HISTORIA DE LA IGLESIA
EPOCA ANTIGUA
SEGUNDA PARTE
LOS COMIENZOS DE LA GRAN IGLESIA (180-324)
CAPITULO XXIII
ULTERIOR DESARROLLO DE LA LITURGIA
1.- La pascua y la controversia pascual.
La fiesta pascual experimenta un desarrollo que la convierte,
en la conciencia de los creyentes, en la fiesta central y prevalente sobre
todas, de la conmemoración de la redención cristiana. Dos factores:
la plena estructuración de la celebración pascual misma de entonces,
ampliando su duración a los días anteriores y posteriores;
La inclusión en la liturgia pascual de la administración del
sacramento de la iniciación cristiana.
Los comienzos de este movimiento se remontan ciertamente al
siglo II, pues ya en los comienzos del III los vemos en un estadio progresivo.
Las fuentes: la Didascalia siria, algunos escritos de Tertuliano y la Tradición
apostólica de Hipólito pertenecen al siglo III; las homilías
sobre los salmos de Asterio el sofista se compusieron a comienzos del siglo
IV, pero reflejan a menudo un estado de evolución litúrgica
que ha de situarse a fines del siglo III.
En el siglo II se celebra en Asia Menor y en algunos territorios
vecinos un "PASSAH " cristiano, que pone desde luego en el primer plano el
pensamiento de la pasión del Señor, pero que tampoco excluye
la idea de que esta pasión desemboca en la resurrección. Así
parece que mantenían el 14 de nisán, siguiendo el uso judío,
como fecha de la pascua. La iniciaban con riguroso ayuno, y en uno y otro
caso se escuchaba una homilía sobre Éxodo 12. No se trataba,
sin embargo, de un día exclusivamente de duelo, pues la celebración
tenía un final gozoso con el ágape y la recepción eucarística,
la mañaña del 15 de nisán. A esos se les llamaba cuartodecimanos.
En Siria, Egipto, en el Ponte y el occidente latino se practicaba
el "PASSAH " dominical, es decir, la celebración de la pascua el domingo
siguiente al 14 de nisán. No excluía de la idea fundamental
del rito el pensamiento de la pasión del Senior. Iniciábase
tal celebración con la expresa memoria de ella e iba unida también
a un riguroso ayuno, pues el recuerdo de la pasión era presupuesto
para una digna y razonable conmemoración de la resurrección
del Señor. la vigilia daba aquí término a estos ayunos
pascuales y representaba el tránsito a la alegría pascual por
la redención consumada en la resurrección.
La controversia pascual del siglo II era una disputa no sobre
el modelo sino acerca de la fecha de la misma pascua y de la forma i duración
del ayuno pascual, que no condujo por lo pronto a una concordia, pues las
dos partes creían poder apelar en pro de su respectiva interpretación
a la tradición apostólica.
Irineo supone la introducción del "passah dominical "
en tiempos del papa Sisto, a comienzos del siglo III. La distinta práctica
originó polémicas y discusiones, como lo demuestra la discusión
entre Melitón de Sardes y el obispo Claudio Apolinar de Hirápolis
(hacia 170) en Asia Menor, discusión en la que intervino también
Clemente de Alejandría. Éste, en un escrito especial contra
los cuartodecimanos, apelaba a la cronología joánica, y recalcaba
que Jesús, el verdadero cordero pascual, había muerto y sido
sepultado en un solo día, el de la parasceve del passah. En su réplica,
Melitón fundaba el uso cuartodecimano en la datación de los
sinópticos según la cual Jesús celebró la pascua
antes de su muerte, y a ella había que atenerse también ahora.
