Corneto, habiéndose reunido varios hombres devotos en el lugar
de los hermanos para fundir una campana, un muchacho de ocho años
llamado Bartolomé llevó a los hermanos algunos alimentos para
los trabajadores. De pronto, un viento impetuoso, que estremeció la
casa, echó sobre el muchacho una de las puertas grande y pesada; todos
creían que, aplastado por tan enorme peso, había perecido.
De tal modo lo cubría la ingente carga, que nada de él se veía.
03.5 Concurrieron todos los presentes e invocaban la diestra poderosa del
bienaventurado Francisco. El mismo padre del muchacho, que paralizados los
miembros por el dolor, no se podía mover, ofrecía con el corazón
y de palabra su hijo a San Francisco. Fue por fin levantada la funesta carga
de encima del muchacho, y aquel a quien creían muerto apareció
lleno de alegría, Como quien se despierta del sueño, no mostrando
en su cuerpo lesión alguna. Más tarde, a la edad de catorce
anos, este muchacho se hizo hermano menor y llegó a ser letrado y
famoso predicador.
03.6 Unos hombres de Lentilli cortaron una enorme piedra del monte para ser
colocada en el altar de una iglesia de San Francisco, que muy pronto iba
a ser consagrada. Unos cuarenta hombres trataban de colocar la ingente mole
sobre un vehículo; en uno de los esfuerzos, cayó la piedra
sobre uno de los hombres, cubriéndolo como losa de muerte. Desconcertados,
no sabían qué hacer. La mayor parte de los hombres se alejaron
desesperados. Pero diez hombres que quedaron invocaban con voz lastimosa
a San Francisco, pidiéndole no permitiera que un hombre entregado
a su servicio muriese de modo tan horrible. Recobraron el ánimo y
movieron la piedra con tanta facilidad, que nadie duda que allí estuvo
presente el poder de San Francisco.
03.6 Se levantó el hombre incólume en todos sus miembros; e
incluso obtuvo el beneficio de recuperar la vista, que la tenía un
tanto perdida. De esta forma se daba a entender a todos cuán eficaz
es, aún en casos desesperados, el poder de los méritos del
bienaventurado Francisco.
03.7 Un caso semejante sucedió en San Severino, en la Marca de Ancona.
Una piedra gigantesca, traída desde Constantinopla, era transportada,
con el esfuerzo de muchos hombres, a la basílica de San Francisco.
En un momento, deslizándose rápidamente, se precipitó
sobre uno de los hombres que la traían. Cuando todos pensaban que
estaba no sólo muerto, sino desmenuzado, le asistió el bienaventurado
Francisco, que levantó la piedra. Quitándose de encima el peso
de la piedra, saltó sano e incólume, sin lesión alguna.
03.8 Un ciudadano de Gaeta llamado Bartolomé trabajaba con todo afán
en la construcción de una iglesia de San Francisco. Se desprendió
de pronto una viga mal colocada, que, oprimiendo la cabeza, se la golpeó
gravemente. Como hombre fiel y piadoso que era, viendo inminente la muerte,
pidió el viático a un hermano que allí estaba.
03.8 Creyendo el hermano que iba a morir inmediatamente y que no le daba
tiempo para traerle el viático antes de que expirase, le recordó
aquellas palabras de San Agustín, diciéndole: "Cree, y ya lo
recibiste en alimento". La próxima noche se le apareció San
Francisco con otros once hermanos y, llevando un corderito en sus brazos
y se acercó al lecho y, llamándolo por su nombre le dijo: "Bartolomé,
no tengas miedo, porque no ha prevalecido contra ti el enemigo, que pretendía
impedir que trabajaras en mi servicio. Este es el cordero que pedías
te fuese dado, y que recibiste por el buen deseo; por su poder recibirás
también la doble salud del alma y del cuerpo; le pasó luego
la mano por las heridas y le mandó volviera al trabajo que había
comenzado.
03.8 Levantóse muy de mañana, y, presentándose alegre
e incólume ante aquellos que le habían dejado medio muerto,
los llenó de admiración y de estupor, excitándolos,
tanto por su ejemplo como por el milagro, a la reverencia y al amor del bienaventurado
Padre.
03.9 Cierto día, un hombre de Cepraro llamado Nicolás cayó
en manos de crueles enemigos. Con salvaje ferocidad lo cosieron a puñaladas,
y hasta tal punto se encarnizaron con él, que lo dejaron por muerto
o próximo a morir. El dicho Nicolás, al recibir los primeros
golpes, había exclamado en alta voz: "¡Salve Francisco, socórreme!
¡San Francisco, ayúdame!" Muchos oyeron desde lejos estas palabras,
pero no podían ellos auxiliarle.
03.9 Llevado a su casa, todo cubierto en su propia sangre, afirmaba confiadamente
que no vería la muerte por aquellas heridas y que desde aquel momento
no sentía dolores, porque San Francisco le había socorrido
y le había conseguido de Dios el poder hacer penitencia. Los hechos
confirmaron su aserto, porque, apenas se le limpió la sangre, contra
toda esperanza humana, quedó en seguida libre de todo mal.
03.10 El hijo de un noble del castro de San Geminiano era víctima
de una grave enfermedad, y, desesperado de toda posible curación,
había llegado al extremo de su vida. De sus ojos brotaba un chorro
de sangre como cuando se abre una vena en el brazo; viéndosele en
el resto de su cuerpo todos los demás signos de una muerte próxima,
se le juzgaba como muerto. Además, privado del uso de los sentidos
y del movimiento por la debilidad del espíritu y de sus fuerzas, parecía
difunto del todo.
03.10 Reunidos, como de costumbre, los parientes y amigos para celebrar el
duelo, y hablando de la sepultura, su padre, que tenía confianza en
el Señor, corrió con paso ligero a la iglesia de San Francisco
que había en aquel lugar y, colgada una cuerda al cuello, con toda
humildad se postró en tierra. De esta forma, haciendo votos e intensificando
sus rezos con suspiros y gemidos mereció tener a San Francisco como
abogado ante Cristo. Volvió el padre al lado de su hijo, y, encontrándolo
totalmente curado, el luto se convirtió en alegría.
03.11 Un prodigio semejante realizó el Señor por los méritos
del Santo en Cataluña en favor de una niña de la villa de Tamarit
y de otra de cerca de Ancona; estando ellas en el último trance a
causa de la enfermedad, sus padres invocaron con fe a San Francisco, quien
al momento las restituyó a una perfecta salud.
03.12 Cierto clérigo de Vicalvi llamado Mateo ingirió un día
un veneno mortífero; de tal manera se agravó, que, no siéndole
ya posible hablar, le quedaba sólo exhalar el último suspiro.
Un sacerdote le aconsejó que se confesara, pero no pudo conseguir
de él palabra alguna. El sacerdote pedía en su corazón
humildemente a Cristo que se dignase librarle de las fauces de la muerte
por los méritos de San Francisco Al momento, como confortado por el
Señor, pronunció con fe y devoción el nombre de San
Francisco ante los circunstantes, vomitó el veneno y dio gracias a
su libertador.
4. NÁUFRAGOS SALVADOS
04.1 Unos navegantes se encontraban en gran peligro de naufragio distantes
diez millas del puerto de Barletta. Arreciando la tempestad y dudando ya
de poder salvarse, echaron anclas. Pero, agitándose furiosamente el
mar por la fuerza del huracán, rotas las amarras y perdidas las anclas,
eran juguete de las olas, navegando sin rumbo fijo por las aguas.
04.1 Por fin, amainada la tempestad por designio divino, se dispusieron con
todo esfuerzo a recobrar las anclas, cuyos cabos flotaban en la superficie
de las aguas. No logrando su intento con sus propias fuerzas, acudieron a
la ayuda de muchos santos; pero, agotados por el sudor, no consiguieron durante
todo el día recuperar siquiera una sola de las anclas. Había
un marinero, Perfecto de nombre e imperfecto en las costumbres; con aire
de burla dijo a sus compañeros: "Mirad, habéis invocado el
auxilio de todos los santos y, lo estáis viendo, no hay ninguno que
nos socorra. Invoquemos a ese Francisco, santo nuevo. Veamos si se sumerge
en el mar y nos recupera las anclas perdidas."
04.1 Accedieron los otros marineros, no en plan de bulla, sino de verdad
a la sugerencia de Perfecto, y, reprendiéndole por sus palabras burlonas,
concertaron espontáneamente un voto con el Santo. Al momento, sin
otra ayuda, nadaron las anclas sobre las aguas, como si la naturaleza del
hierro hubiera adquirido la ligereza de la madera.
04.2 A bordo de una nave venía de ultramar un peregrino, del todo
extenuado por el agotamiento de su cuerpo a causa de unas altísimas
fiebres que había padecido. Se sentía atraído al bienaventurado
Francisco por un gran afecto de devoción y le había elegido
por abogado suyo delante del Rey del cielo. Todavía no estaba repuesto
perfectamente de la enfermedad; angustiado por los ardores de la sed y faltando
ya el agua, comenzó a gritar a grandes voces:. "Id con confianza;
dadme de beber, que San Francisco ha llenado de agua mi vaso". ¡Qué
sorpresa cuando encontraron lleno de agua el recipiente que antes había
quedado vacío!
04.2 Otro día se desencadenó una tempestad, y la nave era cubierta
por las aguas y hasta tal punto era azotada por olas gigantescas, que temieron
ya el naufragio. Entonces aquel enfermo comenzó a gritar por la nave:
Levantaos todos y salid al encuentro de San Francisco que viene a nosotros.
Está aquí presente para salvarnos". Y, postrándose en
tierra entre grandes voces y lágrimas, le rindió culto. Al
instante, con la visión del Santo, recobró del todo la salud
y se hizo la tranquilidad en el mar.
04.3 El hermano Jacobo de Rieti, atravesando en una pequeña barca
un río juntamente con otros hermanos, desembarcaron primero éstos
en la orilla y, por último, se dispuso a hacerlo él. Pero infortunadamente,
dio vuelta el pequeño bote, y nadando el que lo dirigía, el
hermano Jacobo se hundió en lo profundo de las aguas. Invocaban los
hermanos que se hallaban en la orilla al bienaventurado Francisco con súplicas
nacidas del corazón y pedían con gemidos y lágrimas
que socorriese a aquel hijo suyo.
04.3 También el hermano sumergido en aquellas aguas profundas imploraba
como le era posible con el corazón, ya que no podía hacerlo
con la boca, el auxilio del piadoso Padre. De pronto, San Francisco se le
hizo presente, y con su ayuda caminaba por las profundidades de las aguas
como por tierra seca; y, tomando la barca hundida, llegó con ella
sano y salvo a la orilla. ¡Oh extraña maravilla! Sus vestidos
no estaban mojados y ni siquiera una gota de agua se posó en su túnica.
04.4 Un hermano llamado Buenaventura navegaba con dos hombres por un lago;
rompióse en parte la barca a causa del ímpetu de las aguas,
y se hundió él en lo profundo con la barca y los compañeros.
Del fondo de aquel lago de miseria invocaron con grande confianza al misericordioso
padre Francisco, y súbitamente flotó la barca llena de agua,
y, conducida por el Santo, llegó con los náufragos a bordo
al puerto. Del mismo modo, Un hermano de Áscoli, sumergido en un río,
fue salvado por los méritos de San Francisco. También ocurrió
en el lago de Rieti que, encontrándose unos hombres y mujeres en un
aprieto semejante, invocaron el nombre de San Francisco, y salieron ilesos
del peligro de naufragio en aguas profundas.
04.5 Unos navegantes de Ancona, combatidos por una peligrosa tempestad, se
veían ya en riesgo de sufrir un naufragio. Cuando, sin esperanzas
de vida, invocaron suplicantes a San Francisco, apareció en la nave
una gran luz, y, como si el santo varón por su milagrosa influencia
tuviese poder para imperar a los vientos y al mar, sobrevino con aquella
luz de cielo la tranquilidad en las aguas.
04.5 Creo que no es posible relatar uno por uno todos los casos en que con
milagros prodigiosos ha brillado y sigue brillando el poder divino de este
santo Padre en los azares del mar y cuántas veces ha ofrecido su ayuda
a los que se encontraban en situación desesperada. En verdad, no debe
sorprendernos el poder concedido por Dios sobre las aguas a quien reina ya
en el cielo, si consideramos que, mientras vivía en carne mortal,
le servían maravillosamente todas las criaturas corporales vueltas
a su estado original.
5. PRESOS Y ENCARCELADOS PUESTOS EN LIBERTAD
05.1 Sucedió en Romania que un griego que servía a un señor
fue falsamente acusado de hurto. El dueño de la tierra mandó
que fuera encerrado en una estrecha cárcel y cargado de cadenas. Mas
la señora de la casa, compadecida del siervo, a quien consideraba
inocente del delito que se le imputaba, insistía ante el señor
con ardientes súplicas para que fuera liberado. Obstinado en su dureza,
el marido no accedió a los ruegos. Entonces, la señora recurrió
humildemente a San Francisco, y, haciendo un voto, encomendó a su
piedad al inocente. Pronto acudió el abogado de los desgraciados y
visitó en la cárcel misericordiosamente al siervo castigado.
Rompió las cadenas, abrió la cárcel y, tomando de la
mano al inocente, lo sacó fuera y le dijo: Yo soy aquel a quien tu
señora te ha encomendado devotamente. Sobrecogido por un gran temor
el siervo y teniendo que bajar de una altísima roca bordeando la sima,
en un momento, por el poder de su libertador, se encontró en el llano.
Volvió a su señora, y, contándole por su orden el suceso
milagroso, encendió con renovado fervor en la devota señora
el amor a Cristo y la veneración a su siervo Francisco.
05.2 En Massa de San Pedro, un pobrecillo debía una cantidad de dinero
a un caballero. No pudiendo pagarle de momento por su gran pobreza, apresado
por el caballero, le rogaba suplicante que tuviese misericordia y que por
amor a San Francisco le diese un plazo de espera. El soberbio caballero desechó
las súplicas del pobre y desconsideradamente despreció lo del
amor del Santo como algo inútil y vano. Altivamente le contestó:
Te encerraré en tal lugar y te recluiré en tal cárcel
que ni San Francisco ni ningún otro te podrán ayudar". Procuró
cumplir lo que dijo. Encontró una cárcel oscura, donde encadenado
encerró al pobre.
05.2 Poco después se presentó San Francisco y, abriendo la
cárcel y rompiendo los grillos de los pies, lo devolvió, sin
ningún daño a su casa. Así, el poder de Francisco conquistó
al soberbio caballero, libertó de su desgracia al cautivo que se había
confiado a su valimiento, y, mediante un admirable milagro, convirtió
la protervia del caballero en mansedumbre.
05.3 Alberto de Arezzo, puesto en durísima prisión a causa
de deudas que injustamente le reclamaban, humildemente encomendó su
inocencia a San Francisco. Amaba de modo extraordinario a la Orden de los
hermanos menores, y entre los santos veneraba con especial afecto a San Francisco.
05.3 Su acreedor, con palabras blasfemas, afirmó que ni San Francisco
ni Dios le podrían librar de sus manos. Sucedió que el encarcelado
no probó bocado la vigilia de San Francisco y por su amor dio el alimento
a un indigente; anocheciendo ya y estando en vela, se le apareció
San Francisco; a su entrada en la cárcel se desprendieron los cepos
de sus pies y cayeron las cadenas de sus manos, se abrieron por sí
las puertas, saltaron las tablas del techo, y, libre ya el preso, volvió
a su casa. Cumplió desde entonces el voto de ayunar la vigilia de
San Francisco, y en testimonio de su creciente devoción al Santo fue
añadiendo cada año una onza al cirio que solía ofrecer
anualmente.
05.4 Ocupando el solio pontificio el papa Gregorio IX, un hombre llamado
Pedro, de la ciudad de Alife, fue acusado de hereje y apresado en Roma, y,
por orden del mismo pontífice, entregado al obispo de Tívoli
para su custodia. El obispo, que debía guardarlo so pena de perder
su sede, para que no pudiera escapar lo hizo encerrar, cargado de cadenas,
en una oscura cárcel, dándole el pan estrictamente pesado,
y el agua rigurosamente tasada.
05.4 Habiendo oído que se aproximaba la vigilia de la solemnidad de
San Francisco, aquel hombre se puso a invocarle con muchas súplicas
y lágrimas y a pedirle que se apiadara de él. Y por cuanto
por la pureza de la fe había renunciado a todo error de herética
parvedad y con perfecta devoción del corazón se había
adherido al fidelísimo siervo de Cristo Francisco, por la intercesión
del Santo y por sus méritos mereció ser oído por Dios.
Echándose ya la noche de su fiesta, San Francisco, compadecido, descendió
hacia el crepúsculo a la cárcel y, llamándole por su
nombre, le mandó que se levantase rápidamente. Temblando de
temor, preguntóle quién era, y escuchó una voz que le
decía que era Francisco. Vio que a la presencia del santo varón
se desprendían rotas las cadenas de sus pies y que, saltando los clavos,
se abrían las puertas de la cárcel, ofreciéndosele franco
el camino de la libertad. Pero, libre ya y estupefacto, no acertaba a huir,
y gritaba a la puerta, infundiendo el pavor entre todos los custodios.
05.4 Estos anunciaron al obispo que el preso se hallaba libre de las cadenas;
y, después de cerciorarse del asunto, acudió devotamente a
la cárcel y reconoció abiertamente el poder de Dios, y allí
adoró al Señor. Fueron llevadas las cadenas ante el papa y
los cardenales, quienes, viendo lo que había sucedido, admirados extraordinariamente,
bendijeron a Dios.
05.5 Guidoloto de San Geminiano fue acusado falsamente de haber dado muerte
a un hombre envenenándolo, y que pensaba dar muerte también
al hijo del mismo y a toda su familia con el mismo procedimiento. Apresado
por el podestá y cargado de cadenas, fue encerrado en una torre. Pero,
seguro de su inocencia, confiando en el Señor, encomendó su
causa de su defensa al patrocinio de San Francisco. El podestá pensaba
en los tormentos que iba a aplicarle para conseguir la confesión del
crimen que se le imputaba y en los castigos con que haría morir al
confeso. Pero la noche aquella que precedía a la mañana en
que había de ser llevado al suplicio, fue visitado por San Francisco,
y, rodeado por un inmenso y radiante fulgor hasta la mañana, lleno
de alegría y confianza, obtuvo la seguridad de ser liberado.
05.5 Llegaron de mañana los verdugos, y, sacándolo de la cárcel,
lo suspendieron en el potro, cargando sobre él muchas pesas de hierro.
Muchas veces fue levantado y bajado de nuevo para provocar más acerbos
dolores, y así obligarle a confesar su delito, pero su rostro reflejaba
la alegría de la inocencia, no mostrando ninguna tristeza en medio
de las torturas. Luego, suspendido cabeza abajo, encendieron debajo de él
una fogata, y ni siquiera se chamuscó uno de sus cabellos. Al fin
le rociaron con aceite hirviendo, y, por el poder del abogado a quien había
confiado su defensa, superó todas las pruebas, y, dejado en libertad,
marchó salvo.
6. MUJERES SALVADAS EN SU ALUMBRAMIENTO
06.1 Había en Eslavonia una condesa que, tan ilustre por su nobleza
como eminente por su virtud, se distinguía por su férvida devoción
a San Francisco y por su piadosa solicitud por los hermanos. Presa de acerbos
dolores en la hora de su alumbramiento, hasta tal punto estaba agobiada por
la angustia, que el inminente nacimiento de la prole hacía temer la
muerte de la madre. No parecía que pudiera alumbrar la prole a la
vida sin perder ella misma la suya. El esfuerzo del alumbramiento parecía
conducirla a morir.
06.1 Recordó entonces la fama, el poder y la gloria de San Francisco
y con ello se excitó su fe y se encendió su devoción.
Se volvió al que es auxilio eficaz, amigo fiel, consuelo de sus devotos,
refugio de los afligidos, y dijo: San Francisco, todos mis huesos imploran
tu misericordia y prometo en el corazón lo que no puedo explicar.
¡Admirable presteza de la misericordia! El fin de la plegaria fue el
fin de los dolores, el término de la gestación y el principio
del alumbramiento. Al punto, cesando toda angustia, dio a luz felizmente.
No se olvidó de su voto ni soslayó el cumplimiento de su compromiso.
Hizo construir una preciosa iglesia, y, una vez construida, la encomendó
a los hermanos para honor del Santo.
