NUESTRA SEÑORA DEL RAYO
18 de agosto
La historia de la milagrosa
imagen de la Virgen del Rayo –que originalmente era la Virgen del Rosario-,
viene desde el año 1807. Los archivos históricos relatan que
su efigie, muy deteriorada y antigua, permanecía en el cuarto de
una religiosa Dominica en el Monasterio de Jesús María, en
la ciudad de Guadalajara, Jalisco; y que el 13 de agosto por la madrugada,
estando las religiosas recogidas en el dormitorio, cayó un rayo sobre
la imagen de la Santísima Virgen que estaba colocada en la cabecera
de dicha celda, en medio de dos cuadros: uno de la Santísima Trinidad
y otro de Santo Domingo. El rayo dejó la efigie de la Virgen enteramente
quemada; su vestido y cabellera sólo quedaron chamuscados, pero su
rostro quedó negro, los ojos reventados y el rostro sin forma alguna.
A la religiosa que dormía en ese cuarto no le pasó
nada, pero de inmediato informó a sus hermanas de lo sucedido, y
sacaron a la Virgen del lugar para llevarla al coro alto de su templo, donde
desde esa hora comenzaron a cantar alabanzas por la misericordiosa protección
que les concedió; más tarde, celebraron una misa de acción
de gracias. Después se la llevaron al canónigo Gutiérrez,
quien se encontraba grave de salud; y de allí, a la casa del
doctor Don José María Gómez, quien aseguró haber
visto unas ampollas en un lado del rostro de la Sma. Virgen. Así
como la llevaron, volvió la imagen al convento el mismo día,
y se colocó en el altar del coro alto, donde permaneció igual
hasta el día dieciocho del mismo mes.
A las 3:15 hrs de la tarde, del día 18, una tormenta
con una nube muy negra se posó sobre la torre del convento de las
Dominicas, entonces la M.R.M. Priora. Sor Ma. Francisca de la Concepción,
avisó a las religiosas que se reunieran en el coro para llevar a la
Santísima Virgen a una hermana que estaba muy grave; dos mozos que
estaban trabajando dentro del convento les ayudaron a trasladarla y, mientras
permanecían hincados con velas en las manos, una religiosa abrazaba
la imagen de la Santísima Virgen, esperando llegaran las demás.
De repente, ésta comenzó a ver que le subía un color
sumamente blanco a la Virgen y el miedo la paralizó al grado de no
poder desprenderse de Ella, sólo pudo llamar a la madre superiora
que al instante entró al coro, diciéndole: “Madre, mire a la
Santísima Virgen cómo se está poniendo”; los mozos quedaron
sin moverse, con los ojos fijos en la Sagrada Imagen por gran rato.
Las religiosas que acababan de reunirse, asombradas y sumamente
conmovidas, le decían jaculatorias y alabanzas. Y estando en esto,
dijo una religiosa: “vamos cantando el Magníficat”, y mientras se
unían al canto, el color volvió a la efigie, desde el pecho
hasta su santísimo rostro; al mismo tiempo, un relámpago cayó
y se iluminó todo el coro, con una luz extraordinaria, que duró
algunos minutos. El color a la Santísima Virgen le volvió por
todo el cuerpo hasta quedar con la blancura y apariencia que ahora tiene;
los ojos que antes tenía tan bajos y reventados, como de moribunda,
se le abrieron y brillaban como diamantes; el rosario que portaba –que era
de perlas falso, y que con el rayo había quedado negro- también
recobró su color natural.
Testigos de todo esto fueron el padre Capellán, Don
Miguel Serbiño, quien días antes tomó en sus manos el
rosario y lo vio negro, y después, renovado; vio a la Santísima
Virgen cuando estaba quemada, y la examinó sorprendido,
después renovada. También el canónigo doctor, Don
José María Gómez, quien entró al convento con
el fin de examinar todas las circunstancias de la renovación a la
Imagen, él mismo limpió con agua y un purificador una manita
del santo Niño que sostenía la Virgen y que quedó manchada,
pero al Hijo de Dios no lo tocó el rayo.
A la santísima Virgen nada se le hizo, pues no había
que limpiarle nada, sólo le quedaron unas manchas en el pecho y una
mano con sollamadas, pero así las dejaron para perpetuar memoria
de tan grande prodigio.
Es por ello que desde entonces, el 18 de agosto se conmemora
a la Virgen del Rayo, por ser el día en que se renovó su efigie.
La Imagen que habita la capilla lateral a la entrada principal del Templo
de San Francisco, fue traída por una devota, en tiempos en que el
P. Ugalde fue Guardián de este convento.
Oraciones de Nuestra Señora
del Rayo