BEATO TIMOTEO GIACCARDO
1948 d.C.
24 de enero
Nació en Narzole (Cuneo-Italia)
el 13 de junio de 1896. Fue bautizado el mismo día, con los nombres
de José y Domingo. Jovencito aún, se encontró con el
P. Santiago Alberione, quien lo encaminó hacia el seminario diocesano
de Alba.
La amistad con el P. Alberione lo hizo sensible a las nuevas
necesidades de los tiempos y se abrió a los nuevos medios pastorales
de evangelización. En consecuencia, con el consentimiento de su obispo,
en el 1917, con 21 años, pasó del seminario diocesano a la naciente
Sociedad de San Pablo, siendo encar-gado por el P. Alberione como maestro
de los primeros aspirantes a paulinos. Lo llamaban el Señor Maestro,
y con ese nombre se quedó.
Las condiciones históricas eran tales que parecía
irrealizable se concediera el sacerdocio ministerial a los jóvenes
del P. Alberione. La mayoría del clero diocesano veía posible
que fueran ordenados los primeros paulinos, llamados por broma “los curas
del mono y de la campera”. El mismo clérigo Giaccardo, del seminario
diocesano, al presentarse al obispo para pedirle poder integrarse en la Sociedad
de San Pablo, escuchó la seca pregunta: “¿Estás dispuesto
a renunciar a tu hábito clerical y al sacerdocio?”. Con dolor en el
corazón, pero sin titubear, aceptó esas condiciones, y las ofreció
a Dios por medio de María con tal de seguir la vocación paulina
que él sentía clarísima.
El P. Alberione, firme en su fe y confianza, espera en silencio
y en oración que Dios hiciera resonar la hora de la aprobación
canónica de la Congregación y de la ordenación sacerdotal
para sus jóvenes, llamados al ministerio de la predicación mediante
la palabra escrita. Y así, ante la sorpresa y el estupor de todos,
pudo ver a su clérigo Giaccardo ordenado sacerdote, en 1919, por su
mismo obispo, quien anteriormente le había pedido la renuncia al hábito
y al sacerdocio si quería ser paulino. Y además, su ordenación
se adelantó a la edad canónicamente requerida, mediante la
oportuna dispensa, debido también a una imprevista circuístancia:
para que su madre, enferma de gravedad, lo viera ordenado sacerdote antes
de morir.
Fue el primer sacerdote paulino y el primer Vicario General
de la Sociedad de San Pablo. Su vida es un ejemplo actual de cómo se
puede conciliar la más alta perfección con la más intensa
actividad apostólica. “Modelo para todos los sacerdotes paulinos”,
como declaró el Fundador.
Él fue para el Beato Alberione como el “hijo de la promesa”,
a semejanza de Isaac para Abrahán. En él podía el Fundador
ver su descendencia y reconocer la primera realización de la promesa.
Con la ordenación de Giaccardo la Familia Paulina se injertaba en la
Iglesia mediante el sacerdocio apostólico, en sintonía con el
mandato de Jesús: “Vayan por todo el mundo y hagan discípulos
míos en todas las naciones”.
La ordenación sacerdotal del P. Giaccardo marcó
una fecha histórica para la Familia Paulina por otra razón:
él era el primer sacerdote paulino ordenado expresamente para un ministerio
nuevo en la Iglesia. Así la predicación realizada con los medios
de comunicación social quedaba implícitamente considerada como
verdadera evangelización. Lo que el Concilio Vaticano II sancionaría
medio siglo más tarde en el decreto “Inter mirifica”, era ya anunciado
en la ordenación sacerdotal del P. Giaccardo.
El padre Santiago Alberione vio en este hecho una clara respuesta
de Dios a su fe en la propia vocación y misión. Comprendió
que sería la vocación y misión de una gran Familia fundada
sobre el sacerdocio de Cristo, en la línea del Magisterio de la Iglesia
y del ministerio apostólico; Familia heredera de la gracia y del apostolado
de san Pablo; enviada para anunciar el Evangelio de Cristo a todos los hombres
a través de los nuevos medios de comunicación social.
Por otra parte, el P. Giaccardo representa el anillo de enganche
entre el Fundador y las nuevas comunidades nacidas de la comunidad madre de
Alba: él fue el primero que guió la migración de los
dos grupos, masculino y femenino que dieron origen a las comunidades romanas.
En enero de 1926, teniendo en cuenta su gran amor al Papa, el Fundador lo
envió a Roma para abrir y poner en marcha la primera casa filial de
la Congregación.
El Fundador le había dicho: “Te mando a Roma en gracia
de tu amor a san Pablo y por tu fidelidad al Papa. Estoy convencido de que
al Divino Maestro le agradará tener en Roma, junto a su Vicario que
representa el Evangelio “hablado”, también una voz que representa el
Evangelio “impreso”. Dicho por inciso: “La Voz” era el título del primer
periódico editado por los paulinos en Roma, y que les había
cedido la Diócesis.
El beato Giaccardo escribió más tarde en su diario:
“Yo, en la Congregación, no tuve la misión de lanzar nuevas
iniciativas, sino de educar, plantar, integrar nuestra Sociedad de San Pablo
en la Iglesia de Roma, sobre la roca de san Pedro, sobre la apostolicidad
de san Pablo; y he comprobado la paciencia de Dios en asistirme para llevar
a cabo este ministerio”.