06.2 Había en las cercanías de Roma, una mujer llamada Beatriz
que, próxima al alumbramiento y llevando en su seno el feto muerto
hacía cuatro días, era atormentada por terribles angustias
y dolores mortales. El feto muerto arrastraba a la muerte la madre, y antes
de que saliera a la luz originaba un peligro evidente a la que le había
engendrado. Probaba la ayuda de los médicos, pero los esfuerzos humanos
resultaban inútiles. Así, la primera maldición recaía
sobre la pobre con mayor dureza, porque convertida en sepulcro del fruto
de sus entrañas, ella misma pronto, sin remedio, sería devorada
por el sepulcro.
06.2 Por último, confiándose, mediante intermediarios, con
profunda devoción a los hermanos menores, humildemente y llena de
fe pidió una reliquia de San Francisco. Sucedió que por voluntad
divina se halló un pedacito de cuerda con la que el Santo alguna vez
se había ceñido. Apenas fue puesta la cuerda sobre la doliente,
con sorprendente facilidad desapareció el dolor, y, expulsado el feto
muerto, causa de muerte, quedó perfectamente restablecida en su salud.
06.3 La mujer de un noble varón de Calvi, llamada Juliana, durante
años tenía el alma sumida en lúgubre tristeza a causa
de la muerte de sus hijos, y continuamente estaba lamentando estos desventurados
hechos; todos los hijos que sufridamente había llevado en sus entrañas,
al poco tiempo, con dolor más agudo, los había tenido que entregar
a la sepultura. Como llegase ahora en el seno un nuevo fruto de cuatro meses
y viviese más preocupada de la muerte de la nueva prole que de su
nacimiento a causa del historial pasado, confiadamente rogaba al padre San
Francisco por la vida del nuevo fruto de sus entrañas que no había
nacido todavía.
06.3 Y he aquí que una noche se le apareció en sueños
una mujer que llevaba en sus brazos un hermoso niño y se lo ofreció
con extrema alegría. Recusando ella recibirlo, porque temía
que pronto lo había de perder, aquella mujer le dijo: Recíbelo
sin temor; el santo Francisco, compadecido de tu tristeza, te envía
este niño, que vivirá y gozará de excelente salud.
06.3 Despertando al punto la mujer, comprendió por la visión
celestial contemplada que le asistía el apoyo dei bienaventurado Francisco.
Desde aquel momento, llena de más intensa alegría, multiplicó
sus plegarias y promesas para recibir la prole prometida. Por fin llegó
el tiempo de dar a luz, y alumbró un niño varón, que,
al crecer lleno de vigor juvenil, como si por méritos de San Francisco
estuviera recibiendo el aliento de la vida, resultaba para sus padres estímulo
para una devoción más viva a Cristo y al Santo. Algo semejante
realizó el bienaventurado Padre en la ciudad de Tívoli. Una
mujer que había tenido numerosas hijas ardía en deseos de un
niño varón. Acudió a San Francisco, redoblando sus plegarias
y promesas. Por los méritos del Santo concibió la mujer y dio
a luz no ya el niño varón que había pedido, sino dos
niños gemelos.
06.4 Había en Viterbo una mujer que, próxima a dar a luz, parecía
estar más próxima a la muerte. Estaba torturada por los dolores
que sufría en sus entrañas y toda atormentada por las calamidades
inherentes a la condición femenina. Agotadas las fuerzas de la naturaleza
y comprobada la inutilidad de la pericia médica, invocó el
nombre de San Francisco, y en un momento, liberada de sus angustias, llevó
a feliz término su alumbramiento.
06.4 Pero después de conseguir lo que deseaba, se olvidó del
beneficio que había recibido, y, no rindiendo al Santo el debido honor,
se dedicó a trabajos serviles el día de su fiesta. De pronto,
al extender para el trabajo su brazo derecho, quedó éste seco
y sin movimiento. Al intentar atraerlo hacia sí con el izquierdo,
también éste, con igual castigo, quedó paralizado. Sobrecogida
la mujer por el temor divino, renovó la promesa que había hecho,
y por los méritos del misericordioso y humilde santo, a quien se ofreció
de nuevo en devoto servicio, mereció recuperar el uso de los miembros
que por su ingratitud y desprecio había perdido.
06.5 Una mujer de la región de Arezo se debatía durante siete
días en los peligrosos dolores del parto. Ya su cuerpo había
tomado un color oscuro y su situación parecía desesperada para
todos. En esta situación hizo un voto al Santo, y, en trance de muerte,
se puso a invocar su auxilio. Emitido el voto, se durmió en seguida,
y vio en sueños que San Francisco le hablaba dulcemente y le preguntaba
si reconocía su rostro y si sabía recitar aquella antífona:
Salve, reina de misericordia, en honor de la Virgen gloriosa. Al contestar
ella que reconocía el rostro y se sabía la antífona,
le dijo el Santo: Comienza a recitar la sagrada antífona, y antes
de acabarla darás felizmente a luz.
06.5 A estas palabras despertó la mujer, y con temor comenzó
a decir: Salve, reina de misericordia. Cuando llegó a la invocación
de aquellos tus ojos misericordiosos, y recordó el fruto del seno
virginal, al instante fue liberada de sus angustias y dio a luz un precioso
niño, dando gracias a la Reina de la misericordia, que por los méritos
del bienaventurado Francisco se había dignado compadecerse de ella.
7. CIEGOS QUE RECUPERAN LA VISTA
07.1 En el convento de hermanos menores de Nápoles vivió ciego
durante muchos años un hermano llamado Roberto. Se extendió
sobre sus ojos una excrecencia carnosa que le impedía el movimiento
y el uso de los párpados. Habiéndose reunido en aquel convento
muchos hermanos forasteros que se dirigían a diversas partes del mundo,
el bienaventurado padre Francisco, espejo de santa obediencia, para animarlos
al viaje con la novedad de un milagro, ante la presencia de todos curó
a dicho hermano del modo siguiente.
07.1 Una noche en que el mencionado hermano estaba postrado en el lecho enfermo
y en trance de muerte, hasta el punto de habérsele hecho la recomendación
del alma, de pronto se le presentó el bienaventurado Padre junto con
otros tres hermanos, perfectos en toda santidad, a saber, San Antonio, el
hermano Agustín y el hermano Jacobo de Asís, que así
como le habían seguido perfectamente mientras vivieron en la tierra
así también le seguían fielmente después de la
muerte.
07.1 Tomando San Francisco un cuchillo, cortó la excrecencia carnosa,
le devolvió la visión primitiva y le arrancó de las
fauces de la muerte, diciéndole: Hijo mío Roberto, esta gracia
que te he dispensado es para los hermanos que parten a lejanos países
señal de que yo iré delante de ellos y guiaré sus pasos.
Vayan, pues, contentos y cumplan con ánimo gozoso la obediencia que
se les ha impuesto".
07.2 Había una mujer ciega en Tebas, en Romania, que, habiendo ayunado
a pan y agua en la vigilia de la fiesta de San Francisco, en la mañana
de la fiesta fue conducida por su marido a la iglesia de los hermanos menores.
Al tiempo que se celebraba la misa, en el momento de la elevación
del cuerpo de Cristo, abrió los ojos, vio claramente y adoró
devotísimamente. En este momento de la adoración exclamó
en alta voz y dijo: Gracias a Dios y a su santo, porque veo el cuerpo de
Cristo". Y todos prorrumpieron en aclamaciones de alegría. Concluida
la sagrada función, volvió la mujer a su casa embargada espiritualmente
por el gozo y con la luz en los ojos. Gozábase aquella mujer no sólo
por haber recobrado la vista material, sino también por que, antes
de nada, por los méritos de San Francisco y en virtud de la fe, había
merecido contemplar aquel admirable sacramento que es la luz viva y verdadera
de las almas.
07.3 Un muchacho de catorce anos de Polí, en la Campania, atacado
súbitamente por una angustiosa dolencia, perdió del todo el
ojo izquierdo. Por la violencia del dolor salió el ojo de su lugar;
y debido a la relajación del nervio, el ojo estuvo durante ocho días
colgado sobre las mejillas con la largura de un dedo y quedó casi
seco. Como sólo restaba la amputación y para los médicos
resultaba un caso desesperado, el padre del joven se dirigió con toda
el alma al bienaventurado Francisco para implorar su auxilio. El incansable
abogado de los desgraciados no defraudó las plegarias del suplicante.
Porque con maravilloso poder colocó de nuevo el ojo seco en su lugar,
le devolvió el primitivo vigor y lo iluminó con los rayos de
la apetecida luz.
07.4 En la población de Castro, en la misma provincia, se desprendió
de lo alto una viga de gran peso, y, golpeando muy gravemente la cabeza de
un sacerdote, éste quedó ciego del ojo izquierdo. Derribado
en tierra, el sacerdote comenzó a llamar angustiosamente a grandes
voces a San Francisco, diciendo: Socórreme, Padre santísimo
para que pueda ir a tu fiesta, como lo prometí a tus hermanos. Era
la vigilia de la festividad del Santo. A continuación de sus palabras
se levantó rápidamente, totalmente restablecido, prorrumpiendo
en voces de alabanza y de gozo. Todos los circunstantes, que se condolían
de su desgracia, fueron embargados por el estupor y el júbilo. Acudió
a la fiesta contando a todos la demencia y el poder del Santo, que había
experimentado en sí mismo.
07.5 Estando un nombre del monte Gargano trabajando en su viña, al
cortar con el hacha un madero, golpeó con tan mala fortuna su propio
ojo, que lo partió por medio, como una mitad del mismo pendía
al exterior. Perdiendo la esperanza de que en tan extremado peligro pudiese
encontrar remedio humano, prometió a San Francisco que, si le socorría,
ayunaría en su fiesta. Al momento, el santo de Dios devolvió
el ojo a su debido lugar, y, partido como estaba, de tal manera lo rejuntó
de nuevo, que el hombre recuperó la visión perdida y no le
quedó la más leve huella de la lesión.
07.6 El hijo de un noble varón, ciego de nacimiento, recibió,
por los méritos de San Francisco, la luz deseada. A partir de este
suceso, y en memoria del mismo, se le conoció con el nombre de Iluminado.
Más tarde, al alcanzar la edad conveniente, agradecido del beneficio
recibido, ingresó en la Orden del bienaventurado Francisco. Progresó
tanto en la luz de la gracia y de la virtud, que parecía un hijo de
la luz verdadera. Por último, por los méritos del bienaventurado
Padre, coronó los santos principios con un fin más santo todavía.
07.7 En Bancato, que es una población que está junto a Anagni,
un caballero llamado Gerardo había perdido totalmente la luz de los
ojos. Sucedió que, viniendo de lejanas tierras dos hermanos menores,
llegaron a su casa buscando hospedaje. Recibidos devotamente por toda la
familia por reverencia a San Francisco y tratados con todo cariño,
dando gracias a Dios y al señor que les había acogido, se encaminaron
al próximo lugar conocido.
07.7 Una noche se apareció el bienaventurado Francisco en sueños
a uno de ellos, diciéndole: "Levántate, date prisa y vete con
tu compañero a la casa del señor que os hospedó, puesto
que recibió en su casa a Cristo y a mi en vosotros; quiero recompensarle
su gesto de caridad. Quedó ciego e ciertamente porque lo mereció
por sus culpas, que no procuró expiar con la confesión y la
penitencia.
07.7 Al desaparecer el padre, se levantó rápidamente el hermano
para cumplir con su compañero a toda prisa el mandato. Una vez en
la casa del bienhechor, le contaron detalladamente lo que uno de ellos había
visto en sueños. Estupefacto al confirmar ser verdad lo que escuchaba,
movido a compunción, se sometió con lágrimas y voluntariamente
a una confesión de sus pecados. Por último, prometiendo la
enmienda y renovado interiormente en otro hombre, también exteriormente
fue renovado, pues recuperó la perfecta visión de los ojos.
La fama de este milagro, difundido por todas partes, incitó a muchos
no sólo a la reverencia del Santo, sino también a la confesión
humilde de los pecados y a valorar la gracia de la hospitalidad.
8. ENFERMOS CURADOS DE VARIAS ENFERMEDADES
08.1 En Citta della Pieve vivía un joven mendigo sordo y mudo de nacimiento
que tenía la lengua tan corta y delgada, que a muchos que la habían
examinado muchas veces les parecía que estaba completamente cortada.
Un hombre llamado Marcos lo acogió en su casa por amor de Dios. El
joven, notando que aquel hombre le favorecía, comenzó a vivir
con él de un modo permanente. Cenando una tarde dicho señor
con su mujer en presencia del joven, dijo el marido a ésta: Consideraría
como el mayor milagro si el bienaventurado Francisco consiguiera para este
joven el habla y el oído". Y añadió:«Hago voto
a Dios que, si San Francisco se digna realizar esto, por amor suyo daré
a este joven todo lo que necesite mientras viva". ¡Ciertamente maravilloso!
Inmediatamente creció la lengua del joven y éste habló
diciendo: Gracias a Dios y a San Francisco, que me ha proporcionado el habla
y el oído.
08.2 Siendo niño y viviendo todavía en su casa el hermano Jacobo
de Iseo, se le produjo una hernia muy grave. Movido por el Espíritu
Santo, aunque joven y enfermo, ingresó con ánimo devoto en
la Orden de San Francisco, sin descubrir a nadie la enfermedad que le aquejaba.
Sucedió que al tiempo de la traslación del cuerpo de San Francisco
al lugar en que ahora está depositado el precioso tesoro de sus huesos
sagrados, tomó parte también dicho hermano en las alegres funciones
de la traslación para rendir el debido honor al santísimo cuerpo
del Padre glorificado.
08.2 Acercándose al sagrado túmulo en que fueron colocados
los santos restos, se abrazó al mismo movido por la devoción
del espíritu, y de repente, de modo maravilloso, se sintió
curado. Tornó a su lugar la víscera dislocada y desapareció
toda lesión. Se desprendió del cinto con que se protegía,
y desde entonces se vio libre de todos los dolores pasados. Por la misericordia
de Dios y los méritos de San Francisco, se vieron libres milagrosamente
de un mal semejante el hermano Bartolo de Gubbio, el hermano Ángel
de Toddi, Nicolás, sacerdote de Ceccallo; Juan de Sora, un habitante
de Pisa y otro del castro de Cisterna, lo mismo que Pedro de Sicilia y un
hombre de Spello, junto a Asís, y muchísimos más.
08.3 Una mujer de Maremma sufrió durante cinco años de enajenación
mental. A esto se añadió la pérdida de la vista y del
oído. Arrebatada por la locura, se rasgaba los vestidos con los dientes,
y no tenía el peligro del fuego y del agua, y era víctima de
extremados y horribles ataques de epilepsia .
08.3 Pero una noche, disponiendo la divina misericordia compadecerse de ella,
iluminada por intervención celestial con los rayos de una luz salvadora,
vio que San Francisco se sentaba en un trono sublime, y que ella, postrada
ante él, le pedía humildemente la salud. Como el Santo no atendiera
todavía a su demanda, la mujer prometió con voto que no negaría
limosna a los que se la pidiesen por amor de Dios y del Santo, siempre que
tuviera algo que darles. Entonces, el Santo reconoció en esta promesa
aquella que él mismo había formulado de modo semejante en otro
tiempo, y, haciendo sobre ella la señal de la cruz, le devolvió
íntegramente la salud. Consta también por testimonios dignos
de crédito que San Francisco curó misericordiosamente de una
dolencia semejante a una niña de Nursia, y al niño de un noble
señor y a otro más.
08.4 En cierta ocasión, Pedro de Foligno se dirigía a visitar
en peregrinación el santuario de San Miguel. No habiéndose
comportado en ella con el debido respeto, al gustar agua de una fuente fue
poseído de los demonios. A partir de entonces quedó poseso
durante tres años; se desgarraba el cuerpo, hablaba cosas nefandas
y realizaba acciones horrendas. Tenía a veces momentos de lucidez;
en uno de ellos acudió humildemente al poder del Santo, de cuya eficacia
para ahuyentar demonios había oído hablar, y fue a visitar
el sepulcro del misericordioso Padre. Tan pronto como tocó el sepulcro
con su mano, prodigiosamente quedó libre de los demonios que tan cruelmente
le atormentaban.
08.4 De igual modo, la misericordia de San Francisco vino en ayuda de una
mujer de Narni que estaba endemoniada, y de otros muchos. Pero sería
largo de contar en sus circunstancias y detalles los tormentos y las vejaciones
de que fueron objeto y los modos de curación.
08.5 Un tal Buonomo, de la ciudad de Fano, paralítico y leproso, llevado
por sus padres a la iglesia de San Francisco, consiguió una perfecta
salud de las dos enfermedades. También otro joven llamado Atto, de
San Severino, todo cubierto de lepra: hizo un voto, fue llevado al sepulcro
del Santo, y por los méritos de éste fue limpiado de la enfermedad.
En verdad tuvo el Santo un extraordinario poder para curar este mal, por
cuanto en su vida, por amor a la humildad y a la piedad, se había
entregado a sí mismo al servicio de los leprosos.
08.6 En la diócesis de Sora, una mujer llamada Rogata hubo de sufrir
de un flujo de sangre durante veintitrés años. Había
tenido que soportar muchísimos sufrimientos en el tratamiento a que
había sido sometida por muchos médicos. Muchas veces parecía
llegar a morirse por la gravedad del mal. Y, si alguna vez se detenía
el flujo, se hinchaba todo su cuerpo.
08.6 Oyendo a un niño que en lengua romana cantaba los milagros que
Dios había realizado por medio del bienaventurado Francisco, estremecida
por agudísimo dolor, se desató en lágrimas y con encendida
fe interiormente comenzó a decir: "Oh bienaventurado padre Francisco,
que brillas con tantos milagros! Si te dignas librarme de esta dolencia,
se acrecentaría en gran manera tu gloria, puesto que hasta ahora no
has realizado un milagro semejante" Dichas estas palabras, se sintió
curada por los méritos de San Francisco.
08.6 También un hijo de esta mujer, llamado Mario, que tenía
un brazo contracto fue curado por el Santo después de haberle hecho
un voto. Asimismo, una mujer de Sicilia que durante siete años había
padecido flujo de sangre, fue curada por el feliz heraldo de Cristo.
08.7 Había en la ciudad de Roma una mujer de nombre Práxedes.
Célebre por sus religiosidad, ya desde niña se había
encerrado en una estrecha cárcel; en ella vivió durante casi
cuarenta años. Dicha Práxedes obtuvo una gracia singular de
parte del bienaventurado Francisco. Como un día hubiese subido en
busca de algunas cosas necesarias a la terraza de su celdita, sufriendo un
desvanecimiento, cayó al suelo con tan mala fortuna, que fracturó
el pie con la rótula y se dislocó además el húmero.
En este trance se le apareció el benignísimo Padre, vestido
con las blancas vestiduras de la gloria, y con dulces palabras comenzó
a hablarle así: Levántate, hija bendita; levántate y
no temas". La tomó de la mano, y, levantándola, desapareció
.Pero ella, volviéndose de una a otra parte en su celdita, pensaba
ver una visión. Cuando, a sus voces, aportaron los suyos una luz,
viéndose perfectamente curada por el siervo de Dios Francisco, contó
por su orden todo lo sucedido.
9. PROFANADORES DE LA FIESTA DEL SANTO Y ENEMIGOS DE SU GLORIA
09.1 En la villa de Le Simón, en la región de Poitiers, un
sacerdote llamado Reginaldo, devoto del bienaventurado Francisco, había
ordenado a sus parroquianos que la fiesta de San Francisco debía ser
celebrada con toda solemnidad. Pero uno de los feligreses, que no conocía
el poder del Santo, menospreció el mandato de su párroco. Salió,
pues, fuera al campo a cortar leña; y, cuando se preparaba ya para
el trabajo, oyó por tres veces una voz que decía: Hoy es fiesta;
no es lícito trabajar.
09.1 Como la terca temeridad de aquel hombre no se dejase frenar ni por el
mandato del sacerdote ni por la voz del cielo, para gloria de Francisco se
manifestó sin tardanza el poder divino mediante un milagro y el azote
de un castigo. Porque, apenas había tomado con una mano la horca y
había elevado la otra con el instrumento de hierro para iniciar el
trabajo, de tal modo quedaron adheridos los dedos a ambos instrumentos, que
no le era posible soltarlos de los mismos.
