PÍO XII
1939-1958 d.C.



   El cónclave se reunió esta vez sólo quince días después de la muerte del Papa, según una disposición de Pío XI, de modo que pudieron acudir a Roma cardenales de los países más lejanos. El 2 de marzo de 1939, el Cardenal Eugenio Pacelli, romano, era elegido Pontífice. La elección de Pacelli había coincidido con su 73 cumpleaños. Desde sus primeros años de sacerdocio, Monseñor Pacelli se había distinguido como colaborador del Cardenal Gasparri, por su elocuencia, su extraordinaria memoria y el don de las lenguas. En mayo de 1917, en plena contienda, Benedicto XV nombraba a Monseñor Pacelli Nuncio apostólico en Munich; luego, en Berlín. En 1924 firmó un concordato con Baviera; en 1929, otro con Prusia; y después de doce años pasados en Alemania, donde dejó un recuerdo imborrable, regresó a Roma, otorgándole Pío XI la púrpura cardenalicia. En 1930, el Cardenal Pacelli sustituía al Cardenal Gasparri como Secretario de Estado. La colaboración del Papa y de su secretario de Estado fue perfecta y recuerda a los historiadores la unión espiritual que reinó entre León XIII y el Cardenal Rampolla y la que hubo entre Pío X y el Cardenal Merry del Val. En 1934, Pacelli representaba al Pontífice en el Congreso Eucarístico de Buenos Aires. En 1935 se clausuraba en Lourdes el Jubileo de la Redención. En 1936 era recibido por el Presidente Rooselvet en la Casa Blanca. En 1937 consagraba en Liseux la nueva Basílica dedicada a Santa Teresa del Niño Jesús y pronunciaba en París un discurso memorable acerca de la vocación cristiana de Francia. En 1938 presidía, en nombre de Pío XI, el Congreso Eucarístico de Budapest.

   La coronación de Pío XII tuvo lugar el 12 de marzo de 1939, en un momento sumamente delicado. En aquella trágica primavera, las tropas de Hitler ocupaban Checoslovaquia. Los esfuerzos del Papa para prevenir el estallido de una nueva guerra fueron múltiples, pero las palabras que Pío XI había pronunciado en 1938 (dissipa gentes quae bella volunt) no habían sido escuchadas. Los soberanos de Italia visitaron al Papa, en el Vaticano, el 28 de diciembre de 1939, y en enero de 1940 Pío XII les devolvía la visita. Mientras tanto, la guerra había estallado entre Alemania y Polonia, por un lado, y entre Francia e Inglaterra y Alemania, por otro. Italia, a pesar de su posición política como miembro del Eje, había quedado al margen del conflicto. Tanto el Papa como Víctor Manuel III deseaban que su país se mantuviese fuera del conflicto. El 5 de mayo de 1940, Pío XII, al proclamar en una basílica de Roma a San Francisco de Asís y a Santa Catalina de Siena Patrones de Italia, expresaba su alegría por la paz que Dios había concedido a Italia. La alegría del Pontífice fue de corta duración, puesto que un mes después Italia entraba en la guerra. El conflicto había transformado al Vaticano en una ciudad asediada, enclavada en medio de un país combatiente. Las relaciones con el mundo exterior se hacían cada vez más difíciles. Los telegramas que el Papa enviaba a los soberanos de Bélgica, de Holanda y de Luxemburgo, países invadidos por los generales de Hitler, aliado de Italia, crearon nuevas dificultades entre el poder espiritual y el temporal. Pero el pueblo de Roma se dio cuenta de que el Papa era el verdadero defensor de la Ciudad Eterna, igual que en los tiempos de las invasiones bárbaras. El 19 de julio de 1943, la basílica de San Lorenzo y el barrio homónimo habían sido bombardeados, con muchos daños para la población civil. Pío XII visitó en seguida las casas en ruinas, ayudó a los necesitados y declaró que si los bombardeos continuaban, tenía la intención de trasladarse a los barrios pobres de Roma.

   El 8 de septiembre, el mariscal Badoglio firmaba la paz con los aliados occidentales, después de haberse hecho cargo de la sucesión de Mussolini. En 1944 las tropas aliadas avanzaron a lo largo de la península y se acercaron a Roma. El Papa declaró que no tenía la intención de abandonar su ciudad, amenazada por los dos bandos. La violencia de los combates no tenía consideración alguna con los tesoros artísticos del país, y Montecassino había sido la víctima más ilustre de la violencia con que aliados y alemanes combatían en una tierra que no les pertenecía. Los habitantes de Roma vivieron momentos de angustia, magistralmente expresados por Giuseppe Ungaretti en su poema "El dolor". Finalmente, el milagro esperado se produjo: los alemanes se retiraron y los aliados entraron en Roma, en junio de 1944, sin causar daño alguno, respetando la capital del mundo católico. Adversarios del régimen fascista, católicos y socialistas, encontraron refugio en el Vaticano durante la guerra. Muchos judíos salvaron la vida al ser recibidos en los conventos después de la guerra, nuevos perseguidos políticos fueron salvados merced a la noble actitud de la Iglesia, inspirada en el eterno mensaje del perdón y la caridad.

   Varias organizaciones fueron creadas por el Pastor Angelicus, con el fin de ayudar a los prisioneros, a los damnificados, para dar a las familias noticias acerca de los soldados desaparecidos. Una Comisión Pontificia para la Asistencia, bajo el control directo del Papa, trató de aliviar la miseria y continuó su actividad después de la guerra, puesto que la incomprensión de los plíticos eternizaba el doloroso problema de los refugiados, de los prisioneros y de los oprimidos.