A finales del siglo II el presbítero Blastos quiso introducir
en Roma el uso cuartodecimano y pudo hallar apoyo en los cristianos venidos
de Asia Menor. Hacia el 195 el papa Victor quiso imponer una regla única
para la Iglesia universal y mandó, para este fin, celebrar sínodos
en todas partes. La mayoría se pronunció por la práctica
dominical. La provincia de Asia se opuso a través del obispo de Efeso
Polícrates. El papa Víctor trató de excluir entonces
a las iglesias del Asia Menor de la comunión eclesiástica. Ireneo
de Lión, en cambio, preconizó un trato de tolerancia con los
partidarios cuartodecimanos y tuvo éxito. Los obispos de Palestina
se esforzaron por unificar el uso pascual en sentido dominical. La minoría
cuartodecimana permaneció fiel al uso antiguo durante todo el siglo
III i se unieron a ellos los novacianos del Asia Menor. El concilio de Arles
(314) recomendó en su canon 1 la pascua dominical. El concilio de Nicea
(325) excluyó de la comunión eclesiástica a los cuartodecimanos.
Las fuentes del siglo III equiparan el curso de la celebración
pascual en oriente y en occidente. La fiesta se iniciaba con un ayuno rigurosamente
obligatorio, que se tenía por elemento esencial de la pascua. La duración
variaba según los lugares. El centro de la fiesta pascual era la vigilia
nocturna. No era un rito familiar, con el passah judío, sino una fiesta
esencialmente comunitaria de todos los creyentes. La asistencia era obligatoria.
Las primeras horas de la noche se llenan con oración
y lecciones; se citan expresamente salmos y lecciones de los profetas i de
los evangelio. La vigilia, según la Didascalia , pertenece al día
de pascua y tiene, por ende, un final festivo que va resaltando más
y más con el ulterior desarrollo de la vigilia, tal como ha de cumplirse
a comienzos del siglo III.
Aquí hay que mencionar sobre todo el solemne bautismo,
que, como elemento nuevo, se incorpora por este tiempo a la liturgia pascual.
Tertuliano habla de "dies baptismo sollemnior ".El siglo III presenta también
el primer desarrollo del tiempo pascual, que se convierte así, como
primer ciclo festivo, en el centro de gravedad del año eclesiástico
en formación. Durante 50 días a partir de pascua se celebra
la resurrección del Señor. El carácter festivo de este
Pentecostés se subraya por el hecho de que no se ayuna ni se reza
de rodillas. El día último de Pentecostés no tiene un
tono festivo. En Hispania se celebraba de manera distinta. El concilio de
Elvira (300) reprueba la celebración del tiempo pascual de 40 días
e impone el día quincuagésimo. A finales del siglo III y comienzos
del IV se desarrolla la octava de pascua.
Los primeros indicios de la formación de un calendario
cristiano en el siglo III podrían verse en el recuerdo de los mártires
que cultiva la Iglesia. Los cristianos celebran la eucaristía en el
aniversario de la muerte del mártir y hacen memoria de ellos en la
oración. En oriente se inicia ya en el siglo II, según el relato
del martirio de Policarpo de Esmirna, que habla al final de celebrar su "día
natalicio ", es decir, el aniversario de su muerte. En occidente no tenemos
noticias hasta la primera mitad del siglo III, cuando el correspondiente
calendario, la Depositio martirum, cita al obispo romano Calixto (+222).
Cipriano atestigua también el culto a los confesores. En el siglo
III comienza a distinguirse el sepulcro de los mártires por su configuración
especial arquitectónica del lugar de enterramiento, aun cuando sólo
la memoria apostolorum de la Via Appia, cerca de Roma, pueda considerarse
ciertamente como tal construcción de este tiempo, la misma que posteriormente
se llamó de manera general martirion. Entre dichos monumentos hemos
de considerar el tropaion sobre la colina vaticana mencionado por el presbítero
Gaio.
2.- Catecumenado y bautismo.
A fines del siglo II y comienzos del III se introduce en la
Iglesia universal el catecumenado. El éxito misional de fines del
siglo II requería examinar a los nuevos convertidos gentiles para
mantener el nivel de las comunidades cristianas. La gran amenaza de las sectas
heréticas, sobre todo del movimiento gnóstico; la necesaria
comprensión de la fe motivó, a semejanza de los cultos mistéricos,
tan gratos a los paganos, una introducción regulada por normas fijas
en el mundo de los sacramentos de iniciación cristiana.