09.1 Lleno de estupor por ello y no sabiendo qué hacer, se dirigió
corriendo a la iglesia, reuniéndose muchos de todas partes para ver
el prodigio. El hombre, profundamente arrepentido en su corazón, por
consejo de uno de los sacerdotes allí presentes - eran muchos los
que invitados habían acudido a la fiesta - , puesto ante el altar,
se consagró humildemente al bienaventurado Francisco, y así
como por tres veces había oído la voz del cielo, se comprometió
con tres votos, que fueron: primero, celebrar siempre su fiesta; segundo
venir el día de su fiesta a la iglesia en que se hallaba en aquel
momento; tercero, visitar personalmente el sepulcro del Santo.
09.1 ¡Prodigio maravilloso! En presencia del gran gentío reunido,
que imploraba devotísimamente la demencia del Santo, cuando el hombre
hizo el primer voto quedó libre uno de los dedos; al emitir el segundo
voto, se soltó otro, y, pronunciar el tercer voto, se libertó
el tercero, y en seguida también una de las manos, y, por último,
la otra. Libre ya del todo, por sí mismo pudo desprenderse de los
instrumentos, mientras todos alababan a Dios y el poder prodigioso del Santo,
que tan admirablemente podía castigar y sanar. En recuerdo del hecho,
los instrumentos del trabajo están todavía hoy pendientes del
altar levantado allí en honor del bienaventurado Francisco. Muchos
milagros realizados allí y en los lugares vecinos muestran que el
Santo es glorioso en el cielo y que en la tierra ha de celebrarse su fiesta
con veneración.
09.2 En la ciudad de Le Mans, una mujer se disponía a trabajar en
la festividad de San Francisco; extendió sus manos en la rueca y cogió
con sus dedos el huso. En el mismo momento, sus manos quedaron yertas y un
intenso ardor comenzó a atormentarle en los dedos. Amaestrada con
el castigo, reconociendo el poder del Santo arrepentida de corazón,
se fue corriendo a los hermanos. Implorando los devotos hijos la demencia
del Padre en favor de la salud de la mujer, se vio al instante curada, sin
que quedase en ella más que la huella de una quemadura en memoria
del hecho
09.2 Cosa semejante sucedió con una mujer de Campania Mayor, y con
otra de Valladolid, y con una tercera de Piglio; negándose ellas,
por menosprecio a celebrar la fiesta del Santo, primero fueron castigadas
de un modo sorprendente por su desacato, y luego, arrepentidas, fueron, de
un modo más admirable todavía, liberadas de sus males por los
méritos de San Francisco.
09.3 Un caballero de Burgo, en la provincia de Massa, denigraba con descarada
impudencia las obras y milagros del bienaventurado Francisco. Se desataba
en insultos contra los peregrinos que venían a celebrar la memoria
del Santo y propalaba cosas absurdas contra los hermanos. Combatiendo una
vez la gloria del Santo, acumuló sobre sus pecados esta detestable
blasfemia: Si es verdad que este Francisco es un santo, que muera hoy atravesado
por una espada. Pero, si no es santo, que permanezca sin ningún daño.
09.3 No tardó la ira de Dios en darle su merecido castigo al convertirse
su oración en pecado; Al poco, este blasfemo injurió a un sobrino
suyo, y éste tomó una espada y con ella atravesó las
entrañas de su tío. Aquel mismo día murió el
malvado, esclavo del infierno e hijo de las tinieblas. Provechosa enseñanza
para que todos aprendieran no a blasfemar las obras maravillosas del Santo,
sino a honrarlas con devotas alabanzas .
09.4 Mientras un juez llamado Alejandro, con lengua envenenada apartaba a
todos los que podía de la devoción de San Francisco, por designio
divino fue privado del uso de la lengua, y quedó mudo durante seis
años Este hombre que se veía atormentado en aquello mismo con
lo que había pecado, convertido a una seria penitencia, se dolía
de haber hablado contra los milagros del Santo. Por eso cesó la indignación
del Santo misericordioso, y, recibiendo en su gracia al hombre arrepentido
que le invocaba humildemente, le devolvió el uso de la lengua. Habiendo
recibido, por medio del castigo, la devoción y una buena enseñanza,
dedicó desde entonces su lengua blasfema a las alabanzas de Francisco.
10. OTROS MILAGROS DE DIVERSA ÍNDOLE
10.1 En el castro de Gagliano, de la diócesis de Vara, había
una mujer llamada María, dedicada al devoto servicio de Cristo Jesús
y de San Francisco. Un día de verano salió a ganarse el alimento
necesario con sus propias manos. Con el exagerado calor que hacía
comenzó a desfallecer por los ardores de la sed. Sola en un árido
monte y privada del alivio de toda bebida, casi exánime, caída
en tierra, invocaba con encendido afecto del corazón a su abogado
San Francisco. Mientras la mujer permanecía en humilde y ardiente
súplica, extenuada por el trabajo, la sed y el calor, se durmió
un poco. He aquí que, viniendo San Francisco a ella y llamándola
por su nombre, le dijo: " Levántate y bebe el agua que por regalo
de Dios se te brinda a ti y a otros muchos".
10.1 Al oír aquella voz despertó la mujer del sueño
muy confortada; y, tirando de un helecho que había junto a ella, lo
arrancó de raíz. Cavando luego alrededor con un palito, encontró
agua pura, que al principio parecía sólo destilar como un hilo
cristalino, y súbitamente se convirtió, por el poder de Dios,
en una fuente. Bebió, pues, la mujer hasta saciarse y lavó
los ojos, que tenía antes oscurecidos por el largo penar, y que desde
aquel momento sintió inundados de luz.. Con paso ligero se dirigió
la mujer a su casa, comunicando a todos, para gloria de San Francisco, tan
estupendo milagro.
10.1 Concurrieron muchos al lugar atraídos por la fama del prodigio,
y comprobaron por la experiencia el admirable poder de aquella agua; muchísimos,
previa la confesión de sus pecados, al contacto de la misma, han quedado
libres de las consecuencias desastrosas de varias enfermedades Persiste todavía
visible aquella fuente, y junto a ella ha sido construida una pequeña
ermita en honor a San Francisco.
10.2 En Sahagún, villa de España, el Santo hizo reverdecer
milagrosa mente, contra toda esperanza, un cerezo que, estando completamente
seco, se cubrió de hojas, flores y frutos. También a los habitantes
de Villasilos, de modo milagroso, los liberó de una peste de gusanos
que corroían los viñedos de sus confines. Junto a Palencia,
atendiendo a las confiadas súplicas de un sacerdote, limpió
completamente un hórreo, que le pertenecía, de los gusanos
del grano que todos los años lo infestaban.
10.2 En las tierras de cierto señor de Petramala, en la Pulla, confiadas
humildemente al cuidado del Santo, hizo éste desaparecer completamente
la peste de la langosta; con la particularidad de que todas las otras tierras
colindantes fueron devoradas por dicha plaga.
10.3 Un hombre llamado Martín había llevado sus bueyes a pastar
lejos del castro. Uno de los bueyes se accidentó con tan mala fortuna,
que se rompió una pata. Como no había ninguna esperanza de
remedio para el caso, resolvió desollarlo. Al no tener a mano instrumento
adecuado para hacerlo, retornó a su casa, dejando el buey al cuidado
del bienaventurado Francisco. Se lo encomendó a su fiel custodia para
que no fuese devorado por los lobos antes de su regreso.
10.3 A la mañana siguiente, muy temprano, volvió con el desollador
al lugar donde dejó al buey, y lo encontró paciendo tan por
completo curado que no se distinguía en él ninguna diferencia
entre una y otra pata. Dio el hombre gracias al buen pastor San Francisco,
que tan diligente cuidado tuvo de su buey proveyéndole de medicina.
El humilde Santo sabe socorrer a todos los que le invocan y no se desdeña
en atender las mas pequeñas necesidades de los hombres.
10.3 Así, a un hombre de Amiterno le devolvió un asno que le
habían robado. A una mujer de Antrodoco le reintegró, perfectamente
compuesto, un plato nuevo que se había caído y se había
hecho añicos. A otro nombre de Montolmo, en la comarca de Ancona,
le reparó un arado que quedaba inservible por habérsele roto.
10.4 En la diócesis de Sabina vivía una viejecita octogenaria,
cuya hija dejó al morir un niño de pecho. La pobrecita anciana,
sin recursos económicos y falta de leche, no podía encontrar
mujer alguna que diese de mamar al sediento pequeñito tal como lo
exigía la necesidad. La anciana no sabía a dónde dirigirse
en aquel trance. Debilitado el nietecito, una noche en que se hallaba desprovista
de todo posible recurso humano, bañada en lágrimas, se dirigió
con todo su corazón al bienaventurado Francisco para implorar auxilio.
En seguida acudió el amante de los inocentes y le dijo: Mujer, yo
soy Francisco, a quien con tantas lágrimas invocaste. Pon tu pecho
a la boca del niño, porque el Señor te dará leche en
abundancia. Cumplió la abuelita el mandato del Santo, y al momento
los pechos de la octogenaria dieron leche abundante. Se hizo manifiesto a
todos el don admirable del Santo, y muchos hombres y mujeres se dieron prisa
para verlo. Y como lo que veían los ojos no podía negarlo la
lengua, todos se movían a alabar a Dios por el poder prodigioso y
por la dulce misericordia del Santo.
10.5 Había en Scoppito un matrimonio que, no teniendo sino un solo
hijo, todos los días lo deploraba como oprobio de la familia. Tenía
el pequeño los brazos como encadenados al cuerpo; las rodillas, pegadas
al pecho, y los pies, a las nalgas. Más que una persona humana, parecía
un monstruo. La mujer, a quien afectaba más profundamente esta desgracia,
clamaba con continuos gemidos a Cristo, invocando el auxilio de San Francisco
y pidiéndole se dignase socorrerla en aquella desgracia y librarla
de aquel oprobio.
10.5 Una noche en que por esta desgracia estaba sumida en tristeza, se abandonó
a un triste sueño. Se le apareció San Francisco, y, hablándole
con dulces palabras, la persuadió a que nevase el niño a un
lugar próximo consagrado a su nombre. Le anunció que el niño
recibiría una completa curación si era rociado en nombre de
Dios con el agua del pozo que había en aquel lugar.
10.5 Ante la negligencia de la madre en cumplir lo prescrito por el Santo,
volvió éste a renovar su mandato. Por tercera vez se le apareció
el Santo, y, haciendo él mismo de guía, condujo a la madre
con el niño hasta la puerta del dicho lugar. Negaron a él,
movidas por la devoción, algunas nobles matronas, a quienes la mujer
expuso diligentemente la visión que había tenido. Estas, a
una con la madre, presentaron al niño a los hermanos. Sacaron agua
del pozo, y la más noble entre las matronas lavó con sus propias
manos al niño. Al punto, éste recuperó la posición
natural de todos sus miembros y apareció totalmente curado. Todos
quedaron impresionados de admiración por la grandeza de este milagro.
10.6 En el castro de Cera, diócesis de Ostia, había un hombre
con la piel en tal estado, que no podía ni caminar ni moverse. Perdida
toda esperanza en los remedios humanos y abrumado por la angustia, una noche,
tal como si viese presente al bienaventurado Francisco, comenzó a
querellarse con estas palabras: Ayúdame, santo mío Francisco;
recuerda mis servicios y la devoción que te he tenido. Te llevé
en mi jumento y besé tus pies y tus santas manos, siempre fui devoto
tuyo y siempre te quise; mira que me muero con el atrocísimo tormento
de este dolor.
10.6 Movido por estas quejas el Santo, que recuerda los beneficios y se complace
en la devoción de sus fieles, acompañado de otro, se apareció
a aquel hombre, todavía en vela. Le dijo que había venido a
su llamamiento y a traerle el remedio de la salud. Le tocó en el lugar
del dolor con un pequeño bastoncito en forma de tau, y, reventando
al punto la apostema, le dio una perfecta salud. Y lo que es más admirable:
para recuerdo del milagro dejó impreso el signo tau sobre el lugar
de la úlcera curada. Con este Signo firmaba San Francisco sus cartas
siempre que por motivo de caridad enviaba algún escrito.
10.7 Pero advierte que, mientras la mente, distraída por la variedad
de lo que se narra, va discurriendo por los diversos milagros del glorioso
padre Francisco, por mérito del portador del signo de la cruz se encuentra,
guiada por Dios, con el emblema de la salvación, la tau. Esto sucede
para que caigamos en la cuenta de que como la cruz fue, para quien militó
tras de Cristo, el más alto mérito para la salvación,
de la misma manera es, para quien triunfa con Cristo, el más firme
testimonio de su honor.
10.8 Ciertamente, este grande y admirable misterio de la cruz, en que los
carismas de las gracias y los méritos de las virtudes y los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia se esconden tan profundamente, que
quedan ocultos a los sabios y prudentes de este mundo, le fue revelado plenamente
a este pobrecito de Cristo: toda su vida se cifra el seguir las huellas de
la cruz, en gustar la dulzura de la cruz y en predicar la gloria de la cruz.
Por eso pudo en verdad decir, en el principio de su conversión, con
el Apóstol: Lejos de mí el gloriarme si no es en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo. Con no menos verdad pudo también
añadir durante su vida: Paz y misericordia sobre aquellos que siguieron
esta regla. Y con plenísima verdad pudo afirmar al fin de su vida:
Llevo en mi cuerpo las llagas del Señor Jesús.
10.8 Por lo que a nosotros se refiere, deseamos oír de él todos
los días aquellas palabras: Hermanos, la gracia de nuestro Señor
Jesucristo con vuestro espíritu Amén.
10.9 Gloríate, ya seguro, en la gloria de la cruz tú que fuiste
glorioso portador de los signos de Cristo; diste comienzo a tu vida en la
Cruz, caminaste según la regla de la cruz y en la cruz diste cima
a tu carrera, manifestando a todos los fieles, por el testimonio de la cruz,
la gloria de que disfrutas en el cielo.
10.9 Sígante confiadamente los que salen de Egipto, porque, dividido
el mar por el báculo de la cruz de Cristo, atravesarán el desierto,
y, pasado el Jordán de esta mortalidad, ingresarán, por el
admirable poder de la cruz, en la prometida tierra de los vivientes.
10.9 Que el verdadero guía y Salvador del pueblo, Cristo Jesús
crucificado, por los méritos de su siervo Francisco, se digne introducirnos
en la tierra de los vivientes para alabanza y gloria de Dios uno y trino,
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
ITINERARIO DE LA MENTE A DIOS
PRÓLOGO DEL ITINERARIO DEL ALMA A DIOS
1. En el principio invoco al primer Principio, de quien descienden todas
las iluminaciones como del Padre de las luces, de quien viene toda dádiva
preciosa y todo don perfecto, es decir, al Padre eterno por su Hijo, Nuestro
Señor Jesucristo, a fin de que con la intercesión de la Santísima
Virgen María, madre del mismo Dios y Señor nuestro, Jesucristo,
y con la del bienaventurado Francisco, nuestro guía y padre, tenga
a bien iluminar los ojos de nuestra mente para dirigir nuestros pasos por
el camino de aquella paz que sobrepuja a todo entendimiento. Paz que evangelizó
y dio Nuestro Señor Jesucristo, de cuya predicación fue repetidor
nuestro padre Francisco, quien en todos sus discursos, tanto al principio
como al fin, anunciaba la paz en todos sus saludos deseaba la paz, y en todas
sus contemplaciones suspiraba por la paz extática, como ciudadano
de aquella Jerusalén, de la que dice el varón aquel de la paz,
que era pacífico con los que aborrecían la paz: Pedid los bienes
de la paz para Jerusalén. Porque sabía que e trono de Salomón
está asentado en la paz, según está escrito: Fijó
su habitación en la paz y su morada en Sión.
2. En vista de esto, buscando, con vehementes deseos esta paz, a imitación
del bienaventurado padre Francisco yo pecador que, aunque indigno, soy, sin
embargo, su séptimo sucesor en el gobierno de los frailes, aconteció
que a los treinta y tres años después de la muerte del glorioso
Patriarca, me retiré, por divino impulso, al monte Alverna como a
lugar de quietud, con ansias de buscar la paz del alma. Y estando allí,
a tiempo que disponía en mi interior ciertas elevaciones espirituales
a Dios, vínome a la memoria, entre otras cosas, aquella maravilla
que en dicho lugar sucedió al mismo bienaventurado Francisco, a saber:
la visión que tuvo del alado Serafín, en figura del Crucificado.
Consideración en la que me pareció al instante que tal visión
manifestaba tanto la suspensión del mismo Padre, mientras contemplaba,
como el camino por donde se llega a ella.
3. Porque por las seis alas bien pueden entenderse seis iluminaciones suspensivas,
las cuales, a modo de ciertos grados o jornadas, disponen el alma para pasar
a la paz, por los extáticos excesos de la sabiduría cristiana.
Y el camino no es otro que el ardentísimo amor al Crucificado, el
cual de tal manera transformó en Cristo a San Pablo, arrebató
hasta el tercer cielo, que vino a decir: Clavado estoy en la cruz junto con
Cristo: yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo
vive en mí; amor que así absorbió también el
alma de Francisco, que la puso manifiesta en la carne, mientras, por un bienio
antes de la muerte, llevó en su cuerpo las sacratísimas llagas
de la Pasión. Así que la figura de las seis alas seráficas
da a conocer las seis iluminaciones escalonadas que empiezan en las criaturas
y llevan hasta Dios, en quien nadie entra rectamente sino por el Crucificado
Y en verdad, que no entra por la puerta, sino que sube por otra parte, el
tal es ladrón y salteador. Mas quien por esta puerta entrare, entrará
y saldrá y hallará pastos. Por lo cual dice San Juan en el
Apocalipsis: Bienaventurados los que lavan sus vestiduras en la sangre del
Cordero para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las
puertas de la ciudad Como si dijera: No puede penetrar uno por la contemplación
en la Jerusalén celestial, si no es entrando por la sangre del Cordero
como por la puerta. Nadie, en efecto, está dispuesto en manera alguna
para las contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no
es, con Daniel, varón de deseos. Y los deseos se inflaman en nosotros
de dos modos: por el clamor de la oración, que exhala en alaridos
los gemidos del corazón, y por el resplandor de la especulación,
por la que el alma directísima e intensísimamente se convierte
a los rayos de la luz.
4 Por eso primeramente invito al lector al gemido de la oración por
medio de Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de los pecados,
no sea que piense que le basta la lección sin la unción, la
especulación sin la devoción, la investigación sin la
admiración, la circunspección sin la exultación, la
industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la
humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente
inspirada.
Propongo, pues, las siguientes especulaciones a los prevenidos de la divina
gracia, a los humildes y piadosos; los compungidos y devotos, a los ungidos
con el óleo de la alegría y amadores de la divina sabiduría
e inflamados en su deseo; a cuantos quisieren, en fin, ocuparse libremente
en ensalzar, admirar y aún gustar a Dios, dándoles a entender
que poco o nada sirve el espejo puesto delante al exterior; el espejo de
nuestra alma no se hallare terso y pulido. Ejercítate, pues, hombre
de Dios en el aguijón remordedor de la conciencia, antes de elevar
los ojos a los rayos de la sabiduría que relucen en sus espejos, no
suceda que de la misma especulación de los rayos vengas a caer en
una fase más profunda de tinieblas.
5. Y plúgome dividir el tratado en siete capítulos, anteponiendo
los títulos para la mejor inteligencia de lo que se irá diciendo.
Ruego, pues, que se pondere más la intención del que escribe
que la obra, más el sentido de las palabras que lo desaliñado
del estilo, más la verdad que la graciosidad, más el ejercicio
del afecto que la instrucción del intelecto.
A fin de que así suceda, la progresión de estas especulaciones
no se ha de transcurrir superficialmente, sino que se ha de rumiar morosamente.
ESPECULACIÓN DEL POBRE EN EL DESIERTO
CAPÍTULO PRIMERO.