   En medio de la tormenta, Pío XII lanzó al mundo enloquecido mensajes en nombre de la paz ofendida. Son famosos los mensajes navideños de 1939, 1941 y 1942 sobre todo, verdaderas antologías de sabiduría cristiana en el campo del derecho internacional.

   Una vez entrada la humanidad en la era atómica, el Papa hizo todos los esfuerzos posibles con el fin de limitar los armamentos y de que se prohibieran las armas homicidas que escondían en sus infernales explosiones el peligro de una muerte segura para toda la humanidad, e incluso para la vida en general. A los que han soñado con la creación de mundo nuevo y feliz, basado en el progreso exclusivo de la técnica y en la acumulación de los bienes terrenales, Pío XII supo recordarles que la paz y la felicidad se consiguen sólo respetandose la dignidad y la libertad de la persona humana. Continuando en este sentido la línea trazada por León XIII y Pío XI, el Papa se dirigió a los obreros cada vez que los gobiernos se olvidaron de sus derechos, en el Este como en el Oeste, apoyando la formación de organizaciones laborales inspiradas en el espíritu del Evangelio. Combatió al comunismo, que menosprecia los derechos de la persona humana y cuyos secuaces, en los países ocupados por las tropas soviéticas, no tardaron en arrestar a los Obispos católicos, cerrar los conventos, limitar y hasta liquidar la actividad de la Iglesia.

   La Iglesia conoció bajo el pontificado de Pío XII un extraordinario desarrollo, no sólo de orden misionero, en los países afroasiáticos, sino en el moral y espiritual. La línea inaugurada en el siglo pasado por Chateaubriand y Lamennais fue seguida por Léon Bloy y Charles Péguy en Francia, por Manzoni y Rosmini en Italia. Conversiones ilustres hicieron ver a los europeos que las esperanzas de los más famosos pensadores y poetas convergían hacia la Iglesia y que los siglos de las luces y el de la desenfrenada fe en el progreso no habían debilitado la doctrina ni alejado el Evangelio de la almas más preocupadas por la salvación de la humanidad. Paul Claudel, Francis Jammes, Jacques Maritain, Francois Mauriac, Daniel-Rops, Julien Green, en Francia; Chesterton, Charles Morgan, T. S. Eliot, Graham Greene, en Inglaterra; Giovanni Papini, Giuseppe Ungaretti, en Italia, y Gertrude von Le Fort, Romano Guardini, en Alemania para no citar sino a los más representativos, dieron un brillo especial al siglo XX y transformaron la posición del hombre cristiano en una vanguardia de la humanidad. No faltaron, evidentemente, los errores y las tentaivas de desviar las vocaciones y las esperanzas hacia el mal camino. En contra de las heterodoxias se levantó Pío XII con su Encíclica "Humani Generis", de 1950. Fueron muchas las Encíclicas del sabio Pontífice (la "Mystici Corporis", sobre la doctrina, las leyes, la naturaleza de la doctrina cristiana; la "Mediator Dei", acerca del culto y las ceremonias religiosas, el ayuno eucarístico, la reforma de la liturgia de la Semana Santa, la música sagrada y las enseñanzas fundamentales de la liturgia; la "Menti nostrae", acerca de la actividad pastoral del clero, etc).

   La independencia de varios países situados hasta 1945 bajo el régimen colonial, decidió a Pío XII a organizar la jerarquía eclesiástica indígena y a crear, en 1946 y 1953, un gran número de Cardenales pertenecientes a las tierras recientemente conquistadas por el mensaje cristiano. También el problema de la unión de las Iglesias dio motivo al Papa para dirigir sus miradas hacia las Iglesias Orientales y la protestante, dando pasos importantes hacia la anhelada unión. El apostolado laico fue una de las preocupaciones cotidianas del Pontífice. Dos grandes congresos mundiales del Apostolado de los laicos fueron convocados en Roma, en 1951 y 1957. La Acción Católica intensificó su colaboración con el orden jerárquico y recibió nuevas misiones, otorgándose cada vez más a los laicos la misión de defender a la Iglesia en medio del mundo moderno.

   Uno de los méritos más evidentes de Pío XII fue el haber apoyado la idea de la unificación europea, con el fin de hacer resurgir una nueva civilización cristiana y poder defender las ideas que hicieron de Europa el centro del mundo y la promesa de la libertad de los pueblos. No olvidó jamás lo que llamó "la Iglesia del silencio", sometida en los países situados detrás del telón de acero a la opresión de que los césares paganos hicieron objeto a los primeros cristianos.

   Fue el Papa más popular y más solicitado por las multitudes. Recibió miles y miles de personas, de todos los colores y de todas las confesiones. Era un hombre que inspiraba veneración y respeto. Tenía la figura y los gestos de un santo. Sus pasos apenas tocaban el suelo, su mirada parecía en contacto con una realidad que el resto de los mortales no podían conocer, sus palabras estremecían el alma del que las escuchaba y le daban la certeza de que alguien en el mundo, por encima de todos los odios y las injusticias, pensaba y actuaba en nombre de la humanidad dolorida y martirizada. Fue evidentemente, un Papa santo aquel Pastor Angelicus, con cara de asceta medieval, con las manos siempre alzadas para implorar la piedad. Desde los alto de San pedro, aquellos brazos extendidos hacia la muchedumbre aparecían como una prolongación humana de los dos pórticos que Bernini cosntruyó en la Plaza de la Basílica, símbolos de la protección y de la comunicación entre Dios y los hombres.

   Cansado y enfermo, Pío XII falleció en la noche del 9 de octubre de 1985 en su residencia de Castelgandolfo.






Encíclicas

Haurietis Aquas

Humani Generis

Mediator Dei

Mystici Corporis Christi


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(Samuel Miranda)