La primera instrucción de la fe se impartió de
manera privada. La Iglesia podía también tomar a su servicio
a un recién convertido culto, por ejemplo Justino, que venía
actuando previamente como maestro privado de la religión cristiana.
Paulatinamente la Iglesia atraerá hacia sí estas formas privadas
de preparación de los candidatos al bautismo. A comienzos del siglo
III Hipólito en la Constitución eclesiástica nos da
noticia del catecumenado.
La Iglesia somete al candidato al bautismo a un examen riguroso
que tiene por objeto sobre todo sus cualidades morales. El aspirante debe
presentar un garante o fiador cristiano que demuestre la seriedad de su voluntad
de conversión. La admisión al catecumenado depende además
de un examen del pretendiente por parte del maestro del catecúmeno,
que puede ser clérigo o laico. Este examen se extiende a los motivos
de su pretensión, a sus relaciones matrimoniales, a su profesión
y posición social. Si el pretendiente es esclavo de un amo cristiano
su admisión depende de la opinión de aquel. Son profesiones
incompatibles las que están o pueden estar fácilmente en relación
directa con el culto pagano, tales como las de sacerdote sacrificador, guardián
de un templo, actor, astrólogo y hechicero. El concilio de Elvira añade
aún el auriga de circo. Tertuliano piensa también en los soldados
que deben tomar parte en sacrificios, vigilan los templos o participan en
actos violentos. Las prostitutas son rechazadas y los problemas matrimoniales
deben arreglarse antes de la admisión a la enseñanza catequética.
Superado el examen la consignatio o señal de la cruz
convierte al aspirante en christianus o catechumenus.. Durante tres años
está al cuidado del doctor audientium. La instrucción se basa
sobre la Biblia, con la que el catecúmeno se va familiarizando por
medio de las lecciones litúrgicas y la homilía. La hora de
instrucción se cierra siempre con una oración i con la imposición
de manos del catequista.
Los tres años del catecumenado terminan con un nuevo
examen de los aspirantes al bautismo, que se extiende a la conducta religiosa
y moral durante todo este tiempo. El examen se efectúa una semanas
antes del bautismo ante el obispo y con la asistencia de un fiador. La buena
conducta se valora por sus buenas obras (visita a enfermos y preocupación
por las viudas). El ejemplo sublime era "haber sido encarcelado por el nombre
). Si el catecúmeno moría en el trance sin haber recibido el
bautismo, se salvaba, pues "había sido bautizado en su propia sangre".
El candidato que ahora se llama electi se prepara inmediatamente
para recibir el bautismo. Este estadío se caracteriza por el más
frecuente empleo de oraciones litúrgicas de purificación, o
exorcismos, que liberen y curan más y más del poder de lo demoníaco.
El obispo examina por medio de un exorcismo, al acercarse el día del
bautismo, la pureza de los aspirantes y excluye a los energúmenos;
ora con ellos el sábado anterior al bautismo, les impone las manos
y bendice sus sentidos con el signo de la cruz. Tertuliano dice que la segunda
etapa del catecumenado empezaba con una primera renuncia a Satán. El
ayuno bautismal especial se imponía a los candidatos el viernes y
sábado antes del domingo del bautismo.
El bautismo se inserta dentro del marco de impresionante vigilia
que dura toda la noche y está llena de lecciones y últimas
instrucciones litúrgicas. La vigilia pascual, sobre todo, era la que
reunía el mayor número de bautizados al año; en otros
casos, cuando un motivo especial exigía nuevo día de bautismo,
se señalaba la noche de un sábado a domingo. Al amanecer, señalado
por el canto del gallo, daba comienzo la acción propiamente bautismal.
Los catecúmenos dejaban sus vestidos y se limpiaban de toda mancha,
entraban en la pila o piscina bautismal, surtida por corrientes de agua limpia.
Previamente el obispo consagraba el óleo de acción de gracias
y el óleo del exorcismo. Primero eran bautizados los niños,
sus padres responden por ellos, luego los hombres y, por fin las mujeres.