GRADOS DE LA SUBIDA A DIOS Y ESPECULACIÓN DE DIOS POR SUS VESTIGIOS
EN EL UNIVERSO
1. Feliz el hombre que en ti tiene su amparo; y que dispuso en su corazón,
en este valle de lágrimas, los grados para subir hasta el lugar que
dispuso el Señor. No siendo la felicidad otra cosa que la fruición
del sumo bien y estando el sumo bien sobre nosotros, nadie puede ser feliz
si no sube sobre sí mismo, no con subida corporal, sino cordial. Pero
levantarnos sobre nosotros no lo podemos sino por una fuerza superior que
nos eleve. Porque por mucho que se dispongan los grados interiores, nada
se hace si no acompaña el auxilio divino. Y en verdad, el auxilio
divino acompaña a los que de corazón lo piden humilde y devotamente;
y esto es suspirar a él en este valle de lágrimas, cosa que
se consigue con la oración ferviente. Luego la oración es la
madre y origen de la sobreelevación. Por eso Dionisio en el libro
De mystica theologia, queriendo instruirnos para los excesos mentales, pone
ante todo por delante la oración. Oremos, pues, y digamos a Dios Nuestro:
¡Señor: Condúceme, Señor, por tus sendas y yo
entraré en tu verdad; alégrese mi corazón de modo que
respete tu nombre!.
2. Orando, según esta oración, somos iluminados para conocer
los grados de la divina subida. Porque, según el estado de nuestra
naturaleza, como todo el conjunto de las criaturas sea escala para subir
a Dios, y entre las criaturas unas sean vestigio, otras imagen, unas corporales
otras espirituales, unas temporales, otras eviternas, y, por lo mismo, unas
que están fuera de nosotros y otras que se hallan dentro de nosotros,
para llegar a considerar el primer Principio, que es espiritualísimo
y eterno y superior a nosotros, es necesario pasar por el vestigio, que es
corporal y temporal y exterior a nosotros, - esto es ser conducido por la
senda de Dios - ; es necesario entrar en nuestra alma, que es imagen eviterna
de Dios, espiritual e interior a nosotros - y esto es entrar en la verdad
de Dios -; es necesario, por fin, trascender al eterno espiritualísimo
y superior a nosotros, mirando al primer Principio, y esto es alegrarse en
el conocimiento de Dios y en la reverencia de la majestad.
3. Esta subida, en efecto, es la caminata de tres jornadas en la soledad;
ésta es la triple iluminación de un solo día; y ciertamente,
la primera es como la tarde; la segunda, como la mañana, y la tercera,
como el mediodía; ésta dice respecto a la triple existencia
de las cosas, esto es, en la materia, en la inteligencia y en el arte eterna,
según la cual se dijo: Hágase, hizo y fue hecho; ésta
dice relación asimismo a las tres substancias que hay en Cristo, escala
nuestra, como son la corporal, la espiritual y la divina.
4. En conformidad con esta triple progresión, nuestra alma tiene tres
aspectos principales. Uno es hacia las cosas corporales exteriores, razón
por la que se llama animalidad o sensualidad; otro hacia las cosas interiores
y hacia sí misma, por lo que se llama espíritu; y otro, en
fin, hacia las cosas superiores a sí misma, y de ahí que se
le llame mente. Con estos aspectos debemos disponernos para subir a Dios,
a fin de amarle con toda la mente, con todo el corazón y con toda
el alma, en lo cual consiste la perfecta observancia de la ley y, junto con
esto, la sabiduría cristiana.
5. Y porque cada uno de dichos modos se duplica, según se considere
a Dios como alfa y omega, o se vea a Dios en cada uno de ellos como por espejo
o como en espejo, o por prestarse cada una de estas consideraciones tanto
a unirse a otra conexa como a ser mirada en su puridad, de aquí es
que sea necesario elevar a número de seis estos grados principales,
a fin de que, así como Dios completó en seis días el
universo y en el séptimo descansó, así también
el mundo menor sea conducido ordenadísimamente al descanso de la contemplación
por seis grados de iluminaciones sucesivas para significar lo cual, por seis
gradas se subía al trono de Salomón, seis alas tenían
los serafines que vio Isaías, después de seis días llamó
Dios a Moisés de medio de la nube oscura, y Cristo, después
de seis días, como dice en San Mateo, llevó a los discípulos
al monte y se transfiguró ante ellos.
6. Así que, en correspondencia con los seis grados de la subida a
Dios, seis son los grados de las potencias del alma, por los cuales subimos
de lo ínfimo a lo sumo, de lo externo a lo íntimo, de lo temporal
a lo eterno, a saber: el sentido y la imaginación, la razón
y el entendimiento, la inteligencia y el ápice de la mente o la centella
de la sindéresis. Estos grados en nosotros los tenemos plantados por
la naturaleza, deformados por la culpa, reformados por la gracia; y debemos
purificarlos por la justicia, ejercitarlos por la ciencia y perfeccionarlos
por la sabiduría.
7. Porque el hombre, según la primera institución de la naturaleza,
fue creado hábil para la quietud de la contemplación; y por
eso lo puso Dios en el paraíso de las delicias. Pero, apartándose
de la verdadera luz al bien conmutable, encorvóse él mismo
por la propia culpa, y todo el género humano por el pecado original,
pecado que inficionó la humana naturaleza de dos modos, a saber: inficionando
la mente con la ignorancia y la carne con la concupiscencia; de suerte que
el hombre, cegado y encorvado yace en tinieblas y no ve la luz del cielo
si no le socorre la gracia con la justicia contra la concupiscencia, y la
ciencia con la sabiduría contra la ignorancia. Todo lo cual se consigue
por Jesucristo, quien ha sido constituido por Dios para nosotros por sabiduría
y justicia y santificación y redención. Quien, siendo la virtud
y sabiduría de Dios, y siendo asimismo el Verbo encarnado, lleno de
gracia y de verdad, comunicó la gracia y la verdad: infundió,
en efecto la gracia de la caridad, la cual, por cuanto es de corazón
puro, de conciencia buena y de fe no fingida, rectifica toda el alma, según
sus tres aspectos sobredichos; y enseñó la ciencia de la verdad
conforme a los tres modos de teología: "simbólica, propia y
mística", para que por la simbólico usemos bien de las cosas
sensibles; por la propia, de las cosas inteligibles, y por la mística
seamos arrebatados a los excesos supermentales.
8 Quien quisiere, pues, subir a Dios, es necesario que evitada la culpa que
deforma la naturaleza, ejercite las sobredichas potencias naturales en la
gracia que reforma, y esto por la oración; en la justicia que purifica,
y esto por la vida santa; en la ciencia que ilumina, y esto por la meditación;
en la sabiduría que perfecciona, y esto por la contemplación.
Porque así como nadie llega a la sabiduría sino por la gracia,
justicia y ciencia, así tampoco se llega a la contemplación
sino por la meditación perspicaz, vida santa y oración devota.
Y así como la gracia es el fundamento de la rectitud de la voluntad
y de la perspicua ilustración de la razón, así también
primero debemos orar, luego subir santamente y, por último, concentrar
la atención en los espectáculos de la verdad, y concentrándola
en ellos subir gradualmente hasta el excelso monte donde se ve al Dios de
los dioses en Sión.
9. Y porque en la escala de Jacob antes es subir que bajar, coloquemos en
lo más bajo el primer grado de la subida, poniendo todo este mundo,
sensible para nosotros, como un espejo, por el que pasemos a Dios, artífice
supremo, a fin de que seamos verdaderos hebreos que pasan de Egipto a la
tierra tantas veces prometida, verdaderos cristianos que con Cristo pasan
de este mundo al Padre y, además, verdaderos amadores de la sabiduría,
que llama y dice: Pasaos a mí todos los que me deseáis y saciaos
de mis frutas. Porque de la grandeza y hermosura de las cosas creadas se
puede a las claras venir en conocimiento del Creador.
10. Y en verdad reluce en las cosas creadas la suma potencia, la suma sabiduría
y la suma benevolencia del Creador, conforme lo anuncia el sentido de la
carne al sentido interior por tres modos. El sentido de la carne, en efecto,
sirve al entendimiento que investiga racionalmente, o al que cree firmemente,
al que contempla intelectualmente. El entendimiento que contempla considera
la existencia actual de las cosas; el que cree, el decurso habitual de las
cosas, y el que razona, el valor de la excelencia potencial de las cosas.
11. En el primer modo, el aspecto del entendimiento que contempla, considerando
las cosas en sí mismas, ve en ellas el peso, el número y la
medida; el peso respecto al sitio a que se inclinan, el número por
el que se distinguen y la medida por la que se limitan. Y así ve en
ellas el modo la especie y el orden, y además la substancia, la potencia
y la operación. De lo cual, como de un vestigio, puede el alma levantarse
a entender la potencia, la sabiduría y la bondad inmensa del Creador.
12 En el segundo modo, el aspecto del entendimiento que cree, considerando
este mundo, atiende al origen, al decurso y al término. Pues por la
fe creemos que la Palabra de Vida formó los siglos; por la fe creemos
que los tiempos de las tres leyes, a saber: de la naturaleza, de la Escritura
y de la gracia, suceden unos a otros y transcurren ordenadísimamente;
por la fe creemos, por último, que el mundo ha de terminar por el
juicio final, echando de ver en lo primero la potencia del sumo Principio,
en lo segundo su providencia y en lo tercero su justicia.
13. En el tercer modo, el aspecto del entendimiento que investiga racionalmente,
ve que algunas cosas sólo existen; que otras existen y viven; que
otras existen, viven y disciernen; y que las primeras son ciertamente inferiores,
las segundas intermedias y las terceras mejores. Ve, en segundo lugar, que
unas cosas son corporales, otras parte corporales y parte espirituales; de
donde infiere que hay otras meramente espirituales, mejores y más
dignas que entrambos. Ve además que algunas cosas son mudables y corruptibles,
como las terrestres; que otras son mudables e incorruptibles, como las celestes;
por donde colige que hay otras inmutables e incorruptibles, como las sobrecelestes.
Luego de estas cosas visibles se levanta el alma a considerar la potencia,
la sabiduría y la bondad de Dios como existente, viviente e inteligente,
puramente espiritual, incorruptible e inmutable.
14. Y dilátase esta consideración conforme a siete condiciones
de las criaturas, que son siete testimonios de la potencia, sabiduría
y bondad divina, si se considera el origen, la grandeza, la multitud, la
hermosura, la plenitud, la operación y el orden de todas las cosas.
El origen de las cosas, en efecto, en cuanto se refiere a la creación,
distinción y ornato de la obra de los seis días, predica la
divina potencia que las sacó de la nada, la divina sabiduría
que las distinguió claramente y la divina bondad que las adornó
largamente. Y la grandeza de las cosas, en su mole de longitud, latitud y
profundidad, en la excelencia de su virtud que a lo largo, a lo ancho y a
lo profundo se extiende como se ve en la difusión de la luz; en la
eficacia de la operación íntima, continua y difusiva, cual
se hace patente en la acción del fuego, indica de manera manifiesta
la inmensidad de la potencia, sabiduría y bondad del Dios trino, quien
existe incircunscrito en todas las cosas por potencia, por presencia y por
esencia. La multitud de las cosas, en su diversidad de géneros, especies
e individuos, en cuanto a la substancia, a la forma o figura y a la eficacia
superior a todo cálculo o apreciación humana, insinúa
y aun muestra claramente la inmensidad de los tres mencionados atributos
que en Dios existen. Y la hermosura de las cosas, en la variedad de luces,
figuras y colores que se hallan, ora en los cuerpos simples, ora en los mixtos,
ora en los organizados, tales como los cuerpos celestes y minerales, piedras
y metales, plantas y animales, con evidencia proclaman los tres predichos
atributos. La plenitud de las cosas, por cuanto la materia está llena
de formas, según las razones seminales, la forma llena de virtud según
la potencia activa y la virtud llena de efectos. según la eficiencia,
declara lo mismo de modo manifiesto. La operación múltiple,
según sea natural, artificial y moral con su variedad, multiplicada
en extremo, demuestra la inmensidad de aquella virtud, arte y bondad, que
es ciertamente para todos "la causa de existir, la razón de conocer
y el orden de vivir". En el libro de las criaturas el orden considerado según
la duración, situación e influencia, es decir, por razón
de lo anterior y de lo posterior, de lo superior y de lo inferior, de lo
más noble y de lo más innoble, da a entender manifiestamente
la primacía, la sublimidad y la dignidad del primer Principio en cuanto
a la infinitud de su poder en el libro de la Escritura da a entender el orden
de las leyes, preceptos e inicios divinos: la inmensidad de su sabiduría;
y en el en el cuerpo de la Iglesia, el orden de los sacramentos, beneficios
y retribuciones, la inmensidad de su bondad de suerte que el orden mismo
nos lleva de la mano con toda evidencia al que es primero y sumo, potentísimo,
sapientísimo y óptimo.
15. Luego, el que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra,
está ciego: el que con tantos clamores no se despierta, está
sordo; el que por todos estos efectos no alaba a Dios, ése está
mudo; el que con tantos indicios no advierte el primer Principio, ese tal
es necio Abre, pues, los ojos, acerca los oídos espirituales. despliega
los labios y aplica tu corazón para en todas las cosas ver, oír,
alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no sea que todo
el mundo se levante contra ti. Pues a causa de esto todo el mundo peleará
contra los insensatos siendo, en cambio, motivo de gloria para los sensatos,
que pueden decir con el Profeta: Me has recreado, oh Señor, con tu
obras, y al contemplar las obras de tus manos salto de alegría, oh
Señor. Cuán grandes son tus obras, Señor; todo los has
hecho sabiamente; llena está la tierra de riquezas.
CAPITULO II.
ESPECULACIÓN DE DIOS EN LOS VESTIGIOS QUE HAY DE ÉL EN ESTE
MUNDO SENSIBLE
1. Mas, como, en relación al espejo de las cosas sensibles, nos sea
dado contemplar a Dios no sólo por ellas como por vestigios, sino
también en ellas por cuanto en ellas esté por esencia, potencia
y presencia; y, además, como esta manera de considerar sea más
elevada que la precedente; de ah es que la tal consideración ocupa
el segundo lugar como segundo grado de la contemplación, que nos ha
de llevar de la mano a contemplar a Dios en todas las criaturas, la, cuales
entran en nuestra alma por los sentidos corporales.
2. Se ha de observar, pues, que este mundo, que se dice macrocosmos, entra
en nuestra alma, que se dice mundo menor, por las puertas de los cinco sentidos,
a modo de aprehensión, delectación y juicio de las cosas sensibles.
La razón es manifiesta: hay, efectivamente, en el mundo seres generadores,
seres generados y seres que gobiernan a entrambos. Generadores son los cuerpos
simples, a saber: los cuerpos celestes y los cuatro elementos. Porque, en
virtud de la luz que concilia la oposición de los elementos en los
mixtos, de los elementos tienen que ser engendrados y producidos cuantos
seres se engendran y producen por la operación de la virtud natural.
Generados son los cuerpos compuestos de elementos, tales como los minerales,
los vegetales, los animales y los cuerpos humanos. Los seres que tanto a
éstos como a aquellos gobiernan son las substancias espirituales,
ora las totalmente unidas a la materia, como las almas de los brutos, ora
las que están unidas a ella, pero de modo separable, como los espíritus
racionales, ora las absolutamente separadas de ella, como son los espíritus
celestiales, a quienes los filósofos llamaron inteligencias y nosotros
llamamos ángeles. A ellos es a quienes compete, según los filósofos,
mover los cuerpos celestes y se les atribuye, por lo mismo, la administración
del universo, dado que reciben de la primera causa, que es Dios, la virtud
influyente que transmiten en conformidad con la obra del gobierno que se
relaciona con la consistencia natural de las cosas. Mas a ellos se atribuye,
según los teólogos, el gobierno del universo, a las órdenes
del Dios sumo, en cuanta a las obras de la reparación, por cuya razón
se llaman espirituales, enviados en favor de aquellos que deben ser los herederos
de la salud.
3. Ahora bien, el hombre, que se dice mundo menor tiene cinco sentidos como
cinco puertas, por las cuales entra a nuestra alma el conocimiento de todas
las cosas que existen en el mundo sensible. En efecto, por la vista entran
los cuerpos sublimes, los luminosos y los demás colorados, por el
tacto, los cuerpos sólidos y terrestres; por los sentidos intermedios,
los cuerpos intermedios, como los acuosos por el gusto, los aéreos
por el oído, y por el olfato loa evaporables que tienen algo de la
naturaleza húmeda, algo de la aérea y algo de la ígnea
o caliente, como es de ver en el humo que de los aromas se desprende.
Entran, digo, por estas puertas tanto los cuerpos simples como los compuestos,
que son los mixtos. Mas como por el sentido percibimos no sólo lo
sensible particular, como son la luz, el sonido, el olor, el sabor y las
cuatro cualidades primarias que aprehende el tacto, sino también lo
sensible común, como el número, la grandeza, la figura, el
reposo y el movimiento; y como "todo lo que se mueve se mueve por otro",
y seres hay que por sí mismos se mueven y reposan, como son los animales:
cuando por estos cinco sentidos aprehendemos los movimientos de los cuerpos,
somos llevados, como de la mano al conocimiento de los motores espirituales,
como por el efecto al conocimiento de la causa.
4. Por la aprehensión, en efecto, entra en el alma todo el mundo sensible
en cuanto a los tres géneros de cosas. Y estas cosas sensibles y exteriores
son las que primero entran en el alma por las puertas de los cinco sentidos;
entran, digo, no por sus substancias, sino por sus semejanzas, formadas primeramente
en el medio, y del medio en el órgano exterior, y del órgano
exterior en el órgano interior, y de éste en la potencia aprehensiva;
y de esta manera la formación de la especie en el medio y del medio
en el órgano y la conversión de la potencia aprehensiva la
especie hace aprehender todo cuanto el alma aprehende exteriormente.
5. Y esta aprehensión, si lo es de alguna cosa conveniente, sigue
la delectación. Deléitase, en efecto, el sentido en el objeto,
percibido mediante su semejanza abstracta o por razón de hermosura,
como en la vista, o por razón de suavidad, como en el olfato y oído,
o por razón de salubridad, como en el gusto y tacto - hablando apropiada
mente -. Y aun si la delectación existe, existe a causa de la proporción.
Mas porque la especie tiene razón de forma virtud y operación,
según haga referencia al principio de que emana, al medio por que
pasa y al término en que obra de aquí es que la proporción
o se considera en la semejanza, en cuanto tiene razón de especie o
forma, y así se dice hermosura, no siendo la hermosura otra cosa que
una igualdad armoniosa, o también no siendo otra cosa que cierta disposición
de partes con suavidad de color; o se considere en cuanto tiene razón
de potencia o virtud, y así se dice suavidad, pues entonces la potencia
activa no excede improporcionalmente la potencia receptiva, sufriendo el
sentido en lo extremado y deleitándose en lo moderado; o se considera,
en cuanto tiene razón de eficacia y de impresión, la cual entonces
es proporcional cuando el agente, al causar la impresión, colma la
indigencia del paciente, y esto es sanarlo y nutrirlo, como aparece principalmente
en el gusto y tacto. Y así por la delectación entran en el
alma los objetos exteriores que deleitan, mediante sus semejanzas, según
los tres modos de delectación.
6. Después de la aprehensión y de la delectación, fórmase
el juicio, por el que no sólo se juzga si esto es blanco o negro -
porque esto pertenece al sentido particular - o si es saludable o nocivo
lo cual pertenece al sentido interior -, sino también se juzga y se
da cuenta de por qué tal cosa deleita, acto en que se inquiere la
razón de la delectación que del objeto se recibe en el sentido.
Y esto ocurre cuando se indaga la razón de lo hermoso, de lo suave
y de lo saludable, resultando no ser otra que una proporción de igualdad.
Pero esta razón de igualdad es la misma tanto en las cosas grandes
como en las pequeñas, no se extiende con las dimensiones, ni pasa
con las cosas transitorias, ni se altera con las mudanzas; pues abstrae de
lugar, de tiempo y de cambios y viene a ser por lo mismo inmutable, incircunscriptible,
interminable y enteramente espiritual. De donde el juicio es una operación
que, depurando y abstrayendo la especie sensible, sensiblemente recibida
por los sentidos, la hace entrar en la potencia intelectiva. Y así
todo este mundo tiene entrada en el alma por las puertas de los sentidos,
conforme a las tres operaciones mencionadas.
7. Y todas estas cosas son vestigios donde podemos investigar a nuestro Dios.
Porque siendo la especie que se aprehende semejanza engendrada en el medio
e impresa después en el órgano, y llevándonos, en virtud
de la impresión, al principio de donde nace, es decir, al conocimiento
del objeto, nos da a entender de modo manifiesto no sólo que aquella
luz eterna engendra de sí una semejanza o esplendor coigual, consubstancial
y coeterno, sino también que aquel que es imagen del invisible, esplendor
de su gloria y figura de su substancia, existente en todas partes por su
generación primera, el objeto engendra su semejanza en todo medio,
se une por la gracia de la unión - la especie se une al órgano
corporal - a un individuo de la naturaleza racional para reducirnos mediante
tal unión al Padre como a fontal principio y objeto. Luego todas las
cosas cognoscibles, teniendo como tienen la virtud de engendrar la especie
de sí mismas, proclaman con claridad que en ellas, como en espejos,
puede verse la generación eterna del Verbo, Imagen e Hijo que del
Dios Padre emana eternalmente.
