INOCENCIO IV
1243-1254 d.C.
Sinibaldo Fieschi, antiguo
profesor de derecho canónico en Bolonia, se mantuvo fiel durante todo
su pontificado a estas líneas que él mismo escribió:
"Los Papas, sucediendo a Jesucristo, verdadero rey y verdadero sacerdote según
el orden de Melquisedec, han recibido la monarquía real al mismo tiempo
que la monarquía pontifical, el Imperio terrestre como el Imperio
celestial". Esta frase resume la doctrina que iba a enfrentar, durante los
once años del pontificado de Inocencio IV, continuador fiel de Inocencio
III, la Santa Sede con el Imperio, en una lucha desesperada, ya que el Papa
se consideraba como el poseedor del supremo poder, no sólo espiritual,
sino también político y terrenal.
La primera medida tomada por Inocencio (la
Sede había estado vacante durante dos años, puesto que los
cardenales, asustados por el cónclave obligatorio, habían huido
de Roma) fue la de concluir la paz con Federico en 1244. San Luis de Francia
había empujado al Papa hacia esta solución pacífica,
que resultó ineficaz. Cuando Federico invitó al Papa a Narmi,
para asistir a un encuentro y ponerse de acuerdo sobre todas las cuestiones
pendientes, Inocencio se negó y convocó el Concilio de Lyon.
Como Federico se negaba a participar en una
nueva cruzada, el Papa le excomulgó. El hábil emperador se dirigió
entonces a Luis IX, el Santo, para intervenir como árbitro entre Roma
y Palermo. Luis aceptó, pero Federico no cumplió ninguna de
sus promesas, siguiendo la persecución en contra de los clérigos
de los fieles al Papa, hasta el punto de imponerles un tributo para conseguir
grandes cantidades de dinero destinadas a organizar una guerra contra el
Papa.
Éste lanzó la idea de una cruzada
en contra del emperador, pero la idea fracasó, como también
fracasó el proyecto de una nueva cruzada en Oriente. Las ciudades italianas,
envalentonadas por la actitud decidida del Papa, declararon la guerra al
emperador. Los comienzos de la guerra favorecieron a los imperiales, pero
al final, el ejército imperial, capitaneado por Enzio, hijo natural
de Federico, fue derrotado por el ejército de Bolonia, que hizo prisionero
a Enzio (26 de mayo de 1249).
El 13 de diciembre de 1250 fallecía
Federico, víctima de la disentería, y, después de ser
absuelto por el obispo de Palermo, fue inhumado en la catedral de la capital
siciliana.
Le sucedió en el trono su hijo Conrado
IV, como rey en Alemania, mientras Inocencio ofrecía a Manfredo, bastardo
de Federico, la corona de Sicilia, que éste aceptó, mostrándose
digno sucesor de su padre. En Alemania, el Papa apoyó a Guillermo de
Holanda y predicó la cruzada contra Conrado, el cual fallecía
en 1254, extinguiéndose de este modo la dinastía de los Hohenstaufen.
Una época de anarquía pesó durante años sobre
Alemania ("el gran interregno", como fue llamada) que tuvo fin en 1273, después
de la elección de Rodolfo de Habsburgo.
Después de la muerte de Federico, Inocencio
había regresado a Italia, lanzando a todas partes anatemas y excomuniones,
permitiendo al poder civil el empleo de la tortura durante el juicio de los
herejes. Fue un Papa exento de grandeza, preocupado más bien por el
poder temporal que por el espiritual. Desde Roma salió hacia Sicilia
para guerrear con Manfredo y conquistar la isla, pero falleció en Nápoles
el 7 de diciembre de 1254, pocos meses después que Conrado de Hohenstaufen.
Bula Ad Extirpanda 1252