Podemos afirmar así que, mediante el P. Giaccardo, la
Familia Paulina se enraíza, incluso visiblemente y localmente, en la
herencia de los apóstoles, representada por la sede de Roma.
Como el beato Santiago Alberione fue el “padre” que, en la luz de su misión
especial, dio vida a las varias ramas de la Familia Paulina, el beato Timoteo
Giaccardo, su primer hijo espiritual, transmitió y profundizó
la herencia alberoniana. Sin reflejar nunca el cansancio ni calcular la fatiga,
sin concederse un día de vacaciones, compartió durante treinta
años con el padre Alberione la solicitud por cada una de las Congregaciones
paulinas, en sus difíciles comienzos y en su desarrollo, como “llevándo-las
en brazos”.
El padre Giaccardo tuvo plena conciencia de esta su segunda
misión. Escribía en su diario: “Me parece ver claro que se define
cada vez más este segundo ministerio: conservar, interpretar, hacer
penetrar y fluir el espíritu y las directrices del Primer Maestro;
y yo acepto con espíritu de humildad este ministerio, con ánimo
dócil, afectuoso, sincero”.
El P. Alberione confirmó: “Yo no tengo a ningún
otro que comparta tan acertadamente mis sentimientos y mi ánimo; ninguno
que tenga cuidado de ustedes con más sincera dedicación”. Mas
tenemos otro testimonio de interés capital, manifestado por el mismo
Fundador después de la muerte del padre Giaccardo:
“Desde el 1909 y el 1914, cuando la divina Providencia preparaba
la Familia Paulina, él tuvo una clara intuición, aun sin comprenderla
del todo. Las luces que recibía de la Eucaristía…, su ferviente
devoción mariana, la meditación de los documentos pontificios,
le daban luz sobre todas las necesidades de la Iglesia y sobre los modernos
medios para hacer el bien.
“Entró en 1917 (todavía clérigo) como
maestro de los primeros aspirantes… y le llamaban y se quedó para
siempre con el nombre de “Señor Maestro”: amado, escuchado, seguido,
venerado dentro y fuera. Fue el maestro que a todos precedía con el
ejemplo, que enseñaba de todo, que aconsejaba a todos, que lo construía
todo con su oración iluminada y ferviente… Se puede decir que escribió
en cada conciencia y se volcó a sí mismo en cada corazón
de Sacerdotes, Discípulos, Hijas de San Pablo, Pías Discípulas,
Pastorcitas; y de cuantos lo trataron en relaciones espirituales, sociales,
económicas…
“Desde el día en que lo conocí y le señalé
el Sagrario como luz, fortaleza, salvación, su vida fue una continua
y cotidiana ascensión… Él prefería decir con san Pablo:
“Hasta la plenitud de la edad de Cristo”.
“Era maestro de oración. ¡Sabía hablar
con Dios! Vivía de piedad eucarística, de piedad mariana, de
piedad litúrgica; de amor a la Iglesia y al Papa…
Fue maestro de apostolado. Lo sentía, lo amaba, lo desarrollaba…
Era un comunicador de energía, un sostén para los débiles,
luz y sal en el sentido evangélico.
El Primer Maestro le debe una inmensa gratitud, y con él
todos, pues todos se veían amados por él… Yo me fiaba de él
más que de mí mismo; y estoy contento por habérselo demostrado…”.
Como confirmación de este testimonio del beato Alberione (Primer
Maestro), reportamos algunas expresiones textuales del mismo beato Giaccardo
sobre el sentido de la misión paulina:
“El Divino Maestro debe reinar sobre todo, debe ser dado “todo”
a todos… mediante el Apostolado de las Ediciones. El Apostolado de las Ediciones
debe iluminar todos los apostolados, sostenerlos todos, vivificarlos todos,
abarcarlos todos, ejercerlos todos con sus apóstoles. Y éstos
deben ser la gloria de Cristo, Divino Maestro”.
“En servicio de Cristo Eucaristía, se busca y se elige
lo mejor… Así, al servicio de Cristo hecho “Palabra”, debemos reservarle
cuanto de mejor producen los hombres: el nuestro es un verdadero Ministerio
sagrado”.
El beato Giaccardo, después del Fundador, fue el primer
sacerdote que escribió y publicó un libro, en 1928, con el título
“María Reina de los Apóstoles”, que es la Patrona de la Familia
Paulina.
Fue el primer sacerdote paulino y el primer Vicario de la Congregación
Sociedad de San Pablo.
En 1936 regresó de Roma a Alba como superior de la Casa Madre. Colaborador
fidelísimo del P. Alberione, se prodigó sin descanso por las
Congregaciones Paulinas que iban naciendo, y que él llevó en
sus brazos, conduciéndolas a una profunda vida interior y a los respectivos
apostolados modernos.
Ya en edad madura, ofreció su vida por la continuidad
de su propia Congregación y para que fuera reconocida en la Iglesia
la nueva Congregación paulina de las Pías Discípulas
del Divino Maestro. Y el Señor aceptó su ofrenda.
Pasó a la Casa del Padre el 24 de enero de 1948, víspera
de la fiesta de la Conversión de San Pablo. Sus restos mortales yacen
en la cripta del Santuario de la Reina de los Apóstoles, Roma (los
del beato Santiago Alberione, en la subcripta). Santuario que mandó
construir el Fundador en el mismo solar donde el Beato Giaccardo había
fundado la primera casa paulina fuera de Alba.
Oración al Beato Timoteo Giaccardo