8. De igual modo, la especie que deleita como hermosa, suave y saludable,
da a conocer que existe la primera hermosura, suavidad y salubridad en aquella
primera especie, donde hay suma proporción e igualdad respecto al
engendrador, suma virtud que se intima no por fantasmas sino por la verdad
de la aprehensión, suma impresión que sana satisface y expele
toda indigencia en el aprehensor. Por lo tanto, si la delectación
"es la unión de un conveniente con su conveniente", si la semejanza
que se engendra de sólo Dios tiene la razón de lo sumamente
hermoso, sumamente suave y sumamente saludable, y se une, según la
verdad, según la intimidad y según la plenitud que llena toda
capacidad, se ve claramente que en sólo Dios está la delectación
fontal y verdadera y que todas las delectaciones nos llevan de la mano a
buscar aquella.
9. Pero de un modo más excelente y más inmediato nos lleva
el juicio a especular con más certeza la eterna verdad. Porque si
el juicio ha de hacerse por razones que abstraen del lugar, tiempo y mutabilidad
y, por lo mismo de la dimensión, sucesión y mudanza; si ha
de hacerse por razones inmutables, incircunscriptibles e interminables; si
nada hay, en efecto, del todo inmutable, ni incircunscriptible ni interminable,
sino lo que es eterno; si todo cuanto el eterno es Dios o está en
Dios; si cuantas cosas ciertamente juzgamos, vuelvo a decir, por esas razones
las juzgamos; cosa manifiesta es que Dios viene a resultar la razón
de todas las cosas y la regla infalible y la luz de la verdad, luz donde
todo lo creado reluce de modo infalible, indeleble, indubitable, irrefragable,
incoartable, inapelable, interminable, indivisible e intelectual. Por tanto,
aquellas leyes por las que juzgamos con toda certeza de todas las cosas sensibles
que a nuestra consideración vienen, por lo mismo que son infalibles
e indubitables para el entendimiento del que las aprehende, indelebles de
la memoria del que las recuerda, irrefragables e inapelables para el entendimiento
del que las juzga, pues al decir de San Agustín, "nadie juzga a ellas,
sino por ellas", menester es que sean inmutables e incorruptibles como necesarias,
incoartables como incircunscritas, interminables como eternas, y por eso
indivisibles como intelectuales e incorpóreas, no hechas, sino increadas,
tales que existen eternalmente en el arte eterna, por la cual, mediante la
cual y según la cual reciben la forma todas las cosas, plenamente
informadas; y por eso ni juzgarse pueden éstas con toda certeza, sino
por aquella arte eterna, la cual es la forma que no sólo todo lo produce,
sino que todo lo conserva y todo lo distingue como ser que tiene la primacía
de la forma entre todas las cosas y como regla que todas las dirige y por
la que nuestra alma juzga cuanto en ella entra por los sentidos.
10. Dilátase esta especulación considerando siete diferencias
de números por los cuales, como por siete grados, se sube a Dios,
según lo demuestra San Agustín en el libro De vera Religione
y en el sexto De Musica, donde asigna las diferencias de números que
van subiendo gradualmente desde estas cosas sensibles hasta el supremo artífice
de todas, para que en todas sea visto Dios.
Dice, pues, que hay números en los cuerpos, y, sobre todo, en los
sonidos y en las voces, y los llama sonantes que hay números abstraídos
de éstos y recibidos en los sentidos, y los llama ocurrentes; que
hay números que proceden del alma al cuerpo, como se ve en las gesticulaciones
y en las danzas, y los llama progresivos; que hay números en la delectación
de los sentidos, por la conversión de la intención a la especie
sensible, y los llama sensuales que hay números retenidas en la memoria,
y los llama me memoriales; que, por último, hay números por
los que de todos estos números juzgamos, y los llama judiciales. Los
cuales, como queda dicho, por necesidad están por encima del alma,
siendo como son infalibles e indiscutibles. Estos son los que imprimen en
nuestra alma los números artificiales, que, sin embargo, no los enumera
San Agustín en la clasificación mencionada por estar conexos
con los judiciales; de los judiciales es de donde emanan los números
progresivos, de los que se producen numerosas formas di artefactos, a fin
de que de los números supremos se descienda ordenadamente, pasando
por los medios, hasta los que son ínfimos. Subimos también
por grados a los números supremos, empezando desde los sonantes, por
medio de los ocurrentes, sensuales y memoriales.
Como sean, pues, bellas todas las cosas y, en cierta manera deleitables,
y como no exista delectación ni hermosura sin la proporción,
que consiste primariamente en los números, es necesario que todas
las cosas sean numerosas y, por lo mismo, el número es el ejemplar
príncipe en la mente del Creador; y en las cosas el principal vestigio
que nos lleva a la Sabiduría. Vestigio que, por ser evidentísimo
para todos y cercanísimo a Dios, a Dios nos conduce muy de cerca como
por siete diferencias o grados y, al aprehender las cosas numerosas, deleitarnos
en las proporciones numerosas y juzgar irrefragablemente por las leyes de
proporciones numerosas, hace que le conozcamos en los seres corporales, sujetos
a los sentidos.
11. De los dos grados primeros que nos han llevado de la mano a especular
a Dios en sus vestigios a modo de las dos alas que descendían cubriendo
los pies, bien podemos colegir que todas las criaturas de este mundo sensible
llevan al Dios Eterno el espíritu del que contempla y degusta, por
cuanto son sombras, resonancias y pintura de aquel primer Principio, poderosísimo,
sapientísimo y óptimo, de aquel origen, luz y plenitud eterna
y de aquella arte eficiente, ejemplante y ordenante; son no solamente vestigios,
simulacros y espectáculos puestos ante nosotros para cointuir a Dios,
sino también signos que, de modo divino, se nos han dado; son, en
una palabra, ejemplares o, por mejor decir, copias propuestas a las almas
todavía rudas y materiales para que de las cosas sensibles que ven
se trasladen a las cosas inteligibles como del signo a lo significado.
12. Porque, en verdad, las criaturas de este mundo sensible significan las
perfecciones invisibles de Dios; en parte, porque Dios es el origen, el ejemplar
y el fin de las cosas creadas y porque todo efecto es signo de la causa,
toda copia lo es del ejemplar, todo camino lo es del fin al que conducen;
en parte por representación propia, en parte por la prefiguración
profética, en parte por operación angélica y en parte
por institución sobreañadida. Y es que toda criatura, por su
naturaleza, es como una efigie o similitud de la eterna Sabiduría;
pero lo es especialmente aquella que, en la Sagrada Escritura, se tomó,
por espíritu de profecía para prefigurar las cosas espirituales;
mas especialmente aquellas criaturas en cuya figura quiso Dios aparecer por
ministerio de los ángeles y, especialísimamente, por fin, aquella
que quiso fuese instituida para significar, la cual no sólo tiene
razón de signo común, sino también de signo sacramental.
13. De todo esto se colige que las perfecciones invisibles de Dios, desde
la creación del mundo, se han hecho intelectualmente visibles por
las creaturas de este mundo; tanto, que son inexcusables los que no quieren
considerarlas, ni conocer, ni bendecir, ni amar a Dios en todas ellas siendo
así que no quieren trasladarse de las tinieblas a la admirable luz
divina. A Dios, pues, las gracias por nuestro Señor Jesucristo, quien
nos trasladó de las tinieblas a su luz admirable, por cuanto estas
luces que exteriormente se nos han dado nos disponen para entrar de nuevo
en el espejo de nuestra alma, en el que relucen las perfecciones divinas.
CAPITULO III.
ESPECULACIÓN DE DIOS POR SU IMAGEN IMPRESA EN LAS POTENCIAS NATURALES
1. Y porque los dos grados predichos, guiándonos a Dios por los vestigios
suyos, por los cuales reluce El en todas las criaturas, nos llevaron de la
mano hasta entrar de nuevo en nosotros, es decir, a nuestra mente, donde
reluce la divina imagen; de ahí es que, llegados ya al tercer grado,
entrando en nosotros mismos, como si dejáramos el atrio del tabernáculo,
en el santo, esto es, en su parte interior es donde debemos procurar ver
a Dios por espejo: allí donde, a manera de candelabro, reluce la luz
de la verdad en la faz de nuestra mente, en la cual resplandece, por cierto,
la imagen de la beatísima Trinidad.
Entra, pues, en tí mismo y observa que tu alma se ama ardentísimamente
a sí misma; que no se amara, si no se conociese; que no se conociera,
si de sí misma no se recordase, pues nada entendemos por la inteligencia
que no esté presente en nuestra memoria, y con esto adviertes ya,
no con el ojo de la carne, sino con el ojo de la razón, que tu alma
tiene tres potencias. Considera, pues, las operaciones y las habitudes de
estas tres potencias y podrás ver a Dios por ti, como por imagen,
lo cual es verlo como por un espejo y bajo imágenes oscuras.
2. Y en verdad, la operación de la memoria es retener y representar
no sólo las cosas presentes, corporales y temporales, sino también
las sucesivas, simples y sempiternas. Pues retiene la memoria las cosas pasadas
por la recordación, las presentes por la suscepción, las futuras
por la previsión. Retiene también las cosas simples, cuales
son los principios de la cantidad, ya discreta, ya continua, como el punto,
el instante y la unidad, sin los cuales nada es posible recordar o pensar
cuanto de ellos tienen principio. Retiene asimismo, los principios y los
axiomas de las ciencias no sólo como eternos, sino también
de modo eterno, pues, como uno use de la razón, nunca puede olvidarlos,
de manera que en oyéndolos, no les preste asentimiento; y esto no
como si empezara a comprenderlos entonces, sino reconociendo. los cual si
le fueran connaturales y familiares, cosa que se hace patente, proponiendo
a uno principios como éstos: "De cualquier ser o se afirma o se niega";
o también: "El toda es mayor que su parte", u otro axioma cualquiera
al que no es posible contradecir por ser evidente en si mismo. Por lo tanto,
a causa de la primera retención actual de las cosas temporales, a
saber: de las pasadas, presentes y futuras, la memoria es una imagen de la
eternidad, cayo presente indivisible se extiende a todos los tiempos. Por
la segunda retención se ve que la memoria está posibilitada
para ser informada no sólo del exterior por los fantasmas, sino también
de arriba, recibiendo las formas simples que no pueden entrar por las puertas
de los sentidos ni por las representaciones de objetos sensibles. Por la
tercera retención tenemos que posee ella presente a si misma una luz
inmutable, en la cual recuerda verdades invariables. Y así, mediante
las operaciones de la memoria, está claro que el alma es imagen y
semejanza divina, tan presente a sí misma como presente a Dios, a
quien conoce en acto, aunque sólo en potencia sea capaz de poseerlo
y de ser partícipe suyo.
3. La operación de la virtud intelectiva está en conocer el
sentido de los términos, proposiciones e ilaciones. Entonces, en efecto,
conoce el entendimiento los significados de los términos cuando viene
a comprender por definición a cada uno de ellos. La definición,
empero, ha de darse por términos más generales, y éstos
han de definirse por otro, más generales todavía hasta llegar
a los supremos y generalísimos, ignorados los cuales, no pueden entenderse
los términos inferiores por vía de definición. De manera
que sin conocer el ser por sí, no se puede conocer plenamente la definición
de una substancia particular cualquiera. Tampoco puede ser conocido el ser
por sí sin conocerlo con sus propiedades, que son: unidad, verdad
y bondad. Y como el ser pueda concebirse como ser diminuto y como ser completo,
como ser perfecto y como ser imperfecto. como ser en potencia y como ser
en acto, como ser "secundum quid" y como ser "simpliciter", como ser parcial
y como ser total, como ser transeúnte y como ser permanente, como
ser por otro y como ser por sí mismo, como ser mezclado de no ser
y como ser puro, como ser dependiente y como ser absoluto, como ser anterior
y como ser posterior, como ser mudable y como ser no mudable, como ser simple
y como ser compuesto; y como en manera alguna puedan conocerse las negaciones
y los defectos si no es por las afirmaciones: cosa clara es que nuestra inteligencia
no llega, por análisis, al conocimiento plenario de alguno de los
seres creados, a no ser ayudada del conocimiento del ser purísimo,
completísimo y absoluto, el cual es el ser "simpliciter" y eterno,
ser en quien se hallan las razones de todas las cosas en su puridad. Y, de
otra suerte, ¿cómo pudiera conocer la inteligencia que tal
cosa es defectuosa e incompleta si ningún conocimiento tuviese del
ser exento de todo defecto? Y procédase de esta manera en las demás
condiciones ya tratadas.
Y entonces se dice, con toda verdad, que el entendimiento comprende el sentido
de las proposiciones cuando sabe con certeza que son verdaderas, y saber
esto es saber que no puede engañarse en tal comprensión. Sabe,
en efecto, que tal verdad no puede ser de otra manera, sabiendo como sabe
que esa verdad es inmutable. Pero, por ser mudable nuestra mente, no puede
ver la verdad reluciendo tan inmutablemente si no es en virtud de otra luz
que brilla de modo inmutable del todo, la cual es imposible sea criatura
sujeta a mudanzas. Luego la conoce en aquella luz que alumbra a todo hombre
que viene a este mundo, la cual es la luz verdadera y el Verbo que en el
principio estaba en Dios.
Pero nuestro entendimiento entonces percibe, con toda verdad, el sentido
de una ilación cuando ve que la conclusión se sigue necesariamente
de las premisas, lo cual no sólo ve en los términos necesarios,
sino también en los cotingentes; como, por ejemplo: si el hombre corre,
el hombre se mueve. Y esta relación necesaria la percibe no sólo
en las cosas existentes, sino también en las no existentes. Pues así
como, existiendo el hombre, se sigue la conclusión si el hombre corre,
el hombre se mueve, así también se sigue lo mismo, aunque el
hombre no exista. Pero la necesidad de semejante ilación no viene
de la existencia del ser en la materia, porque tal existencia es contingente;
ni de la existencia de las cosas en el alma, ya que afirmarla en el alma,
no existiendo realmente, vendría a ser una ficción: luego viene
de aquella ejemplaridad del arte eternal, en la cual tienen las cosas aptitud
y relación mutua, conforme está representadas en el arte eterna.
Y es que, como dice San Agustín en el libro De vera Religione, la
luz del que verdaderamente razona se enciende por aquella verdad y brega
por llegar a ella. Por donde se ve a las claras cuán unido está
nuestro entendimiento a la verdad eterna, pues nada verdadero puede conocer
sino enseñado por ella. Con que por ti mismo puedes ver la verdad
que te enseña, como las concupiscencias e imaginaciones no te lo impidan,
interponiéndose como niebla entre ti y el rayo de la verdad.
4. Y la operación de la virtud electiva se echa de ver en el consejo,
en el juicio y en el deseo. El consejo consiste en inquirir cuál sea
lo mejor, esto o aquello. Pero nada se dice lo mejor sino por acceso a lo
óptimo, y el acceso a lo óptimo consiste en la mayor semejanza;
luego nadie sabe si una cosa es mejor que otra sin saber que se asemeja más
a lo óptimo. Pero nadie sabe que una cosa es más semejante
a otra sin conocer ésta, como que no sé si tal es semejante
a Pedro sin saber o conocer quién es Pedro; luego en todo el que inquiere
cuál sea lo mejor está impresa necesariamente la noción
del sumo Bien.
Y el juicio cierto de las cosas, sujetas al consejo, viene de una ley. Nadie,
en efecto, juzga con certeza en virtud de la ley si no está cierto
no sólo de que la ley es recta, sino también de que no debe
juzgarla; pero nuestra mente juzga de sí misma, y como no pueda juzgar
de la ley, por la cual precisamente juzga, síguese que esa ley es
superior a nuestra mente y que ésta juzga por aquella, según
la lleva impresa en sí misma. Es así que nada hay superior
a la mente humana sino Aquel que la hizo: luego nuestra potencia deliberativa,
cuando juzga y resuelve hasta el último análisis, viene a tocar
en las leves divinas.
El deseo, por último, versa, ante todo, sobre aquello que sumamente
lo mueve. Sumamente mueve lo que suma. mente se ama; pero ámase sumamente
ser feliz, y ser feliz no se consigue sino poseyendo lo óptimo y el
fin último: luego nada apetece el humano deseo sino el sumo bien o
lo que dice orden al sumo bien, o lo que tiene apariencia del sumo bien.
Tanta es la eficacia del sumo bien que, si no es por su deseo, nada puede
amar la criatura, la cual se engaña y cae en error precisamente cuando
toma por realidad no que no es sino efigie y simulacro del sumo bien.
Ve por aquí cuán próxima a Dios está el alma
y cómo la memoria nos lleva a la eternidad, la inteligencia a la verdad
y la potencia electiva a la suma bondad, según sus respectivas operaciones.
5. Y si consideramos el orden, el origen y la virtud de estas potencias,
el alma nos lleva a la misma beatísima Trinidad. Porque de la memoria
nace la inteligencia como prole suya, pues entonces entendemos cuando la
similitud, presente en la memoria, reverbera en el ápice del entendimiento,
de donde resulta el verbo mental; y de la memoria y de la inteligencia se
exhala el amor como nexo de entrambos Estas tres cosas - mente generadora,
verbo y amor - están en correspondencia con la memoria, inteligencia
y voluntad potencias que son consubstanciales, coiguales y coetáneas
compenetrándose en mutua inexistencia. Siendo, pues, Dio, espíritu
perfecto, tiene memoria, inteligencia y voluntad tiene, asimismo, no sólo
su Verbo engendrado, sino también su Amor espirado, los cuales se
distinguen necesariamente por producirse el uno del otro, no por producción
esencial n por producción accidental, sino por producción personal.
Considerándose, pues, el alma a sí misma, de si misma como
por espejo se eleva a especular a la santa Trinidad del Padre, del Verbo
y del Amor, trinidad de personas tan coeternos, tan coiguales y tan consubstanciales
que cada una de ellas está en cada una de las otras, no siendo, sin
embargo, una persona la otra, sino las tres un solo Dios.
6. A esta especulación que el alma tiene de su principio uno y trino,
mediante sus potencias, trinas en número, por las que es imagen de
Dios, la ayudan las luces de las ciencias, luces que la perfeccionan e informan
y representan la beatísima Trinidad de tres maneras. Pues se ha de
saber que toda la filosofía o es natural, o racional, o moral. La
primera trata de la causa del existir, y por eso lleva a la potencia del
Padre; la segunda, de la razón del entender, y por eso lleva a la
sabiduría del Verbo, y la tercera, del orden del vivir, y por eso
lleva a la bondad del Espíritu Santo.
Además, la primera - la filosofía natural - se divide en metafísica,
matemática y física. De las cuales la una versa sobre las esencias
de las cosas, la otra sobre los números y figuras, la tercera sobre
las naturalezas, virtudes y operaciones difusivas. Y así, la primera
nos lleva al primer Principio, que es el Padre; la segunda a su imagen, que
es el Hijo: la tercera al don, que es el Espíritu Santo.
La segunda - la filosofía racional - se divide en gramática,
que hace a los hombres capaces para expresarse; la lógica, que los
hace agudos para argüir, y en retórica, que los hace valientes
para mover o persuadir. Lo cual insinúa también el misterio
de la misma beatísima Trinidad.
La tercera - la filosofía moral - se divide en monástica doméstica
y política. De ahí que la primera insinúe la innascibilidad
del primer Principio, la segunda la familiaridad del Hijo y la tercera la
liberalidad del Espíritu Santo.
7. Todas estas ciencias tienen sus reglas ciertas e infalibles como luces
y rayos que descienden de la ley eterna a nuestra mente. Por eso nuestra
mente, irradiada y bañada en tantos esplendores, de no estar ciega,
puede ser conducida por la consideración de si misma a la contemplación
de aquella luz eterna. Y en verdad, la irradiación y consideración
de semejante luz suspende a los sabios en admiración y, por el contrario,
turba a los necios, cumpliéndose así lo que dijo el Profeta:
Iluminando Tú maravillosamente desde los montes eternos, quedaron
perturbados los de corazón insensato.
CAPÍTULO IV.
