SAN ZENOBIO DE TIRO
20 de febrero
En Sidón, de Fenicia,
san Zenobio, presbítero, que durante la durísima persecución
bajo el emperador Diocleciano animó a otros al martirio, y finalmente
también él fue coronado con la muerte.
Los hechos que leeremos en la narración de Eusebio de
Cesarea ocurrieron en el año 304, en la ciudad de Tiro; de ellos el
propio Eusebio fue testigo, y lo cuenta de primera mano. Sin embargo, esta
persecución, en conjunto, duró varios años, y tenemos
mártires vinculados a los mismos hechos desde el 304 hasta el 311.
-El primer grupo es el de los cinco mártires de Tiro, celebrados el
20 de febrero, martirio que ocurrió el 304.
-El mismo 20 de febrero, pero por entrada aparte, al corresponder a un martirio
del año 311, celebramos a san Tiranión de Tiro. Tiranión
había presenciado los martirios del 304 y alentado a los mártires,
pero recién seis años después le tomaron preso y le
condujeron, junto con san Zenobio de Tiro, a Antioquía de Siria, y
tras hacerle sufrir crueles torturas, fue arrojado al río Orontes.
-A san Zenobio de Tiro, médico y sacerdote de la ciudad de Sidón,
lo celebramos el 29 de octubre. Él padeció las torturas junto
con Tiranión, pero murió en el potro.
-Durante el reinado de Maximino, san Silvano, obispo de Emesa de Fenicia
fue devorado por las fieras en su propia ciudad, hacia el 310, y lo celebramos
el 6 de febrero.
-En fecha desconocida, pero que celebramos el 4 de mayo, san Silvano, obispo
de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Fennes, cerca de Petra,
en Arabia y más tarde fue decapitado allí, con otros treinta
y nueve compañeros.
-Posiblemente pertenezcan al mismo conjunto (pero les hemos puesto noticia
aparte) los sacerdotes egipcios Peleo, Nilo y sus compañeros, que
muerieron en Palestina en el 310, y celebramos el 19 de septiembre.
Eusebio narra en los siguientes términos el martirio que presenció:
Varios cristianos egipcios que se habían establecido
en Palestina y otros en Tiro, dieron pruebas de su paciencia y de su constancia
en la fe. Después de haber sido golpeados innumerables veces, cosa
que soportaron con gran paciencia, fueron arrojados a los leopardos, osos
salvajes, jabalíes y toros. Yo estaba presente cuando esas bestias,
sedientas de sangre humana, hicieron su aparición en la arena; pero,
en vez de devorar o destrozar a los mártires, se mantuvieron a distancia
de ellos, sin tocarles, y se volvieron en cambio contra los domadores y cuantos
se hallaban cerca; sólo respetaron a los soldados de Cristo, a pesar
de que éstos obedeciendo a las órdenes recibidas, agitaban
los brazos para provocar a las fieras. Algunas veces, éstas se lanzaron
sobre ellos con su habitual ferocidad, pero volvían siempre atrás,
como movidas por una fuerza sobrenatural. El hecho se repitió varias
veces, con gran admiración de los espectadores. Los verdugos reemplazaron
dos veces a las fieras, pero fue en vano. Los mártires permanecían
impasibles.
Entre ellos se hallaba un joven de menos de veinte años,
que no se movía de su sitio y conservaba una serenidad absoluta; con
los ojos elevados al cielo y los brazos en cruz, en tanto que los osos y
los leopardos con las fauces abiertas amenazaban con devorarle de un momento
a otro; sólo por un milagro de Dios se explica que no le tocasen.
Otros mártires se hallaban expuestos a los ataques de un toro furioso,
que ya había herido y golpeado a varios domadores, y dejándolos
medio muertos; pero el toro no atacó a los mártires; aunque
parecía que iba a lanzarse sobre ellos: sus pezuñas rascaban
furiosamente el suelo y agitaba la cornamenta en todas direcciones, pero
sin llegar a embestir a los mártires, a pesar de que los verdugos
lo incitaban con capas rojas. Después de varios intentos inútiles
con diferentes fieras, los santos fueron finalmente decapitados y sus cuerpos
arrojados al mar. Otros que se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses,
murieron apaleados, quemados y también ejecutados en distintas formas.»