El sacerdote manda primeramente al bautizado renunciar a Satán
vuelto hacia occidente: "Renuncio a ti, Satán, y a toda tu pompa y
a todas tus obras ". Luego sigue la unción el óleo del exorcismo.
Posteriormente el bautizando baja con el diácono a la pila bautismal.
El ministro, obispo o presbítero, le impone la mano y le va haciendo
sucesivamente las tres preguntas sobre su fe: Crees en Dios Padre, Dios Hijo,
Dios Espíritu Santo. A cada pregunta responde el bautizado: Creo,
y el ministro vierte agua sobre su cabeza. Luego un sacerdote lo unge con
óleo de acción de gracias. Luego el bautizando se vuelve a
vestir, y terminada la acción bautismal, marchan todos desde el lugar
del bautismo a la iglesia. Aquí se ejecuta un nuevo rito sobre cada
uno de los neófitos, la consignatio, que se reserva el obispo. Le
impone la mano y recita al mismo tiempo una oración en la que implora
la gracia de Dios sobre el nuevo bautizado, a fin de que sirva a Dios y cumpla
su voluntad. Luego unge a todos la cabeza con óleo, signa su frente
con la cruz y da a cada uno un beso diciendo: El Señor sea contigo
; a lo que contesta el confirmando Y con tu espíritu. Seguidamente,
los neófitos se juntan con la comunidad de los fieles y celebran con
ellos por primera vez la eucaristía.
En el catecumenado de África se atribuye mayor importancia a la educación
ascético moral de los aspirantes, que a su introducción en la
ciencia de la fe.
3.- La celebración de la eucaristía.
Justino, màrtir +150. Primeramente esboza el curso de
la celebración, tal como sigue al bautismo; poco después habla
de la celebración en común, "el día que llaman del sol
", a la que concurren todos.
"Se leen las memorias de los apóstoles o los escritos
de los profetas". Sigue la homilía del presidente y las oraciones
en común "por nosotros mismos, por los recién bautizados y
por todos los otros dondequiera que se encuentren ". Acaban con el beso de
paz.
Presentación de las ofrendas ( pan y vino mezclado con
agua) no sabemos por quién. Oración del presidente, que se
llama eucharistia: en ella se hace subir al Padre del universo, en el nombre
del Hijo y del Espíritu Santo, alabanza y bendición, y le da
gracias de que se digne conceder a los fieles estos dones. Toda la comunidad
presente afirma y confirma la eucharistia del presidente con el hebreo amén.
Se reparten los dones eucarísticos consagrados, llamados
también eucharistia, entre los presentes y se lleva también
a los ausentes. Sólo comulgan los bautizados.
Hipólito. Doble descripción de la celebración de la
misa: primeramente, tal como tiene lugar después de una consagración
episcopal; luego, tal como la celebra la comunidad cristiana, con sus miembros
recién bautizados. Su más alto valor está en la fórmula
Presentación de las ofrendas por los diáconos.
Sobre ellas extiende las manos el obispo con los presbíteros al comenzar
la solemne oración de acción de gracias, que se inicia con
el diálogo entre el mismo obispo y la comunidad reunida, tal como
hasta hoy lo ha conservado la liturgia romana.
La acción de gracias del canon es ofrecida al Padre por
medio de su Hijo querido Jesucristo, que Él envió como salvador
y redentor. Él es la Palabra o Verbo del Padre, por quien todo ha
sido creado; tomó carne en el seno de la Virgen y nació del
Espíritu Santo y de ella. Él aceptó voluntariamente
la pasión, a fin de quebrantar el poder de la muerte y de Satán,
i ha hecho manifiesta su resurrección.
La Iglesia sigue su ejemplo y cumple su mandato de la última
cena en este punto se citan las palabras de Cristo cuando rememora su muerte
y resurrección, ofrece al Padre el pan y el cáliz y le da gracias
porque la tiene por digna de servirle.
El obispo sigue rogando al Padre que envíe su Espíritu
Santo sobre las ofrendas de la santa Iglesia, y llene del Espíritu
Santo a todos los que las reciban, a fin de que afirmen su fe en la verdad.
El Amén de toda la comunidad refuerza y confirma también aquí
la oración del obispo.