ESPECULACIÓN DE DIOS EN SU IMAGEN REFORMADA POR LOS DONES GRATUITOS
1. Mas porque acontece contemplar al primer Principio no sólo pasando
por nosotros, sino también quedando en nosotros, y esto - lo segundo
- es más excelente que lo primero, por eso esta manera de considerar
obtiene el cuarto grado de la contemplación. Extraña cosa parece,
por cierto, que, habiendo demostrado cuán cerca está Dios de
nuestras almas, sea de tan pocos especular en sí mismos al primer
Principio. Pero la razón es obvia: distraída el alma con los
cuidados, no entra en sí misma por la memoria; anublada con los fantasmas
de la imaginación, no regresa a sí misma por la inteligencia,
y seducida por las concupiscencias, no vuelve a sí misma por el deseo
de la suavidad interior ni por el de la alegría espiritual. Por eso,
postrada enteramente en estas cosas sensibles, no puede entrar de nuevo en
sí misma como en imagen de Dios.
2. Y porque, donde uno cae, allí debe necesariamente estar tendido
si no hay quien le dé la mano y le ayude a volver a levantarse; no
pudiera nuestra alma elevarse perfecta mente de las cosas sensibles a la
cointuición de sí propia y de la eterna Verdad en sí
misma si la Verdad, tomando la forma humana en Cristo, no se hubiera constituido
en escala, reparando la escala primera que se quebrara en Adán.
De aquí es que, por muy iluminado que uno esté por la luz de
la razón natural y de la ciencia adquirida, no puede entrar en sí
para gozarse en el Señor si no es por medio de Cristo, quien dice:
Yo soy la puerta. El que por mi entrare se salvará, y entrará,
y saldrá, y hallará pastos. Mas a esta puerta no nos acercamos
sino creyéndole, esperándole, amándole. Por lo tanto,
si queremos entrar de nuevo en la fruición de la Verdad, como en otro
paraíso, es necesario que ingresemos mediante la fe, esperanza y caridad
del mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, quien viene a
ser el árbol de la vida plantado en medio del paraíso.
3. De aquí es que la imagen de nuestra alma ha de re. vestirse con
las tres virtudes teologales que la pacifican, iluminan y perfeccionan; y
de esta manera, la imagen queda reformada y hecha conforme a la Jerusalén
de arriba y miembro de la Iglesia militante, la cual es, según el
Apóstol, hija de la Jerusalén celestial. Porque dijo así:
Aquella Jerusalén que está arriba es libre, la cual es madre
de todos nosotros. El alma, pues, que cree, espera y ama a Jesucristo, que
es el Verbo encarnado, increado e inspirado, esto es, camino, verdad y vida,
al creer por la fe en Cristo, en cuanto es Verbo increado, palabra y esplendor
del Padre, recupera el oído y la vista espiritual; el oído,
para recibir las palabras de Cristo; la vista, para mirar con atención
los esplendores de su luz. Y al suspirar por la esperanza para recibir al
Verbo inspirado recupera, mediante el deseo y el afecto, el olfato espiritual.
Cuando por la caridad abraza al Verbo encarnado, recibiendo de El delectación
y pasando a El por el amor extático, recupera el gusto y el tacto.
Recuperados los sentidos espirituales, mientras ve y oye, huele, gusta y
abraza a su esposo, puede ya cantar como la esposa en el Cantar de los cantares,
compuesto para el ejercicio de la contemplación en este cuarto grado,
que nadie la alcanza, sino la recibe, porque más consiste en la experiencia
afectiva que en la consideración intelectiva. Y es que, en este grado,
reparados ya los sentidos interiores para ver al sumamente hermoso, oír
al sumamente armonioso, oler al sumamente odorífero, gustar al sumamente
suave y asir al sumamente deleitoso, queda el alma dispuesta para los excesos
mentales, y esto por la devoción, por la admiración y por la
exultación, las cuales corresponden a las tres exclamaciones que se
hacen en el Cantar de los cantares. La primera de ellas nace de la abundancia
de la devoción, la cual hace al alma como una columnita de humo, formada
de perfumes de mirra e incienso; la segunda, de la excelencia de la admiración,
que hace el alma como la aurora, la luna y el y el sol, conforme a la progresión
de las iluminaciones que suspenden el alma, a causa de la admiración,
proveniente del contemplado Esposo; la tercera, de la sobreabundancia de
la exultación, la cual hace al alma rebosar de las delicias de delectación
suavísima, apoyada del todo sobre su amado.
4. Alcanzado esto, nuestro espíritu se hace jerárquico para
subir arriba, hallándose como se halla conforme con la Jerusalén
celestial, donde nadie entra sin que ella misma descienda primero al corazón
por la gracia, como lo vio San Juan en su Apocalipsis. Mas entonces desciende
al corazón, cuando, reformada el alma por las virtudes teologales,
por las delectaciones de los sentidos espirituales y por las suspensiones
extáticas, llega a ser jerárquica, esto es, purgada, iluminada
y perfecta. Y así nuestro espíritu queda también adornado
con los grados de los nueve órdenes, al disponerse ordenada e interiormente
con los actos de anunciar, dictar, conducir, ordenar, corroborar, imperar,
recibir, revelar y ungir; actos que gradualmente corresponden a los nueve
órdenes de ángeles; relacionándose los tres primados
de los mencionados actos del alma humana con la naturaleza, los tres siguientes
con la industria y los tres últimos con la gracia. En posesión
ya de estos grados, el alma, entrando en sí misma, entra en la Jerusalén
de arriba donde, al considerar los órdenes de ángeles, ve en
ellos a Dios, que, habitando en ellos mismos, obra todas sus operaciones.
Por lo cual dice San Bernardo al Papa Eugenio que "Dios, como caridad, ama
en los serafines; como verdad conoce en los querubines; como equidad, se
sienta en los tronos; señorea en las dominaciones como majestad, rige
en los principados como principio, defiende en las potestades como salvación,
en las virtudes obra como fortaleza en los arcángeles revela como
luz y en los ángeles asiste como piedad". Órdenes de ángeles
donde Dios es todo en todos por la contemplación del mismo Dios en
las almas en las que habita mediante los dones de su afluentísima
caridad.
5. Para este grado de especulación sirve especial y preferentemente
la consideración de la Sagrada Escritura, divinamente inspirada, así
como para el grado anterior sirve la filosofía. Y es que la Sagrada
Escritura versa principalmente acerca de las obras de la reparación.
De ahí es que trata, ante todo, de la fe, de la esperanza y de la
caridad, virtudes que tienen que reformar al alma, y especialmente de la
caridad. De ella dice el Apóstol que es el fin de los preceptos, en
cuanto viene de corazón puro, conciencia recta y fe sincera. Ella
es, según el mismo Apóstol, la plenitud de la ley. Y nuestro
Salvador asegura que toda la ley y los profetas penden de dos preceptos de
la misma ley, esto es del amor de Dios y del amor del prójimo, preceptos
que si dejan ver en el mismo Esposo de la Iglesia, Jesucristo, que es a un
tiempo Dios y prójimo, Señor y hermano, Rey y amigo, Verbo
increado y encarnado, nuestro formador y reformador, siendo como es el alfa
y la omega; quien es también el supremo jerarca que purifica, ilumina
y perfecciona a su esposa, que es toda la Iglesia y cada una de las almas
santas.
6. De suerte que de este jerarca y de esta eclesiástica jerarquía
trata toda la Sagrada Escritura, la cual nos enseña a purificarnos,
iluminarnos y perfeccionarnos, y esto según las tres leyes que eh
ellas se nos comunican, a saber: la ley de la naturaleza, la de la escritura
y la de la gracia o mejor, según sus tres leyes principales, como
son la le, mosaica, que purifica; la revelación profética,
que ilustra y la doctrina evangélica, que perfecciona; o mucho mejor
aún: según sus sentidos espirituales, que son tres: el tropológico,
que purifica para vivir honestamente; el alegórico, que ilumina para
entender claramente, y el anagógico que perfecciona mediante los excesos
mentales y percepciones suavísimas de la sabiduría, según
las tres virtudes teológicas mencionadas, y los sentidos espirituales
ya reformados, y los tres excesos predichos, y los actos jerárquicos
del alma, por los cuales regresa nuestra alma a su interior para allí
especular a Dios entre los esplendores de los santos; y en ellos, como en
lechos, dormir en paz y reposar, mientras conjura el esposo no la despierten
hasta que por su voluntad lo quiera.
7. Y de estos dos grados medios, por los cuales entramos a contemplar a Dios
dentro de nosotros, como en espejos de imágenes creadas - y esto a
modo de las alas extendidas para volar, las cuales ocupaban el lugar medio
- podemos entender que las potencias naturales del alma racional, en cuanto
a sus operaciones, habitudes y hábitos científicos, nos llevan
como de la mano a las perfecciones divinas, como se ve en el tercer grado.
Nos llevan también a Dios las potencias de la misma alma reformadas
por los hábitos gratuitos, por los sentidos espirituales y por los
excesos mentales, cosa que está patente en el cuarto grado. Sobre
todo, nos llevan a Dios las operaciones jerárquicas del alma humana
- purificación, iluminación y perfección -, las jerárquicas
revelaciones de la Sagrada Escritura que se nos dio por los ángeles
según aquello del Apóstol: La ley nos fue dada por los ángeles,
interviniendo el Mediador. Y, finalmente, las jerarquías y los órdenes
jerárquicas que han de disponerse en nuestra alma, en conformidad
con la Jerusalén de arriba, nos llevan de la mano a Dios.
8. Repleta nuestra alma de todas estas luces intelectuales, es habitada por
la divina Sabiduría como casa de Dios, quedándose constituida
en hija, esposa y amiga de Dios; en miembro, hermana y coheredera de Cristo,
que es su cabeza; en templo, sobre todo, del Espíritu Santo, el cual
está fundado por la fe, levantado por la esperanza y consagrado a
Dios por la santidad del alma y del cuerpo Todo lo cual lo realiza la sincerísima
caridad de Cristo, derramada en nuestro corazón por el Espíritu
Santo que se nos ha dado, Espíritu necesario para saber los secretos
de Dios. Porque, así como nadie sabe las cosas del hombre sino solamente
su espíritu, que está dentro de él, así tampoco
las cosas de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu de Dios.
Arraiguémonos, pues, y fundémonos en la caridad para que podamos
comprender con todos los santos cuál sea la longitud de la eternidad,
la latitud de la liberalidad, la altitud de la majestad y la profundidad
de la sabiduría, a la que pertenece el juicio
CAPITULO V.
ESPECULACIÓN DE LA UNIDAD DE DIOS POR SU NOMBRE PRIMARIO QUE ES EL
SER
1. Y porque acontece contemplar a Dios no sólo fuera y dentro de nosotros,
sino también sobre nosotros -fuera por su vestigio, dentro por su
imagen y sobre por la luz impresa en nuestra mente, luz que es la luz de
la Verdad eterna, "pues nuestra mente de una manera inmediata es informada
por esa Verdad"-, los que se han ejercitado en el primer modo han entrado
en el atrio ante el tabernáculo los que en el segundo, han entrado
en el santo; los que en el tercero, entran con el sumo sacerdote en el santo
de los santos, donde sobre el arca están los querubines de la gloria
protegiendo el propiciatorio, por los cuales entendemos dos modos o grados
de contemplar las perfecciones divinas invisibles y eternas: modos o grados
que versan sobre Dios, el uno sobre sus atributos esenciales y el otro sobre
las propiedades personales.
2. El primer modo, primera y principalmente, fija el aspecto del alma en
el ser, dando a conocer que el que es el primer nombre de Dios. El segundo
modo fija el aspecto del alma en el bien, dando a conocer que el bien es
el primer nombre de Dios. El primer nombre - el ser - se refiere especialmente
al Antiguo Testamento, que predica, ante todo, la unidad de la divina esencia,
por lo cual se dijo a Moisés: Yo soy el que soy. El segundo nombre
- el bien - hace referencia al Nuevo Testamento, el cual determina la pluralidad
de personas, bautizando en el nombre del Padre y Hijo, y del Espíritu
Santo. Por eso nuestro Maestro Cristo, queriendo elevar a la perfección
evangélica al joven observador de la Ley, de modo principal y preciso
atribuye a Dios el nombre de bondad: Nadie es bueno, dijo, sino sólo
Dios. Razón por la que el Damasceno, siguiendo a Moisés dice
ser el que es el nombre primario de Dios, mientras Dionisio, siguiendo a
Cristo, asegura que el nombre divino primario es el bien.
3. Y así, quien quisiere contemplar las perfecciones invisibles que
a la unidad de esencia se refieren, fije el aspecto del alma en el ser y
entienda que el ser es en sí tan certísimo que ni pensar se
puede que no existe; que el ser purísimo no se ofrece al entendimiento
sino ahuyentándose plenamente el no ser, como tampoco se ofrece la
nada al mismo entendimiento sino ahuyentándose plenamente el ser.
Porque, así como la nada absolutamente nada tiene del ser ni de sus
propiedades, así tampoco el ser nada tiene del no ser, ni en acto
ni en potencia, ni en su verdad objetiva ni en la estimación nuestra.
Y, en verdad, como el no ser sea privación del ser, no se concibe
por el entendimiento, sino por medio del ser; pero el ser no se concibe por
otro ser, dado que todo cuanto entiende como no ser. O se entiende como ser
en potencia o se entiende como ser en acto. Ahora bien, si el no ser no se
entiende sino por el ser ni el ser en potencia, sino por el ser en acto;
y si el ser quiere decir el acto puro del ser; luego el ser es lo primero
que entiende el entendimiento, y ese ser es el acto puro. Pero este ser no
es el ser particular, que es limitado por venir en mezcla con la potencia;
ni el ser análogo, por no tener nada de acto, no existiendo en modo
alguno. Luego tenemos que ese ser es el ser divino.
4. Es, pues, cosa extraña la ceguedad del entendimiento, que no considera
lo que ve primero ni aquello sin lo cual nada puede conocer. Y es que así
como el ojo, atento a las diferencias de varios colores, no ve la luz en
cuya virtud ve lo demás, y aun cuando la vea, no la advierte; así
el ojo de nuestra mente, aplicado a los seres universales y particulares,
no advierte tampoco el ser que está sobre todo género, aunque
sea éste lo primero que a la mente se ofrece y las demás cosas
no se presentan a ella sino por ese mismo ser. Por donde aparece con toda
verdad que "lo que el ojo del murciélago es comparado a la luz, eso
mismo es el ojo de nuestra mente comparado a las cosas muy manifiestas de
la naturaleza", y la razón es porque, acostumbrado a las tinieblas
de los seres y a los fantasmas de lo sensible, le parece no ver nada allí
donde mira la luz del ser sumo, no entendiendo que esa misma oscuridad es
la iluminación suprema de nuestra mente, no de otra suerte que al
ojo que ve la luz pura parécele no ver cosa alguna.
5. Mira, pues, con atención aquel purísimo ser, si puedes,
y se te ofrecerá que aquel ser no puede concebirse como ser recibido
de otro ser; y, por lo mismo, lo concebirá. como omnímodamente
primero, pues no es posible venga de la nada ni de otro ser. Y ¿qué
significa el ser de suyo, si el ser purísimo no es de si y por si?
El ser purísimo se te ofrecerá careciendo en absoluto del no
ser; y por lo mismo, tal que nunca empieza ni nunca termina, por lo que debe
decirse eterno. Se te ofrecerá también como lo que en manera
alguna tiene en si, sino lo que es el mismo ser; y, por lo mismo, se te ofrecerá,
no como compuesto, sino como simplicísimo. Se te ofrecerá también
como excluyendo toda posibilidad - todo lo que es posible tiene en cierto
modo algo de no ser -; y, por lo mismo, como actualísimo en sumo grado.
Se te ofrecerá como lo que nada tiene de defectible; y, por lo mismo,
como perfectísimo. Se te ofrecerá, por último, excluyendo
toda pluralización en muchos; y, por lo mismo, como unidad.
Luego el ser que se dice ser puro, ser "simpliciter" y ser absoluto, es también
el ser primario, eterno, simplicísimo, actualísimo, perfectísimo
y unicísimo.
6. Y son estas perfecciones tan ciertas, que quien conoce al ser purísimo,
ni pensar puede cosa contraria a alguna de ellas, llevando como lleva cada
perfección implicadas las demás. En efecto, porque es absolutamente
ser, por eso es absolutamente primero; por ser absolutamente primero, por
eso no viene de otro ser ni puede venir de sí mismo; luego es eterno.
Item, por ser primero y eterno, por eso mismo no está constituido
de elementos diversos; luego es simplicísimo. Idem, por ser primero,
eterno y simplicísimo, por eso mismo nada hay en él de posibilidad
en mezcla con el acto; luego es actualísimo. Idem, por ser primero,
eterno, simplicísimo y actualísimo, por lo mismo es perfectísimo;
nada le falta ni se le puede añadir cosa alguna. Por ser primero,
eterno, simplicísimo, actualísimo y perfectísimo, por
eso mismo es unicísimo. Y dígase otro tanto, por razón
de la omnímoda sobreabundancia, respecto de todas las demás
perfecciones. Y en verdad, "lo que absolutamente por sobreabundancia se predica,
no es posible convenga más que a uno solo". Por tanto, si Dios designa
al ser primario, eterno, simplicísimo, actualísimo y perfectísimo,
imposible es no sólo que se conciba como no existente, sino también
que no sea uno solo. Escucha, pues, oh Israel: tu Dios es el solo y único
Dios.
Si estas cosas miras en la pura sencillez de la mente, te verás algún
tanto lleno de la ilustración de la luz eterna.
7. Pero tienes por donde levantarte a la admiración, pues el mismo
ser es juntamente primero y último, eterna y enteramente presente,
simplicísimo y máximo, actualísimo y de todo en todo
inmutable, perfectísimo e inmenso y, con ser omnímodo, unicísimo.
Si estas cosas con pura mente las admiras, te llenarás de mayor luz,
al entender además que por eso es último, porque es primero.
Y la razón es que siendo primero, todo cuanto hace lo hace en atención
a sí mismo; y así el ser primero por necesidad es el fin último,
el principio y la consumación, el alfa y la omega. Por eso es enteramente
presente, porque es eterno. Y es que, por lo mismo que es eterno, no viene
de otro, ni deja de existir de suyo, ni pasa tampoco de un estado a otro;
luego no tiene ni pasado ni futuro, sino sólo el presente. Por eso
es máximo, porque es simplicísimo. Y, en verdad, siendo como
es simplicísimo en la esencia, por lo mismo ha de ser máximo
en la virtud o potencia, que cuanto más unida esté la virtud
tanto más infinita es. Por eso es de todo en todo inmutable, porque
es actualísimo. Porque, si es actualísimo, es acto puro; y
el acto puro nada nuevo adquiere ni nada de cuanto tiene lo pierde; y, por
lo mismo, no admite mudanzas. Por eso es inmenso, porque es perfectísimo.
Ya que siendo perfectísimo nada puede pensarse mejor, ni más
noble, ni más digno, ni, por consiguiente, mayor que él: tal
ser es inmenso. Por eso es omnímodo, porque es sumamente uno. Pues
se ha de saber que el ser unicísimo es el principio universal de toda
la multitud; y, por lo mismo, es la causa universal que todo lo produce,
que todo lo ejemplariza y todo lo termina, siendo como es "su causa de existir,
su razón de entender y su orden de vivir". Luego es omnímodo,
no como si fuera la esencia de todas las cosas, sino en cuanto es, en grado
supremo, la causa trascendente y universal de todas las esencias, causa cuya
virtud, por estar sumamente unida en la esencia, es sumamente infinita y
múltiple en la eficacia.
8. Volviendo atrás, concluyamos: porque el ser purísimo y absoluto
-el ser "simpliciter"- es primario y último, por eso es el origen
de todas las cosas y el fin que todas las consuma. Porque es eterno y enteramente
presente, por eso contiene y penetra todas las duraciones, cual si fuera
su centro y circunferencia. Porque es simplicísimo y máximo,
por eso se halla todo dentro de todas las cosas y todo fuera de todas ellas,
"viniendo a resultar, por lo mismo, la esfera inteligible, cuyo centro está
en todas partes y cuya circunferencia en ninguna". Porque es actualísimo
y enteramente inmutable, por eso, "permaneciendo estable, da movimiento a
todas las cosas". Porque es perfectísimo e inmenso, por eso está
dentro de todas las cosas, pero no incluido; fuera de todas las cosas, pero
no excluido; sobre todas las cosas pero no levantado; debajo de todas las
cosas, pero no postrado. Porque es unicísimo y omnímodo, por
eso es todo en todas las cosas, por más que éstas sean muchas
y El uno solo; y esto porque, a causa de su unidad simplicísima, por
su verdad purísima y su bondad sincerísima, encierra en si
toda virtuosidad, toda ejemplaridad y toda comunicabilidad Y por eso todas
las cosas son de Él y son por El y existen en El, siendo como es omnipotente,
omnisciente y omnímodamente bueno, el que ve perfectamente ese ser
es feliz, conforme se dijo a Moisés: Yo te mostraré todo bien.
