URBANO III
1623-1644 d.C.
El cardenal Maffeo
Barberini, perteneciente a una ilusrre familia florentina, antiguo Nuncio
en París, fue el Papa cuyo pontificado coincidió con el fortalecimiento
del absolutismo en Francia y con las maniobras de Richelieu y de su sucesor,
Mazarino. Urbano VIII era inclinado a la literatura, escribía en latín
y en italiano poemas dedicados a temas religiosos y apoyó a los artistas
famosos de su tiempo. Su gran error fue el de abandonar a Galileo a los abusivos
tratos de la Inquisición.
Él conflicto entre católicos y protestantes seguía
ensangrentando a Europa. Alemania era el campo de batalla de la guerra llamada
de los 30 años, en la que intervino Suecia, con sus poderosos ejércitos,
capitaneados por su rey, Gustavo Adolfo. Inspirado por su odio a los Habsburgo,
Richelieu se alió con los suecos, que vencieron a los imperiales.
La ciudadela de los hugonotes en Francia, La Rochelle, había caído
en 1628, de manera que Richelieu podía dedicarse a la política
exterior y a la guerra en Europa. Desgraciadamente para la causa protestante
y para Suecia, Gustavo Adolfo murió en la batalla de Lutzen (1632).
Un nuevo intento sueco de crear lo que Toynbee llama un Imperio universal,
fracasó un poco más tarde con Carlos XII. La actitud del Papa
no fue muy clara durante estos trágicos acontecimientos. Su simpatía
por Francia, aliada de los protestantes, le fue reprochada por el legado
imperial en Roma, el cardenal Pasmany.
En un libro dedicado a la "eminencia gris", el padre José,
consejero íntimo de Richelieu, Aldous Huxley plantea el problema que
caracteriza toda una época. Necesidades políticas, impuestas
por las tendencias absolutistas y dictatoriales que animaban la fuerte personalidad
de Richelieu, hacían inclinar al cardenal y al consejero hacia la
guerra. La guerra era para Alemania una verdadera catástrofe, no sólo
porque duró 30 años, sino porque, como toda guerra religiosa,
fue de una crueldad y de una violencia sin par. Para rebajar el prestigio
de la casa de Austria y para acrecentar el prestigio de su soberano, Richelieu
menospreció los principios de la religión cristiana, manteniendo
a todo un pueblo bajo el terror permanente de la guerra. Es el remordimiento
provocado por esta contradicción entre la enseñanza cristiana
y los compromisos de la política el que torturaba la conciencia del
padre José en el libro de Huxley, que refleja perfectamente la crisis
de todos los contemporáneos de la eminencia gris.
El cardenal Baronio, autor de la historia de los Papas, había
lanzado una frase cuyo profundo significado ante la equivocada actitud que
la Iglesia tomará con respecto a Galileo, no dejará de ser
como un amargo reproche. Había dicho Baronio: "El fin de la Santa
Escritura es el de enseñar cómo se va al cielo y no cómo
va el cielo". Esto se refería al conflicto que había estallado
entre astrónomos y la Inquisición, que miraba con recelo las
teorías más recientes enunciadas por Galileo, Kepler y otros,
basados en todos los descubrimientos de Copérnico.
Galileo Galilei era florentino y había enseñado
matemáticas en las Universidades de Pisa y Padua, donde construyó
el primer telescopio, con el que pudo descubrir las montañas en la
luna, los cuatro satélites de Júpiter, las manchas solares
y la naturaleza de las nebulosas, observaciones que fundamentan la astronomía
moderna, y cuya importancia no hace falta subrayar. Ya Copérnico había
afirmado que no es el sol el que da vueltas alrededor de la tierra, sino
que lo contrario constituía la verdad científica, comprobable
a través de la observación. La teoría de Ptolomeo se
derrumbaba, pero sus partidarios abundaban todavía en el seno de la
Iglesia, tanto católica como protestante, basados en la afirmación
de que la teoría de Galileo negaba y contradecía las afirmaciones
de la Biblia, los defensores de Ptolomeo sostenían que es el sol el
que da vueltas alrededor de la tierra, ya que Josué había parado
el sol, lo que supone el movimiento de éste y la inmovilidad de la
tierra.
Galileo sostenía que sus teorías no contradecían
las afirmaciones de la Biblia. El 19 de febrero de 1616, el Santo Oficio
condenó las tesis según las cuales la tierra se movía
y dejaba de ser el centro del universo y el sol quedaba fijo, lo que le transformaba
en centro del universo. El 5 de marzo era condenada expresamente la tesis
de Copérnico como contraria a la enseñanza de la Iglesia y
a la Biblia, sin hacerse mención del nombre de Galileo, que ya se
había sometido a las decisiones de la Inquisición. Galileo volvió
a sostener sus teorías en su libro "Il sagiatore", esperando gozar
del apoyo del nuevo Papa, Urbano VIII, su amigo personal.
En el diálogo de "los máximos sistemas del mundo",
publicado el 1632, con el imprimatur de las autoridades eclesiásticas
de Florencia, Galileo exponía otra vez sus teorías y criticaba
a sus adversarios. Roma prometió también el imprimatur, con
la salvedad de que el autor revisara su texto. Esta falta de honradez atrajo
sobre él una segunda condenación. Llamado a Roma, donde se
hospedó en el palacio del embajador de Florencia, Galileo fue sometido
a un juicio y condenado a recitar durante tres años los salmos penitenciales.
Por algún tiempo vivió en Siena, luego se trasladó a
su casa de Arcetri, cerca de Florencia, donde, libre por completo, escribió
sus "Diálogos sobre las ciencias nuevas", que fueron publicados en
Leiden en 1638. Había reconocido ante el tribunal su "error", abjurando
la creencia de que sol era fijo y la tierra móvil, pero siguió
escribiendo según sus convicciones.
No fue torturado por la Inquisición, como se afrimó
en lo sucesivo, ni proclamó su fe exclamando ante los verdugos: "Y
con todo se mueve". Todo esto es pura leyenda, creada por los enemigos de
la Iglesia. Evidentemente, la Iglesia había cometido el error de combatir
la misma evidencia científica, que en nada contradecía la Biblia,
y de sostener la tesis de Ptolomeo en una época en que la ciencia
se preparaba a cambiar todas las teorías hasta entonces admitidas
como válidas. Afirmar por ello que Roma había sido enemiga
de la ciencia es una conclusión desorbitada. La misma Inquisición,
después de cometer este penoso error, actuó con más
prudencia en los años que siguieron.
En 1642 falleció Richelieu, cuyo heredero en la política
francesa fue el cardenal Mazarino, italiano de origen.
Urbano VIII cultivó el nepotismo con verdadero arte.
Supo transformar a su familia en una de las más poderosas de Italia,
pero dio la púrpura a hombres dignos de ella. Los Barberini construyeron
sus palacios, cuyo arquitecto fue Maderna, en la plaza romana que aun lleva
su nombre, y fueron inteligentes y activos mecenas. El mismo Papa, literato
y conocedor de las cosas del arte, encargó a Bernini muchas construcciones
y monumentos en Roma. Es el triunfo del Barroco. Velázquez gozó
del aprecio de los Barberini y Van Dyck pintó el retrato del Papa.
Poussin y Claude Lorrain visitaron Roma y trabajaron allí.
En 1626 Maderna empezó la construcción de la residencia
estival del Pontífice en Castelgandolfo. El Vaticano fue rodeado de
poderosas fortificaciones. Bajo su pontificado creó San Vicente de
Paúl la congregación de los lazaristas, en 1623.