El canon eucarístico de Hipólito no trata de ser
un texto obligatorio para toda iglesia y para toda ocasión, sino un
muestra de formulario, cuya estructura e ideas fundamentales han de mantenerse,
pero que puede variarse y completarse en los pormenores.
En el siglo III se descubren los primeros indicios de la llamada
disciplina del arcano, por la que se mantenían ocultos a los no iniciados
las acciones y textos más importantes del culto litúrgico,
sobre todo del bautismo y eucaristía, el padrenuestro y el símbolo
de la fe, o sólo se aludía a ellos ante los no elegidos en lenguaje
velado.
4.- Los comienzos del arte cristiano.
A la creación artística cristiana se opuso una
corriente, de fuerza considerable dentro de la misma Iglesia, que repudiaba
de forma absoluta toda actuación en el terreno del arte. Orígenes
se apela a la prohibición de Éxodo 20,4 cuando dice que los
cristianos aborrecen los templos, altares e imágenes. Para Minucio
Félix el espiritualismo del Dios cristiano se opone también
a su culto en un templo. Tertuliano rechaza el arte que descubre estrechamente
ligado al culto pagano. El concilio de Elvira (300): " Ha parecido que no
debe haber pinturas en las iglesias, con el fin de que no se pinte en las
paredes lo que se venera y adora " (canon 36).
Tertuliano conoce cristianos que poseen capas con la imagen
del buen Pastor. Clemente de Alejandría, aún con todas las
reservas respecto a una representación de Dios, propone a los cristianos
de sus días algunos símbolos que pueden llevar en sus anillos
de sellar, y cita, entre otros, la paloma, el pez, la barca, el áncora
y el pescador.
Hacia el 205, una inundación destruía, en la Edesa
sirio oriental, también "el templo de los cristianos ". En su comentario
a Daniel cuenta Hipólito que los enemigos de los cristianos penetran
"en la casa de Dios ", precisamente cuando los fieles se reúnen para
orar. Tertulino habla de "la casa de nuestra paloma " posiblemente un templo
cristiano en Cartago. Para la segunda mitad del siglo III hay testimonios
sobre "iglesias " cristianas en Palestina y Sicilia. Eusebio señala
que, antes de Diocleciano, los antiguos lugares de culto de los cristianos
fueron sustituidos por edificios más amplios. En virtud del edicto
persecutorio de Diocleciano fueron destruidos los templos cristianos en Bitinia,
Galacia, el Ponto, Tracia, África, Hispania y la Galia. Una iglesia
doméstica preconstantiniana, erigida hacia el año 232, fue
excavada en Dura-Europos, guarnición fronteriza romana a la orilla
occidental de Eufrates.
A mediados del siglo III la Iglesia llegó a poseer lugares
propios de enterramiento, que se llamaron primeramente cementerios y en Roma,
a partir del siglo IX, catacumbas, nombre que se deriva del de la campiña
in o ad catacumbas junto al cementerio de San Sebastián en la Vía
Appia. El cementerio cristiano más antiguo es el coemeterium Callixti
, que se estableció en una finca donada por el papa Ceferino (199-217)
de sus bienes privados a la iglesia de Roma, y cuya administración
encomendó al diácono Calixto.
Se decoran las paredes y techos de las cámaras sepulcrales
de las catacumbas con escenas de la Sagrada Escritura que proclamen la esperanza
cristiana de una vida eterna. Entre las más antiguas representaciones
se encuentran, por ejemplo, Daniel entre los leones, Noé en el arca,
Jonás devorado por el pez y vomitado luego, o la escena del Nuevo Testamento
de la resurrección de Lázaro. Encontramos también la
figura del Buen Pastor, a través de ella Cristo se muestra como soter
(salvador), que, como buen Pastor, trae la vida, y como Maestro, el verdadero
conocimiento de Dios. Cristo aparece también como maestro en la primitiva
plástica cristiana de los sarcófagos. Un mosaico de un mausoleo
descubierto bajo San Pedro de Roma muestra Christus-Helios subiendo del hades
al Padre.