CAPITULO VI.
ESPECULACIÓN DE LA BEATÍSIMA TRINIDAD EN SU NOMBRE QUE ES EL
BIEN
1. Considerados ya los atributos esenciales, debemos levantar el ojo de la
inteligencia a la cointuición de la beatísima Trinidad, para
ver de colocar a un querubín junto a otro querubín. Y a decir
verdad, así como para la consideración de los atributos esenciales
el ser es, no sólo el principio radical, sino también el nombre
que da a conocer los demás nombres, así también para
la contemplación de las emanaciones personales el bien es el principalísimo
fundamento.
2. Entiende, pues, y considera que aquel bien se dice de todo en todo óptimo,
en cuya comparación nada mejor puede concebirse. Y semejante bien
es de manera que no puede concebirse, cual es debido, como no existente,
coma quiera que absolutamente mejor es el existir que el no existir; y aun
es tal, que no es posible concebirlo rectamente, sino concibiéndolo
como uno y trino. El bien, en efecto es difusivo de suyo; luego el sumo bien
es sumamente difusivo de suyo. Pero la difusión no puede ser suma,
no siendo a la vez actual e intrínseca, substancial e hipostática
natural y voluntaria, liberal y necesaria, indeficiente y perfecta. Por lo
tanto, de no existir una producción actual y consubstancial, con duración
eterna, en el sumo bien, y además una persona tan noble como la persona
que la produce a modo de generación y de espiración - modo
que es del principio eterno que eternamente está principiando sus
término principiados, de suerte que haya un amado y un coamado un
engendrado y un espirado, a saber: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu
Santo -, nunca existiera el sumo bien, pues que entonces no se difundiría
sumamente. Y es que, en relación a lo inmenso de la bondad eterna,
la difusión temporal en las criaturas no es sino como centro o punto,
razón por la que es posible concebir aun otra difusión mayor,
cual sería aquella en que el bien difusivo comunicase a otro toda
su substancia y naturaleza. Luego el bien no seria sumo bien, si tanto en
si mismo como conceptualmente, careciera de la difusión suma.
Por tanto, si con el ojo de la mente puedes cointuir la pureza de aquella
bondad, que es el acto poro del principio que caritativamente ama con amor
gratuito, con amor debido y con amor compuesto de entrambos; que es la difusión
plenísima a modo de la naturaleza y de la voluntad; que es la difusión
a modo del Verbo, en quien se dicen todas las cosas, y a modo del don, en
quien los demás dones se donan; entenderás que, por razón
de la suma comunicabilidad del bien, es necesario exista la Trinidad del
Padre, y de] Hijo, y del Espíritu Santo. Personas que por ser sumamente
buenas, por necesidad son sumamente comunicables; por ser sumamente comunicables,
sumamente consubstanciales; por ser sumamente consubstanciales, sumamente
configurables semejantes; por ser comunicables, consubstanciales y configurables
en sumo grado, sumamente coiguales y, por lo mismo, sumamente coeternas;
propiedades de las que resulta la suma cointimidad por la que, no sólo
una persona está necesariamente en la otra por razón de la
circunincesión suma, sino también la una obra con la otra por
razón de la omnímoda identidad de la substancia, virtud y operación
de la misma beatísima Trinidad.
3. Pero al contemplar estas cosas, cuídate de pensar que comprendes
al incomprensible. Porque en estas seis pro piedades tienes que considerar
todavía algo que te llevará al pasmo de la admiración.
Porque en ellas se concierta la suma comunicabilidad con las propiedades
de las personas la suma consubstancialidad con la pluralidad de hipóstasis.
La suma configurabilidad – semejanza - con la personalidad distinta, la suma
coigualdad con el orden, la suma coeternidad con la emanación y la
suma cointimidad con la misión ¿Quién, a la vista de
tantas maravillas, no queda arrebatado en admiración ? Y, por cierto,
con levantar los ojos a la bondad sobre toda bondad, entendemos certísimamente
que toda, estas maravillas se hallan en la beatísima Trinidad. Porque
si suma es allí la comunicación y la difusión verdadera,
verdadero es allí el origen y la distinción verdadera; y porque
la comunicación es total y no parcial, por eso el sumo bien comunica
lo que tiene y todo cuanto tiene. Luego, tanto el que emana como el que produce
se distinguen por sus propiedades y son una misma cosa esencialmente. Por
distinguirse, digo, por las propiedades, tienen propiedades personales, pluralidad
de hipóstasis; emanación, procedente del principio; orden,
no de posterioridad, sino de origen; misión, en fin, que no es de
cambio local, sino de inspiración gratuita por razón de la
autoridad de la persona producente, autoridad que compete al que envía
con respecto al enviado. Y por ser una misma cosa en la substancia, por eso
es de todo punto necesario que se identifiquen en la esencia, en la forma
en la dignidad, en la eternidad, en la existencia y en el ser incircunscriptible.
Y así, cuando estas cosas, cada una de por si y separadamente, las
consideras, tienes donde contemplar la verdad, y al considerarlas, comparadas
las unas con las otras, donde quedarte suspenso en admiración profundísima;
y por eso, a fin de que tu alma suba, mediante la admiración, a una
contemplación admirable, has de considerar todas ellas en su mutua
relación.
4. Y en verdad, esto mismo vienen a significar los querubines, que el uno
al otro se miraban. Ni carece de misterio que ambos se miraran, y se miraran,
vueltos sus rostros al propiciatorio, para que así se cumpla lo que
dice e Señor por San Juan: En esto consiste la vida eterna, en conocerte
a ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Y es que debemos
admirar las propiedades esenciales y personales, no sólo en sí
mismas, sino también comparándolas con la soberanamente admirable
unión de Dios y del hombre en la persona divina de Cristo.
5. Si eres, pues, uno de los querubines, cuando contemplas los atributos
esenciales de Dios, si te admiras de que el ser divino sea juntamente primero
y último, eterno y enteramente presente, simplicísimo y máximo
o incircunscrito, todo en todas partes, pero nunca comprendido, actualísimo,
pero nunca movido, perfectísimo sin superfluidades ni menguas, pero
con todo eso, inmenso e infinito sin límites, unicísimo, pero
omnímodo, por cuanto contiene en sí mismo todas las cosas,
esto es, toda virtud, toda verdad todo bien; pásmate de que en él
el primer Principio esté unido con el postrero, Dios con el hombre
formado el sexto día, el principio eterno con el hombre temporal,
nacido de la Virgen en la plenitud de los tiempos; el principio simplicísimo
con el que es enteramente compuesto, el principio actualísimo con
el que padeció extremadamente y murió, e principio perfectísimo
e inmenso con el que es pequeño, e principio unicísimo y omnímodo
con una naturaleza individual, compuesta y distinta de las demás,
es decir, con la naturaleza humana de Jesucristo.
6. Y si eres el otro querubín, contemplando lo propio de las personas,
si te admiras viendo existir la comunicabilidad con la propiedad, la consubstancialidad
con la pluralidad la semejanza con la personalidad, la coigualdad, con el
orden la coeternidad, con la producción y la cointimidad con las misiones,
- pues que el Hijo es enviado por el Padre y el Espíritu Santo, a
su vez, coexistiendo con el Padre y el Hijo, sin separarse de ellos jamás,
es enviado por entrambos -; mira al propiciatorio y asómbrate de que
en Cristo venga a componerse la unión personal, tanto con la trinidad
de substancias como con la dualidad de naturalezas, la conformidad omnímoda
con la pluralidad de voluntades, la predicación mutua de lo divino
a lo humano y de lo humano a lo divino con la pluralidad de propiedades,
la única adoración con la pluralidad de excelencias, la única
exaltación sobre todas las cosas con la pluralidad de dignidades y
el dominio único con la pluralidad de potestades.
7. En esta consideración es donde nuestra alma, a la vista del hombre
formado a imagen de Dios, como si fuese el sexto día, halla iluminación
perfecta. Porque siendo la imagen una semejanza expresiva, nuestra alma,
al contemplar en Cristo, Hijo de Dios e imagen de Dios invisible por naturaleza,
nuestra humanidad, tan admirablemente exaltada y tan inefablemente unida;
al ver, digo, en Cristo reducidos a unidad al primero y al último,
al sumo y al ínfimo, a la circunferencia y al centro, al alfa y a
la omega, al efecto y a la causa, al creador y a la criatura, al Verbo escrito
por dentro y por fuera, llegó ya a un objeto perfecto, para con Dios
lograr la perfección de sus iluminaciones en el sexto grado, como
en el sexto día, de suerte que nada le queda ya más que el
día de descanso, en el que, mediante el mental exceso, descanse la
perspicacia de la mente humana de todas las obras que llevó a cabo.
CAPÍTULO VII.
EXCESO MENTAL Y MÍSTICO, EN EL QUE SE DA DESCANSO AL ENTENDIMIENTO,
TRASPASÁNDOSE EL AFECTO TOTALMENTE A DIOS A CAUSA DEL EXCESO
1 Habiendo recorrido, pues, estas seis consideraciones que son como las seis
gradas del trono del verdadero Salomón, mediante las cuales se arriba
a la paz, donde el verdadero pacífico descansa en La mente ya pacificada,
como en una Jerusalén interior, o como las seis alas del querubín
que el alma del verdadero contemplativo, llena de la ilustración de
la celestial sabiduría, pueden elevarla a lo alto o como los seis
días primeros, en los que debe el alma ejercitarse para por fin llegar
al reposo del sábado; habiendo nuestra alma, vuelvo a repetir, cointuído
a Dios fuera de s misma por los vestigios y en los vestigios, dentro de sí
misma por la imagen y en la imagen, y sobre si misma, no sólo por
la semejanza de la luz divina que brilla sobre nuestra mente sino también
en la misma luz, según las posibilidades de estado vial y del ejercicio
mental después que ha llegado en el sexto grado, hasta especular en
el principio primero y sumo y mediador entre Dios y los hombres, a saber:
en Jesucristo, maravillas que no teniendo en manera alguna semejantes en
las cosas creadas, exceden toda perspicacia de: humano entendimiento, esto
es lo que le queda todavía: trascender y traspasar, especulando tales
cosas, no sólo este mundo sensible sino también a sí
misma, tránsito en el que Cristo es el camino y la puerta, la escala
y el vehículo como propiciatorio colocado sobre el arca y sacramento
escondido en Dios desde tantos siglos.
2. Quien a este propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero el
rostro, y lo mira suspendido en la cruz con sentimientos de fe, esperanza,
caridad, devoción, admiración alegría, honra, alabanza
y júbilo, ése celebra con Él la pascua, es decir, el
tránsito, de suerte que, en virtud de la vara de la cruz, pasa a través
del mar Rojo, entrando de Egipto en el desierto, donde le sea dado gustar
el maná escondido y reposar con Cristo en el túmulo cual si
estuviera muerto al exterior, pero experimentando, sin embargo, en cuanto
es posible en el estado de viador, lo que en la cruz se dijo a ladrón
adherido a Cristo: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
3. Y esto es lo que se dio a conocer al bienaventurado Francisco cuando,
durante el exceso de la contemplación en el alto monte - donde traté
interiormente estas cosas que se han escrito -, se le apareció el
serafín de seis alas, clavado en la cruz, relación que yo mismo
y otros varios oímos al compañero, que a la sazón con
él estaba; allí donde pasó a Dios por contemplación
excesiva y quedó puesto como ejemplar de la contemplación perfecta,
como antes lo había sido de la acción, cual otro Jacob e Israel,
de manera que a todos los varones verdaderamente espirituales Dios los invitase
por él, más con el ejemplo que con la palabra, a semejante
tránsito y mental exceso.
4. Y en este tránsito, si es perfecto, es necesario que se dejen todas
las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade
todo a Dios y todo se transforme en Dios. Y esta es experiencia mística
y serenísima, que nadie la conoce, sino quien la recibe, ni nadie
la recibe, sino quien la desea; ni nadie la desea, sino aquel a quien el
fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la médula. Por eso
dice el Apóstol que esta mística sabiduría la reveló
el Espíritu Santo.
5 Y así, no pudiendo nada la naturaleza y poco la industria, ha de
darse poco a la inquisición y mucho a la unción; poco a la
lengua y muchísimo a la alegría interior; poco a la palabra
y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el Espíritu Santo;
poco o nada a la criatura, todo a la esencia creadora, esto es, al Padre,
y al Hijo, y a Espíritu Santo, diciendo con Dionisio al Dios trino:
"Oh Trinidad, esencia sobre toda esencia y deidad sobre toda deidad, inspectora
soberanamente óptima de la divina sabiduría, dirígenos
al vértice trascendentalmente desconocido, resplandeciente y sublime
de las místicas enseñanzas, vértice donde se esconden
misterios nuevos, absolutos e inmutables de la Teología en lo oscurísimo,
que es evidente sobre toda evidencia, en conformidad con las tinieblas y
del silencio que ocultamente enseñan, relucientes sobre toda luz,
resplandecientes sobre todo resplandor, tinieblas donde todo brilla y los
entendimientos invisibles quedan llenos sobre toda plenitud de invisibles
bienes, que son sobre todos los bienes". Digamos esto a Dios. Y al amigo
para quien estas cosas se escriben, digámosle con el mismo Dionisio:
"Y tú amigo, pues tratas de las místicas visiones, deja con
redoblados tus esfuerzos, los sentidos y las operaciones intelectuales y
todas las cosas sensibles e invisibles, las que tienen el ser y las que no
lo tienen; y como es posible a la criatura racional, secreta o ignoradamente,
redúcete a la unión de aquel que es sobre toda substancia y
conocimiento. Porque saliendo por el exceso de la pura mente de ti y de todas
las cosas, dejando todas y libre de todas, serás llevado altísimamente
al rayo clarísimo de las divinas tinieblas.
6. Y si tratas de averiguar como sean estas cosas, pregúntalo a la
gracia, pero no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido
de la oración, pero no al estudio de la lección; al esposo,
pero no al maestro; a la tiniebla pero no a la claridad; a Dios, pero no
al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama totalmente y traslada
a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos. Fuego que ciertamente,
es Dios, y fuego cuyo horno está en Jerusalén, y que lo encendió
Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo experimenta,
en verdad, aquel que viene a decir Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos
la muerte. El que ama está muerto, puede ver a Dios, porque, sin duda
alguna, son verdaderas estas palabras: No me verá hombre alguno sin
morir.
Muramos, pues, y entremos en estas tinieblas, reduzca mas a silencio los
cuidados, las concupiscencias y los fantasmas de la imaginación; pasemos
con Cristo crucificado de este mundo al Padre, a fin de que, manifestándose
en nosotros el Padre, digamos con Felipe: Esto nos basta; oigamos con San
Pablo: Bástate mi gracia; y nos alegremos con David, diciendo: Mi
carne y mi corazón desfallecen, Dios de mi corazón y herencia
mía por toda la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente,
y responderá el pueblo: Así sea. Así sea Amén.
LAS CINCO FESTIVIDADES DEL NIÑO JESÚS
Prólogo
Dado que, según el parecer y la doctrina de aquellos hombres venerables
que la irradiación divina más ampliamente ilustró en
la Iglesia de Dios, y más abundantemente encendió la devoción
celeste, la meditación del dulce Jesús y la devota contemplación
del Verbo encarnado deleita el alma devota con más suavidad que la
miel y que la fragancia de los más exquisitos perfumes, la embriaga
más dulcemente, y con mayor perfección la consuela y conforta;
de aquí que, habiéndome sustraído un poquito al tumulto
de molestos pensamientos, reflexioné en silencio, dentro de mí
mismo, qué pudiera yo meditar en este tiempo sobre la Encarnación
para recibir algún consuelo espiritual, en el cual gustara por espejo
la divina dulzura en este valle de lágrimas, de manera que, una vez
gustado en algo dicho consuelo, me fastidiara toda consolación temporal
y fantástica.
Y de lo secreto de la mente me saltó la idea de que el alma devota
podía renovar en sí el misterio de la Encarnación, y
por virtud del Altísimo, mediante la gracia del Espíritu Santo,
podía espiritualmente concebir, dar a luz y poner nombre al Verbo
bendito e Hijo unigénito de Dios Padre; buscarlo y adorarlo con los
santos Magos y, finalmente, presentárselo a Dios Padre, conforme a
la ley de Moisés, felizmente en el templo. De esta forma el alma,
como verdadera discípula de la religión cristiana, viene a
celebrar en sí devotamente las cinco festividades que del niño
Jesús celebra la Iglesia. Y como humildemente lo imaginé, así
con humildes palabras lo compuse, omitidas las autoridades por amor de la
brevedad.
Si alguno, leyendo o meditando este trabajo breve y humilde, se mueve un
poco a devoción del dulcísimo Jesús, a él solo,
autor, fuente y principio de todos los bienes, alabe, glorifique y bendiga.
Mas si no concibiere ningún afecto, culpe al escritor de insuficiente
e indigno, si ya no es suya la culpa por haber leído con poca devoción
y humildad.
Festividad I.
Cómo Jesucristo, el Hijo de Dios, sea concebido espiritualmente por
el alma devota
1. En primer lugar, purificado el entendimiento con el agua de la contrición,
y encendido y elevado el afecto con la chispa del amor, consideremos casta
y devotamente la manera como este bendito Hijo de Dios, Cristo Jesús,
es concebido espiritualmente del alma piadosa.
Cuando el alma devota, movida y estimulada o por la esperanza del galardón
del cielo, o por el temor del eterno suplicio, o por el hastío de
morar por más tiempo en este valle de lágrimas, comienza a
ser visitada con nuevas inspiraciones, santos afectos la inflaman y altos
pensamientos y consideraciones del cielo la congojan, pero, rechazados y
despreciados los antiguos defectos y los deseos de antes, es espiritualmente
fecundada con el espíritu de la gracia por el Padre de las luces,
de quien proviene toda dádiva preciosa y todo don perfecto[1], con
la decisión de una nueva forma de vivir. ¿Y qué significa
esto, sino que descendiendo la virtud del Altísimo y la sombra del
celestial refrigerio, que mitiga las concupiscencias carnales, conforta y
ayuda a ver a los ojos del alma, el Padre vuelve grávida y fecunda
el alma con una suerte de semilla celeste? Tras esta sacratísima concepción,
el alma empalidece en el rostro por la verdadera humildad en el comportamiento,
experimenta desgano por el alimento y la bebida, y desprecio y rechazo totales
por las cosas del mundo; cambian los deseos en los afectos a raíz
del propósito y la intención de bienes diferentes, y a veces
también comienza a debilitarse y enfermar en el reniego de la propia
voluntad. Ya anda triste y turbada por la perpetración de los pasados
delitos, por el tiempo perdido, por la compañía y la conducta
de los hombres que todavía viven en el mundo según los criterios
del mundo. Poco a poco, ya comienza a resultarle pesado y tedioso todo lo
que está y se ve afuera, porque se da cuenta de que desagrada a Aquél
que ella percibe y siente presente en el corazón.
2. ¡Oh feliz concepción, de la cual se consigue semejante desprecio
del mundo y tan gran apetito por las operaciones del cielo y las ocupaciones
divinas! Ya, habiendo gustado el alma aunque más no sea un poco de
la suavidad del espíritu, pierde el sabor toda carne con gemido, ya
el alma comienza a subir a la montaña con María, porque después
de tal concepción molestan las cosas terrenas y se desean las celestes
y eternas. Ya comienza a huir de la compañía de aquellos que
sólo encuentran sabor en lo terreno, y anhela la familiaridad de aquellos
que suspiran por lo celeste. Ya comienza a servir a Isabel, es decir, a aquellos
que ilumina la sabiduría divina y la divina gracia más enciende
por el amor. Y esto es muy importante, porque es la exigencia de muchos que,
cuanto más se apartan del mundo, tanto más amigos y familiares
se vuelven de los hombres buenos, de manera que tanto más insípida
se les vuelve la compañía de los malos, cuanto más dulcemente
los aficiona y los enciende la vida honesta de los buenos y los espirituales.
