UNAM SANCTAM
Bonifacio VIII
18 de noviembre de 1302
Introducción
La Bula Unam Sanctam del papa Bonifacio VIII es, tal vez, la
expresión más radical de la hierocracia papal. Apoyándose
en la interpretación medieval de varias figuras bíblicas (la
esposa del Cantar de los cantares, la túnica de Cristo, el "hombre
espiritual" del que habla san Pablo en I Cor. 2,15, etc.) el papa afirma la
absoluta supremacía del poder espiritual sobre el poder secular, y
termina por definir que es de absoluta necesidad para la salvación
el estar sometido al Romano Pontífice.
Este documento debe interpretarse a la luz de la violenta controversia
que el papa llevaba adelante con el rey Felipe IV de Francia. El conflicto
comenzó en 1296 cuando Bonifacio recordó la prohibición
que pesaba sobre los príncipes cristianos de imponer tasas sobre los
bienes eclesiásticos (cosa que estaba haciendo el rey para poder llevar
adelante la guerra contra Inglaterra); Felipe, por su parte, respondió
prohibiendo la salida de oro y plata del reino al exterior y la permanencia
de extranjeros en Francia (lo que perjudicaba a las finanzas pontificias y
los beneficiarios italianos que vivían en Francia). La relación
fue enrareciéndose cada vez más hasta que en el sínodo
del 1302 el papa decidió excomulgar a todos los que impidiesen la comunicación
con la santa sede y emana la Unam Sanctam.
Texto de la Bula
«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener
que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica,
y nosotros firmemente lo creemos y simplemente lo confesamos, y fuera de ella
no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que
el Esposo clama en los cantares: Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta.
Unica es ella de su madre, la preferida de la que la dio a luz [Cant. 6,8].
Ella representa un solo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la
cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo [Ef. 4,5]. Una sola, en efecto, fue el arca de Noé en
tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con
el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador,
Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía
sobre la tierra. Mas a la Iglesia la veneramos también como única,
pues dice el señor en el Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a
mi alma y del poder de los canes a mi única [Sal. 21,21]. Oró,
en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es
la cabeza, y por su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única
Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos
y la caridad de la Iglesia. Esta es aquella túnica del Señor,
inconsútil [Jn. 19,23], que no fue rasgada, sino que se echó
a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene un solo cuerpo,
una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario
de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el señor al mismo
Pedro: Apacienta a mis ovejas [Jn. 21,17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general,
no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que
se las encomendó a todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber
sido encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no
ser de la ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay
un solo rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16].
Por las palabras del Evangelio somos instruidos de que, en
ésta y en su potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal...Una
y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual
y la material. Mas ésta ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquella
por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano del rey y
de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del sacerdote.
Pero es menester que la espada esté bajo la espada y que la autoridad
temporal se someta a la espiritual... Que la potestad espiritual aventaje
en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos de confesarlo con
tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo temporal...
Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene que
instituir a la temporal, y juzgarla si no fuere buena... Luego si la potestad
terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual;
si se desvía la espiritual menor, por su superior; mas si la suprema,
por Dios solo, no por el hombre podrá ser juzgada. Pues atestigua el
Apóstol: El hombre espiritual lo juzga todo, pero él por nadie
es juzgado [I Cor. 2,15]. Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a
un hombre y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien divina,
por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus sucesores confirmada en
Aquel mismo a quien confesó, y por ello fue piedra, cuando dijo el
Señor al mismo Pedro: Cuanto ligares etc. [Mt. 16,19]. Quienquiera,
pues, resista a este poder así ordenado por Dios, a la ordenación
de Dios resiste [Rom. 13,2], a no ser que, como Maniqueo, imagine que hay
dos principios, cosa que juzgamos falsa y herética, pues atestigua
Moisés no que "en los principios", sin en el principio creó
Dios el cielo y la tierra [Gn. 1,1]. Ahora bien, declaramos, decimos, definimos
y pronunciamos que someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad
para la salvación de toda humana criatura.»