DIEGO VELÁZQUEZ
Cristo en casa de Marta y María
Cristo en casa de Marta y María
Diego Velázquez, 1618
Óleo sobre lienzo • Barroco
60 cm × 103,5 cm
National Gallery de Londres, Londres, Reino Unido
Cristo en casa de Marta y
María es una pintura al óleo de Velázquez realizada
en Sevilla, al comienzo de su carrera, fechada en 1618. Se desconoce el primer
destinatario, pero podría estar relacionada con una entrada en el
inventario de la colección del duque de Alcalá, de 1637, donde
se menciona un «lienço Pequeño de una cocina donde está
majando unos ajos una muger es de Dieº Velasqº». En 1881
se encontraba en la colección Packe de Norfolk, de donde pasó
a sir William M. Gregory, quien en 1892 lo donó a la National Gallery
de Londres.
El cuadro reúne elementos propios del género del
bodegón con figuras practicado asiduamente por el joven Velázquez
y defendido por su maestro y suegro Francisco Pacheco, pues con ellos «halló
la verdadera imitación del natural». En primer término
presenta a una doncella trabajando en la cocina con un almirez; en la mesa
se encuentran dos platos de barro con huevos y cuatro pescados por cocinar,
un jarro también de barro vidriado en su mitad superior, una guindilla
y algunos ajos, habiendo puesto el pintor el acento en el tratamiento diferenciado
de sus texturas y brillos. A la espalda de la doncella, una anciana, en la
que se ha visto el mismo modelo de la Vieja friendo huevos, parece amonestar
a la joven, gesticulando con el dedo índice de su mano derecha. El
naturalismo con que Velázquez trata esta parte del cuadro sitúa
al espectador ante una escena cotidiana, en la que el pintor pudiera haber
retratado cualquier cocina sevillana de su tiempo. Sin embargo, el dedo de
la anciana dirige la mirada del espectador hacia un recuadro situado a la
derecha en el que se divisa la que sería la escena principal, situada
en segundo plano: en una estancia posterior Jesús dialoga con las
hermanas María, sentada como en el estrado a sus pies según
la costumbre femenina de la época, y Marta, en pie, recriminando la
actitud de su hermana.
La imagen ilustra un pasaje del Evangelio de Lucas (10, 38-42),
donde el evangelista cuenta como llegando Jesús a una aldea fue recibido
en su casa por Marta, quien se iba a ocupar afanosamente en su servicio,
en tanto María solo se ocupaba de escuchar con atención las
palabras del Señor. Marta se quejó a Jesús, porque su
hermana la dejaba sola en los quehaceres de la casa, pero Jesús le
replicó: «Marta, Marta, tú te preocupas y te apuras por
muchas cosas y solo es necesaria una. María ha escogido la parte mejor,
que no se le quitará».
Como precedente del recurso velazqueño a la duplicidad
espacial y la composición invertida —que empleará también
en La cena de Emaús y muchos años después en La fábula
de Aracne—, relegando la escena principal al segundo plano e introduciéndola
en un contexto narrativo diverso, de modo que el hecho religioso aparezca
inmerso en el mundo cotidiano, se ha señalado el ejemplo de los pintores
flamencos Pieter Aertsen y su discípulo Joachim Beuckelaer (Cristo
en casa de Marta y María, 1568, Museo del Prado), cuyas obras pudo
conocer Velázquez a través de las estampas de Jacob Matham.
Pero estas cocinas de la gula, según las definió Vicente Carducho,
se apartan de las sobrias cocinas de Velázquez, localizadas en el
ámbito de una pequeña estancia en penumbra, tratada con recogimiento
casi conventual, en la que se respira la afirmación teresiana según
la cual Dios anda también entre los pucheros. Un precedente más
inmediato y cercano al modo de componer de Velázquez se encuentra
en su maestro Francisco Pacheco, quien había empleado este recurso
en su San Sebastián atendido por santa Irene (1616, antes en el Hospital
de la Caridad de Alcalá de Guadaira, destruido) construido en dos
planos, con el santo en cama hospitalaria en el primero, atendido por la
santa que le lleva la sopa en una escudilla a la vez que con la ramita de
olivo, que es su atributo, ahuyenta las moscas, y la escena cronológicamente
precedente de su martirio —imitado de una estampa de Pieter Aertsen— en segundo
plano y ocurriendo de forma simultánea, pues se ve al mártir
sujeto a un árbol a través de una ventana como indica el batiente.
A diferencia de las composiciones flamencas que podrían
haber inspirado a Velázquez, la escena que dota de significación
sagrada a este «bodegón a lo divino» —en expresión
de Emilio Orozco— no se encuentra comprendida dentro del mismo espacio de
la cocina, como lo está en aquellas, según reglas perspectivas
fácilmente discernibles, sino en un recuadro enmarcado de difícil
interpretación, que se ha entendido como un «cuadro dentro del
cuadro» por José Camón Aznar entre otros, un espejo para
José López-Rey o un ventanuco abierto en la cocina, según
Jonathan Brown, que advierte la presencia de líneas diagonales en
la parte inferior con las que se crea el alféizar e interconectan
los espacios, aunque el punto de fuga no es el mismo que el empleado para
la mesa;3 en cualquier caso, el recurso pictórico de enmarcar la escena
del fondo, que rompe la ilusión de mostrar el hecho histórico
como si fuera presente, realza según Peter Cherry su función
como clave interpretativa, a la vez que establece una conexión entre
los dos planos, vinculados por el gesto de la anciana, que estaría
conduciendo la mirada del espectador hacia el asunto de la ventana y llamando
la atención de la sirvienta a la que a la vez amonesta, de modo que
el ejemplo bíblico se muestra como comentario de un hecho cotidiano
traído al presente.
También existen dudas al interpretar el papel de las
mujeres del primer plano, que podrían entenderse como parte del relato
evangélico, narrado sucesivamente, o como elementos de enlace entre
el episodio sagrado y la lección moral de valor universal que de él
se desprende. La mayor confusión se da con la figura de Marta, que
para algún crítico sería tanto la anciana que en el
segundo plano dialoga con Jesús como la que en primer plano instruye
a la cocinera. Para Julián Gállego, al contrario, Marta estaría
representada en la joven cocinera afanada en las tareas domésticas
y la anciana tendría el papel de intermediaria entre las dos escenas,
como correveidile, acusando a María ante Marta de inactividad, de
donde el gesto enfadado de la cocinera que no tardará en presentar
sus quejas a Jesús. Fernando Marías, por el contrario, habla
de bodegón «desdoblado», en el que interrelacionan dos
realidades, la cocina, formando parte del mundo del espectador, y la ilustración
evangélica, que dota de valor trascendente a la composición,
en este caso exhortando, por medio de la anciana, a reflexionar sobre las
palabras de Jesús también cuando se «anda entre los pucheros».
En esta dirección, Jonathan Brown, seguido por Peter Cherry y Manuela
Mena, interpreta el cuadro como una alegoría de las vidas activa y
contemplativa, representadas respectivamente en la tradición cristiana
en Marta y María, ambas necesarias, pero debiendo subordinar el sustento
material al espiritual, que al final será el único que cuente,
lo que vendría a recordar la anciana, «llena de sabiduría»
según Manuela Mena, que desviando la atención de la cocina
dirige la mirada del espectador hacia el fondo.
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(Samuel Miranda)