Porque, según el bienaventurado GREGORIO, “cuando alguien se une a
un hombre santo, sucede que, de verlo con frecuencia, de oír sus palabras
y del ejemplo de su vida, se enciende en el amor a la verdad, huye de las
tinieblas de los pecados y se enardece en el amor de la luz divina”[2]. De
donde ISIDORO: “Procura la compañía de los buenos. Sucederá,
en efecto, que si te haces compañero de su vida, serás también
compañero de sus virtudes”[3]. Considere aquí el alma fiel,
cuán castos, cuán santos y cuán devotos fueron los diálogos
de aquellos santos, cuán divinos y cuán salutíferos
sus consejos, cuán admirable la santidad y cuán grande la obra
de su mutua compañía, cuando cada uno provocaba al otro, con
el ejemplo y la palabra, a cosas siempre mejores.
3. Eso mismo has de hacer tú, alma devota, si sientes haber concebido
del Espíritu nuevos deseos de vida celestial. Huye de la compañía
de los malos, asciende con María, busca los consejos de hombres espirituales,
trata de imitar las huellas de los perfectos, contempla las palabras de los
buenos, junto a sus obras y a sus ejemplos. Huye de los venenosos consejos
de los perversos, que siempre buscan pervertir, desean impedir, no desisten
de lacerar los nuevos deseos del Santo Espíritu, y muchas veces, bajo
apariencia de piedad inoculan el virus de la impía tibieza, diciendo:
“lo que empiezas es demasiado grande, lo que te propones es demasiado arduo,
nadie puede resistir lo que haces; no te darán las fuerzas, te faltan
las virtudes naturales, perderás la cabeza, se te destruirán
los ojos, te prepararás mil enfermedades distintas: tisis, parálisis,
cálculos, mareos de cabeza, cataratas en los ojos; perderás
los sentidos, se te obnubilará la razón, y te abandonarán
todas las fuerzas. Todo esto te sucederá si no desistes de lo comenzado,
si no atiendes más al bienestar de tu cuerpo. Estas cosas no están
bien para tu estado, te hacen perder honor e imagen”. Ves cómo ya
se hizo maestro de disciplina y médico del cuerpo el que ni sabe componer
las propias costumbres ni es capaz de curar la enfermedad de su propia mente.
Ay, ay… ¡Cuántos y cuántos cayeron por las zancadillas
de los malditos consejos de los mundanos, y mataron al Hijo de Dios que había
sido concebido en ellos por el Espíritu Santo! Esta es la miserable
poción y la mortífera persuasión diabólica, que
impide en muchos la concepción espiritual, y en muchos más
elimina y aborta lo que ya está concebido y formado por el propósito,
o lo que ya está hecho por el deseo.
4. Pero también hay otros que parecen buenos y religiosos -y quizá
lo son-, mas, salvada su reverencia, son demasiado miedosos, sin darse cuenta
de que no se empequeñeció la mano del Señor, de manera
que ya no pueda salvar[4], ni fue disminuida la piedad del Altísimo,
que quiere y puede ayudar; tienen celo de Dios, pero indiscreto[5], al alejar
a los hombres de las obras de perfección por compasión de la
aflicción corporal, o tal vez por temor del desfallecimiento natural,
viendo hacer a otros con resolución lo que ellos mismos ya habían
considerado bueno y santo, pero no se habían atrevido a empezar. Disuaden
de todo aquello que exceda la norma de la vida común, destruyen los
santos consejos de la divina inspiración; y los consejos de estos
tales, cuanto más autorizados son en razón de su vida, tanto
más peligrosos resultan.
5. A veces dicen éstos, objetando astutamente con el arte del antiguo
enemigo: “Haciendo todo eso te considerarán santo, buen religioso,
devoto. Y como aún no se halla en ti aquello que dicen los otros,
a los ojos del supremo Juez, que conoce tus grandes, graves y horrendos pecados,
serás culpable y perderás los méritos de tus obras,
y serás juzgado como un simulador o un hipócrita”. Ellos dicen
que tales ejercicios son para aquellos que nunca hicieron nada malo, aquellos
que siempre llevaron una vida santa e inocente, que dejaron todo por el Señor,
y que todo el tiempo de su vida vivieron perfectamente unidos a Dios.
6. Pero tú, oh alma devota amada por Dios, guárdate bien de
ellos; sube al monte con María. Pablo no había vivido sin pecado,
y todavía no había servido por mucho tiempo a Dios cuando fue
arrebatado al tercer cielo y vio a Dios cara a cara[6]. María Magdalena,
toda soberbia, toda ambiciosa, toda vuelta a las vanidades del mundo y toda
volcada a los placeres de la carne, no mucho después se sentó
entre los apóstoles a los pies de Jesús, y escuchó con
devota intención la doctrina de la perfección; mereció
en poco tiempo ver a Dios antes que todos los demás y anunció
con constancia a todos las palabras de la verdad. Dios, en efecto, no hace
acepción de personas[7], no se fija en la nobleza de linaje, ni en
la cantidad de tiempo, ni en la multitud de obras, sino en el fervor más
grande y en el mayor amor del alma devota. No se fija en cómo fuiste
alguna vez, sino en cómo empezaste a ser ahora. Por eso los consejos
de quienes te aconsejan de este modo serían muy reprensibles si no
los excusara la simplicidad; pero no deben ser aprobados.
7. Si no puedes ser salvada por la inocencia, entonces, procura ser salvada
por la penitencia; si no puedes ser Catalina o Cecilia, no desprecies el
ser María Magdalena, o María la Egipcia. Así pues, si
tú sientes haber concebido con un santo propósito al dulcísimo
Hijo de Dios, huye de aquellos mortíferos venenos y apresúrate,
anhela y suspira, como una mujer en su último mes, por llegar felizmente
al parto.
Festividad II.
Cómo el Hijo de Dios nace espiritualmente en el alma devota
1. En segundo lugar, atiende y considera de qué manera el bendito
Hijo de Dios, ya espiritualmente concebido, nace espiritualmente en el alma.
Nace, en efecto, cuando después de un sano consejo, después
de un examen suficientemente maduro, después de haber invocado la
ayuda de Dios, el propósito se pone en marcha; cuando el alma ya comienza
a poner por obra aquello que había analizado en su mente pero que
siempre temía empezar, por miedo de fracasar. En este felicísimo
nacimiento los ángeles se alegran, glorifican a Dios, anuncian la
paz, ya que, mientras se lleva a efecto lo que antes había sido concebido
en el alma, la paz vuelve a formarse en el hombre interior[8]. En efecto,
en el reino del alma no cunde la paz buenamente cuando la carne lucha contra
el espíritu y el espíritu contra la carne[9]; cuando la soledad
afecta al espíritu y la muchedumbre a la carne; cuando Cristo deleita
al espíritu y el mundo a la carne; cuando el espíritu busca
el descanso de la contemplación con Dios, y la carne ansía
el honor de los puestos en el siglo. Por el contrario, cuando la carne se
somete al espíritu, una vez que se lleva a cabo la obra buena, que
antes impedía la carne, vuelve a formarse la paz y la exultación
interior. ¡Oh, qué feliz nacimiento el que engendra un júbilo
tan grande en los ángeles y en los hombres! “¡Oh qué
dulce y deleitable sería obrar según la naturaleza si nuestra
locura lo permitiese, sanada la cual, la naturaleza sonreiría de inmediato
a los naturales!”[10]. Entonces, comprobaría la verdad de lo que dice
el Salvador: Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras
almas; porque mi yugo es suave, y mi carga ligera[11].
2. Mas aquí has de notar, oh alma devota, que si te deleita este jubiloso
nacimiento, primero debes ser María. “María”, en efecto, significa
mar amargo, iluminadora y señora[12]. Sé pues, un mar amargo
por la contrición de las lágrimas, doliéndote muy amargamente
de los pecados cometidos, gimiendo muy profundamente por los bienes omitidos,
y afligiéndote incesantemente por los días malgastados y perdidos.
Sé, en segundo lugar, iluminadora por la vida honesta, por la acción
virtuosa y por la diligente dedicación en afianzar a los otros en
el bien. Sé, por último, señora de los sentidos, de
los deseos de la carne, de todas tus acciones, para que todas tus obras las
hagas según el recto juicio de la razón y en todas ellas anheles
y procures tu propia salvación, la edificación del prójimo
y la alabanza y la gloria de Dios.
Después de esta feliz navidad, conoce y gusta cuán suave es
el Señor Jesús[13]. Suave, en verdad, cuando es nutrido con
santas meditaciones, cuando es bañado en la fuente de devotas y tiernas
lágrimas, cuando es envuelto en los pañales de los castos deseos
y cuando es alzado en brazos del santo amor, colmado de besos por los afectos
de devoción y abrigado dentro del seno del propio corazón.
Así, pues, nace el niño espiritualmente.
Festividad III.
Cómo el niño Jesús ha de ser nombrado espiritualmente
del alma devota
1. En tercer lugar debemos considerar de qué manera este tan bendito
bebé nacido espiritualmente, ha de ser nombrado. Y pienso que no podría
recibir un nombre más apto que Jesús, pues está escrito:
Será llamado Jesús[14]. Este es el nombre más sagrado,
profetizado por los profetas, anunciado por el ángel, predicado por
los apóstoles, deseado por todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso,
gracioso, gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque vence a los enemigos,
repara las fuerzas, renueva las almas. Gracioso, porque en él tenemos
el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad,
el complemento de la justicia. Gozoso, porque es “júbilo en el corazón,
melodía en el oído, miel en la boca”, esplendor en el alma.
Delicioso, porque “rumiado nutre, pronunciado deleita, invocado unge”[15],
escrito recrea, leído instruye. Nombre en verdad glorioso, porque
dio la vista a los ciegos, el andar a los cojos, el oído a los sordos,
la palabra a los mudos, la vida a los muertos. ¡Oh nombre bendito,
que tan grandes efectos de virtud ostenta! ¡Oh alma, ya escribas, ya
leas, ya enseñes, ya hagas cualquier otra cosa, nada te agrade, nada
te deleite sino Jesús. Llama pues, a tu bebito, engendrado espiritualmente
en ti, Jesús, es decir, salvador en el destierro y la miseria de esta
vida; y que te salve de la superficialidad del mundo que lucha contra ti;
de la falsedad del demonio que te corrompe; de la fragilidad de la carne
que te atormenta.
2. Grita, alma devota, en medio de los tantos flagelos de esta vida: ¡Oh
Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, tú que por tu cruz
y tu sangre nos redimiste; ayúdanos, Señor Dios nuestro!. Salva
-diré-, dulcísimo Jesús, confortando al débil,
consolando al afligido, ayudando al frágil, consolidando al que vacila.
3. ¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces después
de aquella bendita imposición del nombre la feliz madre natural y
verdadera madre espiritual, María virgen, cuando percibió que
en este nombre se expulsaban los demonios, se acumulaban los milagros, se
iluminaban los ciegos, se sanaban los enfermos, se levantaban los muertos!
Pues de la misma manera tú, alma que eres espiritualmente madre, con
razón debes gozar y exultar cuando percibes en ti y en los otros que
tu bendito Hijo Jesús pone en fuga a los demonios en la remisión
de los pecados, ilumina a los ciegos en la infusión del verdadero
conocimiento, levanta a los muertos en la colación de la gracia, cuida
a los enfermos, sana a los cojos, endereza a los paralíticos y contrahechos
en el robustecimiento espiritual, de manera que ya se vuelvan fuertes y viriles
por la gracia los que antes eran débiles y frágiles por la
culpa. ¡Oh, cuán feliz y bienaventurado el nombre que mereció
tener tan grande poder y eficacia!
Festividad IV.
Cómo el Hijo de Dios ha de ser buscado y adorado espiritualmente por
el alma devota con los Magos
1. Sigue la cuarta solemnidad, que consiste en la adoración de los
magos. Una vez que el alma concibió espiritualmente por la gracia
a este dulcísimo niño, lo dio a luz y le puso nombre, los tres
reyes, es decir las tres potencias del alma -con razón llamadas reyes,
porque ya se enseñorean de la carne, dominan los sentidos, y se ocupan,
como corresponde, solamente en las cosas de Dios-, juzgan que el niño,
que ya les fuera revelado de múltiples maneras, debe ser buscado en
la ciudad real, esto es, en todo el mundo universo. Buscan en las meditaciones,
rebuscan con los afectos, preguntan con devotos pensamientos: ¿Dónde
está el que ha nacido? Vimos su estrella en oriente[16]; vimos su
claridad refulgente en la mente devota, vimos su esplendor radiante en lo
secreto del alma, escuchamos su voz dulcísima, gustamos su dulzura
delicadísima, percibimos su aroma suavísimo, experimentamos
su deliciosísimo abrazo. Respóndenos de una vez, Herodes, haznos
ver al amado, muéstranos al bebito deseado. Él es a quien deseamos
y buscamos.
2. Oh dulcísimo y amantísimo niño eterno, recién
nacido y antiguo ¿cuándo te veremos, cuándo te hallaremos,
cuando estaremos ante tu rostro? Fastidia gozar sin ti, deleita gozar contigo
y llorar contigo. Todo lo que para ti es adverso para nosotros es molesto;
y lo que te agrada es nuestro deseo indefectible. ¡Oh, si tan dulce
es llorar por ti, cuánto más dulce ha de ser gozar por ti![17].
¿Dónde está, pues, el que buscamos? ¿Dónde
está el que deseamos en todo y por sobre todo? ¿Dónde
está el que ha nacido rey de los Judíos, ley de los devotos,
luz de los ciegos, guía de los miserables, vida de los que mueren,
salud eterna de todos los que eternamente viven?[18].
3. Sigue la respuesta justa: En Belén de Judá; Belén
significa casa del pan, Judá confesión[19]. Cristo es hallado
allí donde, después de la confesión de los crímenes,
se escucha, se rumia y se retiene en la mente devota el pan de vida celeste,
es decir, la doctrina del Evangelio, para realizarla en las obras y proponerla
a los otros para ser vivida. El niño Jesús es hallado con María,
la madre[20], allí donde, después de la dolorosa contrición
del llanto, después de la fructuosa confesión, se disfruta
la dulzura de la contemplación celeste y del consuelo, a veces entre
abundantísimas lágrimas, cuando la oración que se comienza
casi desesperada, se deja llena de gozo y segura del perdón[21]. ¡Oh
feliz María, por quien es concebido Jesús, de quien nace y
con quien tan dulce y gozosamente es hallado Jesús!
4. Pero también vosotros, reyes, es decir potencias naturales del
alma devota, buscad con los reyes de la tierra para adorarle y ofrecerle
dones[22]. Adorad con reverencia, porque es el creador, el redentor y el
remunerador: creador en la formación de la vida natural, redentor
en la reformación de la vida espiritual, remunerador en la entrega
de la vida eterna. Oh, vosotros, reyes, adorad con reverencia, ya que es
rey poderosísimo; adorad con decencia, ya que es maestro sapientísimo;
adorad con alegría, ya que es príncipe liberalísimo.
Y no os deis por satisfechos con la adoración, si no la sigue la oblación.
Ofreced -diré- el oro del amor más ardiente, ofreced el incienso
de la contemplación más devota, la mirra de la contrición
más amarga: el oro del amor por los bienes otorgados, el incienso
de la devoción por los gozos preparados, la mirra de la contrición
por los pecados cometidos; ofreced oro a la Divinidad eterna, incienso a
la santidad del alma, mirra a la pasibilidad del cuerpo. Así, pues,
buscad, adorad y ofreced vosotras, almas.
Festividad V.
Cómo el Hijo de Dios es presentado espiritualmente por el alma en
el Templo
1. En quinto y último lugar, considere el alma devota y fiel de qué
manera el bebé recién nacido por la consumación de las
obras divinas y nombrado por la dulzura de la degustación de las cosas
celestes, y buscado y hallado, adorado y honrado por la oblación de
dones espirituales, ha de ser presentado en el Templo, ofrecido al Señor,
y esto por la devota, humilde y debida acción de gracias.
Después de que la feliz María, madre espiritual de Jesús,
ha sido purificada por la penitencia en la concepción de este bendito
hijo, después de haber sido ya confortada en algo por la gracia en
el nacimiento, después de haber sido íntimamente consolada
por la imposición del bendito nombre, y finalmente informada por Dios
en la adoración con los reyes, ¿qué otra cosa queda
sino llevar a la Jerusalén celeste, al templo de la Divinidad y presentar
a Dios, al Hijo de Dios y de la Virgen?
2. Sube, pues, María en el espíritu, no ya a la montaña,
sino a las moradas de la Jerusalén celeste, a los palacios de la ciudad
superna. Arrodíllate allí humildemente ante el trono de la
eterna Trinidad y de la indivisa Unidad; allí presenta a Dios Padre
a tu hijo, alabando, glorificando y bendiciendo al Padre y al Hijo con el
Espíritu Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya inspiración
concebiste el buen propósito. Glorifica en la alabanza a Dios Hijo,
por cuya información llevaste a cabo el bien que te habías
propuesto. Bendice y santifica a Dios Espíritu Santo, por cuya consolación
perseveraste hasta ahora en el buen ejercicio.
3. Oh alma, glorifica a Dios Padre en todos sus dones y en todos tus bienes,
porque él es quien te llamó del siglo por oculta inspiración,
diciéndote: Vuelve, vuelve, Sunamita, palabras cuyo comentario busca
aparte, en otro tratado, en la primera meditación[23].
Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos. Él es, en efecto, quien
te liberó de la servidumbre del demonio por su secreta información,
diciéndote: Toma sobre ti mi yugo; rechaza el yugo del demonio. El
yugo del demonio es amarguísimo, mi yugo es suavísimo; a su
yugo seguirá suplicio eterno y tormentos, a mi yugo seguirá
fruto suavísimo y descanso opulento. Si su yugo muestra a veces cierta
dulzura, es falsa y momentánea; cuando mi yugo procura alegría,
es verdadera y salvadora. Él a veces levanta un poco a sus servidores,
mas para confundirlos eternamente; el que me honra, por el contrario, si
por un momento es humillado, es para reinar y gloriarse eternamente. Esta
fue la enseñanza que te dio el Hijo de Dios, a veces por sí
mismo y a veces por sus doctores y amigos, y te liberó de la falsa
persuasión del demonio, y de la blanda decepción de la carne
y del mundo.
Bendice y santifica siempre a Dios Espíritu Santo, oh alma, que te
confirmó en el bien por su dulcísima consolación, diciéndote:
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os aliviaré[24]. ¿Cómo, en efecto, oh alma delicada
y frágil, acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con las
alegrías de este siglo como los cerdos con el mosto del vino, cómo
habrías podido, entre tales y tantas redes del antiguo enemigo, entre
tantos falsos consejos, entre tan variados obstáculos, entre tan innumerable
multitud de amigos, parientes y otros conocidos que te apartaban del camino
del amor y entre las flechas de los que te herían, perseverar en el
bien, amarrada con los lazos de tantos pecados, y cómo progresar en
el bien, si no hubieras sido ayudada misericordiosamente por la gracia del
Espíritu Santo y tantas veces dulcemente consolada y sostenida? A
él, pues, debes referir todas tus obras, sin retener nada para ti.
4. Di con pura y devota intención de la mente: Todas mis obras las
realizas tú, Señor[25]; ante ti nada soy, nada puedo; es don
tuyo que subsista, sin ti no puedo hacer nada. A ti, clementísimo
Padre de las misericordias, te ofrezco lo que te pertenece, a ti lo encomiendo,
a ti lo confío, indigna e ingrata de todos tus dones, que reconozco
humildemente entregados a mí. A ti la alabanza, a ti la gloria, a
ti la acción de gracias, o felicísimo Padre, majestad eterna,
que por tu infinito poder me creaste de la nada.
Te alabo, te glorifico, te doy gracias, oh felicísimo Hijo, claridad
del Padre, que me liberaste de la muerte por tu eterna sabiduría.
Te bendigo, te santifico, te adoro, o felicísimo Espíritu Santo,
que por tu bendita piedad y clemencia me llamaste del pecado a la gracia,
del siglo a la vida religiosa, del exilio a la patria, del trabajo al reposo,
de la tristeza a la jocundísima y deliciosísima dulzura de
la bienaventurada fruición; la cual nos conceda Jesucristo, Hijo de
María Virgen, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.